CAPÍTULO 13
Parte segunda
ACTIVIDAD DEL MESÍAS EN GALILEA Continuación
VI. LAS PARÁBOLAS (13,1-52).
Conocemos ya dos grandes discursos en el Evangelio de san Mateo, a saber, el sermón de la montaña (capítulo 5-7), y la «instrucción de los discípulos» (capítulo 10). Ahora llegamos al tercer gran discurso, al capítulo 13, que refiere las parábolas. San Marcos ya ofrece una pequeña compilación de parábolas que él mismo había preparado o acaso adoptado de otra (Mc 4,1-34). San Mateo acoge esta pequeña compilación y la amplía. Este precioso capítulo está construido y ordenado tan artificiosamente como las otras secciones de discursos. Sin violentar el texto se divide en tres partes. La sección primera contiene la parábola del sembrador, un fragmento intermedio sobre el sentido del lenguaje de las parábolas y la explicación de la parábola (13,3). La sección segunda empieza con la parábola de la cizaña, a continuación siguen las dos parábolas del grano de mostaza y de la levadura, unas frases de carácter general con una cita del profeta, y finalmente la explicación de la parábola de la cizaña (13,24-43). La sección tercera contiene tres parábolas más breves, la del tesoro, la de la perla y de la red barredera (13,44-50). La instrucción se concluye con una parte que redondea y que al mismo tiempo coloca todo el capítulo a la luz que intentaba dar el evangelista (13,51s).
En este discurso se han reunido en total siete parábolas y dos explicaciones de parábolas, además un número de importantes textos intermedios que se refieren por regla general al modo de hablar usado en las parábolas. Mediante dichos textos intermedios el capítulo viene más bien a ser como una compilación de textos instructivos semejantes, también se convierte en una pequeña teoría sobre el lenguaje de Jesús en las parábolas y su importancia para la Iglesia. El reino de Dios es el gran tema que enlaza entre sí todas las parábolas. Antes ya hemos oído hablar de este tema fundamental del mensaje de Jesús. Ahora lo encontramos expresado en forma de parábola, lo cual es característico de Jesús. Todavía hay muchas otras parábolas, que han sido transmitidas en los Evangelios. Todas las aquí reunidas se refieren en sentido más estricto al misterio del reino de Dios. Esto se dice algunas veces con claridad en la introducción («el reino de los cielos se parece...» 13,24. y así en otros pasajes. Estamos acostumbrados a esta traducción literal. Pero detrás de esta fórmula hay un arraigado modismo rabínico, que siempre expresa con una forma abreviada la comparaci6n entre dos cosas y siempre quiere decir: «en el reino de los cielos ocurre como en...»).
El lenguaje de las parábolas puede muy bien esclarecer el carácter del reino, futuro y, sin embargo, también presente, oculto en los designios salvíficos de Dios y, sin embargo, manifiesto en el tiempo presente. En efecto, la parábola emplea la manera de hablar de la comparación, no la directa inmediatez. Toma los modos de ver de algún sector de la realidad, las parábolas de Jesús los toman principalmente de la vida y de los trabajos de la gente sencilla en el campo o en la ciudad. Pero la realidad aludida siempre es el reino de Dios. Está en el oyente descubrir esta relación, reconocer lo que propiamente se alude. El oyente no sólo tiene que oír bien, sino que ha de ser capaz de captar el sentido propuesto. Debe aplicarse a meditar y, sobre todo, ha de encontrar el ámbito de la fe. Sólo puede entender íntegramente lo que quieren decir las parábolas el que escucha con fe, por tanto el que se abre a Jesús y pone su confianza en las palabras de Jesús. Sólo eso ya distingue las parábolas de las visiones apocalípticas del tiempo futuro, en las que se dan pormenores precisos sobre la vida en el infierno o en el reino de los cielos, sobre el tiempo del fin del mundo y los acontecimientos que entonces tendrán lugar. Pero Jesús quiere que el hombre sea afectado por la realidad de Dios y crea, y con la fe recorra el camino de la conversión y de la nueva vida. Ésta es su doctrina del reino de Dios. La parábola es una forma de enseñar antiquísima y corriente en muchas literaturas. Jesús enlaza esta forma instructiva con los profetas y con las enseñanzas de la sabiduría en Israel, pero también con los rabinos que han expuesto especialmente el reino de Dios con bellas y profundas parábolas. Se conserva gran número de estas parábolas rabínicas. Se puede aclarar lo común y lo distintivo entre ellas y las parábolas de Jesús. Las parábolas de Jesús sobresalen por su gran sencillez y concisión, por su aspecto simple y por su profundo significado. Para entender una parábola no se requiere haber estudiado ni tener mucha ciencia. La parábola es sencilla y fácilmente accesible a cualquier hombre. El que se orienta en la forma debida, comprende el sentido de la parábola, tanto si es persona culta como si tiene una manera sencilla de pensar.
1. SECCIÓN PRIMERA (13,3).
a) Parábola del sembrador (Mt/13/01-09).
1 Aquel día salió Jesús de casa y fue a sentarse a la orilla del mar. 2 Un gran gentío se reunió en torno a él, de forma que tuvo que subirse a una barca y sentarse en ella, mientras todo el pueblo permanecía de pie en la orilla. 3a y les habló de muchas cosas por medio de parábolas, diciendo:...
Al principio el evangelista traza un cuadro escénico que ha de aplicarse a todo el discurso: Jesús sale de la casa y se sienta a la orilla del lago de Genesaret, mientras confluyen las multitudes para oírle. «La casa» se concibe con frecuencia en el Evangelio como el ambiente de la intimidad familiar o también de la instrucción especial para los discípulos o para un grupo todavía más reducido de los apóstoles. Hay enseñanzas especiales para un pequeño grupo y la proclamación dirigida a todos. A todos hay que aplicar lo que ahora sigue. La aglomeración es tan grande que Jesús sube a una barca, para poder hablar a todos. ¡Qué escena! Jesús está sentado en la barca, a suficiente distancia de la orilla, para poderlos ver a todos. Allí se coloca el pueblo formando una mezcla abigarrada; todos están pendientes de los labios de Jesús, para que nada se les escape. ¡Qué hambre de la palabra! ¡Qué interés por la salvación! ¡Qué fuerza de atracción debía de tener Jesús! Los hombres acuden donde realmente puede oírse la voz de Dios, donde su Espíritu da testimonio eficaz de sí mismo, aunque tenga que servirse de palabras humanas.
En el sermón de la montaña Jesús estuvo sentado como maestro enaltecido sobre el pueblo y por lo mismo sacado de su medio ambiente (5,1s). El mensaje de Jesús procedió de arriba. Ahora está sentado frente al pueblo, pero separado por la barca y el agua. Habla a los hombres desde la otra orilla. Jesús habla por medio de parábolas. Con esta locución el evangelista dice en seguida de qué manera de enseñar se sirve Jesús en lo que sigue y cómo se establece la unidad de toda la composición del discurso. Con esta locución también se indica el otro tema -junto al tema del reino de Dios-, que también debe tratarse objetivamente en las próximas secciones: qué sentido tiene en general el lenguaje parabólico de Jesús. Desde el principio hemos de prestar atención a ello y aceptar la instrucción que contiene este capítulo sobre las parábolas de Jesús. Es una instrucción que recibimos de labios del evangelista y por tanto del corazón y pensamiento de la antigua Iglesia.
3b Salió el sembrador a sembrar. 4 Y según iba sembrando, parte de la semilla cayó al borde del camino, y vinieron los pájaros y se la comieron. 5 Otra parte cayó en terreno pedregoso, donde había poca tierra; brotó en seguida, porque la tierra no tenía profundidad; 6 pero, en cuanto salió el sol, se quemó; y como no había echado raíces, se secó. 7 Otra parte cayó entre zarzas, y como las zarzas también crecieron, la ahogaron. 8 Otra parte cayó en tierra buena y dio fruto: una al ciento por uno, otra al sesenta, otra al treinta. 9 El que tenga oídos, que oiga.
La narración empieza con sencillez: «Salió el sembrador a sembrar.» Lo que llegará a ser la semilla, no se decide por su calidad o cantidad, sino por el suelo en que cae. Porque la semilla de nada es capaz sin este suelo. Sólo lleva fruto, cuando puede echar raíces y lograr el suficiente alimento. Para comprender la parábola se tienen que conocer las circunstancias de Palestina. Allí el labrador con un saco, en que está la simiente, va al campo que todavía está yermo desde la última cosecha. No ha sido labrado para recibir la nueva simiente. La labranza se hace después de la siembra. Así se explica más fácilmente por qué muchas semillas caen en el camino, otras entre zarzales, otras en un suelo pedregoso, privado de tierra a causa de la lluvia. Después de la labranza queda decidido definitivamente lo que llegará a ser la semilla.
La que cayó al borde del camino no dará fruto, porque los granos después de algún tiempo son comidos a picotazos por los pájaros sobre el suelo endurecido por las pisadas. Lo que cayó entre zarzas (es decir, en medio de la maleza), no puede desarrollarse, porque la simiente de la mala hierba crece con mayor rapidez y ahoga el tallo tierno. Lo que cayó en suelo pedregoso hace ya tiempo que se secó. Pero también hay semillas que cayeron en terreno bueno. Estas semillas son las que fructifican: al treinta, al sesenta, al ciento por uno. La semilla se ha multiplicado de una manera maravillosa. Es pequeña y contiene en apariencia exigua virtud, pero de ella procede el tronco robusto con sus espigas y granos. No todos los troncos dan el mismo fruto, las tierras de pan llevar especialmente fértiles dan también abundante rendimiento. En otros parajes, que son pedregosos o están mal abonados, el rendimiento resulta más exiguo. Eso lo sabe cualquier campesino de Palestina.
