CAPÍTULO 18


7. EN CORINTO (18,1-22).

a) En casa de Aquilas (Hch/18/01-03).

1 Después de esto, retirándose de Atenas fue a Corinto. 2 Allí encontró a un judío llamado Aquilas, originario del Ponto, recién llegado a Italia con su mujer Priscila, por haber ordenado Claudio que fueran expulsados de Roma todos los judíos. Se unió a ellos; 3 y como eran de la misma profesión, vivía con ellos y juntos trabajaban, pues eran de oficio fabricantes de tiendas de campaña.

Corinto era una ciudad muy diferente de Atenas. Renacida de las ruinas desde 46 a.C., gracias a su posición había venido a ser centro de intercambio comercial entre oriente y occidente. Capital de la provincia romana de Acaya, residencia del procónsul, repleta de gentes de todos los países, atraídas a la gran urbe en busca de trabajo y de lucro, de goces de la vida y de placeres sensuales. Leyendo las cartas de Pablo escritas después de su primera misión a la comunidad de Corinto, se descubre cuán animado e inquieto era aquel pueblo de Corinto, pero también cuán buenas disposiciones tenía para recibir el Evangelio.

Aquí se encuentran dos fugitivos. Pablo, que huye de la inaccesibilidad de los atenienses pagados de su saber, se encuentra con el judío Aquilas, expulsado de Roma, cuya esposa se llama en nuestro texto Priscila, y Prisca en las cartas de Pablo (Rom 16,3; lCor 16,19; 2Tim 4,19). Probablemente eran ya cristianos los dos cuando fueron expulsados de Roma por el edicto de Claudio contra los judíos, edicto atestiguado históricamente, y se refugiaron en Corinto. La administración romana no hacía distinción entre judíos y judeocristianos. Hemos visto, en efecto, que también Pablo y Silas fueron llevados ante los tribunales como judíos en Filipos (16,20).

Este matrimonio merece honor y gratitud en la historia de la misión cristiana. En la carta a los Romanos (16,3) escribe de ellos Pablo: «Saludad a Prisca y a Aquilas, mis colaboradores en Cristo Jesús, los cuales arriesgaron su cabeza por mi vida, a quienes no sólo yo les estoy agradecido, sino también todas las Iglesias de los gentiles.» Cuando Pablo menciona a Prisca antes que a su marido Aquilas, no lo hace por pura cortesía; en efecto, esta mujer parece haberse señalado por su dedicación personal, su resolución y sus dotes teológicas21; todavía se volverá a hablar de ella en este capítulo.

En un principio, la preocupación por la subsistencia fue la que reunió a Pablo y a este matrimonio. Pablo vive y trabaja con ellos: éstos eran, como él, «fabricantes de tiendas». Así se traduce la voz griega. No tiene importancia lo que en concreto quería decir, si tejían telas de tiendas o si, lo que es más probable, preparaban para el uso telas y cueros. Lo que aquí, y constantemente, nos infunde respeto es el hecho de que Pablo aparece como trabajador. ¿Por qué lo hace? El mismo nos da la respuesta. En su primera carta a los Tesalonicenses, escrita en Corinto, dice: «Realmente, nuestra exhortación no procedía de error o de un motivo inconfesable; ni se funda en la astucia... Nuestras palabras nunca fueron discursos de adulación, como sabéis, ni fueron nunca pretexto de ambición. Dios es testigo de ello... Recordad, si no, hermanos, nuestros esfuerzos y fatigas: día y noche trabajando para no ser una carga para nadie, proclamamos entre vosotros el Evangelio de Dios. Vosotros sois testigos -y el mismo Dios lo es- de lo religiosa, seria e irreprochable que fue nuestra conducta para con vosotros, los creyentes» (lTes 2,3ss).

