EL N. T. Y SU MENSAJE
EL EVANGELIO SEGÚN SAN MATEO
 

W TRILLING




II. NACIMIENTO E INFANCIA DE JESÚS (1,18-2,23). 

1. EL NACIMIENTO DE JESÚS (Mt/01/18-25).

18 El nacimiento de Jesucristo fue así. Su madre María estaba 
desposada con José y, antes de vivir juntos. resultó que ella había 
concebido en su seno por obra del Espíritu Santo. 19 Pero José, su 
esposo, como era justo y no quería denunciarla, determinó repudiarla en 
secreto.


Este fragmento informa sobre el nacimiento del niño Mesías. Es 
notable en muchos respectos la manera como tiene lugar el nacimiento. 

Sorprende la sobriedad y la concisión de este relato, si se compara con 
la narración del nacimiento que conocemos familiarmente por san Lucas 
y que se lee en las misas de Navidad. Casi no se exponen las 
circunstancias más próximas, la preparación del acontecimiento y el 
mismo suceso. San Mateo dirige la mirada a hechos muy distintos. 
Supone que nos son conocidos los pormenores de la concepción 
milagrosa y del nacimiento, que ahora se recuerdan con breves 
palabras. ¿Qué quiere sobre todo enseñar el evangelista? 
En primer lugar está la figura de José, que se presenta en primer 
plano, así como en los relatos de san Lucas se presenta a María. Todo 
se contempla desde la posición que ocupa José, que al final del árbol 
genealógico fue mencionado como «esposo de María». Con esta 
mención se enlaza el relato del nacimiento. María estaba desposada con 
José. por eso según el derecho judío era considerada como su esposa 
legitima. Sin embargo aún no habían vivido juntos. Esto significa que 
José aún no había introducido en su casa a su desposada ni había 
empezado la vida comunitaria del matrimonio. El relato ahora dice de 
forma muy concisa que en este tiempo resultó que María estaba encinta. 

José lo había notado claramente. Lo que él no sabe, nos lo dice en 
seguida el evangelista interpretando y explicando de antemano: lo que 
vive en ella, procede del Espíritu Santo. Nada se dice de la turbación, de 
la pesadumbre, de las cavilaciones, dudas y titubeos del esposo. No se 
nos cuenta lo que pasa en su alma y lo que hace madurar la decisión. 
Solamente nos enteramos del resultado: José resuelve separarse de su 
desposada con gran sosiego. La deshonra en que José cree que se 
encuentra María, no debe ofenderla ante todo el pueblo.

JOSE/JUSTO: Se califica de justo a José, en cuya conducta se 
manifiestan la consideración y los sentimientos. Justo es el hombre que 
busca a Dios y que sujeta su vida a la voluntad de Dios. Justo es el 
hombre que cumple la ley con todo su corazón y con intensa alegría, 
como el devoto autor del salmo 118. Pero también es justo el hombre 
prudente y bondadoso, en cuya vida se han mezclado y esclarecido de 
una forma singular la propia madurez humana y la experiencia en la ley 
de Dios. Así es como el Antiguo Testamento ve al justo. El justo es la 
figura ideal del hombre en quien Dios se complace. La justicia es la más 
noble corona con que puede adornarse un hombre. Lo mismo puede 
decirse de José. Su vista todavía está retenida, y él no comprende el 
enigma desconcertante. Pero José tampoco lo escudriña ni procura 
examinarlo a fondo. Lo que hace, en todo caso es indulgente y juicioso. 

Así logra que se le tribute la alta distinción de elogiarle como justo.

20 y mientras andaba cavilando en ello, un ángel del Señor se le 
apareció en sueños y le dijo: José, hijo de David, no temas llevarte a 
casa a María tu esposa, porque lo engendrado en ella es obra del 
Espíritu Santo.

