CAPÍTULO 26


Parte cuarta

MUERTE Y RESURRECCIÓN DEL MESÍAS Capítulos 26-28

I. EN VÍSPERAS DE LA MUERTE (26,1-56).

1. ACUERDO DE MATAR A JESÚS (Mt/26/01-05).

1 Cuando Jesús acabó todos estos discursos, dijo a sus discípulos: 2 Ya sabéis que dentro de dos días es la pascua, y el Hijo del Hombre va a ser entregado para que lo crucifiquen. 3 Se reunieron entonces los sumos sacerdotes y los ancianos del pueblo en el palacio del sumo sacerdote llamado Caifás, 4 y acordaron arrestar a Jesús con astucia y darle muerte. 5 Pero se decían: Durante la fiesta, no; para que no haya algún motín en el pueblo.

El último discurso del Maestro toca a su fin; ya no hablará más, y solamente obrará. Resumiendo, dice el evangelista que Jesús terminó todos estos discursos y, con esta expresión, echa una mirada retrospectiva a toda la obra del Mesías, caracterizada por los grandes discursos. «Tiempo de callar, y tiempo de hablar», dice el libro del Eclesiastés (Ecl 3,7). Ha pasado el tiempo de hablar. Ante los jueces Jesús callará (26,63; 27,14). El mensaje ya ha sido comunicado. Ahora viene el tiempo en que tiene que ser perfeccionado mediante la propia vida. Para ser fructuosa la semilla tiene que caer al suelo y morir (cf. Jn 12,24). El plan de los enemigos no coge desprevenido a Jesús. Anteriormente ya había instruido tres veces a sus discípulos diciéndoles que el Mesías tenía que sufrir, así ocurre aquí de nuevo. Antes que se tome el acuerdo formal, Jesús lo da a conocer a los discípulos. Con una clara presciencia espera lo venidero. Las primeras palabras no las pronuncian los enemigos con su acuerdo de matarle, sino Jesús, que va a la muerte dándose cuenta de ello. Será entregado. Eso antes pudo decirse de los hombres (17,22), de los judíos y gentiles (20,18s), en cuyo poder será puesto. Ahora está la Palabra sola y hace pensar en el que se deja arrebatar al Hijo. Lo ha enviado y ahora lo hace pasar de sus manos a las manos de hombres pecadores. Los sumos sacerdotes toman un acuerdo formal de matar a Jesús, que solamente está ligado a una condici6n: Jesús debe ser arrestado con astucia, para que no haya ningún tumulto en el pueblo. Aunque solamente quedan pocos días antes de la gran fiesta, se tiene que llevar a cabo el acuerdo, porque hay que darse prisa. Los que le habían impugnado abiertamente y con sus «tentaciones» y preguntas sutiles, y como autoridad oficial judía habían tenido muchas posibilidades de cogerle, ahora tienen que prenderle por astucia. Una alta autoridad consciente de sí misma, y un bajo procedimiento malicioso. En estos acontecimientos todo sucederá sin nitidez ni grandeza humanas, sino solamente estará dictado por bajos instintos. Ya desde el primer momento se puede percibir la mala conciencia. De lo contrario ¿cómo hubiesen podido temer un tumulto en el pueblo?

2. UNCIÓN EN BETANIA (Mt/26/06-13).

6 Mientras estaba Jesús en Betania, en casa de Simón el leproso, 7 se le acercó una mujer con un frasco de alabastro, lleno de perfume de mucho valor, y se lo derramó en la cabeza, mientras él estaba a la mesa. 8 Cuando los discípulos lo vieron, decían indignados: ¿A qué viene este derroche? 9 Esto podía haberse vendido a mucho precio y haberse dado a los pobres. 10 Pero, cuando Jesús se dio cuenta de ello, les dijo: ¿Por qué molestáis a esta mujer? Ha hecho en mi favor una obra buena. 11 Porque a los pobres siempre los tenéis con vosotros; pero a mí no me tenéis siempre. 12 Pues, al derramar ella este perfume sobre mi cuerpo, lo ha hecho con miras a mi sepultura. 13 Os lo aseguro: Dondequiera que se predique este Evangelio, en todo el mundo, se hablará también, para recuerdo suyo, de lo que ella ha hecho.

Lo que hace la mujer, proviene de una profunda veneración al Maestro, por más que en realidad fuera un gran derroche. Pero en la hora en que se efectúa esta unción, adquiere una importancia única. La muerte está cercana, y con ella la sepultura. También está muy cerca el tiempo de despedirse de las personas con quienes Jesús estaba unido humana y amistosamente. Entonces ya no habrá ninguna posibilidad de colmarle de bondades y bienes. El mismo Jesús interpreta la acción de la mujer en un sentido, que ella misma no podía haber adivinado. Su cuerpo está dedicado a la muerte y pronto será puesto en la cámara del sepulcro. Pronto le agarrarán y golpearán manos duras. Antes de que esto ocurra, una mano delicada puede hacer un obsequio a su cuerpo. El cuerpo sin vida pronto lo tomarán manos amigas y lo colocarán en el sepulcro. Esta mujer ha empezado ya de antemano lo que José de Arimatea y las mujeres amigas harán después. Es una pequeña señal, si la comparamos con el gran crimen. Es un sencillo ademán en el ambiente familiar de la pequeña casa, si lo comparamos con el alboroto del pueblo y la publicidad de la crucifixión. Pero esta señal vale tanto, porque procede del amor. Y por eso siempre se hablará de la pequeña señal cuando se proclame en el mundo el gran Evangelio del Padre. Entonces la sencillez del signo será levantada hasta llegar a la grandeza, su índole oculta pasará a la publicidad. Ni siquiera se olvida lo más diminuto, si se ejercita con estos sentimientos, y menos aún se olvida en este caso, porque ocurrió en esta hora. Los discípulos huirán, y Pedro negará que conozca al Maestro. En la cruz estará solo, pero esta mujer y su acción son como una pequeña luz en esta obscuridad.

3. LA TRAICIÓN DE JUDAS (Mt/26/14-16).

14 Entonces, uno de los doce, llamado Judas Iscariote, fue a ver a los sumos sacerdotes, 15 Y les dijo: ¿Cuánto me queréis dar, y yo os lo entregaré? Ellos le fijaron treinta monedas de plata. 16 Y desde entonces, él andaba buscando una ocasión oportuna para entregarlo.

