CAPÍTULO 10
SE CONVIERTE EL CENTURIÓN CORNELIO (10,1-11,18).
El que haya seguido hasta ahora el progreso de la narración, pronto echa de ver que en el cap. 10 llegamos a un punto culminante en el camino de la primitiva Iglesia. Así lo deja ya reconocer por sí sola la envergadura externa de la historia narrada en este capítulo. Añádase que en 11,1-18 una vez más se expone detenidamente todo el estado de cosas en forma de un informe personal dado por Pedro. Otra vez Pedro es la figura principal del relato. Se tiene la impresión de que las tres narraciones acerca de Pedro en 9,31-11,18 originalmente fueron transmitidas formando un conjunto coherente y así fueron incorporadas por san Lucas en su obra. Estas historias también están entrelazadas en el aspecto geográfico. Desde Lida, Pedro fue llamado a Jopa, luego desde Jopa a Cesarea. Las tres ciudades están cerca la una de la otra, en el territorio costero del país. Lo peculiar de este relato consiste en que la misión cristiana de Pedro encuentra por primera vez a un no judío y por medio de él se lleva a cabo la primera admisión de un pagano en la Iglesia. Se muestra cuán trascendental y grave fue este acontecimiento para la evolución de la Iglesia, en el llamado concilio de los apóstoles, en el cual se reguló, de acuerdo con los principios y en el terreno de la práctica, la misión al mundo pagano, y se reconoció la proclamación de la fe llevada a cabo por Pablo con exención de la ley. En la discusión sumamente animada se levantó Pedro y dijo: «Hermanos, vosotros sabéis que mucho tiempo hace fui yo escogido por Dios entre nosotros, para que los gentiles oyesen de mi boca la palabra evangélica y creyesen» (15,7s).
De hecho se trataba de un comienzo decisivo. Porque hasta ahora la predicación apostólica se dirigía exclusivamente a los judíos, sin que por eso se quiera decir que esta predicación sólo intentara formar una Iglesia judeocristiana. No tenemos ningún fundamento para no reputar como originales las trascendentales palabras de Jesús resucitado y su encargo de una misión universal. Pero antes que se cumpliera este encargo, tenía su fundamento en las leyes de la historia de la salvación que el Evangelio se ofreciese primeramente al pueblo, al que bajo la dirección misteriosa de Dios a través de los siglos está confiado un especial legado de la revelación. Desde un principio, la misión del mundo estaba ciertamente en la conciencia de la naciente Iglesia, pero desde un punto de vista puramente humano para llevar a término esta misión se interponían en el camino los mayores obstáculos, y éstos consistían en la barrera infranqueable que el judaísmo, mediante una larga educación del pueblo, había levantado entre sí y el mundo no judío. Sobre todo las llamadas leyes rituales con sus ideas dominantes de «puro» e «impuro» ejercían un tal poder incluso en los judíos que se habían hecho cristianos, que incluso a los apóstoles les resultó al principio difícil desprenderse de los conceptos arraigados. A esto se añadió la concepción judía de la circuncisión, a la que se atribuyó tal importancia en orden a la salvación, que un judío difícilmente podía concebir que fuera posible seguir el camino de la salvación sin que estuviera circuncidado.
El mismo Dios tuvo que intervenir para mostrar a la Iglesia la salida de esta obstrucción y para superar con la orden dada a Pedro las rígidas ideas de pureza e impureza. El camino que se indicó a Pedro para ir a Cesarea y ver al centurión Cornelio, resultó una decisión tan trascendental como la vocación de Saulo cerca de Damasco. Porque a Pablo se le concedió atravesar animosa y decididamente la estrechez del concepto judío de la salvación con un claro conocimiento de la voluntad salvadora de Dios, pudo realizar lo que fue mostrado primeramente a Pedro a manera de ejemplo.
De la minuciosidad y énfasis con que se expone la admisión de Cornelio, deducimos que se trataba de una primera decisión de esta clase. Con eso tocamos también la cuestión de cómo se relaciona nuestro suceso con el bautismo (narrado en el cap. 8) del tesorero etíope. Al hablar de esta historia ya hemos planteado brevemente la pregunta sin poderla contestar con seguridad. Se tiene la sensación de que para los Hechos de los apóstoles la conversión del etíope no parece ser ningún problema. Si el etíope hubiese sido el primer pagano que recibió el bautismo, se podría esperar que Felipe deliberara, como se ve con muchos pormenores en la historia de Cornelio. Por eso hemos dejado en suspenso la cuestión de si se ha de considerar al tesorero como pagano. Si él realmente hubiese sido pagano, podríamos contar con la posibilidad de que su encuentro con Felipe tuviera lugar después del bautismo de Cornelio. Porque los Hechos de los apóstoles solamente por interés literario -por causas prácticas- han narrado el bautismo del etíope en el sitio donde hoy día lo encontramos. Pero si alguien no se diera por satisfecho con esta suposición y estuviera convencido de que el etíope era pagano, y ya fue bautizado antes de Cornelio, aún se podría decir que la conversión del etíope al cristianismo por ser un asunto personal y privado (que sucedió literalmente al margen de la Iglesia, en la ruta solitaria) no tuvo ni mucho menos la gran importancia que se atribuyó a la conversión del centurión romano. Y con esto llegamos a un motivo especial, que hizo que la conversión de Cornelio fuera interesante y digna de atención para los Hechos de los apóstoles. Se trataba de un oficial del ejército romano, de él y de los suyos, como lo indican muy claramente los datos de 10,24 y 10,44ss. Se tienen razones fundadas para suponer que este Cornelio pertenecía a la gens Cornelia, al linaje romano Cornelio. Sabemos que los Hechos de los apóstoles se escribieron con la mirada puesta en Roma y atendiendo de una manera especial a los lectores romanos. Así lo podemos siempre observar. ¿No había, pues, una ocasión propicia para que san Lucas en la historia de Cornelio no sólo pudiera informar de una decisión sobre principios causada por Dios en favor de la misión cristiana, sino que también informara de un acontecimiento que había de ser de sumo interés para los cristianos de Roma?
a) EL mensaje del centurión (Hch/10/01-08).
