CAPÍTULO 19


2. PABLO EN EFESO (19, 1-40).

a) Encuentro con discípulos de Juan (Hch/19/01-07).

1 Mientras Apolo estaba en Corinto, Pablo, después de recorrer las regiones altas, llegó a Éfeso y encontró a algunos discípulos, 2 a los cuales preguntó: «¿Habéis recibido el Espíritu Santo al abrazar la fe?» Ellos le respondieron: «Ni siquiera hemos oído que exista un Espíritu Santo.» 3 Preguntóles de nuevo: «Pues ¿con qué bautismo habéis sido bautizados?» Respondieron: «Con el bautismo de Juan.» 4 Y dijo Pablo: «Juan bautizó con bautismo de conversión, diciendo al pueblo que creyeran en el que venía detrás de él, es decir, en Jesús.» 5 Al oírlo, se bautizaron en el nombre del Señor Jesús. 6 E imponiéndoles Pablo las manos, vino sobre ellos el Espíritu Santo, y hablaban en lenguas y profetizaban. 7 En en total unos doce hombres.

Si en el segundo viaje misionero del Apóstol estaba vedado ejercer la actividad en Asia y consiguientemente en Éfeso, como se dice en 16,6 (cf. 18,21), ahora, en cambio, está abierto el camino en esta dirección. Durante tres años (19,8.10; 20,31) tomará Pablo la ciudad como centro de misión y al mismo tiempo tratará de ganar también para el Evangelio la tierra circundante. En este período surgieron las Iglesias de Colosas, Laodicea, Hierápolis (Col 4,13) y seguramente algunas otras. También con las comunidades fundadas anteriormente se mantuvo Pablo en animado contacto desde Éfeso. Probablemente la carta a los Gálatas fue escrita en Éfeso, y con toda seguridad la que llamamos primera a los Corintios. Según lCor 5,9, ésta fue precedida por otro escrito que no se ha conservado. En 2Cor 2,3s; 7,8s se hace alusión a la llamada «carta de las lágrimas»; según 2Cor 12,14; 13,1 hay incluso que suponer que el Apóstol, durante su estancia en Éfeso, hizo una breve visita a la comunidad de Corinto en una situación crítica, aunque de ello no se dice nada en los Hechos de los apóstoles. De todo esto se desprende que los tres años de Éfeso fueron para Pablo mucho más movidos y llenos de preocupaciones de lo que se puede conjeturar por nuestro relato.

Esta ciudad, de gran importancia económica y cultural, estaba llena de una mezcolanza de gentes de diferentes razas y religiones. Entre ellos se cuentan también los doce hombres con quienes Pablo se encuentra en Éfeso. Como Apolo, eran adeptos del Bautista, aunque no por ello dejaban de sentirse cristianos. Difícilmente se explica que no supieran nada del Espíritu Santo. Como discípulos del Bautista, e incluso como judíos, que seguramente eran, debían tener alguna noticia del Espíritu de Dios, siquiera fuera en el sentido que tiene esta expresión en el Antiguo Testamento. Así pues, su respuesta a la pregunta de Pablo habrá sin duda que entenderla en el sentido de que no sabían nada del Espíritu Santo, que como especial don salvífico del Señor exaltado está asociado con el mensaje de salvación del Evangelio. Y dado que este misterio del Espíritu está especialmente vinculado con el bautismo en Cristo, Pablo les pregunta por su bautismo y los hace bautizar «en el nombre del Señor Jesús».

Los discípulos efesinos de Juan reciben el bautismo en el nombre del Señor Jesús. Más desearíamos saber sobre el particular. ¿En qué consistía la instrucción bautismal? La fe en el Señor Jesús constituía sin duda alguna el núcleo de la confesión de fe. Ya en el discurso de Pedro en pentecostés se caracteriza el bautismo de la Iglesia como bautismo «en el nombre de Jesucristo» (2,38). ¿Se quiere con esto testimoniar una fórmula de la administración del bautismo en los primeros tiempos, o únicamente distinguir el bautismo cristiano de otros bautismos? No excluimos la posibilidad de que la fórmula del bautismo «en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo», atestiguada en Mt 28,19, estuviera ya en uso antes de lo que parece.

