CAPÍTULO 04


c) Tentación de Jesús (Lc/04/01-13)

1 Jesús, lleno del Espíritu Santo, regresó del Jordán y, en el Espíritu, era guiado por el desierto 2a durante cuarenta días, siendo tentado por el diablo.

Jesús está lleno del Espíritu. Posee el Espíritu, no «con medida» (Jn 3,34), como los profetas, sino en toda su plenitud. Por eso está también plenamente bajo la guía de Dios (4,14). Lleva a cabo su peregrinación y su acción en armonía con el Espíritu que actúa en él, y con la virtud del mismo. El bautismo remite a la tentación y viceversa.

Jesús es guiado por el desierto en el Espíritu. En la extensión del desierto, vacía de hombres, nada le separa de Dios. Allí busca el silencio de la oración (5,16) y el trato a solas con el Padre. Como Hijo de Dios se deja guiar en el Espíritu. «Todos los que se dejan guiar por el Espíritu de Dios, éstos son hijos suyos» (Rom 8,14).

Jesús no es impelido al desierto por el Espíritu (Mc 1,12), sino que él mismo va. No es conducido por el Espíritu, sino que se deja guiar en el Espíritu. El Espíritu no actúa en él a la manera, digamos, como actuó en los jueces, en un Otoniel (Jue 3,10), en un Gedeón (6,34), en un Jefté (11,29). Sobre ellos vino el Espíritu, los pertrechó para una gran obra y volvió a abandonarlos cuando ésta se vio cumplida. En Jesús actúa de otra manera. No es arrastrado por el Espíritu, sino que él mismo dispone del Espíritu. Jesús no posee sólo un don transitorio del Espíritu, sino que lo posee establemente, siempre, como nacido que es del Espíritu; por esto obra siempre en él y puede también comunicarlo a su Iglesia (Lc. 24,49; Act 2,33).

La permanencia en el desierto duró cuarenta días. Durante este tiempo fue tentado por el diablo. Las tres tentaciones que se relatan hacen el efecto de ilustraciones de la constante lucha secreta con los adversarios. Jesús anuncia la soberanía de Dios y la aporta; con ello se ve también llamado a desplegar su mayor energía el adversario de la soberanía de Dios. Juntamente con el reino de los demonios se subleva contra la obra de Jesús que es causa de su destrucción.

2b No comió nada en aquellos días, pasados los cuales, tuvo hambre. Díjole entonces el diablo: Si eres Hijo de Dios, di a esta piedra que se convierta en pan. 4 Pero Jesús le contestó: Escrito está: No de sólo pan vivirá el hombre.

Jesús, lleno y penetrado del Espíritu, vive sin comida ni bebida. Pasados los días del ayuno, tiene hambre. E1 diablo se sirve del hambre como tentación. Como diablo, como detractor que es, quiere trastornar las buenas relaciones entre Dios y Jesús, Éste es siempre su plan. El tentador toma pie de la voz de Dios en el bautismo: Al fin y al cabo eres Hijo de Dios. Tú tienes poder ilimitado, con una palabra de autoridad puedes saciar tu hambre.

La réplica de Jesús pone de manifiesto en qué está la tentación: No de sólo pan vivirá el hombre. No se trata sólo de guardar y conservar lo terreno. Las palabras de la Escritura que cita Jesús están tomadas del libro del Deuteronomio (8,3). Con estas palabras hace Moisés presente a su pueblo su maravilloso mantenimiento por Dios en el desierto: «Él te afligió, te hizo pasar hambre, y te alimentó con el maná, que no conocieron tus padres, para que aprendieses que no sólo de pan vivirá el hombre, sino de cuanto procede de la boca de Yahveh» (de lo que proviene de la palabra del Señor). Mediante el hambre hubo de ser educado el pueblo de Dios en la confianza en Dios y en la obediencia.

Jesús es Hijo de Dios; tiene plenos poderes. Si ahora su Padre le deja sufrir hambre, quiere llevarlo a la confianza y a la obediencia, pero no quiere que haga uso para su ventaja personal del poder que tiene como Hijo de Dios. Jesús es Hijo de Dios, pero en abatimiento, en humillación y en obediencia, es Mesías, pero a la vez siervo de Dios. El camino que conduce a la gloria mesiánica no es el del despliegue de poder, sino el de obedecer y de servir, el de escuchar y aguardar toda palabra que salga de la boca de Dios.

5 Y llevándole hacia una altura, le mostró en un momento todos los reinos del mundo. 6 Y le dijo el diablo: Te daré todo este poderío y el esplendor de estos reinos, porque me ha sido entregado, y se lo doy a quien yo quiera. 7 Si te postras, pues, delante de mí, todo eso será tuyo. 8 Pero Jesús le respondió: Escrito está: Adorarás al Señor tu Dios y a él solo darás culto.

