MINIHOMILÍAS SOBRE MATEO
Predicación de Juan en el desierto
Autor: Luis Eduardo Camarena
Mateo 3, 1-12.
Por aquellos días aparece Juan el Bautista, proclamando en el desierto de Judea:
«Convertios porque ha llegado el Reino de los Cielos».
Este es aquél de quien habla el profeta Isaías cuando dice: Voz del que clama en
el desierto: Preparad el camino del Señor, enderezad sus sendas.
Tenía Juan su vestido hecho de pelos de camello, con un cinturón de cuero a sus
lomos, y su comida eran langostas y miel silvestre.
Acudía entonces a él Jerusalén, toda Judea y toda la región del Jordán, y eran
bautizados por él en el río Jordán, confesando sus pecados.
Pero viendo él venir muchos fariseos y saduceos al bautismo, les dijo: «Raza de
víboras, ¿quién os ha enseñado a huir de la ira inminente? Dad, pues, fruto
digno de conversión, y no creáis que basta con decir en vuestro interior:
"Tenemos por padre a Abraham"; porque os digo que puede Dios de estas piedras
dar hijos a Abraham.
Ya está el hacha puesta a la raíz de los árboles; y todo árbol que no dé buen
fruto será cortado y arrojado al fuego.
Yo os bautizo en agua para conversión; pero aquel que viene detrás de mí es más
fuerte que yo, y no soy digno de llevarle las sandalias. El os bautizará en
Espíritu Santo y fuego.
En su mano tiene el bieldo y va a limpiar su era: recogerá su trigo en el
granero, pero la paja la quemará con fuego que no se apaga».
Reflexión:
En el interior del hombre siempre hay una exigencia interior a dar más de sí, ya
sea para poseer más cosas o para enriquecer más su persona. Si ya se ha
conseguido un buen puesto de trabajo se intenta superar para con que con los
frutos conseguidos pueda atender mejor a su familia o vivir mejor.
Si esto se da en la vida ordinaria de todo hombre, ¿por qué no tender a
enriquecerse más espiritualmente? Todos queremos superarnos y ser mejores en
nuestro campo correspondiente de trabajo, estudio o deporte. Pero por qué no en
el campo espiritual. De cierta forma nos sucede pues en ocasiones y sin nosotros
buscarlo muchas veces, está la gracia de Dios que nos espera para que cuando
estemos preparados venga nuestro momento de conversión.
Algunos cristianos nos parece que no tenemos que convertirnos de nada, pero si
escudriñamos en nuestro interior siempre hay algunas facetas que hay pulir, pues
la conversión no es otra cosa sino una manera de perfeccionar nuestro amor a
Cristo. De nada nos sirve la conversión por la conversión si no nos lleva a
convertirnos precisamente en otros Cristos que saben amar como Cristo amó a
quienes le ofendieron, perdonar como Cristo perdonó a sus enemigos. Estos son
los frutos de la conversión y la invitación que nos hace el evangelio en este
periodo litúrgico del Adviento.
Por ello, como nos invita Juan el Bautista el día de hoy que nuestros frutos de
conversión sean los frutos del perdón, del amor desinteresado a nuestro prójimo,
de la vivencia oculta de la caridad como el mismo Cristo lo vivió en la tierra.
Llamada de los primeros discípulos
Autor: P. Clemente González
Mateo 4, 18-22
En aquel tiempo, paseando Jesús por la ribera del mar de Galilea vio a dos
hermanos, Simón, llamado Pedro, y su hermano Andrés, echando la red en el mar,
pues eran pescadores, y les dice: Venid conmigo, y os haré pescadores de
hombres.
Y ellos al instante, dejando las redes, le siguieron. Caminando adelante, vio a
otros dos hermanos, Santiago el de Zebedeo y su hermano Juan, que estaban en la
barca con su padre Zebedeo arreglando sus redes; y los llamó. Y ellos al
instante, dejando la barca y a su padre, le siguieron.
Reflexión
Dos grupos de hermanos presenta nuestro Evangelio de hoy, quizás insinuándonos
que las cosas para Dios tienen caminos tan singulares como llamar a todo el
"futuro" de una familia. Pero si es Cristo quien llama... Él sabe de sobra lo
que hace. Y lo que hacía con la familia de Pedro y de Santiago era algo
verdaderamente espectacular.
