CAPÍTULO 02


2. NACIMIENTO DE JESÚS (2,1-20).

En tiempos del emperador romano Augusto, que reinaba en todo el mundo de entonces, nace Jesús en Belén, como lo había anunciado el profeta Miqueas (Miq 5, 1; Lc 2,1-7). En una notificación solemne anuncian ángeles del cielo quién es este niño recién nacido y qué importancia tiene la hora de este nacimiento en la historia de la salvación (2,8-14). Los pastores anuncian y propagan la fe que había surgido en ellos gracias al mensaje, a los signos y lo que habían visto (2,15-20).

Pablo nos transmitió un antiguo himno sobre la encarnación, la muerte y la resurrección de Jesús, que se cantaba en la celebración litúrgica: «Cristo Jesús, siendo de condición divina, no hizo alarde de ser igual a Dios, sino que se despojó a sí mismo, tomando condición de esclavo, haciéndose semejante a los hombres. Y presentándose en el porte exterior como hombre, se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz. Por lo cual Dios, a su vez, lo exaltó y le concedió el nombre que está sobre todo nombre, para que, en el nombre de Jesús, toda rodilla se doble... y toda lengua confiese que Jesucristo es Señor, para gloria de Dios Padre» (Flp 2,6-11). La historia de la infancia de Jesús está sostenida por los mismos pensamientos que este himno. Jesús se despojó y se humilló cuando nació, pero Dios exaltó a este niño mediante la solemne notificación de los ángeles, y en el punto culminante de la narración (2,10) resuena la confesión: «Un Salvador, que es el Mesías, el Señor.» Como a la cruz del despojo de sí y de la humillación siguió la proclamación de Dios por los ángeles, así al nacimiento en la pobreza sigue la solemne notificación por mensajeros celestiales de Dios. Ahora bien, la exaltación del Crucificado fue acompañada de la proclamación del Evangelio por los apóstoles por todo el mundo; la exaltación del niño recién nacido fue dada a conocer por los testigos de la proclamación divina; aunque, como corresponde a la historia de la infancia, no al mundo entero, sino únicamente a un pequeño grupo. La historia de navidad lleva el sello del Evangelio, del que dice Lucas: «Entonces (antes de la ascensión al cielo) les abrió la mente para que entendieran las Escrituras; y les dijo: Así está escrito: que el Mesías tenía que padecer, que al tercer día había de resucitar de entre los muertos, y que, en su nombre, había de predicarse la conversión para el perdón de los pecados a todas las naciones, comenzando por Jerusalén. Vosotros sois testigos de esto» (24,45-49).

Lucas, historiógrafo de Dios, tenía el mayor empeño en situar el nacimiento de Jesús, con la notificación divina, en las circunstancias históricas concretas, en pintarlo con colores de la época y en referirlo a la historia del mundo. Así como la historia de la pasión y de la resurrección pertenece, como hecho histórico, a la historia del mundo, así también la historia del nacimiento. El pesebre y la cruz son los puntos cardinales del hecho salvador en Cristo; hay correspondencia mutua entre ambos. Lo que allí sucedió cumplió lo que había preanunciado la Escritura. «Cristo murió por nuestros pecados según las Escrituras, fue sepultado y al tercer día fue resucitado según las Escrituras» (ICor í5,3). También nació según la Escritura. Hay detalles en el relato de navidad que dejan algunas cuestiones en suspenso. Lucas no escribe conforme al exacto método moderno de la ciencia histórica. Su objetivo principal no era describir el marco histórico en que tuvo lugar el nacimiento de Jesús; lo que le importaba en primer lugar era el Evangelio, la buena nueva encerrada en este acontecimiento. Una vez más hay que remitir al punto culminante del relato (2,10). Allí se dice: Os traigo una buena noticia de gran alegría. También aquí es el relato del nacimiento una anticipación del anuncio de la pasión y de la resurrección. «Os recuerdo... el evangelio que os anuncié (como buena nueva).... porque os transmití, en primer lugar, lo que a mi vez recibí: que Cristo murió...» (ICor 15,1-3). A datos menos claros no queremos dar más importancia que la que les dio san Lucas. El Evangelio que presenta el nacimiento histórico de Jesús es también para nosotros el punto decisivo del relato de navidad. De lo contrario podría suceder que nos contentáramos con un marco vacío.

a) Nacido en Belén (Lc/02/01-07).

1 Sucedió, pues, que por aquellos días salió un edicto de César Augusto para que se hiciera un censo del mundo entero. 2 Este primer censo tuvo lugar mientras Quirinio era gobernador de Siria. 3 Y todos iban a empadronarse, cada cual a su propia ciudad.

El historiador Lucas sitúa la historia de la salvación en el transcurso de la historia universal. El emperador romano Augusto (30a.C.-14 d.C.) reina sobre la tierra entera, sobre los países comprendidos en el imperio romano. La inscripción de Priene (del año 9 a.C.) celebra el nacimiento de Augusto. Se dice que Augusto «dio nuevo aspecto al mundo entero: éste se habría arruinado si en él, que ahora nace, no hubiese brillado una suerte común. Rectamente juzga quien en este natalicio reconoce el comienzo de la vida y de toda fuerza vital... La Providencia que gobierna toda vida colmó a este hombre de tales dotes para bien de los hombres, que nos lo envió como salvador a nosotros y a las generaciones venideras... En su aparición se han colmado las esperanzas de los antepasados; él no sólo ha sobrepujado a todos los pasados bienhechores de la humanidad, sino que hasta es imposible que surja uno mayor. El nacimiento del Dios ha introducido en el mundo la buena nueva que con él se relaciona. Con su nacimiento debe comenzar un nuevo cómputo del tiempo». El año 27 a.C. Augusto recibió del senado el título honorífico de Sebastos, es decir, Augusto, con lo cual fue declarado digno de adoración.

Mediante una disposición suya, el emperador Augusto, que reina sobre el mundo, se pone, sin tener conciencia de ello y conforme al designio de la divina Providencia, al servicio del verdadero Salvador del mundo, en quien se cumple lo que los hombres habían esperado de Augusto y que él pudo dar hasta cierto grado, pero no en toda su plenitud. Augusto ordenó que se constituyera un censo (*). Éste abarcaba dos cosas: un registro de la propiedad rústica y urbana (para fines del catastro) y una estimación de sus valores para el cálculo de los impuestos. La orden del emperador alcanzó a Palestina por medio del gobernador de Siria, Quirinio. Herodes el Grande, que entonces reinaba todavía en Palestina, hubo de aceptar aquella disposición, pues era rey por gracia del emperador. Aquel censo fue el primero que se hacía entre los judíos. Tuvo lugar en tiempo de Quirinio, gobernador de Siria. ¿Por qué hace notar Lucas todos estos detalles? Quería sin duda determinar exactamente el tiempo. Pero con ello se pone también de relieve que Palestina había perdido su libertad. Todos fueron a empadronarse. Según noticias que se hallaron en Egipto, gentes que estaban fuera del país, tuvieron que ir a inscribirse a su lugar de residencia; también las mujeres debían comparecer con sus maridos ante los funcionarios (**). Cada cual se dirigió a su ciudad, en la que tenía alguna propiedad. Así, José tuvo que ir a Belén.
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* Según el Monumentum Ancyranum, Augusto ordenó hacer tres veces el cómputo de los ciudadanos romanos. Indicaciones de diversas fuentes históricas permiten deducir que hacia el año 8 a.C. se hicieron censos de la población en diversas partes del imperio romano, por ejemplo, en las Galias el año 9 a.C. Aun prescindiendo de Lc 2,1, de las fuentes históricas resulta más que verosímil un registro de la población de todo el imperio romano. El procurador de Judea dependía del gobernador de Siria. Publio Sulpicio Quirinio, siendo gobernador de Siria, llevó a cabo el censo de la población hacia el año 6 d.C., lo cual dio lugar a una sublevación del pueblo. Fuera de Lc 2,2, nadie informa sobre un censo en Palestina por Quirinio en tiempo anterior a.C. Es cosa demostrada que Quirinio actuaba ya en Siria a.C.; no aparece claro si era gobernador. Desde allí dirigió un censo en Apamea. Parece que tenía un puesto directivo en todos los asuntos del Próximo Oriente en colaboración con las autoridades provinciales romanas. En las palabras de Lc 2,2 ¿se ha de ver una «inexactitud cronológica de un escritor distante de los hechos narrados»? Aunque se pueden hacer objeciones, la solución del problema parece ser la siguiente: el censo que emprendió Quirinio el año 6 d.C. parece haber comenzado ya antes de C. (el año 8 a.C.). Los trabajos del censo duraron bastante tiempo. En Egipto, donde los censos de la población eran ya práctica antigua, duraban todavía cuatro años por los tiempos de Cristo. En Palestina se llevaba a cabo por primera vez, por lo cual se hizo más lentamente. La primera etapa consistió en el registro de la propiedad rústica y urbana, la segunda en la estimación que fijaba los impuestos que se habían de pagar efectivamente. La primera etapa del registro tuvo lugar por el tiempo del nacimiento de Jesús; de ella habla Lc 2,1s; la segunda etapa, que era mucho más desagradable para el pueblo y provocó la sublevación por tratarse de la estimación de los impuestos, tuvo lugar el año 6 d.C.
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El papiro procede del año 104 d.C. y fue hallado en Fayyum; muestra condiciones análogas a las que presupone Lc, y también los mismos términos técnicos. En él se lee: «Gayo Vibio Máximo, gobernador de Egipto, dice: Dado que se avecina la tasación de la propiedad, tenemos que ordenar a todos los que por alguna razón se hallan fuera de su circunscripción que regresen a su hogar patrio a fin de efectuar la tasación de vigor y de aplicarse al debido cultivo del campo».
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4 También José, por ser de la casa y familia de David, subió desde Galilea, de la ciudad de Nazaret, a Judea, a la ciudad de David, que se llama Belén, 5 para empadronarse con María, su esposa, que estaba encinta.

