CAPÍTULO 17


4. EN TESALÓNICA (Hch/17/01-09).

a) Primeros éxitos (17,1-4).

1 Pasaron por Anfípolis y Apolonia y llegaron a Tesalónica, donde había una sinagoga de judíos. 2 Según su costumbre, Pablo entró allí, y por tres sábados dialogó con ellos a partir de las Escrituras, 3 explicando y probando que era necesario que el Mesías padeciera y resucitara de entre los muertos, y que «éste es el Mesías, este Jesús a quien yo os anuncio». 4 Algunos de entre ellos se dejaron persuadir y se agregaron a Pablo y a Silas, así como una gran muchedumbre de prosélitos griegos y no pocas mujeres principales.

De nuevo está el Evangelio en camino. La repulsa y la oposición se suceden apretadamente de lugar en lugar. Precisamente así es como se propaga el Evangelio. Por la vía Egnacia, la calzada imperial que desde el este conduce por Macedonia a Adria y cuyas etapas marca de nuevo a propósito Lucas, caminan los misioneros y se detienen en Tesalónica. Parece como si el imperio hubiese trazado su red tan ramificada de comunicaciones para preparar el camino al mensaje de la salvación. Aunque sabemos que el imperio ofreció a los pregoneros del Evangelio algo más que sus caminos. La experiencia por que pasa Pablo en Tesalónica se asemeja a lo que ya tenía experimentado antes. De nuevo se presenta en la sinagoga judía, de nuevo echa mano de la Sagrada Escritura veterotestamentaria para trazar por medio de ella la imagen del Mesías. La traza con los rasgos que lleva en sí mismo por su experiencia personal de Cristo. En los testimonios de las Escrituras ve al Salvador que sufrió y resucitó. No se aducen las pruebas en detalle, pero podemos atenernos a lo que conocemos por la predicación de Pedro (2,23ss; 3,18) y finalmente por la predicación de Pablo en Antioquía de Pisidia (13,27ss), en materia de pruebas de Escritura en la exégesis especial de la época. En esta profesión solemne: «Este es el Mesías, este Jesús a quien yo os anuncio», se resume todo lo que el kerygma apostó1ico trataba de testimoniar como punto esencial ante los oyentes judíos. Si leemos la primera carta a los Tesalonicenses, nos hallamos con un cuadro movido de los días en que Pablo ejerció su actividad en Tesalónica: «Cuando se proclamó el Evangelio entre vosotros, no fue sólo con palabras, sino, además, con obras eficaces, es decir, con el Espíritu Santo y con convicción profunda. Como sabéis ésta fue nuestra actuación entre vosotros en provecho vuestro», dice en 1,5. Y en la misma carta (2,1s) leemos: «Bien sabéis, hermanos, que nuestra visita a vosotros no fue infructuosa. Al contrario, después de haber sido maltratados e injuriados en Filipos, como sabéis, tuvimos la osadía -apoyados en nuestro Dios- de proclamar entre vosotros el Evangelio de Dios, en medio de una fuerte oposición.» Habría que leer las dos cartas a los Tesalonicenses con todos sus detalles para que cobraran vida para nosotros las líneas de los Hechos de los apóstoles.

b) Perseguido por los judíos (17,5-9).

5 Envidiosos de esto los judíos, reunieron a unos cuantos vagabundos, maleantes y revoltosos, y amotinaron la ciudad. Situados ante la casa de Jasón, intentaban entregarlos al populacho. 6 Pero como no los encontraron, arrastraban a Jasón y a algunos hermanos ante las autoridades de la ciudad, vociferando: «Estos son los agitadores del mundo entero, que han llegado hasta aquí, 7 y los hospeda Jasón; todos ellos actúan contra los decretos del César, diciendo que hay otro rey, Jesús.» 8 Y así alborotaron a la multitud y a las autoridades de la ciudad que oyeron esto. 9 Pero recibida fianza de Jasón y de los demás, los dejaron libres.