Con el bautismo y, más en concreto, con la imposición de manos por Pablo, se manifiesta el misterio del Espíritu Santo. No es necesario aplicar a tales textos al modo escolástico el orden conceptual de la doctrina dogmática de los sacramentos. Como ya lo observábamos en el bautismo de pentecostés, no es terminante el enunciado de los Hechos de los apóstoles sobre la conexión entre el bautismo y la recepción del Espíritu Santo. Sin embargo, en todos los pasajes se expresa claramente que el bautismo es el hecho fundamental ordenado al misterio del Espíritu. Al destacar especialmente en nuestro texto la imposición de manos por Pablo, se nos trae a la memoria a Pedro, que, según 8,14, en Samaria, juntamente con Juan, comunicó el Espíritu con la imposición de manos, a los bautizados por Felipe. También aquí muestra Lucas deliberadamente el paralelo entre Pablo y Pedro.

b) Actividad misionera (Hch/19/08-10).

8 Entraba en la sinagoga y hablaba con entereza. Y así, por espacio de tres meses, trataba del reino de Dios e intentaba convencer a los asistentes. 9 Pero como algunos se endurecieran y rechazaran el Camino, hablando mal delante de la concurrencia, él se apartó de ellos, separó a los discípulos y diariamente les hablaba en la escuela de Tirano. 10 Así lo hizo durante dos años, de forma que todos los habitantes de Asia, tanto judíos como griegos, oyeron la palabra del Señor.

El «reino de Dios» es el tema de la predicación de Pablo a los judíos de Éfeso. A ellos les es familiar este concepto. La historia de Israel, tal como la describen los libros sagrados, es un único camino hacia el «reino o el reinado de Dios». Leyendo el sermón de Pablo en Antioquía de Pisidia (13,16ss), podemos formarnos una idea del modo como también en la sinagoga de Éfeso habló del reino de Dios. Desde el Éxodo en la época faraónica hasta David y finalmente hasta Juan Bautista avanza el camino de la historia de la salvación hacia aquel en el que en la mitad de los tiempos se cumplió la promesa hecha a los padres. La muerte y resurrección de Jesús sería también en Éfeso la sustancia del mensaje del Apóstol. Sus oyentes se harían conscientes de la tensión entre ley y fe. Si se puede suponer que la carta a los Gálatas se escribiera en Éfeso, quizá en los primeros días de su actividad en esta ciudad, se podrá también conjeturar que los argumentos teológicos de este escrito polémico se desarrollarían en los enfrentamientos con los judíos.

Tres meses se dedicó Pablo a explicar en interpretar el sentido del «reino de Dios». Sin embargo, también en Éfeso experimenta lo mismo que en otras partes. De nuevo, como en Corinto (18,6s), abandona la sinagoga y se traslada, para continuar la predicación, a la «escuela» de un cierto «Tirano», del que no tenemos otras noticias22. Que aun después de esta separación crearan los judíos gran dificultad al Apóstol, lo muestran las palabras de despedida a los presbíteros de Éfeso en su viaje de regreso. Entonces dijo: «Vosotros sabéis muy bien cómo me he portado con vosotros todo el tiempo, desde el primer día que puse el pie en Asia, sirviendo al Señor con toda humildad, lágrimas y adversidades, ocasionadas por las insidias de los judíos» (20,1 8s).
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22. En lugar de «escuela» se podría traducir también «sala». Según una ampliación del texto, Pablo enseñaba allí «cinco horas» diarias, de las 11 a las 4 de la tarde. Esto significaría que Pablo había elegido deliberadamente las horas en que, por razón del calor. había una pausa en el trabajo y en los negocios, para sí y para sus oyentes (cf. 20,34).
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c) Prodigios ruidosos (Hch/19/11-22).

