CAPÍTULO 1


ASCENSIÓN DE JESÚS

INTRODUCCIÓN. Los Hechos de los apóstoles es uno de los libros del Nuevo Testamento que se leen preferentemente. El que empieza a leer la Biblia con este libro puede comprender y orientarse sobre todos los escritos del Nuevo Testamento. Es fácil formarse una idea de su exposición, su género literario es diáfano, y lo que dice este libro nos hace ver de una forma intuitiva la obra salvífica de Dios en Jesucristo y en la Iglesia por él fundada.

¿Qué pretenden los Hechos de los apóstoles? El título puede engañar. Porque no se trata -como se podría esperar- del destino y de la obra personales de los distintos apóstoles. De los doce que consideramos como apóstoles en un sentido más estricto, solamente se dan los nombres (1,13) y la restauración de su número por medio de la elección de Matías (1,26). Sólo dos de ellos entran en escena, san Pedro y san Juan, e incluso entonces san Juan aparece como una figura concomitante al lado de san Pedro. Pero por otra parte también intervienen en la narración otras personas: los siete primeros colaboradores oficiales de los apóstoles (capítulos 6-8) y muy poco después de ellos san Bernabé y Saulo o Pablo. La parte del libro que es con mucha diferencia la más larga, está dedicada a este último, que por causa de su particular vocación obtuvo el título de apóstol.

¿Cómo entenderemos el titulo de este libro? En los manuscritos griegos más antiguos se dice Praxeis, y con esta palabra el título está en consonancia con otros semejantes de la literatura griega que no forma parte de la Biblia. Puede ser que este título fuera ya puesto en su obra por el autor, que estaba familiarizado con la cultura helenista. Se trata, pues, de «hechos», de «sucesos» o «acontecimientos». También se les ha dado el nombre de «actos», en latín acta. Estos «actos» tienen la característica común de que todos ellos están relacionados con los apóstoles. Se trata de unos «hechos» en que ellos han participado. Jerusalén y Roma son las dos ciudades entre las cuales se extiende el espacio donde se desarrollan estos hechos. Los primeros treinta años después de la ascensión de Jesús forman el marco temporal. No es una crónica que narre los hechos según un orden sucesivo, no es una notificación completa de lo que sucedió. Se colocan ante nuestra mirada distintas escenas, importantes acontecimientos que nos muestran el camino para entender la Iglesia. En situaciones tensas se revela cada vez mejor en una nueva visión de su misterio.

El misterio de esta Iglesia, tal como la ven los Hechos de los apóstoles, es Cristo, el Señor. No solamente está presente al principio con su mensaje y su promesa, sino que siempre se muestra de una forma actual en el Espíritu Santo. El mensaje del Pneuma hagion, el aliento vital y soplo creador de Dios, al mismo tiempo el «espíritu de Cristo» (Rom 8,9), es lo que especialmente quieren transmitir los Hechos de los apóstoles. Con fundamento se les ha también llamado el «Evangelio del Espíritu Santo». Este «Espíritu» es aquella fuerza que desde el principio se infunde en la Iglesia y la preserva de lo puramente humano, y se vuelve eficaz sobre todo en la hora del peligro. Este libro se esfuerza particularmente por mostrar que no obstante las hostilidades y persecuciones, que provienen de fuera, y a pesar de todas las crisis y amenazas, que proceden de dentro -más aún a través de ellas-, la Iglesia va creciendo y se fortalece. El gran encargo que se confía a los apóstoles de dar un testimonio que transforme el mundo, está íntimamente unido con la promesa de la «fuerza del Espíritu Santo que sobre vosotros vendrá» (1,8).

El autor muestra un interés afectuoso por la formación de la comunidad madre de Jerusalén y por el desarrollo de la Iglesia en la zona de Palestina y Siria. Pero muy pronto dedica por completo su atención al hombre por medio del cual la Iglesia fue conducida, con principios decisivos e iniciativas audaces, desde el principio judeocristiano y la estrechez aneja a tal principio, a la misión que transformaría el mundo. Este hombre fue Saulo (Pablo).

Esto no puede sorprendernos, porque el autor es el médico Lucas, de cuya íntima camaradería con san Pablo dan testimonio las cartas del Apóstol prisionero (Col 4, 14; Flm 24; 2Tim 4,11). Su colaboración empezó probablemente cuando san Pablo ejerció su ministerio en Antioquía, la patria de san Lucas según la tradición, y fundó allí la primera comunidad etnicocristiana (11,25s). Así entendemos el interés sorprendente de los Hechos de los apóstoles por el rumbo y la obra del Apóstol de las gentes. Desde el capítulo 13 y más todavía desde el 22 en adelante el relato toma el cariz de una apología que procura presentar el gran trabajo misionero y, al mismo tiempo, la integridad, en los aspectos humano, jurídico y político de la persona Apóstol retenido en cautiverio.

¿Cuándo escribió san Lucas su obra? Para comprenderla, la pregunta no carece de importancia. ¿Qué nos dice el mismo libro? Siete capítulos (22-28) informan exclusivamente de las etapas de la instrucción de la causa del Apóstol, la cual dura unos cinco años. Se mencionan los dos últimos años en Roma solamente con pocas palabras. No nos enteramos de nada particular sobre ellos. No se encuentra ninguna palabra ni indicación sobre el desenlace del proceso relatado hasta aquí de una forma tan interesante. ¿No se podría incluso actualmente dar la razón a los que suponen que se escribió nuestro libro cuando aún se tenía que esperar la decisión del tribunal del César, al que había apelado el Apóstol? En el hombre de alta posición, a quien san Lucas dedicó su Evangelio (Lc 1,3) y a quien una vez más nombra explícitamente al principio de los Hechos de los apóstoles, o sea Teófilo, ¿no podía san Lucas ver al amigo de la causa del cristianismo, que también podía estar en condiciones de influir en el apresuramiento y en una solución favorable del juicio que se arrastra durante tanto tiempo? Si se admite esta suposición, el libro de los Hechos de los apóstoles -ésta fue la opinión que prevaleció durante mucho tiempo- se escribió probablemente a fines del año 63.

Con gusto nos adheriríamos a esta opinión, si no se opusieran objeciones (que han de ser tomadas en serio) de investigadores, que no consideran posible un origen tan temprano. Se guían por la convicción de que es imposible que el Evangelio de san Lucas, que precede a los Hechos de los apóstoles, fuera escrito antes de la destrucción de Jerusalén (año 70). Los testimonios externos de la tradición y las características internas del Evangelio parecen atestiguarlo. Si así se establece, los Hechos de los apóstoles sólo pudieron ser escritos después del año 70. Según la mayoría tuvieron su origen hacia el año 80. Si esta opinión fuera acertada, en nuestro libro se tendrían que juzgar muchas cosas, sobre todo el prolijo relato del proceso, con la visión que de ellas se tenía en los años posteriores. ¿Puede esto admitirse de una forma tan convincente como la suposición anterior de que el libro fue escrito todavía en vida del Apóstol?

