CAPÍTULO 15


3. ¡SOPORTAOS RECÍPROCAMENTE! (Rm/15/01-13)

1 Es un deber para nosotros, los fuertes, sobrellevar la flaqueza de los que no lo son, y no complacernos a nosotros mismos. 2 Cada uno de nosotros procure complacer al prójimo para el bien, con miras al común desarrollo; 3 pues tampoco Cristo trató de complacerse a si mismo, sino que, conforme está escrito: «Los insultos de aquellos que te insultan recayeron sobre mí» (Sal 69,10). 4 Ahora bien, todo lo que se escribió previamente, para nuestra enseñanza se escribió, a fin de que, por la paciencia y por el consuelo que nos dan las Escrituras, mantengamos la esperanza. 5 Y que Dios, fuente de paciencia y de consuelo, os conceda tener entre vosotros un mismo sentir, de conformidad con Cristo Jesús, 6 a fin de que, unánimemente y a una sola voz, glorifiquéis al Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo.

Pablo se incluye entre los fuertes mediante el empleo de la primera persona de plural: «Nosotros, los fuertes...» Confirma con ello el derecho de los fuertes de la comunidad. Estos pueden remitirse al Evangelio como al mensaje de la libertad cristiana. Pero, con el mismo Evangelio, Pablo les pone ante los ojos la necesidad de que el cristiano no se complazca en sí mismo. Todos deben procurar más bien complacer a su prójimo, mirar por su bien y edificación. Esto responde a la caridad fraterna que constituye la ley fundamental de la comunidad cristiana (cf. 14, 15). Pero en definitiva también responde al ejemplo personal de Cristo, que no se ha buscado a si mismo, sino que más bien ha cargado con los «insultos». Incluso se ha negado a sí mismo y se ha vaciado de sí mismo en su absoluta libertad.

Pablo describe el ejemplo de Cristo con la palabra tomada del salmo 69. Ese salmo lo leía la comunidad cristiana primitiva como un salmo específico de la pasión, y algunos de sus versículos se aplicaban directamente a los padecimientos de Cristo 48. También Pablo aprendió así a entender el plan salvífico de Dios en el camino de los sufrimientos de Jesús. Que Jesús «se despojó a sí mismo, tomando condición de esclavo... se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte» (Flp 2,7s), Pablo, y con él toda la comunidad cristiana primitiva, sólo podía entenderlo como cumplimiento de la voluntad de Dios; voluntad que ya se había manifestado con antelación en la Escritura refiriéndose a los padecimientos del Siervo de Yahveh. De este modo también aquí alude el Apóstol a los sufrimientos y ejemplos de Cristo con palabras de la Escritura. Con su pasión Jesús ha demostrado de la forma más conmovedora que no vivió para sí mismo. De todo ello se deduce la obligación que la comunidad tiene de no fallar en sobrellevarse mutuamente (v. 1) si es que quiere, en serio, seguir a Jesús. 2) En el v. 4 proporciona Pablo la clave para entender las «Escrituras» que se nos han transmitido desde tiempos antiguos. Esas Escrituras son, sin duda, las del Antiguo Testamento. Todo cuanto en ellas ha quedado consignado, contribuye a nuestra «enseñanza». De modo parecido se dijo ya en 4,24 que también por nosotros se había escrito aquello de que la justicia le fue imputada a Abraham49. Pablo toma muy en serio la Escritura del Antiguo Testamento, en cuanto que de ella hay que sacar «paciencia» y «consuelo», conduciéndonos así en la hora presente a la esperanza que se nos ha dado en Jesucristo. Es a partir de Jesucristo, como su verdadero intérprete, como las Escrituras descubren su genuino sentido, de modo que fomentan dicha esperanza.

