Mateo 25,31-46

 

La parábola "del juicio final" es una de las más importantes del evangelio. Habla del día final de la historia, de la sentencia definitiva de Dios sobre los seres humanos. En la mentalidad popular, el juicio final aparece adornado con multitud de leyendas y representaciones plásticas. La descripción que hace Jesús en el evangelio de este último día es trascendental para entender la novedad del mensaje evangélico. Estamos ante uno de los textos básicos que resumen aspectos esenciales de la teología cristiana.

 

            La tradición de Israel situó en el llamado "valle de Josafat" el lugar donde se celebraría el juicio final (Joel 4,2 y 12)[i] Josafat significa "Dios juzga". Pero este lugar era sólo un sitio simbólico y no geográfico. Unos 400 años después de Jesús se comenzó a identificar este valle de Josafat con el valle del Cedrón, que separa el monte de los olivos de la zona sureste de Jerusalén. Basados en esta tradición, desde hace generaciones, muchos israelitas han querido enterrarse en el valle del Cedrón. Actualmente, esta zona que rodea las murallas de Jerusalén es un extensísimo cementerio. Innumerables sepulcros se orientan hacia las puertas de la ciudad santa. Allí los fieles judíos muertos en esta creencia esperan ser los primeros en resucitar el día del juicio de las naciones.

 

La solemnidad de la palabra definitiva de Dios al final de la historia humana se dará en lo más sencillo, en lo más elemental, en lo más pobre. Como sucedió con Dios que se reveló para nosotros de forma definitiva, el juicio también será la confirmación del evangelio: Dios presente en los pobres, Jesús identificado para siempre con ellos.

 

Los pueblos a los que se menciona en este episodio son los que en tiempos de Jesús o en siglos anteriores habían influido más en el curso de la historia. Los egipcios y los caldeos crearon dos de las mayores culturas de la antigüedad. Dominaron la astronomía, la aritmética, la arquitectura... Entre ellos hubo grandes sabios y filósofos. Más cercanos al tiempo evangélico son los griegos, padres de una civilización que influyó decisivamente en toda Europa, con importantísimos descubrimientos en todos los campos: La medicina, la historia, la filosofía, las matemáticas, la física, la biología, la política, etc. Contemporáneos de Jesús eran los romanos, que se destacaron principalmente en el derecho, en la arquitectura, en la organización militar. El otro gran pueblo mencionado en el juicio es el mismo pueblo de Jesús, el pueblo de Israel, que aportó a la humanidad, entre otras muchas cosas, la fe inconmovible en un único Dios que interviene en la historia.

 

Para nuestro tiempo serían otros los pueblos convocados: Los norteamericanos, los rusos, los chinos; los japoneses, los alemanes... si consideramos sólo las grandes potencias políticas y económicas. Si nos fijamos en los grandes grupos religiosos, estarían los cristianos (católicos, protestantes y ortodoxos), los musulmanes (pueblos árabes de distintas nacionalidades), los judíos (fieles aún hoy a muchas de las tradiciones y leyes del pueblo en que nació Jesús). Entre estos pueblos como también aparece en el episodio estarían además los ateos, los que no tienen fe en Dios, ni en la vida después de la muerte. A la hora del juicio final no importarán las diferencias de razas, naciones o ideas. No importará lo que se creyó o lo que se dejó de creer con la cabeza o con la boca, sino lo que se hizo o se dejó de hacer por los demás. Eso unificará a todos los seres humanos. A los de todos los tiempos. No habrá entonces ropajes de colores diferentes. Todos estarán desnudos ante Dios con un único equipaje: Sus obras de justicia.

 

Hay tres ideas teológicas esenciales a este texto evangélico del juicio final.

1.      La primera es que el sentido de la vida humana es la fraternidad, la unión entre los seres humanos. Fuimos hechos por Dios para eso: Para que fuéramos hermanos. Y sobre eso serán juzgadas nuestras vidas. Seremos juzgados por el amor que hayamos tenido a los demás y por la capacidad que hayamos desarrollado de crear en el mundo condiciones fraternales de vida.