El diablo aparece aquí como príncipe de este mundo (Jn 12, 31), como «dios de este mundo» (2Cor 4,4), como antidiós pero en su soberbia debe al mismo tiempo confesar su dependencia. Todo esto me ha sido entregado... por Dios. No tiene plenos poderes propios, sino un poder que le ha sido transmitido, no es Dios, sino «mona de Dios». Conforme a la revelación, no hay otro Dios, Dios no tiene igual, él es el único: a él solo adorarás, a él solo darás culto.

En un abrir y cerrar de ojos presenta el tentador, como por encantamiento, ante los ojos de Jesús todos los reinos del mundo y su esplendor. ¡Un espejismo! Lo lleva a lo alto. ¿Dónde? ¿Lo eleva en éxtasis? Satán hace la misma oferta que Dios: «Tú eres mi Hijo, hoy te he engendrado yo. Pídeme y haré de las gentes tu heredad, te daré en posesión los confines de la tierra» (Sal 2,8; cf. Lc 3,22). También aquí resuena veladamente: Si eres Hijo de Dios.

Con el esplendor y la gloria que pone Satán ante los ojos de Jesús, pero que de hecho sólo es engaño y apariencia, quiere apartarle de Dios, hacerle abandonar a Dios, inducirle a negar la profesión fundamental de fe y la raíz de la vida religiosa de su pueblo. Al tentador opone Jesús la palabra de la Escritura: «Adorarás al Señor tu Dios y a él solo darás culto» (Dt 6,13). Jesús mantiene en pie la soberanía de Dios. Él es siervo de Dios, no siervo de Satán.

9 Lo llevó luego a Jerusalén, lo puso sobre el alero del templo y le dijo: Si eres Hijo de Dios, tírate de aquí abajo; 10 pues escrito esta. Mandará en tu favor a los ángeles para que te guarden cuidadosamente; 11 y también: Te tomarán en sus manos, no sea que tropiece tu pie con una piedra. 12 Pero Jesús le respondió: Está dicho: No tentarás al Señor tu Dios.

El alero del templo es quizá un mirador que sobre el muro exterior del templo sobresalía sobre la calle. Allá es conducido Jesús. Se le invita a arrojarse abajo para hacer prueba de la protección de Dios que le está asegurada por la palabra misma de Dios (Sal 91,11), para cerciorarse de su elección, de su filiación divina, del poder que tiene de Dios y cerca de Dios.

Jesús descubre lo que significa tal requerimiento: tentar a Dios. Se trata de abusar de la protección prometida y así tentar a Dios, forzarle a intervenir en su favor. Jesús quiere servir a Dios, no servirse de él, disponer de él, quiere obedecerle, no sometérselo...

La tentación en el alero del templo de Jerusalén es la última según Lucas. Los caminos de Jesús llevan a Jerusalén; él tiene la mira puesta en Jerusalén (9,51). Allí muere y allí es glorificado, allí se humillará como siervo de Dios, será obediente hasta la muerte. Allí experimentará la protección de Dios en la forma más acabada, pues Dios le resucitará y exaltará. Él no provoca esta exaltación protectora de Dios, sino que la aguarda.

Las tentaciones de Jesús son tentaciones mesiánicas. El adversario de la soberanía de Dios quiere hacer caer al Hijo de Dios, que ha sido ungido por Dios y es ahora armado para su obra mesiánica. Con todos los medios diabólicos: con compasión hipócrita, con artilugios y magia, trastocando la Sagrada Escritura quiere inducirlo a desobedecer a Dios. Las tres tentaciones repiten tres veces que Jesús se mantuvo obediente. En su calidad de segundo Adán es tentado como lo fue el primero. El primero falló, el segundo sale victorioso. «AI igual que por la desobediencia de un solo hombre la humanidad quedó constituida pecadora, así también por la obediencia de uno solo la humanidad quedará constituida justa» (Rom 5,19).

Las tentaciones de Jesús continúan en sus discípulos (cf. 22,28ss). También la Iglesia vive en medio de estas tentaciones. Jesús levanta los ánimos cuando son tentados los discípulos, pues él también fue tentado. Él muestra cómo hay que vencer las tentaciones: mediante la Sagrada Escritura, que es profesión de fe, oración y fuerza, la «espada del Espíritu» (Ef 6,17).

13 Y acabadas todas las tentaciones, el diablo se alejó hasta un tiempo señalado.

La acción de Jesús comienza con la victoria sobre el demonio. El tiempo de la salud, que es inaugurado por Jesús, es un tiempo en que se ve encadenado el demonio. Jesús dice: «Yo estaba viendo a Satán caer del cielo como un rayo» (10,18). No tiene ya poder hasta un tiempo señalado. El tiempo de Jesús es un tiempo exento de Satán. Donde actúa Jesús, tiene que retirarse el demonio; la victoria sobre el tentador se obtiene mediante la fiel adhesión a Jesús.

