CAPÍTULO 4
TESTIMONIO ANTE EL SANEDRÍN (4,1-31).
a) Detención de los apóstoles (Hch/04/01-04).
1 Mientras estaban hablando al pueblo, se les presentaron los sacerdotes, el jefe de la guardia del templo y los saduceos, 2 molestos de que enseñaran al pueblo y de que anunciaran la resurrección de entre los muertos en la persona de Jesús. 3 Les echaron mano y los pusieron en la cárcel hasta el amanecer, porque era ya tarde. 4 Pero muchos de los que oyeron el discurso abrazaron la fe, y llegó su número a unos cinco mil.
Por los Evangelios sabemos cómo Jesús encontró, por su mensaje y su actuación, la hostilidad por parte de los jefes judíos, y, sobre todo, por parte de la autoridad sacerdotal. Esta lucha le condujo a la muerte en la cruz. Jesús también predijo a sus discípulos, con claras palabras, que serían objeto de odio y persecución, y procuró prepararlos para ellas. En el discurso de Jesús sobre el tiempo final, según los Evangelios sinópticos, leemos en el Evangelio de san Lucas las palabras que Jesús dirigió a sus discípulos: «Pero antes de todo esto, se apoderarán de vosotros y os perseguirán: os entregarán a las sinagogas y os meterán en las cárceles; os harán comparecer ante reyes y gobernadores, por causa de mi nombre» (Lc 21,12).
El que lee la plática de despedida de Jesús en el Evangelio de san Juan, encuentra la predicción del odio del mundo con unos motivos todavía más profundos, cuando se dice: «Si el mundo os odia, sabed que antes que a vosotros me ha odiado a mí. Si fuerais del mundo, el mundo amaría lo suyo; pero, porque no sois del mundo, sino que os elegí yo del mundo, por eso el mundo os odia» (Jn 15,18s). «Os echarán de las sinagogas; más aún, llega la hora en que todo aquel que os mate, creerá dar culto a Dios» (Jn 16,2). Pero, precisamente en los discursos del Evangelio de san Juan encontramos, íntimamente asociada a las palabras sobre la persecución futura, la más vigorosa indicación sobre la asistencia del Paráclito, el Espíritu Santo.
La predicción de Jesús pronto se cumplió. Sería sorprendente que no hubiera sucedido así. El proceso contra Jesús todavía no estaba muy distante. Los mismos hombres que le habían condenado, todavía tenían autoridad como jefes del pueblo. Vemos la misma escena que en los Evangelios. El pueblo llano y sencillo se entregaba con entusiasmo y agradecimiento al mensaje de salvación, mientras no fuera inducido a error por los jefes políticos o religiosos, y contemplaba con respetuoso temor la comunidad de Jesús. Pero los dirigentes se dejaron guiar por el odio y la envidia, antes en la lucha contra Jesús y ahora en la persecución de la Iglesia.
«Se les presentaron los sacerdotes, el jefe de la guardia del templo y los saduceos.» Eran las autoridades competentes del templo. El partido de los saduceos, que se diferenciaba en muchos respectos del grupo mayor de los fariseos también había tenido un papel influyente y decisivo en el proceso contra Jesús. El sumo sacerdote y sus colegas formaban un grupo estrechamente conjurado. Lo encontraremos de nuevo en el proceso contra Pablo (23,1ss). ¿Qué motivo encontraron para lanzarse contra Pedro y Juan? Sin duda se escandalizaron por la gran concurrencia del pueblo. Como atestigua el siguiente relato, el objeto de la indagación fue, en primer lugar, la curación del cojo de nacimiento. Pero el texto también aclara que desde hacía mucho tiempo eran motivo de escándalo la actuación de los apóstoles y su predicación en favor de Jesús. Se dice que estaban molestos, porque los apóstoles anunciaban la resurrección de entre los muertos aludiendo a Jesús. Pero ésta es solamente una particular razón de la hostilidad (4,2). Sabemos que los saduceos en oposición a la fe que solían tener los judíos, negaban por principio la resurrección del cuerpo47. También en otros respectos representaban una notable ideología liberal.
Los apóstoles por primera vez van a la cárcel.
