Mt 25, 1-13

La parábola de las diez vírgenes que esperan la venida del esposo presenta, más allá de su aparente simplicidad, numerosos problemas exegéticos, pero, a pesar de todo, éstos no impiden captar el mensaje de fondo. La escena está ambientada en el último día de los festejos según los usos matrimoniales palestinos, cuando, a la puesta del sol, el novio va con los «amigos del esposo» a la casa de la esposa, donde hacían fiesta las «vírgenes", es decir, las compañeras y amigas de ella. A la llegada del cortejo, se formaba una comitiva única para ir a la casa del esposo, donde se celebraba el matrimonio y tenía lugar el banquete nupcial final. El retraso que se produce en el relato de Mt 25,1-13, aunque previsto, se prolonga sobremanera.

El sueño hace presa por igual en todas las muchachas. La necedad y la prudencia no están ligadas, por tanto, a la falta de vigilancia, sino mas bien al hecho de no tener las lámparas encendidas en el momento en el que, en medio de la noche, se oye el grito: «Ya está ahí el esposo, salid a su encuentro" (v. 6). El aceite, símbolo de alegría y de fiesta, representa asimismo, según los rabinos, las obras justas que permiten participar en la alegría mesiánica. Cada uno debe estar preparado para no encontrar la puerta cerrada y oír la respuesta terrible: «Os aseguro que no os conozco» (v. 12). En este punto, el rostro del Esposo del banquete mesiánico se convierte, efectivamente, en el del Cristo juez, que rechaza a los que dicen: «Señor, Señor" (cf. Mt 7,22s), pero no hacen la voluntad del Padre. Estemos siempre atentos a la inminencia de su venida. En consecuencia, todos los discípulos están llamados en todo momento a ser luz del mundo, a fin de que los hombres, al ver sus obras buenas, den gloria al Padre (cf. Mt 5,16).

La Palabra me ilumina

«Yo duermo, pero mi corazon vela" (Cant 5,2). El tema nupcial nos traslada al corazón del misterio cristiano: el Señor nos ama con un amor eterno y ha establecido con nosotros una alianza nupcial. Con la encarnación vino a la tierra a elegir a la novia; ahora esperamos su retorno, cuando vuelva para introducir a la Iglesia-humanidad, su esposa, en el Reino de los Cielos. Su retorno es cierto. Sin embargo, el día y la hora de su llegada, siempre inminente, los desconocemos. En la actitud de las diez vírgenes encontramos representados los dos modos de esperar al Señor, al Esposo, al que viene: puede ser una espera distraída, divertida, o bien una espera vigilante,preparada para salirle al encuentro aun cuando el sueño parezca tener las de ganar. Dar prioridad a una de las dos actitudes depende de la calidad del amor que hay en nosotros y nos convierte en personas tenebrosas o en lámparas encendidas, dispuestas para poder alumbrar y hacer cómoda la carrera en cuanto un grito en la noche haga presagiar la venida del Señor.

La existencia humana se puede vivir, efectivamente, como un cortejo de bodas que sale al encuentro del Señor. Por eso es esencial la virtud de la vigilancia. Vigilar es pensar en aquel que va a venir, considerar su ausencia como un vacío imposible de colmar, consumirse porque tarda su llegada, no aceptar nunca que otro u otros ocupen hasta tal punto nuestro corazón que lo separen de su deseo de Él. Esta actitud interior de espera y de derretimiento ni se compra ni se vende: «Quien quisiera comprar el amor con todas las riquezas de su casa sería despreciable. (Cant 8,7); sin embargo, se puede volver contagiosa y comunicar a los otros el anhelo y el deseo.

Por eso las vírgenes prudentes, por el hecho de negarse a compartir su aceite, no pueden ser consiideradas unas egoístas antipáticas. En su corazón esta la alegría del esposo al que hay que recibir de manera festiva, porque el hecho de esperarle es la realidad mas importante de la vida, por la que es justo sacrificar cualquier otro interés. Ellas nos advierten: no asistir a esta cita de amor priva de sentido a toda la existencia. Seria trágico oIr resonar la voz: "No os conozco!".