Lc 17, 1-10
Lc 17. 7-10
El Buen Pastor
Se le acercaban todos los publicanos y pecadores para oírle. Pero los
fariseos y los escribas murmuraban diciendo: «Éste recibe a los pecadores y
come con ellos». Entonces les propuso esta parábola: «¿Quién de vosotros, si
tiene cien ovejas y pierde una, no deja las noventa y nueve en el campo y va
en busca de la que se perdió hasta encontrarla? Y, cuando la encuentra, la
pone sobre sus hombros gozoso, y, al llegar a casa, convoca a los amigos y
vecinos y les dice: "Alegraos conmigo, porque he encontrado la oveja que se me
perdió". Os digo que, del mismo modo, habrá en el Cielo mayor alegría por un
pecador que hace penitencia que por noventa y nueve justos que no la
necesitan. O ¿qué mujer, si tiene diez dracmas y pierde una, no enciende una
luz y barre la casa y busca cuidadosamente hasta encontrarla? Y cuando la
encuentra, reúne a las amigas y vecinas diciéndoles: "Alegraos conmigo, porque
he encontrado la dracma que se me perdió". Así, os digo, hay alegría entre los
ángeles de Dios por un pecador que se arrepiente». (Lc 17, 1-10)
Jesús, Tú eres el buen pastor que da su vida por sus ovejas [Jn 10, 11].
Conoces a cada una: las cuidas con cariño, las defiendes de los constantes
peligros, y les obtienes alimento abundante. Yo vine para que tengan vida y
la tenga en abundancia [Jn 10, 10]. Yo soy oveja de tu rebaño; conozco tu voz
y Tú la mía. Sabes de que pasta estoy hecho, y por eso me atiendes con
cuidados especiales.
Aun y así, Jesús, a veces me despisto y te pierdo. Seguirte es fácil cuando
el pasto es abundante y está al alcance de mi mano. Pero cuando el camino se
hace cuesta arriba; cuando parece más apetecible o más divertido quedarse
rezagado, ¡cómo cuesta seguirte, Jesús! Y te abandono.
Enseguida, mi pequeño y egoísta
paraíso se agosta, y me quedo solo. ¿Cómo volver de nuevo a Ti? Es la
conversión. Jesús, perdóname: Te he abandonado por mi culpa; ya no más, ya no
más. Y, al instante, tu luz y tu consuelo me llenan de nuevo: porque has
venido a buscar a la oveja perdida. Hay alegría en el cielo y entre los
ángeles de Dios, porque este hijo mío estaba muerto y ha vuelto a la vida,
estaba perdido y ha sido encontrado [Lc 15, 24].
Otra caída... y ¡qué caída!... ¿Desesperarte? No: humillarte y acudir, por
María, tu Madre, al Amor Misericordioso de Jesús. -Un «miserere» y ¡arriba ese
corazón! -A comenzar de nuevo [Camino, 711].
Jesús, mi vida está llena de tropiezos. Pero eso no importa si tras cada
tropiezo me levanto de nuevo con más brío, con más amor fruto de un
arrepentimiento sincero, con más humildad. Si en vez de desesperarme y pensar
que no puedo, acudo humildemente a mi madre la Virgen, ella me llenará de
consuelo y de ánimo, y me llevará más fácilmente a Ti.
Jesús, Tú hablas de un pecador que
se arrepiente y de un pecador que hace penitencia. Arrepentimiento y
penitencia han de ir unidos para que se me perdonen los pecados. Un
arrepentimiento sin penitencia sería insincero, y una penitencia sin
arrepentimiento sería vacía. El pecado hiere y debilita al pecador mismo, así
como sus relaciones con Dios y con el prójimo. La absolución quita el pecado,
pero no remedia todos los desórdenes que el pecado causó. Liberado del
pecado, el pecador debe todavía recobrar la plena salud espiritual. Por
tanto, debe hacer algo más para reparar sus pecados: debe satisfacer de manera
apropiada o expiar sus pecados. Esta satisfacción se llama también
«penitencia» [Catecismo, 1459].
Jesús, el medio por excelencia para volver a Ti es el Sacramento de la
Reconciliación o Confesión. A quienes les perdonéis los pecados, le son
perdonados; a quienes se los retengáis, les son retenidos [Jn 20, 23]. Has
querido darme la seguridad de que me perdonas, absolviendo mis pecados por
medio del sacerdote. Mi arrepentimiento y mi penitencia producen entonces la
alegría de saberme otra vez hijo querido de Dios.
Comentario realizado por Pablo Cardona.
Fuente: Una Cita con Dios, Tomo VI, EUNSA
2. Siervos inútiles ante
el Señor
Fuente: Catholic.net
Autor: P. Juan Gralla
Lucas 17, 7-10
En aquel tiempo, dijo el Señor: ¿Quién de vosotros tiene un siervo arando o
pastoreando y, cuando regresa del campo, le dice: "Pasa al momento y ponte a
la mesa?" ¿No le dirá más bien: "Prepárame algo para cenar, y cíñete para
servirme hasta que haya comido y bebido, y después comerás y beberás tú?"
¿Acaso tiene que agradecer al siervo porque hizo lo que le fue mandado? De
igual modo vosotros, cuando hayáis hecho todo lo que os fue mandado, decid:
Somos siervos inútiles; hemos hecho lo que debíamos hacer.
Reflexión:
Los hombres tendemos a convertir en “heroico” las cosas más ordinarias de
nuestro deber. Nos llegamos a considerar “héroes” por llegar puntuales al
trabajo o por respetar las señales de tráfico. Los niños creen que se merecen
un premio por cumplir con sus deberes escolares... Sólo estamos haciendo lo
que debíamos hacer.
También como cristianos se nos presenta esta tentación. Aunque nunca lo
expresamos así, llegamos a creer que nosotros le hacemos un favor a Dios
cuando rezamos, participamos en la Misa dominical, o cuando cumplimos los
Mandamientos. Cristo nos ofrece este mensaje para prevenirnos de esta actitud,
con la que nos olvidamos de que Él nos ha dado infinitamente más de lo que
nosotros podemos ofrecerle.
Pero Dios no es un amo déspota y desconsiderado. No pensemos que al final de
nuestra vida, después de haber trabajado y luchado sinceramente por Dios,
seremos recibidos en el cielo con un seco y frío: “Sólo has hecho lo que
tenías que hacer”. Eso lo tenemos que decir nosotros, pero no lo dirá Él. Sus
palabras las conocemos: dirá a quienes hayan vivido su mensaje: “Venid,
benditos de mi Padre...”. Y nos sentaremos con Cristo a gozar del banquete
eterno.