Para su vida ulterior ésta es una característica del camino que sigue su
testimonio. Pero la Iglesia crece. En nuestro relato se respira una atmósfera
propia, cuando san Lucas inmediatamente después de comunicar la detención de
Pedro y Juan da la noticia de que una vez terminada la predicación muchos se
marcharon siendo ya creyentes, y el número tres mil de la fiesta de pentecostés
asciende a cinco mil miembros de la comunidad de Cristo. Aquí encontramos el
peculiar elemento de los Hechos de los apóstoles: a pesar de la resistencia y de
la persecución se cumplen el encargo y la promesa del Señor resucitado. La
Iglesia naciente experimenta la fuerza del Espíritu.
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47. Así lo atestiguan Lc 20,27ss y Hch
23,8.
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b) Los apóstoles ante el sanedrín (Hch/04/05-12).
5 A la mañana siguiente se congregaron en Jerusalén los jefes, los ancianos y los escribas; 6 Anás, el sumo sacerdote, y Caifás; Juan y Alejandro, y todos los que eran del linaje de los sumos sacerdotes. 7 Y colocándolos delante, trataban de averiguar: ¿Con qué potestad o en nombre de quién habéis hecho esto? 8 Entonces Pedro, lleno de Espíritu Santo, les dijo: 9 «Jefes del pueblo y ancianos, puesto que hoy somos interrogados judicialmente acerca de la buena acción realizada en un hombre enfermo: en virtud de quién ha sido sanado éste, 10 sabed todos vosotros y todo el pueblo de Israel que en el nombre de Jesucristo de Nazaret, a quien vosotros crucificasteis y a quien Dios resucitó de entre los muertos, este hombre se presenta ante vosotros sano. 11 Esta es la piedra despreciada por vosotros, los constructores de la casa, y, no obstante, constituida en clave del arco (Sal 118,22): 12 y no hay salvación en otro alguno, porque no hay otro nombre bajo el cielo dado a los hombres, por el cual hayamos de ser salvos.»
Es una escena memorable. Los dos apóstoles, cuya sencillez e insuficiencia conocemos por los Evangelios, entran en el tribunal de la suprema autoridad del judaísmo. Se han reunido los jefes del pueblo. No sin razón los Hechos de los apóstoles enumeran los grupos representados e incluso dan los nombres de los competentes jefes de la clase sacerdotal. Anás, que a pesar de haber sido destituido por los romanos aún seguía siendo el hombre más influyente de la estirpe de los sumos sacerdotes48, y su yerno Caifás, el sumo sacerdote oficial, nos son conocidos por el proceso contra Jesús. Aunque las tropas romanas de ocupación estuvieran en el país, el sanedrín siempre era la eficaz representación de todo el judaísmo. Propiedades e inteligencia, formación y poder, se concentraron en esta corporación tradicional, que gracias a estar vinculada al culto y a la religión gozaba de prestigio y autoridad entre todos los judíos.
Pedro y Juan que durante la noche estuvieron bajo custodia, entran en esta asamblea. La escena es un símbolo del camino de la Iglesia. Después de la curación milagrosa es interrogada. ¿Es una interrogación sincera? Si leemos el informe final de este juicio, reconocemos que no solamente se trató de este suceso particular, sino de toda la obra de la Iglesia.
La pregunta acerca del nombre, en que ha tenido lugar la curación, viene a ser para Pedro la deseada ocasión para dar el testimonio que acusa y exhorta a obtener la salvación. Pedro actuó lleno de Espíritu Santo. La comunidad de vida de la Iglesia es eficaz. Se nos hace recordar la promesa de Jesús que cuando se reunió con sus discípulos antes de la pascua, además de vaticinar la persecución les dijo: «Esto os servirá de ocasión para dar testimonio. Por consiguiente, fijad bien en vuestro corazón que no debéis prepararos de cómo os podréis defender. Porque yo os daré un lenguaje y una sabiduría que no podrán resistir ni contradecir todos vuestros enemigos» (Lc 21, 13ss). Esta promesa aún se formula más claramente en san Mateo: «Pero, cuando os entreguen, no os preocupéis de cómo o qué habéis de decir, porque se os dará en aquel momento lo que habéis de decir; pues no seréis vosotros los que hablaréis, sino el Espíritu de vuestro Padre quien hablará en vosotros» (Mt 10,19s).