Pero sólo hasta un tiempo señalado suspende Satán las tentaciones de Jesús. Al comienzo de la historia de la pasión se lee: «Satán entró en Judas» (22,3). Los enemigos de Jesús tienen poder sobre él, porque se inicia el poder de las tinieblas (22,53). En tanto no había llegado su hora, era intangible para sus adversarios (Lc 4, 30; Jn 7,30.45; 8,59). Jesús es clavado en la cruz por los príncipes de este mundo, pero precisamente con esta muerte que él acepta obediente como siervo de Dios que es, vence la soberanía de Satán (Cf. 1Co 2.6; Jn 12,31).

14 Por la fuerza del espíritu, volvió Jesús a Galilea.

La actividad mesiánica debía comenzar en Galilea, según el designio de Dios. En Galilea recibió Jesús la vida. En Galilea comienza el camino de su preparación mesiánica, en Galilea comienza también su obra mesiánica. El Espíritu Santo le ha dado la existencia, el Espíritu le dirige al Jordán y por el desierto; también el Espíritu le guía cuando lleva a cabo su obra mesiánica. Una obediencia humilde y la virtud del Espíritu Santo nos revelan el misterio de la acción de Jesús.

Parte segunda

ACTIVIDAD DE JESÚS EN GALILEA 4,14-8,50

I. COMIENZOS DE LA PREDICACIÓN (4,14-6,16).

Pedro dijo al centurión Cornelio: «Vosotros conocéis lo que ha venido a ser un acontecimiento en toda Judea, a partir de Galilea después del bautismo que Juan predicó: Jesús de Nazaret, cómo Dios lo ungió con Espíritu Santo y poder, y pasó haciendo el bien y sanando a todos los oprimidos por el diablo, porque Dios estaba con él. Nosotros somos testigos de todas las cosas que hizo en la región de los judíos...» (Act 10,37). Lo que aquí se resume en pocas frases acerca de la actividad de Jesús, es ilustrado en el evangelio. Tres veces comienza Lucas (4,14; 5,12; 6,1) y tres veces cierra la actividad de Jesús con llamamientos de testigos 5,1ss; 5,27ss; 6,12ss).

1. PRESENTACIÓN (4,14-5,11).

a) Epígrafe (Lc/04/14-15)

14 Por la fuerza del espíritu, volvió Jesús a Galilea, y las noticias sobre él se difundieron por toda la región.

En el Jordán es Jesús «ungido con Espíritu Santo y con poder»; por la fuerza de este Espíritu comienza su acción, como había comenzado su vida por la virtud del Espíritu. El Espíritu lo dirige a Galilea; allí había comenzado su vida. El ángel había sido enviado por Dios a una ciudad de Galilea (1,26). En Galilea comienza también su acción. En la despreciada «Galilea de los gentiles» brota la salvación por la virtud del Espíritu. La acción en virtud del Espíritu causa admiración y fama, que se extiende por toda la región circundante. El Espíritu extiende ampliamente su acción; su virtud quiere transformar el mundo, santificarlo, ponerlo bajo la soberanía de Dios. La acción que comienza en Galilea se extenderá hasta los confines de la tierra. Cuando Jesús haya alcanzado en Jerusalén la meta de su actividad que comienza en Galilea, partirán los discípulos en la virtud del Espíritu, y la noticia de Jesús llenará el mundo entero.

15 Enseñaba en las sinagogas de ellos, con gran aplauso por parte de todos.

La primera actividad de Jesús consiste según Lucas en enseñar, según Marcos en proclamar al modo de un pregonero: «Se ha cumplido el tiempo; el reino de Dios está cerca; convertíos y creed en la buena nueva» (Mc 1,14s). Lucas piensa: con la venida de Jesús está ya presente el tiempo de la salvación: Jesús no lo proclama como pregonero, sino que enseña lo que es y lo que aporta este tiempo de salvación.

Las sinagogas con su liturgia semanal de la palabra y de oración son el sitio indicado para la actividad docente de Jesús. Su doctrina es también exposición de la Escritura; ahora se cumplen las predicciones y promesas proféticas. Los apóstoles procederán como Jesús cuando lleven al mundo la palabra de Dios, comenzando por las sinagogas proclamarán el cumplimiento de las promesas (cf. Act 13,16-41).

En todas partes adonde llega la fama de Jesús, comienza su glorificación; su fama tiene por eco sus alabanzas. El espacio adonde se extenderá su fama será el mundo entero; todos, todos literalmente, le glorificarán. El Espíritu de Dios no descansa hasta que «toda lengua confiese que Jesucristo es Señor para gloria de Dios Padre» (Flp 2,11). La palabra de Dios se lanza a la carrera para la glorificación de Dios.

b) En Nazaret (Lc/04/16-30)

16 Llegó a Nazaret, donde se había criado, y según lo tenía por costumbre entró en la sinagoga el día de sábado y se levantó a leer. 17 Le entregaron el libro del profeta Isaías; lo abrió y encontró el pasaje en que estaba escrito: ...

