CAPÍTULO 5


2. EXHORTACIÓN A LOS PASTORES DE LA GREY DE DlOS (5,1-5)

a) Exhortaciones a los ancianos (5/01-04).

1 Así pues, a los ancianos que están entre vosotros, exhorto yo, anciano como ellos, con ellos testigo de los padecimientos de Cristo y con ellos participante de la gloria que se ha de revelar:...

La carta va dirigida a las comunidades en cuanto tales, a todos sus miembros. Esto se muestra aquí por el hecho de que con el aditamento «entre vosotros» se destaca la categoría de los dirigentes. Pedro se dirige a los ancianos y él mismo se designa, en unión fraternal, como uno de los ancianos, como ellos. «Anciano» es un cargo y designa un sacerdocio especial distinto del sacerdocio común, del «sacerdocio santo» (2,5), que forman todos los cristianos.

La exhortación a los ancianos se introduce con las palabras así pues. Hemos acabado de oír hablar del cumplimiento del deber en la vida cotidiana -pese a los sufrimientos-, y antes se habló todavía de la conexión entre sufrimiento y gloria (4,13). Empalmando con ello dice el apóstol: También los ancianos -y ellos muy especialmente- tendrán necesidad de practicar el bien en el cumplimiento diario del deber, y con la esperanza en la gloria eterna deberán asociar la convicción de la necesidad de la cruz.

2a Apacentad el rebaño de Dios que está entre vosotros...

La primera palabra es significativa tocante al espíritu de esta sección: Apacentad. Pedro mismo recibió del Señor este encargo: «Apacienta mis ovejas» (Jn 21,16). En el Antiguo Testamento se hallan ideas semejantes: «Apacentar» implica soberanía de rey y guía comprensiva 63. El que apaciente tiene que cuidarse del pasto y del agua. Proporcionará a su rebaño alimento espiritual, como Jesús, que se compadecía de las multitudes y las instruía, pues se hallaban «como ovejas sin pastor» (Mc 6,34). Pero con especial solicitud se cuidará de los pequeños y de los débiles y buscará a los extraviados. Más aún, a ejemplo de Cristo ha de estar dispuesto a dar su vida por sus ovejas. El pastor es el jefe del rebaño, del que depende su prosperidad. Un pastor sin rebaño se pierde. Por ello es tanto más significativo el requerimiento de «apacentar» que se hace a los ancianos. Pedro parece ser consciente de su posición privilegiada. ¿En este «apacentad» no se encierra ya algo de la futura estructura jerárquica de la Iglesia?
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63. Cf. Is 44,28; Zac 11,4-7; Ez 3-4,13; Jn 10,4.
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2b ...vigilando, no obligados por la fuerza, sino de buen grado, según Dios;...

El encargo general de apacentar el rebaño de Dios se desarrolla en tres exhortaciones particulares. Cada vez se contrapone la imagen del buen pastor a la del malo. La primera instrucción presupone la institución oficial de los ancianos. Con toda seguridad no se les impuso su cargo a la fuerza. Pero a lo largo de los años de servicio se daba la posibilidad de sentir este cargo como una carga. Con las palabras de buen grado se indica un cumplimiento gozoso del deber, su desempeño voluntario y espontáneo. Tal opción voluntaria es «según Dios», conforme a Dios, cuando hay sumisión a su voluntad, aceptación de su voluntad, unión con ella. El Hijo de Dios dio voluntariamente «su vida por las ovejas» (Jn 10,11).

2c ,..y no por sórdida ganancia, sino con generosidad;...

«No por sórdida ganancia» podría quizá expresarse mejor, aunque menos literalmente, por «no para aprovecharse». Ya en aquel tiempo parece haber sido un abuso del clero el sacar provecho a costa de la comunidad. La exhortación presupone que los ancianos -a los que quizá pudiéramos compararlos con nuestros párrocos- recibían un sueldo o donaciones voluntarias de los fieles, conforme a la norma del Señor: «El obrero merece su sustento» (Mt 10,10). Pedro no rechaza la remuneración de los ancianos por la comunidad. Lo que reprueba es la avidez de lucro, la codicia de las clérigos. Cuando los miembros de la comunidad solicitan servicios de anuncio de la palabra o administración de sacramentos, deben prestarse con generosidad, sin dejar de oír ni una palabra de compensación o de honorarios.