José fue con María a Belén. Sin duda tenía allí alguna posesión. En tiempos de Domiciano había en Belén parientes de Jesús, que eran labradores. Los descendientes de David habían poseído tierras en Belén. Lucas no hace mención de esto. A él le interesa más el que María y José tuvieran que ir a Belén. Llama a este lugar la ciudad de David; José era de la casa y familia de David. Todo esto suscita recuerdos religiosos. El Mesías tiene que nacer en Belén; procede de la casa de David y poseerá el trono de su padre. El profeta Miqueas lo había predicho: «Pero tú, Belén de Efrata, pequeña para ser contada entre las familias de Judá, de ti me saldrá quien señoreará en Israel, cuyos orígenes serán de antiguo, de días de muy remota antigüedad» (Miq 5,1). Dios pone la historia del mundo al servicio de la historia de la salvación; subordina a sus eternos designios la orden de Augusto.

A María se la llama esposa de José; éste la había llevado ya a su casa, pues de lo contrario, según la usanza galilea, no habría podido viajar sola con José. José convivía con María, pero sin llevar vida conyugal. Estaba encinta: era virgen y futura madre. Con ello se expresa lo que el relato de la anunciación había ocultado con el velo del misterio.

6 Y mientras estaban allí, le llegó a ella el tiempo del alumbramiento. 7 Y dio a luz a su hijo primogénito, lo envolvió en pañales y lo acostó en un pesebre, por no haber sitio para ellos en la posada.

El relato del nacimiento es introducido solemnemente en el estilo de la Biblia. Mientras María y José estaban en Belén, llegó el tiempo del alumbramiento. Jesús está sujeto a la ley de Augusto y a la ley de la naturaleza. Era obediente.

El nacimiento se refiere con sobriedad, con sencillez, objetivamente, en pocas palabras. Dio a luz a su hijo. María trajo al mundo a su hijo con verdadera maternidad. De Isabel se dice: Dio a luz un hijo (1,57); de María: Dio a luz a su hijo.

La concepción virginal resuena en todas partes. Dio a luz a su hijo primogénito. ¿Se dice esto porque fuera Jesús el primero de varios hijos varones? La palabra no exige necesariamente esta interpretación. Una inscripción funeraria del año 5 d.C. hallada en Egipto da buena prueba de ello. Una mujer joven difunta, llamada Arsinoe, se expresa así: «En los dolores de parto del primogénito me condujo el destino al término de la vida». El hijito único, primogénito, de Arsinoe, era a la vez el unigénito. Lucas elige este título porque Jesús tenía los deberes y derechos del primogénito (2,23) y porque era el portador de las promesas.

María presta a su hijo los primeros servicios maternos. Lo envolvió en pañales. Los niños recién nacidos se envolvían fuertemente en jirones de tela a fin de que no pudieran moverse; se creía que así crecerían derechas las extremidades. Lo acostó en un pesebre, como en el que comen los animales. Este detalle de que el niño recién nacido tuviera como primera cuna un pesebre lo explica el evangelista con estas palabras: Por no haber sitio para ellos en la posada. María y José, llegados a Belén, habían buscado alojamiento en un albergue de caravanas (un khan). Era éste un lugar, por lo regular al descubierto, rodeado de una pared con una sola entrada. En el interior había a veces alrededor un pórtico o corredor de columnas, que en algún tramo podía estar cerrado con pared, formando un local algo grande o varios pequeños. En medio, en el patio, estaban los animales; las personas se cobijaban en el pórtico, estando reservados los espacios cerrados a los que podían permitirse aquel «lujo». Cuando María sintió que se acercaba su hora, no había allí lugar para ella. Se fue a un sitio que se utilizaba como establo; en efecto, donde había un pesebre debía de haber un establo (*)15. El Señor prometido es un niño pequeño, incapaz de valerse por sí mismo, acostado en un pesebre. Se despojó, se humilló y tomó la forma de esclavo. «Conocéis la gracia de nuestro Señor Jesucristo: cómo por nosotros se hizo pobre, siendo rico, para que vosotros fuerais enriquecidos con su pobreza» (2Cor 8,9). En el albergue no había sitio para él. «El Hijo del hombre no tiene dónde reclinar la cabeza» (9,58). «Vino a los suyos, y los suyos no le recibieron» (Jn 1,11).
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Según una antigua tradición (Justino +165; Orígenes +254) nació Cristo en una gruta: «En Belén se muestra la gruta; allí nació, y el pesebre en la gruta, allí fue envuelto en pañales.» Esta gruta fue profanada con el culto de Tammuz-Adonis, lo cual se debió seguramente al hecho de ser el lugar sagrado para los cristianos. Bajo el reinado de Constantino se edificó sobre la gruta la iglesia del Nacimiento. ORÍGENES, Contra Celsum 1,51 (PG 11, 756); JUSTINO, Diálogo con Trifón 78,5 (PG 6, 657).
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b) Dado a conocer por el cielo (Lc/02/08-14).

8 Había unos pastores en aquella misma región que pasaban la noche al aire libre, vigilando por turno su rebaño.

Los pastores eran gentes despreciadas. Tenían la mala fama de no tomar muy a la letra lo tuyo y lo mío; por esto mismo no se aceptaba su testimonio en los tribunales. Los pastores, los recaudadores de impuestos y los publicanos eran tenidos por incapaces, entre otras cosas, de actuar como jueces y como testigos, ya que eran sospechosos en cuestiones de dinero. Dios elige a los despreciados y a los pequeños; son capaces, aptos para recibir la revelación y para la salvación.

El ganado menor -contrariamente al ganado mayor- pasaba todo el tiempo, de día y de noche, en los pastos desde la fiesta de pascua hasta las primeras lluvias de otoño, es decir, desde marzo hasta noviembre. Por la noche se llevaba a los animales a apriscos o majadas para que estuvieran protegidos contra los ladrones y contra las bestias feroces. Del cuidado y protección del ganado se encargan los pastores, que se hacían cabañas con ramas para protegerse contra la intemperie y para el reposo nocturno. Los pastores, en su calidad de vigilantes, son de esas personas que observan lo que pasa a su alrededor, que están preparados a cada hora del día y de la noche. Precisamente esa actitud es decisiva en el tiempo final. «¡Y aun si llega (el señor) a la segunda o a la tercera vigilia de la noche, y los encuentra así (en vela), ¡dichosos aquellos!» (12,38).

9 Y un ángel del Señor se les presentó, y la gloria del Señor los envolvió en claridad. Ellos sintieron un gran temor. 10 Pero el ángel les dijo: No tengáis miedo. Porque mirad: os traigo una buena noticia que será de grande alegría para todo el pueblo. 11 Hoy, en la ciudad de David, os ha nacido un Salvador, que es el Mesías, el Señor. 12 Y esto os servirá de señal: encontraréis un niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre.

Dios mismo da a conocer a los pastores por medio de su ángel lo grande de la hora del mundo que ha comenzado con el nacimiento de Jesús. De repente e inesperadamente aparece el ángel en medio de una luz deslumbradora. Con resplandores de luz se manifiesta la gloria de Dios (Ex 16,10). Los pastores se ven envueltos en ese resplandor que dimana de los ángeles y que tiene su origen en Dios. En el ángel les está cercano Dios y su revelación. El temor es la reacción de los hombres ante la proximidad de Dios.