Pedro conoce la autoridad del sanedrín. En su disertación se revela el profundo respeto del hombre judío ante sus superiores puestos por Dios. Como ya vimos, la naciente Iglesia todavía está estrictamente obligada con la ordenación social y religiosa del judaísmo. Sin embargo la atención externa no impide que el apóstol hable con franqueza. Ésta ya se denota en las características del procedimiento expresadas por él. Los apóstoles no son interrogados por causa de una acción sospechosa, sino que les piden cuentas de la «buena acción realizada en un hombre enfermo». Pedro introduce su testimonio solemnemente y en tono de reclamación, haciendo recordar las palabras finales del discurso de pentecostés, cuando anuncia al sanedrín y a «todo el pueblo de Israel» el mensaje de salvación de Jesús de Nazaret, y a él atribuye la curación del inválido. El que ha sido curado está ante la mirada de la suprema autoridad judía. Es una escena memorable. Pedro no sería capaz de cumplir su misión, si no aprovechara la circunstancia para el apremiante mensaje de la salud verdadera y decisiva. Ante esta asamblea, que, no hacía mucho tiempo, había entregado Jesús a la muerte, Pedro habla abiertamente del Salvador y de la culpa de semejante corporación cuando añade al nombre de Jesús: a quien vosotros crucificasteis. Pedro ya en su primer discurso al pueblo pudo hablar así. Esta acusación tiene una resonancia especialmente severa ante los jefes responsables del judaísmo.
Pero también aquí se enlaza inseparablemente con la referencia a la crucifixión el mensaje de la resurrección de Jesús por obra de Dios. La imagen de la clave del arco -tomada del salmo 117- caracteriza gráficamente la obcecación y tragedia del pueblo escogido por Dios49.
Procúrese comprender la tensión que se produciría,
cuando en el ámbito del sanedrín (que ha entregado a Jesús a la muerte de cruz y
así ha desechado al que tiene el destino de ser clave del arco) ahora penetra el
mensaje, audaz en grado inaudito, de que no hay ningún otro medio de salvarse
fuera de Jesucristo. Estas palabras resuenan en el mensaje fundamental de toda
la proclamación apostólica. En ellas se resume el deseo de todos los escritos
del Nuevo Testamento. Los conceptos de verdad, gracia, luz, vida y todas las
declaraciones con las que se describe la redención ofrecida por Dios al mundo en
Jesús, subyacen en estas palabras que Pedro dirige a los miembros del sanedrín.
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48. Cf. Lc 3,2; Jn 18,12ss.
49. Varias veces encontramos esta expresiva imagen en el mensaje del Nuevo
Testamento. En Lc 20,17 vemos que es Jesús quien la propone en la controversia
con los escribas y sumos sacerdotes, como también nos lo confirman Mt 21,42 y Mc
12,10. También san Pablo alude a esta metáfora en Rom 9,33, y san Pedro trata de
ella de una forma especialmente minuciosa en su primera carta (1P 2,4ss).
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c) Impotencia de la autoridad (Hch/04/13-22).
13 Viendo la valentía de Pedro y de Juan, y habiendo comprobado que eran hombres iletrados y del vulgo, se maravillaban. Los reconocían como compañeros de Jesús. 14 Pero viendo de pie, con ellos, al hombre curado, no tenían nada que oponer. 15 Los mandaron, pues, salir fuera del sanedrín y deliberaban entre sí diciendo: 16 «¿Qué haríamos con estos hombres? Porque el notorio milagro obrado por medio de ellos, evidente para todos los habitantes de Jerusalén, no lo podemos negar; 17 pero a fin de que no se divulgue todavía más entre el pueblo, vamos a amenazarlos, para que no hablen más en este nombre a persona alguna.»
Los miembros del sanedrín tuvieron que soportar las audaces palabras. Propiamente se podría esperar que se hubiesen encolerizado, y enardecidos por la pasión hubiesen pronunciado una sentencia de exterminio, como hicieron en el proceso contra Jesús o como sucedió más tarde en el juicio oral de Esteban (7,54ss). ¿Cuál era el motivo que los reprimió? Como dice claramente el versículo 21, seguramente fue decisivo para su modo de proceder el miramiento del pueblo. Ya sabemos por los Evangelios cómo la autoridad judía siempre vacilaba entre proceder o dejar de proceder contra Jesús, porque tenían contra sí la disposición de ánimo del pueblo. La opinión pública con frecuencia encauza la decisión de los dirigentes hacia lo justo o también hacia lo injusto.