1 Había en Cesarea un hombre, llamado Cornelio, centurión de la cohorte Itálica, 2 piadoso y temeroso de Dios, él y toda su familia, que hacía muchas limosnas al pueblo y oraba a Dios continuamente. 3 Este hombre vio claramente en una visión como alrededor de la hora nona del día, a un ángel de Dios que entraba en su casa y le decía: «Cornelio.» 4 Fijando su vista en él y, atemorizado, dijo: «¿Qué pasa?, Señor.» Y le respondió: «Tus oraciones y tus limosnas han subido como memorial ante la presencia de Dios. 5 Envía, pues, hombres a Jopa, y haz venir a un tal Simón, de sobrenombre Pedro. 6 Éste se hospeda en casa de un tal Simón, curtidor, cuya casa está al borde del mar.» 7 Apenas hubo desaparecido el ángel que le hablaba, cuando llamó a dos de sus servidores y a un soldado piadoso de los de su confianza; 8 se lo explicó todo y los envió a Jopa.
En estas líneas san Lucas nos presenta la imagen de un noble oficial. Conocemos la atención con que san Lucas describe en general a los representantes de este oficio, y sobre todo a los representantes de las tropas romanas y de la administración romana de ocupación. Recordemos al centurión de Cafarnaúm, a quien san Lucas hace resaltar por su actitud ejemplar (Lc 7,1ss). Si se comparan esmeradamente los dos personajes, se nota el estilo literario con que el autor armoniza visiblemente las dos figuras. Los dos oficiales tienen sentimientos piadosos y temen a Dios, hacen buenas obras, se preocupan de sus subordinados, tienen profundo respeto al hombre de Dios, a quien llaman por medio de mensajeros para obtener su ayuda; a los dos se elogia y se otorga lo que desean. De nuevo entra en escena, como sucede a menudo en los escritos de Lucas, una aparición celestial. Se la llama «ángel de Dios». No tenemos derecho ni posibilidad de interpretar con más precisión este modo empleado por Dios para llamar a un hombre, ni traducirlo en conceptos de la psicología natural. Es una revelación de la divina voluntad y de la divina conducción. Dios habla al hombre en la forma de imágenes y representaciones vinculadas al tiempo. Es significativo el dato de la hora nona. Para los judíos la hora nona es la hora de oración. Se supone que el centurión se acomodaba a este horario. Parece que el centurión había formado parte del grupo de los llamados «temerosos de Dios». Había muchos en el mundo no judío. Adoraban al Dios de los judíos y se atenían a la fe judía sin convertirse formalmente al judaísmo. Así pues, este centurión era un hombre de oración. Y cuando oraba, así podemos suponerlo, se le comunicó la orden del cielo. «Tus oraciones y tus limosnas han subido como memorial ante la presencia de Dios», dice el ángel. No es necesario que se vea expresada en estas palabras una moral retributiva. No se trata de calcular tan sólo según el mérito, por mucho que se hagan resaltar las buenas obras de Cornelio. Toda la manera de ser propicia a calcular, propia de los fariseos, es ajena a este centurión. No enumera delante de Dios sus obras. Pero Dios contempla su generosa voluntad y le otorga su gracia salvadora. La obediencia de Cornelio a la voz del ángel y su humilde actitud a la llegada de Pedro (10,25s) muestran cuán lejos está Cornelio de proceder con exigencias.
«Dos de sus servidores», probablemente dos esclavos, que estaban al servicio de la familia, y un soldado, cuyo ánimo piadoso se menciona adrede, van de viaje a Jopa con el encargo de buscar a Simón Pedro en casa del curtidor, y de pedirle que vaya a Cesarea. De nuevo la palabra de Dios está en camino. Este es un rasgo peculiar -como ya hemos visto- de los escritos de san Lucas. La palabra de Dios recorre su camino de una ciudad a otra. Siempre bajo las órdenes y la dirección del Espíritu. Pensemos en las órdenes dadas a Felipe, a Saulo, a Ananías y ahora a Cornelio, y en las que pronto se darán a Pedro.
b) Pedro recibe una orden (Hch/10/09-23).
9 Al día siguiente, mientras ellos iban de camino y se acercaban a la ciudad, hacia la hora de sexta subió Pedro a la terraza para orar. 10 Sintió hambre y quiso comer. Mientras se lo preparaban, entró en éxtasis, 11 y vio el cielo abierto, y que descendía un recipiente como un mantel grande que era bajado por sus cuatro puntas a la tierra, 12 en el cual había toda clase de cuadrúpedos y reptiles de la tierra y aves del cielo. 13 Y una voz se dirigió a él: «Anda, Pedro, mata y come.» 14 De ninguna manera, Señor -respondió Pedro-, nunca he comido yo nada profano o impuro. 15 Y de nuevo la voz se dirigió a él segunda vez: «Lo que Dios ha declarado puro, tú no lo llames profano.» 16 Esto se repitió hasta tres veces, y en seguida el mantel fue recogido al cielo.
Los Hechos de los apóstoles, como ya hemos visto muchas veces, son una historia del encuentro del cielo con la tierra. Lo humano y lo divino se compenetran en la Iglesia de Cristo, que se desarrolla dentro del tiempo y del espacio de la historia. Los hombres están llamados a la obra de la salvación, que se funda en la muerte y en la resurrección del Señor. Estos apóstoles y sus ayudantes son hombres. Necesitan una instrucción celestial y la gracia divina, si quieren cumplir lo que se les ha impuesto como misión y encargo. Esto se hace ostensible con singular claridad en el hecho que aquí se describe. Es un hecho real; así tenemos que confesarlo. Ninguno de los prodigios de que nos informan los Hechos de los apóstoles tiene en sí tantos rasgos de aspecto fabuloso como esta aparición, que Pedro presenció. Sin embargo no tenemos ninguna razón concluyente para negar la realidad de lo que Pedro presenció, con tal que no neguemos por principio cualquier posibilidad de que se manifieste el mundo espiritual y divino. Pueden encontrarse también en el relato rasgos populares, pero esto no justifica que se tome el conjunto como mero símbolo y ropaje de un pensamiento.