Con doloroso acento se presenta al traidor como uno de los doce. En el grupo más íntimo de Jesús se encuentra el que le entregará en manos de los enemigos por unas miserables monedas. Se percibe el horror que habrán sentido los apóstoles, al verse en el caso de presentar así a Judas. Las mentes humanas no pueden comprender que eso sea posible. Según la exposición del evangelista, todo lo ha obtenido este grupo de los doce. Fueron admitidos en la más íntima comunidad de vida con el maestro, y sólo ellos iniciados en muchos misterios de Dios. La magnitud del fracaso se expresa por el hecho de que la traición tiene lugar por dinero, por treinta denarios de plata. Viene a ser el más bajo móvil que nos podamos imaginar, y un precio ínfimo para la persona de que se trata. Nada de ello no hubiese podido ser más vulgar e ignominioso. De nuevo aparece el verbo entregar. Gradualmente ocupan la escena otras personas que participaron en la entrega. El vocablo es como la clave para la historia de la pasión. En ella se consuma esta entrega a la impotencia de todo cuanto con anterioridad se había expuesto pormenorizado.

4. ULTIMA CENA DE JESÚS (26, 17-29).

a) Preparativos para la cena pascual (Mt/26/17-19).

17 El primer día de los ázimos se acercaron los discípulos a Jesús para preguntarle: ¿Dónde quieres que te preparemos para comer la pascua? 18 El respondió: Id a la ciudad, a casa de fulano, y decidle: El Maestro dice: Mi tiempo está cerca; en tu casa voy a celebrar la pascua con mis discípulos. 19 Los discípulos hicieron como les había mandado Jesús, y prepararon la pascua.

Es la víspera de la fiesta. La pregunta acerca del lugar emana de los discípulos. Notan la responsabilidad de proveer un recinto donde pueda celebrarse la pascua, según lo que prescribe la ley. Jesús forma con ellos una familia, y es preguntado como jefe de los suyos. Así, pues, Jesús también cenará con ellos, como cualquier padre de familia en Israel cena con su familia y con los criados y doncellas de la casa. Pero es una familia congregada por libre elección. No se determina quién es el hombre que debe poner su sala a disposición del Señor (con todo, cf. Mc 14,13). A san Mateo no le interesa cómo se llama este hombre ni todas las circunstancias externas en que se consigue que este hombre deje a Jesús la habitación. Sin embargo, la orden de Jesús es categórica y soberana de una manera parecida como antes de entrar en Jerusalén, cuando mandó ir a buscar cabalgaduras (21,1-3). Eso aparece con una especial claridad en la breve frase: Mi tiempo está cerca. No el tiempo de la cena pascual, sino su tiempo. La cena pascual reúne en sus casas a todas las familias israelitas. Pero esta cena sólo debe tenerla Jesús y el grupo de los doce, en casa ajena y sin la familia dueña de la misma. Porque «mi tiempo» no siempre está presente, sino solamente ahora. Es el tiempo en que ocurre por primera vez algo que es único en su género. El Padre ha determinado el tiempo, pero Jesús sabe que se acerca. El Mesías de antemano se acomoda a la ley de esta hora. Así se encuentra el lugar y se hacen todos los preparativos, como comprar el cordero, los diferentes manjares y bebidas, preparar las vasijas. Jesús había encargado a los discípulos que hicieran sentarse al pueblo, cuando lo alimentó en el yermo, y luego mandó repartir el pan y los peces; así también ahora Jesús da el encargo de disponerlo todo. La instrucción de los discípulos prosigue hasta el final, si bien en todo momento Él es el maestro y señor, a quien todos obedecen.

b) Designación del traidor (Mt/26/20-25).

20 Al atardecer, estaba a la mesa con los doce discípuloS. 21 Y mientras estaba comiendo, les dijo: Os aseguro que uno de vosotros me entregará. 22 Profundamente entristecidos comenzaron a preguntarle uno por uno: ¿Acaso soy yo, Señor? 23 Pero él contestó: Uno que ha mojado la mano conmigo en el plato, ése me va a entregar. 24 El Hijo del hombre se va, conforme está escrito de él; pero ¡ay de ese hombre por quien el Hijo del hombre va a ser entregado! Más le valiera a tal hombre no haber nacido. 25 También Judas, el que lo iba a entregar, preguntó: ¿Acaso soy yo, rabí? Él le contesta. Tú lo has dicho.

La víspera de la fiesta se come el cordero pascual. Las últimas horas de la tarde se transforman en la noche en que Dios liberó a su pueblo de la servidumbre de Egipto. Entonces se fundó Israel como pueblo, es el fundamental acto de salvación, que debe perdurar en un recuerdo imperecedero. Esta cena es la cena conmemorativa y cada año actualiza de nuevo la acción salvífica de Dios en su pueblo (Ex 13,3ss). La cena correspondía en general a la manera como se celebraban las otras cenas judías. Se comía el cordero como manjar principal, y en conjunto se le daba una mayor solemnidad. Una serie de platos seguía sucesivamente, interrumpida por una alocución del padre de familia y por oraciones. Jesús, pues, y los doce se colocan alrededor de la mesa para cenar a loor de Dios nuestro Señor. El alegre estado de ánimo se enturbia por unas palabras sombrías de Jesús: Uno de vosotros me entregará. Para los antiguos la participación en la misma mesa expresa la amistad y la paz, es señal de confianza mutua. El que es comensal, también es amigo. El grupo de los discípulos constituye una comunidad de comensales que rodea a Jesús. Una especial gravedad del delito consiste en que el traidor está sentado en este grupo íntimo.

El traidor moja la mano en la fuente común, de la que cada uno que tomaba salsa con un pedazo de pan. Forma parte de la comunidad de comensales y ya la ha traicionado interiormente. Jesús lo sabe y designa al traidor, que le pregunta cara a cara si es él. Sobre el camino de Jesús impera el decreto del Padre contenido en la Escritura. Pero no se borra la culpa del hombre que se convierte en instrumento del mal. Para este hombre sería mejor que nunca hubiese visto la luz del mundo. Tan insondable es su pecado y tan grave es su castigo. Para Jesús no se erigió en guía por el camino de la justicia, sino que se convirtió en escándalo. «Porque si bien es forzoso que haya escándalo, sin embargo, ¡ay de aquel hombre que causa el escándalo!» (18,7b). ¡Cuán misteriosa e indisolublemente están aquí entretejidos la culpa humana y el decreto divino! Se ve uno de los dos y se piensa que ya no se entiende el otro, y viceversa. Los pensamientos de Dios siempre son mayores que los de los hombres, y el misterio del hombre y de sus acciones siempre es mayor que de lo que él puede comprender.

c) Institución de la eucaristía (Mt/26/26-29).