En la carta que hemos mencionado escribe Pablo: «Realmente, vosotros, hermanos, habéis seguido los pasos de las Iglesias de Dios, congregadas en el nombre de Cristo Jesús, que hay en Judea: también vosotros habéis recibido de vuestros compatriotas los mismos golpes que ellos sufrieron de los judíos. Éstos mataron al Señor Jesús y a los profetas, y nos persiguieron a nosotros, perdiendo, con todo ello, el favor de Dios y enfrentándose con todo el mundo, llegando hasta impedirnos predicar a los gentiles para que se salven. Así mantienen siempre llena la medida de sus pecados» (lTes 2,14ss). Estas líneas se escribieron recordando la dolorosa experiencia de que habla nuestro texto. De nuevo tratan los judíos de obstaculizar la misión del Apóstol. Como en el proceso de Jesús, los dirigentes judíos trasladaban su acusación al plano político (Lc 23,2) y como lo habían hecho las gentes de Filipos, así lo intentaban ahora también los judíos de Tesalónica.

Puede sorprender que las autoridades de Tesalónica se dieran por satisfechas con una fianza de Jasón y no llevaran adelante la grave acusación. ¿Comprendieron los responsables las verdaderas razones que tenían los acusadores judíos, como Pilatos había penetrado las intenciones de las acusaciones contra Jesús (Mc 15,10) y como el procónsul Galión en Corinto no tomó en serio las recriminaciones de los judíos contra Pablo (18,14ss)?

5. PERSECUCIÓN TAMBIÉN EN BEREA (Hch/17/10-15).

10 En seguida, los hermanos, por la noche, despidieron a Pablo y a Silas hacia Berea, los cuales, apenas llegaron, se fueron derechos a la sinagoga de los judíos. 11 Éstos eran de mejor condición que los de Tesalónica, puesto que recibieron con toda avidez la palabra, compulsando día tras día las Escrituras, para ver si era así. 12 Muchos, pues, de entre ellos abrazaron la fe, mujeres griegas distinguidas y no pocos hombres. 13 Pero, cuando supieran los judíos de Tesalónica que también en Berea era anunciada por Pablo la palabra de Dios, también fueron allá, para agitar y sublevar las multitudes. 14 Entonces, los hermanos despidieron en seguida a Pablo para que se fuera hasta las orillas del mar. Silas y Timoteo, en tanto, permanecieron allí. 15 Los que acompañaban a Pablo lo condujeron hasta Atenas, y, con orden para Silas y Timoteo de que cuanto antes se reunieran con él, regresaron.

El Apóstol debe abandonar Tesalónica sin poder llevar a término su obra. Por la carta que escribió desde Corinto a la comunidad sabemos cuánto sufrió su solicitud pastoral a causa de este suceso. En ella leemos: «En cuanto a nosotros, hermanos, separados de vosotros -material, no espiritualmente- por un poco de tiempo, redoblamos nuestros esfuerzos por realizar nuestro ardiente deseo de visitaros. Ciertamente estábamos empeñados en haceros esta visita, al menos yo, Pablo, una y otra vez. Pero se ha interpuesto Satán. Después de todo, ¿qué otra mejor esperanza, o alegría, o corona de gloria pudiéramos desear, sino vosotros mismos, ante nuestro Señor Jesús en su advenimiento? Sí, vosotros sois nuestra gloria y nuestra alegría» (ITes 2,17-20). Con tales sentimientos se despidió Pablo, apremiado por los hermanos, y buscó refugio en la apartada pequeña ciudad de Berea. También aquí le faltó el tiempo para entregarse al trabajo. Los judíos de la sinagoga de este lugar muestran verdadero celo por la salvación y examinan diligentemente el valor de la interpretación de los textos veterotestamentarios indicados por Pablo, y su referencia a Cristo Jesús. También los no judíos afectados a la sinagoga muestran sincero interés. Y una vez más Lucas, con la diligencia en él acostumbrada, menciona la actitud de apertura a la salvación observada en mujeres (cf. Lc 8, 2s; 10,38ss; 23,49.55s).