En Pedro está representada la Iglesia. La Iglesia en el viraje más decisivo de su historia. Hemos visto cómo hasta ahora esta Iglesia estaba estrechamente vinculada al judaísmo, a sus leyes de la religión y del culto. Esta unión era tan estrecha que Saulo -con el poder y el encargo de la suprema autoridad judía- de buena fe pudo considerar a la Iglesia como asunto del judaísmo y pudo proceder contra ella como traidora al judaísmo. Saulo escuchó el llamamiento del cielo, el mismo Señor le cierra el paso y le muestra la nueva dirección. Se le abre ya el horizonte de su obra.
Pedro sabe que es apóstol. Hasta ahora le vimos actuar con plena conciencia de su testimonio. Pero todavía es judío, judío en sus juicios y en sus acciones. Está ligado a las leyes religiosas del judaísmo con toda la pureza y fidelidad de que es capaz su alma. «Hacia la hora de sexta» Pedro sube a la terraza para retirarse a orar de acuerdo con la costumbre judía. «Por la tarde, mañana y mediodía, a él sube mi lamento y mi gemido y Dios mi voz escucha» (Ps 54,18). Pedro como judío que observa estrictamente la ley, atiende a las prescripciones alimentarias tomadas tan en serio por el judaísmo, a la diferencia entre «puro» e «impuro» establecida en la ley mosaica y en la teología rabínica. Y con una santa protesta Pedro rechaza la exhortación de la voz misteriosa exclamando: «De ninguna manera, Señor, nunca he comido yo nada profano o impuro.» La afirmación está hecha muy en serio y no es lícito escandalizarse ante tal interpretación de la ley. Casi radica en la esencia de la tradición religiosa que ésta ligue al hombre de una manera poco menos que inextricable a cosas y formas externas, que en último término le parece que sean como una parte de la fe que no se puede abandonar. ¡Cuán difícilmente los hombres pierden la rigidez que se forma con este concepto de la tradición, cuando se trata de llevar a los hombres a lo que es esencial!
En esta situación vemos a Pedro ante nosotros. Pedro ciertamente ha tenido noticia de la instrucción dada por Jesús que ha explicado: «Nada hay externo al hombre, que, al entrar en él, pueda contaminarlo; son las cosas que salen del interior del hombre las que lo contaminan» (Mc 7,15). Pedro había presenciado cómo Jesús emprendió el camino hacia la casa del centurión pagano de Cafarnaúm y cómo sanó a su criado (Lc 7,6ss). Pedro ha escuchado los severos juicios de Jesús sobre las exterioridades del culto, como también nosotros los encontramos anotados en el Evangelio de san Lucas (Lc 11,39ss). Pedro ha experimentado el prodigio del Espíritu Santo, y ha contemplado el principio del tiempo de salvación, y sin embargo le resulta difícil desprenderse clara y libremente de las maneras tradicionales de la ley judía.
El mismo Dios tiene que intervenir de nuevo y señalar los caminos que abren a la Iglesia la posibilidad de avanzar por todo el mundo con el mensaje de salvación. Esta intervención de Dios se lleva a cabo gradualmente, y es impresionante ver cómo Pedro bajo la dirección del Espíritu reconoce, con una claridad que aumenta sin cesar, la orden de que se trata. Una primera orden, cuyo significado sólo después es comprendido plenamente por Pedro, atañe a leyes sobre los alimentos. Se dice a propósito que en el mantel que descendía del cielo, había «toda clase» de animales. Esta expresión es un modismo popular, con el que no se hace referencia a todos los animales en particular, sino que solamente se quiere decir que estaban juntos sin distinción animales «puros» e «impuros». Y con la orden de comer sin vacilar se declara sin fuerza obligatoria la prescripción que hasta entonces estaba en vigor. Lo que Dios ha declarado puro, tú no lo llames profano, dice la voz. Estas palabras se pueden interpretar en el sentido de que ahora, por el mandato de comer de todo, ya nada es considerado como impuro. Pero también se podría seguir pensando y encontrar expresado el pensamiento de que todo lo que Dios ha creado, hay que considerarlo como puro desde un principio por ser criatura de Dios. Entonces tendríamos el mismo caso que en la cuestión del divorcio, en la cual Jesús pasando también por encima de la ley mosaica se remite a la ley primitiva de la creación (Mc 10,2ss). Jesús ya ha rechazado la impureza de los manjares, por eso el evangelista observa expresamente: «Con lo cual declaraba puros todos los alimentos» (Mc 7,18b).
Así pues, se trata, en primer término, de las leyes acerca de los manjares, se trata de una cuestión, cuyo peso hoy día difícilmente nos podemos imaginar. Pero para Pedro se trata de algo más. Él en seguida lo tendrá que reconocer. Sabemos que el judaísmo estrictamente fiel, como consecuencia de la cuestión sobre la impureza levítica y cultual, dio prescripciones estrictas para el trato con el mundo no judío. Al pagano se le consideraba como impuro. Había que evitar toda clase de participación en una mesa común. En las cartas de san Pablo nos enteramos de con cuánta amplitud esta cuestión influyó durante mucho tiempo en la más antigua misión cristiana. Sobre todo en la primera epístola a los Corintios se esfuerza el Apóstol por exponer con la ayuda de toda clase de reflexiones teológicas la licitud de comer la carne sacrificada en honor de los ídolos (lCor 8-10). Y una vez más san Pablo habla de este tema con palabras muy firmes en la carta a los Gálatas, cuando informa cómo en Antioquía incluso frente a Pedro y Bernabé tuvo que evocar en la conciencia la libertad del cristiano (Gál 2,1ss). Por tanto la cuestión de las leyes acerca de los manjares y la cuestión de los paganos estaban muy estrechamente relacionadas. La subsiguiente historia nos muestra que también en nuestro caso se trataba del encuentro del Evangelio con los paganos.