Sin embargo también parece que otras razones hayan determinado el procedimiento del sanedrín. El que había sido curado estaba al lado de los apóstoles, como testimonio irrefutable de la realidad de la curación. La actuación de Pedro también desarmó a sus adversarios ante el hecho de que los dos apóstoles eran iletrados y del vulgo, y no habían recibido formación escolar. No tenían nada que oponer, dice el relato en forma muy significativa. En su desconcierto momentáneo recurren a un medio (que también fue utilizado más tarde) de sofocar la moción del Espíritu: prohíben hablar y esperan, contra su propia convicción, que harán enmudecer a los testigos de Jesús. En su resolución no toman el nombre de Jesús en los labios (cf. también 5,28). También en esto parece que se muestra su odio y aversión contra Jesús. Este nombre no debe ser pronunciado.
18 Y llamándolos, les ordenaron que bajo ningún concepto dijeran una palabra ni enseñaran en el nombre de Jesús. 19 Pedro y Juan les respondieron: «Juzgad si sería justo ante Dios obedeceros a vosotros más que a Dios; 20 porque nosotros no podemos dejar de decir lo que hemos visto y oído.» 21 Ellos, reiterando sus amenazas, los soltaron. No encontraban manera de castigarlos por causa del pueblo, ya que todos glorificaban a Dios por lo sucedido; 22 pues era de más de cuarenta años el hombre en quien se había realizado este milagro de la curación.
El episodio ha pasado a ser el ejemplo del camino que ha de seguir la Iglesia a través de la historia. Lo que entonces sucedió, ilumina una ley que en todas partes exige ser observada cuando una orden humana se pone en contradicción con un mandamiento divino que se conoce claramente. Los apóstoles rechazan con toda firmeza la prohibición de hablar dada por el sanedrín. En el juicio oral que pronto seguirá, los apóstoles lo dirán todavía con mayor decisión (5,29). Recae sobre ellos el encargo del Señor, la irrecusable obligación de dar testimonio. Ya no son libres en su decisión. El mismo Dios ha puesto la mano sobre ellos. Tanto si quieren como si no quieren, tienen que hablar de lo que han «visto y oído». Reconocen la autoridad y el derecho del sanedrín. Se nota este respeto incluso por sus palabras recusadoras, cuando para tranquilidad de su conciencia someten la decisión al juicio del supremo juez del pueblo.
Con todo, los apóstoles ya han decidido. El Espíritu Santo los ilumina y fortalece en su decisión. Pueden compararse las palabras de los apóstoles a muchas otras palabras semejantes que nos transmite la historia profana. Según Platón, Sócrates dijo a sus jueces: «Os honro y os amo, pero antes obedeceré a Dios que a vosotros», y el poeta Sófocles en su tragedia Antígona pone en labios de ésta las siguientes palabras: «No quisiera ser víctima de los castigos de los dioses por haber temido la arrogancia de un hombre.» Las palabras antedichas de los apóstoles se distinguen de estos respetables testimonios de la conciencia por el hecho de que en las palabras de los apóstoles puede denotarse la gran experiencia personal de la salvación en Cristo Jesús.
d) Robustecimiento de la comunidad orante (Hch/04/23-31).
23 Puestos en libertad, vinieron a los suyos y les contaron cuanto los sumos sacerdotes y los ancianos les habían dicho. 24 Al oírlos, alzaron unánimemente su voz a Dios y dijeron: «Señor, tú eres el que hizo el cielo y la tierra, el mar y todo cuanto en ellos hay (Ex 20,11). 25 Tú, el que en el Espíritu Santo, por boca de nuestro padre y siervo tuyo David, dijiste: ¿Por qué se amotinaron las naciones y los pueblos maquinaron cosas vanas? 26 Se han juntado los reyes de la tierra y los príncipes se han confabulado contra el Señor y contra su Ungido (Sal 2,1-2). 27 Porque en verdad se confabularon en esta ciudad contra tu santo siervo Jesús, a quien ungiste, Herodes y Poncio Pilato con los gentiles y tribus de Israel, 28 para hacer lo que tu mano y tu designio tenían predeterminado que sucediera. 29 Ahora, pues, Señor, mira sus amenazas y concede a tus siervos anunciar con toda valentía tu palabra, 30 alargando tu mano para que se hagan curaciones, señales y prodigios mediante el nombre de tu santo siervo Jesús.