Unas palabras más sobre la estructura y la disposición externa del libro. Se pueden ver e indicar diferentes motivos para la división del libro. La suposición de que los Hechos de los apóstoles son un díptico literario con una mitad sobre san Pedro y la otra mitad sobre san Pablo tiene de suyo correspondencias sorprendentes en las dos partes. Estas parece que están expuestas incluso conscientemente en la forma de exponer la imagen de los dos apóstoles. Sin embargo esta división podría no corresponder plenamente al contenido del libro. Por eso en nuestra explicación preferimos adoptar una división en tres partes, en la que cada una de ellas supera en extensión a la anterior. Después de las frases introductorias, que se refieren al tercer Evangelio y se apoyan en él (1,1-11), primero se pone ante nuestra mirada la formación de la Iglesia madre de Jerusalén (1,12-5,42). Siguen inmediatamente en la segunda parte los relatos que hacen referencia a la formación interna y externa y al desarrollo de la Iglesia fuera de Jerusalén con la actuación de nuevos colaboradores (6,1-12, 25). La tercera parte, que es la más larga (13,1-28,31), nos muestra el camino de la Iglesia hacia la misión en el mundo que dirigirá el propio apóstol de los gentiles. El que contempla más de cerca este libro por parte de la técnica literaria puede reconocer esta división en tres partes como querida por el autor. Al principio de cada una de estas tres secciones se nombran los hombres importantes para lo referido en ella: en 1,13 encontramos los nombres (competentes para la comunidad madre) de los doce apóstoles (en conexión con 1,26); en 6,5, los nombres de los siete colaboradores, tan importantes para el ulterior desarrollo de la Iglesia, y en 13,1, los cinco nombres de los dirigentes en Antioquía, el punto de partida y el centro para misionar a los gentiles. En los números simbólicos doce, siete y cinco se puede ver un especial interés del autor. Difícilmente es casual, sino intención literaria, que se muestren siempre en acción solamente dos de las personas nombradas: en la primera sección Pedro y Juan; en la segunda Esteban y Felipe; en la tercera Bernabé y Saulo. También se puede aducir en favor de esta división en tres partes el esquema de desarrollo indicado en 1,8, cuando se dice: «Seréis testigos míos en Jerusalén, y en toda Judea y Samaría, y hasta los confines de la tierra» 2.
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2. La transmisión del texto de los Hechos de los apóstoles se ha efectuado en dos formas que muestran entre sí diferencias mayores de las que se dan en los otros libros del Nuevo Testamento, si sólo tenemos en cuenta los textos que hacen al caso. El hecho de que existan estas dos formas de transmisión ha hecho suponer que el mismo san Lucas ha efectuado una doble redacción. Sin embargo esta suposición es muy poco probable. Las variantes, que de hecho son numerosas, y las frecuentes interpolaciones al texto hoy día son reputadas como cambios secundarios, en los cuales quizás todavía se discute en particular cuál es la transmisión fidedigna. Sobre estas cuestiones cf. A. WIKENHAUSER, Introducción al Nuevo Testamento, Herder, Barcelona 2 1966, p. 238ss; espec. 253-254.
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Parte primera

LA IGLESIA MADRE (JERUSALÉN) 1,1-5,42

I. EN ESPERA DEL ESPÍRITU SANTO (1,1-26).

1. PROMESA E INSTRUCCIONES (1,1-11).

El que conoce el Evangelio de san Lucas y recuerda su úItimo capítulo, al leer los primeros once versículos de los Hechos de los apóstoles en seguida echa de ver que se refieren a lo que se dijo en Lc 24. Esta referencia no consiste en una mera repetición, sino en un libre enlace, con ello se destaca con mayor fuerza el propósito del autor.

El propósito del autor está encaminado a la venida del Espíritu Santo, de quien también se habla con ahinco en las últimas palabras de despedida del Señor, que se leen en el Evangelio (Lc 24,49). En estos versículos introductorios relacionados con las últimas palabras del Evangelio, el lector una vez más ha de darse cuenta de que la resurrección no solamente es el término glorioso de la vida de Jesús, sino que al mismo tiempo es el vivificante fundamento salvífico de la Iglesia. La «nueva criatura» (Gál 6,15; cf. Rom 6,4) recibe de este fundamento su realidad y significado. No hay por qué inquietarse si en esta introducción, que hace referencia a Lc 24, no todos los pormenores coinciden exactamente con lo que se dice en aquel capítulo del Evangelio. Lucas, sin dejar de mantener la «solidez» en la retransmisión del mensaje, se acredita como un narrador que describe los sucesos con libre naturalidad. Esto también se puede observar en los relatos paralelos de los Hechos de los apóstoles. Por ello no es necesario postular un lapso de tiempo considerable que hubiera permitido a Lucas enterarse de lo que esta introducción añade al relato del Evangelio o modifica en alguna de sus partes.

a) Mirada retrospectiva al Evangelio (Hch/01/01-03).

1 Escribí mi primer relato, oh Teófilo, acerca de todo lo que Jesús hizo y enseñó 2 hasta el día en que fue arrebatado a lo alto, después de haber dado a los apóstoles, que él se había elegido, instrucciones con referencia al Espíritu Santo.

Conocemos este primer relato o, como también se podría decir, este «primer libro» o sea el Evangelio de san Lucas, que nos es familiar a todos nosotros: Lo tendríamos que leer con atención, si aspiramos a entender más profundamente los Hechos de los apóstoles. Los dos libros no sólo coinciden en la forma literaria -pese a peculiaridades del Evangelio, debidas a las fuentes de información-, sino que también están en armonía en sus fines espirituales y teológicos.

El contenido del Evangelio se compendia en la frase: «lo que Jesús hizo y enseñó.» Es una formulación significativa, que dice mucho en favor de la primitiva tradición. Los hechos y las palabras desde un principio formaron parte de la historia de Jesucristo y, por tanto, de lo que declara el Evangelio. Acá y allá pudo haberse tenido interés, como muestran los modernos hallazgos de manuscritos, en reunir distintas sentencias de Jesús, y entonces en la total proclamación los hechos, por una necesidad interna, se refirieron a las palabras. Puesto que las palabras de Jesús debían significar la verdad y la salvación, también se tenía que decir lo que él era y lo que él hizo que se manifestara en sus acciones. Esto se patentiza de una forma muy intuitiva en el Evangelio según san Marcos, que se suele considerar como el más antiguo de los cuatro evangelios. En él se muestra claramente la primacía de los hechos ante las palabras. Y quien piense que en un principio se dedicaba toda la atención especialmente a la historia de la pasión, también ve en ello el interés de los primeros discípulos por lo que sucedió a Jesús. En este texto se antepone «lo que Jesús hizo» a lo que «enseñó». Ello podría ser una manifestación espontánea de cómo también para san Lucas las acciones del Señor forman parte del Evangelio. El marco indicado brevemente: «hasta el día en que fue arrebatado a lo alto» nos muestra asimismo cómo el evangelista san Lucas está obligado a guardar la limitación observada por la proclamación general del cristianismo primitivo. Volvemos a encontrar este marco en 1,21, y en el esquema fundamental de los cuatro Evangelios aparece claramente que el relato siempre empieza con Juan el Bautista y concluye con el mensaje del Señor glorificado. El hecho de que en el «primer relato» nada se dice de la historia de la infancia de Jesús contenida en el Evangelio de Lucas (Lc 1-2), no autoriza la conclusión de que el evangelista considerara que no tenía importancia. A lo más, sólo significa que no encajaba en el esquema del mensaje de salvación adoptado por la Iglesia primitiva.

El día en que Jesús fue arrebatado a lo alto tiene una característica importante para los Hechos de los apóstoles a causa de las instrucciones dadas a los apóstoles. Por primera vez se nombran los hombres a quienes alude el título del libro. No obtuvieron su oficio por propia decisión, el mismo Jesús «se los había elegido». El evangelista tiene necesidad de decirlo también aquí. En el evangelio nos enteramos de esta elección de los doce, «a los cuales dio el nombre de apóstoles» (Lc 6,12-16). Es significativo que el nombramiento de los apóstoles recaiga en los días del Señor anteriores a la pascua. La obra efectuada por los apóstoles está vinculada de una forma enteramente personal a Jesús en su vida terrena, así como a Jesús glorificado, a su palabra, a su poder y a sus instrucciones.