3 ...no como poseedores de un lote, sino siendo modelos para el rebaño.

Pedro presenta aquí un tercer aspecto de la misión del pastor: «Apacentad». Los ancianos no deben dominar como dictadores sobre su lote. Esta palabra designa en el Antiguo Testamento la parcela de tierra, la propiedad que tocó en suerte como patrimonio a las tribus de Israel. Pero también Israel se entendía como «el pueblo y la heredad» de Dios. Así el apóstol pone en guardia a los ancianos contra el dominio despótico sobre las comunidades, ya que éstas no son patrimonio de los ancianos, sino propiedad y heredad de Dios.

Un segundo significado se percibe todavía en esta palabra, a saber, el de «grado jerárquico». Se quiere dar a entender el puesto en la jerarquía de la comunidad, clérigos y laicos, que a cada uno se confirió real o sólo figurativamente mediante la asignación de un puesto. En este sentido, se trata de una advertencia contra la modificación o colación arbitraria de los cargos en las comunidades. Al rebaño de Dios no se le debe inquietar sin necesidad.

Los ancianos deben dar a la comunidad ejemplo de fiel cumplimiento del deber. Deben, ir por delante como Cristo (2,21) y dejar al rebaño su ejemplo, sus «huellas» (2,21) como la mejor exhortación. Para guiar a los súbditos con el ejemplo se requiere el cumplimiento de los deberes cotidianos con toda humildad y teniendo ante los ojos la admonición de Jesús: «El que quiera ser entre vosotros primero, sea esclavo de todos» (Mc 10,44).

4a y cuando se manifieste el mayoral de los pastores...

El título de mayoral designa una profesión. El mayoral recibe sus encargos de un señor rico que posee grandes rebaños. En el ejercicio de su función le ayudan otros pastores que están bajo su vigilancia. Cuando Pedro designa a Cristo como mayoral o pastor supremo, esto quiere decir que Cristo es pastor juntamente con los ancianos, pero como su cabeza. A ellos, que son sus pastores auxiliares o sus lugartenientes, les dará encargos y les otorgará su recompensa conforme a su solicitud por el rebaño.

Tienen que apacentar el rebaño de Dios, que es a su vez el rebaño de Cristo 64. A su retorno examinará Cristo si ha crecido su rebaño, qué rendimiento ha dado, cuántas reses se han perdido. En la imagen del pastor supremo, al que el Padre dio las ovejas (Jn 10,29), pero que dio a otros el encargo de apacentarlas con él y como sus representantes (Jn 21,16), asoma el misterio de la sucesión apostólica. Lo que a nosotros más nos asombra en el orden salvífico de Dios no parece ser siquiera el hecho de que el oficio pastoral pasara de los apóstoles a las manos de otros, sino el que el Padre confiara a Cristo el cuidado del rebaño de Dios y el que Cristo lo confiara a hombres débiles.

4b ...conseguiréis la gloriosa corona de amaranto.

El apóstol no se detiene en la imagen escueta de un mayoral que paga el sueldo a sus pastores auxiliares, sino que pasa a la imagen regia de la coronación. Aquí confluyen todas las representaciones de alegría, de triunfo y de realeza. Pedro propone a los pastores que se hayan hallado fieles una corona de inmarcesible amaranto 65. Esta corona de flores de un rojo oscuro es símbolo de la gloria imperecedera de Dios, de la que ellos mismos serán partícipes. Gloria eterna será su recompensa y el premio de su victoria. Así, la exhortación a los pastores y ancianos termina en esta carta pastoral con una mirada dirigida al triunfo eterno. Todos los defectos del clero de que se hablaba en 5,2s. parecen olvidados, e irrumpe la elevación de ánimo, fundada en el poder de la redención de Cristo.
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64. Cf. Jn 10,27-30; 7.Mt 25,31-46; Hb 13,20
65. El amaranto es una conocida planta de jardín: una mata baja, con flores oscuras, que cuelgan muy largo. En España es conocida la variedad llamada «moco de pavo».
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b) Exhortación a los jóvenes (5/05).

5a Igualmente vosotros, jóvenes, someteos a los ancianos.