Y en lCor 9,4ss dice: «¿Es que no tenemos derecho a comer y beber?... ¿O es que yo y Bernabé somos los únicos que no tenemos derecho para dejar el trabajo?... Si nosotros hemos sembrado para vosotros lo espiritual, ¿qué de extraño tiene que recojamos nosotros vuestros bienes materiales?... Sin embargo, no hemos usado de este derecho, sino que lo sobrellevamos todo, para no poner tropiezo alguno al Evangelio de Cristo.» Y en la segunda carta a los Corintios (11,7ss) vuelve a hablar de esto con enardecimiento: «¿Cometí, acaso, un pecado rebajándome a mí mismo para que vosotros fuerais enaltecidos, porque os anuncié gratis el Evangelio de Dios?... Y en todo me guardé y me guardaré de seros gravoso...» En sus palabras de despedida a los presbíteros de Efeso (20,33ss) extiende las manos hacia el grupo para decir: «PIata, ni oro, ni vestidos de nadie codicié. Vosotros mismos sabéis que a mis necesidades y a las de aquellos que estaban conmigo suministraron estas manos.»

Cierto que Pablo se dejó ayudar por las comunidades macedonias (2Cor 11,9), sobre todo por su queridísima comunidad de Filipos (Flp 4,10ss); pero, por lo demás, con la mayor fidelidad a su principio, se negó a recibir retribución por su servicio al Evangelio. Pablo conoce el derecho de los mensajeros de la fe a ser sustentados por las comunidades (lCor 9,4-14). Sin embargo, renunciando a este derecho quería mostrar que lo único que le importaba era el Evangelio, muy lejos de pensar en cuentas y cálculos humanos. Tal comportamiento era desusado, aun en los días de la primitiva Iglesia. Pero ¿no es cierto que del desinterés personal de los predicadores y ministros del Evangelio dimana la mayor eficacia sobre las personas que buscan la verdad? ¿Y no obraban con prudencia los rabinos judíos, que a sus discípulos les recomendaban que, juntamente con el estudio de la teología, se formasen para un oficio manual?
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21. Cf. también 18,18, donde igualmente se antepone el nombre de Priscila al de Aquilas.
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b) Fracaso con los judíos (Hch/18/04-06).

4 Disertaba en la sinagoga cada sábado, tratando de persuadir tanto a judíos como a griegos. 5 Cuando llegaron de Macedonia Silas y Timoteo, Pablo se consagró de lleno a la predicación, testificando a los judíos que Jesús era el Cristo. 6 Pero, como éstos le opusieran resistencia y respondieran con ultrajes, él les dijo sacudiéndose las vestiduras: Allá vuestra sangre sobre vuestras cabezas. Yo estoy limpio. Desde ahora me dirigiré a los gentiles.

En todos los lugares se mantiene Pablo fiel a la solicitud por su pueblo judío. Toma en serio la «gran tristeza y (el) profundo dolor incesante en mi corazón» (Rom 9, 2ss). No le abandona la idea de «ser anatema, ser separado de Cristo, en bien de mis hermanos, los de mi raza según la carne». Sabe de la elección, de las «promesas» que lleva este pueblo consigo desde Abraham. No quiere comprender que este pueblo se vea preterido. No se deja quebrar por los muchos desengaños que le han procurado sus tentativas de misión entre los judíos. No obstante la persecución y los malos tratos en las ciudades de Asia Menor y de Macedonia, también en Corinto se encamina el sábado a la sinagoga y habla de Jesús, sin duda en los mismos términos en que había hablado anteriormente a los judíos en Antioquía de Pisidia (13,17-41).

Y una vez más vuelve a tropezar con incomprensión y oposición. Palabras duras e hirientes caen sobre él. Pablo sufre un amargo desengaño. Como en Antioquía (13,51) se había sacudido el polvo de los pies, así en Corinto se sacude las vestiduras y abandona la sinagoga a la suerte que ella misma había elegido. Sus palabras: «Allá vuestra sangre sobre vuestras cabezas» nos traen a la memoria a Pilato (Mt 27,24). Aunque hasta el fin de su vida pesará dolorosamente sobre él la solicitud por su pueblo, sin embargo en Corinto se reconoce exento de responsabilidad y se dirige con todas sus fuerzas al trabajo entre los gentiles. Cierto que nunca se desentiende de la pregunta por el sentido de historia de la salvación de este comportamiento del judaísmo, y en su interior comienza a recoger los pensamientos con que trata de profundizar e interpretar el camino tan diferente de los judíos y de los gentiles. En la carta a los Romanos (9-11) dará una profunda expresión teológica a sus reflexiones.

c) Éxito entre los gentiles (Hch/18/07-11).