26 Mientras estaban comiendo, Jesús tomó pan y, recitando la bendición, lo partió, se lo dio a los discípulos y dijo: Tomad, comed; esto es mi cuerpo. 27 Tomó luego una copa y, recitando la acción de gracias, se la dio, diciendo: Bebed todos de ella; 28 porque esto es mi sangre, la de la alianza, que es derramada para muchos, para perdón de los pecados.

El evangelista no reseña el transcurso de la cena pascual. Solamente habla de dos sucesos especiales durante la comida, y aun éstos los narra con suma concisión. Durante la cena al principio se distribuye pan, y cada uno coge algo para sí. Ahora Jesús toma el pan, recita la bendición sobre él, lo parte en pedazos y lo da a los discípulos invitándolos a comerlo. Es un pan especial, su propio cuerpo.

Para la interpretación estas palabras suenan con un acento muy extraño y misterioso, cuando se escuchan por primera vez, y para la inteligencia también resulta muy difícil comprenderlas, aunque se reflexione mucho sobre ellas, y durante toda la vida. La inteligencia de los sabios y entendidos fracasa ante ellas, pero son también reveladas a la gente sencilla. Ellos entienden que aquí se ofrece un don que es superior a todos los demás manjares, entienden que Jesús les ofrece participar de sí mismo de manera muy profunda. No puede concebirse una participación más íntima. En el hombre se da una tendencia a posesionarse de la energía vital de Dios y asimilarla corporalmente. Jesús ha dado satisfacción a este anhelo. En el duelo con Satán en el desierto había dicho Jesús que el hombre no sólo vive de pan, sino de toda palabra que procede de la boca de Dios (4,4). La palabra de Dios era el manjar espiritual del pueblo de la antigua alianza, también es el manjar espiritual del pueblo de la nueva alianza. Pero los padres de Israel que fueron sacados de Egipto, no sólo fueron obsequiados con el manjar de la palabra, sino también con dones prodigiosos -las codornices, el pan del maná y el agua que brotaba de la roca- para conservar su vida corporal. Y así ellos fueron alimentados doblemente por Dios, todos comieron el mismo manjar espiritual y todos bebieron la misma bebida espiritual.

En ello san Pablo ya ve una interpretación previa de la fuente que está abierta para el nuevo pueblo de la alianza en Cristo (cf. 1Cor 10,1-4). Ahora el Redentor del nuevo pueblo de la alianza también ofrece un segundo manjar, como hizo Dios antiguamente con el pueblo de Israel. Dos mesas estarán siempre preparadas para este pueblo, la mesa de la palabra y la mesa del sagrado pan. No debe haber ninguna pobreza en su pueblo, constantemente debe participar en la fuerza vital exuberante que tiene Dios.

Lo que sólo ocurrió dos veces en las prodigiosas multiplicaciones de pan es instituido ahora para un tiempo durable. El pan no solamente se ofrece al individuo, para que obtenga fuerza y vida para sí. El pan se da al pueblo para que experimente de nuevo su unión íntima espiritual y la solidaridad con su Señor. Ya que reciben el mismo don, deben ser unos con otros, una sola cosa. En otro momento de la cena coge Jesús una copa, la «copa de bendición», que le fue pasada. Esta vez reza la prescrita acción de gracias sobre la copa y la da para que beban. También es ésta, según sus propias palabras, una bebida única: al beber el vino de la copa, gustamos en realidad su sangre, que es llamada por Jesús, con gran propiedad, la sangre de la alianza. Eso solamente lo entendemos, si volvemos la mirada a la primera alianza que Dios concertó con Israel. Al pie del monte Sinaí y por medio de Moisés fueron sacrificadas las víctimas, y con su sangre se selló la alianza. Con la mitad de la sangre roció el altar, con la otra mitad el pueblo (cf. Éx 24). La alianza fue concertada por medio de la propicia voluntad de Dios y la voluntaria aceptación del pueblo. Lo que estaba confirmado en la voluntad, fue sellado con la sangre de las víctimas. La sangre de Jesús también es sangre de la alianza. Sólo puede pensarse en otra nueva alianza, que Dios quiere concertar, no solamente con Israel, como en el Sinaí, sino con muchos, en favor de los cuales es derramada su sangre. «De la misma manera que el Hijo del hombre no vino a ser servido, sino a servir y a dar su vida en rescate de muchos» (20,28). Uno solo por muchos, es decir, como ya vimos: el único que podía pagar el rescate en sustituci6n de todos los que no pueden recuperar su vida. Tiene que establecerse la alianza entre Dios y todos, porque la sangre de la alianza es derramada por todos. Debe establecerse un nuevo orden de la salvación. La antigua alianza es relevada por la nueva alianza. Ésta es la última alianza del fin de los tiempos, de la cual anunció el profeta Jeremías: «He aquí que viene el tiempo, dice el Señor, en que yo haré una nueva alianza con la casa de Israel, y con la casa de Judá; alianza, no como aquella que contraje con sus padres el día que los cogí por la mano para sacarlos de la tierra de Egipto; fueron ellos quienes rompieron la alianza -¡mi alianza!-, y entonces les hice sentir mi dominio, dice el Señor» (Jer 31,31-32).

Por principio la nueva alianza ya no puede quebrantarse, porque está establecida en el Hijo propio de Dios. Dios no rechazará más a su pueblo, como rechazó a su antiguo pueblo de Israel, porque el nuevo pueblo de Dios vive en Jesús el Mesías. Pero la nueva alianza en el fondo es la última y no puede abolirse, porque en ella se perdona el pecado. El pecado separa de Dios y ha arriesgado y destruido las relaciones de la precedente alianza. Ahora se extirpa de raíz el pecado, y se hace justo a todo el hombre. Nace un pueblo verdaderamente «santo». Por eso Jesús dice que su sangre de la alianza es derramada para perdón de los pecados. La sangre es el precio de rescate que tiene que pagarse por todos. Pero cuando se paga, entonces todos pueden acercarse y redimirse de la esclavitud del poder del pecado. La sangre de un solo justo basta para purificar a innumerables injustos. Todos pueden acercarse, pero sólo se acoge en la comunidad de la alianza al que así se redime y purifica. Eso sucederá en el tiempo futuro, cuando el pecador se inmerge en el baño de regeneración, en el bautismo.