Este fragmento todavía pertenece al contexto más inmediato de la historia de la curación del cojo de nacimiento. Pero al mismo tiempo nos facilita una visión profunda de la manera de pensar y de la fe de la comunidad. Es un significativo contraste con la escena precedente de la asamblea del consejo judío. En esta asamblea se mostró la envidia, la inseguridad y el desconcierto de una autoridad que estaba contra el propio pueblo. En estas líneas resplandece la lealtad, la confianza y la concordia de la comunidad cristiana. Todavía está, como volvemos a ver aquí, vinculada a la colectividad judía, todavía ora con las ideas y los modos tradicionales de los textos del Antiguo Testamento, pero lo nuevo y particular de la cristiana experiencia de la salvación siempre empuja a pensamientos y móviles propios. De nuevo es en un texto de los Salmos, en el que la Iglesia al leerlo encuentra su camino y su experiencia como en palabras proféticas, y con el cual expresa la confianza de su fe. De nuevo es un ejemplo muy expresivo de la manera como las palabras del Antiguo Testamento se ven e interpretan a la luz de la experiencia de la salvación del Nuevo Testamento. Como en 1,16 esta interpretación de la Escritura se guía por la convicción de que el Espíritu Santo desprende las palabras bíblicas del significado literal y les da una nueva orientación, si se ven a la luz de la fe.
La oración está formulada como si toda la comunidad orase de acuerdo con la situación que se hallaba. San Lucas le habrá dado la forma bien ponderada teológica y literariamente, así como también en su Evangelio, en particular en la historia de la infancia, hace patente el estado de ánimo de la respectiva situación con himnos deprecatorios, sin que esto traicione la más fidedigna tradición recogida por el evangelista. Sin duda, esta oración está tan subordinada a la realidad histórica, que en ella vemos delineada la situación efectiva de la comunidad. De modo impresionante captamos la profunda unión existente entre los apóstoles y la comunidad, en el texto introductorio y en la oración misma, rasgo que se nos muestra con insistencia en los Hechos de los apóstoles. Piénsese especialmente en la oración de la comunidad por Pedro que estaba encarcelado (12,5). Ya la noticia de que los apóstoles después de su liberación vinieron a los «suyos», nos indica la solidaridad fraternal, que había entre los fieles y sus jefes.
E1 salmo, cuyas palabras se toman por base de la oración interpretativa, ya fue interpretado por los escribas judíos en sentido mesiánico. La comunidad orante refiere el salmo en primer lugar a la pasión de Jesús, en la que los enemigos se conjuraron contra Jesús, y los judíos y los paganos cooperaron para proceder contra él. El relato de los Evangelios sobre la pasión y el proceso hace el comentario concreto de esta conducta de los enemigos. De nuevo es significativa la declaración sobre Jesús, que es nombrado dos veces como santo siervo de Dios -otra vez con la profundidad de sentido de lo que dice Isaías sobre el siervo de Dios (3,13)- y de quien se dice adrede, apoyándose en las palabras del salmo: A quien ungiste. Sin duda con esta expresión, como lo pone en claro la raíz griega, se indica el nombre de Khristos ( = ungido) y la dignidad mesiánica de Jesús descrita en este nombre.
Se patentiza también en esta oración el deseo especial de la proclamación de la Iglesia primitiva cuando se hace resaltar, a propósito, que los enemigos confabulados nada pudieron hacer contra la intención de Dios, sino que en su manera de proceder contra Jesús contribuyeron a la realización de la divina voluntad de salvar a los hombres. Este pensamiento, que siempre encontramos en el mensaje de los Hechos de los apóstoles, y cuyo problema teológico apenas puede comprenderse con los conceptos de nuestra mente, no solamente procura precaver el obstáculo de la pasión, sino que también significa el aliento de la comunidad en vista del antagonismo de la autoridad judía. Dios que permitió la conjuración de los enemigos contra Jesús y la ordenó a la ejecución de su plan salvífico, también puede mantener su mano sobre sus mensajeros de la fe, que aquí se tiene cuidado en llamar «siervos» de Dios, y conducirlos contra toda resistencia al cumplimiento efectivo de su testimonio.