Cuando José ya ha tomado la decisión de separarse de María, Dios 
interviene. Un ángel, santo mensajero de Dios, le descorre el velo del 
misterio. Le dirige la palabra con solemnidad: «José, hijo de David». 
Fuera de este caso, solamente a Jesús se concede este título honorífico 
(Mt 1,1; 9,27; 20,30s). En este tratamiento resuenan las esperanzas que 
inspira esta expresión desde el vaticinio de Natán al rey: «Yo seré su 
padre, y él será mi hijo, y si en algo obra mal, yo le corregiré con vara de 
hombres y con castigo de hijos de hombres. Mas no apartaré de él mi 
misericordia, como la aparté de Saúl, a quien arrojé de mi presencia. 
Antes tu casa será estable, y verás permanecer eternamente tu reino, y 
tu trono será firme para siempre» (2Sam 7,14-16). Con este tratamiento 
el sencillo José es intercalado en el gran contexto de la historia divina. 

Es descendiente del linaje de David, uno de sus «hijos». Lo que José 
oye decir al ángel, debe oírlo como hijo de David, entonces 
comprenderá. Al final de este relato leemos que en realidad sucede así: 
después del mensaje nocturno, José, con sencillez y docilidad, procede 
como le había encargado el ángel (1,24).

José está en primer término, pero ahora también se ilumina con mayor 
intensidad la madre del Mesías. José no debe temer llevarse a casa a 
María, acogerla en su casa como su mujer, porque en ella ha tenido 
lugar un milagro de Dios: el fruto de su vientre no procede de un 
encuentro terrenal. Con profundo respeto y con delicadeza se indica el 
misterio. Son cosas divinas, que no pueden ser profanadas por la 
indiscreta curiosidad del hombre ni por el lenguaje que todo lo abarca. 

Sólo se nombra un hecho que puede servir de explicación: la actuación 
del Espíritu Santo. A él se atribuye como última causa el milagro que ha 
tenido lugar en el seno de María. Es el espíritu que expresa el poder y la 
grandeza de la actuación divina; es el espíritu que llena a los profetas y 
a los héroes; pero también es el espíritu que obra en silencio y que 
actúa ocultamente y sin ruido. Aquí se evitan cuidadosamente todos los 
pormenores. Ante la mirada de José y la nuestra sólo debe estar esta 
figura: la virgen, un vaso de elección, expuesto al soplo del Espíritu de 
Dios...

21 Dará a luz un hijo, a quien le pondrás el nombre de Jesús, porque 
él salvará a su pueblo de sus pecados.


Ahora el mensajero habla más claramente. María dará a luz un hijo, y 
José le debe poner el nombre de Jesús. Era un privilegio de la dignidad 
paterna otorgar el nombre al hijo. Esto en cierto modo es un acto 
creador, porque para los antiguos el nombre designa la manera de ser y 
la vocación. Sin embargo en el caso de José se limita el derecho: No 
solamente no tiene ninguna parte en la procreación del hijo, sino que 
tampoco tiene derecho a determinar el nombre. Éste le es dado de 
arriba, se anuncia de antemano: un nombre, que ya fue usado con 
frecuencia en la historia del pueblo, pero que nunca proclamó la razón 
de ser con tanta precisión como aquí.

J/SALVADOR ¿Qué significa el nombre de Jesús? Traducido del 
hebreo, significa: Dios es la salvación, Dios ayuda y libera, Dios es 
salvador. Así se llamó Josué, quien como sucesor de Moisés condujo al 
pueblo por el Jordán a la vida sedentaria y a la paz del país. Este 
nombre lo tuvo un sumo sacerdote, que después del regreso de la 
cautividad de Babilonia participó como dirigente en la restauración del 
culto y en el servicio del templo (Esd 2-5). Así también se llamaba un 
maestro de la sabiduría, que pudo alabar el camino de la justicia y de la 
vida con sentencias bien redactadas, Jesús, el hijo de Eleazar y nieto de 
Sirac, autor del libro de Jesús Sirac o Eclesiástico (Eclo 50,29). Todos 
ellos fueron, de diferentes maneras, medianeros de la salvación de Dios. 