11 También obraba Dios milagros no corrientes por manos de Pablo, 12 hasta tal punto que se aplicaban a los enfermos pañuelos o delantales tocados por su piel, y desaparecían de ellos las enfermedades y salían los espíritus malos. 13 Intentaron también algunos de los judíos exorcistas ambulantes invocar sobre los poseídos de malos espíritus el nombre del Señor Jesús diciendo: «Os conjuro por ese Jesús a quien predica Pablo.» 14 Eran los que esto hacían siete hijos de un tal Esceva, sumo sacerdote judío. 15 Pero, respondiendo el mal espíritu, les dijo: «A Jesús lo conozco; y sé quién es Pablo; pero vosotros, ¿quiénes sois?» 16 y abalanzándose sobre ellos el hombre en quien residía el mal espíritu, los dominó a todos y prevaleció contra ellos, hasta obligarlos a huir de aquella casa desnudos y maltrechos.

El lector notará por sí mismo el paralelo que se establece aquí con lo que en 5,12ss se dice del poder curativo de Pedro. Allí se lee: «Por mano de los apóstoles se realizaban muchas señales y prodigios en el pueblo... Hasta el extremo de sacar los enfermos a las plazas y ponerlos sobre lechos y camillas, para que, al paso de Pedro, siquiera su sombra cubriera a alguno de ellos.» Si Lucas, «el médico» (Col 4,14), refiere tales cosas, con ello se adhiere a la idea de la misteriosa fuerza curativa de determinados hombres llenos del Espíritu.

Cierto que a nosotros se nos hace difícil compartir la idea que entonces se tomaba en serio. ¿Obramos con razón? ¿Nos es lícito condenar la creencia en fuerzas misteriosas que se revelan en nuestros textos? ¿Tenemos derecho a negar la cooperación -ciertamente inexplicable- del Espíritu divino con las capacidades humanas, por el hecho de que tales cosas no se pueden clasificar dentro de las experiencias sujetas a normas científicas? ¿Ha muerto quizá en nosotros la facultad de experimentar el mundo de lo suprasensible incluso en lo sensible? ¿No escribió también Lucas en su Evangelio frases que hablan de las fuerzas misteriosas de Jesús? «Todo el pueblo quería tocarlo, porque salía de él una fuerza que daba la salud a todos», leemos en Lc 6,19. En Lc 8,44 se habla de la mujer cuyo flujo de sangre cesó al contacto con las vestiduras de Jesús. ¿Hemos de atribuir tales noticias a la imaginación legendaria? ¿Hacemos así todavía justicia al testimonio del Evangelio? Tales pensamientos nos asaltan cuando leemos el relato de los exorcistas judíos. Es posible que tal o cual rasgo -hallado quizá ya en la tradición- se aparte de la objetividad de lo histórico y en la descripción detallada exprese demasiado la tendencia del conjunto. Pero ¿nos autoriza esto para negar totalmente la realidad del hecho? Que recorrían el país exorcistas judíos es cosa atestiguada por la historia; entre ellos se puede contar también la figura del mago Elimas Barjesús, del que se hablaba en 13,6s. Lo que quiere mostrarnos el caso de los «hijos de Esceva» -hombre del que no tenemos noticia alguna- es el poder victorioso de Jesús, que se demuestra presente y activo precisamente cuando alguien se cree, sin razón, capaz de disponer de este poder mediante manipulaciones externas. Cuando falta la verdadera fe en el poder curativo de Jesús y uno se rige únicamente por motivos extrínsecos egoístas, entonces el poder oculto en el nombre de Jesús se vuelve contra los que quieren abusar de él.

17 Esto fue un caso notorio a todos los judíos y griegos que habitaban en Éfeso, e infundió pavor a todos, con lo que se engrandecía el nombre del Señor Jesús. 18 Y muchos de los que habían creído venían confesando y denunciando sus prácticas supersticiosas. 19 Y bastantes que practicaban artes mágicas, trajeron sus libros y los quemaron delante de todos. Y calcularon su precio en cincuenta mil monedas de plata. 20 Así, poderosamente, crecía y se fortalecía la palabra del Señor.

