CAPÍTULO 12


3. OBSERVANCIA DEL SÁBADO (12,1-21).

La polémica continúa. En los dos pasajes siguientes se trata de la manera adecuada de entender el sábado, desarrollada por Jesús para justificarse. En primer lugar se nos dice que los discípulos arrancaron espigas en un día de sábado (12,1-8), luego se nos habla de la curación de un hombre en un día de sábado (12,9-14). Una sección sintética concluye esta parte (12,15-21).

a) Los discípulos arrancan espigas (Mt/12/01-08).

1 En aquella ocasión, atravesó Jesús, en un día de sábado, por un campo de mieses; sus discípulos sintieron hambre y se pusieron a arrancar espigas y a comérselas. 2 Los fariseos, al verlo, le dijeron: Oye, tus discípulos hacen lo que no está permitido hacer en sábado. 3 Pero él les contestó: ¿No habéis leído lo que hizo David, cuando sintió hambre él y los suyos: 4 que entró en la casa de Dios y comió los panes ofrecidos a Dios, a pesar de que ni a él ni a sus compañeros les era lícito comerlos, sino sólo a los sacerdotes?

Jesús da a los adversarios nuevo motivo para sus acusaciones. Un día de sábado los discípulos, caminando, para saciar su hambre, cogen espigas del campo y comen los granos, lo cual estaba expresamente permitido en la ley y sancionado por el derecho consuetudinario; no se consideraba como hurto. «Si entras en el sembrado de tu amigo, podrás cortar espigas y desgranarlas con la mano, mas no echar en ellas la hoz» (Dt 23,25). Los fariseos sólo inculpaban a Jesús de que lo consintiese y no lo impidiese en día de sábado. Según su estricta interpretación incluso actividades insignificantes quedaban afectadas por el precepto del reposo sabático. Sólo se podía correr un trayecto determinado, hacer los trabajos necesarios para la vida. El arranque y trituración de los granos ya eran considerados como trabajo prohibido. Jesús se defiende en un discurso, en que procede escalonadamente, argumento tras argumento. Hay cuatro pensamientos independientes, que primero deben mostrar que Jesús está en su derecho y no quebranta el precepto divino. Las tres primeras razones también tienen que convencer a un judío, ya que están tomadas de la Escritura. Pero la última y también decisiva prueba contra los fariseos ya supone la fe en el poder de Jesús: Porque el Hijo del hombre es señor del sábado.

De una forma parecida como antes en la cuestión del ayuno aquí Jesús habla de su misión única. En las bodas mesiánicas no hay motivo para ayunar, ni tan sólo el sábado. La interpretación del precepto sabático y la manera de observarlo están sometidas a Jesús, como Señor. Apoyándose en estas palabras los antiguos cristianos pudieron atreverse a celebrar la fiesta del sábado a su manera, y finalmente incluso a sustituirla con la celebración del primer día de la semana. Esta sustitución se funda en el poder del Señor, que fue transferido a los apóstoles. En la Escritura hay ejemplos, en los cuales se quebrantó el sábado. El primer ejemplo versa sobre David, el rey ejemplar, a cuya manera de proceder se podía apelar. Cuando David huía de Saúl, hizo que el sacerdote Aquimelec le diera los panes santos ofrecidos a Dios, que se guardaban en la tienda santa de Nob (ISam 21,1-7). Estos panes sólo los podían comer los sacerdotes. David no hizo caso de esta disposición, porque el mandamiento del culto no lo consideraba tan importante como la obligación de sustentar la vida. Las prescripciones sabáticas para Jesús tienen la categoría de esta disposición sobre los panes ofrecidos a Dios. Lo que hizo David, no sucedió un día de sábado. La comparación se basa en la infracción de lo que disponía la ley; en un caso extraordinario puede contravenirse un precepto de esta naturaleza.

5 ¿O no habéis leído en la ley que, en los sábados, los sacerdotes quebrantan, en el templo, el reposo del sábado, sin pecar por ello? 6 Pues bien, yo os digo que aquí hay uno más grande que el templo.

Todavía es más fuerte el segundo ejemplo. Los sacerdotes que prestan sus servicios en el templo, hacen el sábado diversos trabajos corporales en los preparativos e inmolación de las víctimas, en la colecta de los dones y en la purificación de las vasijas. Todo eso no sólo está permitido por excepción, sino que está mandado expresamente en la ley. Los sacerdotes lo hacen y no incurren en ninguna culpa. ¡Cuánto más tiene que estar ahora en vigor esta libertad, ya que aquí hay uno más grande que el templo! Es una frase vigorosa. Israel no conoce ningún santuario mayor que el templo, que garantiza la presencia de Dios. Unas palabras contra la santidad del templo desempeñan un papel importante en el proceso incoado contra Jesús (26,61; cf. Act 7,47-50). En el templo solamente está garantizada la proximidad de Dios. Pero en Jesús Dios está presente de una forma visible. Mora con nosotros. Dios se ha hecho hombre. Esta dignidad es inmensamente mayor que la dignidad de la casa construida de piedra y madera.

7 Si hubierais comprendido qué significa: Misericordia quiero y no sacrificio, no habríais condenado a estos inocentes. 8 Porque el Hijo del hombre es señor del sábado.