En una ciudad de Galilea llamada Nazaret (1,26) fue concebido Jesús, fue criado, llegó a ser hombre y hubo de comenzar su obra según la voluntad del Espíritu. Sus comienzos recibieron la impronta de esta ciudad, que carecía de importancia y era incrédula, que se escandalizó de su mensaje y trató de quitarle la vida. Sus comienzos son comienzos de la nada, de la incredulidad, del pecado, de la repulsa... Y sin embargo comenzó.

Jesús comenzó por lo que era usanza consagrada en la liturgia de la sinagoga, el sábado, en el orden del rito observado en el culto. «Nació bajo la ley» (Gál 4,4), como lo ha mostrado el relato de la infancia. Su tiempo es tiempo del cumplimiento de todas las predicciones y promesas. La historia de la salvación no destruye lo comenzado, sino que lo lleva a su perfección última.

En la liturgia del sábado se recitaban oraciones y se leía la Sagrada Escritura. Los libros de la ley (los cinco libros de Moisés) se leían en forma continuada, los libros proféticos estaban dejados a la libre elección. Todo israelita varón tenía el derecho de ejecutar esta lectura y de añadirle una exposición, unas palabras de exhortación. Como señal de que quería hacer uso de tal derecho se levantaba de su asiento. Jesús se puso en pie. Con esto comienza el ritual de la lectura de la Escritura, que la rodea como un marco, como el engaste rodea a la piedra preciosa. Lucas describe hasta los últimos detalles del ceremonial: le fue entregado el libro del profeta Isaías; él lo abrió. Acaba la lectura, enrolló el libro, lo entregó al ayudante y se sentó. Jesús se amolda al ritual. La Escritura contiene la palabra de Dios; por eso merece respeto y se debe tratar santamente.

El pasaje que leyó estaba tomado del libro del profeta Isaías. Jesús lo halló, no casualmente, sino bajo la guía del Espíritu Santo, con el que estaba ungido y en cuya virtud obraba. Isaías era el profeta de los que aguardaban en tiempos de Jesús. María lo oyó en la anunciación, Simeón se inspiró en él, el Bautista reconoce por él su misión, con él reanimaban las gentes de Qumrán. También Jesús expresa su misión por medio de él.

18 El espíritu del Señor está sobre mí, porque me ungió para anunciar la buena nueva a los pobres; me envió a proclamar libertad u los cautivos y recuperación de la vista a los ciegos; a poner en libertad a los oprimidos, 19 a proclamar un año de gracia del Señor.

Las palabras son de Isaías 61,1s. Sólo se ha cambiado una línea. «A poner en libertad a los oprimidos» (Is 58,6) está en lugar de «para sanar a los de corazón quebrantado». Con esta modificación queda muy bien articulado todo el pasaje. La primera y la segunda línea hablan de dotación con el Espíritu y de encargo recibido de Dios; las otras cuatro líneas hablan de la obra del portador de la salvación. La primera y la última línea y las dos del medio se corresponden; la primera y la última hablan del anuncio y del mensaje, las del medio, de la actividad salvífica del Señor. El portador de salvación actúa de palabra y de obra, es salvador y mensajero de victoria.

La salvación se dirige a los pobres. El tiempo de salvación que anuncia el profeta es un año de gracia, como el año del jubileo, del que se dice: «Santificaréis el año cincuenta, y pregonaréis la libertad por toda la tierra para todos los habitantes de ella. Será para vosotros jubileo, y cada uno de vosotros recobrará su propiedad, que volverá a su familia» (Lv 25,10. Restauración del orden divino).

20 Enrolló luego el libro, lo entregó al ayudante y se sentó. En la sinagoga, todos tenían los ojos clavados en él. 21 Entonces comenzó a decirles: Hoy se ha cumplido este pasaje de la Escritura escuchado por vosotros.

A la lectura de la Escritura sigue la instrucción (Act 13,15). Está comprendida en una frase lapidaria de gran fuerza y énfasis. Hoy se ha cumplido este pasaje de la Escritura. En cabeza de la frase está el «hoy» (Cf. Lc 2,11; 19,5.9; 23,43; 2Cor 3,14; Hb 4,7), al que habían mirado los profetas, en el que se cifraban los grandes anhelos: ahora está presente. Mientras pronuncia Jesús estas palabras, se inicia el suspirado año de gracia. El tiempo de salvación es proclamado y traído por Jesús. Es lo increíblemente nuevo de esta hora. Las piadosas usanzas y las palabras de la Escritura, que eran promesa tienen ahora cumplimiento.

