CAPÍTULO 4


IV CONSTANCIA EN LAS TENTACIONES (4/01-06)

Todavía estamos en la segunda de las tres partes principales de la carta que comenzaba en 2,11 con la interpretación «carísimos». Allí se habían resumido en dos versículos (2,11s) los temas de esta parte: la abstención de los deseos carnales y la buena conducta entre los paganos. Una vez desarrollado el primer tema desde diferentes puntos de vista, vuelve Pedro de nuevo al primero, el de la sobriedad en el combate.

1. EXHORTACIÓN (4,1-2).

1a Habiendo, pues, padecido Cristo en carne, armaos también vosotros de la misma actitud...

En 2,11 se había hablado de los «deseos carnales que combaten contra el alma». La vida en la tierra es tiempo de lucha. Para el desenlace de esta lucha tienen las armas importancia decisiva. En la carta a los Efesios enumera el apóstol toda la «armadura de Dios» (Ef 6,11.14ss). La verdad es el cinturón, la justicia es la coraza, los pies están calzados «prontos para el Evangelio de la paz», la fe es el escudo, la salvación sirve de casco, y la palabra de Dios, de «espada del Espíritu». Habla también más en general de las armas ofensivas y defensivas «de la justicia» (2Cor 6,7) y exhorta a revestirse de «las armas de la luz» (Rom 13,12).

Pedro es de nuevo mucho más sobrio y sencillo: las comunidades han de armarse de la misma actitud de Cristo. Esta actitud consistió en tomar carne para «aprender la obediencia (Heb 5,8) sufriendo en la carne. La mejor arma para conquistar la salvación y la vida es imitar a Cristo en su prontitud para el sufrimiento y para llevar la cruz conforme a la voluntad de Dios...

1b ...-porque el que padeció en la carne ha quedado desligado del pecado-, 2 para vivir el resto de vuestra vida mortal, no según las pasiones humanas, sino según la voluntad de Dios.

San Pedro se refiere a ese padecimiento en la carne que -enviado por Dios- se prueba libremente y se acepta voluntariamente. Tal actitud no sólo salva el alma, sino que la fortalece. Un hombre que ha llegado hasta el misterio de la cruz, se ha desligado ya anteriormente del pecado. Su intento de «armarse» con los sentimientos de Cristo entraña un ascenso interior.

La imitación amorosa del Señor hecho carne consiste en concreto en realizar la voluntad de Dios en la vida. Es la misma voluntad cuyo cumplimiento constituía el «alimento» de Jesús (Jn 4,34). De esta misma y única voluntad brotará en la aflicción una gran paz interior que contrasta con los muchos deseos, ansiedades y cuidados terrenos, con las «pasiones humanas». El misterio singular de la asimilación de los sentimientos de Cristo se cifra precisamente en que un «yugo», al parecer pesado (Mt 11,29), confiere al alma paz, refrigerio y fortaleza.

2. MIRADA RETROSPECTIVA (4,3).

3 Ya basta con el tiempo empleado en hacer la voluntad de los gentiles, viviendo en desenfrenos, pasiones, libertinajes, orgías, bebidas y abominables idolatrías.

La palabra «basta» tiene cierto dejo amargo. Si atendemos al versículo precedente y al siguiente, tenemos la sensación de que en las comunidades cristianas no desaparecieron tales vicios con el bautismo. Sin embargo, no se amonesta directamente. El apóstol habla de los vicios como de cosas del pasado. Además acepta como excusa que se hubieran dejado influir por el ambiente: más que pecar por propia voluntad, habían cedido irreflexivamente a la voluntad de los gentiles. Aquel obrar sin voluntad como los otros era precisamente lo contrario de su actual respuesta dada a la voluntad de Dios con voluntaria y libre decisión..