17 Mientras Pedro se preguntaba en sus adentros qué podría significar la visión que acababa de tener, los enviados de Cornelio, que venían preguntando por la casa de Simón, habían llegado al portal; 18 llamaron y trataban de averiguar si allí se hospedaba Simón, por sobrenombre Pedro. 19 En tanto Pedro le daba vueltas a la visión, dijo el Espíritu: Dos hombres te buscan; 20 baja y ve con ellos sin dudar en modo alguno, porque yo los he enviado. 21 Bajó, pues, Pedro y dijo a los hombres: «Yo soy el que buscáis. ¿Qué os ha traído por aquí?» 22 Ellos dijeron: «El centurión Cornelio, hombre justo y temeroso de Dios, muy bien considerado por todo el pueblo de los judíos, recibió de un ángel santo la orden de conducirte a su casa y de escuchar tus palabras.» 23 Los invitó a hospedarse con él. Al día siguiente partió con ellos, y algunos de los hermanos de Jopa lo acompañaron.
Es evidente que se nos da a conocer la armonía de la acción divina y de la humana. Por ambas partes se hace efectiva la orden del Espíritu, por parte de Cornelio y por parte de Pedro. Ambos coinciden en casa del curtidor Simón para que pueda haber una conducción rectilínea de acuerdo con el plan de Dios. Se advierte el conocimiento gradual con que Pedro obedece la orden. Porque en el fondo la actitud de Pedro es una obediencia, que le hace desprenderse de todo juicio propio y seguir la voluntad de Dios, que se manifiesta con claridad creciente. Pedro sabe que no se trata de él ni de su persona, sino del camino que ha de seguir la Iglesia, a la cual él subordina su propio querer. Todo esto no fue posible sin que se pusieran trabas y sin que se vacilara, como lo muestra no sólo la protesta inicial al mandato de comer de los animales, sino también la cavilosidad y reflexión, mencionadas dos veces, sobre el sentido de la extraña visión (10,17.19). Y de nuevo interviene el Espíritu y le ordena que vaya, «sin dudar en modo alguno», con los mensajeros del centurión. «Sin dudar en modo alguno», dice el Espíritu. Difícilmente podemos comprender el significado que tenían estas palabras para Pedro. Algo podemos adivinar, cuando más tarde vemos el desasosiego que este compañerismo produjo en la comunidad cristiana de Jerusalén, estricta observante de la ley (11,1).
Pedro percibe claramente las palabras decisivas: «Yo los he enviado.» En esta frase resuena la voz del Señor glorificado, que llamó y envió a sus apóstoles para que fueran sus testigos. Y como tantas veces sucedió cuando Pedro convivía con el Señor en este mundo, Pedro acata obediente la llamada. ¿Qué dijo Pedro en el lago de Genezaret, cuando Jesús le pidió que guiara mar adentro y echara las redes para pescar? «Maestro, toda la noche hemos estado bregando, pero no hemos pescado nada; sin embargo, en virtud de tu palabra, echaré las redes» (Lc 5,5).
Pedro está ante los tres hombres de Cesarea. Escucha su informe. En éste los mensajeros repiten lo que san Lucas ya ha comunicado al principio de la historia. De nuevo observamos con interés la manera literaria de repetir una misma cosa con una notable libertad de exposición. Aquí se añade a las palabras del ángel: «...y de escuchar tus palabras». Esta adición tiene para Pedro una importancia especial. Se siente llamado a ser medianero, a dar a conocer la palabra. «Es preciso obedecer a Dios antes que a los hombres» (5,29), había dicho Pedro ante el sanedrín. Ahora esta frase tiene validez en un sentido muy especial. Pedro hospeda a los recién llegados, y parte con ellos. «Lo que Dios ha declarado puro, tú no lo llames profano»: estas palabras ahora pueden cruzar por la mente de Pedro. Fue un paso audaz acoger a los paganos, fue una decisión trascendental acudir a los paganos con los mensajeros.
La Iglesia recorrió con Pedro este camino desde
Jopa a Cesarea. Los hermanos de Jopa que fueron con él vienen a ser, en cierto
modo, el símbolo de un comienzo decidido. Según 11,12 fueron seis los que
acompañaron a Pedro. Habían de ser testigos de lo que iba a suceder en Cesarea.
Y era conveniente que estuvieran presentes. De nuevo influye el factor humano. Y
Pedro puede remitirse a estos «seis hermanos» y a su testimonio en la
justificación que se hace necesaria (11,12).
c) Encuentro con Cornelio (Hch/10/24-33).
24 Al otro día llegó a Cesarea. Cornelio estaba esperándolos y había convocado a sus parientes y amigos íntimos. 25 A la llegada de Pedro, Cornelio salió a su encuentro y, arrojándose a sus pies, lo adoró. 26 Pedro le mandó levantarse diciendo: «Levántate, que yo también soy puro hombre.» 27 Y, conversando con él, entró y halló congregados a muchos, 28 a los cuales dijo: «Vosotros sabéis que está prohibido a un judío juntarse o acercarse a un extranjero y, sin embargo, Dios me ha hecho ver que a ningún hombre se debe considerar profano o impuro. 29 Por eso, al ser llamado, vine sin dudar; y ahora quisiera saber por qué me hicisteis llamar.»
Es una escena memorable. Después de lo que se ha dicho hasta ahora, esta escena no necesita ninguna explicación. Pero lo que resulta especialmente impresionante es el gran deseo que tenía Cornelio de obtener la salvación. Espera la venida de Pedro. Todo el paganismo, podríamos decir de una forma alusiva, espera en la persona de Cornelio el mensaje y la dádiva de la salvación. Con frecuencia se repetirá esta escena en la historia de la misión cristiana. Juntamente con Cornelio espera un gran número de personas. Probablemente todas eran paganas. Entre ellas quizás hubiera algunos «temerosos de Dios». Buscadores que tenían la índole espiritual de Cornelio. Había que precaverse de considerar siempre y en todas partes el paganismo (que la Iglesia de los primeros tiempos encontraba en el ámbito del helenismo) a la manera de una primitiva fe idolátrica. En el paganismo había mucha noble espiritualidad y verdadero carácter humano. Era un suelo preparado para recibir la palabra del Evangelio. Muchas veces era un suelo más preparado y predispuesto que el rígido y recusante judaísmo. ¿Qué dijo Jesús acerca del centurión de Cafarnaúm? «Ni en Israel encontré tanta fe» (Lc 7,9).