Escuchado por vosotros. Que ha comenzado el tiempo de salvación y que ya está presente el portador de ella, es algo que sólo se puede saber mediante la audición de este mensaje; no se ve ni se experimenta. El mensaje exige la fe, la fe viene de oír, es respuesta a una interpelación.

La predicción que ahora se cumple es el programa de Jesús, que no lo ha elegido él mismo, sino que le ha sido prefijado por Dios. Él es enviado por Dios; por medio de él visita Dios mismo a los hombres. Hoy ha tenido lugar la visita salvadora, que no se debe desperdiciar.

Jesús actúa de palabra y de obra, enseñando y sanando. El tiempo de gracia ha alboreado para los pobres, los cautivos y los oprimidos. Precisamente el Jesús del Evangelio de san Lucas es el salvador de estos oprimidos. El gran presente que hace Jesús es la libertad: liberación de la ceguera del cuerpo y del espíritu, liberación de la pobreza y de la servidumbre, liberación del pecado.

En tanto mora Jesús en la tierra, dura el apacible y suspirado «año de gracia del Señor». En él tenían puestos los ojos las gentes antes de Jesús, hacia él vuelve la Iglesia los ojos. Es el centro de la historia, la más grande de las grandes gestas de Dios. En el gozo y en el esplendor de este año queda sumergido lo que Isaías había dicho también sobre este año: «Para publicar el año de perdón de Yahveh y el día de la venganza de nuestro Dios» (Is 61,2). El Mesías es ante todo y por encima de todo el que imparte la salvación, y no el juez que condena.

22 Y todos se manifestaban en su favor y se maravillaban de las palabras llenas de gracia salidas de su boca, y decían: ¿Pero no es éste el hijo de José?

Jesús había crecido en gracia ante Dios y ante los hombres (2,52). Ahora se hallaba en pie ante ellos el que, venido al final del tiempo de la preparación, había sido ungido con el Espíritu y había comenzado a cumplir su misión. La gracia de Dios había llegado a su plena eclosión. Todos se manifestaban en su favor, testimoniando que sus palabras expresaban la gracia de Dios y suscitaban la gracia de los hombres. «La gracia salvadora de Dios se ha manifestado a todos los hombres» (Tit 2,11). «Dios estaba con él» (Act 10,38). Esta es la primera impresión y la primera vivencia de quien conoce a Jesús. Así lo experimentaron Nazaret y Galilea, como lo experimentan todavía hoy los niños, los que están exentos de prejuicios o los que ansían la salvación, cuando se acercan al Evangelio de Jesús. Sin embargo, en el momento siguiente, surge el escándalo: ¿Pero no es éste el hijo de José? Lo humano de su existencia es ocasión de escándalo, su palabra, que era estimulante se hace irritante. Se acoge con aplauso el mensaje, pero se recusa al portador de la salvación contenida en el mensaje. De lo humano, en que se revela la gracia de Dios, nace la repulsa. El hombre se exaspera porque un hombre pretende que se le escuche como a enviado de Dios.

La patria de Jesús lo recusa, porque es un compatriota y no acredita su pretensión de ser salvador enviado por Dios. Mucho más escándalo suscitará su muerte. El mismo escándalo suscitan los apóstoles, la Iglesia y quienquiera que siendo hombre proclama el mensaje de Dios.

23 Entonces él les dijo: Seguramente me diréis este proverbio: Médico, cúrate a ti mismo; haz también aquí, en tu tierra, todo lo que hemos oído que hiciste en Cafarnaúm. 24 Y añadió: Os lo aseguro: Ningún profeta es bien acogido en su tierra.

Los nazarenos quieren una señal de que Jesús es el salvador prometido. Una vez más asoma la exigencia de signos. El hombre se sitúa ante Dios formulando exigencias: exige que Dios acredite la misión de su profeta en la forma que agrada al hombre. Ahora bien, ¿se ha de inclinar Dios ante el hombre? Dios da la salud, pero sólo al que se le inclina con obediencia de fe y aguarda en silencio. Dios exige la fe, el sí con que se reconozcan sus disposiciones. Pero los nazarenos no creían, no tenían fe (Mc 6,6).

Es que Jesús, según el modo de ver humano, debía acreditarse también en su patria con milagros, como los había hecho en Cafarnaum. El médico que no puede curarse a sí mismo se juega su prestigio y destruye la confianza y la fe que se había depositado en él. ¿De qué le sirve su capacidad si ni siquiera se la sabe aplicar a sí mismo? Los nazarenos desconocen a Jesús porque juzgan con criterios puramente humanos. Jesús es profeta y obra por encargo de Dios. Su modo de obrar no está pendiente de lo que exijan los nazarenos; él no emprende lo que le aprovecha personalmente, sino únicamente lo que Dios quiere que haga.

Las sugerencias de los nazarenos eran las sugerencias del tentador. Los nazarenos desconocen a Jesús porque no reconocen su misión divina.