Como en el caso de los ancianos, tampoco en el de los jóvenes se trata en primer lugar de edad, sino de categoría en el orden eclesial, de un título. Estos jóvenes deben seguramente entenderse como auxiliares y cooperadores de los prepósitos de las comunidades y pueden considerarse como un grado preparatorio de los clérigos inferiores. En los Hechos de los apóstoles aparece por primera vez tal servicio auxiliar en la administración de las comunidades, desempeñado por jóvenes: «jóvenes» son los que llevan a enterrar a Ananías (Act 5,6).

La subordinación de los jóvenes a los ancianos, tan difícil en todos los tiempos, la ve Pedro con los ojos de la fe. Así no es una humillación, sino una posibilidad de poner en práctica el primer y supremo mandato, el del amor de Dios.

c) Exhortación a todos.

5b Revestíos todos de humildad en servicio mutuo, porque «Dios resiste a los soberbios y da su gracia a los humildes».

La última razón por la cual san Pedro exhorta tan a menudo y con tanto empeño a la sumisión, no es para que la vida de la comunidad se deslice sin fricciones. Es decisiva la idea de que el humilde es agradable a Dios y semejante a Cristo. Está en gracia con Dios. En servicios mutuos y también precisamente en trabajos humillantes avanza el discípulo en la imitación de Cristo, que vino a dar satisfacción por la soberbia del hombre mediante un servicio de obediencia. Todos, clérigos y laicos, deben ceñirse la humildad como un cinturón.

Pedro pensaba quizás en la última noche de Jesús en el cenáculo: «...se levanta de la cena, se quita el manto y, tomando una toalla, se la ciñó. Luego echó agua en el lebrillo y se pone a lavar los pies a los discípulos y a secárselos con la toalla que se había ceñido» (Jn 13,4s). Tal es el ejemplo que hay que imitar, tales son las «huellas» (2,21) que han de seguir todos los cristianos.

3. EXHORTACIÓN A PERSEVERAR (5/06-11).

a) Exhortación a la confianza en Dios (5,6-7).

6 Humillaos, pues, bajo la poderosa mano de Dios, para que os exalte a su tiempo.

El apóstol piensa en otra manera de humillación. Ésta recibe su nota especial de la imagen de la poderosa mano de Dios. Ya ha habido persecuciones y otras están inminentes. Pedro aconseja: Dejaos humillar y doblegar por hombres que no son sino instrumentos de Dios, pues así entráis en la esfera de dominio de Dios. La omnipotencia de Dios que juzga, pero que también cuida del hombre en su «poderosa mano». La mano que es activa y eficiente es símbolo del eficaz despliegue de poder por Dios. En el Antiguo Testamento, sobre todo en relación con el éxodo de Egipto, se habla constantemente de la «mano del Señor», que es más fuerte que la «mano de los egipcios». «Aquel día libró Yahveh a Israel de las manos de los egipcios, cuyos cadáveres vio Israel en las playas del mar. Israel vio la mano potente que mostró Yahveh para con Egipto, y el pueblo temió a Yahveh» (Ex 14,30s). Bajo esta mano poderosa deben dejarse humillar los cristianos por los golpes de la fortuna. Esta mano de Dios tendrá poder para levantarlos de nuevo.

En el espíritu y con palabras de nuestra carta informa el año 177 la comunidad de Lyón a las de Frigia sobre el triunfo de los mártires, que algunos de entre ellos habían reportado con la poderosa asistencia de Dios: «Tales aflicciones hubieron de soportar las Iglesias cristianas bajo el mencionado emperador... Se habían humillado bajo la poderosa mano de Dios, por la que ahora han sido tan exaltados» 66
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66. Transmitido por EUSEBIO, Hist. Eccl. v, 2.
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7 «Echad sobre él» todas «vuestras preocupaciones», porque él cuida de vosotros.

Como quien pone un peso sobre una bestia de carga deben los cristianos descargar en el Padre celestial sus preocupaciones. El Salmista, puesto en aprieto por sus enemigos, cobró ánimos con estas palabras: «Echa sobre Yahveh tu cuidado, porque él te sostendrá» (Sal 55 [54], 23) 67. En medio de todos los sufrimientos de las persecuciones no olvidará Dios a sus comunidades. Más aún, nadie se cuidará de ellas tanto como él. Cierto que no se le pueden dar prescripciones sobre cómo lo ha de hacer. Animados por la fe debemos confiarnos a Dios.