El tercer argumento ya lo hemos encontrado antes: son las palabras del profeta Oseas: Misericordia quiero y no sacrificio (9,13). Jesús hace valer de nuevo el adecuado orden de valores, como hicieron infatigablemente los profetas anteriores a él. Dios quiere el corazón, la obediencia y la confianza, la bondad y la verdadera justicia. Si el hombre los ofrece, también son agradables a Dios los sacrificios. Pero nunca podemos exonerarnos de la misericordia observando escrupulosamente las prescripciones rituales, cumpliendo de una forma minuciosa las disposiciones del culto divino. Si sólo se da a Dios una cosa sin la otra, nos desviamos de su voluntad. Las pruebas de Jesús conducen mucho más allá de lo que era motivo de la queja. Se trata de la adecuada comprensión de la ley de Dios y especialmente de sus prescripciones del culto. Jesús no dice que se hayan suprimido las leyes del sábado, pero son interpretadas de un modo nuevo. Hay obligaciones que están en un nivel superior y que son intimadas por Dios con más insistencia. Sobre todo se ha producido una nueva situación desde que se presentó Jesús. En él hay uno más grande que el templo y su culto. Es la aurora de un nuevo tiempo, en el que los verdaderos adoradores de Dios no le adorarán en el templo, sino «en espíritu y en verdad» (Jn 4,23). También para nosotros sigue siendo válido el orden de valores establecido por Jesús: primero la obediencia y la misericordia, luego el cumplimiento de las prescripciones del culto. El culto divino en la nueva alianza tiene una dignidad incomparable, ya que es ofrecido por el sumo sacerdote Jesucristo, pero en todas partes está al acecho el peligro de la angostura legal y de la proliferación de ritos y prescripciones sobre el servicio viviente del corazón.

b) La curación de una mano seca (Mt/12/09-14).

9 De allí se fue a la sinagoga de ellos. 10 y había un hombre que tenía una mano seca; y para poder acusar a Jesús, le preguntaron: ¿Es lícito curar en sábado? 11 Pero él les contestó: Y si a uno de vosotros, en día de sábado, se le cae en un hoyo la única oveja que tiene, ¿no le echa mano y la saca? 12 Pues ¡cuánto más vale un hombre que una oveja! Por lo tanto, es lícito hacer bien en día de sábado. 13 Entonces le dice a aquel hombre: Extiende fu mano. Él la extendió, y se le quedó sana como la otra. 14 Pero los fariseos salieron, y en un consejo contra Jesús, acordaron la manera de acabar con él.

Un segundo suceso en día de sábado, y además en una sinagoga. Esta vez los adversarios atacan preguntando si está permitido curar en día de sábado. Los escribas sostuvieron en este punto diferentes opiniones, unas más amplias y otras más estrechas. Aquí no se pregunta por ellas, sino si en general está permitido. El Señor contesta primero con un ejemplo. El caso de la oveja, expuesto por Jesús en ciertas circunstancias lo habrían designado como permitido muchas opiniones de escuela. Pero Jesús no cuenta el ejemplo para adoptar y defender tal o cual opinión, sino para proceder según sano entendimiento humano. En efecto, cualquier hombre razonable procedería como este campesino. A nadie se le ocurre dejar perecer lastimosamente la oveja por causa del sábado, sobre todo si es la única que posee su dueño, y por tanto representa para él un alto valor.

Pero ahora viene la conclusión. El hombre es mucho más digno de aprecio que una oveja. Si le acontece algo, se le ayudará en seguida. aunque sea en día de sábado. Ahora el hombre no ha caído con la mano seca en el hoyo, no está en peligro inmediato de muerte. Jesús también podría curarlo al día siguiente. Pero él quiere responder la pregunta según los principios, así como también ha sido preguntado según ellos. Jesús contesta haciendo un cambio significativo. Los adversarios le preguntan si se puede curar. Jesús contesta que se puede hacer una buena obra. De esto, pues, se trata. La norma de si esto o aquello está permitido, no se mide tan sólo por la índole del trabajo, sino por la intención de este trabajo. Aquí se intenta algo bueno, provechoso y por eso muy agradable a Dios desde un principio. También aquí tiene que cambiarse la manera de pensar. La rigidez en la manera legal de pensar debe quitarse con una manera humana de pensar, determinada por el sentido y valor morales. El bien siempre tiene su sentido en sí mismo. Sin cesar lo debemos hacer, espontánea y sinceramente, sin reflexionar con angustia o asegurarnos con prudencia. El enfermo es curado. Pero según la manera de ver de los adversarios Jesús quebranta la ley. Y no solamente la quebranta, sino que defiende una nueva doctrina y por eso se coloca fuera de la tradición. Esta actitud de Jesús les irrita tanto que ya ahora resuelven matarlo. Como el estallido de un trueno en un día de verano -así resuena la frase que nos da a conocer que los enemigos de Jesús han tramado un plan para darle muerte-. Es evidente que aquí ya no se trata de una u otra manera de ver, de una interpretación más estricta o más amplia de la Escritura, sino de una enemistad sistemática. Para los enemigos las novedades que enseña Jesús, no se enlazan con lo antiguo. Es una revolución que tiene que ser sofocada, para que no se estremezcan los fundamentos de su fe. Así pueden ellos pensar y creer de veras que tienen razón. A pesar de que todo el derecho de Dios está de parte de Jesús. Pero ellos no lo pueden ver por su rígida visión legalista.

c) El siervo de Dios (Mt/12/15-21). J/SIERVO:

15 Al saberlo Jesús, se alejó de allí. Muchos los siguieron; y él a todos los curó, 16 pero severamente les encargó que no lo descubrieran.

