Lc 05, 12-16

.. Jesús encuentra un leproso y lo cura, enviándolo seguidamente al sacerdote no sólo para que haga la ofrenda por la purificación (cf. Lv 14), sino también para que sirva de testimonio a todos de su presencia mesiánica entre el pueblo. El judaísmo, en efecto, consideraba la curación de la lepra como uno de los signos de la venida del Mesías (cf. Lc 7,22).

La curación realizada por Jesús es descrita con algunos elementos típicos: la súplica del enfermo (<<Señor, si quieres, puedes limpiarme»: v. 12); la respuesta positiva de Jesús, que tocando al leproso realiza la curación (<<Quiero, queda limpio»: v. 13); y el envío al sacerdote (<<Ve, preséntate al sacerdote... »: v. 14). El leproso, considerado un marginado por la comunidad de Israel, con la curación entra de nuevo a formar parte de ella. La curación realizada por el Nazareno es símbolo también del perdón y de la misericordia de Dios, y es fundamento de la vida de la Iglesia (cf. Jn 20,23).

El fragmento termina con una nota redaccional del evangelista, que presenta un aspecto particular de la persona de Jesús. Él no sólo cura a los que lo rodean, siendo así que su fama se difunde por doquier, sino que se retira a lugares solitarios para orar. En esto reside la fuerza de Jesús y su irresistible atractivo: en su coloquio filial con el Padre. La oración no sólo lo sostiene frente a las muchas incomprensiones que experimenta en su ministerio público, sino que le permite sobre todo verificar su misión en la lógica de la voluntad de Aquel que lo ha enviado al mundo.

MEDITATIO

La oración es uno de los componentes más vivos delmensaje evangélico. Jesús la ha practicado en su relación con el Padre y nos ha ofrecido un ejemplo extraordinario. Muchos piensan que orar es agarrar a Dios para ponerlo a su alcance o tratar de obtener beneficios y ventajas en provecho propio, y así satisfacer sus deseos y sus esperanzas. La verdad es muy diferente. La oración es entrar en la perspectiva de Dios partiendo de su amor. Es contemplar el rostro de un Padre que mira a sus hijos con ternura. Es encontrar una persona viva y dejarse tocar por su amor.

Orar es para todos una tarea de las más difíciles, es un trabajo exigente, no porque sea superior a nuestras fuerzas, sino porque es una experiencia que no se agota jamás y un camino en el que se permanece siempre discípulo. La oración es acogida, terreno de adviento del amor de Dios; orar no es tanto amar a Dios, cuanto dejarse amar por Él. Orar es esperar y escuchar, recibir y acoger. Es permanecer en silencio ante el misterio para dejarse amar por Dios, como María que experimenta en su vientre la presencia de Dios. Pero la oración es también movimiento de respuesta a este don, un volver todo el corazón a Dios. La oración es alabanza, acción de gracias, ofrenda, intercesión, fiesta y liturgia de la vida. El núcleo de la oración cristiana es penetrar en el misterio de la filiación divina: estar con Dios en el Espíritu por el Hijo, como el Hijo está en el misterio del Padre. San Pablo nos lo recuerda bien. ((Dios envió a nuestros corazones el Espíritu de su Hijo, que grita: ¡Abba! ¡Padre!» (GaI4,6; d. Rom 8,15-17; Ef 3,17ss).

ORATIO

Padre santo, sabemos que tú eres (da fuente de todo don perfecto» (Sant 1,17), el que toma la iniciativa en el amor, el que envía al Hijo y al Espíritu. Tú eres la primera gratuidad del amor, porque todo nos viene de ti. Tú eres el eterno amante, el que ama desde siempre. Nuestra oración quiere ser justamente el lugar en que experimentamos tu amor de Padre. Desgraciadamente, nuestro tiempo parece desorientado y confuso, parece que no conoce ya los confines entre el bien y el mal, y aparentemente, Tú eres rechazado y desconocido. Padre, tú puedes curarnos de nuestras miserias, como hiciste con el leproso del evangelio. Por eso, te rogamos, conduce a todos tus hijos a redescubrir el don de la oración, llévanos al interior del cenáculo para revivir el misterio de Pentecostés y reavivar en nosotros el don del Espíritu. Colócanos dócilmente  en su escuela para aprender la sabiduría que viene en el diálogo con él y que es la fuerza que sostiene nuestra vida de creyentes.

Padre santo, tu Hijo Jesús se dejó amar por ti, cumplió tu voluntad y se entregó hasta la cruz con docilidad total hasta enviarnos el don del Espíritu. También para nosotros orar es penetrar en este misterio de acogida y de docilidad para imitar a Cristo, entrar en el misterio de la cruz y conservar el coraje de orar, además de en la alegría de Pascua, en el silencio y en tu aparente ausencia. Es el silencio el que nos hace experimentar el estar solos ante Dios solo. En el silencio nos ejercitamos en conjugar la palabra con la escucha y adquirimos el recogimiento atento, que es el primer requisito para empeñarnos en el camino de la oración a ejemplo de Cristo.

CONTEMPLATIO

El Verbo se ha encarnado, y el hombre se ha hecho  Dios, porque está unido a Dios y forma una sola cosa con Él. Fue envuelto en pañales, pero al levantarse de la tumba se quitó el sudario (...).

Como hombre, ha sido bautizado, pero como Dios ha cancelado nuestro pecado. Como hombre ha sido tentado,

pero como Dios ha triunfado y nos exhorta a la confianza porque «ha vencido al mundo» (In 16,33). Tuvo hambre, pero sació a miles de personas, y es «el pan vivo bajado del cielo» (Jn 7,37). Conoció el cansancio, pero es el descanso de los «cansados y oprimidos» (Mt 11,28)

(... ). Reza, pero atiende la oración. Llora, pero enjuga las lágrimas. Pregunta dónde han puesto a Lázaro, porque es hombre; pero lo resucita, porque es Dios. Es vendido, y a bajo precio, pero rescata al mundo, y a gran precio: con su propia sangre (oo.). Ha sido traspasado y herido; pero ha curado toda enfermedad y toda herida.

Ha sido elevado sobre el madero, y clavado en él además; pero nos levanta con el árbol de la vida (.oo). Muere, pero hace vivir y con su propia muerte destruye la muerte. Es sepultado, pero resucita. Desciende al infierno, pero rescata las almas de él (Gregario Nazianceno, Tercer discurso teológico).