Éste es el nuevo orden de la salvación que Dios ha establecido en su Hijo, de una forma tanto más admirable y asombrosa cuanto más uno lo considera... Aquí no se dice que los discípulos deben seguir haciendo lo que acaba de tener lugar entre ellos. San Lucas y san Pablo han consignado esta orden: «Haced esto en memoria mía» (Lc 22,19; lCor 11,24s). San Mateo sólo mira lo que ocurrió únicamente en esta hora. Pero esto que sucedió una sola vez se actualiza muchas veces, cuando los discípulos se reúnen para el ágape eucarístico. Allí no solamente están como comensales en la comunidad de su Señor, y descubren la virtud y vida de su Señor en el pan y en el vino, sino que también celebran cada vez la renovación de esta alianza. La celebración del ágape y la alimentación se identifican con la entrega a la muerte y con la institución de la alianza.

29 Pues os digo que desde ahora ya no beberé más de este producto de la vid hasta aquel día en que lo beba con vosotros en el reino de mi Padre.

«Ya no me veréis más hasta que digáis: ¡Bendito el que viene en nombre del Señor!» (23,39). Con estas palabras Jesús se había anunciado como el juez de la generación incrédula. Ya no actuará entre ellos como el pastor que los busca, sino que aparecerá ante ellos solamente como el pastor, que los apacentará con vara de hierro. De nuevo dice Jesús desde ahora, pero esta vez hacia dentro, o sea dirigiéndose al grupo de los creyentes. Son unas palabras que también designan una situación definitiva. Solamente hoy se puede presenciar así la comunidad de comensales formada con los discípulos. Será suprimida esta forma de comunidad. Pero será restablecida en «aquel día» en el reino de Dios.

Se elucida con frecuencia el reino de Dios como banquete festivo y amistoso. Este banquete tendrá lugar, y por cierto en comunidad con ellos, cuando el Hijo del hombre haya pronunciado la sentencia y haya congregado a los suyos consigo. Entre la cena actual y el banquete celeste está el tiempo de su presencia espiritual como Kyrios. Entonces y después Jesús está corporalmente entre los suyos, pero en el tiempo intermedio está espiritualmente, en el Espíritu Santo, más aún como el Pneuma (2Cor 3,17). Se constituye la comunidad para participar de la mesa de Jesús, vuelve la mirada a esta cena de la institución, y mira hacia adelante al banquete en el reino del Padre. La celebración eucarística es recuerdo de la cena en el tiempo pasado e interpretación previa del banquete futuro al fin de los tiempos.

5. JESÚS EN GETSEMANÍ (26,30-46).

a) Predicción de las negaciones de Pedro (Mt/26/30-35).

30 Y cantados los salmos, salieron hacia el monte de los Olivos. 31 Entonces les dice Jesús: Todos vosotros quedaréis escandalizados por causa mía durante esta noche; porque escrito está: Heriré al pastor, y se dispersarán las ovejas del rebaño (Zac 13,7) 32 Pero, después que yo resucite, iré antes que vosotros a Galilea. 33 Pedro, tomando la palabra, le dijo: Si todos se van a escandalizar por causa tuya, yo jamás me escandalizaré. 34 Díjole Jesús: Yo te lo aseguro: Esta misma noche, antes que el gallo cante, tres veces me habrás negado tú. 35 Pedro le dice: Pues aunque tenga que morir contigo, jamás te negaré. Otro tanto dijeron también todos los discípulos.

Después de la cena se entona el gran canto de los salmos, que según la costumbre concluía la solemne hora vespertina de la comida pascual. La pequeña comitiva sale hacia el monte de los Olivos. Por el camino Jesús predice a los discípulos que todos ellos caerán esta noche. Jesús ha sabido de antemano dónde se había de encontrar la burra para su entrada en Jerusalén (21,2), ha sabido que sus enemigos tomarían el acuerdo de matarlo (26,2), dónde estaría la habitación para los preparativos de la cena pascual (26,18) y quién sería el que le entregaría (26,25). Ahora también sabe y dice que todos le abandonarán. La claridad de su ciencia y el conocimiento incluso de lo escondido se vuelve tanto mayor cuanto más entra en el cumplimiento del divino deber.

El escándalo se ha abierto camino hasta llegar al grupo más íntimo de los discípulos. Es como el poder personal del espíritu del maligno, que ahora tiene su máxima eficiencia, cuando se concluye la obra del Mesías. El escándalo es en el fondo una falta de fe y da ocasión a ejercer el cometido de la fe. Así sucederá ahora. En la suprema confirmación de la fe se manifestará que la fe de los discípulos no solamente es «pequeña», sino que se derrumba por completo. Por primera vez suena la frase «escándalo de la cruz», que san Pablo empleó en su predicación misional (lCor 1,23).

La muralla de la incredulidad en torno de Jesús se vuelve cada vez más compacta, ya que en ella también se incluye el grupo más íntimo. Estará completamente solo. Este abandono del Mesías forma parte de su enajenación. El profeta ha dicho que el rebaño se dispersará, cuando se hiera al pastor. A Jesús no sólo se le había encargado que fuera pastor de Israel; también ha sido el pastor de los suyos, a quienes él debía introducir a la verdadera esencia de la obra mesiánica. Se separa del «pequeño rebaño» al pastor (Lc 12,32). Se quebrará la unidad entre ellos. El fracaso externo de la obra de Jesús no solamente se mostrará en su ejecución, sino también al separarse de los suyos. Y con todo habrá una nueva reunión, cuando Jesús «vaya antes que ellos a Galilea». La esperanza irradia a través de la obscuridad de la predicción. Para ellos será otra vez el pastor que los preceda, y ellos seguirán su voz y en Galilea estarán nuevamente unidos con él (cf. 28,16). Pedro afirma solemne y presurosamente delante de todos los demás que él nunca caerá. Cree estar seguro de si mismo y caerá en lo más profundo. Ha olvidado que no le puede sostener la confianza propia, sino solamente la fe en el poder de Jesús (cf. 14,28-31). «Eres un escándalo para mi», le había dicho Jesús, cuando después de anunciar la pasión le hizo enérgicos reproches (16,23). ¡Cuánto mayor será el escándalo que Pedro toma ahora de Jesús y cuánto mayor el que le prepara! Caerá a lo más profundo el que recibió la más excelsa promesa. Le traicionará de la manera más horrenda el que estaba elegido ante todos los demás y se sentía especialmente familiarizado con el Maestro. Todos los demás discípulos también afirman solemnemente que prefieren morir con él antes que negarle. ¡Qué contrastes aparecen! Aquí la manera de pensar de los hombres, allí la manera de pensar de Dios (cf. 16,23). Los pensamientos humanos se fundan en la seguridad propia, en la solidaridad humana y en que sea fiel la comunidad; pero los pensamientos de Dios, tal como Jesús los manifiesta se fundan en la plena disposición incluso para el aislamiento y el abandono.

b) Oración de Jesús en su agonía (Mt/26/36-46).