Al leer este texto se piensa espontáneamente en la historia de Simón el Mago. «Tenía embaucados de mucho tiempo atrás con sus artes mágicas (8,11) a «todos, chicos y grandes (8,10). Entonces le salió al encuentro otro poder, el poder del mensaje «del reino de Dios y del nombre de Jesucristo» (2,12), que desarmó a Simón, el cual se había hecho pasar por un «grande personaje» (8,9). Hay algo muy especial en la magia de la antigüedad. Todavía se conservan muchos de los textos y libros de encantamiento con sus extrañas fórmulas y conjuros. Son testimonios de una mentalidad primitiva de unos hombres que yerran y se engañan, que se debaten en la búsqueda de algo que no hallan. ¿Apuramos con esta enumeración la totalidad del misterio, que envuelve la mente del hombre primitivo? Una cosa se deduce con toda seguridad de nuestro texto: aquellos hombres que arrojaban al fuego sus libros de encantamiento reconocían, como Simón en Samaría, que el hombre que se abre al poder salvador de Cristo y a la fuerza del Espíritu Santo y confía en ella con fe, ya no tiene necesidad de los conjuros de dudosa eficacia de que hasta entonces procuraba servirse en un oscuro barrunto de lo misterioso. Tales testimonios de la acción del Espíritu de Cristo ¿no deberían inducirnos a reflexionar y a reanimar de nuevo nuestra fe recubierta por nuestro pensar racional?

¿No es significativo que estas acciones extraordinarias del Apóstol, sus curaciones, sus expulsiones de espíritus prepararan el camino al mensaje de salvación de Jesús y libraran así a los hombres de su abandono a poderes y representaciones oscuras? «Esto... infundió pavor a todos, con lo que se engrandecía el nombre del Señor Jesús... Así, poderosamente, crecía y se fortalecía la palabra del Señor.» Tales palabras suscitan en nosotros pensamientos inquietantes: nuestro testimonio de esta «palabra del Señor» ¿es todavía suficientemente «poderoso» para interesar eficazmente y mover a conversión y a dar frutos saludables a las personas que oyen nuestro testimonio teológico y kerygmático sobre Jesús?

21 Después de estas cosas, se propuso Pablo atravesar Macedonia y Acaya, y dirigirse a Jerusalén; porque se decía: «Después de estar allí, conviene que yo visite también Roma.» 22 Y envió a Macedonia dos de sus colaboradores, Timoteo y Erasto, mientras él permanecía algún tiempo en Asia.

De manera singular se intercala esta breve noticia en el relato. Todavía no ha terminado Pablo su tarea en Éfeso, y ya se ocupa con nuevos planes. Ante sus ojos se extiende un imponente arco desde Éfeso, por Macedonia, Grecia y Jerusalén hasta Roma. Una vez más quiere visitar sus fundaciones. Entre ellas está Filipos, su comunidad predilecta, pero sobre todo Corinto, que lo llena de preocupación. Leyendo las cartas a los Corintios se comprende que a Pablo le aguijonee el ansia de volver a estar personalmente allí. Las dos cartas testimonian a la vez que no era sólo la solicitud pastoral lo que le movía a emprender el viaje a Macedonia y Grecia, sino también un asunto muy concreto, a saber, el interés en hacer una colecta para los hermanos de Jerusalén. En lCor 16,1-4 y sobre todo en 2Cor 8-9 se habla de ello apremiantemente 23. Para Pablo es todavía Jerusalén la iglesia madre de los cristianos.

Inesperadamente se menciona a Roma como meta especial. En 23,11 vuelve a ponerse ante los ojos del Apóstol. Allí dice «el Señor» a Pablo que se halla en prisión: «¡Animo! Como has dado testimonio de mí en Jerusalén, es preciso que lo des también en Roma.» El entero relato de los Hechos de los apóstoles, con su variedad de etapas y experiencias, parece estar orientado a esta única meta: Roma. En su carta a los Romanos revela Pablo su ardiente ansia de encontrarse con la comunidad romana. Si los Hechos de los apóstoles adoptan de forma tan llamativa esta orientación hacia Roma, aunque Pablo sólo fue allá como prisionero, puede deberse esto a consideraciones con los lectores romanos, aunque quizá tuviera también por objeto influir en favor del Apóstol, que se hallaba en prisión preventiva en Roma, supuesto que Lucas escribiera su libro cuando todavía vivía Pablo. Ahora bien, actualmente la exégesis científica propende poco a esta hipótesis.


d) El motín de los plateros (Hch/19/23-40).

