CAPÍTULO 16


f) El sepulcro vacío y el mensaje de la resurrección (Mc/16/01-08).

1 Pasado ya el sábado, María Magdalena y María, la de Santiago, y Salomé compraron sustancias aromáticas para ir a ungirlo. 2 Y muy de mañana, en el primer día de la semana, van al sepulcro, apenas salido el sol. 3 Iban diciéndose entre ellas mismas: «¿Quién nos rodará la piedra de la puerta del sepulcro?» 4 Pero, levantando la vista, ven que la piedra, que por cierto era muy grande, estaba ya retirada. 5 Y cuando entraron en el sepulcro, vieron a un joven, sentado a la parte derecha, vestido con una túnica blanca, y se quedaron pasmadas. 6 Pero él les dice: «Dejad ya vuestro espanto. Buscáis a Jesús, el Nazareno, el crucificado. Ha resucitado, no está aquí; éste es el lugar donde lo pusieron. 7 Pero id a decir a sus discípulos, y a Pedro, que él irá antes que vosotros a Galilea; allí lo veréis, conforme os lo dijo él.» 8 Ellas salieron huyendo del sepulcro, porque estaban sobrecogidas de temor y estupor. Y nada dijeron a nadie, porque tenían mucho miedo.

La historia del hallazgo de la tumba vacía por las mujeres desempeña hoy un papel importante en las discusiones sobre la resurrección de Jesús. Muchos investigadores la tienen por una leyenda tardía, que sólo se inventó después de los relatos de las apariciones para apoyar el hecho de la resurrección. Otros ven la dificultad en el hecho de que en Jerusalén seguramente que se hubieran llevado a cabo ciertas investigaciones, de haberse presentado los primeros cristianos diciendo que Jesús el crucificado había resucitado de entre los muertos. El hecho del sepulcro vacío no parece que se discutió en la polémica contra los judíos. Se adoptaron otras explicaciones: los discípulos de Jesús habían robado ocultamente el cadáver de Jesús (Mt 28,15; cf. 27,64; 28,13) o bien que el hortelano lo había puesto sin mala intención en otro lugar (cf. Jn 20,15). Crece así el número de investigadores que reconocen un núcleo histórico en el relato. Por lo demás, la investigación crítica no considera la exposición actual como una reproducción directa del acontecimiento histórico de aquel primer día de la se mana -mañana del domingo-, pues el relato contiene numerosas tensiones y dificultades: ¿por qué querían las mujeres embalsamar el cadáver de Jesús al tercer día de estar depositado en el sepulcro? Debió de temerse una rápida descomposición. La aparición de los ángeles, que los distintos evangelistas refieren de modo diferente, parece ser más bien un recurso estilístico para exponer el mensaje de la resurrección. También resulta curiosa la actitud de las mujeres: no obedecen el encargo del ángel de que vayan a los discípulos y les refieran el hecho. Los otros dos sinópticos han cambiado el final de la narración. Por ello se investiga la historia tradicional del relato y se pretende llegar a un relato más antiguo; aunque también aquí difieren las opiniones. ¿Se trataba originariamente de un breve relato que contaba cómo las mujeres habían descubierto el sepulcro vacío y habían huido presas del asombro y del miedo? ¿Se introdujo sólo más tarde la aparición del ángel en la afirmación de la resurrección?> ¿o bien se narró siempre el mensaje del ángel y sólo posteriormente se añadió el encargo para los discípulos, que las mujeres no cumplieron?. No podemos discutir aquí estos problemas; pero no cabe poner en duda la visita de las mujeres al sepulcro y su descubrimiento de la tumba vacía. Conociendo la manera de exponer del evangelista no nos extraña que el relato se presente en una forma concebida de cara a la predicación. Sólo después de transcurrido el severo reposo sabático pueden las mujeres comprar perfumes. Como el sábado terminaba con la puesta del sol, resultaba ya demasiado tarde para correr aún al sepulcro. Por ello las mujeres se levantan muy temprano al día siguiente. El dato sobre «el primer día de la semana» es notable, porque en todas partes se habla de la resurrección de Jesús «al tercer día» o «después de tres días». Estas son fórmulas de predicación, mientras