¿Qué significado debe tener esta narración? No se nos ha dado ninguna ayuda. ¿Quizás esta ayuda nos la debería dar la breve frase final: «El que tenga oídos, que oiga»? Entonces la historia sólo trataría de la conveniente audición y describiría la esterilidad o el éxito de la adecuada audición. Pero esta breve frase sólo hay que entenderla como exhortación a escuchar bien y hacer reflexionar sobre lo que se ha oído. Al principio de la parábola nunca se dice que se trate de una comparación con el reino de Dios. Tampoco llegamos a conocer quién puede ser el sembrador y qué es la semilla. Pero el evangelista ha insertado la narración en la gran serie de las parábolas del reino de Dios. Evidentemente ha de darse algún conocimiento sobre este tema. Preguntémonos qué debe llamar la atención en la historia y qué debe hacer reflexionar a los oyentes. Podría ser el diferente destino de la semilla, la distinta calidad de la tierra de labranza o también la actividad del sembrador. Nada de eso es el punto esencial. Antes bien lo esencial es lo que acontece en la siembra. Debe mostrarse cómo se efectúa la siembra y cómo se dan juntos el fracaso y el éxito. Hay que notar un triple fracaso que va en aumento: primeramente ya se consume el grano, luego se destruye la nueva simiente, finalmente la planta. Tres veces no se consigue éxito. Hasta aquí podría parecer que el esfuerzo del campesino haya sido en balde. Pero entonces viene la otra parte: el éxito sorprendente. El fracaso se compensa con el abundante fruto. Contra toda apariencia y, a pesar de las circunstancias adversas, se manifiesta ahora finalmente el verdadero sentido de la siembra. La simiente germina y da un beneficio ubérrimo. Debemos entender: aunque el fracaso podría aparecer como regla, al fin triunfa el éxito. La obra cunde. El sembrador en último término no se siente defraudado. ¿Qué clase de obra es la que cunde? La realización del reino de Dios. Ahora en el tiempo decisivo de Jesús, penetran las fuerzas del reino. Pero es muy poco lo que puede percibirse del dominio y la majestad divinas. La respuesta son los oídos sordos y la resistencia de corazones duros. No obstante, dice Jesús, el éxito decisivo es seguro. La obra y la palabra de Dios no pueden resultar estériles. Eso no lo dice una fe optimista, sino el conocimiento del ser divino de Dios y la llegada inapelable de su reino. Debemos llenarnos de esta confianza, cuando leemos este relato. Todavía resuena otra idea. Si se habla del sembrador, de la semilla, del campo labrantío, del definitivo fruto y, por tanto, también de la cosecha, entonces el hombre de antaño percibía al mismo tiempo, lo que es el último objetivo de la historia, el juicio de Dios. Simiente, fruto y cosecha son imágenes corrientes de la acción de Dios con el género humano y de la separación del juicio final, al fin de los tiempos. El fruto que debe producirse es propiamente el de nuestra vida, lo que nuestra existencia terrena llegue a rendir, con la posibilidad de almacenar este fruto en los graneros eternos. En la explicación de la parábola (13,18-23) se insiste de forma especial en que es el hombre mismo quien ha de producir el fruto válido ante Dios. La misma parábola ya insinúa esta aplicación monitoria. Por tanto no sólo oímos el mensaje alentador de que el plan de Dios consigue con seguridad su objetivo, sino simultáneamente la advertencia a procurar no encontrarnos sin el fruto el día de la cosecha...
b) Finalidad de las parábolas (Mt/13/10-17).
10 Y acercándose a él los discípulos le dijeron: ¿Por qué les hablas por medio de parábolas? 11 Y él les respondió: A vosotros se os ha concedido conocer los misterios del reino de los cielos, pero a ellos, no. 12 Porque, al que tiene, se le dará y tendrá de sobra; pero al que no tiene, aun aquello que tiene se le quitará.
Difícilmente podemos imaginar cómo los discípulos se acercan a Jesús en el lago, y pueden dirigirle sus preguntas. El evangelista ya no presta atención al cuadro que antes ha delineado (13,1-3a). Le interesa referir por separado la doctrina enseñada al pueblo y la instrucción dada a los discípulos. Lo que ahora sigue son palabras dirigidas al grupo íntimo, a los entendidos e iniciados que están a distancia del pueblo. Los discípulos empiezan preguntando por qué les habla en parábolas. Este pronombre se refiere, sin duda, a las multitudes (13,2). Con este pronombre se indica que el lenguaje parabólico es considerado como una especie de lenguaje secreto, no como abierta instrucción sobre el reino de Dios. Es una pregunta que solamente podía originarse cuando la proclamación de Jesús no daba los frutos que debía dar. ¿Quizás la recusación, la actitud cerrada y la incredulidad se debían a que Jesús no hablaba abiertamente y con bastante claridad, sino que envolvía su mensaje con parábolas? Jesús contesta con la frase difícilmente inteligible de que «a vosotros se os ha concedido conocer los misterios del reino de los cielos», pero a ellos no. Se habla de los misterios. No se manifiesta espontáneamente lo que es en realidad el reino de Dios, no se impone ni supera al hombre. Es un misterio, que solamente lo conoce el oyente solícito y por él es reconocido. Jesús llama a todos y no olvida a nadie, su palabra va dirigida a todos los grupos de hombres sin distinción. Pero allí, en diferentes campos de labranza, se decide si se acepta o se rechaza la palabra de Jesús, si puede echar raíces y dar fruto, o si se pierde en seguida o en el curso del tiempo. Pero todavía queda un residuo. No se dice qué son los misterios del reino de Dios. En nuestro contexto se suscita en primer lugar el pensamiento de que con la palabra misterios se hace alusión a las explicaciones de las parábolas. El capítulo contiene dos explicaciones circunstanciadas (13,18-23; 13,36-43).
Estos textos evidentemente desempeñan un gran papel para san Mateo y para su manera de entender el capítulo. Dos veces se dice que la explicación sólo se confía a los discípulos: «Escuchad, pues, el sentido de la parábola del sembrador» (13,18), y también: «Entonces dejó las muchedumbres y se fue a casa» (13, 36a). En estas explicaciones debe exponerse el verdadero contenido de los relatos, la realidad aludida. Ésta sólo se da a conocer a los que no solamente se han abierto al mensaje de Jesús, sino que ya son «discípulos». La relación entre la parábola y la explicación de la misma aparece como la relación entre la catequesis preparatoria y la propiamente dicha. En la frase final del capítulo también se dice del verdadero escriba que está instruido sobre el reino de los cielos y como tal se asemeja al dueño de una casa (13,52). El iniciado e instruido, el discípulo de Jesús, conoce el reino de Dios, es decir sus misterios, su verdadera realidad.
Los v. 16 y 17 todavía llevan algo más lejos. Se alaba a los discípulos como bienaventurados, porque ven y oyen, es decir, aquí ven y oyen tal como conviene. Pero lo que ven y oyen es la persona y la palabra de Jesús. En su palabra y en su persona está el misterio más profundo del reino de Dios. Ya no hay que formularlo con ninguna frase instructiva, ni tampoco con ninguna explicación de parábolas. Pero este misterio central ha resplandecido ante los ojos de los discípulos y sus oídos lo han percibido. Por consiguiente pueden y tienen que ser «discípulos», porque el reino de Dios se les ha abierto en la persona del maestro. La separación pasa también necesariamente por entre los discípulos (los que están dentro y entienden) y las muchedumbres, o sea, los que están fuera y son sordos. Suena con dureza en nuestros oídos que aquí se diga: A vosotros se os ha concedido, pero a ellos no se les ha concedido. Hay en esta distinción un supremo misterio, que tampoco es aclarado por esta frase, un misterio de la vocación y de la elección sobre el cual el hombre en último término no puede dar informes. Este misterio está encerrado sólo en Dios y en su soberana voluntad dominadora, y no le conviene al hombre preguntar a Dios sobre este particular ni pedirle cuentas (Cf. Rom 9,19ss.). Lo que es cierto es que el camino para dar fruto sólo está abierto al oyente bien dispuesto. Pero eso no puede ser mal entendido como una relación entre una condición necesaria y una consecuencia, de tal modo que el hombre por sí mismo pudiera calcular o incluso exigir, si cumple la condición. Entonces el conocimiento del reino de Dios y la admisión entre los discípulos sigue siendo un misterio de Dios. Entonces también siguen siendo elección y gracia, puro obsequio. «Yo usaré de misericordia con quien quiera, y haré gracia a quien me plazca» (Ex 33,19)... Aquí el evangelista añade acertadamente la frase porque, al que tiene, se le dará y tendrá de sobra... Esta frase recuerda la conclusión de la parábola con su gradación del fruto, según que éste sea del ciento, del sesenta o del treinta por uno (13,8). Esta frase muestra que Dios tiene amplias miras y espera otorgar sus dones profusamente. Recibimos «gracia sobre gracia» hasta conseguir el tesoro exuberante de la vida eterna, el cual es superior a toda ponderación. No tiene nada que esperar el que no tiene nada, quien nada trae consigo, es decir, según el v. 11, aquel a quien Dios no ha dado nada, y según el v. 13 aquel que no se abre con el oído ni con la vista. Por el contrario, así como al otro se le añade, a él se le quita incluso lo poco que tiene. Más aún, por fin se le quitará todo, cuando llegue el día del juicio. Entonces su vida se encogerá, y será vaciada hasta llegar a carecer por completo de sentido. Este es el destino del infierno que Jesús describe muy a menudo poniéndolo ante nuestra mirada. Este destino aquí relampaguea desde lejos. Con todo cualquiera entiende que se trata de una decisión radical y que esta decisión queda en manos de Jesús.