36 Entonces Jesús llega con ellos a una finca llamada Getsemaní y dice a los discípulos: Sentaos aquí, mientras yo voy allá para orar. 37 Y tomando consigo a Pedro y a los dos hijos de Zebedeo, comenzó a sentir tristeza y angustia. 38 Entonces les dice: Siento tristezas de muerte: quedaos aquí y velad conmigo. 39 Y adelantándose un poco, se postró en tierra y oraba. ¡Padre mío: si es posible, que pase de mí este cáliz! Sin embargo, no sea como yo quiero sino como quieres tú.

Todavía están juntos los discípulos y Jesús, el rebaño con el pastor. Pero Jesús deja espontáneamente el grupo, ya que sabe que no le pueden seguir en su camino. Por otra parte, lo hace de modo distinto que antes, cuando había enviado por delante a los discípulos en la barca, mientras él quería orar solo en el monte (14,22s). Ahora Jesús los deja atrás, pero encuentra un consuelo en que estén cerca. Eso también puede decirse de los tres elegidos que fueron con él testigos de la transfiguración en el monte (17,1). Todavía pueden acompañarle un trecho, pero con su conducta muestran que no comprenden ni la hora ni al Maestro.

Esta hora y la oración de Jesús forman parte de lo más conmovedor de que nos informan los evangelistas. Jesús en la pasión inminente estará silencioso ante sus jueces y sufrirá la muerte en silencio, pero aquí manifiesta lo más íntimo de su alma. Sabe con antelaci6n que tiene que recorrer este camino y lo ha dicho con frecuencia. También sabe que la muerte no le detendrá. Va con la clara conciencia de dar su vida como necesario precio de rescate de muchos (20,28). Acaba de decir en la comida que su sangre es derramada para muchos, para perd6n de los pecados, como sangre de la alianza (26,28). Y no obstante esta tristeza y conmoci6n penetran hasta sus ideas y sentimientos más íntimos. Era una conmoción que le impulsa a pedir que le sea evitada la pasión. Puesto que para el Padre todo es posible (cf. 19,26), ¿será también posible que pase de él este cáliz? Dios ha llenado la copa y la ha presentado para que se beba toda. Es la copa de la ira, que en el Antiguo Testamento tiene que ser preparada por Dios, y ha de beberse como bebida del castigo (Is 51,17.22), el cáliz de la amargura y de la bebida mortal. Ante este cáliz se estremece Jesús, como solamente un hombre puede estremecerse ante la muerte. Aunque la necesidad aprieta y las aguas le han llegado hasta el cuello (cf. Sal 68,2s), la oración tiene como desenlace la pura sumisión. Sin embargo, no sea como yo quiero, sino como quieres tú.

Lo que enseñó Jesús a los discípulos a pedir en el padrenuestro (6,10), eso es lo que pide él ahora. La voluntad del Padre está por encima de todo. Nada puede serle contrario. Es una voluntad de amor, porque el reino de Dios es un dominio de amor. Si no se cumple su voluntad, se ponen estorbos a su dominio y se reduce el poder del amor (cf. 6,10). Y en esta hora debe manifestarse el amor, con la máxima pureza, en el abandono del Hijo por el Padre y en la entrega del Hijo a los hombres. En la carta a los Hebreos se nos habla de la obediencia del Hijo en los días de su vida terrena: «El que en los días de su vida mortal presentó, con gritos y lágrimas, oraciones y súplicas al que podía salvarlo de la muerte, y fue escuchado en atención a su piedad reverencial. Y aun siendo Hijo, aprendió, por lo que padeció, la obediencia, y llevado a la consumación, se convirtió, para los que le obedecen, en causa de salvación eterna» (Heb 5,7-9). ¿De qué hora se afirmarían estas «oraciones y súplicas con gritos y lágrimas» con mayor razón que de ésta?

40 Vuelve luego a los discípulos y los encuentra durmiendo; y dice a Pedro: ¿De modo que no habéis podido velar una sola hará conmigo? 41 Velad y orad para que no entréis en tentación; el espíritu está dispuesto, pero la carne es débil. 42 Se alejó por segunda vez y de nuevo estuvo orando; ¡Padre mío: si este cáliz no puede pasar sin que yo lo beba, hágase tu voluntad! 43 Cuando volvió, otra vez los encontró durmiendo, pues sus ojos estaban cargados de sueño. 44 De nuevo se alejó y estuvo orando por tercera vez, repitiendo nuevamente las mismas palabras. 45 Entonces vuelve a los discípulos y les dice: Ya podéis dormir y descansar. Está cerca la hora, y el Hijo del hombre va a ser entregado en manos de pecadores. 46 Levantaos, vamos; ya está cerca el que me va a entregar.

El sueño no sólo ha dominado a los discípulos, que habían sido dejados atrás, más abajo, sino también a los tres discípulos que Jesús había tomado consigo. Para Jesús, la presencia de los tres discípulos no es un consuelo confortante, sino una decepción. Antes sólo habían entendido poco, pero ahora ya no entienden absolutamente nada. Jesús está mirando al Padre con intensa vigilancia; ellos, en su inercia, son vencidos por el sueño. Sus fuerzas no alcanzan para una hora de vela. Eso ya era el principio de la tentación del escándalo. Bajo la cruz, la tentación habrá conseguido su objetivo: allí ya no habrá ningún discípulo. Jesús también había enseñado a los discípulos a orar para preservarlos de la tentación (6,13). Esta oración ahora aún podría liberarlos para que no sucumbieran por completo a la tentaci6n. Con esta tentación se alude a lo mismo que con el gran escándalo: la pérdida de la confianza y la ruptura de la unión con Dios. Jesús no viene a ser víctima de esta tentación, debido a que la oración de Jesús, a pesar del ruego suplicante, apunta a la unión con la voluntad del Padre.

Al principio de su actividad, Jesús ha recusado las tentaciones de Satán. Este combate todavía es más arduo. Jesús vela y ora, y así sale airoso del temible combate. Después de la lucha con Dios va Jesús conscientemente al encuentro de su hora y del que lo va a entregar. Está cerca la hora. Antes de la cena Jesús había dicho que su tiempo estaba cerca (26,18), ya que quiso obsequiar a los suyos con su carne y su sangre como fruto de su muerte y como don de su amor. En este momento la hora está cerca, ya que sucede lo mismo no bajo los dones simbó1icos del pan y del vino, sino con la realidad sangrienta de su muerte corporal. Aquí también puede encontrarse esta oposición difícilmente superable, como en la designación de Judas como traidor (26,24). Por parte de Dios la hora está fijada y ahora llega como la hora del amor más excelso; por parte de los hombres es la hora del más grave pecado. Porque Jesús es entregado en «manos de pecadores»...