Pablo concluye con una plegaria de buenos deseos. Y una vez más toma ocasión para poner de relieve la unidad de la Iglesia, que responde a la voluntad de Jesús y se consuma en la unidad de la alabanza divina. Pues, el verdadero culto de Dios está en que la comunidad mantenga la unidad en el amor; lo cual significa a su vez que se realiza en la mutua paciencia e indulgencia. De hecho no debió ser ésta la forma más fácil del culto comunitario.
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48. Véase Mc 15,36 y lugares paralelos; Mt 27,34.43, Jn 15,25, Hch 1,20; cf. también Jn 2,17; Rm 11,9s. 49. Véase asimismo 1Co 9,10;10,11
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7 Por tanto, acogeos benignamente unos a otros, como también Cristo os acogió a vosotros, para gloria de Dios. 8 Pues esto es lo que afirmo: que, en razón de la fidelidad de Dios, Cristo se hizo servidor de los circuncidados, para cumplir las promesas hechas a los patriarcas, 9 y para que los gentiles, a su vez, glorifiquen a Dios, en razón de su misericordia, según está escrito: «Por eso te alabaré entre los gentiles y cantaré himnos en honor de tu nombre» (Sal 18,50). 10 Y en otro lugar: «Alegraos, naciones, junto con su pueblo» (Dt 32,43). 11 Y todavía en otro: «Todas las naciones, alabad al Señor; y aclámenle todos los pueblos» (Sal 117,1). 12 Y también dice Isaías: «Aparecerá la raíz de Jesé, y el que surge para gobernar las naciones. ¡En él pondrán las naciones su esperanza!» (Is 11,1.10). 13 Que el Dios de la esperanza os colme de todo gozo y de paz en vuestra permanencia en la fe, a fin de que reboséis de esperanza por el poder del Espíritu Santo.

Pablo resume su exhortación a la comunidad: «Por tanto, acogeos benignamente unos a otros.» Y ahora no sólo se dirige a los «fuertes», sino a los dos grupos. En la práctica lo que se pretende es que ambos grupos no se excluyan mutuamente, sino que mantengan la plena comunión del amor dentro de la misma comunidad. El modelo apremiante para esa conducta es Jesucristo. Él nos «acogió» concretamente como a su comunidad por la que ha dado su vida. Esta única comunidad de «circuncidados» y de gentiles la ha fundado Jesucristo, y eso como Iglesia única, aunque para judíos y gentiles haya que tener en cuenta los distintos puntos de vista en que han sido «acogidos»: los judíos, teniendo en cuenta las promesas hechas a los patriarcas, aunque no pueden esgrimirse como una especie de derecho frente a Dios; los gentiles, por el contrario, que no se revocan a tales promesas, tienen que manifestar con su alabanza que Dios es y quiere ser el Dios de la misericordia. Las citas bíblicas, que Pablo recoge de los tres grandes grupos del Antiguo Testamento -ley, profetas, salmos-, subrayan la voluntad salvífica universal de Dios que cada vez se extiende más, por encima de las estrechas fronteras del pueblo de Dios del Antiguo Testamento hacia el único pueblo de Dios formado por judíos y gentiles.

El Apóstol cierra sus exhortaciones con una última plegaria. «Gozo», «paz», «fe», «esperanza», «poder del Espíritu Santo»... son conceptos salvíficos de gran importancia. Con esta aglomeración pretenden expresar lo que Pablo puede rogar para la Iglesia sólo por Jesucristo. Pues, en Jesucristo se ha mostrado Dios como el Dios de la esperanza. En el Nuevo Testamento es éste el único pasaje en que se llama así a Dios. Tal designación permite conocer, de forma breve y significativa, que Dios ha salido al paso de los creyentes en Jesús. Pues, por Jesús se les ha reforzado la esperanza que no sólo les mantiene en una espera tensa y paciente de la consumación de la creación nueva, sino que además les permite experimentar el presente, ya ahora, como «gozo» y como «paz».
 

NOTICIAS FINALES 15,14-32

1. JUSTIFICACIÓN DE LA CARTA (Rm/15/14-21)

14 Con respecto a vosotros, yo estoy, hermanos míos, personalmente convencido de que también vosotros estáis llenos de buenas disposiciones, henchidos de toda clase de conocimientos, capacitados también para exhortaros unos a otros. 15 Sin embargo, en algunos puntos os he escrito con cierto atrevimiento, como para reavivar vuestros recuerdos, en virtud de la gracia que Dios me concedió: 16 la de ser un ministro de Jesucristo con respecto a los gentiles, ejerciendo una función sacerdotal en servicio del Evangelio de Dios, de modo que los gentiles sean ofrenda aceptable, consagrada por el Espíritu Santo. 17 Tengo, por tanto, de qué estar orgulloso en Cristo Jesús por lo que se refiere al servicio de Dios. 18 Pues no me atrevería a hablar de nada, fuera de lo que Cristo, para obtener la obediencia de los gentiles, ha realizado, valiéndose de mí, de palabra y de hecho, 19 por el poder de señales y prodigios, por el poder del Espíritu; de modo que yo, partiendo de Jerusalén y en todas direcciones hasta lliria, he dado a conocer plenamente el Evangelio de Cristo, 20 mirando como un punto de honor el anunciar el Evangelio, pero no allí donde el nombre de Cristo ya había sido invocado, para no edificar sobre cimiento ajeno, 21 sino, conforme está escrito: «Quienes no habían tenido noticia de él, lo verán; y los que no habían oído hablar de él, comprenderán» (Is 52,15).