¿A qué clase de instrucciones se refiere nuestro texto? La expresión deja espacio para todo lo que Jesús transmitió a sus discípulos como testamento después de su resurrección. Si miramos la conexión de nuestro versículo con los siguientes, se suscita la idea de unas instrucciones muy determinadas. También las últimas palabras de Jesús resucitado en el Evangelio nos informan de estas instrucciones, cuando se dice: «Y voy a enviar sobre vosotros lo prometido por mi Padre. Vosotros, pues, permaneced en la ciudad hasta que seáis revestidos de la fuerza de lo alto» (Lc 24,49). Esta fortaleza de lo alto es el Espíritu Santo. A él, pues, se refieren las instrucciones de Jesús, antes de ser «arrebatado a lo alto». También en este pasaje cabe la posibilidad de pensar en estas instrucciones y a entenderlas con referencia al Espíritu Santo. Es cierto que la gramática griega parece recomendar más la traducción de «por medio del (o en el) Espíritu Santo». De este modo se diría que Jesús dio sus instrucciones por estar lleno del Espíritu Santo, y esto daría un sentido favorable a la cristología de san Lucas. Y sin embargo, y a pesar de dificultades de orden gramatical, la otra interpretación parece ser más acertada por parte del texto global y de la referencia al Evangelio: el Espíritu Santo es el contenido y la causa de estas instrucciones dadas el día que el Señor fue arrebatado a lo alto. Los versículos siguientes lo aclaran.

3 También con numerosas pruebas se les mostró vivo después de su pasión, dejándose ver de ellos por espacio de cuarenta días y hablándoles del reino de Dios.

También este versículo remite a lo que se ha dicho en el Evangelio. El proceso contra Jesús, su cruz y su sepelio, resumidos en las palabras «su pasión» fueron superados y apareció su pleno sentido en su resurrección pascual. Es importante para el evangelista poderlo decir, porque la elección de los apóstoles y las instrucciones que les fueron dadas, logran su plena validez por el llamamiento y asistencia del que está verdaderamente vivo. «Vida» quiere decir mucho más que la vida precedente recuperada en la resurrección. La vida aquí está colmada y glorificada por la divina verdad, con la cual Jesús se mostró a los suyos.

El evangelista sabe hablar de numerosas pruebas. Ello supone más apariciones de las que habla el Evangelio (Lc 24). Se puede pensar en los relatos de los otros Evangelios, incluido el de san Juan. Pero sabemos que no se logra saber el número de las apariciones, sumándolas tal como se narran exteriormente. Esto difícilmente podría resultar satisfactorio, dada la índole propia de estos relatos. También san Pablo habría de ser tenido en cuenta con su serie memorable de apariciones de Jesús resucitado (lCor 15,3-7). Y su propio encuentro con el Señor glorificado -aunque tuviera lugar después de los «cuarenta días»- también es una de las apariciones (lCor 15,8s; 9,1). Porque también san Pablo hace hincapié en que le llamó Jesús resucitado para hacerlo apóstol (cf. Gál 1,1). Aunque no pueda ya rehacerse el curso efectivo de los acontecimientos posteriores a la pascua, nuestro versículo es uno de los muchos testimonios del Nuevo Testamento en favor del conocimiento verídico que tenía la primitiva Iglesia acerca de la realidad de Cristo resucitado, fundamento de todo el mensaje de salvación3.

Por espacio de cuarenta días Jesús se apareció a sus apóstoles. En los Hechos encontramos este dato no solamente aquí. Después se habla de «muchos días» no determinados de una forma más concreta (13,31). En el Evangelio según san Lucas se narran las apariciones de Cristo resucitado, de tal forma que se podría pensar que todo -incluso la ascensión a los cielos- ha sucedido en un día (Lc 24). En san Juan los encuentros posteriores a la pascua se reparten en un espacio de tiempo de más de una semana. También en lCor 15,5-7 se supone un tiempo más largo. Si san Lucas en este pasaje -de acuerdo con su manera de exponer ejercitada también en otras ocasiones- aclara la información de Lc 24 con el dato de los «cuarenta días», no estamos por eso forzados a ver en este dato un interés meramente simbólico. Es cierto que el número cuarenta con frecuencia se emplea en la Biblia para caracterizar un espacio de tiempo especialmente importante, como en el diluvio (Gén 8,6), en el encuentro de Moisés con Dios (Ex 24,18) y en el ayuno del primero (Ex 34,28), en la peregrinación de Elías al monte de Dios (lRe 19,8), en la estancia de Jesús durante cuarenta días en el desierto (Lc 4,2; Mt 4,2). Pero con respecto a nuestro versículo la numeración de «cuarenta días» también podría estar determinada por el pensamiento en la fiesta de pentecostés, que recae 50 días después de pascua. Porque con la fiesta de pentecostés está enlazado el acontecimiento (trascendental para los Hechos de los apóstoles), la venida del Espíritu Santo. De este suceso se dice que tendrá lugar «dentro de no muchos días» (1,5). Con todo, también se puede haber recomendado el número cuarenta, como número memorable transmitido, para caracterizar los días posteriores a la pascua, que fueron decisivos y provechosos para la revelación y la inteligencia del misterio de Cristo.

Porque en estos encuentros con el Señor resucitado se hablaba del reino de Dios. Con esto se indica que Jesús hacía revelaciones esenciales, comunicaba profundos conocimientos del mensaje y de su obra propia, trataba del perfeccionamiento de la fe de los discípulos y de su preparación para dar el testimonio que les estaba reservado (1,8). Dirigiendo una mirada retrospectiva al Evangelio se pueden ver ejemplos de un tal diálogo del «reino de Dios» en la conversación de Jesús con los discípulos de Emaús (Lc 24,13-31) o en los discursos resumidos del Señor resucitado (Lc 24,44-49). Ante todo es interesante que Jesús a los apóstoles «les abrió la mente para que entendieran las Escrituras» (Lc 24,45). La interpretación del Antiguo Testamento con respecto a Cristo y desde Cristo encontró su principio en estas experiencias y consideraciones posteriores a la pascua 4. En particular formaron parte sin duda de este diálogo «del reino de Dios» las palabras que se refieren al Espíritu Santo, como también denotan los versículos siguientes.
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3. A este propósito se debería leer todo el capitulo 15 de la primera carta a los Corintios. 4. Cf. Jn 2,22; 12,16.
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b) Las instrucciones de Jesús resucitado (Hch/01/04-08).

4 Y en el curso de una comida, les ordenó que no salieran de Jerusalén, sino que esperaran la promesa del Padre «de la que me habéis oído hablar; 5 porque Juan bautizó con agua, pero vosotros seréis bautizados en Espíritu Santo dentro de no muchos días».

La escena indicada tiene lugar el día de la ascensión. Se describen más en particular las importantes instrucciones de 1,2. En el Evangelio se dan las mismas instrucciones con palabras algo distintas: «Yo voy a enviar sobre vosotros lo prometido por mi Padre. Vosotros, pues, permaneced en la ciudad hasta que seáis revestidos de la fuerza de lo alto» (Lc 24,49). No nos molesta que el mismo evangelista nos produzca las mismas palabras del Señor con una redacción libre. La Iglesia primitiva no estuvo apegada con recelo a la letra. Lo que le interesaba era el sentido de la tradición. Según el texto aducido esta última reunión con los apóstoles fue una comida comunitaria. También según otros informes Jesús resucitado ha comido delante de sus discípulos y con ellos 5. Ya en su actividad anterior a la pascua Jesús repetidas veces había comunicado, en una comida, especiales revelaciones y consignas6. Pensemos en la última cena antes de la pasión con las recomendaciones e instrucciones dadas en ella por Jesús. La Iglesia primitiva en sus celebraciones eucarísticas en forma de comida también ha conmemorado y mantenido en forma viva la comida comunitaria con el Señor resucitado (2,46).