que aquí se trata de un dato cronológico exacto. Por consiguiente, el relato difícilmente puede derivar de aquella profesión de fe. Ese primer día de la semana -así lo afirma la antigua tradición- las mujeres fueron al sepulcro, aunque su propósito no esté muy claro. ¿Querían ejercer simplemente un acto complementario de piedad? ¿Su visita no tenía más objetivo, como dice Mateo partiendo sin duda de reflexiones parecidas, que el de «ver el sepulcro»? Mateo se ha creado ciertamente una dificultad más con la historia de los centinelas y del sellado del sepulcro (27,62-66). En Marcos no se llega de hecho a ningún embalsamamiento del cadáver de Jesús, de tal modo que el piadoso propósito embalsamador de las mujeres no invalida la palabra profética del Maestro en 14,8. Pero Marcos difícilmente ha podido inventarse las tres mujeres, pues son las mismas a las que se ha nombrado en la escena de la crucifixión (15,40). Su preocupación, durante el camino, sobre quién les removería la piedra resulta comprensible, aunque cabe preguntarse por qué no se habían hecho esta reflexión antes de salir para el sepulcro. Aunque debía tratarse de una piedra rodante que un solo hombre podía mover y que, por tanto, también podían hacerlo tres mujeres reuniendo sus fuerzas. Mas tales reflexiones lógicas pierden de vista el sentido de la narración. Si sometemos la escena a un minucioso análisis crítico, también sobra la explicación aclaratoria de que «era muy grande»; pues ya antes habían mirado y visto que la piedra había sido removida. Algunos manuscritos han cambiado el orden de los hechos. Estos versículos son más bien un recurso literario que acrecienta la tensión: las mujeres llegan al sepulcro, entran y no hallan ya el cadáver de Jesús. Del joven con vestiduras blancas, que por las circunstancias se deduce que es un ángel, un emisario de Dios, debió de hablarse ya desde el comienzo. Si el relato destinado a la comunidad debía revelar un significado de fe, era indispensable que se aludiera a la resurrección de Jesús, y, precisamente con esta misión, el ángel hace resonar el mensaje de la resurrección en el sepulcro vacío. Es un ángel anunciador o un intérprete del acontecimiento que está testificando la tumba vacía. Semejante concepción no sólo se explica perfectamente en el modo de exponer de la Biblia, sino que viene impuesta teniendo en cuenta las diferencias que aparecen en los otros evangelistas. En Lucas son dos jóvenes los que hablan a las mujeres profundamente inclinadas hasta el suelo con palabras que difieren notablemente de las que trae Marcos. Falta el encargo de decir a los discípulos que marchen a Galilea, de acuerdo con la intención teológica de Lucas de dejar a los discípulos en Jerusalén. En Juan, María Magdalena ve a los dos ángeles sentados uno a la cabecera y otro a los pies del lugar en que había estado depositado el cadáver de Jesús, pero no le anuncian el mensaje de la resurrección, sino que ella lo conoce por la aparición de Jesús. El encuentro del ángel con las mujeres lo refiere Marcos de acuerdo con el estilo de tales escenas de anuncio: las mujeres se espantan al ver a aquel mensajero del otro mundo, y él las tranquiliza: «Dejad ya vuestro espanto.» Sigue luego el anuncio; la primera parte puede ser tanto una afirmación como un interrogatorio: «¿Buscáis a Jesús Nazareno (cf. 10,47; 14,67), el crucificado? Ha resucitado, no está aquí.» Por sí sola la tumba vacía no es un testimonio directo e inequívoco de la resurrección de Jesús; pero en la palabra del ángel pasa a ser un testimonio elocuente: «Mirad el lugar donde le pusieron.» Si la escena del ángel se considera como una exposición concreta y gráfica de lo que significa la tumba vacía, no por ello pierde ésta su valor certificante, aunque de todos modos para la fe en la resurrección de Jesús sólo ocupa un lugar secundario. Esto responde plenamente a la concepción de la Iglesia primitiva; pues, en la antigua fórmula de fe de 1Cor 15,3ss no se menciona la tumba vacía -aunque si se dice que Jesús fue sepultado, lo