13 Por eso les hablo por medio de parábolas: porque viendo no ven, y oyendo no oyen ni entienden. 14 Y en ellos se cumple aquella profecía de Isaías que dice: «Con vuestros oídos oiréis, pero no entenderéis; y viendo veréis, pero no percibiréis. 15 Porque el corazón de este pueblo se ha endurecido y con sus oídos pesadamente oyeron, y cerraron sus ojos; no sea que perciban con sus ojos y oigan con sus oídos y entiendan con su corazón y se conviertan, y que yo los sane» (/Is/06/09s).
Ahora Jesús contesta directamente a la pregunta de por qué les habla por medio de parábolas. Lo hace refiriéndose a las palabras del profeta Isaías, que se citan inmediatamente con bastante extensión (13,14s). El profeta había recibido directamente de Dios el encargo de endurecer el corazón de este pueblo. Este corazón está maduro para la completa aniquilación, porque es obstinado, nunca siguió realmente el llamamiento de Dios ni obedeció al Señor de la alianza. La aniquilación empieza con el endurecimiento del corazón, que ya no puede oír ni entender, y por consiguiente no puede capacitarse para la curación. Dios encarga al profeta que anuncie el juicio sobre el pueblo, juicio que ya tiene lugar con sus palabras. Se tiene que conocer este punto de partida para comprender la respuesta de Jesús. Sólo un desengaño que perduró a través de los siglos, y una desobediencia que se había ido acumulando, hacen que llegue a ser comprensible este juicio de Dios, pronunciado por el profeta contra el pueblo. Jesús había empezado de nuevo y acababa de proclamar el mensaje de la gracia. Cualquiera podía acercarse y nadie estaba excluido. Pero también aparece en la generación de Jesús el misterio de la obstinación. Sólo un pequeño grupo se le había unido y había creído en él. Pero los demás han visto y, sin embargo, no han visto; han oído y, sin embargo, no han entendido. Así pues, ya está dictada la sentencia contra ellos, así como antes contra la generación de los profetas. No se les anuncia abiertamente el misterio, sino con un encubierto lenguaje en parábolas, porque han permanecido estériles y han desperdiciado la oportunidad (El texto de san Marcos (/Mc/04/11s) todavía es más duro, cuando dice que Jesús habla en parábolas «para que viendo, vean, pero no perciban...» Aquí no se designa la obstinación como motivo, sino como finalidad del lenguaje parabólico. Sobre este particular, cf. sobre todo J. Schmid. El Evangelio según san Mateo, Herder, Barcelona 1967, p.316s). Así se vieron las cosas más tarde: Las comunidades creyentes, que habían conocido el misterio real de Jesús después de su resurrección, volvieron sus ojos a los tiempos de Cristo. Pero el conocimiento pleno propio de aquellas comunidades no es adecuado para medir aquella predicación en parábolas, que, naturalmente, se limita a insinuar y envuelve su contenido en imágenes. Los judíos de aquel tiempo no eran dignos de este conocimiento, porque no habían creído. De aquí conocen los fieles (y ello puede servirles de ejemplo) que la misma Palabra que trae la vida, puede convertirse en perdición. La ocasión desperdiciada puede tener consecuencias irreparables para la vida. La decisión ya se abre camino al primer momento en que uno se abre con prontitud o se cierra con dureza de corazón...
16 Pero dichosos vuestros ojos, porque ven, y vuestros oídos, porque oyen. 17 Porque os lo aseguro: muchos profetas y justos desearon ver lo que vosotros estáis viendo y no lo vieron, y oír lo que vosotros estáis oyendo y no lo oyeron.
En estos versículos tenemos la llave para todo este pasaje, a partir del v. 10. Jesús dirige la palabra directamente a los discípulos, y los alaba llamándolos dichosos. Sus ojos son felices, porque ven, y sus oídos lo son, porque oyen. Hay una doble acción de ver y oír. Es una percepción y acogida meramente óptica y acústica y una concepción de la realidad, que se da a conocer con imágenes y palabras. Muchos profetas y justos han deseado ver lo que véis, y oir lo que oís. ¿Qué es lo que vemos y oímos? En primer lugar lo que ocurrió cuando vino Jesús. La actuación preparatoria del Bautista con su enorme amplitud. Y luego el mismo Jesús con la proclamación de su mensaje, la afluencia de la multitud, las señales prodigiosas y las palabras llenas de Espíritu. Se dice con prudencia «lo que vosotros estáis viendo», sin que se den pormenores. Antes hemos oído hablar de los «misterios del reino de los cielos» (13,11). En el fondo se alude a lo mismo: a Jesús. La realidad del reino de Dios, de su venida misericordiosa y de su manifestación en Jesús, el Mesías. Eso se podía ver y oir. Los unos permanecieron ciegos y sordos, los otros llegaron a ver y entender. Jesús les llama dichosos. Salvación para vosotros, los que habéis encontrado el camino y las huellas. Habéis encontrado el propio, el verdadero objetivo, no solamente para vuestra vida personal y para su última consumación, sino el objeto final del mundo y de la historia. Los profetas y los justos han vivido siglos antes que vosotros y han esperado con ansia esta manifestación de Dios, de la cual ellos no fueron testigos, sino que permanecieron en el adviento. Ahora el adviento se ha trocado en la verdadera «venida». Hay pocas palabras de Jesús que irradien y resplandezcan como éstas. Es el tiempo de la consumación, tiempo decisivo y tiempo de gracia, tiempo de la visitación de Dios, única e irrepetible. En la plenitud y fuerza de esta conciencia se hace presente el Señor. Y podemos decir que es cierto que quien se ha hecho cargo de esto y, en consecuencia, puede aplicarse a sí mismo estas palabras, es también dichoso: el que ve y conoce, el que oye y entiende. Dichoso el que cree y ha experimentado en Jesús el misterio de Dios. Es el misterio fundamental del mundo, que estaba escondido y ahora se ha manifestado en Cristo Jesús (cf. Col 1,24ss).
c) Explicación de la parábola del sembrador (Mt/13/18-23).
18 Escuchad, pues, el sentido de la parábola del sembrador. 19 Cuando uno oye la palabra del reino sin profundizarla, viene el malo y arrebata lo sembrado en su corazón; éste es lo sembrado al borde del camino. 20 Lo sembrado en terreno pedregoso representa al que oye la palabra y de momento la recibe con alegría; 21 pero no echa raíces en él, porque es hombre de un primer impulso, y apenas sobreviene la tribulación o la persecución por causa de la palabra, al momento falla. 22 Lo sembrado entre zarzas figura al que oye la palabra; pero las preocupaciones del mundo y la seducción de las riquezas ahogan la palabra, y no da fruto. 23 Lo sembrado en tierra buena representa al que oye la palabra y la entiende y da fruto y llega al ciento por uno, al sesenta o al treinta.
Después de todo lo dicho, resulta evidente que la explicación sólo se da a los que entienden. Ellos llegarán a conocer el verdadero sentido de la parábola. Aunque no estuviera aquí está exposición o se diera de una forma algo distinta, en el fondo entenderíamos así la parábola basándonos en la fe. Pero la explicación es un ejemplo de cómo es acogido el discurso de Jesús por el creyente, la Iglesia y su proclamación apostólica, y cómo es aplicado a la situación propia de ellos. Es una disertación para los que están dentro, y no para los que están fuera. Es una especie de declaración de sí mismo y un resultado de la experiencia misional, tal como pudo inferirse de la práctica de la Iglesia. Sorprende el rigor con que la explicación se adapta a la estructura de la parábola. En conjunto ambas discurren paralelas. Según san Marcos al principio de la exposición estaba la frase lacónica: «El sembrador va sembrando la palabra» (/Mc/04/14).
Con esta frase se interpretó exactamente la importancia de la semilla en el sentido de la parábola. Se trata de la palabra, del mensaje del reino, de la nueva de la venida de la salvación. San Mateo pasa en seguida a describir los sucesos y en ellos hace recaer dos acentos importantes: se trata del oyente («cuando uno oye...») y de «la palabra del reino» (13,19). Con las dos expresiones Jesús ya establece la dirección de lo que ha explicado. Deben presentarse diferentes clases de oyentes del mensaje de salvación del reino de Dios. Esta dirección no coincide exactamente con la de la parábola. En ésta se encuentra en primer término lo que sucede en la siembra, es decir la obra de Dios en la proclamación de Jesús. En la explicación está en primer término la recepción subjetiva y la diferente respuesta que se da a la palabra. En la parábola hay que robustecerse con la esperanza del éxito otorgado con seguridad. En la explicación hay que precaverse del riesgo que amenaza, de la completa destrucción de la semilla. Así pues, el peso fuerte de un estímulo confiado en vista del menguado éxito se cambia en una exhortación a dar buena acogida al mensaje. Escucharemos, pues, esta explicación, y nos daremos por aludidos con ella. De este modo los dos textos -parábola y explicación- se complementan ventajosamente. El camino, al que ha sido echada la semilla, y del que ha sido quitada a picotazos por los pájaros, es comparado con una persona, que ha escuchado, pero no ha entendido. Sólo las palabras llegaron a su oído, pero el sentido de las palabras no penetró en su corazón. Ha percibido exteriormente el sonido, pero no ha abierto de veras su manera de pensar al contenido de la palabra, y por tanto al mismo Dios. Satán se acerca rápido y arrebata lo que se ha oído superficialmente.