Gentes que se entregan a un vicio abrigan siempre el deseo de mover a otros a proceder como ellos, de censurar a los que tienen por aguafiestas. Esto se verificaba todavía más en tiempos en que la vida pública y el mérito se regían, en gran manera, por estos vicios autorizados oficialmente. Basten como ejemplos la espléndida construcción recubierta de mármol de un burdel descubierto en las excavaciones de Éfeso, las casas de lenocinio de la acrópolis de Corinto o el teatro en la Roma imperial. Pedro traza un triste cuadro de la prehistoria de los bautizados. Pero son esas mismas personas, a las que, consideradas como el verdadero Israel (1,13-2,10), ha interpelado como «linaje escogido», como «sacerdocio regio» (2,9). ¡Cuánto valor y cuánta fe se requiere para mantener los ojos fijos en el fin sin dejarse ofuscar!

3. EXTRAÑEZA E INSULTOS DE LOS OTROS (4,4).

4 Por eso se asombran de que no concurráis a ese desbordamiento de liviandad y os insultan.

Se trata aquí de ese asombro que muestra el mundo cuando irrumpe algo de la realidad divina en el ambiente que les es habitual. Parecía tan natural todo eso que ahora de repente es calificado de malo por algunos... Cierto que estos no hablan de tales cosas, pero ya no las practican como los otros. Esto se siente como un reproche. Le quita a uno el sosiego. ¿Por qué, pues, no proceden como ellos?

En un principio se recurre a buenas palabras. Pero cuando éstas no dan resultado, se convierte la actitud en odio e insulto de los que «forman corro aparte». Por fuentes no cristianas sabemos la gran sensación que ya en el siglo l producían los cristianos con su nuevo estilo de vida. Su manera sobria de ser devotos (cf. 4,7b) los distingue esencialmente de todas las demás religiones. Muchas cosas actuaban como un cuerpo extraño en la sociedad y, no obstante, se sentía en lo más hondo que en aquel modo de comportarse había algo justo, razonable y digno del hombre.

4. MIRADA AL JUICIO FINAL (4,5-6).

5 Ellos darán cuenta al que está preparado para juzgar a vivos y muertos.

J/JUEZ: También las gentes que no han oído nada, o apenas nada, de Cristo tendrán a Cristo por juez. Todos los que se reían de los que querían vivir rectamente se oponían a Cristo, pues Cristo sufre dondequiera que hay justos que sufren. Pedro está convencido de que aquellos que se burlaban sabían en su interior lo que es justo y lo que no lo es. Cristo es la norma de validez universal para la humanidad y, por tanto, también su único juez. En el Evangelio de san Juan dice Jesús: «El Padre no juzga a nadie; sino que todo el poder de juzgar la ha entregado al Hijo» (Jn 5,22). De su juicio no quedarán exentos ni los vivos ni los muertos anteriormente. Pedro fue precisamente quien anunció a Cristo como tal juez en presencia del centurión Cornelio. Al hacerlo se remitió a una orden del Señor: «Y nos ordenó predicar al pueblo y atestiguar que por Dios ha sido instituido juez de vivos y muertos» (Act 10,42) 49.
...............
49. Cf. 2Tm 4,1 y eI artículo correspondiente en el símbolo de los apóstoles.
...............

6 Porque se ha anunciado el Evangelio aun a los muertos, precisamente para que, condenados en carne según hombres, vivan en espíritu según Dios.

¿Cómo es, pues, posible que se anunciara el Evangelio a los muertos de siglos o milenios pasados? En el lenguaje no bíblico se empleaba la palabra evangelium cuando los mensajeros corrían por todo el imperio para anunciar la subida al trono de un nuevo soberano o el resultado de una batalla decisiva. Tal noticia causaría gozo y satisfacción a los amigos del nuevo soberano y vendría a ser angustia y castigo para sus enemigos. Algo análogo sucede en la predicación del Evangelio cristiano, que es noticia de una victoria espiritual y de una subida al trono para siempre. Aunque propiamente es una buena nueva, sin embargo, anuncia un castigo para los enemigos de Dios 50.