que equivale a afirmar que había entrado de lleno en el reino de los muertos-; sino que son las apariciones del Resucitado las que fundamentan la fe. Sólo en conexión con las apariciones de Jesús muerto en cruz y resucitado, adquiere la tumba vacía su verdadero sentido y su valor de testimonio. Para la ideología de los hombres de entonces el cuerpo de Jesús, si realmente había resucitado, no podía ya reposar en el sepulcro. Mas no se ha llegado a través de tales reflexiones a la historia de la tumba vacía; históricamente, más bien ha debido ocurrir así: en la mañana pascual las mujeres descubren en Jerusalén la tumba vacía y, en unión de los discípulos, llegan a la fe en la resurrección de Jesús cuando tienen lugar las apariciones. La reconsideración del asunto hace que también la tumba vacía se convierta en testimonio para la Iglesia primitiva, y este testimonio se expresa en el anuncio del ángel (*). La fe pascual no la ha suscitado la piedra muerta, sino Jesús vivo; pero la tumba es un documento terreno de un acontecimiento supraterreno. El mensaje de la resurrección propiamente dicho se articula de un modo parecido a su formulación en la primitiva predicación cristiana: el Crucificado ha resucitado, o mejor, ha sido resucitado, es decir, suscitado a la vida por Dios, y alcanzó su objetivo. No ha regresado a la vida terrena, sino que ha sido elevado a una nueva dimensión, a la forma de ser celestial y escatológica. En Jesús se cumple de manera eminente su propia palabra: «Quien pierda su vida la pondrá a salvo» (8,35). Lo que en esta sentencia se dice para los seguidores de Jesús se manifiesta y hace posible en el acontecimiento de la resurrección del Crucificado, del autor de la salvación; pues, sólo porque Jesús, el que fue muerto por los hombres, ha sido resucitado por Dios, puede cumplirse aquella palabra que él pronunció para los creyentes en él. Resuena así en la tumba vacía el mensaje de la resurrección, que para la comunidad creyente no sólo tiene un sentido histórico referido a Jesús, sino que adquiere un significado inmediato para ella: con la fe en la resurrección de Jesús encuentra ella su propia salvación, contempla ante sí su futuro definitivo que se le abre precisamente sobre la base de la resurrección de Jesús. Es cierto que esto no se expresa directamente en las palabras del ángel; pero, en cuanto éstas tienen resonancias del kerygma pascual, para los oyentes revive todo el mensaje de salvación que han aceptado y que condiciona su existencia cristiana. El encargo del ángel, que las mujeres deben dar «a los discípulos y a Pedro», pertenece al mensaje pascual porque apunta a las apariciones del Resucitado. Sin éstas, como hemos visto, no se hubiera llegado ni a la firme fe pascual ni a la plena inteligencia del Resucitado y de la realidad de la resurrección. Si comprendemos el carácter anunciador del relato, el problema de si este encargo a las mujeres entraba en algún relato primitivo se convierte en algo secundario. En tal caso habría que admitir que después siguieron de hecho otros relatos de apariciones. Mas en el relato actual de Marcos esa imprescindible aparición del Resucitado a sus discípulos, y en especial a Pedro, quien históricamente fue el primero que gozó de tal aparición (cf. 1Cor 15,5; Lc 24,34), se nos presenta al menos como una promesa en el encargo del ángel y se expresa a modo de anuncio. Por ello, en 16,8 podemos ya imaginar necesariamente la conclusión del Evangelio de Marcos: se ha anunciado todo lo esencial para la fe. La formulación del encargo responde a la palabra de Jesús en la última cena, con la que anunció a los discípulos que tras su desbandada, y una vez resucitado, iría antes que ellos a Galilea (14,28). El ángel recuerda expresamente este vaticinio de Jesús. El evangelista encontró una palabra similar en la tradición o en la primitiva predicación cristiana y la ha acomodado en los dos pasajes de su Evangelio. Poco importa si lo insertó primero en el relato de la última cena o en nuestro lugar. En cualquier caso el sentido es