El centurión saluda a Pedro. Lo hace en la forma más sumisa de aquel tiempo, con la llamada proskynesis. ¿Lo había hecho ya en tiempos precedentes ante un hombre? Con esta postura se expresa la adoración de la divinidad. Cornelio ve en Pedro algo sobrenatural, aunque no se explique la idea que le domina. Pedro rechaza resueltamente el homenaje: «Levántate, que yo también soy puro hombre.» ¿Acaso recordó que en otro tiempo él también se había arrojado a los pies de otro, y había dicho balbuceando: «Apártate de mí, Señor, que soy hombre pecador» (Lc 5,8)? ¿O recordó la hora en que por ser hombre negó a Jesús de una manera tan ignominiosa en el patio de Caifás? ¿Y ahora se arrodilla ante él un oficial romano y se echa a sus pies? Pedro no lo puede soportar. También aquí vemos un ejemplo. Y parece como si la Iglesia siempre tenga que volver a este Pedro sin pretensiones. El culto personal y las maneras cortesanas fácilmente ocultan la mirada saludable hacia el camino que recorrió Jesús.
Pedro saluda a la gran asamblea. Tiene ante sí una escena inusitada. Para los reunidos podía ser inusitado que un judío se les acercara. Los que se habían congregado conocían la reserva de los judíos ante los extranjeros. Conocían la intolerancia de los judíos, su blindaje religioso. Pedro hace suyo este pensamiento y explica el hecho de su venida. Oímos con interés la interpretación que Pedro da a la visión de los animales puros e impuros. Ya no se trata de la cuestión de los manjares lícitos o ilícitos, sino de la cuestión básica de la misión universal. Para Pedro ya no existe la distinción judía entre puro e impuro. Ha caído la barrera que la Iglesia quiso retener y que impedía dar el paso al paganismo. Y Saulo, cuya vocación se cuenta, no sin motivo, antes del encuentro de Pedro con Cornelio, será quien recorrerá audaz y decididamente el camino y vencerá las últimas resistencias.
30 Díjole Cornelio: «Hace cuatro días, a esta misma hora, me encontraba haciendo la oración de nona en mi casa, cuando un hombre, en hábito radiante, se situó ante mí 31 y me dijo: "Cornelio, ha sida escuchada tu oración, y de tus limosnas se ha hecho memoria en la presencia de Dios; 32 envía, pues, a Jopa y haz llamar a Simón, de sobrenombre Pedro. Éste se hospeda en casa de un tal Simón, curtidor, junto al mar." 33 Al instante mandé a buscarte, y tú has tenido la delicadeza de venir, y aquí estamos ahora todos nosotros en presencia de Dios para escuchar todo lo que te haya sido ordenado por el Señor.»
Pedro una vez más tiene noticia de la orden del Señor. El mismo Cornelio informa de lo que le ha sucedido. De acuerdo con la ideología de los no judíos se designa al ángel como «hombre, en hábito radiante». Una vez más se dice que la aparición tuvo lugar cuando Cornelio oraba. Se tiene la impresión de que la venida de la figura luminosa sea una respuesta inmediata del cielo al ruego del que ora, cuando -con una reproducción algo libre de las palabras del ángel (según se leen en 10,4)- se dice: «Ha sido escuchada tu oración, y de tus limosnas se ha hecho memoria en la presencia de Dios.» ¿Y qué rogaba el centurión? Buscaba la verdad y la salvación. Debió, pues, pedir -así lo podemos suponer- que se iluminara su espíritu, que se le indicase el camino de la verdad.
Ahora se le muestra el camino. Una alegre disposición se denota en las siguientes palabras: «Aquí estamos ahora todos nosotros en presencia de Dios para escuchar todo lo que te haya sido ordenado por el Señor.» El mensaje del Evangelio va al encuentro de Cornelio y de la comunidad que se había reunido con él. Es una auténtica comunidad. Una memorable comunidad de catecúmenos, tal como estará siempre ante los mensajeros de la fe en la ulterior historia de la Iglesia. Están congregados «en presencia de Dios». Este dato realza la comunidad por encima del nivel de todas las demás colectividades, por encima de la vida cotidiana y profana. Cornelio conoce la misión y el poder de Pedro. «Lo que te haya sido ordenado por el Señor», dice Cornelio a Pedro. Cornelio se refiere al poder de la Iglesia. La palabra de la salvación se ha confiado a la Iglesia, para que ésta ejerza una mediación válida y obligatoria.
d) La palabra de Pedro (Hch/10/34-43).
34 Y tomando Pedro la palabra, dijo: «En verdad ahora comprendo que no tiene Dios acepción de personas, 35 sino que de cualquier raza el que le teme y practica la justicia le es agradable; 36 tal es el mensaje que ha enviado a los hijos de Israel anunciando el Evangelio de paz por medio de Jesucristo. Él es Señor de todos. 37 Vosotros conocéis lo que ha venido a ser un acontecimiento en toda Judea, a partir de Galilea, después del bautismo que Juan predicó: 38 Jesús de Nazaret, cómo Dios lo ungió con Espíritu Santo y poder, y pasó haciendo el bien y sanando a todos los oprimidos por el diablo, porque Dios estaba con él. 39 Nosotros somos testigos de todas las cosas que hizo en la región de los judíos y en Jerusalén, al cual incluso mataron colgándolo de un madero. 40 A éste, Dios lo resucitó al tercer día y le concedió hacerse públicamente visible, 41 no a todo el pueblo, sino a los testigos señalados de antemano por Dios, a nosotros, que comimos y bebimos con él después de haber resucitado él de entre los muertos. 42 Y nos ordenó predicar al pueblo y dar testimonio de que él es el constituido juez de vivos y muertos por Dios. 43 Todos los profetas le dan testimonio de que por su nombre obtiene la remisión de los pecados todo el que cree en él.»