Anteriormente se ha dicho que debemos perseverar en la práctica del bien y dejar a Dios el cuidado de nuestro yo (4,19). Descargar nuestras propias preocupaciones en Dios no excluye que nosotros nos preocupemos por otras personas, ya que tratamos de hacerles bien. Así entendieron las primeras comunidades las nada fáciles palabras del Señor: «No os afanéis... Buscad primero el reino y su justicia» (cf. Mt 6,25-34). Debemos ser para con el Padre celestial como un niño pequeño, que, despreocupado del propio futuro, sólo piensa en cómo podrá dar gusto a su padre obedeciéndole (cf. 1,14).
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67. La liturgia utiliza acertadamente este texto como gradual el tercer domingo después de pascua. La epístola está tomada de nuestro texto 1P 5,6-11, el evangelio, de Lc 15,1-10: el buen pastor busca la oveja perdida y la vuelve al redil sobre los hombros.
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b) Exhortación a la vigilancia (5/08-09).

8 Sed sobrios, velad. Vuestro enemigo, el diablo, como león rugiente, ronda buscando a quién devorar.

El versículo comienza con un doble y abrupto grito de alarma, lanzado en un apuro extremo. Los fundamentos de la fe se hallan en peligro... ¿Se hacen todos bien cargo de la situación?

Tratemos de representarnos el cuadro. Una vez que el rebaño ha sido recogido en el redil para pasar la noche, poco pueden de suyo con él las bestias feroces. El redil está protegido con un cerco de piedras y con un seto formado por una maraña de espinas. Sin embargo, en medio de la noche parece de repente retumbar la tierra: A muy poca distancia ruge un león. Un terror pánico invade a todo el rebaño. «Las ovejas corren como locas hacia el seto de espinas, las cabras gritan con fuerza, bueyes, vacas y terneros se apiñan en montones confusos lanzando fuertes mugidos de miedo, el camello trata de romper todas las cadenas para poder escapar, y los perros animosos, que no temen luchar con leopardos y hienas, dan fuertes ladridos lastimeros y corren desesperados a refugiarse cerca de su amo». El león ruge en presencia de un cercado de ganado «con la intención de hacer que el ganado allí encerrrado se escape movido ciegamente por el miedo».

En un cuadro semejante ve san Pedro los acontecimientos que se aproximan en Asia Menor. Los enemigos de la Iglesia de Cristo, tras los cuales se oculta el poder del demonio, intentarán intimidar con amenazas a los creyentes. El apóstol les grita y les conjura: ¡Sed sobrios! ¡Daos bien cuenta de la situación! El león ruge para infundiros un temor pernicioso. Sólo quiere atemorizaros, para que confusos y desconcertados abandonéis el rebaño y el redil, único que puede ofreceros protección, y huyáis. Entonces, cuando hayáis abandonado a Cristo, a su pastor y a su rebaño, seréis presa de la muerte.

9a Resistidle firmes en la fe.

Las ovejas de Cristo, en vista del león rugiente, deben mantenerse firmes sin vacilar. Mediante su fe deben participar de la firmeza de Dios. Su unión con Dios les dará fuerza para mantenerse con calma en su puesto incluso cuando parezcan desencadenarse los poderes del infierno, cuando los enemigos traten de hacerlas vacilar con amenazas y tormentos.

Sólo puede haber verdadera firmeza allí donde subsiste algo invariable e inamovible. Esto no sucede en las cosas de la tierra. La verdad, la belleza, la justicia y el amor de Dios, en cambio, no cambiarán nunca, permanecerán eternamente los mismos: para Dios, lo bueno permanecerá eternamente bueno, y lo malo será eternamente malo. A esta tranquilidad de la eternidad, a la eternidad de Dios miran los «forasteros y peregrinos» (2,11) ya desde ahora. Con valiente esperanza han echado allí su ancla espiritualmente, mientras la tempestad sigue enfurecida y amenaza con desbaratar su nave. Su fe les da fuerza para perseverar y mantenerse firmes aunque caiga sobre ellos una noche oscura y no se descubra ya la menor luz terrena que les sirva de punto de mira 69.
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69. Cf. también sobre tal constancia Lc 21,17-19; Sant 4,7.
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9b y sabed que a la comunidad de hermanos vuestros dispersa por el mundo perfeccionan estos mismos padecimientos.