El ángel anuncia a los pastores un mensaje de alegría y de victoria (evangelium). Juan Bautista toma a su cargo este anuncio del ángel. «Anunciaba el Evangelio al pueblo» (3,18). Jesús continuará este anuncio: Tiene que anunciar a otras ciudades el Evangelio del reino de Dios (cf. 8,1), pues para ello le ha ungido Dios, «para anunciar el evangelio» (4,18). A Jesús suceden los apóstoles en el encargo de «anunciar el Evangelio de Jesucristo» (Act 5,42). La hora del nacimiento de Jesús es el comienzo de la buena nueva de gozo y de victoria, del Evangelio. Es traído al mundo de parte de Dios; en él se manifiesta la gloria de Dios.

El Evangelio del ángel no produce temor, sino gran alegría. Lo que ha asomado ya dondequiera que se ha anunciado el tiempo de la salvación (1,14.46s.48.68) se produce ahora todavía en mayor abundancia. Estalla la alegría. Los pastores son los primeros que reciben esta gran alegría. Ésta acompañará siempre a la predicación del Evangelio; porque el Evangelio anuncia y trae la salvación y con ella la alegría. «Volvieron, pues, los setenta llenos de alegría diciendo: ¡Señor, hasta los demonios se nos someten en tu nombre!» (10,17). Incluso la persecución por este Evangelio desencadenará la alegría: «Y llamando a los apóstoles (los miembros del sanedrín), después de azotarlos, les ordenaron que no volvieran a hablar del nombre de Jesús, y los soltaron. Ellos, pues, salían gozosos de la presencia del sanedrín, porque habían sido dignos de padecer afrentas por el nombre de Jesús» (Act 5,40s). Esta alegría alcanzará, no sólo a los pastores, sino a todo el pueblo. Los pastores son las primicias de los que reciben la alegría del tiempo de salvación; su gozo es fuente de una oleada de alegría que se extenderá a Israel y al mundo entero. ¿Cuál es el objeto de esta buena nueva de gran alegría? Hoy ha nacido... A éste hoy han mirado todas las promesas; hoy se ven cumplidas. Hoy se ha cumplido la Escritura» (4,21). El tiempo del cumplimiento y del fin ha comenzado.

El niño que ha nacido es el Salvador, el Mesías, el Señor. El título fundamental es Salvador. Jesús, después de su exaltación, es anunciado por Pedro como Señor y Mesías. «Sepa, por tanto, con absoluta seguridad toda la casa de Israel que Dios ha hecho Señor y Mesías a este Jesús a quien vosotros crucificasteis» (Act 2,36). Jesús («Yahveh es salvación») es Salvador, el Señor es el Señor divino, el Mesías es el ungido, el rey. El núcleo de la profesión de fe de la cristiandad: «Jesucristo es Señor» (Flp 2, 11), viene de Dios por boca de los ángeles. Esta profesión conviene ya a Jesús desde el día mismo de su nacimiento.

En la ciudad de David. Es significativo que el lugar del nacimiento de Jesús no se designe con su nombre corriente, Belén, sino con el nombre de dignidad de la historia de la salvación. Para que naciera Jesús en la ciudad de David, subió José de Galilea, de la ciudad de Nazaret, a Judea, a la ciudad de David, que se llama Belén (2,4). Allí tenía David su patria, y José su ciudad, porque era de la casa y familia de David. Jesús es «hijo de David», en él se cumplen las promesas de que se había hablado desde la anunciación (1,32s).

El mensaje del ángel está compuesto de tal forma que trae a la memoria la inscripción de Priene. Augusto es enviado como salvador. Pone término a todas las querellas. El natalicio del Dios emperador era para el mundo el comienzo de las buenas nuevas de alegría; las que siguen son las noticias de la declaración de mayor edad del príncipe heredero y sobre todo de la subida al trono del emperador. Al mensaje del culto al emperador contrapone el Nuevo Testamento el solo Evangelio del nacimiento de Jesús.

Habla el lenguaje de su tiempo, pues quiere hablar en forma realista y al alcance de todos. Conoce la expectación y la esperanza de los hombres, y responde con el Evangelio del nacimiento del niño en el estado y en el pesebre.

Los pastores reciben signos, por los que podrán reconocer la verdad del mensaje: un niño pequeño, envuelto en pañales, acostado en un pesebre. Por estos tres signos reconocerán al Señor Jesucristo. Todo esto está en contradicción con la expectación judía, en contradicción con lo que dice el mensaje. ¿Un niño desvalido, Salvador del mundo? ¿El Mesías, un niño envuelto en pañales? ¿El Señor, acostado en un pesebre? Al recién nacido se aplica lo que se dijo del Crucificado: Es escándalo para los judíos y necedad para los gentiles (ICor 1,23). Pero «lo necio de Dios es más sabio que los hombres, y lo débil de Dios, más poderoso que los hombres» (lCor 1,25).

13 Y de repente, apareció con el ángel una multitud del ejército celestial que alababa a Dios, diciendo: 14 Gloria a Dios en las alturas, y en la tierra paz entre los hombres, objeto de su amor.

Al mensaje se añade la alabanza; el anuncio termina en un responsorio hímnico de una multitud de los ejércitos celestiales. Numerosos ángeles rodean al único que anuncia la buena nueva. Los ejércitos celestiales son -según la concepción de los antiguos- las estrellas, ordenadas en gran número en el cielo y trazando sus órbitas, pero también los ángeles que las mueven. Los ángeles forman la corte de Dios, que es llamado también Dios Sebaot (Dios de los ejércitos). Al introducir al primogénito en el mundo, dice Dios: «Adórenlo todos los ángeles de Dios» (Heb 1,6). Los ángeles se interesan vivamente en el acontecer salvífico. Son «espíritus al servicio de Dios, enviados para servir a los que van a heredar la salvación» (Heb 1,14).

El canto de los ángeles es una aclamación mesiánica. No es deseo, sino proclamación de la obra divina, no es ruego, sino solemne homenaje de gratitud. En dos frases paralelas se expresa lo que el nacimiento de Jesús significa en el cielo y en la tierra, para Dios y para los hombres. Dado que el cielo y la tierra están afectados por este nacimiento, tiene éste un significado de alcance universal. Con el mensaje de navidad cobra nuevo giro el universo. El cielo y la tierra son reunidos por Jesús.

Gloria a Dios en las alturas. «Dios habita en las alturas.» En el nacimiento de Jesús, Dios mismo se glorifica. En el da a conocer su ser. Jesús es revelación acabada de Dios, reflejo de su gloria (Heb 1,3); él anuncia la soberanía de Dios, la trae y la lleva a la perfección; en él se hace visible el amor de Dios (Jn 3, 16). Al final de su vida podrá decir: «Yo te he glorificado sobre la tierra, llevando a término la obra que me habías encomendado que hiciera» (Jn 17,4).

En la tierra paz a los hombres, objeto de su amor. En la tierra viven los hombres. Por el recién nacido reciben paz. Jesús es príncipe de la paz. «Porque nos ha nacido un niño, nos ha sido dado un hijo, que tiene sobre su hombro la soberanía y que se llamará maravilloso consejero, Dios fuerte, Padre sempiterno, Príncipe de la paz, para dilatar el imperio y para una paz ilimitada, sobre el trono de David y sobre su reino, para afirmarlo y consolidarlo en el derecho y en la justicia desde ahora para siempre. El celo de Yahveh Sebaot hará esto» (Is 9,5). La paz encierra en sí todos los bienes salvíficos. La paz es restauración con creces de todo lo que los hombres habían perdido por el pecado; la paz es fruto de la alianza que había concluido Dios con Israel y que es renovada por Jesucristo. «La alianza es alianza de paz» (Is 50,10). La fe es reconciliación, gozo consumado; la predicación de Jesús es «Evangelio de la paz» (Ef 6,15). Él mismo es la paz.