San Mateo hace suyo un pensamiento con frecuencia manifestado en san Marcos, a saber, que el Señor mandó guardar silencio sobre sus milagros y el misterio de su persona (Cf. Mt 9,30). Este mandamiento de callar aquí adquiere un carácter especial por el plan homicida, del que se acaba de hablar (12,14). Jesús parece que se aparte de los adversarios y que se retire. Por consiguiente tampoco es conveniente darlo a conocer. Jesús continúa sus curaciones, pero no para que se hable en una extensa zona de los alrededores. Parece haber pasado el tiempo en que sus obras hablan por sí mismas, es decir en favor de él. La enemistad ya ha ido en aumento como un torrente impetuoso, de tal forma que tiene que esconderse. ¿Debemos ya ver en ello una señal del fracaso, una resignación ante la fuerza apremiante de la contradicción? San Mateo prosigue esta cuestión con el texto del profeta Isaías.

17 Para que se cumpliera lo anunciado por el profeta Isaías cuando dijo: 18 Mirad a mi siervo, a quien yo elegí; a mi predilecto, en quien se ha complacido mi alma. Sobre él pondré mi espíritu, y él anunciará el derecho a las naciones. 19 No porfiará ni gritará, y nadie oirá su voz en las plazas. 20 La caña cascada no la quebrará, y la mecha humeante no la apagará, hasta que haga triunfar el derecho. 21 ¡Y en su nombre pondrán las naciones su esperanza!

Pocas citas del Antiguo Testamento aduce san Mateo tan detalladamente. Con esta cita se nos ofrece una llave para comprender al Mesías. Al retirarse Jesús obligado por los demás, se trasluce en él la imagen del siervo de Yahveh que se encuentra en Isaías. Dios no anula nada de lo que ha dotado a su siervo desde el principio. Dios le ha elegido para que sea el Emmanuel («Dios con nosotros») y para salvar «a su pueblo de sus pecados» (1,21.23). Jesús es su «hijo amado», en quien el alma de Dios se complace, cuando se revela en el bautismo del Jordán. Allí el Espíritu se puso sobre él. Empezó a obrar poderosamente en él, comenzando por la lucha con Satán en el desierto. Sus primeras palabras fueron las del reino, con las que se anunció el «derecho» divino; «a las naciones», se dice en Isaías, por tanto no sólo a Israel. El profeta dice que las palabras del Mesías tienen validez para todos y van dirigidas a todas las naciones del mundo, todo lo cual ha sido presentado a nuestros ojos mediante diversas imágenes. El profeta no sólo tiene conocimiento de aquella vocación y de su radiante principio. Contempla en el tiempo futuro que el siervo de Yahveh no marcha como un jefe de ejército o un reformador, que vuelve lo de abajo hacia arriba. El profeta tiene conocimiento de una actividad profundamente interna, que cura de raíz y alienta. El siervo no porfía ni grita, ni llena las plazas con un diluvio de palabras. Su vocación es consolar al abatido delicada y misericordiosamente, curar las heridas, alentar el ánimo quebrantado, inclinarse hacia el pecador. No hay ninguna porfía, como las tenemos los hombres, ni tampoco ninguna discusión para encontrar en común la verdad. Incluso frente a los adversarios Jesús no hace otra cosa que «anunciar el derecho (de Dios)». Los adversarios tienen que oír y aceptar lo que Dios dice por medio de Jesús. No podemos discutir sobre el Evangelio. Solamente podemos obedecerlo. Ésta es la finalidad de cada una de las conversaciones sobre el mensaje de Dios: estimularnos unos a otros a una obediencia mejor. En el retiro, en esta actuación salvífica apenas perceptible y poco llamativa, Jesús realiza la vocación de Dios. Pero de este modo se lleva a cabo el plan de hacer triunfar el derecho. No el derecho en que los hombres insistimos, o el derecho del que mana la ley, sino el derecho de Dios, lo que él reclama inalienablemente: el reconocimiento de su soberanía. En su nombre esperan las naciones, más aún, todas las naciones, Israel inclusive. El camino del Mesías conduce de la humillación al ensalzamiento, del retiro a la luz, como ya se dijo a los apóstoles: «Lo que os digo en la obscuridad, decidlo a plena luz; lo que escucháis al oído, proclamadlo desde las terrazas» (10,27). Este camino también lo describe en el Evangelio san Juan, aunque de una forma ampliada en torno al primer movimiento de arriba abajo, de la Palabra preexistente de Dios a la humillación de la carne, y de nuevo arriba al Padre, cuando Jesús fue exaltado: «Salí del Padre y he venido al mundo; ahora dejo el mundo y me voy al Padre» (Jn 16,28).

4. DIOS O SATÁN (12,22-45).

La crisis llega a su punto culminante en los siguientes pasajes, en los que se manifiesta la acritud de las divergencias de forma semejante como en el relato de las tentaciones (4,1). Pero aquí ya no se manifiesta en la secreta lucha invisible entre Dios y Satán, sino en la notoria lucha entre la oposición judía y el Mesías de Dios. Al principio se reprocha una vez más a Jesús que está aliado con el demonio, y a continuación Jesús habla en defensa propia (12,22-37). Siguen una llamada a la penitencia y unos párrafos judiciales sobre la generación hostil (12,38-42). El párrafo de la reincidencia concluye el discurso con tono amenazador (12,43-45).

a) Reino de Dios o reino de Satán (Mt/12/22-37).

22 Entonces le presentaron un endemoniado ciego y mudo, y lo curó, de manera que el mudo podía hablar y ver. 23 Toda la multitud estaba asombrada y se decía: ¿No será éste el Hijo de David? 24 Cuando lo oyeron los fariseos, replicaron: Este no arroja los demonios sino por arte de Beelzebul, príncipe de los demonios.

