Nos
dejaste tu último recuerdo
Fuente:
Autor: P. Fintan Kelly
Tomó luego pan, y, dadas las gracias, lo partió y se los dio diciendo. Este
es mi cuerpo que es entregado por vosotros; haced esto en recuerdo mío. De igual
modo, después de cenar, tomó la copa, diciendo: Esta copa es la Nueva Alianza en
mi sangre, que es derramada por vosotros.Lc 22,19-20
Jesucristo realmente esta presente en la Eucaristía
La presencia real de Cristo en la Eucaristía es la fe de la Iglesia durante
2,000 años. Tiene una base escriturística firmísima. Cristo no dijo: “Este
PARECE mi cuerpo, y esto PARECE mi sangre” sino “Este ES mi cuerpo, y esto ES mi
sangre” (Lc 22,19-20).
El Catecismo en el n.1336 recuerda la polémica que se produjo cuando Cristo
anunció el misterio de la Eucaristía:
El primer anuncio de la eucaristía dividió a los discípulos, igual que el
anuncio de la pasión los escandalizó: “Es duro este lenguaje, ¿quién puede
escucharlo?” (Jn 6,60).
La Eucaristía y la cruz son piedras de tropiezo. Es el mismo misterio, y no cesa
de ser ocasión de división.
¿También vosotros queréis marcharos? (Jn 6, 67); esta pregunta del Señor resuena
a través de las edades, como invitación de su amor a descubrir que sólo Él tiene
‘palabras de vida eterna’ (Jn 6, 68), y que acoger en la fe el don de su
eucaristía es acogerlo a Él mismo.
Delante del misterio de la Eucaristía, debemos maravillarnos. No debemos
acostumbrarnos a su presencia en este sacramento. Cada vez que lo visitamos o lo
recibimos en la Misa, debemos renovar nuestra fe en Él.
Ciertamente en esta vida, no creo que se pueda dar dicha mayor, ni mayor
dignidad, ni mayor consuelo que el de sentirse poseedores del gran poder que
hace que se transforme el pan en el Cuerpo Santísimo de Nuestro Señor
Jesucristo.
Cada mañana, cada vez que lo puedo traer a mis manos y hacerlo bajar a mi
corazón, paréceme estar en un nuevo Belén y asistir a un nuevo Calvario.
Con cuánto gusto, y Él es testigo de que digo la verdad, daría yo todo el oro,
todos los honores, toda la fama de este mundo, y me abrazaría a la pobreza, a la
humillación y a todo cuanto se puede imaginar de desagradable y doloroso, sólo
por tener una sola vez la dicha de hacerle bajar a mis manos. Yo creo que la
dicha de esos momentos de la vida sólo es comparable al cielo donde se le puede
poseer sin el velo del sacramento que nos lo oculta.
La Eucaristía es una gran manifestación del amor personal de Cristo para cada
alma. Si Cristo se entrega a cada hombre sin distinción de raza, de posición
social... quiere decir que cada hombre vale para Él.
Él está disponible para toda persona que se le acerca. Nosotros somos muy
rápidos para poner a los demás en categorías, en parámetros de más y de menos,
pero esta manera de pensar no va de acuerdo con la doctrina eucarística de
Cristo. Para Él todos los hombres son igualmente importantes. En la Misa Él no
selecciona a las personas, no decide entrar en las almas de los más ricos en vez
de los más pobres, o viceversa; no opta por entrar únicamente en las personas
más puras en vez de los pecadores...
Si no cultivamos nuestro amor a Cristo Eucaristía, poco a poco se irá enfriando.
He aquí algunas sugerencias para foguear nuestra vida eucarística.
Debemos procurar comulgar siempre que podamos. Naturalmente es necesario hacerlo
dignamente: si tenemos un pecado grave es necesario confesarnos antes con el
sacerdote. El no comulgar cuando podemos es como ir a una cena y no comer nada;
sería un insulto para el anfitrión. En la Misa, Cristo me prepara una mesa y la
comida es Él mismo . Es el mayor acto de amor que se puede imaginar: darse a
comer a otro. Para Cristo es posible porque se hace Eucaristía para estar con
cada hombre.
Ayuda mucho el visitar a Cristo en el sagrario. Muchas veces Él parece el amigo
más solitario que existe. Todos apreciamos la visita de un amigo y Cristo no es
ninguna excepción.
Nos dejaste tu último recuerdo palpitante caliente, a través de los siglos,
para que recordáramos aquella noche en que prometiste quedarte en los altares
hasta el fin de los tiempos, insensible al dolor de la soledad en tantos
sagrarios.
Debemos dar tiempo al Amigo, visitándolo en su casa, que es la Iglesia. Con
mucha frecuencia damos la impresión de que lo que menos nos interesa es estar
con El, pues hacemos unas visitas relámpagos casi sin decirle nada.
Cuando no podemos visitarlo en una Iglesia, es bueno hacer comuniones
espirituales. Estas consisten en hablar con Él que está en nuestra alma y
decirle que deseamos recibirle lo antes posible. Es algo así como un novio que
manda una carta a su novia, diciéndole que desea verla pronto. Las comuniones
espirituales son detalles que sólo los que aman de verdad entienden.
La Eucaristía, en cierto sentido, es un compendio de todo el evangelio. Allí
Cristo nos da muchas lecciones desde la cátedra del sagrario.
Ante todo nos enseña la humildad. Él que es Dios mismo, nuestro Creador, la
Sabiduría infinita, el Omnipotente... está allí en el silencio del sagrario.
Cuando nosotros tenemos un éxito en algún campo, somos muy rápidos para
publicarlo; nos gusta que todo el mundo reconozca nuestro valor y quienes somos.
No es así con Cristo Eucaristía: Él está allí en el silencio más profundo sin
publicar quién es. ¡Qué lección de caridad! Cristo está allí disponible. Él está
siempre presente para ayudar, para tender la mano. Delante de Cristo Eucaristía
se han arrodillado miles de personas durante los últimos 2,000 años: señores y
señoras, niños y adultos, santos y pecadores, gente muy culta y gente muy
sencilla... Él está allí como un trozo de pan al cual puede acudir cualquier
persona para satisfacer su hambre.
Cristo es constante en su amor en la Eucaristía. Nunca dice “Me voy” o “No tengo
tiempo”. Es el eterno disponible.
¡Cuánto nos cuesta dar a los demás nuestro tiempo! La permanencia de Cristo
Eucaristía es como un reflejo en el tiempo del eterno amor de Dios hacia cada
alma.
Sin más gozo que ser el eterno adorador inmolado sobre el blanco mantel; sin
más consuelo que saber que eras el compañero de tus elegidos, que harías más
breve su dolor desde tu puesto vigilante, amoroso.