Los hombres reciben paz porque Dios les ha mostrado su complacencia, su favor, su amor. Jesús garantiza a los hombres la complacencia y el amor de Dios. Sólo por éste puede salvarse el hombre. En un salmo de la secta de Qumrán se cantaba: «En tu cólera están (fundados) todos tus castigos, y en tu bondad la plenitud del perdón y de la misericordia con todos los hijos de tu complacencia». El himno angélico extiende la complacencia divina a todos los hombres. Por razón de Jesús puede alcanzar a todos la voluntad salvífica de Dios, con tal que muestren deseo de salvarse. «Porque así dice el Altísimo, cuya morada es eterna, cuyo nombre es santo: Yo habito en la altura y en la santidad, pero también con el contrito y humillado, para hacer revivir los espíritus humillados y reanimar los corazones contritos... Por la iniquidad de su violencia, me irrité, y ocultándome, le castigué sañudo. El rebelde seguía por los caminos de su corazón. Sus caminos los conozco yo, y le sanaré y le conduciré y le consolaré. Yo pondré cantos en los labios afligidos. Paz, paz al que está lejos y al que está cerca, dice Yahveh; yo le curaré. Pero los malvados son un mar proceloso, que no puede aquietarse, y cuyas olas arrojan cieno y lodo. No hay paz, dice Yahveh, para los impíos» (/Is/57/15-21).

El anuncio solemne del ángel exaltó al niño recién nacido como rey Mesías, el canto de los coros de ángeles lo celebra como príncipe de la paz, Salvador y sacerdote, que reconcilia y reúne el cielo con la tierra. El niño en el pesebre es sacerdote y rey del tiempo de la salvación.

El canto de los ángeles tiene relación con la aclamación del pueblo, que acompañaba a Jesús en su entrada en Jerusalén al comienzo de la semana de su pasión; el pueblo clamaba: «¡Bendito d que viene, el rey, en el nombre del Señor! ¡Paz en el cielo y gloria en las alturas!» (19,38) (*). La paz y la gloria que reinan en el cielo deben realizarse también en la tierra por Jesús. La entrada triunfal de Jesús en Jerusalén, donde le aguardan la muerte y Ia exaltación, se consuma como obra salvífica: se da a los hombres la paz y la gloria del cielo. Esta aclamación del pueblo se entiende como grito de oración, así como decía el orante judío: «La paz que reina en sus alturas, nos proporcionará paz a nosotros y a todo el pueblo de Israel.» Lo que comenzó por el nacimiento de Jesús, será llevado a término por su muerte. La entrada de Jesús en el mundo tiene su consumación en la entrada en Jerusalén y en la parusía. Belén, Jerusalén y mundo son las grandes etapas de la redención. Jerusalén está en medio con la «elevación» (9,51) en la cruz y la ascensión al cielo...
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* La tradición del texto dice: «En el cielo», pero quizá debiera decir: «en la tierra»; la falta se debe probablemente a una falsa resolución de abreviaturas.
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c) Anunciado por los pastores (/Lc/02/15-20).

15 Y cuando los ángeles los dejaron y se fueron al cielo, los pastores se decían unos a otros: Pasemos a Belén, a ver eso que ha sucedido, lo que el Señor nos ha dado a conocer. 16 Fueron con presteza y encontraron a María y a José, y al niño acostado en el pesebre.

El mensaje que transmitió Dios no es sólo palabra, sino, al mismo tiempo, acontecimiento: Mensaje que sucedió. Al acontecimiento sigue la palabra notificante. Pablo confiesa: «A mí, el menor de todo el pueblo santo, se me ha dado esta gracia: la de anunciar a los gentiles el Evangelio de la insondable riqueza de Cristo y dar luz sobre la economía del misterio escondido desde los siglos en Dios» (Ef 3,8s). La misma ley vige para Pablo que para los pastores. «A mí, el menor... el Evangelio de la insondable riqueza de Cristo... la economía del misterio» (la salvación que se da en Cristo); esto se aplica a todos los mensajeros que dan a conocer la economía y la realización de los divinos designios salvadores.

Una vez que los pastores hubieron recibido la buena nueva, habían de ser también testigos de lo que vieron. Creyeron y pudieron luego ver con sus propios ojos lo que habían creído. «Bienaventurada tú, que has creído...» Van con presteza, como María, a cumplir el encargo de Dios. La oferta de la salvación no sufre dilaciones. Los hombres comienzan a volverse hacia el niño en el pesebre. En Jesús está la salvación y la gloria de Dios.

Los pastores encontraron lo que buscaban conforme al signo y mediante la guía de Dios, que siempre guía de tal manera, que el hombre encuentra. Lo que vieron con los ojos fue a María y a José, y al niño acostado en el pesebre. Esto y nada más: nada de la madre virgen, nada de las grandezas que había expresado acerca de este niño el mensaje del ángel. Pero vieron a este niño, iluminados por la revelación de Dios. El signo de que la revelación de Dios se ha hecho realidad histórica, está delante de ellos en María y José, y en el niño acostado en el pesebre. El esplendor del Evangelio de navidad viene de la interpretación divina del nacimiento histórico de Jesús, pero el portador de este esplendor es el niño que ha nacido.

17 Al verlo, refirieron lo que se les había dicho acerca de este niño. 18 Y todos los que lo oyeron quedaron admirados de lo que les contaban los pastores. 19 María, por su parte, conservaba todas estas palabras en su corazón y las meditaba.

¿Qué efecto produce la vista con fe del hecho salvador? Los pastores han visto y refieren, dan a conocer lo que han visto. El contenido de su anuncio es éste: Lo que se les había dicho acerca de este niño; el hecho histórico del nacimiento de Jesús y las palabras que se les habían dicho acerca de este niño. Así se efectúa siempre el anuncio, la proclamación del Evangelio: «Os doy a conocer... el Evangelio..., que Cristo murió por nuestros pecados según las Escrituras» (lCor 15,1-5).

No todos pueden ver con sus ojos el acontecimiento: sólo los testigos predestinados por Dios (Cf. Act 10,40-43). Los otros oyen el mensaje de estos testigos. Como fruto inmediato del oír se recoge la admiración. Lucas es el evangelista que con más frecuencia hace notar que los hechos y palabras de Jesús despertaban admiración. El que experimenta la revelación de lo divino, se admira, sea que con fe y temor reverencial se asombre ante lo divino, o que admire lleno de presentimientos, o que rechace con crítica y sin comprensión. El que se asombra cuando se le presenta la revelación divina, todavía no cree: está en el atrio de la fe: ha recibido un impulso que puede suscitar fe, pero también provocar duda. ¿Puede originar más que asombro la predicación de los mensajeros de la fe? La decisión de creer es asunto personal de cada uno.

También María recibe de los pastores un mensaje sobre su hijo. Lo que le había dicho al ángel Gabriel y había sido confirmado por Isabel, es ahora profundizado por los pastores. No sólo se asombra, sino que conserva todas estas palabras en el corazón. Oyó la palabra de la manera que Dios quiere. En ella cae la semilla en buena tierra. La semilla que cae en «la tierra buena son los que oyen la palabra con un corazón noble y generoso, la retienen y por su constancia dan fruto» (8,15). Constantemente oye María algo nuevo sobre su niño. ¿Quién puede decir de una vez todas las riquezas que encierra este niño, de modo que el hombre comprenda? La riqueza que está contenida en la revelación de Cristo, sólo puede comunicarse cada vez por partes. Pero las partes deben compararse y combinarse. La fe madura combina los diferentes elementos, ordena y encuadra lo nuevo en lo que ya se posee. Lo que experimentó María en la anunciación, en la visita a Isabel y en el momento del nacimiento, fue para ella fuente inagotable de meditación, de sus decisiones, de oración, de alabanza, de gratitud, de gozo y de fidelidad. María es el prototipo de todos los que perciben la palabra y la acogen como es debido, el prototipo de los creyentes y consiguientemente el prototipo de la Iglesia, que acoge a Cristo con la fe y lo lleva en sí.

20 Y los pastores se volvieron, glorificando y alabando a Dios por todo lo que habían visto y oído, tal como se les había anunciado.

Dios había elegido a éstos, los más pobres de todos, que estaban en vela, para que recibieran el mensaje del nacimiento del Salvador. Los constituyó en testigos del Mesías recién nacido y los pertrechó para que fueran heraldos de la buena nueva. Ahora los hace volver a su vida cotidiana. Los pastores se volvieron.

A partir de entonces glorifican y alaban al Señor. Dios actúa mediante la venida y la acción de Jesús; pues Dios está con él. Realiza prodigios, milagros y signos por medio de Jesús. El asombro por los grandes hechos de Dios acompaña la entera vida de Jesús, en quien se reconoce la acción de Dios. Cuando Jesús recorre Palestina erumpe un júbilo de alabanza de Dios (Lc 5,25s; 7,16; 9,43; 13,13; 17,15; 18,42s). Incluso cuando muere en la cruz y clama con gran voz: «Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu», glorifica a Dios el centurión que lo había oído (23,47). Con tal glorificación de Dios comienza y termina el Evangelio. Después de la ascensión volvieron los discípulos a Jerusalén llenos de alegría y glorificaban a Dios continuamente en el templo (24,53). Cuando en la primitiva liturgia cristiana se hacían presentes los hechos de Jesús mediante la palabra y la fracción del pan, los creyentes terminaban respondiendo con alabanzas a Dios (Act 2,47).