Ya hemos leído antes una escena semejante (9,32-34). De nuevo se trata de un endemoniado, otra vez el pueblo aclama a Jesús con entusiasmo. En la escena citada la gente hace constar con asombro que nunca se ha visto en Israel algo semejante, aquí incluso pregunta: ¿No será éste el Hijo de David? Este es un grado superior, un paso adelante. Al Mesías se le llama Hijo de David. ¡Cuán cerca parece que se está de la verdad! Pero solamente lo parece a medias. Porque con una oposición mucho más endurecida se levanta la acusación de que Jesús arroja los demonios con la ayuda del príncipe de los demonios. El mismo acontecimiento y un juicio tan diferente. Lo que para unos es la única esperanza, a otros les parece un insolente engaño del pueblo. ¿Es obra de Dios o prestidigitación de Satán? Siempre se exige esta decisión incluso en el gobierno de la Iglesia por parte de Dios; solamente la fe dócil y obediente conoce que en estos hechos no se da testimonio de seducción humana, sino de amor divino...

25 Pero él, penetrando sus pensamientos, les dijo: Todo reino dividido en bandos queda devastado, y toda ciudad o casa dividida en bandos no podrá subsistir. 26 Y si Satán arroja a Satán, está dividido contra sí mismo; ¿cómo, pues, subsistirá su reino? 27 Y si yo arrojo los demonios por arte de Beelzebul, ¿por arte de quién los arrojan vuestros discípulos? Por eso serán ellos mismos vuestros jueces.

La defensa del Señor está estructurada con estricta lógica. Este rigor en el orden de las ideas es una expresión del antagonismo irreconciliable entre el reino de Dios y el reino de Satán. En la tentación el espíritu maligno solamente habló de los reinos del mundo, que él creyó que podía adjudicar a su libre elección (4,8s). Aquí Jesús habla de su propio reino. Se puede comparar su dominio con un Estado, o también con una ciudad o una casa, en las cuales reina el orden bajo una autoridad. Cuando una familia se divide por dentro, los hijos se rebelan contra los padres (10,34-36). Una guerra civil puede arruinar todo un reino; entonces está perdida la integridad de aquel orden. La capacidad de subsistir estriba en la unidad de los miembros aunados en su pluralidad mediante la comunidad de fines.

Cuando uno se subleva contra otro, se desploman los pilares del orden y ha ]legado el fin. El reino de Satán parece hecho según el molde del reino de Dios, más aún, calcado. Satán ha fundado un gobierno rival, un reino rival. En el reino de Satán no hay unidad en la plenitud, como la hay en Dios, sino solamente una imagen deformada de unidad: todo tiene que servir al espíritu maligno, todo tiene que ser destruido, lastimado, dividido. En esto están de acuerdo todos los miembros de este «reino». ¿Cómo puede trabajar en él uno contra otro? ¿Cómo puede Satán, como quien dice, suicidarse? Jesús esgrime un segundo argumento en la polémica: vuestros propios hijos, es decir vuestros discípulos también actúan de exorcistas, que arrojan demonios. Vosotros mismos los habéis instruido para este oficio. Ellos serán vuestros jueces, porque testifican en favor mío y en favor de mi actividad que el espíritu maligno solamente retrocede ante el vigor de Dios. También ellos solamente pueden alcanzar algo, si topan con el poder demoníaco en el nombre del Señor.

28 Pero si yo arrojo los demonios en virtud del Espíritu de Dios, es que el reino de Dios ha llegado a vosotros.

Todo lo antedicho constituye un argumento tajante. Ahora viene la proclamación que habla con autoridad, el testimonio que da sobre su obra. Hasta ahora tenia que doblegarse el entendimiento, pero, en adelante, será la fe la que llegue a comprender. En mí no actúa el espíritu maligno, sino el Espíritu de Dios. Mediante su virtud, con la que fui ungido, se vence a los demonios. Y cuando se consigue esta victoria, ya llega el reinado de Dios. Si se expulsa el poder maligno, puede establecerse el dominio de Dios. El espacio libre para este dominio es obtenido paso a paso y con fatiga. Pero entonces realmente triunfa la gloria de Dios. El reino de Satán no se quebrará por los desacuerdos que haya en sí mismo, sino por el poder mayor del reino de Dios. Es una de las frases más vigorosas del Evangelio. Esta fuerza tiene que revelarse donde actúa el Espíritu de Dios, no sólo expulsando un espíritu maligno como aquí, sino también en nuestras sencillas obras, si se hacen «con el Espíritu de Dios»: con la oración esforzada, con el servicio humilde o solamente con un buen recuerdo o deseo para uno de nuestros prójimos.

29 ¿O cómo puede uno entrar en la casa de un hombre fuerte y saquearla, si primero no logra atarlo? Sólo entonces le saqueará la casa.

Es una corta parábola. Está tomada de la guerra, y es dura y realista. El que quiere despojar una casa ajena, y saquear lo que en ella haya, primero tiene que maniatar al dueño de la casa, de lo contrario no conseguirá su intento. Causa extrañeza que se llame «hombre fuerte» al dueño de la casa. En la parábola es comprensible, porque solamente así se entiende el riesgo que da quehacer al asaltante. Pero Jesús hablaba de Satán, y la parábola debe proseguir lo precedente. Satán es fuerte, porque está al frente de un «reino». Sólo uno más fuerte que él puede vencerle y encadenarle, si quiere despojarle de sus bienes. ¿Quién ha de ser el más fuerte, sino aquel a quien Juan el Bautista anunció con estas palabras: «Pero el que viene detrás de mí es más fuerte que yo» (3,11)? También es más fuerte que Satán, y sólo Jesús logrará hacer que la nocividad de aquél pierda su eficacia. Los demonios huyen ante la decisión soberana de Jesús. Satán sufre una derrota tras otra. Somos impotentes si contamos con nuestras propias fuerzas. Sólo el poder de Jesús, el más fuerte, puede reprimir en nosotros el mal: el odio, la mentira, la enemistad contra Dios.