7 Y marchándose de allí, se fue a la casa de un tal Ticio Justo, temeroso de Dios, que vivía contiguo a la sinagoga. 8 Crispo, el jefe de la sinagoga, creyó en el Señor con toda su casa, y muchos de los oyentes corintios creían y se bautizaban. 9 Por la noche, en una visión, dijo el Señor a Pablo: No tengas miedo. Sigue hablando y no te calles; 10 que yo estoy contigo, y nadie osará hacerte daño, porque tengo yo en esta ciudad un pueblo numeroso. 11 Y se asentó allí durante un año y seis meses, enseñando entre ellos la palabra de Dios.

Estrechamente junto a la sinagoga se halla el nuevo ámbito que servirá de lugar de reunión para la predicación entre los gentiles. Ticio Justo era uno de los «temerosos de Dios», que, venidos de la gentilidad, buscaban en la religión judía la satisfacción de su ansia de verdad. Ahora, en la palabra de Pablo, se hallan con el mensaje de salvación. Incluso el jefe de la sinagoga se convirtió y se hizo cristiano. Las conversiones de personalidades destacadas han atraído en todos los tiempos la atención hacia la Iglesia y le han procurado seguidores. Aunque también sucede inversamente que la deserción de tales personas origina tanta más inquietud y penuria espiritual al pueblo de los creyentes. Cuán duro y descorazonador fuera el trabajo en Corinto lo dice de manera impresionante la sencilla noticia sobre la consoladora visión nocturna del Señor. Pablo experimenta de nuevo el encuentro con Cristo glorificado. Léase 22,18 ó 23,11. El Apóstol vive en total dependencia y unión con aquel que lo había llamado. Sus cartas dan testimonio de ello. «Llevando siempre y por todas partes, en el cuerpo, el estado de muerte que llevó Jesús, para que también la vida de Jesús se manifieste en nuestro cuerpo», dice en 2Cor 4,10. Y en la misma carta (12,8) escribe en vista de los accesos de enfermedad que lo afligen: «Clamé al Señor tres veces que apartara de mí este aguijón. Pero él me dijo: Te basta mi gracia; pues mi poder se manifiesta en la flaqueza.»

Habría que ahondar atentamente las dos cartas a los Corintios para darse cuenta de la situación en que se halló Pablo en Corinto. En 1Co 1,26ss leemos: «Fijaos, si no, hermanos, quiénes habéis sido llamados: no hay entre vosotros muchos sabios según la carne, ni muchos poderosos, ni muchos de noble cuna; todo lo contrario: lo que para el mundo es necio, lo escogió Dios para avergonzar a los sabios, y lo que para el mundo es débil, lo escogió Dios para avergonzar a lo fuerte, y lo plebeyo del mundo y lo despreciable, lo que no cuenta, Dios lo escogió para destruir lo que cuenta.» Y en lCor 2,3ss confiesa: «Me presenté ante vosotros débil y con mucho temor y temblor. Mi palabra y mi predicación no consistían en hábiles discursos de sabiduría, sino en demostración de espíritu y de poder; de suerte que vuestra fe se base, no en sabiduría de hombres, sino en el poder de Dios.»

Esta comunidad de Corinto era una gente que se ganaba pronto, pero que difícilmente se mantenía en cohesión. Esto lo advertirá quienquiera que lea atentamente las dos cartas. Probablemente, en las dos cartas que no se han conservado, quizá en la llamada «carta de las lágrimas» (2Cor 2,3s; 7,8), se leían cosas mucho más dolorosas. Se comprende que el Señor precisamente en Corinto quiera animar al Apóstol y le asegure que está con él y que le protegerá contra toda hostilidad. Si admiramos la obra de misión del Apóstol, aunque sólo sea por razón del esfuerzo físico que supone, no debemos olvidar que este Pablo, que sin duda estaba movido por una especial energía y fuerza de acción personal, en definitiva sólo pudo obrar como lo hizo porque una fuerza superior lo animaba y lo sostenía, a saber, la fuerza de aquel que le dijo: «No tengas miedo. Sigue hablando y no te calles; que yo estoy contigo.» Tales palabras nos traen a la memoria la vocación de los profetas del Antiguo Testamento (Is 41,10ss; 45,5ss), las palabras del Jesús prepascual y las del Cristo postpascual (Mt 14,27; 17,7; 28,16ss). ¿Comprendemos nosotros que todos nuestros esfuerzos con vistas al mensaje de Cristo y a la realización del reino de Cristo sólo tienen sentido y efecto si está con nosotros aquel que a sus palabras de misión en Mateo asoció la promesa: «Mirad, yo estoy con vosotros todos los días hasta el final de los tiempos» (Mt 28,20)?

d) Ante el procónsul Galión (Hch/18/12-17).