Una vez más se dejan notar los efectos de esta liturgia de la alabanza y de la glorificación. Lo que habían visto y oído, tal como se les había anunciado. Los hechos salvíficos y su interpretación divina, que forman el centro del culto cristiano, llevan a la glorificación y a la alabanza de Dios. Para esto se escribió el Evangelio de Lucas: para que Teófilo y con él la Iglesia se persuadan de la certeza de aquello sobre lo que se les había instruido y que en el culto cristiano se hace presente y se celebra: Dios que causa la salud por Jesús.

3. IMPOSICIÓN DEL NOMBRE Y PRESENTACIÓN DE JESÚS (2,21-40).

Con el niño Jesús se procede conforme a las disposiciones de la ley (Cf.2,21.22-24.27.39). «Nació de mujer, nació bajo la ley» (Gál 4,4). En la observancia de la obediencia a la ley se hace patente su gloria en la circuncisión (2,21) y en el templo (2,22-39).

El camino del niño Jesús en el seno de su madre va de Nazaret, la pequeña e insignificante ciudad de Galilea, donde fue concebido, a Belén, la ciudad de David, donde nació -en pobreza y gloria-, y de allí a Jerusalén, a la ciudad de su «elevación» (9,51). Con esto se llega al punto culminante del relato de la infancia. La actividad pública de Jesús seguirá el mismo camino: de Galilea a Jerusalén, donde muere y es glorificado.

Como Juan, en el momento de la imposición del nombre, es celebrado en las palabras proféticas de su padre, así también Jesús adquiere todavía mayor esplendor gracias al Espíritu Santo, que habla por boca del profeta y de la profetisa. Juan es celebrado en casa de Zacarías, Jesús, en cambio, en el templo. Jesús es mayor que Juan.

a) Imposición del nombre (Lc/02/21).

21 Cuando se cumplieron ocho días y hubo que circuncidar al niño, le pusieron por nombre Jesús, como lo había llamado el ángel antes de ser concebido en el seno materno.

Con su nacimiento fue introducido Jesús en la existencia humana («lo envolvió en pañales»), en la estirpe de José, en el pueblo israelita, en la historia de los pobres y de los pequeños, en la obligación de la ley...

La ley mosaica regula la vida del israelita, por días, semanas y años. Cuando se cumplieron ocho días y hubo que circuncidar al niño, recayó sobre Jesús por primera vez la obligación de la ley: Jesús era «obediente» (Flp 2,8).

El Evangelio no dice expresamente que se efectuó en Jesús la circuncisión. El orden de la ley y su cumplimiento es el marco en que se desarrolla la vida entera de Jesús. Con él se cumple la ley, se realiza su pleno sentido. Con esta obediencia erumpe lo nuevo y grande. A la circuncisión está ligada la imposición del nombre. Dios mismo fijó el nombre de este niño pequeño. Se le llamó como había dicho el ángel. Con el nombre fija Dios también la misión de Jesús: Dios es Salvador. En Jesús trae Dios la salvación. «Jesús pasó haciendo bien y sanando a todos los oprimidos por el diablo, porque Dios estaba con él» (Act 10,38).

b) Presentación en el templo (Lc/02/22-24).

22 Cuando se cumplieron los días de la purificación de ellos según la ley de Moisés, lo llevaron a Jerusalén, para presentarlo al Señor, 23 conforme a lo que está escrito en la ley del Señor: Todo varón primogénito será consagrado al Señor; 24 y para ofrecer un sacrificio, como lo dice también la ley del Señor: un par de tórtolas o dos pichones.

La ley de la purificación establecía: «Cuando dé a luz una mujer y tenga un hijo, será impura durante siete días (estará excluida de los actos del culto); será impura como en el tiempo de su menstruación. El octavo día será circuncidado el hijo, pero ella quedará todavía en casa durante treinta y tres días en la sangre de su purificación; no tocará nada santo ni irá al santuario hasta que se cumplan los días de su purificación» (Lev 12,1-4). También con Jesús se practicó la purificación. Se dice, en efecto: Cuando se cumplieron los días de la purificación de ellos. «Purificación» tal vez signifique aquí consagración. La ley ordena acerca del primogénito: «Cederás a Yahveh todo ser que sea el primero en salir del seno materno, así como el primogénito de los animales que tengas; los machos pertenecen a Yahveh» (Ex 13,12). Esta prescripción de la ley tenía por objeto recordar la acción salvadora con que Dios sacó maravillosamente a Israel de la miseria de Egipto. «Y cuando tu hijo te pregunte mañana: ¿Qué significa esto?, le dirás: Con su poderosa mano nos sacó Yahveh de Egipto, de la casa de la servidumbre. Como el faraón se obstinaba en no dejarnos salir, Yahveh mató a todos los primogénitos de la tierra de Egipto, desde los primogénitos de los hombres hasta los primogénitos de los animales; por eso yo sacrifico a Yahveh todo primogénito de los animales y redimo todo primogénito de mis hijos» (Éx 13,14s). Los animales debían ofrecerse en sacrificio; el hijo primogénito varón era rescatado. El precio del rescate era de cinco siclos (*). Este precio podía pagarse en todo el país a cualquier sacerdote. María hizo la oferta prescrita para la purificación. Esta consistía en un cordero de un año en holocausto y un pichón o una tórtola como sacrificio expiatorio.

Los que no disponían de medios para ofrecer una cabeza de ganado menor, ofrecerían un par de tórtolas o dos pichones, uno en holocausto y otro como sacrificio expiatorio (Cf. Lev.12,6 8). María hizo la oblación de los pobres. Dios había mirado a su humilde esclava. María, José y Jesús contaban entre los pobres.

En el Evangelio no se dice expresamente que Jesús fue rescatado con la suma prevista. Fue llevado al templo para ser presentado. Mediante la presentación es consagrado a Dios y declarado posesión suya. Ana, madre de Samuel, llevó al templo el niño que había concebido, aunque era estéril, y lo consagró al servicio de Dios. Dijo: «Quiero yo dárselo a Yahveh, para que todos los días de su vida esté consagrado a Yahveh» (lSam 1,28).

Samuel era un hombre consagrado a Dios, Juan Bautista estaba consagrado a Dios, por lo cual no bebía nada inebriante. Jesús está todavía más consagrado a Dios. Es santo, porque nació de la virgen por la virtud del Espíritu Santo (1,35). Es siempre el Santo de Dios, enteramente consagrado a Dios, entregado al servicio de Dios. La presentación en el templo pone de manifiesto lo que hasta entonces estaba oculto acerca de él.
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Núm 3,47; 18,16. El siclo es una moneda judía que recibió su nombre del sistema de pesos. Según el sistema monetario fenicio, que fue introducido en Israel probablemente en tiempos de Salomón, un siclo de plata pesaba 1/15 del siclo de oro (109g/15); esta moneda servía de norma para las contribuciones que se pagaban al santuario (cf. Ex 30,13).
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c) Testimonio del profeta (Lc/02/25-35).

25 Vivía entonces en Jerusalén un hombre llamado Simeón; que era hombre honrado y piadoso, que esperaba el consuelo de Israel; el Espíritu Santo residía en él; 26 y le había sido revelado por el Espíritu Santo que no moriría sin ver antes al ungido del Señor.

Como los pastores en Belén, instruidos por el ángel de Dios, publican la grandeza del niño recién nacido, así también en el templo dos figuras de profetas, Simeón y Ana, iluminados por el Espíritu Santo, dan testimonio del significado salvífico de este niño. En Simeón produjo abundantes frutos la piedad veterotestamentaria. Simeón era fiel a la ley y temeroso de Dios. La ley y la sabiduría, cuyo principio es el temor de Dios habían dado la impronta a su conducta. Él aguarda el consuelo de Israel, la salud mesiánica, y a aquel que la ha de traer. Dios anuncia para el futuro: «Cantad, cielos; tierra, salta de gozo; montes, que resuenen vuestros cánticos, porque ha consolado Yahveh a su pueblo, ha tenido compasión de sus males» (Is 49,13). Dios consolará a su pueblo consumando la salvación mesiánica. Simeón es profeta. Dios le ha dado el Espíritu Santo, y así su palabra es revelación divina. Simeón tiene esta ventaja respecto a los demás profetas: antes de morir verá todavía al Ungido del Señor, al Mesías. Los otros profetas lo anuncian para un futuro remoto, él goza ya de su presencia.