Es peculiar de san Lucas la orden de quedarse en Jerusalén. San Lucas también tiene conocimiento de una relación con Galilea (Lc 24,6), pero falta en él toda alusión a un encuentro en Galilea posterior a la pascua, encuentro que es particularmente significativo para los otros evangelistas7. Esta limitación a Jerusalén tiene que verse en relación con el concepto que san Lucas tenía de la importancia de Jerusalén en la historia de la salvación, como ya se hace patente en el Evangelio8. En las profecías del Antiguo Testamento que enlazan con Jerusalén la salvación mesiánica y el especial don salvífico del Espíritu Santo, se puede ver un motivo para esta preferencia de san Lucas por Jerusalén 9. San Lucas sabe que Jerusalén será el punto de partida para la misión universal en el mundo, y por eso le interesa mostrar el camino del Evangelio desde Jerusalén hasta Roma 10.

Los apóstoles han de esperar la promesa del Padre. El contexto pone en claro que con estas palabras se alude al Espíritu Santo. Hacia él apuntan insistentemente todas las demás palabras. El Espíritu Santo es el gran objetivo de Cristo resucitado. Es la «promesa del Padre». Sobre todo por el Evangelio según san Juan conocemos la designación de Dios como «el Padre» absolutamente sin ninguna palabra relativa más circunstanciada 11. ¿Hasta qué punto el Espíritu Santo es la «promesa del Padre»? Se puede pensar en las palabras proféticas del Antiguo Testamento, en las que Dios ha prometido el Espíritu como don de salvación del tiempo mesiánico 12. Jesús en su plática de despedida habló del Espíritu que el Padre enviaría13. De la oración de súplica Jesús había dicho que el «Padre que está en los cielos dará Espíritu Santo a los que le piden» (Lc 11,13). Por tanto, ya antes de la pascua, los apóstoles habían oído hablar de esta «promesa del Padre» por labios de Jesús.

Sorprende que Jesús se apropie las palabras del Bautista sobre la venida del bautismo del Espíritu (Lc 3,16). Juan Bautista había señalado al Mesías como más fuerte: «Yo os bautizo con agua; pero viene el que es más fuerte que yo, a quien ni siquiera soy yo digno de desatarle la correa de las sandalias; él os bautizará en Espíritu Santo y fuego» (Lc 3,16) 14. La comunicación de las palabras del Bautista también quiere indicar una correspondencia entre la recepción del Espíritu, que el mismo Jesús experimentó al ser bautizado por Juan, y el bautismo del Espíritu que es inminente para los apóstoles y por medio del cual se deben preparar para su ministerio.
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5. Lc 24,30.41s; Mc 16,14; Jn 21,9-13; Hch 10,41.
6. Cf. Lc 7,36-50; 10,38-42; 11,39-52; Mt 9,10-13.
7. Cf. Mc 16,17; Mt 28,7.16-20; Jn 21,1ss.
8. Lc 9,51; 15,22-33ss; 18,31; 19,28-41ss.
9. Cf. Is 2,1ss; 44,3; Ez 11,19; 36,26s; Jl 3,1ss; Zac 12,10; 13,1.
10. Cf. Lc 24,17; Hch 1,8; 23,11; 28,14.
11. Esta designación es poco usada en los Evangelios sinópticos: Mc 13,32; Lc 9,26; 10,22; cf. Hch 1,7.
12. Cf. Is 44,3; Ez 11,19; 36,26s; Jl 3,1ss; Hch 2,17ss; Zac 12,10; 13,1.
13. Cf. Jn 14,1Sss; 14,26; 15,26. 14. En 11,16 Pedro llama la atención sobre la misma palabra como «palabra del Señor». Cuando Jesús aduce la palabra de su precursor, como si hubiese sido dicha por él, se puede pensar como según el Evangelio de san Mateo se pone al pie de la letra en labios de Jesús (Mt 4,17) la llamada del Bautista a la conversión (Mt 3,2).

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6 Los reunidos le preguntaban: «Señor, ¿es ahora cuando vas a restaurar el reino a Israel?» 7 Él les dijo: «No os corresponde a vosotros saber los tiempos o momentos que el Padre ha fijado por su propia autoridad.»

Difícilmente puede admitirse que se trate de una nueva escena. Se alude a la última reunión (1,4). Según los datos que siguen, hemos de pensar en el monte de los Olivos como lugar donde se pronunciaron estas palabras de despedida (1,9.12). Están estrechamente enlazadas en el orden del tiempo con la «ascensión a los cielos». Es verdad que en Lc 24,50 parece que se interponga un cambio de lugar entre las palabras de despedida del Señor y su partida. La cuestión carece de importancia; pero, con todo, nos gustaría disponer de una descripción tan fiel como fuera posible.

La pregunta de los discípulos es significativa. En ella aparece una imagen del Mesías que se apoya en la indigencia política, nacional y religiosa de un pueblo oprimido durante siglos. El sueño de una grandeza pasada y una libertad perdida, y las imágenes prometedoras en los vaticinios mesiánicos de los profetas hicieron surgir esperanzas que tenían que inflamarse en contacto con Jesús. Por el Evangelio conocemos la constante resistencia opuesta por él a todas las exigencias y expectaciones de esta manera tan difundida de pensar de los judíos. Ya en la narración de las tentaciones aparece otra concepción del Mesías (Lc 4,5-8). Incluso para justificar a los apóstoles y su pregunta sobre el restablecimiento del reino de Israel podrían citarse las palabras del ángel Gabriel, que en la anunciación dijo a María: «El Señor Dios le dará el trono de David, su padre, y reinará por los siglos en la casa de Jacob y su reinado no tendrá fin» (Lc 1,32s).

Dada la manera de pensar de los apóstoles ¿no era muy natural que hicieran esta pregunta? Porque ¿qué otra cosa podía significar para ellos la orden de quedarse en Jerusalén y de esperar el bautismo del Espíritu, sino que entonces llegaba el tiempo final, anunciado por los profetas, con sus grandes dones destinados a la salvación? ¿No es ya Jesús resucitado una señal de que ha empezado la nueva era? Jesús en su respuesta no presta atención a la idea del Mesías, pero sí a la pregunta sobre «ahora».

Esta respuesta es significativa. En ella se alude a un deseo ardiente de la primitiva Iglesia. La expectación del tiempo final, que se imaginaban como la inmediata e inminente «restauración de todas las cosas» (3,21), excitaba los ánimos de los hombres. ¿No hay en el Evangelio palabras de Jesús, que debían nutrir la fe en la proximidad de su gloriosa venida (Mc 9,1; Lc 21,32)? ¿No habla san Pablo, en sus cartas, con palabras que muestran que también él estaba hechizado por la expectación de la próxima venida del Señor (ITes 4,15)? Aunque en la respuesta de Jesús no se da ninguna información inmediata sobre la pregunta de los apóstoles, sin embargo se contiene en ella una instrucción importante para toda clase de preguntas sobre el acontecimiento final de la historia de la salvación. Esta instrucción también la encontramos en las palabras del Señor: «En cuanto al día aquel o la hora, nadie lo sabe, ni los ángeles en el cielo, ni el Hijo, sino el Padre» (Mc 13,32). Ante la parusía del Señor que se retrasaba cada vez más claramente, la Iglesia primitiva tenía que humillarse con el reconocimiento respetuoso de la exclusiva competencia y de la ilimitada libertad de la resolución divina. Y sin embargo a la Iglesia primitiva se le dio la orden de esperar vigilante la venida del Señor.

8 »Sino que recibiréis la fuerza del Espíritu Santo, que sobre vosotros vendrá, y seréis testigos míos en Jerusalén, y en toda Judea y Samaría, y hasta los confines de la tierra.»

