Juan Pablo II: La pasión
voluntaria de Cristo por la humanidad
Comentario al cántico de la primera carta de San Pedro (2, 21-24)
CIUDAD DEL VATICANO, miércoles, 22 septiembre 2004 (ZENIT.org).-
Publicamos la intervención de Juan Pablo II en la audiencia de este miércoles
dedicada a comentar el cántico de la primera carta de san Pedro (2, 21-24),
sobre «La pasión voluntaria de Cristo».
Cristo padeció por nosotros,
dejándonos un ejemplo
para que sigamos sus huellas.
El no cometió pecado
ni encontraron engaño en su boca;
cuando lo insultaban,
no devolvía el insulto;
en su pasión no profería amenazas;
al contrario,
se ponía en manos del que juzga justamente.
Cargado con nuestros pecados, subió al leño,
para que, muertos al pecado,
vivamos para la justicia.
Sus heridas nos han curado
1. Hoy, al escuchar el himno que aparece en el capítulo 2 de la primera carta de
san Pedro se ha perfilado vivamente ante nuestros ojos el rostro de Cristo
sufriente. Así les sucedía a los lectores de aquella carta en los primeros
tiempos del cristianismo, así ha sucedido a través de los siglos durante la
proclamación litúrgica de la Palabra de Dios y en la meditación personal.
Engarzado dentro de la carta, este canto presenta un tono litúrgico y parece
reflejar el ambiente de oración de la Iglesia de los orígenes (Cf. Colosenses
1,15-20; Filipenses 2,6-11; 1 Timoteo 3, 16). Está caracterizado también por un
diálogo imaginario entre el autor y los lectores, salpicado por la alternancia
de los pronombres personales «nosotros» y «vosotros»: «Cristo padeció por
nosotros, dejándonos un ejemplo para que sigamos sus huellas... Cargado con
nuestros pecados, subió al leño, para que, muertos al pecado, vivamos para la
justicia. Sus heridas nos han curado» (1 Pedro 2, 21.24-25).
2. Pero el pronombre en el que más insiste el original griego es «os», parece
martillearlo al inicio de los versículos principales (Cf. 2, 22.23.24): es «Él»,
el Cristo paciente, Él, que no ha cometido pecado, Él, que ultrajado no
reaccionaba pidiendo venganza, Él, que en la Cruz llevó el peso de los pecados
de la humanidad para cancelarlos.
El pensamiento de Pedro, al igual que el de los fieles que recitan este himno en
particular durante la Liturgia de las Vísperas del período cuaresmal, se dirige
al Siervo de Yahvé, descrito en el libro del profeta Isaías. Es un personaje
misterioso, interpretado por el cristianismo en clave mesiánica y cristológica,
pues anticipa algunos detalles y el significado de la Pasión de Cristo: « ¡Y con
todo eran nuestras dolencias las que él llevaba y nuestros dolores los que
soportaba!... Él ha sido herido por nuestras rebeldías, molido por nuestras
culpas... Con sus cardenales hemos sido curados... Fue oprimido, y él se humilló
y no abrió la boca» (Isaías 53, 4.5.7).
Incluso la descripción de la humanidad pecadora con la imagen de un rebaño
errante, en un versículo que no retoma la Liturgia de las Vísperas (Cf. 1 Pedro
2,25), proviene de ese antiguo cántico profético: «Todos nosotros como ovejas
erramos, cada uno marchó por su camino» (Isaías 53, 6).
3. Dos figuras se entrecruzan en el himno de Pedro. Ante todo está Él, Cristo,
que emprende el camino espinoso de la pasión, sin oponerse a la injusticia y a
la violencia, sin recriminaciones ni desahogos, sino entregándose a sí mismo y
poniendo su vicisitud en manos «del que juzga justamente» (1 Pedro 2, 23). Un
acto de confianza pura y absoluta que será sellada en la Cruz con las famosas
últimas palabras, gritadas en un acto extremo de abandono en la obra del Padre:
«Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu» (Lucas 23, 46; Cf. Salmo 30, 6).
Por tanto, no se trata de una ciega y pasiva resignación, sino de una confianza
valiente, destinada a ser ejemplo para todos los discípulos que recorrerán el
camino oscuro de la prueba y de la persecución.
4. Cristo es presentado como el Salvador, solidario con nosotros en su «cuerpo»
humano. Naciendo de la Virgen María, se hizo hermano nuestro. Puede estar por
tanto a nuestro lado, compartir nuestro dolor, cargar con nuestro mal, con
«nuestros pecados» (1 Pedro 2, 24). Pero él es también y siempre el Hijo de Dios
y esta solidaridad suya con nosotros se hace radicalmente transformadora,
liberadora, expiadora, salvadora (ibídem).
De este modo, nuestra pobre humanidad es sacada de los caminos desviados y
perversos del mal y reconducida a la «justicia», es decir, al maravilloso
proyecto de Dios. La última frase del himno es particularmente conmovedora.
Dice: «Sus heridas nos han curado» (versículo 25). ¡Vemos así el precio que tuvo
que pagar Cristo para curarnos!
5. Concluyamos dejando la palabra a los Padres de la Iglesia, es decir, a la
tradición cristiana, que ha meditado y rezado con este himno de san Pedro.
Enlazando una expresión del himno con otras reminiscencias bíblicas, san Ireneo
de Lyón sintetiza así la figura de Cristo salvador, en un pasaje tomado de
«Contra las herejías»: «Sólo hay un único Jesucristo, Hijo de Dios, quien
mediante su pasión nos reconcilió con Dios y resucitado de entre los muertos se
encuentra a la derecha del Padre y es perfecto en todo: era golpeado y no
devolvía los golpes, "mientras sufría no profería amenazas" y mientras soportaba
una violencia tiránica, pedía al Padre que perdonara a aquellos que le habían
crucificado. Nos ha salvado verdaderamente Él, que es Verbo de Dios, unigénito
del Padre, Cristo Jesús, salvador nuestro» (III, 16,9, Milano 1997, p. 270).
[Traducción del original italiano realizada por Zenit. Al final de la
audiencia, uno de los colaboradores del Papa hizo este resumen de su
intervención en castellano:]
Queridos hermanos y hermanas:
El cántico de hoy nos recuerda al Siervo de Yahvé, descrito por el Profeta
Isaías e interpretado por el cristianismo en clave mesiánica, ya que anticipa el
significado de la Pasión de Cristo.
Nos presenta el rostro sufriente del que, soportando el peso de los pecados de
la humanidad, se entregó pacíficamente al que juzga con justicia. No se trata de
una ciega y pasiva resignación, sino de una gran confianza, destinada a ser
ejemplo para los discípulos en tiempos de prueba y persecución.
Cristo, el Salvador, se solidariza con nosotros en su cuerpo humano. Se trata de
una solidaridad radicalmente transformadora, liberadora, expiatoria y salvífica.
Nuestra pobre humanidad, apartada de los caminos del mal, es conducida por las
sendas de la justicia, el bello proyecto de Dios. La última frase del himno,
«sus heridas nos han curado», es particularmente conmovedora. Manifiesta el alto
precio que Cristo ha pagado para conseguirnos la salvación.