Andrés, el pequeño hermano de Pedro. ¡Quién lo fuera a pensar! De esos dos hombres habría de sacar la roca donde edificar la Santa Madre Iglesia. Efectivamente, porque otro pasaje, el que nos refiere Juan en su primer capítulo, nos presenta a los dos hermanos menores que se les ocurre seguir a Cristo, le conocen y ellos, terriblemente impresionados de ese singular Hombre que es Jesús, se lo cuentan a sus respectivos hermanos, que debieron ser hombres recios pues eran pescadores, y de gran corazón.
¿Y si
Andrés no hubiera seguido a Cristo? O pongamos que lo hubiese seguido, ¿si no le
hubiese dicho nada a Pedro? Era legítimo que se callase. Él había encontrado al
Señor y Pedro era ciertamente su hermano pero nada más. Pero cuando uno conoce a
Cristo inevitablemente lo da a conocer. De no haberlo hecho no tendríamos quizás
a Pedro, primer Papa de la Historia de la Iglesia. Sin embargo Andrés comprendió
bien lo que significaba haber estado con el Señor. Tenía que mostrárselo a
fuerzas a su hermano, tenía que llevarlo a su presencia como lo hizo, aunque
Pedro se la estuviera pasando muy bien entre sus pescados, aunque fuera el
"hombre" de la casa, aunque no aparentara tener mucha resonancia interior.
Andrés es, pues, el que lo conduce a Cristo, es el que nos hizo el favor de
poder tener a ese Pedro tan bueno entre nosotros. Y tan buen hermano fue que no
sólo fue apóstol como su hermano sino que dio su vida en la cruz y fundó (así es
estimado en las iglesias de oriente) con su sangre la fe de tantos hermanos
nuestros que, con la gracia de Dios, tendremos algún día el gusto de abrazar en
la plena comunión con Roma. Andrés, buen ejemplo.
El
siervo del centurión
Autor: Luis Eduardo Camarena
Mateo 8, 5-11
En aquel tiempo al entrar Jesús en Cafarnaúm, se le acercó un centurión y le
rogó diciendo: «Señor, mi criado yace en casa paralítico con terribles
sufrimientos».
Jesús le dijo: «Yo iré a curarle».
Replicó el centurión: «Señor, no soy digno de que entres bajo mi techo; basta
que lo digas de palabra y mi criado quedará sano.
Porque también yo, que soy un subalterno, tengo soldados a mis órdenes, y digo a
éste: "Vete", y va; y a otro: "Ven", y viene; y a mi siervo: "Haz esto", y lo
hace».
Al oír esto Jesús quedó admirado y dijo a los que le seguían: «Os aseguro que en
Israel no he encontrado en nadie una fe tan grande.
Y os digo que vendrán muchos de oriente y occidente y se pondrán a la mesa con
Abraham, Isaac y Jacob en el reino de los Cielos.
Reflexión:
Este Adviento ha empezado como un tiempo de gracia para todos, los cercanos y
los alejados. Adviento y Navidad son un pregón de confianza y fe en Dios, pues
Él quiere salvar a todos, sea cual sea su estado anímico, su historia personal o
sus circunstancias concretas. En medio del desconcierto general de la sociedad,
Él quiere orientar a todas las personas de buena voluntad y señalarnos los
caminos de la salvación.
Hoy también, muchas personas, aunque no parezcan alejadas, muestran como el
centurión buenos sentimientos. Tienen buen corazón y lo mejor de todo, quieren
acercarse a Cristo.
¿Sucederá también que este año esas personas tal vez repondan mejor a la
salvación de Jesús que nosotros? ¿Estarán más dispuestas a pedirle la salvación,
porque sienten su necesidad, mientras que nosotros no la sentimos con la misma
urgencia?
Por ello, cuando seamos hoy invitados a la comunión, podemos decir con la misma
humilde confianza del centurión que no somos dignos de que Cristo Jesús venga a
nuestra casa y le pediremos que él mismo nos prepare para que su Cuerpo y su
Sangre sen alimento de vida eterna.
Curación de dos ciegos
Autor: Julio César Chaparro
Mateo 9, 27-31
En aquel tiempo al marcharse Jesús de allí, le siguieron dos ciegos gritando:
«¡Ten piedad de nosotros, Hijo de David!»