A Pablo no le duró, por cierto, mucho tiempo la tranquilidad. Ni siquiera la distancia de 80 km impidió al odio de los judíos de Tesalónica llegar hasta Berea, como durante el primer viaje misionero habían ido los judíos de Antioquía de Iconio a Listra para apedrear a Pablo. Esta vez, sin embargo, alguien salvó a Pablo de aquella amenaza, sacándolo de la zona de peligro y encaminándolo hacia Atenas. Del estado de ánimo del Apóstol arrancado de su trabajo nos enteramos de nuevo por la carta a los Tesalonicenses, en la que escribe: «Por eso, no pudiendo ya más, decidimos quedarnos solos en Atenas, y enviamos a Timoteo, nuestro hermano, colaborador de Dios en el Evangelio de Cristo, para que os conforte y os consuele en vuestra fe, y para que nadie vacile en estas tribulaciones. Porque vosotros mismos sabéis muy bien que para eso estamos. Ya cuando estaba entre vosotros, os dijimos a tiempo que tendríamos que enfrentarnos con la lucha, como así ha pasado y lo estáis viendo. Por esto, no pudiendo ya más, envié a que se informaran sobre vuestra fe, no fuera que el tentador os hubiera tentado y todo mi esfuerzo hubiera resultado vano» (ITes 3,1-5).

¡Cuánto trabajo, cuánta solicitud pastoral y cuánta aflicción humana se oculta en estas sencillas líneas, en un hombre que con ardiente pasión se sentía apremiado a proclamar el mensaje de la salvación y pudo escribir de sí mismo: «¡Ay de mí si no anuncio el Evangelio!» (lCor 9,16). En verdad que este comienzo de la Iglesia en suelo europeo fue para Pablo una dolorosa cadena de amargas experiencias. Pero él sabía con quién sufría y por quién sufría. «Por eso me complazco, por amor de Cristo, en flaquezas, insultos, necesidades, persecuciones y angustias; porque cuando me siento débil, entonces soy fuerte» (2Cor 12,10).


6. EN ATENAS (17,16-34).

a) Primer contacto con la ciudad (Hc/17/16-18).

16 Mientras Pablo los esperaba en Atenas, se consumía su espíritu en su interior viendo la ciudad repleta de ídolos. 17 Discutía, pues, con los judíos y los prosélitos en la sinagoga, y cada día en el ágora con los que se tropezaba. 18 Incluso ciertos filósofos epicúreos y estoicos dialogaban con él, y algunos decían: «¿Qué querrá decir este charlatán?» Los otros, en cambio: «Parece ser predicador de divinidades extrañas», porque anunciaba a Jesús y la resurrección.

Una vez más los Hechos de los apóstoles ponen de manifiesto cómo el odio y la persecución proporcionan nuevas posibilidades al Evangelio. Pablo llega como fugitivo a Atenas. Aun cuando ha desaparecido de esta ciudad el esplendor de un Pericles y la fama de la escuela de Platón, sin embargo, todavía se le asocia la idea de riqueza cultural y de grandeza espiritual. Los múltiples monumentos dan testimonio de la búsqueda y ansia de hombres dotados de disposiciones religiosas, siquiera se manifieste esto en ideas y fines divergentes entre sí.

Pablo llega con el mensaje del Evangelio. ¡Encuentro memorable! Cierto que nuestro relato menciona también la sinagoga judía, a la que también en Atenas se dirige el Apóstol, fiel a sus más internos compromisos, pero aquí su verdadero interés va dirigido, a todas luces, a los no judíos, al mundo griego. Pablo da un ejemplo de cómo la proclamación de la salvación no debe circunscribirse a un grupo bien perfilado, formado religiosamente, sino que debe estar pronta a abrirse a todos los hombres, sea cual fuera la situación espiritual, cultural y social en que se encuentren.

Pablo no es una persona que aguarda que se presenten los hombres con sus preguntas, sino que se mezcla con las gentes en el ágora, el mercado, en el que, por cierto, más que de bienes económicos de consumo se trata de intercambio de cuestiones de política, de filosofía, de modo de vivir. Los rétores y sofistas todavía caracterizan la imagen espiritual a Atenas. El Apóstol procura entablar diálogo con epicúreos y estoicos, dos corrientes de tendencia diferente. Los epicúreos, empeñados en lo de tejas abajo, cultivando las satisfacciones refinadas de la vida, sin gran interés por lo que se refiere a Dios o a los dioses, buscaban en una concepción naturalista de la vida la felicidad del sabio serenado y el equilibrio imperturbado del alma. Los adeptos de la estoa representan ese tipo de hombres que trata de configurar la vida conforme a la filosofía y de vivir según la naturaleza, somete los afectos e impulsos a la razón, ve en Dios un ser que penetra el universo y que, conforme a un curso de las cosas fijado según un plan, lleva en sí las energías germinales de toda evolución.