En este versículo queda patente la finalidad que pretenden los Hechos de los apóstoles. Se muestra el campo de un trabajo universal a los apóstoles, que en su pregunta pensaban en el restablecimiento del «reino a Israel». En tres etapas se desarrolla el espacio: el trabajo de los apóstoles empieza en Jerusalén, enteramente de acuerdo con la importancia histórica de esta capital del pueblo de Dios en el Antiguo Testamento; «Judea y Samaría» caracterizan el desarrollo: se sobrepasa la estrechez de Israel en el camino del Evangelio «hasta los confines de la tierra». Este camino se pone de relieve en las tres partes (en que se nota un constante progreso) de los Hechos de los apóstoles. En estas últimas palabras del Señor se hace perceptible el llamamiento de Dios a todo el mundo para que obtenga su salvación. Se recordará la consigna dada al siervo del Señor en el libro de Isaías, donde se dice: «Poco es que tú me sirvas para restaurar las tribus de Jacob, y convertir los despreciados restos de Israel: mira que yo te he destinado para ser luz de las naciones, a fin de que mi acción salvadora llegue hasta los últimos términos de la tierra» (Is 49,6). Los apóstoles, como testigos de Jesús, debían transmitir a los hombres el mensaje de Cristo. En la palabra «testigos» se compendia todo lo que los apóstoles tienen que hacer en el nombre y por orden del Señor. Los apóstoles han de desear lo que Jesús deseó, han de revelar lo que Jesús reveló. Al mismo tiempo se indica algo importante en este encargo de ser testigos. No solamente les será posible transmitir las enseñanzas e instrucciones recibidas de Jesús. Este mismo Jesús vendrá a ser el contenido del testimonio de los apóstoles: la actividad de Jesús, su muerte, su resurrección y ensalzamiento. Es una ley interna de la historia de la salvación que el Cristo anunciante se convertiría en el Cristo anunciado. Aquí no hay una falsificación del Evangelio, sino un desarrollo substancial. En los relatos de los Hechos de los apóstoles siempre veremos a los apóstoles conscientes de su misión de ser testigos.

En este versículo tiene una importancia decisiva que los apóstoles hayan de dar su testimonio con la fuerza que recibirán cuando el Espíritu Santo venga sobre ellos. Esta promesa no hay que abstraerla de lo que les encarga. Este es el sentido del bautismo en Espíritu, que los apóstoles han de recibir «dentro de no muchos días». No han de andar como meros hombres por el camino del testimonio; él mismo, el Señor estará con ellos. Ciertamente también tendrán gran importancia la experiencia personal de los apóstoles y los sucesos que ellos han presenciado personalmente. En 1,21 ésta es condición que se exige para la elección del nuevo apóstol. Sin embargo la promesa de la «fuerza» del Espíritu no está sin motivo delante de la frase que se refiere al testimonio. Está en armonía con la frase del evangelio: «Permaneced en la ciudad hasta que seáis revestidos de la fuerza de lo alto» (Lc 24,49).

En la plática de despedida, que nos refiere san Juan, se dice: «Cuando venga el Paráclito, que yo os enviaré de parte del Padre, el Espíritu de la verdad, que proviene del Padre, él dará testimonio de mí, y vosotros también daréis testimonio, porque desde el principio estáis conmigo» (Jn 15,26s). Es muy natural que se compare este versículo (que determina el camino y la historia de la Iglesia) con lo que nos dicen los otros escritos del Nuevo Testamento. Ya hemos notado la coincidencia con las palabras de Jesús en el Evangelio de san Lucas. Las diferencias de redacción y orden que vemos entre los Hechos de los apóstoles y este Evangelio nos muestran que los evangelistas no intentaban dar una comunicación literal exacta, sino anunciar lo que es esencial en el mensaje.

Esto aún lo vemos más claro cuando en el Evangelio según san Mateo leemos el encargo de misionar (Mt 28, 16-20). En san Mateo la última instrucción del Señor se traslada a una montaña de Galilea, pero el pensamiento y la finalidad de las palabras de Jesús coinciden, a pesar de todas las diferencias de redacción, con lo que también se dice en el texto de los Hechos de los apóstoles. La promesa de la fuerza del Espíritu también la encontramos en san Mateo, cuando el Señor dice: «Mirad: yo estoy con vosotros, todos los días, hasta el final de los tiempos» (Mt 28,20). La comparación de estos dos textos nos da un ejemplo instructivo de cómo en la proclamación apostólica las palabras de Jesús fueron transmitidas y divulgadas con una contextura e interpretación libres 15.
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15. Una lectura de Mc 16,15s también nos muestra lo mismo. Y en las palabras de Jn 17,18s y 20,21ss, con las que Jesús envía a sus apóstoles, percibimos el mismo deseo de Jesús. Incluso Pablo parece querer recordar conscientemente el mismo encargo del Kyrios Jesucristo, cuando dice de él: «Por quien hemos recibido la gracia del apostolado, para conseguir, a gloria por la virtud de su nombre, la obediencia a la fe entre todos los gentiles» (Rm 1,15).
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c) Ascensión y segunda venida de Jesús (Hch/01/09-11).

9 Y dicho esto, a la vista de ellos fue elevado, y una nube lo ocultó a sus ojos.

Este versículo da a conocer un acontecimiento trascendental. Solemos llamarlo la «ascensión del Señor a los cielos». Se describe como un suceso perceptible. También en el Evangelio se habla de ella con esta claridad, aunque con pormenores distintos (Lc 24,50s). Los demás testimonios del Nuevo Testamento se comportan a este respecto con reserva 16,

¿Cómo entiende san Lucas la ascensión de Jesús a los cielos? ¿Es un acontecimiento que tiene validez por sí mismo, que se coloca junto a la resurrección y la complementa y corona? La fiesta de la ascensión de Jesús a los cielos, comprobable desde el siglo cuarto, ha contribuido a dar al acontecimiento un tenor propio. Sin embargo el que lo examina más de cerca, en todos los relatos encontrará que la ascensión a los cielos está íntimamente vinculada con el misterio de la resurrección. Eso también lo sabe san Lucas. El que lee la conversación que refiere este evangelista y que mantuvo Jesús resucitado con los dos discípulos de Emaús (y que sólo se puede comprender como revelación del Señor glorificado y ensalzado), lee la frase terminante: «¿Acaso no era necesario que el Mesías padeciera todas estas cosas y entrase así en su gloria?» (Lc 24,26). Las palabras y las instrucciones de Jesús resucitado en Lc 24,44-49 y especialmente en los Hechos de los apóstoles (1,1-8), son también solamente inteligibles si proceden de labios del Señor ensalzado y del Kyrios provisto de un poder sobrenatural.

Este ensalzamiento debía demostrarse y ser atestiguado a los apóstoles con las apariciones de Cristo resucitado. La fe de los apóstoles, así como su testificación, debían ser robustecidas y profundizadas con dichas apariciones. El acontecimiento de la ascensión a los cielos también es únicamente una manifestación del Señor ensalzado. La ascensión adquiere en san Lucas una especial importancia, porque concluye la serie de apariciones postpascuales de Jesús a sus apóstoles, y por medio de la visible elevación al cielo habilita el camino para el testimonio de los apóstoles y para el nacimiento de la Iglesia de una forma que para ellos era alegórica. De suyo podría unirse esta perceptible apoteosis de Jesús en su subida al cielo con cualquiera de las apariciones de Cristo resucitado. Pero mediante el enlace con la última aparición y las últimas grandes instrucciones esta apoteosis adquirió un especial sentido revelante, como una señal expresiva de la gloria y del poder (que se fundan en la pasión y resurrección) del Señor, quien en adelante actúa invisiblemente en su comunidad y sobre todo en sus apóstoles. Porque ahora empieza el tiempo de la Iglesia, que será sellada con la venida del Espíritu. Mediante los encuentros de Jesús con sus apóstoles los cuarenta días después de pascua, la Iglesia ha recibido revelaciones y órdenes decisivas y vitales. Al mismo tiempo el camino de la Iglesia se ha puesto en profunda relación con el camino y la obra de Jesús durante su vida en la tierra. Si así entendemos la ascensión de Jesús a los cielos, tenemos derecho a celebrar reiteradamente, en la conmemoración litúrgica de este triunfo del Salvador, el misterio de la resurrección y a percibir con los ojos de la fe la imagen de Jesucristo recibido en la gloria de Dios.
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16. La noticia que se da en Mc 16,19s es un fragmento de la conclusión de san Marcos, la cual difícilmente podemos tener por original, y probablemente depende de nuestro relato de san Lucas.
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10 Estaban ellos mirando atentamente al cielo mientras se iba, y de pronto se les presentaron dos hombres vestidos de blanco, 11 que les dijeron: «Hombres de Galilea, ¿qué hacéis ahí parados mirando al cielo? Este mismo Jesús que os ha sido arrebatado al cielo volverá de la misma manera que le habéis visto irse al cielo.»