12 Era entonces procónsul de Acaya Galión. Y amotinados los judíos contra Pablo, lo condujeron al tribunal, 13 diciendo: «Este tipo anda incitando a los hombres a dar culto a Dios en forma contraria a la ley. 14 Y cuando Pablo se disponía a hablar, dijo Galión a los judíos: «Si se tratara de aIgún crimen o mala fechoría, sería razonable, oh judíos, que me tomara la molestia de oíros; 15 pero, siendo cuestiones de palabras y de nombres, y de una ley que es la vuestra, allá vosotros veáis. Yo no quiero ser juez en estos asuntos.» 16 Y los despidió del tribunal. 17 Y echando mano todos a Sóstenes, el jefe de la sinagoga, lo golpeaban delante del tribunal, pero nada de esto le importaba a Galión.

Muy poco es lo que los Hechos de los apóstoles nos refieren de lo que Pablo hizo y experimentó «durante un año y seis meses» (18,11) que duró su primera estancia en Corinto. Sin embargo, el cuadro que aquí se nos pone ante los ojos, ilustra gráficamente la situación en que se hallaba.

Una vez más aparecen los judíos como los verdaderos contradictores. Debemos distinguir dos grupos de judíos. Como se echa de ver por 2Cor 11,22, había un grupo de los llamados judaizantes dentro de la comunidad cristiana. Con ellos se ocupa la apasionada polémica en la carta mencionada (10-11). Pero en nuestro caso se trata de judíos que rechazaban y combatían con el mayor encarnizamiento eI mensaje cristiano de salvación, y en Corinto -como ya en las anteriores etapas de misión- dirigían sus tiros contra la persona de Pablo, estando como estaban convencidos de que era él el más poderoso y victorioso pregonero y guía de la Iglesia que se iba consolidando en la gentilidad.

Pablo es conducido ante el tribunal del procónsul romano Galión. De él dependía la provincia de Acaya. Fue el primer encuentro oficial entre el Apóstol y un destacado representante de Roma. Análogas escenas se repetirán en lo sucesivo. Interesan, en efecto, especialmente a la obra lucana. En Galión se enfrenta con el predicador del Evangelio un romano caballeroso, distinguido, que piensa con realismo. Según el testimonio de una inscripción hallada en Delfos, el procónsul estuvo en funciones los años 50-51 ó 51-52. Este testimonio es un sólido apoyo para la cronología de Pablo. Si tenemos en cuenta que Galión era hermano del filósofo romano Séneca, preceptor del emperador, nos resultará especialmente creíble su comportamiento recto y justo con el Apóstol. El año 65, Galión, con su hermano Séneca y otro hermano morirán victimas del capricho y de la crueldad de Nerón. Del mismo Nerón, pues, del que serán víctimas Pablo y Pedro. La acusación de los judíos parece ser deliberadamente ambigua. Echan en cara a Pablo la propaganda de un «culto a Dios en forma contraria a la ley». Los judíos piensan en su ley judía y en la doctrina de salvación del Apóstol dirigida contra esta ley. Esto se echa de ver fácilmente. Pero con su formulación parecen querer probar al romano un delito político. Es sabido que los judíos gozaban en el Imperio romano del status de una religio licita, es decir, de una religión permitida por la ley. Dado que las primeras comunidades cristianas estaban formadas principalmente por judíos, podían aplicarse también a sí mismas este privilegio. Es, sin embargo, obvio que los judíos ortodoxos trataran de discutir a los cristianos este derecho. Así, su acusación en Corinto iba encaminada a presentar al funcionario romano la ilegalidad de la doctrina predicada por Pablo. Una vez más, como en el proceso de Jesús, se transfiere una cuestión religiosa al plano de lo político. Galión descubre su juego. Sabe que para los acusadores se trata de cuestiones internas de los judíos. Puesto que él se refiere a «palabras y nombres», con los que él, en calidad de juez, no tiene nada que ver, se puede conjeturar que se trataba del enunciado fundamental de la predicación paulina y al mismo tiempo del reparo fundamental del judaísmo, la cuestión de si Jesús era el Mesías que aguardaba el judaísmo. La prueba de esto era para Pablo el punto capital de su predicación. Para los judíos era esto el escándalo capital.