Es característico del modo de pensar de esta primera comunidad la gran importancia que atribuye a las señales y sobre todo a la curación obrada por Dios. No sin motivo san Lucas ha referido la curación milagrosa del inválido como ejemplo de la actuación carismática de los apóstoles. Los Hechos de los apóstoles presentan muchas otras veces testimonio de esta clase. La curación de los enfermos, como ya vimos, está confiada (como encargo especial) a los discípulos enviados por Jesús antes de la pascua (Lc 9,2; 10,9), y en san Marcos se nombra como especial promesa de Jesús resucitado (Mc 16,18). Pablo habla expresamente de los «dones de curación» como uno de los dones del Espíritu, que han sido ofrecidos a la Iglesia (lCor 12,9).
31 Mientras así oraban, se conmovió el lugar donde estaban congregados y, llenos todos del Espíritu Santo, proclamaban la palabra de Dios con valentía.
Tres veces se emplea en el texto griego la palabra valentía (4,13.29.31). Como un acento alborozado pasa por el relato y resuena vigoroso en la última palabra, para hacer así expresiva con la mayor claridad posible la actitud fundamental de la Iglesia sobre el fondo de la persecución. En la palabra «valentía» se patentiza la conciencia contenta de la Iglesia incipiente (conciencia que procede de la experiencia viviente de la gracia de la salvación), el conocimiento optimista de la cercanía del Señor, que se muestra presente en el testimonio del Espíritu Santo. Es significativo para representar a la Iglesia en proceso de formación que este misterio del Espíritu se haga perceptible como en un pentecostés que sigue influyendo a la vista del peligro que amenaza, y así fortalece siempre la «valentía» de los creyentes. Cuando se dice que estaban «llenos todos del Espíritu Santo», también se declara que esta plenitud se dio a conocer exteriormente, y es muy natural pensar otra vez en aquella misteriosa manera de hablar de que se nos ha informado en el relato de pentecostés, y que después se testifica expresamente como señal del Espíritu Santo (10,44ss; 19,6).
¿No nos parece esta noticia una fábula remota, extraña? ¿Fue todo eso una realidad fidedigna? ¿Y forma parte en serio de lo que representa a la Iglesia? ¿O quizás esta Iglesia se ha envejecido y se ha vuelto rígida, según nuestra mentalidad, en ella sólo puede dar señales de vida una pequeña parte de lo que la hizo atractiva y vigorosa en su juventud? Estos dones extraordinarios del Espíritu Santo, que llamamos carismas, ¿deben realmente haber tenido importancia sólo para el tiempo inicial, para la partida de la fe por el camino que conduce al mundo que se ha de ganar para Cristo? En nuestros días la Iglesia ¿no podría también lograr una mayor entereza y eficacia, si tuviera la viva experiencia del Espíritu?
3. NUEVO ASPECTO DE LA COMUNIDAD (4,32-5,16).
a) «Uno era el corazón y una el alma» (Hch/04/32-37).
Un nuevo «relato sumario» -como lo llaman los exegetas- se interpone otra vez entre las narraciones particulares. Ya en 2,42-47 tuvimos una visión de conjunto semejante. Los dos fragmentos encajan bien entre sí en su contenido, y con el fragmento 5,12-16 forman una tríada, que en el fondo nos presenta una misma imagen, aunque en cada caso puedan aparecer con más fuerza algunos rasgos. Es como si el autor siempre quisiera mostrarnos la visión dichosa de la obra del Espíritu Santo en la comunidad del Señor.
32 Uno era el corazón y una el alma de la muchedumbre de los que habían creído, y nadie consideraba propio nada de lo que poseía, sino que todo lo tenían en común. 33 Y, con gran fortaleza, los apóstoles daban testimonio de la resurrección del Señor Jesús y gozaban todos ellos de gran estimación. 34 No había pobre alguno entre ellos; porque todos cuantos poseían tierras o casas las vendían, aportaban el precio de lo vendido, 35 y lo ponían a los pies de los apóstoles. Luego se distribuían a cada uno según las necesidades que tuviera.