No hay que separar de lo que se declara en la Biblia, y en particular en el Evangelio, las figuras celestiales que para abreviar llamamos «ángeles». Se presentan como medianeros e intérpretes de la acción de Dios. Aunque determinados rasgos de su imagen sean imputables al espíritu de la época, no resultaría fiel a la intención del evangelista negar, en nombre de un pensamiento progresivo, la existencia y acción de los ángeles. El evangelista les asigna una tarea importante. Sus palabras se dirigen a los discípulos que miran al cielo. Se tiene que ver su mirada en relación con todas las preguntas y esperanzas, con las que seguían a Jesús antes de la pascua. En los Evangelios siempre notamos la tensión en la que tenía que ponerse el pensamiento y la expectativa tan auténticamente humanas de los apóstoles a la vista de la actitud completamente distinta de Jesús. Esta tensión se nos aclara en el relato sobre los dos discípulos de Emaús. Y al mismo tiempo éstos, así como los apóstoles, que tienen la mirada fija en la nube de la ascensión a los cielos, son símbolo del hombre que desde el terrenal desamparo de su fe y atosigado por un cúmulo de preguntas busca el camino de Cristo.

¿Cuál es la revelación de que se enteran por los hombres celestiales? Consiste en la frase: Este mismo Jesús... volverá. La fe en la segunda venida del Señor pertenece de manera inalienable al mensaje del Evangelio. Así es como esta fe se manifiesta también en las cartas de san Pablo y en todo el testimonio del Nuevo Testamento. Las palabras de despedida de Jesús (1,8) ahora se coronan con una revelación transcendental. Los apóstoles que preguntaron por el restablecimiento del reino de Israel, ahora reciben una respuesta consoladora. Porque cuando vuelva el que ahora les ha dejado, vendrá «del cielo», en el que ha entrado, y eso significa que entonces el reino de Dios obtendrá su última perfección. Al lector atento, la «ascensión de Jesús a los cielos» no es propiamente lo que más interesa en el relato. Solamente se habla de la ascensión para abrir los ojos hacia el Señor que ha de volver del cielo. Empieza el tiempo de la Iglesia. Ella conoce al Señor resucitado y ensalzado, sabe que ella está peregrinando y que, después de sus tribulaciones y necesidades, se encontrará con el Señor de la gloria.
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2. EXPECTACIÓN SUPLICANTE (Hch/01/12-14).

12 Volviéronse entonces a Jerusalén desde el monte llamado de los Olivos, que sólo dista de Jerusalén lo que se puede andar en sábado.

En este versículo se nos da una noticia suplementaria, que nos nombra por primera vez el escenario de las últimas palabras de Jesús y de su «ascensión» El monte de los Olivos por su inmediata proximidad a Jerusalén y al templo ya desempeña un importante papel en la expectativa judía de la salvación. El Evangelio da informes sobre interesantes escenas de la vida de Jesús, que están vinculadas con este monte. Desde él, Jesús pronunció su discurso sobre el castigo de Jerusalén y sobre el fin del mundo (Mc 13,3). Citemos unas palabras de este discurso: «Entonces verán al Hijo del hombre venir entre nubes con gran poderío y majestad» (Mc 13,26). Estas palabras también las recuerdan los dos ángeles de la ascensión a los cielos. Desde el monte de los Olivos Jesús empezó su misteriosa entrada en Jerusalén (Lc 19,29) y lloró al divisar la ciudad (Lc 19,41). En el huerto de Getsemaní Jesús entró en agonía antes de su pasión, como nos lo describe san Lucas de una forma muy emotiva (Lc 22,39ss). Tiene un sentido, considerado por los Hechos de los apóstoles con especial atención, el hecho de que descendiera de este monte a Jerusalén el pequeño grupo de personas, que estaban destinadas a llevar el testimonio de Cristo a través de los ámbitos de la tierra y de los siglos de la historia.

Era un camino corto. ¿Se debe tan sólo a la afición por los datos exactos que se calcule la distancia de la ciudad por «lo que se puede andar en sábado»? No es probable que con esta noticia se quiera indicar que la ascensión a los cielos tuvo lugar un sábado. Este pequeño trayecto, que aproximadamente mide un kilómetro ha llegado a tener una importancia decisiva para el camino de la Iglesia. Fue recorrido para obedecer la orden expresa del Señor (1,4). La Iglesia debía empezar en Jerusalén. Esta Jerusalén, símbolo del pueblo elegido por Dios, también seguirá siendo la imagen simbólica del nuevo pueblo de Dios, incluso cuando en su desarrollo la historia ya no presente tan visiblemente como al principio a Jerusalén como centro efectivo de la cristiandad.

13 Entraron y subieron a la habitación donde solían parar Pedro, y Juan, y Santiago, y Andrés, Felipe y Tomás, Bartolomé y Mateo, Santiago de Alfeo, y Simón el Zelota, y Judas de Santiago.

No sabemos nada con seguridad sobre esta «habitación». Resulta muy natural que se piense en un lugar que ya era familiar a los discípulos desde los días en que permanecían con Jesús en Jerusalén. Se puede suponer que allí celebraron con su Maestro la memorable última cena. De acuerdo con la instrucción del Señor, Pedro y Juan probablemente habían preparado allí la pascua (Lc 22,8ss). Por tanto los mismos que están al principio de la lista de los apóstoles. Si así lo consideramos, también hay en esta habitación un simbolismo de la relación histórica entre el tiempo de la Iglesia, que es anterior a la pascua y el que es posterior. En el Evangelio se dice que los apóstoles después de regresar del sitio donde habían presenciado la ascensión a los cielos, «estaban continuamente en el templo» (Lc 24,53). Esta noticia no contradice la suposición de que el aposento (que incluso en el ulterior desarrollo de la comunidad jerosolimitana probablemente servía de punto de reunión) 17 formaba parte de una casa particular fuera del templo. También puede pensarse en los pasajes de la Sagrada Escritura en que se nombra una habitación superior como sitio para orar piadosamente y recibir especiales revelaciones 18. A Pedro recogido en oración se le reveló en una terraza la misión a los paganos (10,9ss).

Tiene un sentido profundo que san Lucas enumere los nombres de los apóstoles, aunque ya haya dado en su Evangelio la lista de los mismos (Lc 6,14ss). Antes de la pascua los apóstoles formaban el séquito particular de Jesús, pero de aquí en adelante se presentan como los hombres a quienes Jesús resucitado ha dado plenos poderes y les ha confiado una misión, y en cuyas manos ha sido puesta la obra salvífica de la Iglesia. Así aparece desde un principio la forma externa y la ordenación de la Iglesia, cuya esencia es invisible y que sólo puede ser interpretada como obra del Espíritu Santo.