27 Movido, pues, por el Espíritu, fue al templo, y cuando entraban los padres con el niño Jesús para cumplir la disposición de la ley con respecto a él, 28 Simeón lo tomó en sus brazos y bendijo a Dios.

Simeón, movido y guiado por el Espíritu, fue al templo en el momento en que era introducido Jesús. Mientras se cumple con la ley antigua, viene Simeón a conocer al Mesías, y los padres reciben la revelación profética acerca del niño. El templo y la ley, el culto y la revelación de la antigua alianza apuntan hacia el Mesías y conducen a él.

Allí está Simeón, iluminado por el Espíritu y penetrado de fe; toma al niño en sus brazos y bendice a Dios. Es la imagen del que ha recibido la salud. Simeón acoge al niño como se acoge a un huésped amigo, con todo respeto y amor. Así también deben ser acogidos los enviados de Dios. En los apóstoles viene Jesús mismo, en su palabra está él presente (Mt 10,40). El comienzo de tal acogida respetuosa y amante es la fe, y el fin es la alabanza de Dios, la bendición de aquel que ha dado toda bendición.

Y dijo:

29 Ahora, Señor, según tu promesa puedes dejar irse en paz a tu siervo; 30 porque vieron mis ojos tu salvación, 31 la que preparaste a la vista de todos los pueblos: 32 luz para iluminar las naciones y gloria de tu pueblo Israel.

La alabanza del profeta es el eco que responde a la revelación acerca del niño que tiene el anciano en sus brazos. Su cántico, el canto vespertino de su vida, está sostenido por las palabras y el espíritu del libro de Isaías (Cf. acerca del v. 30: Is 40,5; 52,10; acerca del v. 32: Is 42,6; 46,13; 49,6). Los hombres iluminados por el espíritu saben interpretar rectamente la Escritura y juzgar acerca de los acontecimientos salvíficos.

Dios es Señor, el hombre es siervo. La vida es una dura servidumbre. Quizá hubo de soportar Simeón cosas duras por razón de sus esperanzas mesiánicas. La muerte acabará ahora con esta relación de servidumbre. Se ha realizado el anhelo de una vida. Le es dado ver con los ojos del cuerpo al Salvador y Redentor, sin tener que contentarse con reconocerlo de lejos en las visiones proféticas. «Dichosos los ojos que ven lo que estáis viendo» (10,23). Puede partir de la vida en paz, con el corazón satisfecho, agraciado con la salvación que trae Jesús. Su vida es una vida llena, porque ha visto a Jesús...

Jesús es el Mesías enviado por Dios para la salvación. Es lo que dice su nombre: Salvador. En él ha preparado Dios la salvación a la vista de todos los pueblos. Ahora se cumplen las palabras de Isaias: «Yahveh alza su santo brazo a los ojos de todos los pueblos, y los extremos confines de la tierra ven la salvación de nuestro Dios» (Is 52,10). Con esto no se dice todavía que todos los pueblos participen en la salvación. Pero cuando el Señor muestre la salvación a la vista de todos los pueblos, ¿qué sucederá entonces? El niño que lleva Simeón en brazos es una luz para iluminar las naciones. Ahora se cumple lo que se había preanunciado: «Levántate y resplandece, que ya se alza tu luz, y la gloria de Yahveh alborea para ti, mientras está cubierta de sombras la tierra y los pueblos yacen en tinieblas. Sobre ti viene la aurora de Yahveh y en ti se manifiesta su gloria. Las gentes andarán a tu luz, y los reyes, a la claridad de tu aurora» (Is 60, 1-3). «Yo te hago luz de las gentes para llevar mi salvación hasta los confines de la tierra» (Is 49,6; d. 42,6). En Israel alborea la luz que es Jesús, pero más allá de Israel ilumina también a los pueblos gentiles. Atraídos por esta luz acuden las naciones al pueblo de Dios iluminado, en el que habita el Mesías.

Era también inevitable que Israel recibiera gloria por Jesús. De él dimana por Jesús el resplandor de Dios y los pueblos glorifican a Israel. Lo que ya se había insinuado en el cántico de María y en el cántico de los ángeles, lo publica ahora el anciano profeta en toda su amplitud, apoyándose en la predicción de Isaías: Dios otorga en Jesús la salud al mundo entero. «Todos han de ver la salvación de Dios» (3,6). «Sabed pues, que a los gentiles ha sido ya transferida esta salvación de Dios, y ellos la escucharán» (Act 28,28).

33 Su padre y su madre estaban maravillados de las cosas que se decían de él.

También María y José, los más próximos a Jesús entre todos los hombres, tienen necesidad de la palabra reveladora para poder comprender lo que Dios ha hecho en Jesús para los hombres, «el Evangelio de la insondable riqueza de Cristo» (Ef 3,8). Por mucho que sea lo que se perciba de esta riqueza, todavía es más lo que se sustrae a la comprensión.

También los padres de Jesús se maravillan y se asombran. Sin embargo, no están en el atrio de la fe, sino que creen. Su fe descubre y reconoce las profundidades de la sabiduría y del amor divinos. Se maravillan, penetrados de respeto y reverencia. De las profundidades de su corazón emocionado brota alabanza a Dios y vida religiosa.

34 Simeón los bendijo; luego dijo a María, su madre: Mira: éste está puesto para caída y resurgimiento de muchos en Israel, y para señal que será objeto de contradicción, 35 y a ti una espada te atravesará el alma, para que queden patentes los pensamientos de muchos corazones.

María y José llevaron bendición a Simeón por medio del niño. «Bendito Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo, que nos bendijo con toda bendición espiritual en los cielos, en Cristo» (Ef 1,3). El anciano profeta bendice, en cambio, a los padres.

Jesús es una figura en que se cifra la decisión, la división de los campos. «Él será piedra de tropiezo para las dos casas de Israel, lazo y red para los habitantes de Jerusalén. Y muchos de ellos tropezarán, caerán y serán quebrantados, y se enredarán en el lazo y quedarán cogidos» (Is 8,14s). Pero también se aplica a Jesús: «Yo he puesto en Sión por fundamento una piedra, piedra probada, piedra angular, de precio, sólidamente asentada. El que en ella se apoye, no titubeará» (Is 28,16). Para esto destinó Dios a Jesús: para que todo Israel tome en él su decisión. El que es uno con él, se ve levantado, salvado; en cambio, el que está en contradicción con él, cae en la perdición. No por ser Israel el pueblo elegido de Dios recibe la salud y logra la salvación, sino porque toma su decisión optando por Jesús. Lo que salva en el juicio no es la pertenencia a Israel, sino la decisión por el signo erigido por Dios. Sólo el que se decide por Jesús pertenece verdaderamente al pueblo de Dios.

Jesús es signo, señal, porque sitúa al hombre ante la decisión. Es objeto de contradicción. La entera historia de la revelación está llena de contradicción. San Pablo lo expresa con la frase profética: «Todo el día estuve con las manos extendidas hacia un pueblo indócil y rebelde» (Rom 10-21; cf. Is 65,2). San Esteban, después de compendiar la historia de la salud, saca esta conclusión: «¡Gentes de dura cerviz e incircuncisos de corazón y de oídos! Siempre estáis resistiendo al Espíritu Santo. Como vuestros padres, igual vosotros» (/Hch/07/51). Toda contradicción contra Dios se recoge en la contradicción contra Jesús.

María, madre de Jesús, está incorporada a la suerte de su Hijo. Y a ti... Simeón se dirige a ella. El oráculo profético, según el cual Jesús es una señal que será objeto de contradicción, se dirige en primer lugar a María. La contradicción de que será objeto Jesús, le afectará también a ella. Una espada te atravesará el alma. Por los ataques contra Jesús, ella misma sentirá dolor en el alma. María es la madre dolorosa que está en pie junto al Crucificado. Todavía no se habla de la cruz, pero ésta es la última consecuencia de la contradicción.

La contradicción de que es objeto Jesús y el dolor que experimenta María tiene una finalidad fijada por Dios: para que queden patentes los pensamientos de muchos corazones. La decisión que se toma ante la señal que es Jesús, descubre las profundidades ocultas de los sentimientos humanos. Por Jesús, que está ligado con María, se formula un juicio contra la humanidad. «Y ésta es la condenación: que la luz vino al mundo, y los hombres amaron más las tinieblas que la luz, porque las obras de ellos eran malas» (/Jn/03/19). El Dios encarnado es señal que sería objeto de contradicción, pero aún lo será más el Crucificado. María, la madre que lo engendró como hombre sujeto al sufrimiento, sufre con él de la contradicción. La unión con ella es la señal, objeto de contradicción; el escándalo es la humanidad de Jesús (Cf. Lc 4,22; 7,23; 23,35).