23 Sobrevino en aquella ocasión un contratiempo no pequeño en torno al Camino. 24 Porque un tal Demetrio, platero, que fabricaba templetes de Artemis en plata, procuraba a los artesanos una respetable ganancia. 25 Reunió a éstos y a todos los que trabajaban en dicho negocio, les dijo: «Señores, bien sabéis que en esta ganancia se funda nuestro bienestar; 26 y estáis viendo y oyendo cómo este Pablo ha convencido y seducido a una gran muchedumbre, no sólo de Éfeso, sino de casi toda el Asia, diciendo que no son dioses los que se hacen a mano. 27 Y esto no sólo entraña el peligro de que se nos vaya a la ruina el negocio, sino también el de que sea estimado en nada el santuario de la gran diosa Artemis, e incluso esté a punto de ser privada de su majestad aquella a quien toda el Asia y el mundo entero venera.» 28 Al oír esto, enardecidos, comenzaron a gritar: «¡Grande es la Artemis de los efesios!» 29 Se llenó de confusión la ciudad y todos a una se precipitaron en el teatro, arrastrando consigo a los macedonios Gayo y Aristarco, compañeros de viaje de Pablo. 30 Quería Pablo meterse entre el gentío, pero no le dejaban los discípulos. 31 Algunos de los asiarcas, que eran amigos suyos, le mandaron aviso de que no se presentara en el teatro. 32 Cada uno gritaba una cosa distinta. Porque estaba revuelta la asamblea y los más no sabían por qué se hallaban reunidos. 33 De entre el gentío destacaron a un tal Alejandro, al que empujaban los judíos. Alejandro imponiendo silencio con la mano, intentaba defenderse ante el pueblo; 34 pero cuando cayeron en la cuenta de que era judío, se produjo un griterío unánime que clamaba por espacio de dos horas: «¡Grande es la Artemis de los efesios!» 35 Acalló a la multitud el secretario, diciendo: «Ciudadanos de Éfeso, ¿qué hombre puede ignorar que la ciudad de Éfeso se honra con la custodia del templo de la gran Artemis y de su imagen bajada del cielo? 36 Siendo esto indiscutible, conviene que os tranquilicéis y no hagáis nada precipitadamente. 37 Porque habéis traído a unos hombres que ni son sacrílegos, ni blasfemos contra nuestra diosa. 38 Que si Demetrio y sus compañeros artífices tienen algo contra alguien, públicas asambleas se celebran y procónsules hay: entablen proceso unos contra otros. 39 Y si algo más deseáis, en asamblea legal se debe resolver. 40 Si no, corremos peligro de ser culpados de sedición por lo de hoy, no habiendo razón alguna por la que podamos justificar este motín.» Y dicho esto, disolvió la reunión.

Esta sección ofrece una de las escenas descritas con especial prolijidad en los Hechos de los apóstoles. ¿Por qué tal prolijidad? Teológicamente, apenas si ofrece el texto algo especial. Y sin embargo, no querríamos vernos privados de esta pieza llena de colorido. Lucas es heleno, es amigo personal del Apóstol. Tiene interés en diseñar de la manera más gráfica posible el mundo con que se encuentra Pablo, y con él la Iglesia. Aun cuando el cuadro que aquí se nos ofrece acuse en gran manera los rasgos del autor, que sabe describir el hecho con vivacidad y eficacia, el hecho aquí expuesto, como tantas otras cosas en nuestro libro, debe estar basado en una información de toda confianza. ¿No es obvio suponer como garantes a los «macedonios Gayo y Aristarco», mencionados en 19,29 como testigos del hecho? En efecto, en 20,4 se nombra a Aristarco entre los acompañantes del Apóstol, entre los que, por tratarse de una sección «nosotros», hay que contar también a Lucas. Según 27,2, este Aristarco estaba también presente en el traslado de Pablo a Roma, y con él -como deducimos de la sección «nosotros», en conexión con Col 4,10.14- también Lucas. Así Lucas gozaba de buenas posibilidades de información segura sobre el motín de protesta de los plateros de Efeso.