Pero Jesús traerá esta bendición con mayor amplitud que ninguno de los 
que le precedieron. Así lo indica la interpretación de su nombre, que 
añade san Mateo: «él salvará a su pueblo de sus pecados». No se trata 
simplemente de la salvación de un país fértil, de una oblación de 
sacrificios agradable a Dios o de un conocimiento adecuado, sino la 
liberación de una esclavitud más grave de la que representan el 
desierto, el culto idolátrico y una doctrina errónea: la esclavitud del 
pecado. Con la palabra «pecado» se dice todo aquello, de lo que debe 
ser liberado el hombre y la humanidad. Esta palabra designa la 
oposición más viva a Dios y a su salvación.

La expresión un poco ambigua: su pueblo, indica a quién liberará 
Jesús de esta servidumbre. El judío solamente conoce a un pueblo, que 
tiene legítimamente este nombre en el sentido más profundo, es decir, 
Israel, el pueblo de la elección. El judío diría: «nuestro pueblo» o en 
labios del ángel: «vuestro pueblo», el pueblo mediante el cual el israelita 
es lo que es. O se podría esperar que se dijera: el pueblo de Dios. Pero 
aquí se lee «su pueblo». Desde el primer momento a este niño se le 
promete un pueblo propio, y queda por completo en suspenso si este 
pueblo se identifica con el Israel contemporáneo. También podría ser un 
nuevo pueblo para el cual ya no tengan vigencia las fronteras de aquel 
tiempo y que crezca más allá de las fronteras de Israel, un nuevo pueblo 
de Dios, perteneciente a Jesús de una forma especial, y cuyo nombre 
ostente...

22 Todo esto sucedió en cumplimiento de lo que había dicho el Señor 
por el profeta. 23 He aquí que la virgen concebirá en su seno y dará a 
luz un hijo, y lo llamarán Emmanuel, que significa «Dios con nosotros». 


Lo que el ángel ha anunciado hasta ahora es significativo y 
asombroso. En parte dice claramente lo que sucederá, en parte indica 
grandes conexiones que conocen o adivinan los que están bien 
informados como José. Mateo concluye las palabras del ángel indicando 
el cumplimiento de una profecía. Finalmente ahora se hace patente 
que no se trata de un acontecimiento de un día; al contrario: como en 
una lente se concentran los rayos de luz, así también en la llegada de 
este niño es como si se reuniesen los hilos de una obra tejida por Dios. 

El hecho es significativo para el tiempo presente, en el que tiene lugar el 
milagro del Espíritu Santo; para el tiempo futuro, en que este niño debe 
llevar a cabo la liberación de su pueblo; y para el tiempo pasado, que 
aparece con una nueva luz. En una situación apurada el profeta Isaías 
había anunciado al rey Acaz una señal divina que le debía notificar la 
desgracia. Ahora estas palabras del profeta se convierten en mensaje 
de alegría: «He aquí que la virgen concebirá...» Las misteriosas 
circunstancias que habían perturbado a José, no son tan 
sensacionalmente nuevas; el profeta ya las había indicado hablando de 
una «virgen», que dará a luz un hijo. El nacimiento virginal del Mesías, 
por obra del Espíritu, ya está indicado en el Antiguo Testamento. El 
creyente conoce la actuación de Dios en los siglos y entiende las 
promesas a la luz de su cumplimiento.