¿Rechazó Galión la acusación de Jesús con mayor decisión que Pilato en el caso de Jesús? Sabemos por el Evangelio que Pilato se dio cuenta de los verdaderos motivos de los judíos y quería recusar su acusación contra Jesús. Pero, finalmente sucumbió a los ataques de la multitud. Habrá que reconocer que a un juez romano en Jerusalén se le creaba frente a los judíos un problema mucho más difícil que a un procónsul en Corinto. El jefe de la sinagoga, Sóstenes, fue golpeado ante los ojos de Galión. El texto no dice claramente si los agresores eran los griegos, quizá por sentimientos antijudíos, o si judíos helenistas querían expresar así esa decepción por el desenlace desfavorable del proceso. Tampoco sabemos si este Sóstenes es el mismo que en lCor 1,1 se menciona como remitente juntamente con Pablo. Si lo era, habrá que suponer que poco después de este incidente se había incorporado a la Iglesia.

e) Regreso del segundo viaje (Hch/18/18-22).,

18 Pablo siguió viviendo allí todavía bastante tiempo hasta que se despidió de los hermanos y se embarcó hacia Siria, acompañado de Priscila y Aquilas, después de haberse rapado la cabeza en Céncreas, porque tenía hecho voto. 19 Llegaron a Éfeso y los dejó allí. El, por su parte, entró en la sinagoga y se puso a hablar a los judíos. 20 Rogábanle ellos que se quedara más tiempo, pero no consintió; 21 sino que diciéndoles al despedirse: «Volveré a vosotros de nuevo, si Dios quiere», partió de Éfeso. 22 Y llegado a Cesarea, después de subir y saludar a la Iglesia, descendió a Antioquía.

Nuevamente vemos en acción al diligente reportero Lucas. Enumera las etapas del viaje de regreso, y así hace que una empresa de suma importancia para el desarrollo de la Iglesia vuelva de nuevo al punto donde había tenido comienzo. Pablo se embarca en Céncreas, el puerto oriental de Corinto. Allí parece haber surgido una importante comunidad. En efecto, en Rom 16,1 se menciona a «Febe, nuestra hermana, que es diaconisa de la Iglesia de Céncreas».

Al lector podrá parecer curioso el detalle de que Pablo se rapó la cabeza en Céncreas. Se trataba de una usanza judía, de un voto religioso. En la ley mosaica (Núm 6,2ss) hallamos la siguiente prescripción: «Si uno hiciere el voto del nazireato, de consagrarse a Yahveh, se abstendrá de vino y de toda bebida embriagante..., durante todo el tiempo de su nazireato no comerá fruto alguno de la vid... Durante todo el tiempo de su voto de nazireo no pasará la navaja por su cabeza; hasta que se cumpla el tiempo por el que se consagró a Yahveh, será santo y dejará crecer libremente su cabellera.» Terminado el tiempo de la consagración, estaban prescritos sacrificios especiales en el templo de Jerusalén, sobre los que se dan instrucciones precisas en Núm 6,13-21.

Pablo terminó por tanto en Céncreas un tiempo de consagración que se había impuesto por voto. Si tenemos presente con cuánta insistencia Pablo, en las cartas a los Gálatas y a los Romanos, declara ya fuera de vigor el orden establecido por la ley, no podemos menos de sorprendernos de que él mismo, ya cristiano, observe todavía una práctica que forma parte de la religiosidad de la ley. Cierto que después del tercer viaje misionero participará en los ritos de conclusión de votos de nazireato (21,23), pero entonces se moverá más por consideraciones externas con los judíos de Jerusalén. Aquí, en cambio, da la sensación de obrar por motivos de devoción personal. ¿Está esto en contradicción con su Evangelio exento de la ley? No es de creer. Aun siendo cristiano, pudo Pablo tener por sagradas oraciones y prácticas religiosas, a condición de que no se las considerara como el verdadero y propio motivo y causa de la salvación. En este comportamiento se echa de ver que una acción practicada con sentimientos rectos no está en contradicción con la tesis paulina fundamental, según la cual no son las obras las que causan la justicia ante Dios, sino la fe en Cristo Jesús «independientemente de la ley» (cf. Rom 3,21ss).