2.      En segundo lugar, este amor no es una idea abstracta, un buen sentimiento, una palabra cariñosa. Son obras concretas: Dar de comer, vestir, visitar en la cárcel... Y hacer todo eso no necesariamente "por amor de Dios". Basta con que se haga por "amor al ser humano". Si realmente es así, se está haciendo a plenitud y según la voluntad de Dios.

3.      Y esta es la tercera idea básica: Dios no nos juzgará por lo que le hayamos hecho "a él". Nadie ama a Dios directamente ni ofende directamente a Dios. Le amamos y le ofendemos en nuestro hermano (1 Jn 4,19-21)[ii]. El hombre es el sacramento de Dios, la necesaria mediación y el único camino para llegar a él.

 

Nadie será juzgado por su doctrina, por las ideas que tuvo sobre la religión, por los dogmas en los que creyó. Esas diferencias que existen hoy entre las distintas religiones y grupos no son fundamentales. Un diálogo profundo y serio nos haría ver ya ahora lo cerca que a veces podemos estar unos de otros, sin darnos cuenta. Nadie será juzgado tampoco por los actos de culto dirigidos a Dios: Oraciones, penitencias, promesas, novenas, jaculatorias, primeros viernes, escapularios, velas. Eso no contará al final. Sólo contarán entonces los actos de servicio al prójimo, los actos de justicia con el hermano oprimido y necesitado de nuestra ayuda. Contará el dar de comer, el dar de beber, el dar vestido... Cosas tan simples y tan básicas, las elementales "obras de misericordia[iii]" salvarán al hombre. Jesús -y esto es esencial a su mensaje- considerará como hecho a él mismo -y por él a Dios mismo- lo que se haya hecho por el ser humano.

 

Hay que evitar la interpretación de este amor y de este servicio en una dimensión puramente individualista. Nuestro prójimo no es sólo el hombre o la mujer individuales. Es, y hoy más que nunca, el hombre en la colectividad. Son las mayorías, la clase social explotada, la raza marginada, el pueblo oprimido.

 

Ya Pío XII hablaba de una "caridad política”. Dar de comer no es dar un plato de comida, por más que a veces esto sea urgente y necesario. Dar de comer es posibilitar que los pueblos coman y para esto es necesaria no tanto la beneficencia, sino la transformación de las estructuras económicas que impiden que hoy todos puedan comer. Y así podíamos decir de todos los actos de servicio por los que Dios juzgará a los hombres. Si a Dios le encontramos en nuestro hermano, el lugar privilegiado para ese encuentro es el hermano empobrecido y despojado de su misma condición humana por la ambición de otros hombres. Al final de la historia, Jesús, el pobre, nos juzgará en nombre de todos los pobres. El sentido último de la historia pasa por ellos. Nuestro compromiso con ellos determinará nuestra salvación o nuestra condenación definitiva.

 

 


 

[i] Joel 4, 2 congregaré a todas las naciones  y las haré bajar al Valle de Josafat: allí entraré en juicio con ellas, acerca de mi pueblo y mi heredad, Israel. Porque lo dispersaron entre las naciones, y mi tierra se repartieron. 12 ¡Despiértense y suban las naciones  al Valle de Josafat! Que allí me sentaré yo para juzgar  a todas las naciones circundantes. Regresar

               

               

               

[ii] I Juan   4, 9 quien teme no ha llegado a la plenitud en el amor.  Nosotros amemos,  porque él nos amó primero. 20 Si alguno dice: «Amo a Dios»,  y aborrece a su hermano,  es un mentiroso;  pues quien no ama a su hermano, a quien ve,  no puede amar a Dios a quien no ve. 21 Y hemos recibido de él este mandamiento:  quien ama a Dios, ame también a su hermano. Regresar

 

 

[iii] Espirituales
• Enseñar al que no sabe.
• Dar buen consejo al que lo necesita.
• Corregir al que yerra.
• Perdonar las injurias.
• Consolar al triste.
• Sufrir con paciencia los defectos del prójimo.
• Rogar a Dios por vivos y difuntos.
Corporales
• Visitar y cuidar a los enfermos.
• Dar de comer al hambriento.
• Dar de beber al sediento.
• Dar posada al peregrino.
• Vestir al desnudo.
• Redimir al cautivo y enterrar a los muertos.

[1] Cf. CEC, 2447; Lucas 3,11 y11,41;Santiago 2,15-16; 1 Juan 3,17.
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