A la exhortación sigue todavía este breve aditamento. En primer lugar ha de estimular consolando: No estáis solos, a las otras comunidades del mundo entero les sucede lo mismo. También en ellas se comienza ya por los años 63/64 a amenazar con tormentos y muerte si alguien se mantiene firme en su adhesión al cristianismo. Aparte este pensamiento consolador se deja oir, como en voz baja, que también los remitentes de esta carta en Roma, en esta «Babilonia» (5,13), tienen por lo menos tanta razón como ellos para desanimarse. Los cristianos no deben tomar demasiado en serio sus propias preocupaciones, sino verlas en el gran marco de la Iglesia universal. La mirada se extiende de las comunidades particulares a la entera Iglesia de Cristo.

Aquí no es la Iglesia el «rebaño de Dios», como tampoco la «casa de Dios» ni el «cuerpo de Cristo», sino la comunidad de hermanos. Desde un principio habían adoptado la usanza veterotestamentaria de llamarse unos a otros «hermanos» y «hermanas» 70. Se consideraba como un rasgo esencial de la Iglesia el hecho de constituir una comunidad de hermanos, que podían llamar «Padre» al mismo Señor (1,17); porque por su palabra viva se ha comunicado a todos ellos una vida nueva (1,3.23). Pero como Dios ama a sus hijos, precisamente por ello hace que sean educados, corregidos y purificados en común. Este proceso doloroso tiene que consumarse ahora en ellos: la vida cristiana se desarrolla en el tiempo final. Ya ha llegado el momento en que el juicio ha de comenzar por la casa de Dios (4,17). Los hermanos, separados en el espacio, pero unidos en espíritu, sufren en común como «sacerdocio regio».
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70. Cf. por ejemplo, Act 2,29; 3,17.22, ICor 9,5. Notemos, en cambio que Cristo habla de sus «hermanos» y «hermanas» refiriéndose a los que le siguen (por ejemplo, Mc 3,33-35), pero nunca interpela a nadie como «hermano».
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c) Mirada final a la eterna gloria (5/10-11).

10 El Dios de toda gracia, el que os llamó a su eterna gloria en Cristo, después que hayáis padecido un poco, os restablecerá, confirmará, robustecerá y hará inconmovibles. 11 A él el poder por los siglos de los siglos. Amén.

Una vez más se vuelve al gran asunto de la constancia y el buen ánimo. La meta es la «eterna gloria», en la que irrevocablemente, triunfalmente volverán a ponerse en pie los resucitados. Siguen cuatro verbos que pintan esta maravillosa obra corpórea y espiritual de Dios, la resurrección de la carne. Se habla de una cuádruple acción que Dios mismo -esto se subraya expresamente- emprenderá con los creyentes. Se dice en primer lugar que Dios Padre restablecerá a sus hijos. La misma palabra griega se usa para hablar de la reparación de las redes estropeadas (Mt 4,21). Con los cuerpos destrozados por las fieras en la arena del circo emprenderá Dios una labor no menos dificultosa. Reunirá los huesos, análogamente a lo que vio Ezequiel en su visión del gran campo de esqueletos 71. Además, los confirmará de modo que no puedan ya vacilar y flaquear. Lo que ahora es todavía el quehacer de Pedro, a saber, el de «confirmar» a los hermanos en la fe (Lc 22,32), lo asumirá entonces el Padre: en lugar de la fe les otorgará la visión. También los robustecerá. Les conferirá fuerza y vigor juvenil, como a luchadores fatigados y sedientos los refrigerará en las «fuentes de aguas de vida» (Ap 7,17; 21,1). Y finalmente «hará inconmovible» esta «casa espiritual» formada de «piedras vivas» (2,5), esta «nueva Jerusalén» (Ap 21,2.10), fundamentándola en su amor divino. Entonces se podrá decir en verdad de estos «forasteros y peregrinos»: «Arraigados y cimentados en el amor, seáis capaces de captar, con todo el pueblo, cuál es la anchura y largura, la altura y profundidad» de Dios (Ef 3,17s).
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71. Cf. Ez 37,1-10.
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CONCLUSIÓN (5/12-14)

1. RECAPITULACIÓN DE LA CARTA (5,12).

12a Por Silvano, vuestro hermano fiel según creo, os escribo brevemente...