Leemos con interés que Priscila y Aquilas acompañan a Pablo hasta Éfeso. Con esto se prepara lo que se va a referir en el relato siguiente. Pablo no se quedó en Efeso. Seguramente había encontrado allí una gran disposición para el Evangelio. La aprovechará en el tercer viaje, haciendo de esta ciudad durante cosa de tres años el centro de su actividad misionera. Llegó a Cesarea y luego «subió», sin duda a Jerusalén. Esto lo da a entender esta expresión, corriente para designar el camino hacia la ciudad santa, pero también la información que nos dice que sólo después «descendió a Antioquía». ¿Qué hace, pues, en Jerusalén? Parece obvio pensar en el sacrificio que estaba asociado a la conclusión del nazireato. ¿No es en cierto modo conmovedor ver a este hombre combativo, que en todo su itinerario misionero fue perseguido y maltratado por los judíos por razón de la ortodoxia judía, visitar ahora el santuario judío, para ofrecer allí sacrificios, movido por una necesidad interior? ¿No late aquí la idea de que, con toda la fidelidad interior al principio eclesial, se ha de conservar la generosidad para respetar y amar todo lo que puede manifestar reverencia para con Dios?
 

IV. TERCER VIAJE MISIONAL (18,23-21,14).

1. SOBRE LA ACTIVIDAD DE APOLO (Hch/18/23-28).

23 Pasado algún tiempo, se fue, atravesó por orden la región de Galacia y la Frigia, para fortalecer a todos los discípulos. 24 Cierto judío, por nombre Apolo, alejandrino de origen, hombre elocuente y versado en las Escrituras, llegó a Éfeso. 25 Había sido iniciado en el Camino del Señor y, ardoroso de ánimo, hablaba y enseñaba cuidadosamente lo concerniente a Jesús, aunque sólo conocía el bautismo de Juan. 26 Comenzó, pues, a hablar con decisión en la sinagoga, como le oyeran Priscila y Aquilas, se lo llevaron consigo y le expusieron más cumplidamente el Camino de Dios. 27 Quería él pasar a Acaya, y los hermanos lo animaron y escribieron a los discípulos para que lo acogieran. Fue y aprovechó grandemente, mediante la gracia, a los que habían creído, 28 ya que con vehemencia refutaba públicamente a los judíos, demostrándoles por las Escrituras que Jesús era el Mesías.

Sorprendentemente se intercala aquí un entreacto en medio del relato que en general se refiere exclusivamente a Pablo. Aparece una figura extraña de fisonomía propia. Sólo en este lugar se habla de ella en los Hechos de los apóstoles. Sin embargo, este Apolo no es un extraño para Pablo. Por esto se explica que Lucas presente aquí su figura, entre el segundo y tercer viaje misionero. En la primera carta a los Corintios, escrita en Éfeso durante el tercer viaje, hacia el año 55-56, o sea, después de la actividad de Apolo en Corinto, habla Pablo de éste. En la fecha de la carta, está Apolo en Éfeso. En 16,12 se lee: «En cuanto al hermano Apolo, le rogué instantemente que fuera a vosotros con los hermanos; pero no quería en absoluto ir por ahora; irá cuando se le presente la ocasión.» ¿Volvería Apolo nuevamente a Corinto? ¿Tendría Pablo gran interés en que volviera allá una vez más? Si en aquella carta se compara el pasaje que hemos citado con lo que inmediatamente antes se ha dicho sobre Timoteo puede sentirse en las palabras de Pablo una cierta reserva. Parece que Pablo personalmente siente afecto por Apolo. Sin embargo, sabe también que la primera presencia de éste en Corinto no había sido provechosa para la comunidad. Cuando los Hechos de los apóstoles llaman a Apolo -formado en la escuela alejandrina, quizá por el célebre filósofo y teólogo judío Filón- «hombre elocuente y versado en las Escrituras», y hablan de que en Corinto «aprovechó grandemente, mediante la gracia», y de las victoriosas polémicas con los judíos corintios, seguramente también Pablo sería de este parecer.