María y Jesús no se deben separar. Esta inseparabilidad continúa en la Iglesia y en Jesús. Ambos juntos son la señal de la decisión, de la manifestación del estado interior del hombre, de si uno es hombre de obediencia o de desobediencia, hombre de contradicción o de entrega.

d) Testimonio de la profetisa (Lc/02/36-38).

36 También estaba allí una profetisa, Ana, hija de Fanuel, de la tribu de Aser. Ésta era ya de edad muy avanzada. Casada desde jovencita, había vivido con su marido siete años; 37 Y era una viuda que llegaba ya a los ochenta y cuatro. No se apartaba del templo, sirviendo a Dios noche y día con ayunos y oraciones.

Al profeta se añade la profetisa. Israel tuvo siempre también mujeres dotadas de espíritu. La teología rabínica cuenta siete de ellas. Está anunciado que en los últimos tiempos profetizarán los hijos y las hijas de Israel. «Aun sobre vuestros siervos y siervas derramaré mi espíritu en aquellos días, y hablarán proféticamente» (Jn 3,2; Act 2,18). A la grave palabra del juicio, de la contradicción y de la espada siguen palabras de consolación y de aliento. El nombre de la profetisa y los de sus antepasados significan salvación y bendición. Ana quiere decir: Dios se ha compadecido; Fanuel, Dios es luz; Aser, felicidad. Los nombres no carecen de significado. Lo que significan estos nombres emana de las personas y de sus palabras y lo sumerge todo en el resplandor de la alegría, de la gracia y del favor de Dios. El tiempo mesiánico es un tiempo de profusión de luz. Ana está, como Simeón, formada por la piedad veterotestamentaria. Su avanzada ancianidad demuestra la complacencia de Dios que reposa en ella; en el momento del encuentro con Jesús tenia Ana más de cien años. Su vida era ordenada y casta. Había casado todavía jovencita, su matrimonio duró siete años, y su casta viudez doce veces más: ochenta y cuatro años en total (Cf. Jdt 8,4ss.; 16,22s.). Su vida estaba dedicada a la oración, a las visitas al templo (asistencia al culto) y al ayuno, noche y día. Vivía completamente para Dios, en la presencia de Dios. Ana es presentada como modelo luminoso de las viudas cristianas. «La viuda de verdad, la que está desamparada, tiene su esperanza puesta en Dios y se dedica a las súplicas y oraciones, día y noche» (lTim 5,5).

38 Presentándose en aquel mismo momento, glorificaba a Dios, y hablaba del niño a todos los que esperaban la liberación de Jerusalén.

Ana es testigo de la gran hora de gracia del templo. Con la luz del Espíritu Santo reconoce al Mesías en el niño que llevaba María al templo. Glorificó a Dios, como alternando en un responsorio con Simeón. Como había reconocido la venida del Mesías y quedó llena de gozo, se convirtió en apóstol. No cesaba de hablar de él a todos los que esperaban al Redentor. Su mensaje halla límites en la mayor o menor disposición para aceptarlo. La palabra de la revelación debe aceptarse, como se acoge a un huésped... Jesús es la liberación de Jerusalén. Con la aparición de Jesús en el templo se inicia la liberación de todos los enemigos (1,68.71): mediante la gracia de Dios que perdona. Jesús mismo es la liberación, la redención (24,21). En él está presente la salvación escatológica. La historia de la infancia ha llegado a su punto culminante. En el templo de Jerusalén se revelan dos cosas: la contradicción contra Jesús y la aceptación creyente, condenación y salvación, caída y resurgimiento. Se cumple lo que había predicho Malaquías: «En seguida vendrá a su templo el Señor a quien buscáis, y el ángel de la alianza que deseáis. Ved que viene ya» (Mal 3,1). Este día es día de juicio: «¿Y quién podrá soportar el día de su venida? ¿Quién podrá mantenerse firme cuando aparezca? Porque será como fuego de fundidor y como lejía de batanero» (Mal 3,2). El día es también día de salvación. «Entonces agradará a Yahveh el sacrificio de Judá y de Jerusalén, como en los días pasados y como en los años antiguos» (Mal 3,4). De Jerusalén, donde se erige en el templo la señal, irradia la luz para la iluminación de los gentiles, se pone de manifiesto la gloria de Israel. Esto sucede ahora que Jesús es llevado al templo, esto sucederá todavía más cuando sea «elevado» en Jerusalén, es decir, cuando sea exaltado a la gloria. Entonces será reunido el nuevo pueblo de Dios, y sus mensajeros partirán de Jerusalén al mundo a fin de reunir a los pueblos en torno a la señal de Cristo.

e) Regreso a Nazaret (Lc/02/39-40).

39 Y después de cumplirlo todo según lo que mandaba la ley del Señor, se volvieron a Galilea, a su ciudad de Nazaret.

Jesús fue manifestado en Jerusalén a la sazón en que cumplía obedientemente con la ley. «Nacido bajo la ley» (Gál 4,4), Dios lo glorificó por los profetas. La obediencia lo exaltará y lo glorificará de tal modo que el universo confiese que Jesucristo es Señor (Flp 2,11).

Pasada la gran hora de Jerusalén, es llevado Jesús de nuevo a Galilea, a su ciudad. De la gloria de Dios vuelve otra vez a la ciudad que había pasado sin pena ni gloria por la historia de Israel. Nazaret era su ciudad, la ciudad de María y de José. Jesús sigue a su madre, y ésta a José, su esposo. Una vez más está Jesús bajo la obediencia. «Nacido de mujer» (Gál 4,4), su vida es un despojarse de la gloria de Dios mediante la vida de obediencia.

40 EI niño crecía y se robustecía, llenándose de sabiduría, y la gracia de Dios residía en él.

El hombre completo necesita fuerzas corporales y espirituales, la sabiduría y la gracia de Dios. Pablo desea a los Tesalonicenses: «Vuestro espíritu, vuestra alma y vuestro cuerpo sea custodiado irreprochablemente para la parusía de nuestro Señor Jesucristo» (lTes 5,23). Jesús iba creciendo en fuerzas físicas y se robustecía en el espíritu. Está colmado de sabiduría a fin de poder vivir conforme a la voluntad de Dios.

La dinámica del crecimiento y del desarrollo mental es también un signo en la infancia de Jesús. Sobre su vida reposa la gracia, el favor de Dios, que es el sol que brilla sobre todo crecimiento, la fuerza que origina toda dinámica. También del niño Juan se dijo que crecía corporal y espiritualmente (1,80), pero no se habló de sabiduría y gracia de Dios. Jesús es más grande que Juan ya desde la infancia.

4. EL NIÑO DE DOCE AÑOS (2,41-52).

a) Jesús en el templo (Lc/02/41-52).

41 Iban sus padres todos los años a Jerusalén por la fiesta de pascua.

El clima religioso en que creció Jesús era el de la piedad veterotestamentaria. Parte importante de ésta eran las peregrinaciones al templo. «Tres veces cada año celebraréis fiesta solemne en mi honor. Guarda la fiesta de los ácimos... También la solemnidad de la recolección, de las primicias de tu trabajo, de cuanto hayas sembrado en tus campos...

También la solemnidad del fin del año y de la recolección, cuando hubieres recogido del campo todos sus frutos. Tres veces en el año comparecerá todo varón ante Yahveh, tu Dios» (ÉX 23,14-17). La sagrada familia hacía más de lo que exigía la ley. En efecto, también María hacía la peregrinación, aunque ésta no obligaba a las mujeres. El niño los acompañaba para irse acostumbrando al cumplimiento de la ley. Según la prescripción de los doctores de la ley, el muchacho que había cumplido los trece años estaba obligado a cumplir con todos los preceptos de la ley.

42 Y cuando cumplió los doce años, subieron a la fiesta, según la costumbre, 43 Y, terminados aquellos días, al regresar ellos, el niño Jesús se quedó en Jerusalén, sin que lo notaran sus padres. 44 Creyendo ellos que estaría en la caravana, hicieron una jornada de camino. Luego se pusieron a buscarlo entre los parientes y conocidos; 45 pero, como no lo encontraron, se volvieron a Jerusalén en busca de él.