Un segundo grupo de hombres lo forman, los que al principio escuchan y reciben con entusiasmo, pero no se mantienen firmes. El terreno es demasiado tenue, la semilla no puede echar raíces. Vienen las tribulaciones y la persecución. Se cansan, se escandalizan y recusan. Así como el grano se seca por los rayos del sol, así también perece su fe, que todavía no se ha fortalecido.
Un tercer grupo también escucha la palabra y la acepta, pero no puede defenderla contra las exigencias y los demás ofrecimientos seductores de la vida. Las preocupaciones y las riquezas impiden el crecimiento de la palabra, y permanece estéril. También aquí había una fe auténtica, pero ni pudo imponerse ni tomar a su servicio toda la vida. Pero el Evangelio exige la completa disposición y el primer derecho. «No podéis servir a Dios y a Mammón» (6,24c). «No os afanéis por vuestra vida: qué vais a comer; ni por vuestro cuerpo: con qué lo vais a vestir...» (6,25).
Por fin el último grupo, del que todo depende y que debe ser expuesto principalmente en la parábola, son los que oyen y entienden. Estos entienden bien, no sólo al principio e imperfectamente, ni tan sólo por algún tiempo o mientras resulte fácil y dé alegría creer, sino en las tribulaciones e indigencias, en la dura polémica con las otras fuerzas que quieren dominar nuestra vida. Entender en estas condiciones es entender plenamente, es una comprensión de que Dios quiere ser Señor por completo, siempre y en todas partes, es comprender que el hecho de ser discípulo importa un compromiso para toda la vida en su altura y amplitud. Al que así ha «entendido» se le da constantemente, se le provee ubérrimamente con dones de Dios, lleva mucho fruto. A cada cual según la medida de su conocimiento se le da el ciento por uno, el sesenta o el treinta. La Iglesia apostólica sabe que hay diferencias en la manera de entender. No consiguen la plena madurez del conocimiento todos los que se han adherido a la fe. La fe da en germen el conocimiento y la sabiduría de Dios. Pero, con la medida de amor y renuncia aportada por el individuo, se decide cuán profundamente es introducido él en el conocimiento de Dios. San Pablo fue uno de los que Dios obsequió con un conocimiento inusitado. La carta a los Hebreos también distingue entre la fe incipiente una verdad primordial (la «leche»), y una sabiduría más elevada (la «comida sólida») para los perfectos (/Hb/05/11ss). La misma manera de ver encontramos también en la parábola de los talentos (25,14-30).
Son diferentes los dones que el Señor de la casa reparte antes de partir de viaje. También es proporcionalmente distinta la ganancia que obtienen los criados. A los que han tenido éxito según la medida de sus dones, se les añaden nuevos dones en la rendición de cuentas. Pero el criado perezoso que había enterrado su talento, no sólo es arrojado a las tinieblas exteriores, sino que se le quita lo poco que tenía y se añade al que ya poseía la mayor parte: «Quitadle ese talento, y dádselo al que tiene los diez. Porque a todo el que tiene, se le dará y tendrá de sobra; pero al que no tiene, aun lo que tiene se le quitará» (25,28s). Los dones de Dios son diferentes, y el hombre no tiene derecho a interrogar a Dios sobre ellos o a quejarse de él. La comunidad debe admirar y recibir agradecido la riqueza de Dios y la variedad de sus dones. Se alegra de todos los que no sólo dan fruto al treinta por uno, sino al sesenta o al ciento por uno, como los santos de entre ellos.
2. SECCIÓN SEGUNDA (13,24-43).
a) Parábola de la cizaña (Mt/13/24-30).
Sigue otra parábola basada en la vida del campo. Es similar a la del sembrador por pertenecer al mismo ámbito de vida, por la contemplación del campo, de la sementera y de la cosecha. También está estrechamente ligada con la parábola de la red barredera (13,47s). Las dos constituyen como una doble parábola. No son raros tales ejemplos (Cf. el grano de mostaza y la levadura en 13,31-33; el tesoro y la perla en 31,44-46, la oveja perdida y la dracma perdida en 15,4-10, etc.).
24 Les propuso esta otra parábola: El reino de los cielos se parece a un hombre que siembra buena semilla en su campo. 25 Pero, mientras la gente dormía, vino su enemigo, sembró cizaña en medio del trigo y se fue. 26 Luego cuando brotó la planta y se formó la espiga, entonces apareció también la cizaña. 27 Los criados del padre de familia fueron a avisarle: Señor, ¿no sembraste buena semilla en tu campo? ¿Cómo es que tiene cizaña? 28 El les respondió: Esto lo ha hecho algún enemigo. Los criados le dicen: ¿Quieres que vayamos a recogerla? 29 Pero él les contesta: No; no sea que, al querer recoger la cizaña, arranquéis con ella el trigo. 30 Dejad crecer los dos juntos hasta la siega; y al tiempo de la siega diré a los segadores: Recoged primero la cizaña y atadla en gavillas para quemarla, y el trigo, almacenadlo en mi granero.
Tenemos que representarnos, en forma viva, lo que aquí se nos narra. Un campesino ha estado durante el día en el campo, para sembrarlo. Un vecino que le odia mortalmente, lo ha observado. Se le ocurre un pensamiento abominable y lo realiza aquella misma noche. Pasa disimuladamente y sin ser visto por el mismo campo y esparce Ia semilla de cizaña. El vecino duerme tranquilo y, al principio, no se nota nada, pero cuando el trigo germina, aparece también la cizaña, en cantidad tan grande que sorprende. El hecho de que no fuera notada antes, puede ser debido a que una determinada cizaña, el joyo, al comienzo tiene un parecido sorprendente con el trigo. Pero ahora por primera vez se puede ver todo el infortunio. Los criados proponen al campesino la cuestión en sí razonable de si no se tiene que arrancar la cizaña. Pero quizás ya es demasiado tarde para ello, dado que ya «se forma la espiga» (13,26). No obstante sorprende que el campesino rechace la propuesta. Quiere que ambos crezcan juntos, para que el trigo no sufra ningún perjuicio, escardando el terreno. No tiene ningún sentido que se escarde ahora. En lugar de esto habrá pronto la siega, y entonces los segadores cumplirán el encargo del campesino de poner aparte la cizaña y atarla en gavillas para quemarla.
En Palestina la madera es escasa, por eso se desea tener material suplementario de combustión. Pero el trigo se guardará en el granero. La conducta del campesino es extraña de suyo. Cualquier hombre razonable, primero se ocupará en quitar la cizaña para que el grano tenga más aire. ¿No ha de temer el agricultor que la cizaña crezca más aprisa y más alta que el trigo, y lo ahogue, como se describe en la parábola precedente? (13,7). Esta sorpresa ya indica la dirección, en que hay que buscar la declaración, el sentido de la parábola. Lo que se quiere declarar, lo transparenta más esta parábola de la cizaña que la del sembrador. Se nota más claramente a quién se alude, cuando se habla del padre de familia (13,27). El vocablo es característico de san Mateo y se emplea con frecuencia de tal modo que el oyente haya de pensar en Dios o en Jesús, el padre de la familia de los discípulos (Cf. 10,25; 20,1.11; 21.33). Pero además hay otro sembrador, un «enemigo» (13,25.28). De las condiciones existentes en el campo no es responsable solamente el padre de familia. Si cuando se habla de él se señala a Dios, al hablar del enemigo se señala a su gran antagonista y rival, el malo y enemigo por antonomasia (cf. 13,19.38). Aquí se hace resaltar la siega con más fuerza que en la primera parábola. Al fin el juicio está en perspectiva. Pero lo principal consiste en otra cosa. Es la decisión del padre de familia. Se rechaza la propuesta de los criados, que es reemplazada por la decisión del señor de la casa. Esta decisión ha de respetarse, es decir, la cizaña y el trigo han de permanecer juntos hasta la siega. Toda separación y juicio antes de tiempo es una intromisión en el plan del señor de la casa. Él se ha reservado el juicio. Soporta la cizaña y también el perjuicio que causa al trigo. Cuanto más lejos del hombre esté esta manera de pensar, tanto más ha de aceptarla. Esta decisión no se revoca.
Para el discípulo del reino la situación del mundo es difícilmente soportable, es una constante tentación de su confianza o de su propia voluntad de poner orden antes de tiempo. El día de la siega se quitará el tormento de los corazones de los buenos, y a los malos les sobrevendrá el destino que les corresponde. Dios tiene los hilos sujetos en la mano. Sabe que todo es llevado a la finalidad que él y ningún otro ha establecido. Dios sabe que el trigo no se perderá, sino que se conserva para ser recogido en el granero divino. Deben observar una actitud como la de Dios los que se han subordinado al dominio de la voluntad divina. Se requiere una gran fe y mucha bondad y madura sabiduría para poder pensar así. Dios se ha reservado el juicio para sí solo, «a mí me corresponde la venganza; yo daré el pago merecido, dice el Señor» (Rom 12,19). Cuando los discípulos quisieron hacer bajar fuego sobre una aldea samaritana que rehusó alojar a Jesús y a los suyos, Jesús se lo prohibió (Lc 9,54s). «No juzguéis y no seréis juzgados» (7,1).
b) Parábola del grano de mostaza (Mt/13/31-32).
31 Les propuso esta otra parábola: El reino de los cielos se parece a un grano de mostaza que un hombre tomó y sembró en su campo. 32 Con ser ésta la más pequeña de todas las semillas, cuando crece es la mayor de las hortalizas y se convierte en árbol, de modo que los pájaros del cielo pueden venir y anidar en sus ramas.
La pregunta de la que proviene la parábola, puede haber sido semejante a la pregunta de la parábola del sembrador. ¿Cómo debe representarse el poderoso reino de Dios en unos principios tan raquíticos? ¿Qué debemos conservar en este pequeño número, en la exigua eficacia del apostolado de Jesús, en el tenue eco del llamamiento de Jesús? ¿Es todo eso digno de Dios y del tiempo incipiente de la salvación?
