El Señor está siempre a nuestro lado, en cada tentación, y nos dice:
Confiad: Yo he vencido al mundo (Juan 16, 33)
I. El Evangelio de la Misa recoge las tentaciones de
Cristo. Es la primera vez que el diablo interviene en la vida de Jesús y lo hace
abiertamente. El Señor se lo permitió para darnos ejemplo de humildad y para
enseñarnos a vencer las tentaciones que vamos a sufrir a lo largo de nuestra
vida. Si no contáramos con las tentaciones que hemos de padecer abriríamos la
puerta a un gran enemigo: el desaliento y la tristeza. Quería Jesús enseñarnos
con su ejemplo que nadie debe creerse exento de padecer cualquier prueba, y
además quiere que saquemos provecho de las pruebas por las que vamos a pasar.
Bienaventurado el varón que soporta la tentación –dice el Apóstol Santiago-
porque, probado, recibirá la corona de la vida que el Señor prometió a los que
le aman (1, 12).
II. El demonio tienta aprovechando las necesidades y debilidades de la
naturaleza humana. Nos enseña el Evangelio a estar atentos, con nosotros mismos
y con aquellos a quienes tenemos una mayor obligación de ayudar, en esos
momentos de debilidad, de cansancio, cuando se está pasando una mala temporada,
porque el demonio quizá intensifique entonces la tentación para que nuestra vida
tome otros derroteros ajenos a la voluntad de Dios. También hemos de estar
atentos para rechazar el deseo de quedar bien, que puede surgir hasta en lo más
santo y estar alerta ante falsas argumentaciones que pretendan basarse en la
Sagrada Escritura, y no pedir pruebas o señales extraordinarias para creer, pues
el Señor nos da las gracias y testimonios suficientes que nos indican el camino
de la fe en medio de nuestra vida ordinaria. El demonio promete siempre más de
lo que puede dar. La felicidad está muy lejos de sus manos, pero tendremos que
vigilar para no postrarnos ante las cosas materiales y mantenernos en lucha
constante, porque permanece en nosotros la tendencia a desear la gloria humana.
III. El Señor está siempre a nuestro lado, en cada tentación, y nos dice:
Confiad: Yo he vencido al mundo (Juan 16, 33). Podemos prevenir la tentación con
la mortificación constante en el trabajo, al vivir la caridad, en la guarda de
los sentidos externos e internos. Y junto la mortificación, la oración;
sinceridad en la dirección espiritual; La Confesión frecuente y la Sagrada
Eucaristía; huir de las ocasiones y evitar el ocio, humildad de corazón, y una
tierna devoción a nuestra Madre, Refugio de los pecadores.
Fuente: Colección "Hablar con Dios" por Francisco Fernández
Carvajal, Ediciones Palabra.
Resumido por Tere Correa de Valdés Chabre