San Lucas nos propone la predicación de Pedro ante Cornelio y los suyos con una formulación sintética. Esta predicación nos muestra acertadamente los pensamientos fundamentales del kerygma de salvación ante los oyentes no judíos. En comparación con las precedentes predicaciones misionales de los apóstoles, la prueba de la Escritura pasa a segundo término, aunque puedan percibirse en el discurso claras asonancias con palabras del Antiguo Testamento81. En primer término está la acción salvadora de Jesús de Nazaret y el refrendo de su misión mediante su manera de actuar, sobre todo mediante la resurrección. El apóstol habla como mandatario de Jesucristo, Señor universal, y muestra el camino de la salvación en el hecho de volverse con fidelidad hacia Jesús.
Ya las palabras introductorias de Pedro tienen un profundo significado: «No tiene Dios acepción de personas.» Esta frase hace alusión a lSam 16,7, en que el Señor dice a Samuel: «No mires a su buena presencia, ni a su grande estatura, porque no es ése el que he escogido: y yo no juzgo por lo que aparece a la vista del hombre, pues el hombre mira las apariencias, pero el Señor ve el corazón.» Un sentido superior se inserta ahora en estas palabras, que se interpretan en el ámbito de la historia de la salvación. Cuando Dios ofrece la salvación, no se fija en lo que se fijan los hombres. Para Dios carecen de valor las diferencias de posición social, de sexo, de raza y nación, ni siquiera lo tiene -y en esto consiste el reconocimiento innovador de Pedro- la diferencia de confesión religiosa. «De cualquier raza, el que le teme y practica la justicia le es agradable.» Entendemos bien estas palabras que suenan con un acento audaz en grado inaudito. No se dicen en favor de una indiferencia religiosa, ni en el sentido de una apatía religiosa. Cuando Pedro pronuncia estas palabras, piensa en el camino salvador de la Iglesia, en cuyo nombre habla. Acerca de este camino de la salvación Pedro quiere decir que está abierto para todos sin distinción, para todos los que con profundo respeto ante el misterio de Dios y buscando la equidad y la justicia esperan con ansia llegar a este camino.
En estas palabras de Pedro se puede pensar que se está oyendo hablar a Pablo, cuyo gran deseo es difundir el mensaje de la universal voluntad salvadora de Dios. Se tendrían que leer la carta a los Romanos y la epístola a los Gálatas. ¿Qué dice en la carta a los Romanos? «No me avergüenzo del Evangelio: ya que es poder de Dios para salvar a todo el que cree; tanto al judío, primeramente, como también al griego» (Rom 1,16). Y en la misma epístola leemos: «Pero ahora, independientemente de la ley, ha quedado bien manifiesta la justicia de Dios, justicia de Dios que, por medio de la fe en Jesucristo, llega a todos los que creen -pues no hay diferencia, ya que todos pecaron y están privados de la gloria de Dios-... ¿Acaso Dios lo es de los judíos solamente? ¿No lo es también de los gentiles? ¡Sí! También lo es de los gentiles. Pues no hay más que un solo Dios, el cual justificará, en virtud de la fe, a los circuncidados y, por medio de la fe, a los no circuncidados» (Rom 3, 21ss). En la carta a los Gálatas leemos: «Todos vosotros, en efecto, sois hijos de Dios a través de la fe en Cristo Jesús. Pues todos los que habéis sido bautizados en Cristo, os habéis revestido de Cristo. Ya no hay judío ni griego; ya no hay esclavo ni libre; ya no hay varón ni hembra; pues todos sois uno solo en Cristo Jesús» (Gál 3,26).
Para todos, pues, está abierto el camino salvador de Dios, y este camino de salvación es Cristo Jesús. El mensaje de Dios se transmite en primer lugar a los «hijos de Israel», se les anuncia la «paz» por medio de Jesucristo, la paz con Dios como la condición esencial para salvarse. Pero no por eso el camino de salvación está reservado a Israel, como quizás se podría concluir. Jesucristo y su obra de paz se extienden mucho más allá de las estrechas fronteras de Israel. «El es Señor de todos.» En esta frase se patentiza el universal poder salvífico del soberano del universo, del Todopoderoso, a quien se sometieron todas las cosas, tanto si se traduce como hemos hecho: «Él es Señor de todos», es decir, de todos los hombres, incluso de todos los señores de la tierra, que muchas veces pretendieron el título de Kyrios o de Dominus, como si se interpreta la frase en el siguiente sentido: «Él es Señor del universo.» Estas palabras tuvieron que hacer escuchar con atención a Cornelio y a sus huéspedes romanos y gentiles, a quienes el señorío de su César tenía que parecerles como la síntesis del poder político e incluso religioso.
Y ahora Pedro dirige la atención a la historia sin igual de este portador de la paz y «Señor de todos». El contenido del Evangelio se compendia con la máxima brevedad82. «Vosotros conocéis lo que ha venido a ser un acontecimiento en toda Judea...», puede decir Pedro. Es difícil que este modismo suponga que Cornelio y los suyos tengan conocimiento de los sucesos de la vida y de la muerte de Jesús por medio de mensajeros cristianos de la fe. Porque, como ya hemos explicado antes, es muy incierta la suposición de que Felipe llegara a Cesarea antes de la venida de Pedro, como muchos infieren de 8,40. Antes bien Pedro supone que en Cesarea, donde además residía el gobernador romano, se pudo tener conocimiento inmediato de lo que aconteció a Jesús. Esto es para nosotros un testimonio de cómo la historia de Jesús ya durante su vida mortal suscitó interés y llamó la atención. A este propósito recordemos que Pablo en el juicio oral ante el rey Agripa también da este testimonio, cuando dice: «Sabe de estas cosas el rey, a quien, por ello, hablo confiadamente, pues no puedo creer que nada de esto ignore, ya que no ha sucedido en ningún rincón oculto» (26,26).