30 Quien no está conmigo, está contra mí, y quien conmigo no recoge, desparrama.

Dios contra Satán y el Mesías contra Satán es exactamente lo mismo. El que se vuelve contra Jesús, también se vuelve contra Dios. Sólo él puede hacer frente a los poderes del maligno, porque está fatalmente en Dios, y Dios está totalmente con él. Con referencia a él se decide la suerte del hombre. Más aún, quien no trabaja activamente con Jesús, tal como hicieron los discípulos durante la vida mortal de él, trabaja contra Jesús, desparrama. La imagen presenta que la obra de Jesús según la idea de reunir «las ovejas perdidas de la casa de Israel» (10,6). De nuevo resplandece la imagen del pastor y del rebaño. Desparrama el lobo que irrumpe en el rebaño. No solamente establecemos en alguna parte un criterio; no solamente se trata de la decisión antes tomada. Esta decisión tiene que realizarse constantemente, tiene que adquirir forma en la acción. No se queda en la teoría, en una orientación espiritual. Esta decisión sólo es verdadera donde las ocupaciones cotidianas son sustentadas por ella, y esto significa recoger con Jesús, servirle como pastor de almas, trabajar por él...

31 Por eso os digo: cualquier pecado y blasfemia se perdonará a los hombres; pero la blasfemia contra el Espíritu no se les perdonará. 32 Y si uno dice una palabra en contra del Hijo del hombre, se le perdonará; pero el que la diga en contra del Espíritu Santo, no tendrá perdón ni en este mundo ni en el futuro.

Se habla de un pecado: la blasfemia. Este pecado siempre va dirigido contra lo santo y divino, a diferencia de otros pecados que se dirigen a los hombres y a los valores humanos. Jesús distingue entre la blasfemia contra el Espíritu Santo y la blasfemia contra el Hijo del hombre. Es difícil entender cómo puede perdonarse este pecado contra el Hijo del hombre, y no puede perdonarse el otro pecado. Jesús emplea el título de Hijo del hombre para sí como un seudónimo. Puede significar simplemente «persona humana», pero también puede significar las más excelsas dignidades: el poder para perdonar los pecados, el cargo de juez al fin de los tiempos. En cualquier caso exteriormente es un hombre como todos los demás. Como aquí se muestra, podemos incurrir en error respecto a él. Se pueden interpretar sus milagros con mala voluntad, como antes sucedió (12,24). Como hombre entre los hombres es objeto de un antagonismo, la fe en él puede ser hallada, pero también rehusada. Este encubrimiento de la plenitud divina con el vestido humano, el ocultamiento de la divinidad en la endeblez puede ser imputada al hombre como «circunstancia atenuante». Aquí queda esperanza de perdón. Pero el que blasfema contra el Espíritu de Dios, sabe muy bien de quién se trata. Su ataque se dirige inmediatamente a Dios. El hombre no puede ver a Dios ni tampoco a su Espíritu, pero sabe quién es Dios. Si alguien blasfema contra Dios, en realidad siempre hace referencia al mismo Dios. En esta blasfemia no hay ningún claroscuro de duda o de inseguridad y, por eso, tampoco hay ninguna excusa. Jesús confiesa solemnemente que expulsa a los demonios con el Espíritu de Dios. La blasfemia contra Dios en realidad es una blasfemia contra el Espíritu. Y este pecado no puede perdonarse, porque el blasfemo en cierto modo se excluye a sí mismo del perdón. No obtendrá perdón ni aquí en el tiempo del mundo actual ni en el tiempo futuro. Se ha separado de Dios.

33 O tenéis por bueno el árbol y por bueno su fruto, o tenéis por podrido el árbol y por podrido su fruto; pues por el fruto se conoce el árbol. 34 ¡Raza de víboras! ¿Cómo podréis decir cosas buenas, siendo malos? Porque del rebosar del corazón habla la boca. 35 El hombre bueno, de su buen tesoro saca lo bueno, y el hombre malo, de su mal tesoro saca lo malo.

Aquí se emplea de nuevo la imagen de los árboles y de su fruto. No puede tener buen corazón, quien dice cosas malas, aquel cuyas palabras están llenas de maldad y odio. Todo el hombre está ofuscado (cf. 6,22s). El exterior refleja sin hipocresía la situación interna del hombre. La maldad del corazón se da a conocer en el lenguaje blasfemo. Este lenguaje testifica que estáis enteramente perdidos y que Dios no está en vosotros. Así como se conoce el árbol putrefacto y podrido por su fruto inservible, así se conoce vuestra perversidad por vuestro lenguaje. También Jesús emplea a su vez, como ya hizo el Bautista. el duro tratamiento: «¡Raza de víboras!» (Cf. 3,7 y una vez más 23,33). Con frecuencia no se conoce al instante aquella perversidad, tampoco tiene que darse a conocer exteriormente como maldad. Está encubierta bajo el manto de la piedad y se escuda con la intención de servir a Dios. Aquella perversidad es hipocresía, que Jesús ya ha echado en cara a los fariseos en el sermón de la montaña (6,8) y de la que más tarde se trata de una forma más sistemática en el gran discurso de las invectivas (capítulo 23).