Al igual que en la introducción a la carta -1,8-17- también en esta conclusión del amplio escrito aparece claramente el propósito del Apóstol 50. Pablo sabe perfectamente bien que no es natural escribir a una comunidad a la que todavía no conoce de modo personal 51. Por eso da a entender en la conclusión que realmente no tenía necesidad de instruir a la comunidad de Roma; los cristianos de la capital están ya «llenos de buenas disposiciones y henchidos de toda clase de conocimientos», hasta el punto de que en su especial condición pueden dirigirse unos a otros palabras de exhortación y de aliento. Pablo, sin embargo, está persuadido de que una parte de su ministerio apostólico consiste en «reavivar recuerdos» en las comunidades, en refrescarles la mente, aunque como en el caso de los romanos no se trate de una Iglesia fundada por él. Y es que su misión se dirige justamente al mundo gentil. A los gentiles quiere «ejercer una función sacerdotal» al servicio del Evangelio, de modo que los gentiles sean ofrenda aceptable (v. 16). Pablo entiende el anuncio del Evangelio entre los gentiles como una «función sacerdotal», pues lo que pretende conseguir es que los gentiles se conviertan a Dios y, mediante esta conversión, lleguen a ser una «ofrenda» santificada por el mismo Espíritu de Cristo que opera al presente 52, Si el Evangelio se ha difundido por toda la tierra llegando a todos los hombres, el Evangelio puede actuar a su vez como «poder de Dios para salvar a todo el que cree» (1,16). Por ello, se preocupa Pablo de abrir al Evangelio el mundo gentil. Y quiere, pasando por Roma, penetrar más dentro de ese mundo de los gentiles. De ahí que intente en su carta presentar todo el alcance de su misión a la comunidad cristiana de Roma. Su misión se entiende únicamente desde Cristo (v. 18). Só1o cuenta lo que Cristo obra en El y por él. Asa es la razón de que el Apóstol se presente a sí mismo y todo su ministerio en la única norma decisiva: la acción de Cristo en la hora actual. La consecuencia es que a Pablo ni siquiera le preocupa el haberse puesto con el mayor desinterés al servicio del Evangelio y el que su ministerio pueda ir acompañado por la demostración poderosa e impresionante del Espíritu que opera en él. Lo importante no es Pablo ni su presencia, sino Cristo que habla en el Evangelio.

En su ministerio entre los gentiles Pablo se atiene siempre a una norma fija: no predica «donde el nombre de Cristo ya había sido invocado», evitando así el «edificar sobre cimiento ajeno» (v. 20). Tiene que anunciarlo precisamente a quienes «no habían tenido noticia de él» (Is 52, 15). Al atenerse a esta regla, probablemente recuerda todavía el Apóstol las dolorosas experiencias que había vivido en la comunidad de Corinto con los misioneros itinerantes que se entrecruzaban, que defendían la causa de Jesús de una forma que a él le resultaba más que dudosa y que desorientaban a la comunidad (cf. 2Cor).
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50. Cf. el comentario a 1,8-15.
51. Véase la introducción al comentario.
52. Pablo utiliza aquí palabras e imágenes tomadas del culto y liturgia del Antiguo Testamento y del judaísmo, para definir su ministerio apostólico. Tal vez se ha sentido aquí movido por Is 66,19s: los mensajeros de Dios son enviados a los pueblos, «y anunciarán mi gloria entre las naciones, y traerán a todos vuestros hermanos de todas las naciones, y los ofrecerán como un presente al Señor...».
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2. ANUNCIO DE SU VISITA (Rm/15/22-32)

