CAPÍTULO 22


3. DISCURSO DEL APÓSTOL ANTE LOS JUDÍOS (Hch/21/40-22/21).

40 Y se lo permitió. Pablo, de pie sobre las gradas, hizo señas al pueblo para que callara. Hecho un gran silencio, se puso a hablar en lengua hebrea y dijo: 1 «Hermanos y padres: Escuchadme la defensa que ahora ante vosotros voy a hacer.» 2 Al oír que les hablaba en lengua hebrea, guardaron mayor silencio, y dijo: 3 «Yo soy judío, nacido en Tarso de Cilicia, pero educado en esta misma ciudad, a los pies de Gamaliel, instruido cuidadosamente en la ley patria, lleno de celo por la causa de Dios, como lo sois todos vosotros, hoy, 4 perseguí de muerte este Camino, apresando y encarcelando hombres y mujeres, como puede certificármelo el sumo sacerdote y todo el colegio de ancianos, con cuyas cartas para los hermanos fui a Damasco, con el propósito de conducir a los de allí presos a Jerusalén, para que fueran castigados. 6 »Pero me sucedió que, mientras iba de camino y me acercaba a Damasco, a eso del mediodía, súbitamente me rodeó una gran luz del cielo. 7 Caí a tierra y oí una voz que me decía: "Saulo, Saulo, ¿ por qué me persigues?" 8 Yo respondí: "¿Quién eres tú, Señor?" Y me dijo: "Yo soy Jesús de Nazaret, a quien tú persigues." 9 Y los que estaban conmigo vieron la luz, pero no entendieron la voz del que me hablaba. 10 Dije, pues: "¿Qué debo hacer, Señor?" Y el Señor me dijo: "Levántate y ve a Damasco, y allí se te dirá todo lo que está determinado que debes hacer." 11 Pero como no veía a causa del resplandor de aquella luz, conducido de la mano por los que estaban conmigo, llegué a Damasco. 12 »Y un tal Ananías, hombre piadoso según la ley, muy bien conceptuado por todos los habitantes judíos 13 vino a mí y, acercándose, me dijo: "Hermano Saulo recobra la vista." Y yo en el mismo instante la recobré y lo miré. 14 Y me dijo: "El Dios de nuestros padres te ha designado de antemano para conocer su voluntad, ver al Justo y oír la palabra de su boca, 15 porque le serás testigo ante todos los hombres de lo que has visto y oído. 16 Y ahora, ¿qué esperas? Anda, bautízate y límpiate de tus pecados, invocando su nombre." 17 »Y sucedió que, al regresar a Jerusalén y mientras oraba en el templo, tuve un éxtasis, 18 y le vi que me decía: "Apresúrate y sal rápidamente de Jerusalén, porque no recibirán tu testimonio sobre mí." 19 Yo le dije: "Señor ellos saben que yo me dedicaba a encarcelar y azotar por las sinagogas a los que creían en ti, 20 y cuando se derramaba la sangre de tu testigo Esteban, yo estaba presente y de acuerdo, mientras custodiaba las vestiduras de los que le mataban." 21 Y me dijo: "Anda, que yo te voy a enviar lejos, a los gentiles."»

Cuadro impresionante: Pablo, rodeado y protegido por los soldados romanos, está de pie sobre las gradas que conducen a la torre Antonia, y hace señas con la mano pidiendo silencio a la multitud arremolinada, para poder hablar. A sus espaldas está como símbolo del poder romano la fortaleza que en otro tiempo había hecho edificar Herodes el Grande y la había llamado «Antonia» en honor del triunviro romano Marco Antonio; delante de él, el imponente templo de los judíos, que también él mismo venera como el templo de su nación, aunque sabe que esta construcción dedicada a Dios no será signo del nuevo pueblo de Dios. Pablo, que, habiendo nacido en Tarso, habla griego, se sirve ahora deliberadamente de la lengua coloquial hebraica, el arameo, lo cual precisamente movería al pueblo a escucharle.

Comienza su discurso con una impresionante confesión, confesión en que reconoce su judaísmo, reconoce a Jerusalén y a sus maestros, entre los que destaca inteligentemente al prestigioso Gamaliel, que una vez, en el proceso contra los apóstoles, había pronunciado ya unas transcendentales palabras (5,34ss). Habla de su celo por la ley patria que lo había inducido a perseguir con el mayor encarnizamiento a la Iglesia y también a emprender aquella memorable expedición a Damasco. Y otra vez volvemos a enterarnos de lo que los Hechos de los apóstoles habían referido ya por extenso en 9,1-30. Si ahora, por segunda vez, ponen en boca del Apóstol la descripción detallada del acontecimiento de Damasco y luego vuelve a hacerlo por tercera vez en 26,9-21, no es que se trate de presentar gráficamente en cada caso la situación en que habla Pablo, sino de que el lector cobre conciencia una vez más de cómo Pablo recibió su misión y de cuán decisiva fue esta vocación para la suerte de la Iglesia.