claro: en Galilea han de tener lugar las apariciones del Resucitado. Todavía no se ha dado una respuesta uniforme al problema de si esto corresponde o no al curso histórico de los acontecimientos, cuestión que depende de si la tradición de Galilea o la de Jerusalén (Lc, Jn) merece la preferencia de cara a las apariciones. Incluso si el encargo del ángel a las mujeres sólo se ha formulado teniendo en cuenta el hecho de las apariciones de Jesús en Galilea, conserva su carácter de anuncio y, por lo mismo, su valor indirecto de testimonio. Se ha querido explicar históricamente la actitud de las mujeres, que huyen del sepulcro presas de temor y espanto, en el sentido de que originariamente sólo se hablaba del descubrimiento de la tumba vacía. Entonces el «temor y estupor» -dos expresiones fuertes en griego- serían la reacción natural ante el estremecedor descubrimiento que habían hecho las mujeres. En el Evangelio de Juan, María Magdalena, que al principio sólo piensa en una remoción del cadáver de Jesús, empieza a llorar (20,11.13.15); lo cual es una reacción más comprensible. Además, si tal explicación fuese correcta, deberíamos más bien esperar que las mujeres corriesen inmediatamente a referírselo a los discípulos (cf. Jn 20,2). La reacción descrita en el pasaje que nos ocupa, se explica más fácilmente si las mujeres habían vivido una experiencia de otro tipo, justamente la aparición de un ángel con el anuncio incomprensible de la resurrección de Jesús. Marcos nos presenta una reacción totalmente similar cuando la resurrección de la hija de Jairo: «quedaron maravillados con enorme estupor» (5,42). Es el éxtasis provocado por un mysterium tremendum: un salir de sí debido a un acontecimiento sobrenatural. En todo caso, así ha debido entenderlo Marcos. De ese modo se explica también que las mujeres «a nadie dijeron nada»; el «miedo» que aparece en la última frase como explicación del hecho, no es otra cosa que el estremecimiento numinoso de que son presa (cf. 4,41, después de calmada la tempestad: «quedaron sumamente atemorizados»). Sólo los otros evangelistas han introducido ciertos equilibrios: «se alejaron de prisa del sepulcro, con miedo, pero con gran alegría, y fueron corriendo a llevar la noticia a los discípulos» (Mt 28,8); «regresaron, pues, del sepulcro y anunciaron todo esto a los once y a todos los demás» (Lc 24,9). Apenas cabe ya entrever el hecho histórico. La última frase -con la partícula «porque»- resulta dura, aunque no imposible. Todavía hoy se discute si puede terminar así todo el Evangelio o si no había una continuación, que se ha perdido o que ha sido sustituida por otra conclusión del libro. Ambos pareceres cuentan con razones en su favor. Una continuación no es absolutamente necesaria, puesto que ya se ha anunciado la resurrección de Jesús y se han indicado al menos las apariciones; pero la mayor parte de los lectores esperaba sin duda saber todavía algo de las apariciones de Jesús. Necesidad a la que da satisfacción la parte final del Evangelio, que no procede del evangelista sino de copistas posteriores. Pero, aunque no dispusiéramos de esa conclusión y el Evangelio de Marcos terminase para nosotros en 16,8, no dejaría de ser una conclusión impresionante: en el pasmo de las mujeres se refleja el mensaje incomprensible, vigoroso y sobrecogedor: Jesús ha resucitado.
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Es doctrina casi común de los exegetas que la fe pascual de la comunidad primitiva la suscitaron las apariciones del Resucitado y no el sepulcro vacío. Pero «con el hallazgo de la tumba vacía por obra de las mujeres llegó a la comunidad creyente el acontecimiento salvador de la resurrección de Jesús. Para hacerlo patente, se puso el mensaje de la resurrección en boca del ángel junto al sepulcro. De este modo la tumba vacía se convirtió en el signo de la acción escatológica de Dios en Jesús» (RUCKSTUHL. o.c., p. 53; el subrayado es del propio autor).
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CONCLUSIÓN CANÓNICA DE MARCOS (Mc/16/09-20).