Y al llegar a casa, se le acercaron los ciegos, y Jesús les dice: «¿Creéis que
puedo hacer eso?» Dícenle: «Sí, Señor».
Entonces les tocó los ojos diciendo: «Hágase en vosotros según vuestra fe».
Y se abrieron sus ojos. Jesús les ordenó severamente: «¡Mirad que nadie lo
sepa!»
Pero ellos, en cuanto salieron, divulgaron su fama por toda aquella comarca.
Reflexión:
Cristo nos dice continuamente: "Sé que necesitas de mi ayuda. Sabes que puedo
ayudarte y por eso estás junto a mí". Son quizás las palabras silenciosas que
salen desde el interior de cada sagrario. Y también, por qué no, en medio de la
jornada de cada ser humano.
¿Bastaría de nosotros una respuesta de súplica y confianza en Él? Si es así
balbuceemos nuestra petición con todo el corazón esperando la respuesta de
Jesús: ¿creéis que puedo hacer eso? Ahora todo está en nuestra fe. Como dice
Juan Pablo II en el libro Cruzando el umbral de la esperanza: "Cristo
ciertamente desea la fe, la desea del hombre y la desea para el hombre". No
olvidemos que la fe es le milagro más grande ante la aparente y engañosa ceguera
en la que nos envuelve el mundo.
Por ello, nuestra fe será más fuerte si hacemos conscientemente actos de fe,
actos de la presencia de Dios en nuestra vida pues sólo por la fe encontraremos
una respuesta a los problemas de la vida que no hubiésemos encontrado en
nosotros mismos.
La multiplicación de los panes
Autor: Oscar Pérez Lomán
Mateo 15, 29-37
En aquel tiempo, Jesús se marchó de allí y, bordeando el lago de Galilea, subió
al monte y se sentó allí.
Y se le acercó mucha gente trayendo consigo cojos, lisiados, ciegos, mudos y
otros muchos; los pusieron a sus pies, y Él los curó.
De suerte que la gente quedó maravillada al ver que los mudos hablaban, los
lisiados quedaban curados, los cojos caminaban y los ciegos veían; y
glorificaron al Dios de Israel.
Jesús llamó a sus discípulos y les dijo: «Siento compasión de la gente, porque
hace ya tres días que permanecen conmigo y no tienen qué comer. Y no quiero
despedirlos en ayunas, no sea que desfallezcan en el camino».
Le dicen los discípulos: «¿Cómo hacernos en un desierto con pan suficiente para
saciar a una multitud tan grande?»
Díceles Jesús: «¿Cuántos panes tenéis?» Ellos dijeron: «Siete, y unos pocos
pececillos».
Él mandó a la gente acomodarse en el suelo.
Tomó luego los siete panes y los peces y, dando gracias, los partió e iba
dándolos a los discípulos, y los discípulos a la gente.
Comieron todos y se saciaron, y de los trozos sobrantes recogieron siete
espuertas llenas.
Reflexión:
"Pasó haciendo el bien" ¡Qué bien sintetizó san Pedro tu vida, Señor! Los
curabas a todos sin esperar recompensa, con el gozo de ver a tu Padre
glorificado y alabado.
Mientras más te conozco, más te admiro y te amo. No eres indiferente ante las
necesidades de los demás. Llevas tres días aliviando su sed de Dios. Ellos no te
piden que les des de comer y, sin embargo, los sacias porque el que busca el
Reino de Dios y su justicia, recibirá lo demás por añadidura.
Pero no te contentas con darles lo necesario. Cuando das, lo haces en
abundancia. Te dan siete panecillos y con eso alimentas a más de cuatro mil
personas, u sobran siete cestos. Realmente eres maravilloso, Jesús, no te dejas
ganar nunca en generosidad. Es una constante en mi vida. Cada vez que te doy un
poquito, Tú me lo devuelves con creces. Gracias por enseñarme a ser magnánimo y
generoso.
¿Cuáles son los siete panes que me pides? ¿Perdonar a mi prójimo? ¿Hablar bien
de mi vecino? ¿Estudiar a fondo? ¿Obedecer a mis papás? ¿Acercarme más a ti?
¿Educar a mis hijos con mi ejemplo?... Ayúdame, Señor, a ser generoso y
magnánimo de corazón.