No queremos dar importancia a las pequeñas diferencias que se pueden observar comparando los tres relatos, sino que más bien procuraremos captar lo esencial de esta historia incomparable. La forma libre de la exposición lucana, que no se cuida de cuestiones secundarias, se echa de ver, por ejemplo, en la diferente manera de hablar de la impresión de los acompañantes de Pablo. En 9,7 se dice: «Los hombres que con él viajaban se habían quedado mudos; habían percibido la voz, pero sin ver a nadie.» En nuestro texto se lee: «Y los que estaban conmigo vieron la luz, pero no entendieron la voz del que me hablaba.» Cierto que se puede intentar armonizar los dos pasajes, pero no es precisamente necesario, puesto que en cada formulación se quiere expresar en forma intuitiva lo que para los acompañantes había de incomprensible e inexplicable en el caso. También aquí, como en 9,4 y en 26,14, se halla al comienzo del relato la voz que pregunta «Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues?» En los tres pasajes hallamos el mismo tenor. Parece como si el así llamado hubiese oído durante toda su vida el eco de estas palabras. Por la forma del nombre, «Saulo», se puede ver todavía en el texto griego que el Señor interpeló a su perseguidor en «lengua hebrea» (26,14). Y, como en 9,8, Pablo, cegado por el resplandor de aquella luz, se deja conducir a Damasco para que Ananías le restituya la vista. Se trata de una vista exterior, pero todavía más de una vista interior. Con especial intención se interpreta el sentido del llamamiento en las palabras de Ananías, que aquí difieren de las de 9,10ss.

Con intención se habla del «Dios de nuestros padres», con intención se habla del «Justo», con intención se dice que Pablo había sido «designado de antemano para ver al Justo y oír la palabra de su boca», para ser «testigo de Él ante todos los hombres». Deliberadamente, por consideración con los oyentes judíos, no se emplea luego el nombre de Jesús ni de Cristo. Todas las palabras se mueven completamente en el círculo de los conceptos de la fe judía en Dios y de la expectativa judía de salvación. Hasta qué punto se dejan oír aquí auténticos pensamientos paulinos, se echa de ver por la comparación con Gál 1,15: «Pero cuando aquel que me separó desde el seno de mi madre y me llamó por su gracia, se dignó revelar a su Hijo en mí, para que yo anunciara su Evangelio entre los gentiles...»

Las frases que siguen a continuación contienen una aserción que no se halla en los textos paralelos. Pablo habla de un éxtasis en el templo. Este tuvo lugar «al regresar a Jerusalén». Se trata, por tanto, de la primera visita que hizo a Jerusalén el que había sido llamado para ser testigo de Cristo. En 9,26ss y en Gál 1,18s se nos da alguna información sobre esta visita. También allí se dice que sólo permaneció breve tiempo en Jerusalén. Pero sólo aquí se habla del extraordinario encuentro con el Señor.

¿Por qué habla Pablo de esto? Tiene en cuenta los sentimientos judíos. Que orara en el templo debe ser una señal de que Pablo, cristiano y todo, reconocía el santuario de Israel y no tenía la menor intención de profanar el templo, como se le reprochaba. Y precisamente en este templo había hablado con él el Señor. Se refiere al Señor glorificado. Sin embargo, en este contexto, «Señor» puede ser el nombre veterotestamentario de Dios en sentido judío. En esta hora le importa al Apóstol poder atribuir su vocación y misión a la autoridad de Dios, del Dios ante el que también se inclinan los judíos.

4. PABLO ALEGA QUE ES CIUDADANO ROMANO (Hch/22/22-29).

22 Le habían escuchado hasta esta palabra. Pero aquí levantaron la voz, diciendo: «¡Quita del mundo a ese tipo, que no merece vivir!» 23 Y como empezaran a gritar y lanzar sus vestiduras y arrojar puñados de polvo al aire, 24 mandó el tribuno que Pahlo fuera introducido en el cuartel, diciendo que lo sometería a tortura de azotes, para averiguar la causa por la que así gritaban contra él. 25 Cuando le tuvieron ya extendido para los azotes, dijo Pablo al centurión allí presente: «¿Os está permitido flagelar a un hombre romano que no ha sido previamente juzgado? » 26 AI oír esto, el centurión se fue al tribuno y le avisó diciendo: «¿Qué vas a hacer? Porque este hombre es romano.» 27 Vino, pues, el tribuno y le dijo: «Dime, ¿eres romano tú?» 721 le dijo: «Sí.» 28 y respondió el tribuno: «A mí me costó un gran capital adquirir esa ciudadanía.» Pablo dijo: «Pues a mí sólo nacer.» 29 Al instante se retiraron de él los que se disponían a torturarlo. Y el tribuno tuvo miedo al saber que era romano y que lo había hecho apresar.

Demasiado bien sabían los judíos qué clase de mensaje de salvación llevaba Pablo a los gentiles. Conocían, como se dice en 21,28, su postura con respecto a la ley y a la circuncisión, su contradicción con la doctrina judía de la salvación. En su rígida adhesión a la tradición les exaspera oír decir a Pablo que su misión le ha sido encargada por Dios. La lógica y la psicología pueden muy poco para explicar su reacción; cuando interviene el fanatismo, fracasan la razón y las pruebas, sobre todo en materia religiosa.

¿Habrá que censurar al oficial romano, que hasta aquí se había comportado con lealtad y corrección, si ahora, en vista de la situación turbulenta, se siente inseguro y se cree obligado a entablar una penosa investigación, sometiendo para ello a Pablo a la tortura de la flagelación? Este intento da a Pablo la oportunidad de invocar su derecho de ciudadanía romana, heredado por su mismo nacimiento. Conforme al sentido de los Hechos de los apóstoles, importa una vez más hacer patente la intervención protectora del Espíritu y mostrar a la vez el correcto comportamiento del oficial romano, que tan pronto quedó aclarada la situación, desistió de la flagelación que había ordenado.