Con la imagen de los árboles se junta la sabiduría proverbial de la experiencia humana: «Porque del rebosar del corazón habla la boca.» El puro sentimiento y la diafanidad en la manera de ser se expresa también en el lenguaje. Sólo percibe este sentimiento en el lenguaje quien tiene en sí suficiente pureza para percibir a través de las palabras la verdadera pureza de intención. Por tanto el hombre en su corazón posee un tesoro que es bueno y valioso, o malo y vacío. ¡Cuán estrecha es la relación entre el lenguaje y el ser,. entre las palabras pronunciadas con labios humanos y la disposición del ser! Es una verdad que también se confirma en nuestra experiencia cotidiana. A la larga conocerá uno a otra persona por la veracidad interna de su lenguaje, pero también él será conocido por los otros. La palabra revela nuestra persona. Viene del centro del ser y busca el camino para llegar al prójimo. Cuanto mayor es la unidad entre nuestro sentir y la palabra, tanto más profundamente estamos configurados por la verdad de Dios. Entonces de nuevo tiene validez la bienaventuranza: «Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios» (5,8).

36 Pero yo os aseguro que de toda palabra sin hechos que hayan proferido los hombres, tendrán que dar cuenta en el día del juicio. 37 Porque por tus palabras serás justificado, y por tus palabras serás condenado.

La palabra tiene que ser administrada con esmero. Tiene una alta dignidad y saca del fondo de nosotros lo más valioso que tenemos. Por eso nos debemos precaver de emplear palabras sin hechos. De cada una de ellas tenemos que dar cuenta el día del juicio. Es un pensamiento estremecedor. Nuestras palabras se pesarán y medirán, como se pesan y miden nuestras acciones. Puesto que Jesús habla de ellas con tanta seriedad, no pueden ser solamente las palabras cotidianas, sin las que sería inconcebible nuestra vida, la conversación sobre los acontecimientos del día, sobre las alegrías y preocupaciones en la familia, las consideraciones sobre las compras y la comida, y sobre todo lo que nuestras palabras tienen que conseguir sin cesar y hasta necesariamente. Palabras sin hechos tienen que ser las que no proceden de aquella verdad interior, las que son impuras y ambiguas, fingidas oculta o conscientemente, y aisladas del amor: todo lo que se dice sobre el prójimo, si es murmuración; todo lo que se diga sobre la situación y estos malos tiempos, si son tan sólo inútiles y desenfrenadas habladurías. Dios ponderará estas palabras. Deberíamos esforzarnos porque toda nuestra manera de hablar se identifique cada vez más con nuestro sentir, con nuestro corazón, impulsado con el latido del amor.

b) Petición de una señal (Mt/12/38-42).

38 Entonces se dirigieron a él algunos escribas y fariseos con estas palabras: Maestro, quisiéramos ver alguna señal tuya. 39 Él les contestó: Esta generación perversa y adúltera reclama una señal, pero no le dará más señal que la del profeta Jonás. 40 Porque así como estuvo Jonás en el vientre del monstruo marino tres días y tres noches, así estará el Hijo del hombre en las entrañas de la tierra tres días y tres noches.

Los escribas y fariseos se acercan a Jesús para hacerle una petición. Le tratan respetuosamente como maestro: querrían ver alguna señal suya. ¿Qué clase de señal debe ser? ¿No ha dado señales continuamente, sobre todo en sus milagros? ¿No ha hablado el mismo Dios desde un principio y ha dado una señal en el bautismo del Jordán? Los escribas y fariseos quieren todavía algo más, su pregunta podría estar pensada honradamente, así como la pregunta de Juan el Bautista (11,2s). Este preguntó si Jesús era realmente el Mesías. Los adversarios aquí podrían aludir a lo mismo: una señal confirmatoria, un prodigio innegable y seguro. La respuesta del Señor también es similar a la que dio a Juan. No dijo al Bautista explícitamente que él era el Mesías, sino que le mostró el camino de la fe: juzgar su persona por las obras. Los adversarios aquí tampoco reciben una respuesta directa. Pero la recusación es mucho más áspera. Jesús ve en la petición como tal un agravio, una protesta contra el plan de Dios. A sus antepasados los profetas con frecuencia les han reprochado que eran una generación perversa, incapaces de hacer el bien, y por consiguiente una generación adúltera, que quebranta sin vacilar el pacto de amor que Dios había concertado. Así también es esta generación de los contemporáneos de Jesús. Pide una señal propia, porque no acepta las que ya han sido dadas por Dios. Intenta forzar bajo su voluntad a Dios, en vez de someterse a la voluntad de Dios. Por eso no se dará a esta generación ninguna señal. Satán en el desierto tampoco había tenido éxito en sus exigencias de señales prodigiosas. En último término Satán está metido tras las exigencias de esta generación. A veces se oye decir: si Dios obrara un milagro, entonces creería. Están puestas todas las señales que nos muestran el camino. La voluntad sediciosa pide otras y nuevas señales, de las que nosotros mismos querríamos juzgar si también son suficientes para dar testimonio de Dios.

No obstante dará una señal, designada de modo impreciso como señal del profeta Jonás. No enseguida, porque la piden los escribas, sino cuando sea del agrado de Dios. Es la señal de la muerte y de la resurrección. Jonás fue retenido en el vientre del monstruo marino durante tres días, como castigo de Dios por su desobediencia. Pero luego es liberado milagrosamente y es enviado a Nínive para predicar. El Hijo del hombre estará tres días en el seno de la tierra (es decir, en el mundo subterráneo) para que se lleve a término su obediencia. Él muere con la muerte de los profetas, pero es resucitado y gloriosamente ensalzado por Dios. Es la señal que dará Dios -escándalo para los judíos, necedad para los gentiles-, señal de contradicción. Ha sido del agrado de aquel que ha convertido en necedad la sabiduría del mundo, salvar a los fieles mediante la necedad de la predicación de la cruz. Así ve el Apóstol la señal de la salvación, que Dios establece (1 Cor 1,20-23). La tentación de pedir una señal a Dios se ha dado con frecuencia en la historia de la Iglesia. A todos los que piden especiales revelaciones, nuevos milagros, secretas informaciones sobre acontecimientos y fechas, sobre guerras y catástrofes o el fin del mundo, se dice lo mismo que aquí a los adversarios: no se dará otra señal que la señal del profeta Jonás... Todo lo demás es falta de fe o superstición.