¿No era un empeño desesperado anunciar a tales hombres el mensaje de Jesús y de la resurrección? La palabra de salvación del Evangelio, chocando con esta ideología y con esta concepción de la vida, ¿no rebotaría como las gotas de agua sobre el mármol de los templos paganos? Nuestro texto presenta de manera convincente la situación cuando dice que los unos, con una superioridad segura de sí, llamaban a Pablo «charlatán», y los otros -probablemente los representantes de la estoa- mostraban una reserva escéptica. Lo que Pablo, en su calidad de pregonero del Evangelio, experimentó en la plaza de Atenas, lo tiene ante los ojos como dolorosa experiencia de su actividad, cuando escribe en lCor 1,20ss: «¿Dónde está el sabio? ¿Dónde el escriba? ¿Dónde el investigador de las cosas de este mundo? ¿No convirtió Dios en necedad la sabiduría del mundo? Y porque el mundo mediante su sabiduría, no conoció a Dios en la sabiduría de Dios, quiso Dios, por la necedad del mensaje de la predicación, salvar a los que tienen fe. Ahí están, por una parte, los judíos pidiendo señales, y los griegos, por otra, buscando sabiduría; pero nosotros predicamos a Cristo crucificado: escándalo para los judíos; necedad para los gentiles; mas, para los que han sido llamados, tanto judíos como griegos, Cristo es poder de Dios y sabiduría de Dios.»

b) Ante el Areópago (Hch/17/19-34).

19 Tomándole de la mano, lo condujeron al Areópago, mientras le decían: «¿Podemos saber cuál es esa doctrina nueva de que tú hablas? 20 Porque tú traes algo extraño a nuestros oídos. Nos gustaría saber lo que es» quiere decir.» 21 Los atenienses todos y los forasteros advenedizos no se ocupaban en otra cosa que en decir o en oír la última novedad.

Pablo es conducido al Areópago. No se trata precisamente de una medida policíaca, sino de ocuparse, con tranquilidad, lejos de la barahúnda del mercado, de lo que tiene que decir el «predicador de divinidades extrañas». Con intención pone Lucas de relieve este Areópago. La palabra designaba en otro tiempo el prestigioso punto de reunión sobre la colina de Ares, pero con el tiempo se asoció más bien el nombre a las autoridades investidas de poderes judiciales, que se ocupaban también en la vigilancia de los discursos públicos. Si en nuestro pasaje adoptamos el segundo significado de la palabra, la situación en que se halla Pablo aparece como una hora memorable. Al mensajero del Evangelio le viene dada la posibilidad de anunciar su mensaje en un marco oficial de representantes de la cultura griega.

Algo extraño tiene que decirles este hombre de Tarso. ¿Era sincero el interés de ellos? El detalle sobre la curiosidad y el gusto de los atenienses por comunicarse novedades, no permite deducir una disposición auténtica con vistas a la salvación. El cuadro de este círculo de Atenas, tan amigo de divagaciones, puede hallarse en todos los tiempos. Se habla y se escribe sobre religión, se cultiva con afán la conversación ingeniosa sobre cuestiones teológicas, pero sin una voluntad auténtica ni interés por una verdad que comprometa ni por la entrega personal.