Lo que Pedro pone de relieve en la actuación de Jesús recuerda de nuevo (como en 2,22ss) la figura de Cristo del Evangelio de san Marcos, que desde la más antigua tradición se califica como reproducción de lo que Pedro predicaba, por lo cual se supone que fue escrito para los lectores romanos. El bautismo de Juan significa el principio del camino salvador de Jesús. Esto ya se nos puso en claro 1,21s, y lo podemos ver en la estructura de los cuatro evangelios. Con este bautismo se enlaza el hecho de que «Dios ungió a Jesús de Nazaret con Espíritu Santo y poder». En el verbo griego que significa «ungir» (khrio/ekhrisen) se contiene la raíz de la palabra «Cristo» (Khristos). «Dios ha hecho Señor y Mesías (Khristos) a este Jesús a quien vosotros crucificasteis», dijo Pedro a los oyentes judíos en el discurso del día de pentecostés (2,36).
El «Espíritu Santo» descendió sobre Jesús, cuando fue bautizado. De ello hablan los cuatro evangelios, especialmente el de san Lucas 83. Este dato es importante para los Hechos de los apóstoles y para su constante testimonio del Espíritu Santo. Porque no hay que disociar al Espíritu Santo de la persona y de la obra de Jesús, aunque en el lenguaje de los Hechos de los apóstoles esta realidad no haya sido expresada con una fórmula teológica.
Pedro tiene cuidado en coordinar la imagen que traza de Jesús, con las ideas religiosas de los oyentes no judíos, cuando dice que Jesús «pasó haciendo el bien y sanando a todos los oprimidos por el diablo». Con esta frase se pone en primer término la actuación externa de Jesús, lo cual no significa que Pedro pase por alto el mensaje de salvación anunciado por Jesús, y ya antes indicado (10,36). Solamente vemos una vez más cuán vivo era desde el principio el interés por las «acciones de Jesús». Se le muestra «haciendo el bien», como Salvador del mundo oprimido por el poder del diablo. Se dirige la palabra al anhelo de salvación de un mundo doliente y angustiado. Sabemos que a los soberanos de aquel tiempo les gustaba hacerse llamar «bienhechores» o «beneméritos» (euergetes). También los llamaban «liberador» o «salvador» (soter). Este título arrogante se ha conservado en monedas e inscripciones. Querían ser dioses y se hicieron tributar honores divinos. El mundo romano aplicó también tales prácticas a sus Césares. Frente a ellos aparece Jesús de Nazaret como el verdadero bienhechor y el único Salvador. «Él es Señor de todos», ha dicho Pedro con la mirada puesta en estos señores de la tierra. Y una vez más Pedro indica el motivo de la excelsa categoría de Jesús, cuando dice: «Porque Dios estaba con él.» Y ahora Pedro muestra el incomparable camino de este bienhechor y salvador. Pedro tiene derecho de hablar sobre este punto. «Nosotros somos testigos de todas las cosas que hizo en la región de los judíos y en Jerusalén», puede decir Pedro, que incluye el testimonio de todas las cosas en este «nosotros». El testimonio de quienes «nos han acompañado todo el tiempo en que anduvo el Señor Jesús entre nosotros, a partir del bautismo de Juan hasta el día en que nos fue arrebatado» (1,21s). De nuevo notamos la gran finalidad de la predicación apostólica, o sea, basar el Evangelio en la autenticidad de lo que se ha presenciado en el curso de la historia.
Y de nuevo, como en los precedentes ejemplos de la primitiva predicación cristiana, en las palabras de Pedro sobresalen la muerte y la resurrección de Jesús como los acontecimientos decisivos de la salvación. Resuenan en nuestros oídos fórmulas de confesión. Y una vez más se presentan los testigos de la realidad de la resurrección. Ellos le han visto, pudieron ser sus comensales. El Evangelio de san Lucas, así como el de san Juan, tiene conocimiento de este haber comido con Jesús resucitado 84. Es una comida misteriosa e inexplicable, porque se sustrae a toda experiencia la manera como puede comer y beber un cuerpo glorificado. Pero para los discípulos fue un signo de la presencia real del Señor ensalzado. Esta participación en la misma mesa sobrevivió en la celebración litúrgica de la cena del Señor, aunque del modo peculiar de la realidad sacramental. En la experiencia de la resurrección y en el encuentro con el Señor resucitado se funda la misión salvadora confiada a la Iglesia. Porque estos acontecimientos están encaminados a que todo el mundo pueda experimentar la salvación. La fe de los apóstoles y de la primitiva Iglesia exige que se transmita el mensaje a los hombres. «Y nos ordenó predicar al pueblo y dar testimonio de que él es el constituido juez de vivos y muertos por Dios», dice Pedro a Cornelio. Conocemos esta orden por las palabras de la gran misión (1,8) y por lo que san Lucas en el Evangelio (Lc 24,44ss) recapitula como instrucción del Señor. En aquel pasaje del Evangelio también se lee que «en su nombre había de predicarse la conversión y para el perdón de los pecados a todas las naciones, comenzando por Jerusalén» (Lc 24,47). Así pues, cuando Pedro delante de Cornelio habla del «pueblo», no parece que haya que referir esta palabra solamente a Israel, sino a todos los hombres. Casi carecía de fundamento que en esta situación se hiciera resaltar de una forma tan sorprendente la posición privilegiada de Israel, aunque esta posición esté indicada en el versículo 36. ¿O bien Pedro quiso decir que el encargo misional de Jesús estaba en primer lugar dirigido al «pueblo» de Israel, pero que ahora Dios ha intervenido a propósito, para agraciar al paganismo con el mensaje de salvación? El texto apenas da pie a una tal interpretación.
Puede resultar sorprendente que Pedro nombre como contenido fundamental del mensaje la predicación sobre Jesús considerado bajo el aspecto de juez de vivos y muertos. En esta expresión escuchamos una antigua fórmula, que fue insertada en el credo de la primitiva Iglesia. Es interesante ver que también se encuentra esta declaración sobre el oficio judicial de Jesús en el discurso del Areópago, que es el más parecido a este discurso de Pedro. En aquel discurso de Pablo se dice: «Ya que ha establecido un día en el que habrá de juzgar al mundo entero según justicia por medio de un hombre a quien ha designado para que salga fiador suyo ante todos al resucitarlo de entre los muertos» (17,31). De esta manera la resurrección de Jesús y su oficio de juez son puestos en estrecha relación.