6. PRENDIMIENTO DE JESÚS (Mt/26/47-56).

47 Todavía estaba él hablando, cuando llegó Judas, uno de los doce, acompañado de gran tropel de gente con espadas y palos, de parte de los sumos sacerdotes y de los ancianos del pueblo. 48 EI que lo iba a entregar les había dado una señal: Aquel a quien yo bese, ése es; arrestadlo. 49 Y en seguida, acercándose a Jesús, le dijo: ¡Salve, rabí! Y lo besó. 50 Y Jesús le dijo: Amigo, ¡a lo que has venido! Entonces, ellos se acercaron, echaron mano a Jesús y lo arrestaron.

Judas era uno de los comensales que formaban una comunidad con Jesús. Con una señal de solidaridad y de confianza amistosa lleva a término su obra infame. Había mojado la mano con Jesús en la fuente y había comido en la misma cena. Ahora solamente necesita el saludo de amigo, para entregarle a los enemigos (*). Es una escena verdaderamente fantasmagórica. La gente armada que viene por encargo de la autoridad; Judas que se adelanta separándose de la multitud, y en la obscuridad reconoce y designa al Maestro; el inocente es atado.
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La salutación «¡Amigo, ¡a lo que has venido!» es discutida en la interpretación. La forma mas probable no es la interrogativa (¿A que has venido?), sino el sentido siguiente: Haz aquello para lo que has venido. Con estas palabras de Jesús también se expresaría su libertad en el prendimiento, lo cual se ajusta bien al estilo de la historia de la pasión de san Mateo.
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51 Y uno de los que estaban con Jesús, alargó la mano, sacó su espada, hirió al criado del sumo sacerdote y le quitó la oreja. 52 Entonces le dice Jesús: Vuelve tu espada a su sitio, porque todos los que empuñan espada, a espada morirán. 53 ¿O crees tú que no puedo acudir a mi Padre, que inmediatamente me enviaría más de doce legiones de ángeles? 54 Pero ¿cómo se cumplirían entonces las Escrituras de que así tiene que suceder?

Parece que por lo menos uno de los discípulos ha despertado de la somnolencia. Intenta intervenir, pero con un medio inapropiado: una pobre tentativa de enfrentarse a la multitud y a su armamento con una sola espada. Con todo, un criado del sumo sacerdote tiene que sufrir las consecuencias. Jesús prohíbe al1 discípulo este modo de defensa. Él mismo pone en práctica lo dicho en el sermón de la montaña: «Si alguien te pega en la mejilla derecha, preséntale también la otra, y al que quiera llevarte a juicio por quitarte la túnica, déjale también el manto, y si alguien te fuerza a caminar una milla, anda con él dos» (5,39b-41).

El Evangelio enseña el camino de la no violencia, y Jesús toma en él la delantera. Jesús ha venido para traer la espada y no la paz (10,34). Pero es una espada espiritual, la de la separación entre Dios y Satán. Se tiene que empuñar esta espada y dejar la espada de acero en la vaina. Los que la empuñan, serán ejecutados por ella, porque no trae la paz, sino la destrucción. La espada del espíritu es la palabra del Evangelio, que exige el amor y condena la guerra (cf. Ef 6,17). Dios había enviado ángeles al Mesías en el desierto para servirle, después que Jesús había rehusado servir a Satán (4,11). ¡Y cuántos más ángeles no podría enviarle el Padre, si fuera su voluntad en esta hora! Allí acudieron los ángeles como premio a la obediencia del Hijo, ahora no tienen que comparecer, para que se concluya la obediencia del Hijo.

55 En aquella hora dijo Jesús a las turbas: ¿Como para un ladrón habéis salido con espadas y palos a prenderme? Día tras día estaba yo sentado en el templo enseñando y no me arrestasteis. 56 Pero todo esto ha sucedido para que se cumplan las Escrituras de los profetas. Entonces, todos los discípulos, abandonándolo, huyeron.

Los judíos habían convertido en guarida de ladrones la casa de Dios, que debía ser una casa de oración (21,13). Jesús había restablecido su pureza, y allí había enseñado. Ahora vienen como para un ladrón para llevarle preso. Han temido la publicidad, y han recurrido a la protección de la noche. No pudieron oponerse a la enseñanza de Jesús en el templo y no le hicieron caer con ninguna palabra. Ahora le cogen, cuando calla, y le hacen caer, cuando está solo. Pero en esto también se atestigua la sabiduría de Dios, que antes han anunciado los profetas. El Evangelio de la no violencia tiene que configurarse en Jesús. Cuando Jesús es atado, le abandonan los discípulos, sin que hubiera ninguna excepción. En el huerto de Getsemaní, por lo menos, estaban cerca, aunque durmieran. En el encuentro con la turba un discípulo se atreve a dar un golpe valeroso, aunque sea con la espada de hierro, que aquí ya no puede conseguir nada. Ahora Jesús está completamente solo y abandonado. La huida de los discípulos es la dispersión de las ovejas vaticinada (26,31). Puesto que Jesús les ha sido arrebatado de en medio de ellos, también ellos se quedan solos entre sí.

II CONDENA DE JESUS (26,57-27,31).

1. JESUS ANTE EL SANEDRIN (Mt/26/57-68).

57 Los que arrestaron a Jesús lo condujeron a casa del sumo sacerdote Caifás, donde los escribas y los ancianos estaban reunidos. 58 Pedro lo iba siguiendo de lejos hasta el patio del sumo sacerdote, entró allí dentro y estaba sentado con los criados, para ver en qué terminaba aquello. 59 Entretanto los sumos sacerdotes y todo el senedrín andaban buscando algún falso testimonio contra Jesús para darle muerte; 9 pero no lo encontraron, a pesar de los muchos falsos testigos que comparecían. Finalmente, comparecieron dos, 61 que dijeron: Este ha dicho: Yo puedo destruir el templo de Dios, y en tres días reconstruirlo. 62 Entonces se levantó el sumo sacerdote y le preguntó: ¿Nada respondes? ¿Qué es lo que éstos testifican contra ti? 63a Pero Jesús callaba.