Sin embargo, precisamente esta actividad de Apolo le causó verdaderas preocupaciones. Nos hallamos con un estado de cosas que está condicionado por el comportamiento humano, y concretamente por la reacción de ciertos círculos en la comunidad de Corintio. Sólo indirectamente podemos barruntarlo por los primeros capítulos de la primera carta a los Corintios. Pablo habla de «discordias» en la comunidad. «Me refiero a que cada uno de vosotros dice: "Yo soy de Pablo"; "Yo de Apolo"; "Yo de Cefas"; "Yo de Cristo"» (ICor 1,12). Las frases que siguen de lCor 3,5 muestran que Pablo cita estos cuatro grupos para no referirse abiertamente a la tensión -única que hacía al caso- entre el partido de Pablo y el partido de Apolo. En efecto, allí se dice: «Pues ¿qué es Apolo? ¿Qué es Pablo? Unos servidores, por medio de los cuales abrazasteis la fe, y cada uno es según la gracia que le dio el Señor. Yo planté, Apolo regó; pero el crecimiento lo produjo Dios.» Y en lCor 4,6s leemos: «En atención a vosotros, hermanos, he aplicado estas cosas como ejemplo a mi propio caso y al de Apolo... a fin de que no os infléis de vanidad, tomado partido por uno contra otro. Pues, ¿quién te distingue de los demás? ¿Qué tienes que no hayas recibido? Y si lo has recibido, ¿por qué presumes como si no lo hubieras recibido?»

Impresiona ver con cuánto encarecimiento y profundidad muestra Pablo en sus exposiciones las verdaderas razones, a fin de retraer a los corintios de su reacción puramente humana y superficial frente a la actividad de Apolo e invitarlos a reflexionar sobre lo esencial del mensaje de salvación. Sin duda piensa en Apolo cuando escribe en lCor 2,1ss: «Yo, hermanos, cuando llegué a vosotros, no llegué anunciándoos el misterio de Dios con excelencia de palabra o de sabiduría; pues me propuse no saber entre vosotros otra cosa que a Jesucristo, y a éste, crucificado... Mi palabra y mi predicación no consistían en hábiles discursos de sabiduría, sino en demostración de espíritu y de poder, de suerte que vuestra fe se base, no en sabiduría de hombres, sino en el poder de Dios.»

Así, pensando en la carta a los Corintios, leemos con sentimientos especiales nuestro relato de los Hechos de los apóstoles. Los dos testimonios no se contradicen. La actividad de Apolo resulta provechosa «mediante la gracia», aun después de lo que dice Pablo. Pero la gran preocupación por la unidad y unanimidad de la Iglesia le fuerza a llamar la atención de los corintios sobre lo decisivo en la acción de uno que está al servicio del Evangelio. No tenemos la menor razón de suponer que entrara en juego desabrimiento personal y menos todavía envidias humanas. Cierto que tampoco Pablo estaba inmunizado contra las flaquezas humanas, como lo notamos aquí y allá en sus cartas. Sin embargo, el Apóstol se esforzaba honradamente por subordinar sus sentimientos personales a la solicitud por la causa de Cristo.

Con especial interés leemos que fueron Priscila y Aquilas los que, como fieles auxiliares de la misión cristiana primitiva, se cuidaron de la perfecta instrucción de Apolo en la fe. Se menciona a Priscila en primer lugar. Lucas sabe de la participación de la mujer en la obra de salvación de la Iglesia. Su Evangelio nos muestra con atención a la mujer entre los que acompañan y sirven a Jesús.

Podrá sorprendernos ver a Apolo presentarse como testigo del mensaje de Cristo, puesto que por el bautismo era todavía discípulo de Juan. Esto es un ejemplo del amplio movimiento que había desencadenado el predicador de penitencia en el Jordán. En Alejandría, patria de Apolo, parecen haberse formado comunidades del Bautista, como también en Éeso, de las que se habla en el relato que sigue (19,1ss). Parece que todavía pasó algún tiempo hasta que el culto que se tributaba al Bautista se puso en la debida relación con la fe en Cristo. Quien lee con atención los cuatro Evangelios siente en el diseño de la figura del Bautista un empeño claro en mostrar la persona y el significado de éste en relación de servicio a la persona y a la obra de Jesús.