De esta observación final no se desprende claramente qué clase de intervención tuvo Silvano en esta carta. Se le podría designar como colaborador en la redacción de la carta o también como portador de la misma. Seguramente sería ambas cosas. Silvano no sólo es recomendado a las comunidades como hermano fiel, que como tal hará llegar fielmente la carta a su destino. También se proyecta luz sobre su carácter y además deben saber los hermanos en Asia Menor que pueden fiarse de las explicaciones orales que añada Silvano a este breve escrito73.

Sorprende el inciso según creo. Este aditamento sólo tiene sentido, caso que pueda aprovechar al portador. Sin embargo, esta observación sólo adquiere tal valor para un hombre como Silvano si los destinatarios saben quién se oculta tras esta opinión privada: una personalidad, que no obstante su modestia como de miembro que forma parte de un colegio (5,1), es consciente de su posición dirigente, y que sabe además que una opinión formulada por él, aunque sólo sea de paso, tiene su peso en las comunidades. Todo esto se supone si pensamos en Pedro «apóstol de Jesucristo» (1,1).
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73. Cf. sobre tal comentario oral Hch 15,27: el calificativo de «fiel» se da en Ef 6,21 al portador Tíquico, en ICor 4,17, a Timoteo.
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12b ...para animaros y para testificar que ésta es la verdadera gracia de Dios, en la que os mantenéis firmes.

Con pocas palabras da Pedro una idea del contenido de toda la carta. Había escrito para «animar» y para «testificar». En primer lugar se menciona el término animar, palabra que en el texto griego original significa propiamente «llamar a voces». Pedro quería decir a las comunidades que tuviesen ánimos, quería dirigirles palabras de consuelo. Cada línea de la carta está animada por el deseo de infundir ánimos a los fieles, como un buen pastor grita a las ovejas, las atrae, les dirige buenas palabras y anima a las que fatigadas quieren quedarse atrás, recordándoles la meta que todavía deben alcanzar aquel mismo día. La segunda palabra, testificar, tiene propiamente el significado de completar un testimonio. Pedro apoya con su autoridad la predicación de los heraldos de la fe, de quienes se había hablado en 1,12: «los que os evangelizan». Confirma su ortodoxia y la rectitud de su enseñanza, en la que ocupaban un puesto central las palabras sobre la cruz y la esperanza de la resurrección. Parece que ya entonces se daba importancia a la confirmación de una doctrina por aquel apóstol que residía en Roma y al que el Señor había confiado la dirección suprema.

Finalmente, se habla por última vez de la verdadera gracia. Todo lo que a lo largo de la carta se ha dicho sobre la gracia se trae ahora a la memoria de los lectores. Sobre todo hay que pensar en aquellos pasajes en los que se habló del sufrimiento como de una gracia, es decir, una muestra de favor por parte de Dios, y a la vez de un estado (estar en gracia con Dios) 74. En esta gracia deben mantenerse los cristianos, deben tener el valor de penetrar en esta benevolencia de Dios, con frecuencia tan dolorosa en los principios, mantenerse firmemente en ella y perseverar constantes en la misma en medio de cualesquiera golpes de la fortuna. Para el tiempo incierto de la persecución envía el apóstol sus palabras normativas: Precisamente en el sufrimiento habéis de ser verdaderos «cristianos» (4,16), agradables a Dios. Sedlo, pues, con alegría (4,13).
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74. 2,19s; cf. 3,14-16.
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2. SALUDOS (5,13-14a).

13 Os saluda la Iglesia que está en Babilonia, elegida como vosotros, y mi hijo, Marcos. 14a Saludaos unos a otros con ósculo de amor.