22 Pablo, entonces, de pie en medio del Areópago, dijo: «Hombres de Atenas, os veo en todo religiosos por demás. 23 Porque, al pasar y contemplar vuestros monumentos sagrados, he hallado hasta un altar con esta inscripción: "Al Dios desconocido." Pues eso que sin conocer veneráis, es lo que os anuncio yo. 24 El Dios que hizo el mundo y todo lo que hay en él, siendo como es Señor de cielo y tierra, no habita en templos hechos a mano, 25 ni tiene que ser cuidado por manos de hombres, como si necesitara de algo, ya que es él quien da a todos vida, respiración y todas las cosas. 26 Él hizo provenir de uno a todo el linaje humano para habitar sobre toda la faz de la tierra y fijó los tiempos determinados y los límites de su habitación, 27 para que busquen a Dios, a ver si a tientas dan con él y lo encuentran, ya que en realidad no está lejos de cada uno de nosotros. 28 Porque en él vivimos, nos movemos y somos, como ya dijeron algunos de vuestros poetas: Porque incluso de su mismo linaje somos. 29 Siendo, pues, del linaje de Dios, no debemos pensar que la divinidad pueda ser semejante al oro, a la plata o a la piedra, escultura del arte y del pensamiento humano. 30 Pues bien, pasando por alto los tiempos de la ignorancia, Dios ahora invita a los hombres a que todos y en todas partes se conviertan, 31 ya que ha establecido un día en el que habrá de juzgar al mundo entero según justicia por medio de un hombre a quien ha designado, para que salga fiador suyo ante todos, al haberlo resucitado de entre los muertos.»

El discurso en el Areópago, que en la forma en que ha sido transmitido es una obra literaria del autor de los Hechos de los apóstoles, reproduce en forma impresionante la situación en que se hallaba el Apóstol. Como ya otra vez en Listra (14,14ss) había interesado el Apóstol la experiencia y concepción religiosa de los oyentes, a fin de anunciarles el mensaje del «Dios viviente», así lo hizo, en mayor grado todavía aquí. Tenemos ante nosotros una contrapartida del discurso de Pedro ante el círculo que rodeaba al centurión romano Cornelio (10,26-43). Aunque en el discurso en el Areópago presta más atención al pensar de los interpelados que en el discurso de Pedro. Si en nuestro discurso se echa de menos lo propiamente cristiano, hay que tener en cuenta que Pablo, según la exposición de nuestro texto, no pudo llegar al fin de su discurso, en el que con las palabras sobre la resurrección quería proponer el verdadero mensaje de salvación. Así se comprende también que en el discurso falta esa palabra que forma parte esencial del mensaje paulino, como en general del mensaje neotestamentario, la palabra «fe».

En el discurso de 17,22ss, que se abre con el clásico «hombres de Atenas», Pablo a pesar de que «se consumía... en su interior viendo la ciudad repleta de ídolos» (17,16), encuentra unas palabras elogiosas para ponderar la religiosidad de sus oyentes. Se trata, con toda evidencia, de un recurso psicológico destinado a facilitar un contacto con su auditorio. En la predicación del Evangelio no se debería abordar a las personas con críticas negativas y juicios lesivos, sino que convendría estar dispuestos a ver y reconocer en su búsqueda y en sus empeños lo que para ellos es justo y sagrado. La Iglesia, en el concilio Vaticano II ha vuelto a mostrar esta actitud en su juicio sobre las religiones no cristianas. Sólo cuando el otro sienta que tenemos capacidad y voluntad de mostrarle respeto y comprensión, estará él también dispuesto a acoger nuestras palabras.

Pablo procede con tacto psicológico, sin embestir al oyente con eso que quiere anunciar. Dirige primero su atención al conocimiento de Dios. Sólo cuando la reverencia de Dios se posesiona del hombre, está éste dispuesto a escuchar también el mensaje que le habla en el Evangelio. Nuestro celo por la Iglesia ¿no adolece del efecto de que no pensamos suficientemente en este misterio fundamental de nuestra fe y nos perdemos demasiado en cuestiones secundarias y en problemas teológicos marginales? ¿No empleó Pablo un medio sumamente eficaz cuando refiriéndose al altar del Dios desconocido comenzó a interesar el ansia y la búsqueda de los hombres? No sabemos lo que pensaría el que puso en el altar la inscripción: «Al Dios desconocido.» ¿Estaba movido por el temor de pasar por alto a algún dios entre los numerosos dioses? ¿O se expresa en la inscripción la reverencia del mundo inaccesible de los dioses y de lo divino? 18 No queremos olvidar que ya mucho tiempo antes de Pablo pensadores griegos trataban de avanzar hacia una elevada concepción y enunciación de Dios.