Si se compara esta lista con las precedentes, se pueden observar pequeñas diferencias, pero sobre todo la preeminente posición de Juan junto a Pedro. Esta posición corresponde a lo que también nos declara el Evangelio sobre la solidaridad entre los dos 19, y a lo que de ellos nos atestiguan los Hechos de los apóstoles 20. Falta el duodécimo de los apóstoles; la circunstancia de ser sólo once pide la elección de Matías (1,15ss).
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17. Cf. 2,1.46; 12,12ss.
18. 1R 17,19ss; 2R 4,10s; 4,33; Dn 6,10s; cf. también Mt 6,6; 24,26; Lc 12,3.
19. Lc 22,8; cf. Jn 13,23ss; 18,15; 20,2ss, 21,20ss.
20. 3,1ss; 4,13; 8,14.
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14 Todos ellos perseveraban unánimes en la oración, con algunas mujeres, con María, la madre de Jesús, y con los hermanos de éste.

La comunidad orante. Los Hechos de los apóstoles nos la ponen siempre ante nuestra mirada 21. En ella, el modelo y las instrucciones del Señor se nos muestran eficaces. Jesús ha asegurado que el Padre escuchará la oración hecha «en mi nombre» (Jn 16,23s). Las cartas de san Pablo también atestiguan con ahínco el poder de la oración comunitaria 22. Es característico de san Lucas que además de los apóstoles nombre las mujeres como miembros de la comunidad orante. Ya en su Evangelio san Lucas ha prestado especial atención a las mujeres que rodeaban a Jesús 23. El mensaje de salvación de la nueva alianza vence prejuicios heredados. San Pablo, aunque guarde mucha reserva, que se explica por la mentalidad de su tiempo, sin embargo también es testigo de una nueva valoración de la mujer 24. Los Hechos de los ap6stoles muestran todavía con mayor frecuencia la vocación y la actividad de la mujer 25.

María, la madre de Jesús, es nombrada aparte, lo cual podría corresponder a la atención que san Lucas en su Evangelio, especialmente en la historia de la infancia, ha prestado a la Madre del Señor 26. En nuestro pasaje solamente se la menciona en la información sobre la Iglesia naciente. María formaba parte del grupo que había de presenciar los siguientes sucesos de pentecostés. Se cita su nombre entre las otras mujeres, cuando empieza la Iglesia. Ya entonces se indica la especial posición de la Madre de Jesús en el nuevo pueblo de Dios.

Pero los datos particulares que las narraciones evangélicas de la pasión dan acerca de las mujeres allí nombradas, podría indicarse que los hermanos de Jesús no son hermanos en el sentido más estricto en que nosotros solemos usar el término. Por la manera general de hablar que se usa en la Biblia y que se basa en la jurisprudencia de la familia en oriente, se puede mostrar cómo el concepto de «hermano» y «hermana» puede designar todos los grados y clases de relaciones de parentesco 27. Tenemos un buen motivo para ver, en los «hermanos» que aquí se nombran, parientes de Jesús que ya antes de la pascua se habían declarado discípulos suyos. ¿Había de ser imposible que los parientes de Jesús fueran llamados como apóstoles? Los lazos naturales de la sangre y de la familia no son motivo ni de un privilegio ni de un obstáculo para la vocación a ser discípulos de Jesús ni tampoco para ser «hermanos» en la unión íntima de la fe.
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21. Cf. 1,24ss; 2,42; 4,24ss; 12,5.12; 13,2 20 36
22. Rom 1,9s; 8,26s; ICor 11,2ss; 14,12ss; 2Cor1,11; 9,14; E£ 3,14ssi 5,18ss; 6,18ss; Flm 1,3ss; Col 1,3.9; ITes 1,2s.
23. Cf. 1,5.24.41ss; 2,36; 4,38s; 7,12 s; 7,36ss;8,2s;8,40ss; 10,38ssi 23,27ss; 23,49.55; 24,1ss; 24,10.
24. Cf. 1Co 11,11s; 7,13ss; Ef 5,12ss y las mujeres a quienes san Pablo saluda en Rom 16,1ss.
25. 12,12s; 17,4.12.34; especialmente 18,2.8.26.
26. Cf. Lc 1-2; 8,19ss; 11,27s; a diferencia de Jn 19,25ss, Lucas no nombra aparte a María entre las mujeres que estaban junto a la cruz de Jesús.
27. No tiene interés para nuestro texto que apoyemos con más razones lo antedicho. Tampoco se debería seguir precipitadamente la tesis hoy día tan divulgada, según la cual los «hermanos» de Jesús solamente llegaron a creer en Jesús con las apariciones de Jesús resucitado (lCor 15,6), y luego pronto consiguieron una posición de primer orden en la primitiva Iglesia. En Jn 7,5 no se declara que todos sus «hermanos» hayan rehusado creer en Jesús. Para esta cuestión tampoco se debería reivindicar con exceso los textos de Marcos 3,21.31. Acerca de toda la cuestión cf. sobre todo J. SCHMID, Los «hermanos» de Jesús, en El Evangelio según san Marcos, Herder, Barcelona 1967, p. 126-128.

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3. LA RESTAURACIÓN DEL GRUPO DE LOS DOCE (1,15-26).

Una doble finalidad impulsa el relato. Una de ellas se refiere al apóstol traidor y pretende iluminar con la fe y superar interiormente esta tenebrosa caída que conmovió profundamente a la primera comunidad. La segunda y la propia finalidad va dirigida a restaurar el orden perturbado por Judas mediante el nombramiento de un nuevo apóstol. Para comprender esta preocupación hay que notar que Jesús con la elección de los doce apóstoles había establecido un orden básico para el pueblo de Dios de la nueva alianza. La Iglesia debía estar edificada «sobre el fundamento de los apóstoles y profetas» (Ef 2,20), como lo ponen de relieve en la exposición del Apocalipsis de san Juan las «doce puertas» y las «doce bases» de la nueva Jerusalén que desciende del cielo (Ap 21,12ss). La mutua relación de la antigua alianza con su estructura de doce tribus (26,7) y de la nueva alianza se simboliza con este número doce. En el juicio final, los doce han de estar sentados en doce tronos y juzgar a las doce tribus de Israel (Lc 22,28ss; Mt 19,27ss). El número de doce apóstoles tenía, pues, que aparecer a la comunidad primitiva como una disposición esencial para la Iglesia incipiente. Al mismo tiempo esta disposición era especialmente importante con respecto a la recepción del Espíritu que habían de esperar.

a) Mirada retrospectiva al traidor (Hch/01/15-17).

15 En aquellos días se levantó Pedro en medio de los hermanos -era un grupo de personas en total como de ciento veinte y dijo: 16 «Hermanos, era preciso que se cumpliera la frase de la Escritura que el Espíritu Santo por boca de David predijo acerca de Judas, convertido en guía de los que prendieron a Jesús. 17 Él pertenecía a nuestro grupo y le había correspondido su puesto en este ministerio.

Pedro no sin razón es el primero en la lista de los apóstoles (1,13). Lo mismo sucede en las enumeraciones de apóstoles de los Evangelios. Desde el principio es considerado como el dirigente entre los doce. Según declaran unánimemente los Evangelios, este privilegio tiene su origen en la expresa vocación dada por Jesús. Esto también se supone en los Hechos de los apóstoles, cuando se presenta a Pedro como el presidente y director de la comunidad 28. En él precisamente, se muestra la forma de la Iglesia que está jurídicamente determinada y que tiene su origen en Jesús. San Lucas explica el aspecto exterior de esta Iglesia incluso con noticias estadísticas, de las cuales aquí tenemos la primera, que nos dice que se habían reunido unas «ciento veinte» personas 29. Parece que solamente se habían reunido los hombres. En este número que representa el décuplo de doce, ¿hay una relación con los doce apóstoles? En el tratamiento de hermanos, que reproduce la costumbre judía, se denota en el nuevo sentido de la palabra la unión de los fieles en Cristo Jesús, que también llamó «hermanos» a sus discípulos (Mt 28, 10).