En Palestina es proverbial que el grano de mostaza es la más pequeña de todas las semillas. Pero el arbusto desarrollado de la mostaza crece rápidamente hasta una altura de dos o tres metros, y es visible desde lejos. Es verdad que no se convierte en un «árbol», como se dice en la parábola. Aquí se introduce otra imagen, que es familiar al Antiguo Testamento, la imagen del árbol universal: «Así dice el Señor Dios: Yo mismo tomaré de la cumbre del cedro, de sus ramas más altas yo arrancaré un tierno ramo. Lo plantaré sobre una montaña muy elevada. Sobre un monte elevado de Israel lo plantaré. Echará ramas y dará frutos. Se convertirá en un magnífico cedro. Todos los pájaros habitarán a la sombra de sus ramas» (Ez 17,22s). El profeta menciona la antigua imagen del árbol universal, el vetusto símbolo de la fertilidad, de la vida y de la estabilidad. El mismo Dios plantará de nuevo el árbol en el tiempo futuro. Jesús hace aparecer la imagen y habla del árbol, al que vuelan los pájaros del cielo y anidan en sus ramas. Así sucederá al fin con la obra de Dios, que empieza humildemente como una insignificante semilla. Poniendo la mirada en este tiempo futuro el discípulo soporta con alegría el tiempo presente. Sabe que los pequeños principios actuales y las sencillas señales no pueden compararse con la obra consumada. El discípulo confía en Dios enteramente y sin reserva, confía en que Dios puede hacer grande una cosa tan exigua. Dios puede sacar de estas piedras hijos de Abraham, es decir, puede formarse un pueblo de la nada (cf. 3,9). Dios tiene normas distintas de las que tenemos los hombres. Lo exiguo ante él es grande, y lo grande que tienen los hombres, ante él es horrible. En la parábola todavía resuena otro pensamiento, el del crecimiento. No sólo debe aparecer gráficamente la relación entre la pequeña semilla y el gran árbol, sino también la índole dinámica del reino de Dios, en constante crecimiento y progreso, siempre encaminado a su objetivo. El reino prosigue y adelanta, Dios conduce los acontecimientos hacia su glorioso objetivo. El creyente está seguro de esta meta y de la acción de Dios, eficaz e impulsora de la historia, a pesar de que con frecuencia no aparezca como tal, sino que, por el contrario, dé la impresión de deterioro y no de mejora, y aun cuando otras veces el hombre se crea envuelto en el eterno girar del retorno de lo idéntico.
c) Parábola de la levadura (Mt/13/33).
33 Otra parábola les dijo: El reino de los cielos se parece a un poco de levadura que una mujer tomó y mezcló con tres medidas de harina hasta que fermentó toda la masa.
Esta parábola se cuenta con mucha llaneza y concisión en un versículo. Una mujer quiere cocer pan. A la gran cantidad de harina se añade una porción insignificante de levadura, la mujer mezcla las dos, las cubre con un paño y las deja. Después de algún tiempo ha ocurrido algo admirable: toda la harina ha fermentado. La pequeña cantidad hizo un gran efecto. Como en la parábola del grano de mostaza también aquí se trata, en primer lugar, de lo sorprendente, del cambio brusco, de la comparación asombrosa entre el principio y el fin. Así sucede con el reino de Dios. Por sus humildes indicios no se puede juzgar su pleno poder, desarrollo y grandeza. Pero aquí todavía es más importante el pensamiento de la eficacia. La pequeña parte de levadura tiene en sí una vigorosa fuerza vital. La levadura puede hacer fermentar una gran masa de harina, de forma que pueda cocerse y producir pan. Es, por así decir, el principio vital del conjunto. El pequeño número y la cantidad minúscula no pueden engañar. Ante Dios no sólo tiene validez otra medida en la relación entre lo grande y lo pequeño, sino también entre lo eficaz y lo débil. Interiormente está lleno de fuerza vital lo que exteriormente puede parecer débil e indigente. Con la debilidad externa del mensajero se desarrolla la fuerza interna del mensaje (Cf. Gál 4,13; 1Co 1, 25.27; 2,3; 2Cor 12,8s). Son realmente divinos el nuevo corazón y el nuevo espíritu, que Dios ha prometido y que ahora quiere formar en la plenitud del tiempo. La persona que se subordinó por completo al dominio de Dios y se dejó transformar por él es como una levadura para su ambiente. La efectiva fuerza vital, que fluye y palpita en esta persona, comprende todo lo que está alrededor de ella y se le confía. No sólo los grandes acontecimientos, sino nuestra pequeña vida cotidiana nos muestran esta fuerza vital, si está incorporada en personas vivientes. También nos muestran su eficacia y su capacidad de irradiación sobre los demás. Jesús ha dicho al pequeño grupo de sus discípulos: «Vosotros sois la luz del mundo..., vosotros sois la sal de la tierra..., no puede ocultarse una ciudad situada en la cima de un monte» (cf. 5,14-16). ¿Conocemos el tesoro que Dios ha insertado en nuestra vida? ¿Creemos que estamos llamados para dedicarnos a nuestro ambiente con esta fuerza, para hacerlo fermentar con la vida de Dios, aunque lo hagamos con tentativas muy humildes, poco vistosas y quebradas por nuestras debilidades y fragilidad? Esta es la vida de Dios.
d) La enseñanza por medio de parábolas (Mt/13/34-35).
34 Todo esto lo dijo Jesús a las muchedumbres por medio de parábolas, y sin parábolas no les decía nada. 35 Para que se cumpliera lo anunciado por el profeta: En parábolas abriré mi boca, declararé lo que desde la creación está oculto.
A continuación siguen dos versículos sobre el sentido del lenguaje de Jesús en las parábolas. Estos versículos concluyen esta sección de enseñanza del pueblo, que se contrapone a la parte siguiente, que sólo se dirige a los discípulos. Con relación al pasaje anterior (13,10-15) estos dos versículos tienen otra dirección. Deben mostrar que el modo de hablar de Jesús en las parábolas corresponde a la Escritura. Las palabras del Antiguo Testamento no están en ningún profeta, sino en el libro de los salmos, aunque de una forma algo distinta: «Yo abriré a las parábolas mi boca. Expondré los arcanos de los tiempos idos... » (Sal 77,2). Jesús sólo habla al pueblo con parábolas, porque el pueblo no presta atención al mensaje y no cree. Las parábolas sólo pueden ser aclaradas a los que les gusta escuchar y ya han entendido. Aquí el evangelista sigue utilizando este pensamiento de 13,10-15. El embotamiento de Israel no se debe a Dios ni a Jesús, su causa no es la manera enigmática de la proclamación del Señor. Este posible error está excluido por la palabra de la Escritura, según la cual el elegido de Dios ha de hablar con parábolas. Eso quiere decir el evangelista, así lo pudieron entonces entender los judíos, a quienes era familiar esta manera de expresarse de la Escritura. Se reconoce claramente que estos versículos (como también 13,10-15) incluyen la experiencia del tiempo posterior. La misión entre los judíos en conjunto había fracasado. Israel no sólo había rechazado al Mesías, sino también a los misioneros después de pentecostés. Se vuelve la mirada a los acontecimientos y se procura dilucidar la recusación, que difícilmente se puede comprender. Un medio para entender es la explicación del lenguaje parabólico del Señor. Aquí se introduce la separación entre oyentes solícitos y embotados. A los primeros se les hace comprender las parábolas añadiéndoles la explicación de las mismas (cf. Ias explicaciones de las parábolas del sembrador y de la cizaña). Pero los demás, los que están fuera, sólo llegan a conocer las parábolas sin la clave, es decir sin la explicación, porque se han colocado fuera. Tenemos que esforzarnos por separar entre sí las dos cosas: la parábola primitiva, tal como Jesús la ha contado y nos la transmite inmediatamente, y por otra parte la explicación de las parábolas en general, que son un fragmento de la teología cristiana primitiva y que debían ayudar a poner en claro el endurecimiento de Israel para la Iglesia de aquel tiempo. Dios ofrece el pleno sentido y la verdadera comprensión de sus misterios sólo a los que han abierto su espíritu y su corazón para entenderlos. Así sucedía en Israel, así sucede en la Iglesia.
e) Explicación de la parábola de la cizaña (Mt/13/36-43).
36 Entonces dejó a las muchedumbres y se fue a casa. Y se le acercaron sus discípulos para decirle: Explícanos la parábola de la cizaña del campo. 37 Él les respondió: El que siembra la buena semilla es el Hijo del hombre; 38 el campo es el mundo; la buena semilla son los hijos del reino; la cizaña son los hijos del malo; 39 el enemigo que la siembra es el diablo; la siega es el final de los tiempos; los segadores son los ángeles.
Jesús regresa a la casa de donde (13,1) había salido. La predicación oficial a todos está separada de la instrucción especial a los discípulos. Ahora los discípulos piden expresamente una explicación: Explícanos la parábola de la cizaña del campo. Luego sigue una explicación, que en esta forma está una sola vez en toda la tradición evangélica. En primer lugar casi todas las personas y acciones del relato son transferidas a la realidad religiosa, y son enumeradas como en una lista (*). El Hijo del hombre es el sembrador; el campo es el mundo; la buena semilla son los hijos del reino; la cizaña son los hijos del malo; el enemigo es el diablo; la siega es el final de los tiempos; los segadores son los ángeles. En esta enumeración ya se ve que en la explicación se pretende algo esencialmente distinto de lo que se pretendía en la parábola. En ésta se trataba de la decisión del padre de familia de dejar crecer ahora la cizaña y el trigo, aquí se trata de la siega futura, de la muerte definitiva de la cizaña y del trigo.