41 Los habitantes de Nínive comparecerán en el juicio con esta generación y la condenarán; porque ellos se convirtieron ante la predicación de Jonás, y aquí hay uno que es mayor que Jonás. 42 La reina del sur comparecerá en el juicio con esta generación y la condenará; porque ella vino desde los confines de la tierra para oir la sabiduría de Salomón, y aquí hay uno que es mayor que Salomón.

Dos ejemplos de la Sagrada Escritura corroboran la respuesta de Jesús: Esta generación ya se ha pronunciado la sentencia, ya no tiene que esperar ninguna señal. El profeta Jonás fue enviado a los gentiles de una ciudad proverbialmente arrogante, frívola y degenerada. Nínive, la capital del reino asirio. Bastó un profeta para convertirles. Aquí hay uno que es mayor que Jonás. Se ha perdido el llamamiento a la penitencia sin que se haya oído, esta generación no se ha convertido. Al centurión pagano ya le dijo Jesús que no había encontrado una fe igual en Israel. Los paganos que vienen de los cuatro puntos cardinales de la tierra para reunirse. se pondrán a la mesa con Abraham, Isaac y Jacob cn vez de los herederos propios de éstos (8,12). Aquí Jesús todavía da un paso adelante: los paganos no solamente reemplazarán a los hijos de Israel, sino que incluso pronunciarán sentencia contra esta generación en un proceso ante el tribunal divino. El segundo ejemplo habla de una gentil, aquella reina de Saba, el rico país de oro de Arabia, que vino a ver a Salomón con ricos presentes para oír su sabiduría (Cf.1R 10,3;2 Cro 9,2). También ella actuará de acusadora en aquel día. Porque por más esclarecido y sabio que fuera Salomón, aquí hay uno que es más que él. Estas palabras también proyectan una luz sobre Jesús. Es un predicador de la penitencia como Jonás y los otros profetas, y es el maestro del camino de Dios como Salomón y todos los maestros sapienciales posteriores a él. Jesús desempeña las dos funciones juntas, es decir, de profeta y maestro, y sin embargo es más que las dos. Muchas personas que están fuera de la Iglesia la miran con profundo respeto y con ansia. Muchos aceptan su mensaje, si habla de la dignidad del hombre, de la paz y de la unidad de las naciones. Muchos ven el «estandarte entre las naciones» (Is 11,12), si tampoco consiguen el pleno conocimiento de la verdad. ¿Actuarán también muchos de ellos el día del juicio contra los miembros de la Iglesia que poseyeron la verdad y, con todo, en el fondo, fueron incrédulos; pidieron señales y procuraron forzar a Dios, pero no se convirtieron?

c) Peligro de recaída (Mt/12/43-45).

43 Cuando el espíritu impuro sale del hombre, vaga por los desiertos buscando reposo, pero no lo encuentra. 44 Entonces se dice: Me volveré a la casa de donde salí. Y al llegar a ella, la encuentra desocupada, barrida y arreglada. 45 Entonces va, toma consigo otros siete espíritus peores que él, entran en la casa y se instalan allí; y resulta que la situación final de aquel hombre es peor que la de antes. Así le sucederá también a esta generación perversa.

De nuevo se evoca el escenario del desierto. La etapa inculta, la monotonía desecada, inerte, es lúgubre para el habitante de la tierra fértil de cultivo; le rodea como si fuera un peligroso país extranjero. Es el lugar de residencia de los demonios. Jesús también ha combatido allí con Satán. Desde el desierto los demonios avanzan hasta meterse en el reino de los hombres e intentan aclimatarse en él. Si se les echa fuera -como constantemente sucedía por el poder de la palabra de Jesús-, entonces no les queda otra solución que regresar a su patria inculta, que no es la patria de ningún hombre. También es posible que por la fuerza se haya arrojado del hombre al espíritu maligno, sin que este hombre se emancipe interiormente de dicho espíritu. Por el contrario la potencia ocupante del espíritu tenebroso le resultaba agradable. Pero ahora se ha quedado vacío, porque la plenitud de Dios no ha llenado el recinto desocupado. Todavía está interiormente dispuesto para el espíritu malvado, más aún, siente verdadera nostalgia de él y le atrae. Cuando el demonio vagando por los alrededores se aproxima, encuentra la casa «desocupada, barrida y arreglada». Esto tiene que estimularle de nuevo y le ha de llenar de una alegría verdaderamente satánica. Reúne compañeros y con ellos vuelve a instalarse en la casa, en el corazón de aquel hombre. Allí pueden desbravarse y hacer de las suyas, y hacen al hombre todavía más desdichado de lo que era antes. Este pasaje nos traslada a un mundo extraño, concebido por las ideas de los contemporáneos de Jesús. Pero con las ideas chocantes se hace patente lo que en el fondo interesa: la decisión en favor o en contra de Dios, la cual se toma en el corazón (en «la casa»). Esto corresponde a lo que cualquiera puede imaginarse como ejemplo espantoso. El que se ha emancipado una vez del espíritu maligno, es mucho peor, si recae por segunda vez. Es un ejemplo. Lo que el Señor propiamente quiere decir, está en la última frase: Así le sucederá también a esta generación perversa. Jesús considera a la masa de sus adversarios como reincidentes. No se hace patente en particular si los adversarios en parte han creído inicialmente en la palabra de Jesús, si por lo menos se han abierto a él con prontitud o si ya han empezado la vida nueva. Quizás la mirada tiene que volverse todavía más a la historia del pueblo, que era una historia de conversiones y de incesantes caídas. Los adversarios dejaron que el espíritu maligno adquiriera poder muy a menudo sobre ellos, a pesar de todos los fervientes esfuerzos de Dios; por eso son pecadores reincidentes, una generación realmente pervertida. Así como el hombre de quien aquí se habla, enseguida volvió a pactar con el espíritu maligno, así también en esta generación no ha habido ninguna conversión real. Les irá peor que a otras generaciones precedentes, ya que aquí hay uno que es «mayor que Jonás» y «mayor que Salomón».

d) Los verdaderos parientes de Jesús (Mt/12/46-50).