Pablo interpreta la inscripción en sentido del Dios único, del que él sabe por la Biblia, en tanto que judío creyente, y sobre todo como cristiano por el contacto con Cristo glorificado. No habla con sabiduría de escuela, sino como heraldo y testigo. Y sin embargo, recurre a la capacidad mental de sus oyentes, cuando de la omnipotencia absoluta del Creador deduce la gloria soberana de Dios, que no está encerrado en los estrechos límites de templos e imágenes y que, estando exento de necesidades, se abre a todas las necesidades del hombre.

El pensamiento helenístico y el bíblico se entrelazan cuando Pablo hace remontar a Dios la «vida» y «la respiración» de todos los seres. Se nos recuerda el relato bíblico de la creación, pero al mismo tiempo parece que se alude a una interpretación popular del nombre de Zeus, que en un himno viene ensalzado como el «viviente» y como «aliento de todas las criaturas». Pensamos en el Adán bíblico cuando se dice que los hombres proceden «de uno». La fe bíblica y la creencia griega se encuentran cuando se dice que Dios dirige las suertes de los hombres y en medio del cambio de los tiempos y lugares los hace habitar «sobre toda la faz de la tierra». La expresión lucana está en consonancia con unas palabras de Isaías (24,17), se halla también en Lc 21,35.

La más profunda interpretación del sentido de la existencia humana se insinúa con expresa referencia a poetas griegos, cuando se dice que el que viene de Dios tiene un elevado cometido en buscar a Dios, tratar de dar con él a tientas, y encontrarlo 19. Aquí se expresan y se ponen a la luz de la revelación los múltiples intentos del mundo helenístico, de conocer y experimentar a Dios por caminos racionales y místicos. Aquí se habría podido esperar una alusión a la experiencia de Dios en Cristo Jesús, pero el Apóstol, conforme al plan del discurso, se contiene todavía, para seguir interesándose en el modo de pensar de sus oyentes.

En las palabras del Apóstol oímos como un eco de su gran contemporáneo, ·Séneca, que dice: «Dios está cerca de ti, está contigo y hasta está en ti. Por eso debes tú venerarlo en tu interior.» Aunque las palabras de poetas citadas por el Apóstol se apoyan en representaciones panteístas, él las toma y las interpreta en función de la experiencia de Dios en la Biblia y de la revelación de salvación en eI Evangelio 20.

Pensamos en frases de la carta a los Romanos cuando leemos: «Siendo, pues, del linaje de Dios, no debemos pensar que la divinidad pueda ser semejante al oro, a la plata o a la piedra, escultura del arte y del pensamiento humano.» Pablo, bajo el influjo del libro de la Sabiduría, entretejido de pensamientos helenistas, dice en Rom 1,19ss: «Lo que puede conocerse de Dios está manifiesto entre ellos, ya que Dios se lo manifestó. En efecto, desde la creación del mundo, las perfecciones invisibles de Dios, tanto su eterno poder como su deidad, se hacen claramente visibles, entendidas a través de sus obras; de suerte que ellos no tienen excusa. Pues habiendo conocido a Dios, no le dieron gloria como a tal Dios ni le mostraron gratitud; antes se extraviaron en sus varios razonamientos, y su insensato corazón quedó en tinieblas.»

En un juicio sorprendente llama el Apóstol «los tiempos de la ignorancia» a la época anterior del paganismo. Aun cuando reconoce las claras convicciones y profesiones de este paganismo, sin embargo en la idolatría tan propagada y multiforme sólo ve un error y un extravío, como también trata de mostrarlo en forma impresionante en su descripción del mundo no judío (1,18-32).