El Maestro no estaba completamente solo, porque Pedro le sigue. ¿Habrá por lo menos un testigo del grupo de los discípulos, y uno que mantenga la fidelidad hasta el fin? Precisamente Pedro le abandonará de la manera más ignominiosa, a pesar de haber sido distinguido con la más honrosa vocación... Durante la noche se ha reunido el gran sanedrín, el alto consejo, la autoridad religiosa oficial de los judíos y el tribunal supremo. Hay que apresurarse, pues el temor de un tumulto en el pueblo determina su manera de proceder (26,5). Caifás, que ejercía el cargo de sumo sacerdote aquel año, ocupa la presidencia. Por lo demás forman parte del consejo peritos en la ley, es decir escribas, ancianos, o sea representantes de la aristocracia seglar, y los sumos sacerdotes de los años precedentes y otros representantes del sacerdocio. Forman parte de cualquier juicio auténtico las declaraciones de los testigos. Según el derecho vigente tenían que coincidir exactamente por lo menos las declaraciones de dos testigos. Se convoca a muchos testigos, evidentemente ya habían sido aprestados para venir rápidamente para la sentencia que se debía pronunciar. San Marcos dice que estas declaraciones no concordaban (Mc 14,56). Es raro que sólo se cite textualmente una acusación y que sea presentada por dos testigos. San Mateo sin duda quiere decir que estas dos declaraciones coincidían, por tanto, pueden ser consideradas como fundamento de la sentencia. La declaración contiene las palabras difíciles de entender sobre el templo. En el Evangelio de san Juan, las había dicho Jesús de modo semejante al expulsar del templo a los vendedores, y el evangdista las había referido al templo de su cuerpo, que después de tres días resucitaría (Jn 2,19). Una declaración tan exagerada sobre el templo quizás pudo ser motivo suficiente para condenarlo. Pero hay que tener en cuenta que Jesús no dice que él destruirá este templo (Mc 14,58), sino que él tiene poder para destruirlo. No se dice que Jesús haya afirmado que él hará uso de este poder. Además en san Mateo no se habla de la oposición entre un templo «hecho por mano» y otro templo «no hecho por manos» (Mc 14,58). Al hablar del «templo de Dios» se piensa en el templo real de piedra, y por tanto en la nueva construcción también hay que pensar en el mismo templo de Dios, construido de piedra. ¿No llega a ser enteramente inteligible esta formulación, si se reflexiona en que al tiempo en que el evangelista san Mateo escribió su libro, estaba destruido el templo herodiano? Después del año 70 incluso los judíos esperaban que el Mesías reedificaría el templo. Mediante los testigos se confirma indirectamente la reivindicación de Jesús de que puede llevar a cabo esta reconstrucción, y por tanto la reivindicación de que realmente es el Mesías. El creyente sabe que el nuevo templo de Dios ya no ha sido levantado con piedras, puesto que Jesús es «más grande que el templo» (12,6). El nuevo templo será la comunidad de todos los que confiesan a Jesús y entre los cuales mora Jesús (18,20). Dos testigos confirman la declaración de Jesús. Pero Jesús calla al oir la acusación, aunque se le exige formalmente que se pronuncie al respecto. ¿No se debe ver en este silencio una confirmación de la declaración de Jesús y de lo que con ella reivindica? ¿No lo entendió también así el sumo sacerdote, cuando inmediatamente después pregunta si Jesús es realmente el Mesías? Así pues, de la declaración que los testigos confirman, el sumo sacerdote deduce la reivindicación mesiánica.

63b Y el sumo sacerdote le dijo: Te conjuro por el Dios viviente que nos digas si tú eres el Mesias, el Hijo de Dios. 64 Jesús le responde: Tú lo has dicho. Además, os lo aseguro: desde ahora veréis al Hijo del hombre sentado a la diestra del Poder y viniendo sobre las nubes del cielo.

Con solemnes palabras introductorias, el sumo sacerdote exige una confesión terminante de si Jesús es el Mesías. Invoca el santo nombre de Dios y conjura al acusado ante el Dios viviente que diga la verdad: El Mesías fue tenido por Hijo de Dios, aunque el judío en esta expresión no pudo entender lo que sabe el cristiano. El rey de Israel, que habia sido elegido por Dios, se tenía por hijo de Dios: «Hijo mio eres tú, yo te he engendrado hoy» (Sal 2,7). Así habló Dios al rey el día en que le fue otorgado el trono y la soberanía. El vástago de David que debía ser el Mesías, tenía que ser hijo de Dios, como lo fueron los grandes reyes antes que él. Así pues, el sumo sacerdote no pregunta por dos diferentes reivindicaciones de Jesús-Mesías e Hijo de Dios-, sino por una sola. La respuesta de Jesús hay que entenderla en un sentido terminante, aunque en el texto esté expresada de una forma peculiar: Tú lo has dicho, es decir: Sí.

Anteriormente Jesús nunca ha dicho en público quién era. Sobre todo en las controversias con los teólogos y los representantes de la autoridad se ha precavido recelosamente de descubrir por completo su misterio (cf. especialmente 21,23ss). Sólo ahora, cuando la decisión ya está tomada hablará abiertamente. De este modo la plena responsabilidad recae en los que le condenan. La indagación toca a su fin. La persona de Jesús ya no puede juzgarse por las señales ni por su mensaje, puesto que ya no se obra ninguna otra señal ni se anuncia ya ningún otro mensaje para Israel. Por esta causa, Jesús puede hablar claramente y hacer entrega de lo que hasta entonces tenía que seguir siendo su misterio. Hay aquí también, por parte de Jesús, un gesto de entrega espontánea. El Señor no se revela a los que indagan y afanosamente preguntan, sino a sus maliciosos jueces cuyo odio le envuelve con su gélida frialdad.

A Jesús no le basta una simple afirmación. Agrega una larga cita, tomada de dos pasajes de la Escritura (Sal 109,1; Dan 7,13). A partir de ambos, es forzoso reconocer que su condición de Mesías abarca mucho más de lo que contenían las ideas prevalentes al respecto entre los judíos. El Hijo del hombre estará sentado a la diestra del Poder. Así sucederá cuando aparezca como Mesías del fin de los tiempos en el nombre de Dios. Poder es un vocablo que se emplea para designar a Dios. Vendrá como juez sobre las nubes del cielo, como se decía del Hijo del hombre en el libro de Daniel. «Yo estaba, pues, observando durante la visión nocturna, y he aquí que venía entre las nubes del cielo uno que parecía un hijo de hombre; quien se adelantó hacia el anciano de días, y le presentaron ante él. Y diole éste la potestad, el honor y el reino; y todos los pueblos, tribus y lenguas le servirán: la potestad suya es potestad eterna que no le será quitada, y su reino es indestructible» (Dan 7,13s).