De esta realidad habla Pedro. Gracias a Cristo y a su muerte por amor a todos los hombres, lo que es bueno y lo que es malo viene a ser discernible con toda claridad para los que todavía viven y para los que hace ya tiempo que cesaron de vivir. La cruz es la piedra de toque en el juicio de «vivos y muertos». Para unos significa esta cruz pena eterna, para otros vida eterna en la contemplación de Dios: «Los muertos oirán la voz del Hijo de Dios... y los que hicieron el bien saldrán (de los sepulcros) para resurrección de vida; los que hicieron el mal para resurrección de condena» (Jn 5,25.29).
...............
50. Acerca de este doble aspecto del mensaje de Cristo, cf. Lc 2,34, y el comentario a 1P 3,19.
...............

V. LA VIDA EN LAS COMUNIDADES (4/07-11).

Los versículos 4,8-11 compendian las ideas precedentes y proponen ante todo el asunto más importante: la exhortación al amor de los cristianos entre sí. Antes, el versículo 4,7 forma la transición a esta sección final.

1. PROXIMIDAD DE LA PARUSIA (4,7).

7a El final de todo está cerca.

JUICIO-FINAL/EP: Por lo regular, cuando se habla del fin del mundo, fácilmente se deja percibir un acento de desaliento y resignación. Para san Pedro significa el fin un gran acontecimiento, que se espera con un estremecimiento de alegría y de temor. Se avanza al encuentro de este acontecimiento, porque es «la finalidad de la fe» (1,9). Hasta aquí se habían orientado ya las exhortaciones hacia esta meta final. La carta entera respiraba una actitud fundamental que ahora por primera vez se formula explícitamente: el fin cristiano es tiempo final, los cristianos se hallan en la «hora última» (lJn 2,18). Lo que se decía de los «elegidos» en 1,1 indicaba ya esta dirección. Pedro puede decir a las comunidades sin sentimentalismos ni retóricas que ahora ha alboreado ya en realidad esa época de la historia de la humanidad que anteriormente había sido esperada con tanta ansia por muchos.

Pero con esto está también inminente el gran juicio. Este conocimiento significa seriedad (4,17) y gozo a la vez (1,6; 4,13), puesto que el juzgar no consiste sólo negativamente en condenar, sino también positivamente en restablecer el debido orden querido por Dios. Como a un soberano que ha de hacer su entrada en una ciudad para hacer justicia, así aguarda el cristiano al Señor en los años de su vida en la tierra. Este cortejo regio se acerca cada vez más. Con Santiago querría decirnos también san Pedro: «Tened paciencia vosotros también, fortaleced vuestro corazón, porque está cerca la parusía del Señor» (/St/05/08).

7b Sed, pues, sensatos y sobrios para la oración.

Todo lo que importa es establecer desde ahora contacto con el otro mundo, que cada vez está más cerca. La oración es cada vez más importante. Pero no quiere decirse que los cristianos hayan de orar para poder vivir con sensatez y continencia hasta el juicio, sino que deben ser sensatos y sobrios para poder orar bien. Toda buena oración, y no en último lugar la oración litúrgica en común, exige preparación. Aquí se mencionan dos clases de preparación a las que, conforme al sentido, se puede añadir una tercera.

En primer lugar se trata de ese sosiego interior que permite al hombre formar ideas claras. Se trata de la integridad de la mente y del alma. Además de esta integridad o buena salud tiene importancia para la oración el fortalecimiento del alma mediante la abstinencia. Antes se había hablado ya de este fortalecimiento proporcionado por la sobriedad (1,13). Más adelante volverá a recomendarse para la situación de combate: «Sed sobrios, velad» (5,8). Con esto llegamos al tercer presupuesto de la buena oración: la vigilancia espiritual. Sólo a los sobrios les es posible mantenerse con el alma despierta y en vela. Por esta razón tienen tan íntima conexión en la doctrina del apóstol la vigilancia y la sobriedad. Pablo advierte: «No durmamos, pues, como los demás, sino mantengámonos en vigilancia y sobriedad» (lTes 5,6). Sensatez, sobriedad y vigilancia trazan el cuadro del orante cristiano. Son las cualidades que con tanta viveza puso Jesús ante los ojos del pueblo con las imágenes de las diez vírgenes (Mt 25,113), y de los hombres que, ceñidos y con lámparas encendidas en las manos, aguardan a su señor. (Lc 12,35-38).