El heroico servicio fraterno de los fieles se coloca esta vez en el proscenio con más fuerza que en el primer relato. El modismo que ha venido a ser proverbial, «un mismo corazón y una misma alma», tiene su origen al pie de la letra en el texto bíblico, como tantas otras locuciones y metáforas en nuestro lenguaje de la vida cotidiana. Esta concordia de corazón y de alma encontró su expresión en la renuncia desinteresada a toda propiedad personal, cuando la necesidad del prójimo lo reclamaba. Como ya lo dijimos antes (al hablar de 2,44s), era un comienzo voluntario (que no estaba prescrito por ninguna ley y ni se exigía por coacción alguna) de un amor fraterno suscitado por la experiencia de la salvación y por el ejemplo de Cristo. Pocas líneas más abajo vemos claramente en las palabras de Pedro a Ananías (5,4) que todos eran libres para hacer con su propiedad lo que quisieran. Pero también se tiene cuidado en decir que «nadie consideraba propio nada de lo que poseía, sino que todo lo tenían en común». Seguía existiendo el derecho de la propiedad privada, y era posible ejercer este derecho, pero más fuerte que todos los derechos y leyes era la disposición a renunciar a este derecho. Y esta renuncia fluía de estar impresionado por el altísimo bien de la fe y de la esperanza en el Señor.
Así tenemos que entenderlo cuando de un modo sorprendente -según parece- se interpone en las declaraciones sobre la comunidad de bienes lo que se dice en el versículo 33: «Con gran fortaleza los apóstoles daban testimonio de la resurrección del Señor Jesús y abundante gracia había en todos ellos.» Con estas palabras se indica lo que interiormente los movía a entregar lo que poseían y vender tierras y casas. De nuevo las palabras referentes a la resurrección de Jesús están en el texto como tema fundamental de la proclamación apostólica. Los Hechos de los apóstoles nunca se cansan de hablar de ella. Los que llegamos a conocer la verdad de la salvación como desde una remota lejanía en forma de doctrina externa ¿somos en general capaces de sumergirnos en la fe viviente de los primeros días? Realmente tiene que haber sido una impresión emotiva que los apóstoles como testigos de la resurrección comparecieran ante los hombres y su testimonio fuera corroborado por Dios con señales y prodigios. Los hombres tuvieron la experiencia de una nueva mañana de la creación. Entonces los valores externos palidecieron, y del conocimiento de la actualidad del Señor creció el amor dispuesto a la renuncia para dedicarse al servicio del prójimo. Se podría hacer alusión a esto, cuando se dice que «abundante gracia había en todos ellos». También podría entenderse que los apóstoles experimentaban el afecto del pueblo, como se dice expresamente en 2,47 y en 5,13. Y así se traduce en la Versión ecuménica (Herder): «...y gozaban todos ellos de gran estimación.» Sin embargo también en esta interpretación se trata en último lugar de la eficacia de la gracia de Dios y del Señor glorificado.
36 Así José, llamado por los apóstoles Bernabé, que significa hijo de la consolación, levita, natural de Chipre, 37 que era dueño de un campo, lo vendió, llevó el precio y lo puso a los pies de los apóstoles.
Estos dos versículos son un suplemento a todo el precedente cuadro de conjunto. Dan un ejemplo del servicio fraterno descrito en dicho cuadro y al mismo tiempo indican que la afirmación de que «todos» vendían sus tierras o casas, se puede considerar como una generalización exagerada de un modo popular. Si todos ellos lo hubiesen realmente vendido todo, sería infundado hacer destacar la conducta de José Bernabé como algo particular. Tampoco serían comprensibles las palabras de Pedro (en 5,4) o el hecho de que en el posterior relato de los Hechos de los apóstoles siempre se supone la propiedad privada, por ejemplo cuando se habla de la casa de María, la madre de Marcos (12,12). Se hace destacar a José Bernabé, lo cual también tiene su especial motivo en que éste debió desempeñar una importante tarea en la ulterior evolución de la Iglesia. Como nos enteramos por 11,22ss, a Bernabé le encargó la comunidad de Jerusalén que cuidara de la primera comunidad paganocristiana que se formaba en Antioquía, porque «era un hombre de bien, lleno de Espíritu Santo y de fe» (11,24). Fue él quien hizo venir a Saulo de Tarso para esta misión, y desde entonces en adelante fue decisivo para la ruta que Pablo más tarde siguió.
Ya hablamos en la introducción de que Lucas, que según una tradición fidedigna descendía de Antioquía, en este tiempo inicial de la comunidad antioquena conoció a Pablo y a Bernabé, y desde entonces quedó vinculado a ellos durante su vida. ¿No pudo ser Bernabé, de quien Lucas adquirió su remoto conocimiento de la situación de la comunidad de Jerusalén por el descrita? Los datos esmerados que se dan en este texto acerca del nombre y la ascendencia de Bernabé ¿no indican que para Lucas Bernabé tenia una particular autoridad personal?