9 Habiendo resucitado al amanecer, en el primer día de la semana, se apareció primeramente a María Magdalena, de la que había expulsado siete demonios. 10 Ella fue a anunciarlo a los que habían estado con él, que estaban sumidos en la tristeza y en el llanto. 11 Ellos, cuando oyeron decir que vivía y que lo había visto ella, se resistieron a creer. 12 Después de esto se manifestó, en otra figura, a dos de ellos, que iban de camino y se dirigían a un caserío: 13 entonces éstos regresaron a dar la noticia a los demás. Pero tampoco a ellos los creyeron. 14 Finalmente se manifestó a los once, mientras estaban a la mesa, y les reprendió su incredulidad y su dureza de corazón, por no haber dado crédito a quienes lo habían visto resucitado. 15 Luego les dijo: «Id por todo el mundo y predicad el Evangelio a toda la creación. 16 El que crea y se bautice, se salvará; pero el que se resista a creer, se condenará. 17 Estas señales acompañarán a los que crean: en virtud de mi nombre expulsarán demonios, hablarán lenguas nuevas, 18 tomarán en sus manos serpientes, y, aunque beban algo mortalmente venenoso, no les hará daño, impondrán las manos a los enfermos y éstos recobrarán la salud.» 19 Así pues, el Señor Jesús, después de hablarles, fue elevado al cielo y se sentó a la diestra de Dios. 20 Ellos luego fueron a predicar por todas partes, cooperando el Señor con ellos y confirmando su palabra con las señales que la acompañaban.

Esta sección final, añadida en época posterior, que falta en los manuscritos más antiguos y que muchos padres de la Iglesia desconocen, resume los relatos de las apariciones que relatan los otros Evangelios, especialmente los de Lucas y Juan. El estilo aparece en parte quebrado y tampoco las ideas son profundas, aunque son interesantes para conocer el pensamiento de la comunidad posterior. Se reconocen dos secciones: la primera menciona brevemente las apariciones de Jesús a Magdalena, a los discípulos de Emaús y a los once. El acento recae ahí en la incredulidad de los discípulos a quienes el Señor reprocha el no haber dado fe a quienes le habían visto. Es una clara amonestación a los creyentes que vendrán después para que crean a los testigos de la resurrección, aunque personalmente no hayan visto al Señor (cf. Jn 20,29). La segunda parte recoge el discurso de misión del Señor resucitado. Con la exhortación a misionar por todo el mundo va unida la tesis de que fe y bautismo son requisitos necesarios para la salvación. Se promete además a los predicadores la facultad de hacer prodigios que deben apoyar y confirmar su predicación misionera. Finalmente, Jesús se separa de los discípulos con la ascensión al cielo -tomada del doble relato de Lucas en sus dos obras- y está sentado desde entonces a la derecha de Dios. Hacia él mira la comunidad con quien el Señor colabora en su misión sobre la tierra. Son imágenes perfectamente definidas de la primitiva Iglesia católica, empeñada en una misión universal.

La aparición del Resucitado a María Magdalena, que difícilmente encaja con el relato del hallazgo de la tumba vacía a causa de la indicación cronológica «de mañana, en el primer día de la semana», está tomada de Jn 20,11-18, sin ningún pormenor. María Magdalena viene también presentada según Lc 8,2, texto donde se dice que Jesús expulsó de ella siete demonios. Lo cual, por otra parte, no quiere indicar la condición de gran pecadora -difícilmente puede identificarse con la pecadora de Lc 7,36-50 sino más bien lo grave de una enfermedad funesta de la que Jesús la había curado. El autor sólo quiere presentársela al lector, sin que le preocupe una descripción más detallada de su persona. Por eso, no menciona tampoco sus lágrimas cuando no encontró el cadáver de Jesús; mientras presenta a los acompañantes de Jesús gimiendo y llorando como en un duelo mortuorio. No creen el mensaje de la mujer. La palabra que hemos traducido por «aparecerse» es distinta que la de los otros textos y expresa una visión corporal realista, al igual que toda la sección quiere presentar los hechos de una forma realista y masiva. El episodio de Emaús, referido en Lc 24, aparece también recapitulado con parecida sobriedad. Este precioso y profundo relato está abreviado refiriendo únicamente que Jesús se apareció «con otra figura» a «dos de ellos», es decir de los acompañantes de Jesús antes mencionados y que sin duda considera como un grupo mayor cuando se dirigían al campo. Así pues, según la concepción del autor, Jesús habría adoptado de propósito la apariencia de un «forastero». Nada dice de que los ojos de los discípulos de Emaús se abriesen al partir el pan. Lo único que le importa una vez más es el hecho de que los otros discípulos no les prestaron ningún crédito. Finalmente, el autor menciona la aparición de Jesús a los «once», con la que se refiere evidentemente al relato de Lc 24,36-43, en que también se habla de la incredulidad de los discípulos. Según la concepción de este desconocido compilador posterior, Jesús les reprocha aun ahora su incredulidad y dureza de corazón, sobre la base una vez más de que no prestaron fe alguna a quienes le habían visto resucitado. Con un propósito apenas velado quiere presentar a los lectores la necesidad de una fe bien dispuesta. Mas con ello los discípulos aparecen bajo una luz poco favorable. Esto es lo que ha movido a un copista posterior a insertar aquí una justificación. El pequeño diálogo entre Jesús y sus discípulos, conservado en un manuscrito griego del siglo IV/V, es digno de consideración por su textura espiritual y su visión tenebrosa del mundo y del poder de Satán. He aquí el texto:

Y ellos se disculpaban y decían: Este eón de iniquidad y de incredulidad está sometido a Satán, que no permite que lo que está bajo los espíritus inmundos comprenda la verdad y fuerza de Dios [el texto está incompleto]. Por ello, revela ya ahora tu justicia, le decían ellos a Cristo. Y Cristo les replicó: Se ha cumplido el límite de los años para el poder de Satán. Pero se avecinan otras cosas terribles. Y por los pecadores fui yo entregado a la muerte, a fin de que se conviertan a la verdad y no pequen más, y para que hereden la gloria espiritual e imperecedera de la justicia en el cielo.