Un segundo dato se da también en el profeta: un nombre que es tan 
profundo y rico como el nombre de Jesús: Dios con nosotros (Is 
7,10-16). Estaba arraigado en la fe de Israel el conocimiento de que 
Yahveh siempre está con su pueblo. Esta es la distinción y la gloria de 
Israel. Como sucedió en el tiempo pasado, así sucederá también en el 
tiempo futuro, que los profetas anuncian: «No temas, pues yo te redimí, 
y te llamé por tu nombre: tú eres mío. Cuando pasares por medio de las 
aguas. estaré yo contigo, y no te anegarán sus corrientes; cuando 
anduvieres por medio del fuego, no te quemarás, ni la llama tendrá ardor 
para ti» (1s 43,1s). Dios siempre estuvo con su pueblo en las guerras de 
los antepasados, en las asambleas reunidas en los sitios de culto en 
tiempo de los jueces, luego especialmente en la santa montaña de Sión 
y en el templo, en las unciones de sus reyes y en la misión confiada a 
sus profetas, en su fidelidad y en el otorgamiento de su salvación, 
también en la dispersión entre las naciones, en el cautiverio. Sin 
embargo, se mantenía viva la esperanza de que Dios estaría con su 
pueblo en el tiempo futuro. Era un hecho y al mismo tiempo una 
promesa, se podía experimentar felizmente la presencia de Dios, y con 
todo tenía que esperarse. Es evidente que debía ser un modo 
enteramente nuevo de la presencia, que ya se estaba acercando.
Ahora parece que esta nueva presencia está a punto de realizarse. El 
niño que ha de nacer tiene el nombre que implica esta esperanza: «Dios 
con nosotros». Esta proximidad de Dios no debe realizarse en una 
reunión especial, en un lugar, en una casa, sino en una persona 
humana, a cuya manera de ser pertenece que Dios esté con nosotros. 
En él y por medio de él Dios está presente y cercano, más próximo y 
activo que hasta ahora...

24 José, cuando se despertó, hizo como le había ordenado el ángel 
del Señor y se llevó su esposa a casa. 25 Y hasta el momento en que 
ella dio a luz un hijo él no la había tocado, y él puso al niño el nombre de 
Jesús.
 

José, con sencillez y naturalidad, hace lo que se le había encargado. 
Con profundo y medroso respeto no se acerca a María, que 
exteriormente pasa por ser su esposa. Ella da a luz al niño, y José le 
designa con el nombre de Jesús. De este modo, el niño es su hijo según 
la ley, que es incorporado a la línea de los padres, que va desde David 
hasta José. No solamente conocemos el nombre que debe tener el niño, 
y que se unió con el título de Mesías, formando el nombre doble: 
Jesucristo, esto es, Jesús el Mesías. Sabemos que el nombre se 
complementa con un segundo nombre que Jesús no usó: «Dios con 
nosotros». La última frase del Evangelio echa una mirada retrospectiva 
al principio del mismo: la proximidad de Dios en Cristo está plenamente 
garantizada, y nunca más quedará en lejanía, hasta el fin del tiempo: «Y 
mirad: yo estoy con vosotros todos los días hasta el final de los tiempos» 
(/Mt/28/20). Dios está cerca de nosotros en Jesucristo, siempre está 
presente, nunca más estaremos solos ni perdidos, lanzados a una 
existencia sin sentido...

2. UNOS SABIOS DE ORIENTE ADORAN AL NIÑO (Mt/02/01-12).

1 Después de nacer Jesús en Belén de Judea, en tiempos del rey 
Herodes, unos sabios llegaron de Oriente a Jerusalén, 2 preguntando: 
¿Donde está el rey de los judíos que ha nacido? Porque hemos visto su 
estrella en Oriente y venimos a adorarlo. 

El árbol genealógico y el relato del nacimiento de Jesús quedaron en 
el ámbito de la nación y del pueblo judío. Ahora la vista se amplía al gran 
mundo de las naciones y de los reinos. En el árbol genealógico 
habíamos ido tentando el camino de la historia hasta David y Abraham. 

Sigue luego un pasaje (1,18-25) en que resuena la profecía de que un 
niño hijo de una virgen será el «Dios con nosotros». Todo esto se ha 
logrado con una creyente mirada retrospectiva, que se dirige al tiempo 
pasado desde el tiempo presente consumado. El acontecimiento de la 
adoración de unos sabios de Oriente de nuevo parece que realiza 
grandes profecías, con la diferencia de que aquí sucede con una 
publicidad mucho mayor, algo que antes sólo podía conocer la mirada 
de la fe: la venida del verdadero Mesías.