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(*) Hoy día se reconoce casi
generalmente que esta explicación de la parábola de la cizaña no procede de
labios de Jesús, sino que reproduce la predicación de la antigua Iglesia, que,
sin embargo, no sólo tiene que considerarse como palabra inspirada, sino que
también tiene derecho por sí misma a una alta consideración. Un conjunto de
observaciones lingüísticas hacen incluso probable que sea una explicación
original del evangelista san Mateo
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Por la parábola se descubre el drama del juicio final. Este drama debió realmente inducir a explicar y nombrar las distintas figuras. Pero la explicación manifiesta un profundo deseo de la antigua Iglesia. Los predicadores tenían interés en impugnar una temeraria seguridad que podía difundirse entre los llamados a la salvación. Al mismo tiempo se puso ante la mirada la gravedad y el terror del juicio, hacia el que también se dirigen los que se han salvado, con la esperanza de ser también salvados le segunda vez. Se revela el drama del fin del mundo. Quien domina el mundo y en todas partes arroja su semilla es el Hijo del hombre. No el humilde peregrino de Galilea, ni el supuesto revolucionario fracasado y condenado a muerte, ni tampoco el rey del tiempo final, que venía sobre las nubes del cielo y fue contemplado por el profeta como "uno que parecía el Hijo del hombre" (Dan 7,13); sino el Señor del tiempo actual del mundo, computado desde la presentación de Jesús hasta su segunda venida para el juicio, el Señor de las comunidades y de todas las naciones. El campo puede significar simplemente el mundo. No se hace ninguna diferencia entre el terreno laborable primitivo, el pueblo de la alianza del Antiguo Testamento (el pueblo primeramente destinado a la salvación), y los pueblos paganos que se agregan. Todos ellos son ahora sin distinción terreno laborable para la semilla del divino sembrador. De él procede la buena semilla, éstos son los hijos del reino. Reino aquí es una dicción abreviada de la forma más completa "reino de los cielos" o "reino de Dios". Los hijos del reino son los que a él están llamados y han seguido este llamamiento por propia decisión. Ahora ya forman parte del reino, pero conseguirán un día la plena filiación, si de su actual vocación también dimana la definitiva elección (Sobre la diferencia entre vocación y elección, cf. Io que se dice a propósito de 22,14; sobre la filiación al fin de los tiempos, cf. Io que se dice a propósito de 5.9). Así pues, los hijos del reino son los aspirantes a poseerlo definitivamente. Aunque no tengan ninguna garantía, tienen una esperanza justificada de conseguir esta posesión, porque han sido llamados y han seguido este llamamiento. Es un honroso título ser hijo del reino de Dios. Se oponen con violencia los hijos del malo, que el demonio ha diseminado y de él proceden. Aquí no se distingue entre los que sólo están comprometidos en parte con el malo, y otros que están enteramente a merced de él. Sin embargo, hay que tener en cuenta que los hijos del reino también son tentados y pueden caer, es decir, están constantemente amenazados por el malo. La mirada se dirige al fin, en el que cada uno ha obtenido su "forma" definitiva y su decisión ha madurado plenamente para una cosa o la otra. Incluso entre los miembros de la comunidad los hay propiamente malos. Hay quienes han pretendido destruir, sembrar discordia, causar confusión, seducir y atraer a la apostasía. Aquí no se ha de preguntar si dichos miembros son enteramente malos y ya no son capaces de conversión o si sólo se han convertido temporalmente en el instrumento del malo. En cualquier caso cooperan con el malo y contra Dios y su obra. Los que tienen el nombre y la dignidad de hijos del reino, pueden ser interiormente hijos del malo. Esto se hace patente al fin. La segunda parte de la explicación cuenta cómo se llevará a cabo la separación.
40 Pues lo mismo que se recoge la cizaña y se quema en el fuego, así sucederá al final de los tiempos: 41 el Hijo del hombre enviará a sus ángeles, y recogerán de su reino a todos los escandalosos y a todos los que cometen la maldad, 42 y los arrojarán al horno del fuego; allí será el llanto y el rechinar de dientes. 43 Entonces los justos, en el reino de su Padre, resplandecerán como el sol. El que tenga oídos, que oiga.
Lo que sucede en el campo, cuando se recoge la cizaña y se quema en el fuego, eso también ocurrirá al fin del mundo. El Hijo del hombre es el que juzga. En esta segunda parte de la parábola se habla sobre todo del destino de los malos. Se los debe prevenir. Solamente al final se les opondrán los justos: brillarán como el sol, en el reino del Padre (13,43a). Los malos ya no tendrán ninguna esperanza, sino que serán arrojados muy lejos de Dios. Las expresiones corresponden al tiempo y son corrientes para los rabinos como para todos los contemporáneos de Jesús. Allí está el "horno del fuego", y reina el "llanto y el rechinar de dientes". Estas expresiones tienen que ser explicadas para que las comprendamos. Porque no se trata de tormentos físicos, sino de la exclusión definitiva de la gloria y de la vida de Dios. Por esta exclusión los condenados se sumergen en la desesperación y en la rabia impotente. En este pasaje llegamos a conocer mejor la índole de estos hijos del malo. Se nombran dos grupos, los "escandalosos" y los que "cometen la maldad". En san Mateo se habla con frecuencia de los escándalos y de los que los provocan. Esta expresión no debe ser privada de su fuerza. El escándalo afecta siempre a la totalidad de la persona y principalmente a la fe. El que se escandaliza, pierde la fe, se aleja de Dios y de su llamamiento, quizás por un motivo insignificante. Dar escándalo a un tercero significa ser motivo de caída para el otro, que deja de cumplir con su dignidad de cristiano. Tales escandalosos son los peores seductores, contra los que se previene con las más graves amenazas (cf. 18,6s). En este pasaje pueden entenderse los escándalos en sentido personal u objetivo. Cabe suponer que se ha incluido en ellos todo lo que la comunidad cristiana consideraba como tal: los que se escandalizan y caen, y por este motivo se convierten, a su vez, en ocasión de tropiezo para sus propios hermanos en la fe y para los extraños, y los que, como escándalos vivientes, merodean por la comunidad y, mediante sus doctrinas erróneas y sus graves extravíos, seducen a otros. Una fuerza realmente inquietante. El segundo grupo lo forman los que cometen la maldad. ¿Qué clase de gente es ésta? En el sentido del evangelista son personas sin ley, porque ellos mismos se constituyen en ley: son sus propios legisladores. La verdadera ley del nuevo pueblo de Dios es la perfecta ley del amor (22,40) cumplida por Jesús (cf. 5,17), "la perfecta ley de la libertad" (Sant 1,25). En esta ley se ha perfeccionado la ley del Antiguo Testamento. Esta ley ahora ha venido a ser la norma competente para los discípulos de Jesús. Se puede contravenir a esta ley, si se recae en el servicio de la ley del Antiguo Testamento y cada uno por su parte procura cumplir puntualmente los mandamientos que allí se dan, y quiere obligar a los demás a cumplirlos. Este era el peligro de una dirección que procedía de la Iglesia madre de Jerusalén y contra la cual san Pablo se resistió apasionadamente. Pero también se puede contravenir a esta ley, rechazándola en general y si uno se llena de ilusiones y se entrega a una falsa libertad y, con ello, al desenfreno y a la disolución (cf. Gál 6,13s). Ambos grupos son culpables. Ambos hacen traición a lo propio de la obra de Jesús, a la nueva vida del amor en la perfección de la nueva ley. No tienen esperanza de ser liberados, si han conducido a la comunidad por caminos erróneos y se colocaron fuera de la salvación, que Jesús también a ellos les había traído. Se puede desacertar en la Iglesia la voluntad de Dios y el orden de vida establecido por Jesús, si se recae en la manera legal de pensar del Antiguo Testamento o si se rechaza por principio la manera de pensar perfeccionada por Jesús, la "ley de Cristo" (Gál 6,2).
También hoy día se dan las dos tentaciones, también hay portavoces y seductores para una u otra de las dos clases de corrupción. Estos dos grupos ya muestran que se piensa sobre todo, aunque no exclusivamente, en las relaciones dentro de la Iglesia. La cizaña también crece en las propias filas. En ellas hay traidores, embusteros, personas insensibles, pecadores de toda clase, herejes y seductores. ¿Cómo es esto posible, si la Iglesia es el pueblo santo de Dios, y los creyentes son discípulos de tal maestro? El espanto debido a esta causa fue al principio mucho más intenso del que hoy día sentimos, aunque agobie gravemente a todos los que adoptan una actitud seria. Los creyentes de todos los tiempos lo han experimentado como carga y prueba, a menudo como una prueba mayor y más molesta que las tribulaciones provenientes de un poder estatal corrompido o de artes de seducir en tiempos de inmoralidad. ¡Cuántas veces se intentó salir de esta sociedad poco selecta, y fundar una Iglesia de los limpios y santos! Estas palabras aquí nos dicen que también el otro sembrador está constantemente actuando, y que no es de la incumbencia de los hombres el juicio ni la separación por la violencia; se nos dice que el hombre debe esperar ansiosamente el gran juicio que lleva a cabo el Hijo del hombre por encargo de Dios. "Cuando el Hijo del hombre venga en su gloria, y todos los ángeles con él, entonces se sentará en su trono de gloria. Todas las naciones serán congregadas ante él, que separará a unos de otros, como el pastor separa las ovejas de los cabritos" (25,31s).
3. SECCIÓN TERCERA (13,44-52).
a) Parábola del tesoro (Mt/13/44).