22 Por eso precisamente, me veía impedido tantas veces de llegar hasta vosotros. 23 Pero ahora, no teniendo ya campo de acción en estas regiones, y teniendo, además, desde hace muchos años, vivos deseos de llegar hasta vosotros 24 espero veros a mi paso, cuando emprenda mi viaje a España, y ser encaminado por vosotros allá, después de haber disfrutado un poco de vuestra compañía. 25 Pero de momento me encamino a Jerusalén, para realizar un servicio a aquellos hermanos. 26 Porque Macedonia y Acaya tuvieron a bien hacer una colecta en beneficio de los pobres que hay entre los santos de Jerusalén. 27 Tuviéronlo a bien, y aún tenían esa deuda con ellos. Porque, si los gentiles participaron de sus bienes espirituales, deben a su vez servirles con los bienes temporales. 28 Así pues, en cuanto haya cumplido este encargo y haya consignado en sus manos esta colecta, me encaminaré a España, pasando por vosotros. 29 Y sé que, yendo a vosotros, iré con la plena bendición de Cristo. 30 Pero os ruego hermanos, por Jesucristo nuestro Señor y por amor del Espíritu, que luchéis juntamente conmigo, dirigiendo a Dios oraciones por mi, 31 para que me vea libre de los incrédulos que hay en Judea, y para que mi servicio en beneficio de Jerusalén sea bien recibido por los hermanos; 32 de modo que, llegando a vosotros con alegría, por voluntad de Dios, pueda encontrar descanso a vuestro lado.

Hasta el presente, Pablo se había ocupado de la predicación del Evangelio en las regiones del Mediterráneo oriental. Ahora siente impulsos de viajar a Occidente, y como objetivo de su ulterior viaje misionero se ha propuesto España. De camino hacia allá desea también hacer una visita a la comunidad cristiana de Roma, para que le encaminen allá desde la capital del imperio.

Este pasaje es muy instructivo por lo que se refiere al objetivo misionero del Apóstol. ¿Cómo puede decir -escribiendo como escribe desde Corinto- que ya no tiene «campo de acción en estas regiones»? De hecho nosotros tenemos conocimiento de una actividad misional de Pablo en la región que se extiende de Siria hasta Grecia y que duró aproximadamente diez años. Y sabemos también que el Apóstol centró su ministerio principalmente en las grandes ciudades, como Éfeso, Filipos, Tesalónica y Corinto. Pero, además, Pablo estuvo constantemente de viaje para anunciar el Evangelio. De su actividad misionera surgió como una necesidad interna el establecimiento de comunidades cristianas. En esas comunidades los cristianos debían encontrar la ayuda necesaria para llevar una vida de fe, lo que para Pablo siempre equivalía a una vida de esperanza en el Señor que ha de volver. Y a través de sus cartas intentaba también mantenerlos y afianzarlos en tal esperanza. En cambio, Pablo se preocupó relativamente poco por las cuestiones de la organización eclesial. Suponía con una cierta naturalidad que lo necesario en ese sentido ya estaba hecho, si las comunidades conservaban ante sus ojos lo esencial de la fe y de la esperanza cristianas. Debió contar además con que las comunidades continuarían a su vez la acción misionera en medio de su entorno todavía pagano, sin que por ello hubiesen de desplegar un programa misionero propiamente dicho. Las Iglesias, y los cristianos dentro de ellas, ejercen una función de estímulo y propaganda con su sola existencia y forma de vida.

Pablo ha podido, por lo mismo, afirmar que ya no tiene «campo de acción» para detenerse por más tiempo en Oriente, y que considera como esencialmente cumplida su misión en aquellas regiones. Y, como lo que le preocupa, sobre todo, es aprovechar el tiempo y poner todas sus fuerzas a disposición de la causa del Evangelio, siente un impulso de avanzar hacia Occidente para seguir predicando allí el Evangelio como lo ha hecho hasta ahora y fundar Iglesias como centros de vida cristiana en medio de un mundo que sigue siendo pagano.