25 Os digo de verdad: Muchas viudas había en lsrael en tiempos de Elías, cuando el cielo se cerró a la lluvia durante tres años y seis meses, de suerte que sobrevino una gran hambre por toda la región: 26 pero a ninguna de ellas fue enviado Elías, sino a Sarepta de Sidón, a una mujer viuda. 27 Y muchos leprosos había en Israel en tiempos del profeta Eliseo; pero ninguno de ellos fue curado. sino Naamán, el sirio.

El profeta no obra por propia decisión, sino conforme a la disposición de Dios que lo ha enviado. Acerca de los dos profetas Elías y Eliseo dispuso que no prestaran su ayuda maravillosa a sus paisanos, sino a gentiles extranjeros. Jesús no debe llevar a cabo los hechos salvíficos en su patria, sino que debe dirigirse a país extraño. Dios conserva su libertad en la distribución de sus bienes.

Los nazarenos no tienen el menor derecho a formular exigencias de salvación por ser compatriotas del portador de la misma y por tener parentesco con él. Israel no tiene derecho a la salvación por el hecho de que el Mesías es de su raza. La soberanía de Dios, que Jesús proclama y aporta, salva a los hombres objeto de su complacencia. La salvación es gracia. Elías (*) y Eliseo hacen en favor de extranjeros los milagros de resucitar muertos y de curar de la lepra. Jesús resucitará a un muerto en Naím (7,11ss) y librará de la lepra a un samaritano (17,12ss). Lo que decide no son los vínculos nacionales, sino la gracia de Dios y el ansia de salvación, acompañada de fe. Jesús comienza por anunciar el mensaje de salvación a sus paisanos, pero una vez que éstos lo rechazan, se dirige a los extraños. Pablo y Bernabé dicen a los judíos: «A vosotros teníamos que dirigir primero la palabra de Dios; pero en vista de que la rechazáis y no os juzgáis dignos de la vida eterna, nos dirigimos a los gentiles» (Act 13,46s).

Jesús reanuda la acción de los grandes profetas. La impresión que dejó Jesús en el pueblo se expresa así: «Fue un profeta poderoso en obras y palabras ante Dios y ante todo el pueblo» (24.19). Por medio de Jesús visita Dios misericordiosamente a su pueblo, como lo había hecho por medio de los profetas. Pero la suerte de los profetas es también la suerte de Jesús.
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Según IRe 18,1 no llegó la sequía a los tres años; de tres años y medio habla también St 5,17. Se redondean los números como en la literatura judía.
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28 Cuando lo oyeron, todos los que estaban en la sinagoga se llenaron de indignación; 29 se levantaron y lo sacaron fuera de la ciudad, y lo llevaron hasta un precipicio de la colina sobre la que estaba edificada su ciudad, con intención de despeñarlo. 30 Pero él, pasando en medio de ellos, se fue.

El que se presenta como profeta debe acreditarse con signos y milagros (Dt 13,2s). Jesús no se acredita. Por esto se creen los nazarenos obligados a condenarlo y a lapidarlo como a blasfemo. El castigo por blasfemia se iniciaba de esta manera: el culpable era empujado por la espalda desde una altura por el primer testigo. La entera asamblea se constituye aquí en juez de Jesús, lo condena y quiere ejecutar inmediatamente la sentencia. Se anuncia ya el fracaso de Jesús en su pueblo. Es expulsado de la comunidad de su pueblo, condenado como blasfemo y entregado a la muerte.

En este caso, sin embargo, Jesús escapa al furor de sus paisanos. No hace milagro alguno, pero nadie pone las manos sobre él. No ha llegado todavía la hora de su muerte. Dios es quien dispone de su vida y de su muerte. Ni siquiera la muerte de Jesús puede impedir que sea resucitado, que vaya al Padre, que viva y ejerza su acción para siempre. Jesús abandona definitivamente a Nazaret y emprende el camino hacia los extraños. No los paisanos, sino extraños serán los testigos de las grandes obras de Dios por Jesús. Dios puede sacar de las piedras del desierto hijos de Abraham.

Lo sucedido en Nazaret fue puesto por Lucas en cabeza de la actividad de Jesús. Es la obertura de la acción de Jesús. Se insinúan en ella numerosos motivos, que luego se registran y se desarrollan en el Evangelio y en los Hechos de los Apóstoles...

c) En CAFARNAÚN (Lc/04/31-44)

31 Bajó a Cafarnaún, ciudad de Galilea. Y los sábados se ponía a enseñarles. 32 Y se quedaban atónitos de su manera de enseñar, porque su palabra iba revestida de autoridad.