La palabra «Babilonia» 75 nos hace volver con el pensamiento al saludo introductorio (1,1). Destinatarios y remitentes viven todavía igualmente en el exilio, es decir, en un país muy lejano y desterrados de la patria. La comunidad de Roma, exactamente como comunidad, como unidad espiritual y sobrenatural, envía saludos a las comunidades del Asia Menor. San Pedro añade a esto todavía una última recomendación que brota de un corazón lleno de amorosa solicitud: Las comunidades deben permanecer también unidas entre sí con verdadero amor. En muchos pasajes del Nuevo Testamento se habla del «ósculo santo», con el que deben saludarse mutuamente los cristianos 76. Sin embargo, sólo Pedro habla del ósculo de amor. Para él se trata de algo más que del ósculo de paz en la celebración de la liturgia. Estas palabras dejan percibir su solicitud pastoral y la responsabilidad que siente por la concordia y por la unidad de toda la grey, que se ha de lograr no sólo por su dirección, sino también gracias al amor mutuo. La grey está ya extendida «por todo» (kath'holon) el mundo conocido. En verdad ha venido a ser ya «católica». Sin embargo, no será suficiente que los cristianos en particular, en los más diferentes lugares, perseveren hasta la muerte en la verdadera doctrina. Lo que ha de hacer que resplandezca el verdadero ser de la Iglesia es la unidad de las comunidades y de los grupos de comunidades entre sí, atestiguada en el amor mutuo. Porque, en efecto, ha de ser una, «para que el mundo crea» (cf. Jn 17,21) que esta comunidad no es obra humana, sino un trasunto, aunque débil, del amor entre las personas divinas.
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75. El nombre simbólico de Babilonia procede del Antiguo Testamento. Babilonia en el Eufrates era enemigo hereditario de Israel y se consideraba entre los judíos como arquetipo de impiedad y corrupción pagana. Entre los judíos y cristianos de los tiempos de san Pedro se ha convertido, ya mucho después de su destrucción, en encarnación del poder político que domina el mundo, y así se aplicó este nombre a Roma, que era entonces la metrópoli de la potencia mundial pagana.
76. Cf. Rom 16,16; ICor 16,20; 2Cor 13,12; ITes 5,26. El ósculo era en la antigüedad la forma normal del saludo; cf. Lc 7,45.
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3. DESPEDIDA (5,14b).

14b Paz a todos vosotros los que estáis en Cristo.

En este saludo final leemos la más bella calificación de la Iglesia. Es la comunidad de los hombres que están en Cristo, la comunidad de todos los que sufren y triunfan en unión con Cristo. En estas palabras finales de saludo (escritas seguramente como firma por la mano del apóstol) se piensa en dos grupos de destinatarios; la mirada se dilata mientras todavía está escribiendo Pedro. Quiere desear la paz a un círculo más extenso que las comunidades a que se había dirigido hasta ahora. No dice solamente: Paz a todos vosotros en Cristo, sino: a todos vosotros los que estáis en Cristo. Con un corazón abierto de par en par abraza también a las otras muchas comunidades de las que no tiene noticias concretas, pero que sabe que tienen que sostener la misma lucha, puesto que siguen a Cristo. ¿Es que presiente que su carta no tardará en extenderse en copias por todo el imperio romano?

Después de que en la parte final, desde 4,12, se había vuelto a recordar un tema tras otro, después de que la palabra «paz» ha evocado de nuevo la introducción (1,2), escribe Pedro como última palabra dejada expresamente para el fin, y que domina la carta entera: Cristo. El deseo de serle semejante, la mirada a su modelo, a sus huellas, el pensamiento de sus sufrimientos terrenos y de su muerte, de su victoria sobre los poderes, de su resurrección y de su estar sentado a la derecha del Padre, son las fuerzas que en esta carta, versículo tras versículo, habían inducido a un desarrollo más amplio, que le habían dado su plenitud de vida, su vigor entusiástico y ese tono que con frecuencia afectaba personalmente a los lectores. Esta palabra, escrita aquí por una mano torpe de pescador, es quizá la más bella expresión de esa misteriosa unidad de amor que existe entre Cristo, su vicario y la grey, desde que un día, en la ribera oriental del lago fueron cambiadas aquellas palabras: «Simón, hijo de Juan, ¿me amas?»-«Sí, Señor, tú sabes que te quiero.» «Apacienta mis ovejas» (Jn 21,16).