El Vino Nuevo
El Señor enseñaba las verdades más profundas acerca del Reino que El vino a traer a las almas, con imágenes sencillas:
No se echa vino nuevo en odres
viejos, porque revientan los odres, se derrama el vino y los odres se
estropean; el vino nuevo se echa en odres nuevos, y así las dos cosas se
conservan
(Mateo 9, 16-17).
Jesús declara la necesidad de acoger su doctrina
con un espíritu nuevo, joven, con deseos de renovación. El vino nuevo de la
gracia necesita unas disposiciones en el alma constantemente renovadas: empeño
por comenzar una y otra vez en el camino de la santidad. Esta actitud es señal
de juventud interior como la que tienen los santos, las personas enamoradas de
Dios, que nos permite estar dispuestos a romper actitudes viejas y gastadas, y
corresponder a las mociones e insinuaciones del Espíritu Santo. Sólo tu amor,
Señor, puede preparar mi alma para recibir más amor.
El Espíritu Santo trae constantemente al alma un vino nuevo, la gracia
santificante, que debe crecer más y más. Por eso es necesario restaurar
continuamente el alma, rejuvenecerla, pues son muchas las faltas de amor, los
pecados veniales, quizá, que la indisponen para recibir gracias y la envejecen.
Es la contrición la que nos dispone para nuevas
gracias, acrecienta la
esperanza, evita la rutina, hace que el cristiano se olvide de sí mismo y se
acerque de nuevo a Dios en un acto de amor más profundo. El alma humilde siente
la necesidad de pedir perdón muchas veces al día. Cada vez que se aparta de lo
que el Señor esperaba de ella ve la necesidad de volver como el hijo pródigo,
con dolor verdadero. Con esta contrición el alma se prepara continuamente para
recibir el vino nuevo de la gracia.
El Señor, sabiendo que somos frágiles, nos dejó el sacramento de la Penitencia,
donde el alma no sólo sale restablecida, sino que, si había perdido la gracia,
surge con una vida nueva. Debemos acudir a este sacramento con sinceridad plena,
contrita, con deseos de reparar. Una Confesión bien hecha supone un examen de
conciencia delicado y un arrepentimiento profundo, serio y
sincero. Además el arrepentimiento de los pecados ayuda a restañar las heridas
que dejaron las flaquezas, purifica el alma y la hace crecer en el amor a Dios.
Este Sacramento es refugio seguro, rejuvenece lo gastado y
envejecido, y es medicina del alma. Acudamos a la Confesión con agradecimiento
al Señor por su inmenso Amor, dispuesto siempre a perdonarnos.