Los testimonios de la literatura y de la arqueología confirman el extenso culto de la Artemis de los efesios, su imponente templo, el Artemision, celebrado como una de las siete maravillas del mundo, y su célebre efigie. En ésta se fundieron rasgos asiáticos de la frigia Cibeles, divinidad materna, con la diosa griega Artemis. Cierto que Éfeso tenía todavía otros muchos santuarios, pero el templo de Artemis ofuscaba a todos los demás y atraía cada año con su embrujo a multitudes de peregrinos. La fe de aquellas gentes, alimentada con fuentes antiquísimas, sostenida por el ansia de salvación, buscaba un refugio en el esplendor estremecedor del templo y en su imagen rodeada de un halo legendario.

Y éste es el mundo con que se encuentra Pablo. No es un paganismo primitivo, como pensamos con frecuencia, sino un culto religioso íntimamente vinculado con la vida. Cierto que está asociado con una dudosa creencia mitológica, pero la seriedad y sinceridad de las gentes que entraban en el Artemision, acompañadas de sus preocupaciones y esperanzas, es cosa que no deberíamos poner en duda. Se comprende cuán difícil era la empresa del Apóstol, de anunciar a este mundo con tan honda raigambre religiosa su mensaje de salvación sobre Jesucristo, la cruz y la resurrección. ¿No debía parecer una empresa desesperada? Sin embargo, si su predicación tuvo tanto resultado, se debió en primer lugar a lo que se testimonia en las lineas precedentes: a la virtud del Espíritu Santo que le acompañaba, a sus prodigios ruidosos, a su poder sobre las enfermedades y los espíritus malignos, que rebasaba todo lo que narraban de su diosa los devotos de la Artemis de los efesios.

Lo segundo que resulta tan convincente en nuestro relato es el comportamiento interesado que se manifiesta en Demetrio y en sus compañeros, que explota de manera refinada y calculadora los sentimientos del contorno. En Éfeso se había instalado una industria de objetos piadosos -que en todos los tiempos y en todas las culturas sabe posesionarse de las instituciones religiosas- para ofrecer a los peregrinos la oportunidad de procurarse recuerdos de la peregrinación con una reproducción reducida del Artemision y de la efigie de la diosa. Esto se comprende sin necesidad de grandes explicaciones. También es humanamente comprensible que al disminuir la demanda, se reuniera en una manifestación de protesta el gremio que se sentía perjudicado. Lo malo era, sin embargo, que Demetrio pretextara falsos motivos y con habilidad publicitaria pusiera en primer término la solicitud por la diosa Artemis. También en esto hace patente algo que no murió con él y con sus colegas en el negocio y que incluso perdura en nuestros días.

¡Cuántas veces se ha repetido también el cuadro del alborotado motín en el teatro de Éfeso! Este se hallaba en el centro de la ciudad, podía contener unas 25.000 personas. Todavía se pueden ver los cimientos. ¿Contra quién protestaban aquellas gentes excitadas? Habían arrastrado a dos compañeros de Pablo. Un judío quiere hablar. ¿Quería quizá distanciarse de Pablo con un discurso en defensa propia? Así parece. Sin embargo, su intento fallido sólo sirve para desencadenar un tremendo griterío en favor de la diosa Artemis. Durante dos horas resonó estruendosamente en el recinto el clamor unánime. E1 anónimo «secretario» de la ciudad, sin duda uno de los funcionarios más destacados, acalló a la multitud con prudencia y energía. Halaga eficazmente el orgullo local de los efesios, toma en consideración su solicitud por el santuario de Artemis y, poniendo ponderadamente en guardia contra el rigor de la administración romana, remite a las vías legales normales para la solución de esta y otras cuestiones. ¿Cómo estaba dispuesto personalmente con respecto a Pablo? ¿Estaba en términos amistosos con él, como los «asiarcas» mencionados en 19,31, que como jefes de la administración provincial velaban por la tranquilidad y el orden en favor de Roma? ¿Tenía Lucas, al destacar el leal comportamiento de los funcionarios efesios la misma intención que cuando en otros casos habla de la buena voluntad de los órganos que están al servicio de la administración romana?
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23. Tocante a esta colecta hay que tener también en cuenta las declaraciones de la carta a los Romanos escrita en Corinto (cf. 15.25s).