Marcos 1,16-20
En efecto, ¿quién es ese Jesús, y qué es lo que puede unirle a esos hombres? Y aún, ¿qué es lo que existe entre él y nosotros? El pasaje que sigue (1,21-22) hace surgir una clase de autoridad que emana de él. Para cernir su misterio, otros van hacia Jesús para interrogarle (2,18). Más lejos, los mismos discípulos se preguntan abiertamente: «¿Quién es éste? (4,41). Diversos rumores se versan a propósito de él (6,14-16). En el Evangelio se utilizan palabras diferentes para describir quién es él, como si una sola palabra no pudiera decirlo todo de él. Se le llama «el Santo de Dios» (1,24), o «el Señor» (7,28). ¡Qué misterio ese hombre que parece venir de otro lugar pero que permanece ahí y que «pasa» en medio de los demás! Los discípulos llevarán la marca. No se les sustraerá de la vida del mundo, sino que serán conducidos a encontrarla de manera aún más comprometida. Serán ensanchados, transformados, en su encuentro con Jesús, y su relación con los demás se modificará. A esos pescadores que estaban a orillas del lago, Jesús les dice: «Venid conmigo y os haré pescadores de hombres.»
Jesús está ahí no para desmarcar, sino para reunir. Está ahí para abrir, con los que le siguen, una amplio espacio de vida donde todos, desde los más cercanos hasta los más alejados, encontrarán los brazos abiertos de Dios.
¿Cuáles son las impresiones que este pasaje del Evangelio me da? ¿Qué es lo que más me llama la atención?
¿Dónde vemos sencillez y audacia en nuestra vida de seguimiento a Jesús?
¿Por medio de qué signos reconocemos aquellos que, cerca o lejos, viven siguiendo a Jesús?