2. AMAOS LOS UNOS A LOS OTROS (4/08-09).

8 Ante todo teneos un amor intenso unos a otros, porque el amor cubre multitud de pecados.

¿Cómo debe entenderse esto de que la caridad, el amor cubre multitud de pecados? ¿Exhorta Pedro al amor mutuo porque desea que en las comunidades cristianas se encubran las faltas de los hermanos y de las hermanas, se olviden y no se vuelva a hablar más de ellas? ¿O es tan importante el amor porque cuando los cristianos se aman mutuamente interviene Dios mismo? Entonces ¿qué pecados encubre? ¿Los del amado o los del que ama?

Pedro dice: El que piensa en los otros y les hace bien, con ello procura por su propia alma de la mejor manera. El juicio final está inminente, ya sea en la muerte o al final de la historia de la humanidad. Debemos pensar en nuestra vida pasada (4,3). ¿Podremos sostener el juicio de Dios? San Pedro invita a lo único que también en él fue capaz de encubrir y hasta envolver en rayos de luz su flaqueza pasada: el amor 51.
...............
51. Compárese la triple pregunta sobre el amor en Jn 21,15-17 con la triple negación en Mc 14,66 72.
...............

9 Practicad la hospitalidad unos con otros sin murmuración.

Sin duda alguna había ya en la primitiva Iglesia cristianos que se quejaban de la carga que les imponían hermanos en la fe que pasaban de camino. Tal murmuración no parece haber sido siempre completamente infundada. Ya hacia fines del siglo primero había sido necesario dar directrices no sólo sobre el modo como se debía practicar la hospitalidad, sino también sobre la manera de solicitarla. A un predicador de la fe se debe «ser recibido como si fuera el Señor». Ahora bien, el huésped «debe permanecer sólo un día, o dos en caso de necesidad. Pero si se queda tres, es un falso profeta» 52 Muchos textos del Antiguo y del Nuevo Testamento hablan de esa forma de amor del prójimo que trata como a un amigo al forastero que está de paso. En el juicio final preguntará Cristo si se dio albergue a sus hermanos más pequeños (Mt 25,31-40). Pero en ningún otro pasaje se exhorta a la hospitalidad «sin murmuración». Lo que le interesa a Pedro son precisamente los sentimientos del que da hospitalidad. A los que acogen al hermano que está de paso los considera con los ojos de la fe. Con la murmuración se anularía una obra de caridad; porque «Dios ama al que da con alegría» (2Cor 9,7).
...............
52 Doctrina de los doce apóstoles 11,4-5.
...............

3. SERVIOS MUTUAMENTE PARA GLORIA DE Dlos (4/10-11).

10 Que cada uno ponga al servicio de los demás el don que recibió, como buenos administradores de la multiforme gracia de Dios.

En la carta a los Romanos se exhorta en manera análoga a poner al servicio de la comunidad los diferentes dones recibidos. Pero san Pablo se sirve para ello de la imagen del cuerpo, cuyos miembros deben obrar en común (Rom 12,3-8); Pedro sigue ateniéndose a su imagen de la casa (cf. 2,5). En la Iglesia, que es la «casa de Dios» (4,17), tienen muchos administradores sus propias funciones. Con fidelidad y sensatez (Lc 12,42) deben administrar y distribuir los bienes de su señor. Lo que se les ha confiado es múltiple y variado. El uno puede quizá dedicarse con vigor al trabajo del campo, el otro, enseñar y regir una comunidad. La variadísima abundancia de la propiedad divina es tan grande que nadie ha quedado con las manos vacías. «Cada uno» tiene algo que administrar. A cada criado ha confiado el señor de la casa su quehacer, todos los «talentos» deben aprovecharse. Nadie carece de valor; hasta la más pequeña ocupación, natural o sobrenatural, es don de Dios.