Con las palabras sobre el futuro juicio, en las que se manifiesta la expectación que la primitiva Iglesia tenía del tiempo final, la Iglesia no quiere angustiar a los hombres, sino mostrarles el camino de la salvación para salir airoso ante este tribunal. La declaración sobre el juicio se convierte en predicación sobre el tema de la salvación, y por tanto en la buena nueva en el verdadero sentido, cuando dicha declaración, tal como la hizo Pedro, hable de la fuerza salvadora de la fe en Jesucristo. Cristo otorga la «remisión de los pecados» a todos los que creen en su nombre, es decir, en la comunión con él basada en la fe.
Jesús es al mismo tiempo juez y salvador, pero
presta su servicio salvador antes de desempeñar su oficio de juez. Por eso
hablando de la remisión de los pecados, en la que se resume toda la actividad
salvadora de Jesús, Pedro tiene cuidado en hacer resaltar que los vaticinios de
los profetas a través de los siglos ya han señalado dicha remisión.
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81. Cf. 1S 16,7; Dt 21,22.
82. De una manera semejante a lo que sucede en 2,22-25.
83. Cf.Lc 3,22; 4,18.
84. Cf. Lc 24,30.43; Jn 21,5ss.
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e) Bautismo de los paganos (Hch/10/44-48).
44 Todavía estaba Pedro diciendo estas cosas, cuando descendió el Espíritu Santo sobre todos los que escuchaban la palabra. 45 Y se maravillaron los creyentes de origen judío que habían venido con Pedro de que también sobre los gentiles se hubiera derramado el don del Espíritu Santo; 46 porque los oían hablar en lenguas y alabar la grandeza de Dios. Dijo entonces Pedro: 47 «¿Acaso puede alguien excluir del agua, de modo que no sean bautizados, a estos que han recibido el Espíritu Santo como nosotros?» 48 Ordenó, pues, que fueran bautizados en el nombre de Jesucristo. Y le rogaron que se quedara con ellos unos días.
La historia de Cornelio es una providencia y dirección sin igual, desde arriba. Solamente así se puede entender el curso de los acontecimientos. El mismo Dios manifiesta qué giro tan trascendental se inicia en la obra de su salvación en el encuentro del apóstol con Cornelio. El mismo Dios corona con un amén el discurso de su mensajero. El día de pentecostés con la venida del Espíritu y con el prodigio de que los discípulos hablaran en otras lenguas impulsados por el Espíritu, el Señor resucitado y enaltecido se hizo ostensible en Jerusalén para mostrar a los hombres el comienzo de la obra salvífica de la Iglesia. Así ahora en Cesarea en la casa del centurión Cornelio tiene lugar un nuevo pentecostés, como señal de un nuevo principio. Se inicia la obra de la salvación con los paganos. De nuevo unos hombres son penetrados por el soplo del Espíritu. «Los oían hablar en lenguas y alabar la grandeza de Dios.» Son hombres que todavía no están bautizados, pero les ha conmovido el mensaje de salvación que Pedro les anuncia. Son hombres que tienen en el alma un ansia sincera de búsqueda y una disposición, la disposición de la fe, a la que está prometida la salvación. «Todavía estaba Pedro diciendo estas cosas, cuando descendió el Espíritu Santo sobre todos los que escuchaban la palabra.» ¿No es esto la demostración de la fuerza salvadora de la palabra que es plenitud del espíritu, y que es acogida con ánimo abierto por los oyentes dispuestos para la fe? Corresponde a una de las intuiciones más profundas de nuestro tiempo reconocer precisamente en la proclamación de la palabra su virtud salvadora y adentrarse en la conmemoración de este misterio. Tal consideración está llena de significado. En el contexto de nuestro relato el sentido de este milagro de Cesarea, similar al del día de pentecostés, consiste sobre todo en la función del signo, que para Pedro y para la Iglesia indicaba que se hallaba en el recto camino, cuando iba a Cesarea al encuentro del centurión pagano.
El acontecimiento era estimulante. Estimulante para la primitiva Iglesia aún muy encogida en la manera judaica de concebir la salvación. Este estímulo lo sintieron los acompañantes judeocristianos de Pedro, que vivieron el prodigio del Espíritu, y así -otra vez por especial providencia- pudieron ahora ser testigos de la señal que Dios había dado a su Iglesia. «Y se maravillaron los creyentes de origen judío que habían venido con Pedro de que también sobre los gentiles se hubiera derramado el don del Espíritu Santo.» También sobre los gentiles: eso era lo inaudito 85.
Pedro reconoce la señal del Espíritu. Pedro fue
sacado por etapas del encogimiento de la manera judía de pensar, para distinguir
ahora claramente en vista de este nuevo suceso de pentecostés el camino libre de
la salvación para todos los hombres. Puesto que el mismo Dios otorgó el bautismo
del Espíritu, la Iglesia no tiene derecho alguno de negar el bautismo con agua.
Pedro expresa este conocimiento en forma de una pregunta. Esta recuerda la
pregunta del tesorero etíope (8,36), y en ambas preguntas puede resonar algo del
más vetusto rito bautismal y de la interrogación litúrgica del que ha de ser
bautizado. Pero en la pregunta de Pedro ya se contiene la respuesta. El bautismo
«en el nombre de Jesucristo» aporta a la Iglesia en Cornelio y los suyos no sólo
un crecimiento externo en el número de miembros, sino también la apertura
dichosa de un camino, en el que por primera vez puede cumplirse con la libertad
del Espíritu el gran encargo del Señor sobre la salvación. La Iglesia ha venido
a los gentiles, y es como un símbolo que Pedro después de prestar su servicio
«se quedara con ellos unos días».
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85. El que tenga tiempo, lea la carta a
los Romanos, y en los capítulos 9-11 reflexione sobre los pensamientos del
apóstol san Pablo. con los cuales éste procura profundizar y exponer el misterio
de la vocación de los judíos y de los paganos a la Iglesia.