44 El reino de los cielos se parece a un tesoro escondido en el campo; un hombre lo encontró y lo escondió, y se va lleno de alegría, vende cuanto tiene y compra el campo aquel.
El vocablo tesoro suscita imágenes misteriosas. Leyendas y fábulas giran alrededor de tesoros que desde hace milenios de años yacen en alguna parte, y azuzan la curiosidad y el deseo de aventuras. Los hombres dejan su casa, lo abandonan todo y se ponen a buscar la gran fortuna, se imponen toda clase de privaciones, solamente tienen ante su vista un único objetivo: encontrar el gran tesoro, la mina de oro, el diamante fabuloso, en la esperanza de que entonces toda su vida discurrirá por otros cauces, en la esperanza de liberarse de todas las preocupaciones y molestias que atosigan a los mortales. El gran descubrimiento habrá de cambiar el rumbo de la vida. Jesús habla de este tesoro. Alguien lo halla casualmente, cava más, reconoce el valor. Entonces hace algo que los demás observan meneando la cabeza. Vende cuanto tiene, y adquiere aquel campo. El precio de compra es tan alto, que tiene que arriesgarse todo lo que se posee, por modesto que sea. Se ha de vender todo, hay que entregarlo todo por causa de este valioso objeto. Este tesoro requiere una inversión alta, más aún, una inversión total. Todavía se añade otro pensamiento. Es la alegría inmensa de haber encontrado el tesoro. Esta alegría induce a la inversión inusitada. Ya no se calcula con sobriedad ni se sopesa en frío. En comparación con este tesoro todo lo demás que se posee es escaso, su valor no tiene proporción con el tesoro. Las cosas que se tienen, por muchas que sean, se vuelven insignificantes ante el verdadero valor por cuya causa vale la pena vivir. Este tesoro es el reino de Dios, y por tanto el mismo Dios. El que ha encontrado a Dios mediante el mensaje de Jesús, renuncia con alegría a todo lo demás. Ha encontrado la verdad y la vida. El que tiene a Dios, lo tiene todo. Sólo Dios basta. Esta verdad únicamente puede aprenderse en la vida real. Nuestra mentalidad mundana, el temor de perder o desatender algo y el programa que nos fijamos para nuestra propia vida tropiezan una y otra vez con esta verdad.
b) Parábola de la perla (Mt/13/45-46).
45 También se parece el reino de los cielos a un comerciante en perlas finas; 46 encontró una de mucho valor, fue a vender cuanto tenía y la compró.
Esta breve parábola juntamente con la anterior forma una doble parábola y versa sobre el mismo tema. La palabra perla no sólo suscita la idea de un altísimo valor, sino también de la belleza inmaculada. El reino de Dios no solamente es el más excelso valor, sino también el bien más bello y perfecto que se puede conseguir. Con respecto a la parábola del tesoro hay una novedad y es que se trata de un hombre que se dedica a buscar perlas finas. En el tesoro del campo se podía pensar en una persona que lo halla casualmente y luego saca las consecuencias. Así también muchos pueden haber encontrado a Jesús sin tener el afán ni la intención de encontrar el tesoro. Pero fueron dominados por él. Aquí se podría pensar en alguien que busca la verdad, como Nicodemo, que viene a Jesús de noche (Jn 3,1ss). Aquí se habla de un gran comerciante que trafica en joyas. Nunca ha encontrado una perla tan preciosa y fina. Sin reflexionar va a vender cuanto tiene, todo el inventario de su negocio para adquirir esta perla. Por su experiencia sabe que la perla recompensará la inversión. El corazón del hombre se queda intranquilo, hasta que la ha encontrado. Pero cuando la ha encontrado, está dispuesto a entregarlo todo por causa de este único objeto valioso. ¡Qué inversión se exige, qué exigencia tan profunda! Jesús no la suaviza en nada, pero también muestra el atractivo y la alegría que produce el hallazgo de la valiosa salvación. Cuando lo hemos encontrado, hemos de procurar permanecer con la fascinadora alegría inicial del descubrimiento. Cuando nos dedicamos a la búsqueda, no podemos descansar hasta haber encontrado lo que buscábamos.
c) Parábola de la red barredera (Mt/13/47-50).
47 También se parece el reino de los cielos a una red barredera que fue echada al mar para recoger de todo; 48 cuando estuvo llena, los pescadores la sacaron a la orilla, se sentaron y recogieron lo bueno en canastos, y echaron afuera lo malo.
Las dos últimas parábolas hablaban del tiempo presente, de la oferta que ahora obtiene el hombre, y de la puesta que ahora debe hacer. Esta parábola de la red habla del tiempo futuro. Se echa al lago una red barredera y recoge muchos peces de diferente clase y calidad. La red tiene que ser extendida entre dos barcas y arrastrada sobre el lago. Cuando los pescadores están en tierra, sacan despacio la red con el hervidero multicolor, ponen los peces en la orilla y los clasifican. Sólo se clasifican en dos grupos, buenos y malos, aprovechables y sin valor. Los buenos se recogen en cubos, y los malos se echan afuera. Antes se empleó la metáfora de la siega, en la que se separan el trigo y la cizaña. Aquí es una pesca de peces, en la que se recoge sin distinción todo lo que la red barre, y luego es clasificado. Al fin, tiene lugar la verdadera separación. Aquí ahora no están separados, sino juntos, y la mirada del hombre está oscurecida para llevar a cabo la separación; sobre todo no tiene derecho ni poder para efectuarla. La separación sólo es de la incumbencia de Dios, él es el gran pescador, que ha echado la red y nadie se escapa de ella. Entonces se hará justicia, de acuerdo con el valor de cada uno. La parábola habla de Dios como del Señor del juicio. San Mateo también conoce que Dios ha traspasado el juicio al Hijo: "Porque el Hijo del hombre vendrá en la gloria de su Padre con sus ángeles, y entonces dará a cada uno conforme a su conducta" (16,27). El Hijo del hombre ejercerá el juicio de Dios, "su gloria" (cf. 25,31) será la gloria del Padre...
49 Así sucederá al final de los tiempos: saldrán los ángeles, separarán a los malos de entre los justos 50 y los echarán al horno del fuego; allí será el llanto y el rechinar de dientes.
La aplicación está estrechamente ligada con la anterior explicación de la parábola de la cizaña. La doctrina es la misma, también se describen los mismos sucesos, aunque con una forma mucho más breve y primitiva. Al fin del mundo los ángeles saldrán y separarán a los malos de entre los justos y serán echados al horno del fuego, al infierno. Nada más se dice de la suerte de los "justos" (cf. 13,43: "resplandecerán como el sol"). Las palabras deben hacer resaltar el juicio, suscitar el temor de la reprobación. Aunque en la vida de un hombre en el mundo no salga a luz lo malo cuando tiene éxito y prestigio, cuando es estimado, cuando exteriormente aparece intachable y excelente, sin embargo no perdamos de vista que el día del juicio sacará a luz la verdadera calidad. Todos debemos pensar en eso, especialmente los cristianos que un día han encontrado la perla preciosa y el tesoro en el campo. También ellos pueden encubrir su propia vida bajo la máscara de la piedad. Interiormente pueden ser "malos", cuando no buscan a Dios, sino a sí mismos.
d) Conclusión del discurso de las parábolas (Mt/13/51-52).
51 ¿Habéis entendido todo esto? Ellos le responden: Sí. 52 Entonces les dijo: Por eso todo escriba convertido en discípulo del reino de los cielos se parece a un padre de familia que saca de su almacén lo nuevo y lo viejo.
No solamente importa oír, sino entender. La pregunta del Señor se refiere a si los discípulos han entendido el verdadero tema y sentido de las parábolas. Esta comprensión es lo que importa. Los discípulos obtienen la ayuda de las explicaciones circunstanciadas, que deben traducir un lenguaje metafórico al sentido que se intentaba. La acción depende de la adecuada inteligencia. Sólo quien interiormente acepta lo que se ha proclamado, puede proceder debidamente guiándose por este conocimiento. Puedo oír la parábola del tesoro en el campo, y no quedar afectado por ella, a lo sumo considerarla como saludable o necesaria para otros. Si me esfuerzo por entender esta parábola, entonces noto que se refiere a mí y que no puedo desviarme de lo que ella reclama. El hecho de entender lo que aprovecha a mi persona, deja libre el camino para la acción conforme con la palabra. La respuesta de los discípulos no solamente es importante para su salvación personal, sino también para su posterior tarea en la Iglesia. Deben aprender lo que han oído. Sólo pueden enseñar con el mismo derecho que Jesús, si han entendido, si se han identificado con lo que oyeron, si han creído. El capítulo de las parábolas también es una parte didáctica. El evangelista lo ha concebido así, y al final lo dice claramente una vez más (13,52). El que quiere enseñar, tiene que estar bien instruido. El que quiere anunciar el reino de Dios, tiene que haber aprendido la verdad sobre este reino. El capítulo de las parábolas también debe servir para aprender esta verdad. Dice a los predicadores y catequistas cómo debe expresarse la verdad del reino de Dios y cómo se puede mostrar el camino que conduce a la auténtica comprensión. Es un modelo para la enseñanza de la Iglesia. En el seno del nuevo pueblo de Dios se forma una nueva categoría de escribas. En Israel hay escribas a los que está confiada la palabra de Dios, para que la expongan y hagan aplicaciones. Pero no han acertado el verdadero sentido y no han conocido la verdadera voluntad de Dios. Ahora habrá verdaderos escribas, a quienes se concede la conveniente comprensión. También habrá una nueva "Sagrada Escritura", la recopilación de las palabras y acciones de Jesús, que ponen por escrito los primeros heraldos. Se debe aprender y estudiar, exponer y aplicar esta Escritura. Cada uno de los teólogos es primeramente y en el fondo intérprete de la Escritura, cada uno de los teólogos instruidos debe ser un escriba. Aquí hay que descubrir -en medio del Evangelio- una de las fuentes de la teología y de su configuración científica.