11a El que predica, hágalo como quien profiere palabras de Dios; el que ejerce un ministerio, como quien tiene poder otorgado por Dios;

Entre la múltiple variedad de los dones de Dios, se fija san Pedro en los dos más significativos para la administración de las comunidades: el servicio de la palabra, y el servicio de las mesas (cf. Act 6,2). Tanto en la acción de los seglares como en los quehaceres de los sacerdotes se trata de dones que han sido confiados por Dios. Por esto, los que los administran no deben contentarse con pensar calladamente que se trata de una propiedad de Dios, sino que también los agraciados por ellos deben poder reconocer que se les reparte algo del tesoro de los dones de Dios. Del modo y manera humilde cómo uno se pone al servicio de la comunidad con sus energías intelectuales y espirituales, y también con las corporales y materiales, debería poderse deducir que comprende su deber de ayudar a los otros con estos dones. Pero sobre todo los que han recibido el encargo del servicio de la palabra deberían dar la sensación, no ya de dar algo propio, sino de transmitir lo que han recibido gratuitamente de Dios. Sus palabras deberían ir animadas del mismo espíritu con que dijo Jesús: «Mi doctrina no es mía, sino del que me envió... El que habla por su cuenta, busca su propia gloria» (Jn 7,16.18).

11b ... y así, en todas las cosas será Dios glorificado por Jesucristo, a quien pertenece la gloria y el poder por los siglos de los siglos. Amén.

Mediante esa desinteresada y humilde distribución de la riqueza de Dios ha de ser Dios glorificado. Estas palabras de conclusión no se refieren sólo al ministerio de la palabra y al servicio, no sólo a las otras obras de caridad mutua intraeclesial, de que se hablaba en 4,8, sino que se aplican a todo el obrar bien a que se ha exhortado en la parte principal de la carta 53. Pedro vuelve aquí a la idea que expresó al comienzo de esta parte: «Llevad entre los gentiles una conducta ejemplar. Así... glorificarán a Dios en el día de la visita» (2,12). Dios ha de ser glorificado por el hecho de que las gentes vean en los cristianos un modo de vivir honrado y servicial precisamente en la vida cotidiana y en su trato mutuo. Por ello deben conocer que hay todavía otro mundo y otros valores invisibles. Por el mero hecho de reconocer esto incrementarán la gloria de Dios.

La carta entera está penetrada de la idea de la gloria eterna de Dios. 54. Tal concepción del mundo orientada a la gloria de Dios sigue la tradición del Antiguo Testamento. En una oración de la sinagoga se dice: «Alabado sea Dios que nos creó para su glorificación.»
...............
53. Cf. 2,15.20; 3,6.17.
54. Cf. 1,7; 4,13s; 5,1.4.10.
......................

Parte tercera

META FINAL DE LA VOCACIÓN CRISTIANA 4,12-5,11

Por segunda vez (cf. 2,11) vuelve a comenzar san Pedro con la interpelación «Queridos hermanos». La parte central (2,11-4,11) ha terminado. Ahora comienza la tercera y última parte. La palabra «amén» no significa precisamente que originariamente terminaba aquí (4,11) la carta. Lo que sigue desde 4,12 no es una añadidura posterior. En la primitiva literatura cristiana tropezamos con frecuencia en medio del texto de las cartas con semejante alabanza de Dios reforzada con la palabra «amén», que quiere decir: «En efecto, así es y así tiene que ser» 55.

