¿Qué lugar ocupa
la Virgen María en nuestra espiritualidad?
’’Mujer, aquí tienes a tu hijo; hijo, aquí tienes a tu madre’’ Juan 19,26-27.
Desde que por primera vez el discípulo a quien Jesús amaba acogió a María en
su casa, fue María quien acogió también a la Iglesia. El 27 de Abril es la
fiesta de la Virgen de Montserrat, y hoy que me he sentado para escribir unas
líneas sobre un tema de espiritualidad. Me parece un deber filial escribir
algo sobre María. Ya desde una perspectiva antropológica y psicológica, la
incorporación del arquetipo materno en la propia espiritualidad, a mi
entender, enriquece y complementa el desarrollo humano y cristiano de la
persona.
El modelo humano y la condición de discípulo que nos ofrece el Nuevo
Testamento sobre María son exquisitos por su discreción, finura y ternura: su
disponibilidad en la Anunciación, la fidelidad hasta el pie de la cruz, su
presencia en la vida de la Iglesia ilustrada en el relato de Pentecostés. Y no
hay que liberar a María del dogma para hacerla más próxima a nosotros. Si los
dogmas son símbolos de la fe, entonces son formulaciones capaces de llevarnos
’’a una relación con’’ (del griego ’’ballo’’: lanzar, y ’’syn’’: con). Esta
María, tan humana, ha sido admitida ya dentro del ámbito de la divinidad: por
eso es posible una proximidad especial con ella. Podemos sentirnos escuchados,
amados, animados, curados por ella. Quizás ya no pensando que, como Cristo y
el Padre están más lejos … ella nos hace de intermediaria. Me parece que ya
todos nos dejamos llevar por el Espíritu que llama en nuestros corazones
confiadamente ’’Abba, Padre’’, o que ya tenemos consciencia de que ’’en Cristo
tenemos un gran sacerdote capaz de compadecerse de nuestras debilidades’’.
Pero sí porque en nuestra vida espiritual la presencia del rostro femenino de
María nos dice algo de Dios que sólo ella puede transmitir a su manera: con su
ternura y su acogimiento de madre, su discreción, su valentía y fortaleza de
mujer, su preocupación por la vida, su capacidad de comprensión, su
sensibilidad y admiración por la bondad… y, seguramente, más cosas que el
querido lector también podría añadir.
Vivir junto a un icono-escultura de María tan amada, como es la de la Virgen
de Montserrat, me ha hecho comprender, cada vez más, la importancia de María
en la espiritualidad del cristiano: ¿cuántas veces la ternura y la mano
izquierda de una madre no han podido más que la tristeza, la desesperación, el
desconsuelo, el desencarrilamiento o el desencanto de alguno de sus hijos?
María, como representa la escultura romanicogótica de Montserrat, sede de
sabiduría, que tiene el niño en el regazo y lo muestra a todo el mundo que va
hacia ella, es imagen de cómo la Iglesia tiene que presentar a la Madre de
Dios: como aquella que lleva a Cristo. Si hay alguien, sin embargo, que se
siente atraído por Maria y no consigue llegar al Hijo, me atrevo a decir que
ya ha empezado a andar, aunque no haya llegado a la meta.