1. "Es verdad: tú eres un Dios escondido" (Is 45, 15). Este versículo, que introduce el cántico propuesto en las Laudes del viernes de la primera semana del Salterio, está tomado de una meditación del Segundo Isaías sobre la grandeza de Dios manifestada en la creación y en la historia: un Dios que se revela, a pesar de permanecer escondido en la impenetrabilidad de su misterio. Es, por definición, el "Dios escondido". Ningún pensamiento lo puede capturar. El hombre sólo puede contemplar su presencia en el universo, casi siguiendo sus huellas y postrándose en adoración y alabanza.
El trasfondo histórico donde nace esta meditación es la sorprendente liberación
que Dios realizó en favor de su pueblo, en el tiempo del exilio de Babilonia.
¿Quién habría pensado que los desterrados de Israel iban a volver a su
patria? Al contemplar la potencia de Babilonia, no podían por menos de caer en
la desesperación. Pero he aquí la gran nueva, la sorpresa de Dios, que vibra
en las palabras del profeta: como en el tiempo del Éxodo, Dios intervendrá.
Y si en aquella ocasión había doblegado con castigos tremendos la resistencia
del faraón, ahora elige a un rey, Ciro de Persia, para derrotar la potencia de
Babilonia y devolver a Israel la libertad.
2. "Tú eres un Dios escondido, el Dios de Israel, el Salvador" (Is
45, 15). Con estas palabras, el profeta invita a reconocer que Dios actúa en la
historia, aunque no aparezca en primer plano. Se podría decir que está
"detrás del telón". Él es el "director" misterioso e
invisible, que respeta la libertad de sus criaturas, pero al mismo tiempo
mantiene en su mano los hilos de las vicisitudes del mundo. La certeza de la
acción providencial de Dios es fuente de esperanza para el creyente, que sabe
que puede contar con la presencia constante de Aquel "que modeló la
tierra, la fabricó y la afianzó" (Is 45, 18).
En efecto, el acto de la creación no es un episodio que se pierde en la noche
de los tiempos, de forma que el mundo, después de ese inicio, deba considerarse
abandonado a sí mismo. Dios da continuamente el ser a la creación salida de
sus manos. Reconocerlo es también confesar su unicidad: "¿No soy
yo, el Señor? No hay otro Dios fuera de mí" (Is 45, 21). Dios
es, por definición, el Único. Nada se le puede comparar. Todo está
subordinado a él. De ahí se sigue también el rechazo de la idolatría, con
respecto a la cual el profeta pronuncia palabras muy duras: "No
discurren los que llevan su ídolo de madera y rezan a un dios que no puede
salvar" (Is 45, 20). ¿Cómo ponerse en adoración ante un
producto del hombre?
3. A nuestra sensibilidad actual podría parecerle excesiva esta polémica,
como si estuviera dirigida contra las imágenes consideradas en sí mismas, sin
percibir que se les puede atribuir un valor simbólico, compatible con la
adoración espiritual del único Dios. Ciertamente, aquí está en juego la
sabia pedagogía divina que, a través de una rígida disciplina de exclusión
de las imágenes, protegió históricamente a Israel de las contaminaciones
politeístas. La Iglesia, en el segundo concilio de Nicea (año 787), partiendo
del rostro de Dios manifestado en la encarnación de Cristo, reconoció la
posibilidad de usar las imágenes sagradas, con tal de que se las tome en su
valor esencialmente relacional.
Sin embargo, sigue siendo importante esa advertencia profética con respecto a
todas las formas de idolatría, a menudo ocultas, más que en el uso impropio de
las imágenes, en las actitudes con las que hombres y cosas se consideran como
valores absolutos y sustituyen a Dios mismo.
4. Desde la perspectiva de la creación el himno nos lleva al terreno de la
historia, donde Israel pudo experimentar muchas veces la potencia benéfica y
misericordiosa de Dios, su fidelidad y su providencia. En particular, en la
liberación del exilio se manifestó una vez más el amor de Dios por su pueblo,
y eso aconteció de modo tan evidente y sorprendente que el profeta llama como
testigos a los mismos "supervivientes de las naciones". Los invita a
discutir, si pueden: "Reuníos, venid, acercaos juntos,
supervivientes de las naciones" (Is 45, 20). La conclusión a
la que llega el profeta es que la intervención del Dios de Israel es
indiscutible.
Brota entonces una magnífica perspectiva universalista. Dios proclama:
"Volveos hacia mí para salvaros, confines de la tierra, pues yo soy Dios y
no hay otro" (Is 45, 22). Así resulta claro que la predilección
con que Dios eligió a Israel como su pueblo no es un acto de exclusión, sino más
bien un acto de amor, del que está destinada a beneficiarse la humanidad
entera.
Ya en el Antiguo Testamento, se perfila la concepción "sacramental"
de la historia de la salvación, que ve en la elección especial de los hijos de
Abraham y, luego, de los discípulos de Cristo en la Iglesia, no un privilegio
que "cierra" y "excluye", sino el signo y el instrumento de
un amor universal.
5. La invitación a la adoración y el ofrecimiento de la salvación se
dirigen a todos los pueblos: "Ante mí se doblará toda rodilla, por
mí jurará toda lengua" (Is 45, 23). Leer estas palabras desde una
perspectiva cristiana significa ir con el pensamiento a la revelación plena del
Nuevo Testamento, que señala a Cristo como "el Nombre sobre todo
nombre" (Flp 2, 9), para que "al nombre de Jesús toda rodilla
se doble en los cielos, en la tierra y en los abismos; y toda lengua proclame
que Jesucristo es Señor para gloria de Dios Padre" (Flp 2, 10-11).
Nuestra alabanza de la mañana, a través de este cántico, se ensancha hasta
las dimensiones del universo, y da voz también a los que aún no han tenido la
gracia de conocer a Cristo. Es una alabanza que se hace "misionera",
impulsándonos a caminar por todas las sendas, anunciando que Dios se manifestó
en Jesús como el Salvador del mundo.