Pedro vuelve una vez más a la idea fundamental y la profundiza. Nos referimos principalmente a los conceptos de purificación (compárese 4,12 con 1,7), del sufrir con Cristo (compárese 4,13 con 2,20s), de las buenas obras (compárese 4,14-18 con 2,12), de la subordinación (compárese 5,5 con 2,13-3,6) y de la gloria eterna (compárese 5,10 con 1,7).
...............
55. Por ejemplo, la carta de san Clemente romano a los Corintios (hacia el año 95), que tiene tanta afinidad con la primera carta de san Pedro, se interrumpe, a lo que parece, diez veces con tales doxologías. Cf. también las doxologías con «amén» en Rom 1,25; 9,5; 11,36: 15,33; Ga 1,5; Ef 3,21; 1Tm 1,17.
.................

1. SUFRID EN UNIÓN CON CRISTO (4/12-19).

a) Alegría en los padecimientos (4,12-14).

12 Queridos hermanos, no os extrañéis del incendio que se ha producido entre vosotros para vuestra prueba, como si os hubiera sucedido algo extraño.

Al leerse esta carta en la celebración litúrgica, los «elegidos» deben pensar de otra manera que antes sobre las pruebas que les han sobrevenido. Así comienza la parte final de la carta. Que la pasión de Cristo acompañe a los cristianos en el camino de la vida es sencillamente lo normal. Cierto que aquí se trata de un sufrimiento especialmente doloroso, de un incendio. Ya en 1,7 se había hablado del fuego que purifica, al que Dios ha de someter todavía el oro de su fe. Este fuego purificador no está constituido únicamente por persecuciones e injusticias exteriores 56. Puede también deberse a tentaciones interiores 57. Es muy de notar que en el Apocalipsis se designa con la misma palabra «incendio» la ruina de la Babilonia enemiga de Dios al final de los tiempos (Ap 18,9.18). Así en toda esta sección de la carta se percibe no sólo el motivo de la purificación por el fuego, sino también el del fuego final y con él el del juicio final. Dado que Dios mismo es un «fuego consumidor» (Is 33,14), tanto más afectará este fuego a cada uno y a la humanidad entera, cuanto más se acerquen a Dios. Sólo lo que sea genuino y verdadero podrá subsistir en medio del fuego de Dios.
...............
56. Cf. 2,18-20; 3,14.17.
57. Cf. 2,11; 4,2.
...............

13 Más bien, a medida que tomáis parte en los padecimientos de Cristo, alegraos, para que también en la revelación de su gloria saltéis de gozo.

Pedro invita al gozo por la gracia de poder tener parte en los padecimientos de Cristo. Exhorta así: Alegraos precisamente de participar en la pasión. Si os gozáis participando en los padecimientos de Cristo, os iréis preparando para gozar eternamente con Cristo. Esto sólo es posible si tal asociación en los padecimientos es en el fondo una asociación en el amor, si brota de un gran amor completamente personal a nuestro Señor Jesucristo. En el tránsito de esta vida a la eterna no se modifica nada esencial. Únicamente se intensificará hasta el extremo la comunión en el amor.

Aquí topamos con un rasgo fundamental, oculto, de la carta entera: la unión con Cristo en amor de amistad y el ardiente deseo de hacerse semejantes a él por amor es lo que inflama a Pedro y la meta a que él desearía conducir a todos los «peregrinos elegidos».

14 Bienaventurados vosotros si sois ultrajados por el nombre de Cristo, porque algo de la gloria y el Espíritu de Dios descansan sobre vosotros.

Esto sugiere dos imágenes: la imagen más fácilmente comprensible trae a la memoria el bautismo de Cristo en el Jordán. Mediante el descenso del Espíritu Santo se hacen los cristianos humillados semejantes al Mesías humillado en el bautismo. Pero no se dice sólo que «el Espíritu de Dios» desciende sobre los que son ultrajados por el nombre de Cristo, sino además que reposa sobre ellos algo de la gloria. Con frecuencia dicen los libros del Antiguo Testamento que la gloria de Dios, su majestad, descendió sobre la asamblea de Israel «llenando la casa del Señor» 58. El verdadero templo y la casa espiritual de Dios (4,17) son los cristianos perseguidos. Sobre ellos desciende preferentemente la gloria del Señor.