El que conocía el libro de Daniel y la promesa de un misterioso hijo de hombre, sabía que Jesús aquí una vez más presenta una reivindicación que manifiesta plenamente su dignidad como Mesías. Pero desde el gran fragmento instructivo del juicio universal el creyente ya sabe que el Hijo del hombre que ha de venir al fin del tiempo con poder y gloria, también será el que administre la justicia de Dios (25,31-46). Tendrán que reconocerlo como juez, los que ahora lo juzgan. Por eso, se hace resaltar la expresión desde ahora. Ahora tenéis poder sobre mí, pero por única y última vez, porque del tiempo futuro sólo puede decirse que vengo como vuestro juez. Así pues, la respuesta de Jesús no solamente es una manifestación de su modo de ser, sino que en esta hora también tiene un sentido amenazador.

65 Entonces el sumo sacerdote rasgó sus vestiduras y exclamó: ¡Ha blasfemado! ¿Qué necesidad tenemos ya de testigos? Ahora mismo acabáis de oír la blasfemia. 66 ¿Qué os parece? Ellos contestaron: Es reo de muerte. 67 Entonces le escupieron a la cara y le dieron puñetazos, y otros lo abofeteaban, 68 mientras le decían: Profetízanos, Mesías: ¿quién es el que te ha pegado?

Lo que hasta aquí habían dicho los testigos y el mismo Jesús, podía interpretarse como blasfemia. En ambos casos hubiera sido necesaria una indagación exacta de las declaraciones, si se piensa en un proceso legal. Sobre todo no leemos que se hubiera examinado lo que Jesús reivindica, a saber, que es el Mesías. La descripción de san Mateo transcurre en linea recta en el sentido de que Jesús ha testificado abiertamente su dignidad y el sanedrín le ha condenado a muerte como Mesías. Sin ninguna ulterior comprobación se estima como blasfemia el testimonio del acusado. Una blasfemia contra Dios tenía que ser contestada con la rasgadura de los vestidos. Sólo esta clase de blasfemias pasaba por delito digno de muerte, sin tener que convocar otros testigos para comprobarla. Así pues, el sumo sacerdote aquí dictamina sobre la situación y pregunta cuál es el castigo que el sanedrín tiene por adecuado. «Acabáis de oír la blasfemia. ¿Qué os parece?

Los miembros del sanedrín dan la sentencia, por la que condenan a Jesús a pena de muerte. La condenación solamente fue posible, porque ya antes estaba sentenciada desde el momento en que habían rechazado a Jesús. Porque ¿qué habría ocurrido desde el punto de vista histórico, si un tribunal del pueblo judío con plena conciencia de que realmente se trataba de su Mesías, hubiese pronunciado, tal veredicto? ¿Era siquiera posible que aquel a quien se dirigía la esperanza de todos, fuera condenado a muerte precisamente por la suprema autoridad?

Estas preguntas muestran que no se trata en modo alguno de un proceso en el sentido usual, ni tampoco de un proceso que pudiéramos llamar simplemente religioso. Aquí chocan entre sí otros mundos. En último término, el mundo de Dios y el mundo de Satán. Sólo por la enemistad mortal de Satán contra Dios, puede vislumbrarse a qué fuerzas en realidad se entregó a Jesús. Los que le condenan se convierten en instrumento del mal y son culpables de ello. Pero en el fondo de los sucesos no había ningún error jurídico, sino la plena erupción del pecado que Jesús quería llevar en su cuerpo al Gólgota. «Al que no conoció pecado, lo hizo pecado por nosotros, para que en él llegáramos nosotros a ser justicia de Dios» (2Cor 5,21)... Una vez dada la sentencia, los instintos de la plebe se desbordan. Jesús dijo que era el Mesías. Ahora debe demostrarlo. ¿Quién es el que te ha pegado, Mesías? Este escarnio acompañará a Jesús durante las próximas horas, ya sea por parte de los servidores judíos, ya sea por parte de los soldados romanos. Todos hacen escarnio de él. No puede tomar sobre sí su castigo ni sufrirlo en conformidad con las leyes, como un condenado según la justicia. Está desamparado por la ley y entregado incluso a brutales puñetazos. A Jesús le está preparado el destino del siervo de Dios: «Entregué mis espaldas a los que me azotaban, y mis mejillas a los que mesaban mi barba: no retiré mi rostro de los que me escarnecían y escupían» (Is 50,6).

2. LAS NEGACIONES DE PEDRO (Mt/26/69-75).

69 Pedro estaba sentado fuera, en el patio, y se le acercó una criada, que le dijo: También tú andabas con Jesús el Galileo. 70 Pero él lo negó delante de todos: No sé lo que estás diciendo. 71 Cuando salía hacia el pórtico, lo vio otra criada, que dice a los que había allí: Ése estaba con Jesús el Nazareno. 72 Y él de nuevo negó con juramento: ¡No conozco a ese hombre! 73 Poco después, los que allí estaban se acercaron a Pedro y le dijeron: Realmente, tú también eres de ellos; pues tu manera de hablar te delata. 74 Entonces él se puso a echar maldiciones y a jurar: ¡No conozco a ese hombre! Y en aquel momento cantó un gallo. 75 Y se acordó Pedro de aquello que Jesús le había dicho: Antes que el gallo cante, me habrás negado tú tres veces. Y saliendo afuera, lloró amargamente.

Lo que aquí sucede no es sólo una renuncia puramente humana, la total conversión de un temperamento apasionadísimo que va de la más enérgica y solemne afirmación de fidelidad hasta la muerte a la más humillante negación de sí mismo. No es únicamente una escena humanamente trágica y conmovedora, sino expresión de la verdad de la fe. Pedro que había sido exaltado hasta lo más alto, cae en lo más profundo. El que está llamado a ser fundamento pétreo de la nueva construcción del Mesías, se trueca ahora y resulta ser suelo de arena, sobre el que nada puede levantarse. El que en virtud de la revelación divina había confesado a Jesús como el Mesías, ahora incluso niega que lo conozca como hombre. ¿Qué significa esta contradicción difícilmente comprensible? Es, desde luego, fundamento pétreo, pero apoyado en el fundamento inamovible, que es Cristo. «Por lo que se refiere al fundamento, nadie puede poner otro sino el que ya está puesto: Jesucristo» (1Cor 3,11). Sobre este fundamento se edifica la nueva comunidad y también Pedro en ella. Sin la piedra básica de Cristo la comunidad está edificada sobre lo que carece de base. La misión divina de administrar las llaves es transferida a un hombre que puede caer y ha caído. Aquí ya se vislumbra que la entrega de Jesús no cesa en su muerte, sino que prosigue después de ella, hasta que venga sobre las nubes del cielo, sentado a la diestra del Poder...