El maestro de la Iglesia debe estar en la comunidad, como padre de familia, así como un padre de familia cuida de los suyos, da a los que viven en la casa lo que necesitan, y lo da en la medida y de la manera como lo necesitan. Saca lo nuevo y lo viejo del arca de su tesoro. No solamente lo nuevo, lo atractivo y actual, lo moderno y chocante sino también lo viejo, lo transmitido y acreditado, que debe unirse con lo nuevo. Jesús no ha suprimido la ley del Antiguo Testamento ni en su lugar ha colocado una ley nueva. Ha conservado lo viejo con profundo respeto, pero lo ha perfeccionado con lo nuevo (Cf. el comentario a 5,17-19). Así también en el capítulo de las parábolas están aunados lo viejo y lo nuevo. Lo antiguo es el gran tema del reino de Dios, desde que Dios empezó la historia con Israel. Lo nuevo es la última perfección de lo viejo mediante la venida y el mensaje de Jesús. Dios no quiere la ruptura radical con el tiempo pasado, sino la unidad del tiempo pasado, presente y futuro. Así debe enseñarse en la Iglesia, así se debe proceder en ella. Lo viejo siempre es actual en la tradición a través de las generaciones, pero siempre ha pretendido una comprensión más profunda, un conocimiento de causa más perfecto, una realización mejor.
VII. EL MISTERIO DEL MESíAS (13,53-17,27).
1. REVELACIÓN GRADUAL (13,53-16,12).
Desde aquí en adelante san Mateo sigue exactamente el curso de los acontecimientos en san Marcos. En la gran sección de 13,53-17,22 (= Mc 6,1-9,32) solamente faltan en san Mateo unas breves palabras sobre la misión (Mc 6,6-13), que san Mateo ya había transmitido en su discurso a los discípulos (10,1-42), y el relato de la curación de un ciego (Mc 8,22-26), que san Mateo omite en este pasaje. En cambio el primer evangelista tiene dos relatos, cada uno de los cuales narra la curación de dos ciegos (9,27-31; 20,29-34). Con los puntos esenciales de las distribuciones milagrosas de alimentos, de la confesión mesiánica de Pedro, de la transfiguración en el monte, de los anuncios de la pasión del Mesías, se puede designar esta sección como gradual revelaci6n mesiánica. Siempre aparece con mayor fuerza la creciente separación entre la gran masa del pueblo, que continúa en la incredulidad, y el grupo de discípulos que es conducido a una inteligencia más profunda. Así pues, las revelaciones del Mesías tienen un efecto que al mismo tiempo separa y guía.
a) Incredulidad en Nazaret (Mt/13/53-58).
53 Cuando Jesús terminó todas estas parábolas, se fue de allí. 54 Y, llegando a su patria, les enseñaba en la sinagoga, de modo que quedaban sorprendidos y decían: ¿Pero de dónde le vienen a éste esa sabiduría y esos prodigios? 55 ¿No es éste el hijo del carpintero? ¿Y no se llama su madre María, y sus hermanos Santiago y José y Simón y Judas? 56 ¿Y no viven entre nosotros todas sus hermanas? ¿De dónde, pues, le viene a éste todo eso?
Jesús va a Nazaret, a la que se llama "su patria". Allí se había establecido y domiciliado José con María y el niño después de regresar de Egipto. Esta manera de proceder estaba de acuerdo con la voluntad de Dios, como lo demuestra lo que dice la Escritura (2,23). Jesús también propone allí su mensaje durante la normal asamblea del sábado en la sinagoga. La gente queda sorprendida, como también se informó después del sermón de la montaña (cf. 7,28s). Pero aquí no es la sorpresa por la propia insuficiencia, no es la consternación por la alta reivindicación de Dios, sino la sorpresa de la irritación, de la protesta y de verse heridos en la propia estimación. Existen las dos posibilidades, las dos respuestas en cierto modo instintivas, que pueden darse a la proclamación del mensaje. Los unos están conmovidos hasta el fondo de su alma y perciben el llamamiento a cambiar la vida; los otros se sienten amenazados y se colocan a la defensiva por el orgullo ofendido. Sus paisanos preguntan: ¿Pero de dónde le vienen a éste esa sabiduría y esos prodigios? Reconocen la sabiduría, pero como algo ajeno y más excelso, que cae fuera de su horizonte de comprensión o no puede ser proclamado con obligatoriedad, ya que Jesús es uno de los suyos y no puede evadirse de esta solidaridad. Las acciones vigorosas de Jesús les producen la sensación de desafío y no de señal propicia. La razón de su altiva pregunta es el hecho de que le conocen. Por lo menos saben "de dónde" procede. No puede haber traído nada extraordinario, ya que su familia pertenece a la clase pobre del lugar, su madre, sus hermanos y hermanas son muy conocidos y todavía viven allí. Quizás hayan evitado intencionadamente decir "el hijo de José", para expresar la relación que le unía a él, y así han dicho "el hijo del carpintero".
Tal vez José sea el único carpintero del lugar, pero en todo caso ésta es una profesión normal, socialmente incorporada a la colectividad del pueblo. ¿Qué hace por iniciativa propia este "hijo", que procede de condiciones normales, de una casa sencilla y de una profesión honorable? Además dan algunos nombres de hermanos y también mencionan a sus hermanas, todos los cuales viven entre ellos y todavía están con ellos (Acerca de la cuestión de las personas a quienes se llama "hermanos de Jesús" (la cual, por desgracia, siempre grava el diálogo confesional entre católicos y protestantes), cf. Hermanos de Jesús, en H. HAAG - A. VAN Den BORN - S. DE Ausejo, Diccionario de la Biblia, Herder, Barcelona 4, 1967, col 829-831). Semejantemente subrayan también que "están entre nosotros". No han salido del marco en que se les había puesto, no han abandonado el medio de vida ni la comunidad del pueblo, sino que han permanecido en el lugar y en el redil gozando de simpatía. Pero ¿qué pensar de éste? Tras esta sensación de que sea un extraño un hijo del pueblo que ha salido de la comunidad, y ahora también es rechazado de la comunidad, se advierte también otra cosa. El problema fundamental es éste: ¿De dónde le viene a éste todo eso? Solamente el lector del evangelio sabe la respuesta, a saber, que Jesús estaba engendrado "por obra del Espíritu Santo" (cf. 1,18) y que "el Espíritu de Dios" había descendido sobre él (3,16). Pero los habitantes de Nazaret se cierran el acceso a Jesús, porque hacen la segunda pregunta antes de la primera. La primera pregunta se formula así: ¿Qué se dice aquí?, y no: ¿De dónde viene eso? Sólo si se ha escuchado y entendido de la forma debida, se puede preguntar por el origen. La pregunta por la procedencia "¿de dónde?" ya muestra que no quieren oír y que en la sinagoga en realidad no han oído.
57 Y estaban escandalizados de él. Pero Jesús les dijo: A un profeta sólo lo desprecian en su tierra y en su casa. 58 Y por aquella incredulidad no hizo allí muchos milagros.
Para la actitud de los hombres ante Jesús sólo existen dos posibilidades: abrirse con la fe o cerrarse por el escándalo. Los paisanos estaban escandalizados de él. Eso es exactamente lo contrario de la actitud de la fe. El escándalo procede de abajo, del hombre y del malo, destruye la fe y no la deja medrar. El mismo Jesús se convierte en motivo de escándalo, sin que él haya contribuido en nada al mismo. Sólo se decide en el hombre qué camino y qué dirección toma su vida. La pregunta por la procedencia "¿de dónde?" para muchas personas, incluso modernas, se convierte en motivo de escándalo. Especialmente para los que han estudiado y conocen la historia. Ellos también piensan "que saben". Entonces Jesús pasa a ser el fundador de una religión como Buda o Mahoma. La doctrina de Jesús se interpreta como un sistema doctrinal religioso o solamente como la experiencia originaria de un corazón genial; se ve a sus discípulos como un círculo de entusiastas adeptos, semejante al que se forma siempre en torno a la personalidad de promotores religiosos. Pero nada más. Se piensa que se puede contestar la pregunta sobre la procedencia, "¿de dónde?", por el Antiguo Testamento, por la tradición religiosa de los pueblos circundantes, por el movimiento resurgente de la comunidad de Qumrán, por el apocalipsis del judaísmo posterior y por la tradición escolar rabínica. Pero nada más. No se puede hacer la segunda pregunta antes de la primera, antes que se haya realmente oído lo que se dice. El mismo Jesús cita un proverbio, según el cual ningún profeta vale nada en su tierra ni en su familia. Parece ser como una ley que se inicie el escándalo donde menos se le debía esperar. En el propio ambiente es donde será más fácil al hombre recusar, porque difícilmente distingue entre lo que viene de abajo, de la tradición de la familia y del pueblo, y de la virtud de la sangre, y lo que se dice desde arriba y penetra en el mundo. Esta disposición defectuosa ya es incredulidad por la raíz de donde proviene. La incredulidad -no la propia impotencia- hace que sea imposible que Jesús pueda efectuar acciones milagrosas. Porque el milagro se enlaza con la franqueza y la confianza del hombre. Sólo se da por añadidura todo lo demás a quien ha dado el primer paso, y ha cumplido la condición fundamental de escuchar con el ánimo dispuesto. Hará "obras... aún mayores" que las del maestro (Jn 14,12).