Gran sensibilidad muestra el hecho de mencionarse aquí entre todos los padecimientos el de ser ultrajados por el nombre de Cristo. Es que éste es especialmente doloroso. Este versículo tomado de la vida ordinaria está en espíritu muy cerca de las palabras del sermón de la montaña, tan extrañas al mundo y tan impregnadas de ideal: «Bienaventurados seréis cuando, por causa mía, os insulten» (Mt 5,11).
...............
58. 2Cro 7,1; del fuego, o de la nube, que anunciaba la presencia de la «gloria» de Yahveh habla, por ejemplo, Ex 40,35; 1R 8,11; Is 4,5, Ez 43,5; Ap 15,8.
...............

b) Sufrid por la justicia (4,15-16).

15 Que ninguno de vosotros tenga que sufrir por criminal, o por ladrón, o por malhechor, o por entrometido. 16 Pero si es por cristiano, no se avergüence, sino dé gloria a Dios por este nombre.

Sólo tres veces aparece la palabra cristiano en el Nuevo Testamento. Por primera vez hacia el año 40 d.C., se comienza a llamar así a los miembros de la comunidad en Antioquía (Act 11,26). En el verano del año 60 d.C., es ya el nombre de cristiano una designación corriente y obvia para el rey Agripa II, en Cesarea (Act 26,28). En nuestra carta se cita este nombre por tercera vez. A los seguidores de Cristo se los llama cristianos, como a los adeptos de Herodes se los designa como herodianos. Según la posición con respecto al jefe del partido respectivo es esta designación un título honorífico o un insulto. Los relatos de los escritores romanos Tácito y Plinio 59 dan a entender la situación jurídica que tiene presente san Pedro: a los cristianos en los tribunales no se les echa en cara, como capítulo de acusación, sino su condici6n de cristianos. En este nombre y por este nombre, unidos vitalmente con el Cristo, deben «dar gloria a Dios». Lo que verdaderamente importa en primer lugar es contribuir a la glorificación de Dios mediante una vida ejemplar. Pero ahora se trata de glorificarle mediante la sumisión a la «prueba» (4,12). Será un honor sufrir ultrajes por el nombre de Jesús, ya que él también fue ultrajado.
...............
59. TÁCITO, Ann. 15,44; PLINIO, Ep. 96 (97).
...............

c) Sufrid convencidos de que comienza el juicio final (4,17-19).

17a Porque ya es tiempo de que comience el juicio por la casa de Dios.

El primer «porque» (4,14) había introducido la idea de que la gloria de Dios y el Espíritu reposa con preferencia sobre los que sufren. Como segunda razón de su bienaventuranza se dice: Además, es ya el tiempo del juicio. En este segundo argumento, como en el primero, tiene Pedro ante los ojos la Iglesia como «casa de Dios», como templo de Dios. Los profetas habían hablado ya del comienzo del juicio por el templo. Ezequiel describe circunstanciadamente el comienzo del juicio divino: Dios llama a los poderes que «han de ejecutar la sentencia en la ciudad». Primeramente el «varón» sacerdotal, «que estaba vestido de lino», ha de ir por en medio de la ciudad santa, por en medio de Jerusalén, y «señalar con una cruz la frente de los que suspiran y se lamentan por todos los horrores que se han producido en la ciudad». Sólo ellos serán perdonados. Luego se transmite la orden: «Pasad en pos de él por la ciudad y herid... Comenzad por mi santuario.