Nazaret está situada sobre una colina, CAFARNAÚN a la orilla del lago. Jesús bajó. Una vez que ha sido repudiado por su ciudad natal, en la que se había criado, elige una ciudad extraña, CAFARNAÚN, como su nueva patria (Mt 4,13). La palabra de Dios parte de Galilea. No sin razón se llama a CAFARNAÚN ciudad de Galilea. En Galilea se reúnen los primeros discípulos, los testigos de la Iglesia; se los llama también «galileos» (Act 2,7). Los planes salvíficos de Dios alcanzan lo que quieren, aun a pesar del repudio de los hombres.

En CAFARNAÚN actúa Jesús de la misma manera que en Nazaret. Enseña el sábado en la sinagoga durante la liturgia e interpreta la Escritura en el nuevo sentido del cumplimiento actual de las promesas. Su enseñanza impone y causa asombro. La palabra de Jesús tiene poder, autoridad, pues Jesús habla en la virtud del Espíritu. La palabra de Dios es fuerza creadora. «La palabra de Dios es viva y operante» (Heb 4,12).

33 Había en la sinagoga un hombre que tenía espíritu de demonio impuro y que comenzó a gritar a grandes voces: 34 ¡Eh!. ¿Qué tenemos nosotros que ver contigo, Jesús Nazareno? Yo sé bien quién eres: el santo de Dios.

A la palabra llena de autoridad se añade la acción poderosa. El espíritu que dominaba al poseso era un espíritu maligno, un demonio que vuelve impuros a los que domina. La imagen de los posesos que trazan los evangelistas no responde exactamente a la de enfermos mentales. Los malos espíritus ejercen influjo en los hombres. En los posesos se manifiesta a fin de cuentas cuál es el estado de] hombre sin redención.

El demonio no puede soportar la presencia de Jesús. El poseso, impelido por el mal espíritu, grita a grandes voces. Jesús de Nazaret, el «santo de Dios», y los espíritus impuros forman un contraste inconciliable. El tiempo de la salud que ahora se anuncia trae la ruina de los malos espíritus.

El mal espíritu hace una profesión de fe acabada: Jesús de Nazaret, el santo de Dios (Jn 6,69). El santo de Dios es el Mesías. «El que nacerá de ti será santo, será llamado Hijo de Dios» (1,35).

Jesús de Nazaret es llamado «el santo de Dios» por los ángeles del cielo y por los demonios del infierno. ¿Y por los hombres? «Dios lo exaltó, y le concedió el nombre que está sobre todo nombre, para que en el nombre de Jesús toda rodilla se doble en el cielo, en la tierra y en el abismo, y toda lengua confiese que Jesucristo es Señor, para gloria de Dios Padre» (Flp 2,9ss). ¡Qué camino para que los hombres le confiesen!

35 Pero Jesús le increpó: Enmudece y sal de este hombre. Entonces el demonio, echándolo por tierra delante de ellos, salió de él, sin haberle causado ningún daño.

Las amenazas de Jesús tienen fuerza divina. «Las columnas del cielo tiemblan y se estremecen a una amenaza suya» (Job 26, 11). También los demonios tienen que inclinarse ante Jesús, que pronuncia contra ellos la amenaza de Dios.

La profesión de fe del demonio es rechazada. «La fe, si no tiene obras, está muerta en sí misma. Más aún, alguno dirá: Tú tienes fe, yo tengo obras. Muéstrame tu fe sin las obras, y yo te mostraré por las obras mi fe. ¿Tú crees que hay un solo Dios? Haces bien. También los demonios creen y tiemblan» (Sant 2,17-20). La profesión de fe debe ir acompañada de obras que agraden a Dios y de la alabanza de Dios.

El demonio se resiste, pero de nada le sirve su arrebato. No puede causar ningún daño. Lucas usa una expresión médica. Aprecia el alcance de lo que ha hecho Jesús. Jesús tiene fuerza sobrehumana. Una fuerza que sobrepuja incluso las fuerzas demoníacas. Dios obra por él, el santo de Dios, por el cual Dios se demuestra como el santo, el completamente otro, el poderoso.

36 Todos quedaron llenos de estupor y lo comentaban unos con otros diciendo: ¿Qué palabra es esta, que manda con autoridad y fuerza a los espíritus impuros, y salen? 37 Y su fama se extendía por todos los lugares de la comarca.

La acción poderosa de Jesús infunde asombro y respeto. Las gentes hablan sólo entre sí, «unos con otros». La emoción les impide hablar alto. La admiración, el asombro, el sobrecogimiento, el silencio respetuoso son pasos preparatorios para la fe, son el camino del reconocimiento de Dios y de su revelación.

Lo que se admira es la palabra. La palabra de Jesús tiene fuerza y autoridad, tiene poder divino. ¿Qué clase de palabra es ésta? Preguntar con asombro es el camino que lleva al conocimiento de Jesús.