La fiesta pascual de los ácimos duraba siete días. La vuelta sólo se podía emprender pasado el segundo día de la fiesta; la sagrada familia se quedó allí la semana entera. Al final emprendieron la vuelta María y José. Se viajaba en una caravana. La fila no era compacta: iba dividida en grupos de parientes y conocidos. Esta manera de peregrinar juntos aumentaba la seguridad y daba a la vez cierta libertad de movimientos. El niño Jesús se desprendió de la guía y solicitud materna, con que María lo rodeaba durante la infancia. Se quedó en Jerusalén.

Había terminado la primera jornada de viaje. Las familias se reunieron. Se echó de menos a Jesús. Comenzó la búsqueda. La decisión de Jesús es un enigma...

46 Y resultó que a los tres días lo encontraron en el templo, sentado ante los doctores, escuchándolos y haciéndoles preguntas. 47 Todos los que le oían, se quedaban asombrados de su talento y de sus respuestas.

Los pórticos del atrio exterior del templo eran utilizados por los doctores de la ley para dar lecciones. El método didáctico de los rabinos era la discusión. Según un dicho judío, se llega al conocimiento de la ley mediante la investigación de los colegas, mediante la discusión de los discípulos. Se pregunta y se responde, se escucha y se añade algo. Jesús está probablemente sentado en el suelo en medio de los doctores. El asombro de los doctores de la ley confirma el conocimiento de la misma que tiene Jesús. Más tarde se le interpelará como a maestro y por tal se le tendrá (10,25). Entonces se admirará el pueblo de su doctrina y asegurará que enseña con autoridad y no como los doctores de la ley (Mt 7,28s). Sus adversarios preguntarán extrañados: «¿Cómo sabe éste de letras, sin haber estudiado?» (Jn 7,15). Él proclama la voluntad de Dios en forma nueva y directa; reivindica ser el único maestro de la voluntad divina. «Uno sólo es vuestro maestro» (Mt 23,8), a saber, Cristo. Algo de esta vocación docente asoma ya en el templo en Jerusalén.

48 Al verlo, se quedaron profundamente impresionados; entonces su madre le dijo: Pero, hijo: ¿Por qué lo has hecho así con nosotros? Mira que tu padre y yo, llenos de angustia, te estábamos buscando.

Las palabras de María son expresión espontánea del dolor y de la angustia durante las largas horas de la búsqueda. María es una verdadera madre. La exposición tan sencilla y tan natural en nada disimula los sentimientos humanos.

Jesús ha obrado por su cuenta. María le habla como a niño, aunque ya es un muchacho. Hasta ahora no había hecho nada a espaldas de su padre y de su madre; por eso lo buscan ahora con tanta aflicción. En él hay enigmas. ¿Por qué lo has hecho así con nosotros? La relación del niño con su padre y su madre parece ser como la de todos los niños. Cuando el niño se va haciendo mayor, surgen enigmas. La seguridad de sí con que se expresa Jesús es algo que consterna a los padres. Jesús los sitúa constantemente ante nuevos misterios, más que los otros niños. Es que la conciencia que tiene de sí supera a la de cualquier ser humano.

49 Pero él les contestó ¿Por qué me buscabais? ¿No sabíais que tenía que estar en las cosas de mi Padre? 50 Ellos, sin embargo, no comprendieron lo que les había dicho.

Las primeras palabras que los Evangelios ponen en boca de Jesús nos muestran una profunda conciencia de sí mismo; son unas palabras que desligan a Jesús de toda dependencia humana y lo ponen por encima de toda inteligencia limitada, unas palabras que indican ya el rumbo de su vida. También en esto supera Jesús a Juan. Mientras que éste es ya hombre cuando siente su vocación (1,80), Jesús conoce ya la suya en los umbrales de la juventud. No sin razón se sitúa la narración entre las dos menciones de la sabiduría de Jesús (2,40.52); Jesús tiene sabiduría porque es Hijo de Dios. «El justo pretende tener la ciencia de Dios y llamarse hijo del Señor» (Sab 2,13).

Jesús tiene que estar en las cosas de su Padre. Con esta expresión se refiere Jesús al templo. El templo está consagrado a Dios, en él está Dios presente. Jesús llama Padre a Dios, en su lengua materna Abba. Así llaman los niños pequeños a su padre carnal. También más tarde conservará Jesús esta designación de Dios. De esta expresión filial hace el fundamento de sus relaciones, y de las de los suyos, con Dios (Cf. Rom 8,15; Ga 4,6). Sobre la vida de Jesús se cierne una necesidad que rige su actuación (4,43), que lo lleva al sufrimiento y a la muerte y por tanto a su gloria (9,22; 17,25). Esta necesidad tiene de ser en la voluntad de Dios consignada en la Sagrada Escritura, voluntad que él sigue incondicionalmente.

Jesús debe estar en las cosas de su Padre. Se refiere al templo, pero no lo menciona. Con su venida, el antiguo templo pierde su posición en la historia de la salud. Un nuevo templo viene a ocupar su lugar; el templo está allí donde se realiza la comunión de Padre e Hijo. En la vida de Jesús ocupa Jerusalén un puesto destacado. En Jerusalén ha puesto él la mira. Allí se cumple la voluntad del Padre en su muerte y en su exaltación. Así se edifica una nueva Jerusalén con un nuevo templo. «Y vi la ciudad santa, la nueva Jerusalén, que bajaba del cielo de parte de Dios... y oí una gran voz que procedía del trono, la cual decía: Aquí está la morada de Dios con los hombres, y morará con ellos, y ellos serán su pueblo, y Dios mismo con ellos estará» (Ap 21,2s).

Tampoco María y José entendieron estas palabras. A lo largo de la historia de la infancia recibe María revelación sobre su hijo por ángeles, profetas y por la Sagrada Escritura. Las palabras que se le dirigen las combina ella para formar una imagen cada vez más completa. Aun después de la revelación y de la meditación quedan enigmas. Sólo gradualmente se levantan los velos que encubren los abismos del amor de Dios y de su ungido. A cada descubrimiento sigue un nuevo enigma: El nacimiento en el establo, su infancia, su vida con los parientes y con el pueblo, sus fracasos, su muerte en cruz...

Nosotros tenemos constantemente necesidad de la palabra revelada y de la meditación sobre Jesús y sobre el acontecer salvífico. Por muy familiar que se nos hiciera Jesús, aun entonces nos quedarían obscuridades y enigmas. El acceso a Jesús será siempre en la tierra la fe. Ahora bien, la fe no es todavía visión.

b) De nuevo en Nazaret (2,51-52).

51 Bajó con ellos y regresó a Nazaret, y vivía sujeto a ellos. Pero su madre conservaba todas estas palabras en su corazón.

La gran vivencia había pasado; él estaba en lo que es de su Padre, de este mundo de su comunión con el Padre se proyecta un rayo de luz sobre sus palabras de revelación. Ahora comienza un nuevo descenso. Nazaret es la ciudad a la que tiene que bajar: en la predicación, ahora al comienzo de su actividad...

Estaba sujeto a ellos: a José y a María. Guardaba la verdad de su filiación divina mostrándose obediente. Con la obediencia se prepara para su glorificación después del bautismo. «Testigos de estas cosas somos nosotros y el Espíritu Santo que Dios ha concedido a los que le obedecen» (Act 5,32).

Los acontecimientos de la historia de la infancia tienen carácter de revelación; son hechos y palabras. María los conservaba en su corazón (cf. 2,19). Llenaban su espíritu y se convertían en luz de su vida. Nadie, fuera de su madre, podía ser testigo de la historia de la infancia. Ella era el testigo fidedigno, pues conservaba en el corazón todo lo sucedido. Lucas menciona estos hechos porque lo investigó todo comenzando desde el principio.

52 Y Jesús iba progresando en sabiduría, estatura y gracia ante Dios y los hombres.

Lo que se dice con las palabras lo confirma también la elección de los términos: según el texto original, Jesús pasa de infante (2,12.16) a niño (2,17.27.40) y a muchacho (2,43). Ahora ocupa el primer puesto el crecimiento en sabiduría. No sólo Dios le otorga gracia, sino también los hombres. Jesús crece en el sentido de la comunión con los hombres. Del joven Samuel se dice que iba creciendo y se hacía grato tanto a Yahveh como a los hombres» (lSam 2,26). Lucas habla de Jesús con palabras de la historia de Samuel. Con este hombre comienza la serie de los profetas: «Y todos los profetas, desde Samuel en adelante, cuantos hablaron, anunciaron también estos días (de Jesucristo)» (Act 3,24; cf. 13,30). Jesús tiene que esperar hasta que llegue la hora en la que el crecimiento alcance la meta; entonces se presentará como profeta que superará a todos los profetas por la sabiduría de su conocimiento de Dios.