Comenzaron, pues, por los ancianos que estaban delante del templo (en el atrio de los sacerdotes). Y les dijo: Profanad también la casa (el templo propiamente dicho), henchid de muertos los atrios. Salid luego y comenzad a matar por la ciudad» (Ez 9,1-7) 60. Es la imagen de un destacamento de soldados que con la espada desenvainada salen del templo y se lanzan por la ciudad y luego entre los pueblos. En esta imagen late la convicción de la necesidad de una última purificación, ante todo también del pueblo de Dios.

Se podría utilizar otra imagen: los hombres delante del tribunal son como enfermos que aguardan la intervención necesaria, pero dolorosa del médico. A los enfermos que le están más allegados se dedicará el médico con más empeño, pese a los inevitables dolores. Santos, como santa Catalina de Génova, que consideraban como una gracia sufrir ya en la tierra y anticipar los tormentos purificadores del más allá, vivieron esta verdad de la Escritura.
...............
60. Cf. Jr 25,29
...............

17b Y si empieza por nosotros, ¿cuál será el final de los que se rebelan contra el Evangelio de Dios? 18 Y «si el justo a duras penas se salva, ¿dónde podrá presentarse el impío y el pecador?».

La exhortación a los buenos se acentúa con el recuerdo de la suerte de los pecadores empedernidos. Las dos interrogaciones dan más fuerza a las recomendaciones (4,12-17a). Sólo a duras penas se salva el justo. Aquí se deja sentir toda la inseguridad en que se halla el cristiano durante su tiempo de lucha en la tierra. El mismo san Pablo escribía a los filipenses que todavía no había alcanzado la meta y que todavía tenía que correr tras el premio de la victoria (Flp 3,12-14). Lo serio de la situación está expresado en la sentencia del Señor, según la cual sólo se salvará el justo que se mantenga firme hasta el final» (Mt 24,13).

Esta fatiga, este «a duras penas», deja presentir también algo de las fatigas educativas que debe prodigar el Padre celestial para llevar a sus hijos a la perfección. Pero la mayor fatiga para salvarnos hubo de experimentarla el Salvador y Redentor. «Fatigado» se sentó una vez Jesús junto al pozo de Jacob (Jn 4,6). Para salvarnos tomó sobre sí la pobreza, el trabajo penoso, el caminar de una parte a otra sin albergue y, finalmente, la muerte en cruz.

19 Así pues, también los que sufren según la voluntad de Dios, pongan sus almas en manos del Creador fiel, practicando el bien.

Dios es creador, el cual, soberanamente y manteniéndose invariablemente fiel a sí mismo, produce y conserva el mundo. Con esto se responde con la mayor sencillez a todas las preocupaciones e interrogantes sobre el sufrimiento, que constantemente se hacen presentes en la carta: Dios es el Creador. No procede sin razón. Vosotros sois criaturas y tenéis que someteros.

Cuando fallen todas las consideraciones, el pensamiento en el Creador y en la propia condición de criaturas dará fuerza y constancia en la aflicción. Pero la constancia y la perseverancia no es algo pasivo: debemos esforzarnos por practicar el bien. Una y otra vez resuena esta recomendación 61. Con frecuencia, mediante el contraste con los que «obran el mal», con los malhechores 62, se había mostrado todavía más claramente de qué se trataba: de la prontitud para prestar servicio y del amor desinteresado, que se hacen patentes en buenas obras en el ámbito de la familia, en la comunidad y sobre todo en la vida pública. Practicar el bien es el deber que no varía nunca, pese al sufrimiento y hasta al «incendio». Los cristianos deben poner «sus almas» en manos de Dios, para que las purifique, y a la vez perseverar en la práctica del bien.

No es quehacer fácil entregarse constantemente a Dios en la fe. Ahora bien, Cristo fue el primero en seguir este camino (2,23) haciéndose cordero de Dios destinado al sacrificio. También la vida del cristiano, con la entrega incondicional y constantemente reiterada, del propio yo al Creador, vendrá a ser víctima en el «fuego» de Dios.
...............
61. Cf. 2,12.14s.20; 3,6.11.13.16.17.
62. Cf. 2,14; 3,12,17.