El envío de los discípulos a predicar, que sigue después, pertenece también para Mateo (28,16-20) y para Lucas (24,47) a la aparición pascual del Resucitado. El autor de la conclusión apócrifa de Marcos le ha dado una forma especial que presenta la acción misionera universal y abarcando la creación entera. No es que se piense que los discípulos hayan de predicar también a la creación irracional, puesto que a la predicación responde en la frase inmediata la fe, que cada hombre debe prestar. Pero se subraya la penetración triunfal del Evangelio, al igual que en el himno a Cristo de 1Tim 3,16 se dice: «proclamado entre los gentiles, creído en el mundo». Esa Iglesia está firmemente convencida de que sólo se salvará el que crea y se bautice; el que no crea está condenado en el juicio de Dios. Atención especial se pone también en los prodigios concomitantes, en que se expresaría una experiencia de la Iglesia misionera. En ella se daban fuerzas carismáticas extraordinarias; se ha observado que las curaciones y milagros mencionados aquí aparecen también en los Hechos de los Apóstoles. Pero la dureza del juicio condenatorio contra los incrédulos, entre los que no se distingue a los malintencionados de los que tienen excusa, y la insistencia en las obras milagrosas que acompañan a la misión, son rasgos condicionados a la historia, a los que no hemos de dar un valor absoluto ni para todos los tiempos. Al final se menciona la ascensión de Jesús al cielo y su entronización a la diestra de Dios. La visión lucana del arrebato corporal de Jesús se ha impuesto, aunque sólo se tratase de una forma de representar el hecho que los otros evangelistas no conocen. Mas para la imagen del mundo, entonces imperante, no ofrecía ninguna dificultad al tiempo que permitía dar una idea a la comunidad del alejamiento de Jesús de sus discípulos y simultáneamente de su permanente proximidad. El Señor que está sentado a la derecha de Dios permanece unido sobre la tierra a su comunidad que continúa su obra y la ayuda con su cooperación; cooperación que el autor vuelve a ver sobre todo en los signos que corroboran la predicación misionera. El ímpetu misional, que arrancó del Resucitado, aparece también claramente en otra conclusión, mucho más corta, del Evangelio de Marcos que se encuentra en cierto número de manuscritos: Ellas refirieron brevemente a los compañeros de Pedro todo lo que se les había anunciado. Posteriormente también Jesús mismo, por medio de ellos, llevó desde el oriente al ocaso, el mensaje sagrado de la salvación eterna. El Evangelio, que Jesús anunció durante su ministerio terrenal, sólo había de convertirse, mediante su entrega a la muerte, en la fuerza motriz y salvadora del género humano. Pero la comunidad, que después de la muerte de su Señor siente que pesa sobre sus hombros el deber de predicar el Evangelio, se sabe enviada no por sus propias fuerzas sino por la suprema autoridad del Resucitado. Es el propio Señor quien prolonga su predicación por medio de la comunidad, la cual está segura de su triunfo porque el Señor ha resucitado de entre los muertos.