Y así como en la carta a los Romanos contrapone al sombrío cuadro de la humanidad extraviada y pecadora el confortante mensaje del tiempo de salvación que alborea (Rom 3,21ss), así lo hace también aquí en Atenas. Habla de la llamada de Dios, que llama a todos los hombres a la conversión. Todavía no cita ningún nombre, pero habla de un «hombre», por el que «habrá de juzgar al mundo entero según su justicia». Nosotros sabemos a quién se refiere. Y sólo ahora, una vez que ha puesto en tensión la atención de sus oyentes, quiere pasar a proponer el mensaje del Evangelio y a hablar de aquel «a quien (Dios) ha designado, para que salga fiador suyo ante todos, al haberlo resucitado de entre los muertos». Una vez más, como generalmente en sus discursos y en sus cartas, pone ante los ojos de sus oyentes el signo de la resurrección de Jesús como base de la salvación y de la fe que salva, con lo cual el discurso ha llegado a un punto en el que debería seguir el mensaje completo; pero no puede llevarlo adelante porque sus oyentes no están dispuestos a seguir escuchándolo.
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18. De la antigüedad sólo se conocen con seguridad inscripciones de este género con la dedicatoria en plural: «A dioses desconocidos», lo cual, sin embargo, no excluye la fiabilidad de nuestra información: «Al dios desconocido.» Pero también esta formulación podría interpretarse en función de las concepciones politeístas. Pablo tiende con ella un puente hacia el concepto judío y cristiano de Dios para empalmar con él su mensaje cristiano de salvación.
19. Hasta qué punto está latente también en estos pensamientos el testimonio de la Biblia lo muestran textos veterotestamentarios, tales como Am 9,12; Sal 14,2; 53,3; Is 65,1, etc. Aquí no se trata de un «buscar» a la manera de la investigación intelectual y del empeño científico, sino de una actitud de prontitud de la voluntad, de gratitud, de ansia de Dios y de lo divino.
20. En el v. 28a hay probablemente resonancias de poesía griega, quizá de un himno a Zeus, aunque también en este lugar se dejan oír a la vez pensamientos de la Biblia. La cita: «De su mismo linaje somos», que atribuye a «algunos» poetas griegos, está comprobada en Arato, que vivía en la corte de los Tolomeos, y también en un himno a Zeus del poeta Cleantes. No es posible determinar si Lucas, que fue quien dio forma al discurso, conocía la procedencia de estas palabras o solamente citaba versos que eran del dominio público

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32 Al oír «resurrección de muertos», unos se reían, y otros dijeron: «Te oiremos hablar de esto en otra ocasión.» 33 Así salió Pablo de en medio de ellos. 34 Algunos, adhiriéndose a él, abrazaron la fe; entre ellos, Dionisio el Areopagita, y una mujer por nombre Dámaris, y algunos otros con ellos.

En la primera carta a los Corintios escribe Pablo: «Sin embargo, entre los ya perfectos, usamos un lenguaje do sabiduría; pero no de una sabiduría de este mundo, ni de las fuerzas rectoras de este mundo, que están en vías de perecer; sino un lenguaje de sabiduría de Dios en el misterio, la que estaba oculta, y que Dios destinó desde el principio para nuestra gloria; la que ninguna de las fuerzas rectoras de este mundo conoció» (ICor 2,6ss). Esto lo escribía el Apóstol partiendo de la experiencia por la que, en su calidad de predicador del Evangelio, hubo de pasar en los centros de cultura del mundo de entonces. Precisamente su aparición ante el Areópago es un ejemplo de esto. Cuando lo que mueve a los hombres a ocuparse con el mensaje de salvación es mera curiosidad y avidez de sensación, resulta difícil dar con lo que significa la fe.

En efecto, Jesús mismo había expresado esta experiencia en sus impresionantes palabras de Mt 11,25ss: «Yo te bendigo, Padre, Señor del cielo y de la tierra; porque has ocultado estas cosas a sabios y entendidos, y las has revelado a la gente sencilla. Sí, Padre, así lo has querido tú. Todo me lo ha confiado mi Padre. Y nadie conoce al Hijo sino el Padre, y nadie conoce al Padre sino el Hijo y aquel a quien el Hijo quiera revelárselo.» ¿No se expresa aquí la penuria interior de que sufrimos los cristianos precisamente en nuestros días? ¿No hemos dado quizá demasiada importancia a los métodos de la investigación y del saber humanos en teología y en la interpretación del Evangelio? ¿Por qué los textos sagrados se nos disuelven en gran parte entre las manos, de modo que no nos conducen ya al misterio, que en definitiva sólo se descubre a la fe reverencial? No queremos decir nada contra el sentido y los fueros del empeño racional en torno al contenido del Evangelio. Sin embargo, puede darse muy fácilmente que nos hallemos ante una plétora de opiniones contrapuestas, que nos obstruyan el camino hacia la sabiduría de la fe.