Antes de emprender este camino sólo le quedaba por cumplir una tarea, a saber, la colecta de las limosnas con destino a «los santos» de Jerusalén. Sin duda que la comunidad cristiana de Jerusalén, a causa de su situación social y económica dentro del judaísmo, estaba especialmente necesitada de los socorros de la diáspora. Según Gál 2,10, Pablo se había declarado en el concilio de los Apóstoles dispuesto a prestar dicha ayuda de parte de las comunidades cristianas53. ICor 16,14 y 2Cor 8-9 proporcionan un testimonio fehaciente de cuán en serio mantuvo Pablo esta promesa.

La vinculación con la comunidad cristiana de Jerusalén tuvo para él tanta importancia, pese a todas las tensiones, por lo que se refería a la misión entre los gentiles (cf. Gál 2,1-16), incluso por razones de otro tipo, que pensó en entregar personalmente la colecta. La comunión, que Macedonia y Acaya procuraban mantener con la Iglesia jerosolimitana por medio de su «colecta» *, es una comunión de «deuda» recíproca (v. 26s). Los cristianos de la gentilidad han tenido parte en los «bienes espirituales» de la comunidad de Jerusalén. Por ello parece justo que también ellos hagan partícipes a su vez de una ayuda económica a los que están necesitados. Para Pablo Jerusalén continúa siendo el centro del pueblo de Dios, aunque Israel haya negado su fe y obediencia a la revelación salvífica de Dios en Cristo.

En el v. 19 describe Pablo el camino de su ministerio: «partiendo de Jerusalén», aun cuando personalmente no había misionado ni en Jerusalén ni en Judea. Jerusalén no es ciertamente el lugar destinado a su actividad; pero es el punto de partida del Evangelio para todos los pueblos. Aquí Pablo se mantiene fiel a su tradición judía, aun cuando sepa que en el fondo ha sido superada por Cristo y puesta fuera de curso. Pero Jerusalén es para Pablo no sólo el centro del antiguo Israel y de sus promesas, sino ante todo el lugar de la revelación escatológica de Dios; lo ha sido ya con la muerte y resurrección de Jesús, y lo será también al final de los tiempos, de acuerdo con las esperanzas escatológicas del judaísmo, cuando los pueblos se congreguen y lleven sus dones a la nueva ciudad de Dios. Con la colecta en favor de Jerusalén se cumple ya simbólicamente esa reunión y ofrenda de los pueblos al Dios de la salvación escatológica.

En los últimos versículos de su carta Pablo expone una vez más su visita a Roma, en el marco precisamente de su nuevo plan misionero. Pero su alegría por esta perspectiva se ve notablemente turbada por una preocupación que evidentemente le atormenta: tiene que «luchar» (cf.v. 30) en sus oraciones por causa del viaje de la colecta en el que se encuentra. Los enemigos de su obra le aguardan en Judea. Son los círculos judíos que censuran su dedicación a los gentiles. Pablo los llama «incrédulos» o desobedientes, dando a entender que se han resistido al Evangelio no dándole crédito. El Apóstol se siente amenazado por ello. Se trata evidentemente de los círculos judíos que ejercen en Jerusalén una cierta presión sobre la Iglesia local, hasta el punto de que ésta debió de aguardar no sin alguna preocupación la colecta de Pablo como signo de solidaridad de los cristianos gentiles con los judeocristianos. Como quiera que sea, la preocupación del Apóstol, expresada en el v. 31, se refiere a dicha confrontación con la comunidad judeocristiana, que todavía no debió haber adoptado una actitud única frente a la obra misionera de Pablo.
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53. Véase también Hch 11,29. * El texto original griego no dice «colecta», sino «comunión» (koinonian) puesto que la comunión se realizaba (aparte otros medios) por la colecta (cf X. LEON-DUFOUR. Vocabulario de teología bíblica, Herder. Barcelona 5, 1972. v. Comunión, NT, 1. [Nota del traductor]
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CONCLUSIÓN DE LA CARTA 15,33 BENDICIÓN (Rm/15/33)

33 El Dios de la paz sea con todos vosotros. Amén.

Pablo concluye el anuncio de su visita con una breve bendición. «El Dios de la paz» (cf. 16,20; 2Cor 13,11) es el Dios que crea la comunión y la unidad. Cuando, desde el punto de vista humano, hay poca esperanza de tal comunión y del triunfo de la obra divina, Dios hace precisamente que el hombre espere y obre contra toda esperanza. Esta idea ha orientado y sostenido al Apóstol incluso en su situación bien crítica.