Por primera vez, nos enteramos en san Mateo de que el nacimiento de 
Jesús tuvo lugar en Belén, en el país de Judá. Ambas circunstancias 
cumplen la profecía, según la cual solamente entra en consideración el 
país real de Judá y una ciudad que se encuentra en este país. Ambas 
indicaciones del versículo primero ya anticipan la cita del Antiguo 
Testamento, que se aduce por extenso en el v. 6. El profeta Miqueas 
sobre esta pequeña ciudad había hecho el oráculo de que de ella debe 
salir el soberano del tiempo final, que ha de gobernar a todo el pueblo 
de Israel. El lugar del nacimiento ha sido designado por el profeta, así 
como el nombre del niño ha sido determinado por Dios.

Se dice en general: «En tiempos del rey Herodes», sin que 
podamos conocer una determinación más próxima del tiempo. Se alude 
a Herodes el Grande, que a pesar de apreciables méritos, como 
extranjero (idumeo) y dependiente de los favores de Roma, ejerció el 
mando arbitraria y horriblemente, sin escrúpulos y con desenfreno. Es 
verdad que había arreglado suntuosamente el templo y que hizo mucho 
bien al pueblo, no obstante las agrupaciones piadosas de los judíos 
tienen la sensación de que es un dominador extranjero. Aunque su 
poder era pequeño, usaba el título de «rey». que Roma le había 
concedido. Aquí se usa muchas veces este título, en contraste con el rey 
que buscan los sabios. En el Evangelio sólo dos veces se habla de 
Jesús como el «rey de los judíos»: aquí en contraste con el tirano 
Herodes, y hacia el fin en el proceso usan este título el pagano Pilato 
(27,11), los soldados que hacen escarnio de Jesús (27,29) y la 
inscripción en la cruz (27,37). Jesús respondió afirmativamente a la 
pregunta de Pilatos (27,11), pero el título no era expresión de la 
verdadera dignidad de Jesús ni una profesión de fe. Aquí se ha de 
considerar que quien pretende ser rey de los judíos está sentado 
tembloroso en el trono, y el verdadero rey viene con la debilidad del 
niño.

Los sabios vienen de oriente. No se indica qué país era su patria, 
tampoco se dice el número de ellos. Las circunstancias externas 
permanecen ocultas ante la sola pregunta que les mueve: ¿Dónde está 
el rey de los judíos que ha nacido? Son personas instruidas, 
probablemente sacerdotes babilonios, familiarizados con el curso y las 
apariciones de las estrellas. La notable aparición de una estrella les ha 
movido a partir. A esta estrella estos sabios la llaman «su estrella», la 
del rey de los judíos. Es la estrella del nuevo rey infante. Según 
persuasión del antiguo Oriente los movimientos de las estrellas y el 
destino de los hombres están interiormente relacionados. Pero hasta 
hoy día no se han aclarado todas las investigaciones y cálculos 
ingeniosos sobre esta estrella, si designa una constelación determinada, 
un cometa o una aparición enteramente prodigiosa. Aquí dejamos aparte 
la cuestión y solamente vemos la estrella según el significado que tiene 
para aquellos sabios. También hubiera podido moverlos a emprender su 
expedición otra señal. Lo que es seguro es que la aparición de la 
estrella no podía explicarse de una forma puramente natural, sino que 
era un suceso prodigioso (v 9). Una señal es dada por Dios, el Dios de 
las naciones y del mundo. Lo principal no son las circunstancias 
externas de la aparición, sino su finalidad interna.

Pero ¿qué significa la señal para la gente instruida? Para ésta el 
país de los judíos es ridículamente pequeño, carece de importancia 
desde el punto de vista político, desde hace siglos ya no se hace sentir 
por su función independiente dentro del próximo Oriente. ¿Cómo se 
explica que no les baste un mensaje, una averiguación por medio de 
emisarios? ¿Por qué les estimula el deseo de ir a ver y de adorar? La 
Sagrada Escritura no contesta a estas preguntas, sino que solamente 
informa sobre lo que ha sucedido. Pero el asombro que nos causan 
estas preguntas, nos conduce a descubrir el profundo sentido de este 
relato...