La palabra poderosa halla eco. Su fama se extiende por todos los lugares de la comarca. La palabra tiende a extenderse, quiere llenar espacios cada vez mayores. El eco de la palabra de Jesús es la alabanza de Jesús por los hombres.

38 Salió de la sinagoga y entró en casa de Simón. La suegra de Simón se encontraba atacada de fiebre grande y le suplicaron por ella. 39 E inclinándose sobre ella, increpó a la fiebre, y ésta se le quitó. Inmediatamente ella se levantó y les servía.

La enferma está acostada en una estera. Jesús se acerca como un médico a su cabecera. Se inclinó sobre ella. La misma palabra conminatoria que al demonio se dirige también a la fiebre. La palabra produce efecto. Inmediatamente sobreviene la curación. Nada puede oponerse a la palabra de Dios, pronunciada por Jesús.

La suegra de Simón, una vez curada, sirve a la mesa. Se organiza una comida, y la que ha sido curada la sirve. La enfermedad había desaparecido al instante y totalmente. En CAFARNAÚN, en casa de Simón, halla Jesús un nuevo hogar. «Mi madre y mis hermanos son aquellos que oyen la palabra de Dios y la ponen en práctica» (8,21). La casa de Simón se equipara a la sinagoga. Aquí, como allí, lleva a cabo la palabra de Dios las obras salvíficas. La palabra sale de la sinagoga y pasa a las casas de los hombres.

40 Al ponerse el sol, todos los que tenían enfermos de diversas dolencias se los llevaron a él; entonces él les iba imponiendo las manos a cada uno y los curaba. 41 También los demonios salían de muchos, gritando así: Tú eres el Hijo de Dios. Pero él les increpaba y no les permitía decir eso, porque sabían que él era el Mesías.

Expresamente se dice que Jesús es el Salvador de todos en todas las cosas. «Todos han de ver la salvación de Dios»: así lo había anunciado el Bautista. La gracia de Dios desborda en Jesús. A cada uno de ellos les iba imponiendo las manos. La curación se efectúa por la virtud del Espíritu al que Jesús poseía. La imposición de manos es comunicación de la fuerza que hay en él y que sana. A cada uno imponía las manos. Con esto se expresa la bondad de Jesús: se interesa por todos al interesarse por cada uno. Los demonios se resisten a Jesús. Gritando su nombre quieren desvirtuarlo. En la antigüedad se creía que se podía expulsar al demonio pronunciando su nombre. La magia del nombre que los hombres emplean contra los demonios, dirigen éstos contra Jesús. En la lucha que se desencadena entre Jesús y los demonios una vez que se ha iniciado el tiempo de salvación, sale Cristo triunfante, pese a todas las intentonas de los poderes diabólicos.

La grandeza de Jesús se muestra en el título de Hijo de Dios; se le da este título porque él es el Mesías (el Ungido). Cristo fue desde un principio ungido con el Espíritu, por lo cual se llama también Hijo de Dios (1,35). Pero Jesús no los dejó hablar. No quiere recibir la confesión de demonios. La confesión de que Jesús es el Hijo de Dios, el Mesías, el santo de Dios, se alcanzará por el camino de la muerte de Cristo (Flp 2,8ss). La imposición de las manos y la palabra son las manifestaciones de poder del Espíritu que obra en Cristo.

42 Cuando amaneció, salió y se fue a un lugar desierto. Las multitudes lo andaban buscando; llegaron hasta él e intentaban retenerlo, para que no se alejara de ellos. 43 Pero él les dijo: También a otras ciudades tengo que anunciar la buena nueva del reino de Dios, pues para esto he sido enviado. 44 E iba predicando por las sinagogas de Judea.

Jesús no deja que le retengan en CAFARNAÚN. Su vida es una peregrinación. Dos veces se expresa esto. Marcos habla de la oración de Jesús en la montaña (Mc 1,35), Lucas gusta de referirse a la oración solitaria de Jesús; pero en esta ocasión renuncia Lucas a hablar de ello. Jesús camina sin demora. La palabra necesita extenderse. Jesús no permite que nadie ni nada le detenga.

Jesús no puede atarse a una ciudad. Tiene que caminar. Esta es su misión, tal es la necesidad que impone el designio divino. La palabra de Dios es para él un encargo que le impele a buscar amplios horizontes. Ni las ventajas personales ni las muchedumbres del pueblo deciden de su vida, sino únicamente la palabra, en último término Dios.

La acción de Jesús consiste en proclamar la buena nueva de que el reino de Dios está presente. Esta nueva debe llenar la tierra entera de los judíos. El campo de acción se extiende: de Nazaret a CAFARNAÚN y a la región circundante, de aquí a Judea, nombre con que se designa la tierra entera de Palestina. En todas las sinagogas resuena su mensaje, pero sólo en las sinagogas, en el pueblo de Israel. Sólo cuando sea exaltado, se verá enteramente libre de limites su proclamación.