Con este fragmento concluye la gran polémica con los adversarios, lo cual es muy significativo. Las últimas palabras no conminan a esta «generación perversa», sino que indican lo que se opone a ella, una nueva generación dedicada de veras a Dios.

46 Todavía estaba él hablando al pueblo, cuando su madre y sus hermanos, que se habían quedado fuera, intentaban hablar con él. 47 Y le dijo uno: Mira que tu madre y tus hermanos están ahí fuera y quieren hablar contigo (1). 48 Pero Jesús le contestó al que le hablaba ¿Quién es mi madre y quiénes son mis hermanos? 49 Y extendiendo la mano hacia sus discípulos, dijo: He aquí a mi madre y mis hermanos. 50 Porque todo el que cumple la voluntad de mi Padre que está en los cielos, ése es mi hermano, mi hermana y mi madre.
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(1). El v. 47 falta en muchos manuscritos importantes; probablemente no es original de san Mateo, sino que procede de Mc 3,32, y se ha infiltrado en el primer Evangelio. Sin este versículo el texto de san Mateo es más escueto y rígido.
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Jesús habla con brusquedad al que le comunica la noticia de que sus parientes querían hablar con él, haciéndole primero una pregunta extraña: «¿Quién es mi madre y quiénes son mis hermanos?» Esta pregunta muestra que Jesús tiene la intención de decir algo concreto. Porque todos saben quiénes son su madre y sus hermanos. Jesús tampoco quiere manifestar que se distancia de su madre María y de los demás parientes, ni que no los conoce ni estima como parientes, ni que reconoce que está separado de ellos. Lo que interesa es otra cosa. El evangelista dice solemnemente que Jesús extiende la mano hacia sus discípulos. Es el ademán de la toma de posesión, la señal para expresar la pertenencia y también la bendición. El texto no dice «sus apóstoles», sino sus discípulos. No se hace referencia al grupo de los doce, sino a los que en su interior mantienen las relaciones del discípulo con el maestro, a los que imitan el ejemplo de Jesús. De éstos dice el Señor: «He aquí a mi madre y mis hermanos».

Hay una señal característica del discípulo de Jesús: el cumplimiento efectivo de la voluntad de Dios. El que lleva este distintivo, también es inmediatamente un pariente espiritual de Jesús, es su hermano, hermana y madre. El vínculo de la sangre, el parentesco de la familia y estirpe naturales, la asociación del pueblo no son decisivos para el reino de Dios. A través de todos estos lazos, por muy fuertes que sean, va la exigente llamada del Dios viviente. Por ella se separan parientes y extraños, los allegados y los de fuera. Ya habíamos oído que la palabra de Jesús puede también penetrar como una espada en el íntimo ámbito de la familia, y en él enfrenta a los padres con sus hijos, a la hija con su madre, al hijo con su padre (/Mt/10/34-36), y también hemos oído que la unión con Jesús ha de tener primacía sobre la unión con el padre y la madre (10,37). Es muy significativo para el mensaje de Jesús que la voluntad de Dios sea la suprema ley, que también en los discípulos decide la verdadera adhesión a Dios. Eso es trascendental para el judío. No puede apelar a Dios ni a la voluntad de Dios contra la doctrina de Jesús. Lo mismo puede aplicarse al cristiano. Éste, mediante la confesión de Cristo, no puede exonerarse del cumplimiento activo de la voluntad de Dios. Hemos oído decir que el discípulo no está sobre el maestro, y que la relación discípulo y maestro nunca queda desposeída de superioridad y subordinación (10,24s).

A esto se añade ahora algo nuevo: el discípulo es un pariente de Jesús en sentido espiritual. El calor y la intimidad, la inmediación familiar imprime también su cuño en esta relación. No se reduce a la obediencia, a la subordinación y al seguimiento incondicional. Antes bien, el que se unió sin reserva a Cristo, por así decir es acogido en su familia. Se le aproxima, intima con él, a la manera de las relaciones que en casa tienen entre sí los hermanos y las hermanas, los padres y los hijos. Eso da felicidad y es hermoso. ¡Cuántos experimentan que la intimidad, el profundo acuerdo y el intercambio de corazones entre los hermanos de Jesús puede ser mucho más interno y rico que en el parentesco terrenal! El calor y el acuerdo entre los discípulos y su maestro también se transmiten a las relaciones entre sí. El reino de Dios establece un nuevo orden, una compenetración espiritual (que puede experimentarse con la fe), que sobrepasa mucho los vínculos terrenos, sin que disminuya el valor de la familia, de la estirpe y del pueblo. Con todo, en el nuevo parentesco, en la categoría espiritual de miembros de la Iglesia ya tenemos un gusto anticipado de la última perfección. En cada comunidad se puede experimentar este gusto dichoso, especialmente entre los que incluso en el sentido literal lo han dejado todo y han seguido a Jesús.