Dios no solamente había elegido a su pueblo sacándolo de la 
servidumbre de Egipto, sino que había elegido para sí una ciudad santa: 
Jerusalén, y había escogido, por así decir, como domicilio un monte 
santo: el monte de Sión. Para el comienzo de la salvación Israel no 
solamente espera la llegada del Mesías y el establecimiento del reino 
davídico, sino mucho más: la bendición de todas las naciones por medio 
de Israel. La ciudad y el monte son la sede y el origen de la 
salvación, que ha deparado Dios a las naciones. Allí resplandece la luz, 
allí se tiene que adorar. El monte-Sión se convierte en el monte de 
todos los montes, en el más alto y más santo de todos. En los últimos 
días muchos pueblos se ponen en marcha desde los cuatro vientos y 
van en romería a Jerusalén, para que Dios les enseñe sus caminos, y 
anden por las sendas de Dios (cf. Is 2,2s). Allá van reyes y príncipes de 
todo el mundo y llevan sus dones a la ciudad de Jerusalén iluminada por 
el fulgor de la luz: «Y a tu luz caminarán las gentes, y los reyes al 
resplandor de tu claridad naciente. Tiende tu vista alrededor tuyo, y 
mira; todos ésos se han congregado para venir a ti; vendrán de lejos tus 
hijos, y tus hijas acudirán a ti de todas partes. Entonces te verás en la 
abundancia; se asombrará tu corazón, y se ensanchará, cuando vengan 
hacia ti los tesoros del mar; cuando a ti afluyan las riquezas de los 
pueblos. Te verás inundada de una muchedumbre de camellos, de 
dromedarios de Madián y de Efá; todos los sabeos vendrán a traerte oro 
e incienso, y publicarán las alabanzas del Señor» (Is 60,3-6; cf. Sal 
71,10s). La peregrinación de los pueblos al fin del tiempo. ¿Tiene el 
evangelista esta escena ante su mirada? ¿Ve cumplido el «fin de los 
días»? 

Jesús no vino al mundo en la ciudad real de David, sino en la pequeña 
y mucho menos importante ciudad de Belén. ¿Cómo puede explicarse 
que todos los demás indicios de la expectación señalen a Belén? ¿Y 
cómo es posible que el Mesías no nazca en el palacio real de Herodes, 
sino en cualquier parte, desconocido e ignorado? ¿Puede ser este niño 
el verdadero Mesías? Es difícil responder a estas preguntas. La 
respuesta tenía preocupada a la primitiva Iglesia, especialmente entre 
los judíos. Hasta que un día el Espíritu Santo también le indicó el 
camino. Todo esto también lo atestigua la Escritura. El profeta Miqueas 
nombra y ensalza adrede este pueblo de Belén, que es poco importante 
y pequeño, pero que es grande a causa de que de él debe salir el 
dominador de Israel. San Mateo ha reproducido con alguna libertad el 
texto del profeta Miqueas. El texto original dice así: «Y tú, Belén, Efratá, 
pequeña entre los clanes de Judá, de ti saldrá el que ha de ser 
dominador de Israel; su origen es desde tiempos remotos, desde días 
muy antiguos... Y él permanecerá firme, y apacentará la grey con la 
fortaleza del Señor. en el nombre altísimo del Señor Dios suyo, y ellos se 
establecerán, porque ahora será glorificado él hasta los últimos términos 
del mundo. Y él será paz» (Miq 5,1.3-4). Efratá era una estirpe 
numéricamente pequeña de Israel, de la cual procedía David (lSam 
17,12). Dios eligió una vez lo que era débil, y volverá a hacerlo en la 
consumación del tiempo.

3 Cuando lo oyó el rey Herodes, se sobresaltó, y toda Jerusalén con 
él. 4 Y convocando a todos los sumos sacerdotes y escribas del pueblo, 
les estuvo preguntando dónde había de nacer el Cristo. 5 Ellos le 
respondieron: En Belén de Judea; pues así está escrito por el profeta: 6 
y tú, Belén, tierra de Judá, de ningún modo eres la menor entre las 
grandes ciudades de Judá; porque de ti saldrá un jefe que gobernará a 
mi pueblo Israel. 7 Entonces Herodes llamó en secreto a los sabios y 
averiguó cuidadosamente el tiempo transcurrido desde la aparición de la 
estrella. 8 y encaminándolos hacia Belén, les dijo: Id e informaos 
puntualmente acerca de ese niño; y cuando lo encontréis, avisadme, 
para que también yo vaya a adorarlo. 

Precisamente Herodes es interrogado acerca del lugar. La pregunta le 
estremece, porque ahora ha de temer a un nuevo competidor, y la 
pregunta estremece a la ciudad, porque tiembla por el miedo de nuevas 
medidas de terror. Puesto que Herodes no sabe el lugar (¿qué sabe de 
la Escritura el rey de sangre extranjera y amigo de los paganos?), tiene 
que convocar un consejo de personas constituidas en dignidad: sumos 
sacerdotes y escribas, para que oficialmente le den respuesta. El 
lugar, pues, no lo han inventado los cristianos creyentes ni lo han 
dispuesto posteriormente. Los judíos e incluso Herodes tienen que 
testificar que Belén es la ciudad del Mesías.

Por la mediación de Dios la romería de los sabios no termina en 
Jerusalén, sino más allá de la ciudad, en la cercana Belén. ¡Singular 
providencia! Jerusalén no es la ciudad de la luz, en la que los pueblos 
pueden disponer del derecho y de la salvación. Jerusalén está en 
pecado, es la ciudad de los asesinos de los profetas (23,37-39), la 
ciudad de la desobediencia y de la sublevación, del desprecio de la 
voluntad de Dios. El Mesías no viene a Jerusalén, a no ser para morir en 
ella. Entonces también sale la luz de esta ciudad, pero de una forma muy 
distinta de la que se esperaba.

9 Después de oir al rey, se fueron, y la estrella que habían visto en 
Oriente iba delante de ellos, hasta que vino a pararse encima del lugar 
donde estaba el niño. 10 Al ver la estrella, sintieron inmensa alegría. 11 
Y entrando en la casa, vieron al niño con María, su madre y, postrados 
en tierra, lo adoraron; abrieron sus cofres y le ofrecieron regalos: oro, 
incienso y mirra. 12 y advertidos en sueños que no volvieran a Herodes, 
regresaron a su tierra por otro camino. 


Con toda pobreza y estrechez ocurre en Belén algo de la gran 
promesa: los hombres doctos encuentran al niño y a María su madre, le 
presentan su homenaje y sus valiosos regalos, propios de reyes: oro, 
incienso y mirra. Su alegría sobrepasa toda medida: sintieron inmensa 
alegría, la alegría del hallazgo, del anhelo cumplido.
Es un comienzo, el principio de la adoración de todos los pueblos en la 
presencia del único Señor. La luz no sólo brilla para los judíos; el 
dominador no solamente «gobernará a mi pueblo Israel» (v. 6), los 
gentiles también participan de la luz; antes que los demás, antes que un 
solo judío haya logrado la fe. Mientras Herodes se queda inmovilizado 
con sombríos pensamientos homicidas, estos gentiles venidos de 
Oriente se arrodillan delante del niño. Se atestigua que en Jesús vino la 
salvación para todo el mundo. No podía ser atestiguado de una forma 
más solemne que mediante este grandioso acontecimiento. Empieza a 
llegar el fin de los tiempos. Se presentan las primeras grandes señales. 
Herodes no consigue su objetivo. Su intención hipócrita de ir a adorarlo 
es desbaratada: con un medio fácil Dios ordena que regresen por otro 
camino. Se requiere solamente una indicación, y el mal queda alejado... 

EL NT Y SU MENSAJE
EL EVANGELIO SEGUN SAN MATEO
HERDER BARCELONA 1970.Págs. 24-38