San Pablo da la profunda razón de este tratamiento, cuando ve a los cristianos como predestinados por Dios para «reproducir la imagen de su Hijo, para que éste fuera el primogénito entre muchos hermanos» (Rom 8, 29). Así es como hay que entender que los Hechos de los apóstoles ya se haga referencia aquí a un grupo de «hermanos» 30. Las primeras palabras en esta asamblea memorable tratan de la traición de Judas. En eso percibimos cuán dolorosamente pesaban estos sucesos sobre la joven Iglesia. Esto ya lo sabemos por los Evangelios, aunque éstos, solamente con pocas palabras, mencionan la acción de Judas en la historia de la pasión. San Juan es quien se esfuerza por dar una explicación psicológica de esta acción inconcebible 31. Tres veces -prescindimos de la indicación que se hace al enumerar los apóstoles (6,16)- habla san Lucas de dicha acción en el Evangelio (Lc 22,3ss.21ss.47). En nuestro texto se intenta interpretar el suceso mediante la Escritura. Porque en las palabras de Pedro se patentizan la pregunta y la respuesta de la Iglesia primitiva. Aquí tenemos un ejemplo de cómo esta Iglesia se esfuerza por hacer evidente y comprensible la propia experiencia a la luz de la revelación del Antiguo Testamento. Jesús resucitado ya había dicho que tenía «que cumplirse todo lo que está escrito acerca de mí en la ley de Moisés, en los profetas y en los salmos» (Lc 24,44). Y en la narración sobre los discípulos de Emaús se dice: «Comenzando por Moisés, y continuando por todos los profetas, les fue interpretando todos los pasajes de la Escritura referentes a él» (Lc 24,27).

Fue un proceso fundamental, porque la Iglesia empezó a ver y a comprender los sucesos salvíficos en Cristo de acuerdo con la Sagrada Escritura. Aún encontraremos muchas veces en los Hechos de los apóstoles ejemplos de este modo de ver de la Iglesia. Ya en el judaísmo y en la forma como sus rabinos interpretaban la Escritura, estaba exteriormente preformada la manera como la Iglesia primitiva entendía la Escritura. Los comentarios de la comunidad de Qumrán ofrecen especialmente ejemplos concretos de esta actualización y aplicación de la Escritura del Antiguo Testamento. Así pues, la proclamación del mensaje cristiano -especialmente en el encuentro misional con el judaísmo- quería ver este mensaje y el anuncio de su obra salvífica en las profecías del Antiguo Testamento, y con la ayuda de estas profecías quería poner en claro el mensaje.

Con el concepto de profecías se iba con frecuencia muy lejos para nuestra mentalidad actual. Además de los escritos propiamente proféticos se interpretaron también especialmente los salmos con una visión cristológica. Esto lo vemos en nuestro discurso de Pedro. Porque las palabras de la Escritura que se indican son dos pasajes de los salmos, que han sido yuxtapuestos y se ha supuesto un vínculo entre ellos (1,20). David, a quien se atribuyen los salmos, forma parte de la serie de los profetas 32. Pero por medio de él habla el «Espíritu Santo». Según la concepción teológica de aquel tiempo las palabras de la Escritura son trasladadas desde el sentido literal a un plano superior, y desde allí son conducidas de acuerdo con la intención del comentarista a un nuevo sentido. La exégesis actual no nos permite admitir esta manera de explicar la Escritura. Pero ello no debe impedirnos que pensemos con atención en tales consideraciones de la Iglesia primitiva, para compenetrarse de la amplitud y profundidad de su visión creyente del misterio de Cristo. Nos impresiona el profundo deseo de la primera comunidad de ver y presentar en la historia de la salud la conexión entre las revelaciones antiguas y las nuevas, entre las vaticinadas y las cumplidas 33.

No se necesita ninguna motivación expresa para precaverse de falsas consecuencias, cuando Pedro dice que en Judas tenían que cumplirse las palabras de la Escritura. El sentido de esta afirmación no es que Judas tuvo que hacer la traición porque estaba predicho. Además la alusión a la Escritura no se refiere inmediatamente a la traición, sino (en el sentido de 1,20) a la situación que surgió por la traición y a la necesidad de elegir un apóstol. El cumplimiento del vaticinio no anula la responsabilidad personal de las personas sobre las que recae la predicción.

Pedro designa a Judas como el «guía de los que prendieron a Jesús». Aquí se trasluce el recuerdo personal del apóstol. En los cuatro Evangelios esta captura está relacionada con Judas 34. En el relato resulta emocionante la observación: «Él pertenecía a nuestro grupo y le había correspondido su puesto en este ministerio.» Judas «pertenecía» al «grupo» de los doce, y aquí se indica la elección incomparable, la unicidad de una vocación. El número doce y su sentido salvador resplandece en esta frase y por lo tanto también, aunque no se diga expresamente, la urgencia de restablecerlo.

En las palabras «su puesto en este ministerio» se describe la pertenencia a los doce en su pleno significado.

Ministerio significa «servicio» y se refiere al oficio de apóstol. Es característico del testimonio de la Iglesia primitiva que al tratar de oficios haga resaltar siempre la vocación al servicio 35. En nuestro texto el panorama también incluye la grandeza y excelsitud de lo que Judas poseyó. Probablemente desde el mismo punto de vista, Jesús, según el Evangelio de san Juan, enlaza con el vaticinio de la traición las siguientes palabras: «El que recibe al que yo envíe, a mí me recibe, y el que a mí me recibe, recibe al que me envió» (Jn 13,20).
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28. Cf. 2,14ss; 2,38s; 3,1ss; 4,8ss; 5,3ss; 5,29; 8,14ss; 8,20; 9,32ss; 10,1ss; 11,2ss; 15,7ss.
29. Cf.2,41; 4,4.
30. Cf. 11,1.29; 14,2; 15,1.23.36; 16.2; 17,10.14, 18,18; 21,17. En otras designaciones teológicamente signifi- dativas de los «cristianos» (11,26) encontramos en nuestro libro los nombres de «creyentes» (5,14), «discípulos» (6,1; 9,1.25.26.38; 11,26.29; 13,52; 14,21; 16,1; 18,27; 20,1; 21,16), «fieles» (9,13.32.41)
31. Cf. Jn 6,64ss; 12,4ss; 13,2.11.16ss; 18,2.5.
32. Cf. especialmente 2,30; y además 2,25ss; 2,34s; 4,25ss.
33. Esta manera de concebir es muy familiar al lector del Evangelio de san Mateo, que entre todos los Vena- gelios es el que más se acerca a la interpretación judeorrabínica de la Sagrada Escritura. En los primeros fragmentos de los Hch aparece esta manera de interpretar la Biblia, lo cual puede indicar que en ellos se manifiesta una más antigua tradición judeocristiana.
34. Mc 14,43ss; Lc 22,47s; Mt 26,47ss; Jn18,2s; 18,5.
35. Cf. 6,4; 20,24; Rm 11,13; 1Co 12,5; 2Co 3,85,etc.

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b) Fin del traidor (Hch/01/18-19).

18 »Pero adquirió un campo con el precio de la traición y, habiendo caído de cabeza, reventó y se le salieron todas las entrañas. 19 La cosa fue tan notoria para todos los habitantes de Jerusalén, que se le llamó a la finca aquella, en su propia lengua, "Hacéldama", que quiere decir "campo de sangre".

En primer lugar preguntamos: ¿De qué modo está esta noticia en el discurso de Pedro, en el que está englobada? Aunque a primera vista parezca ser muy natural que se entienda esta noticia como comunicación de Pedro que habla a la asamblea, muchas cosas resultan dudosas en esta noticia. Sin embargo tenemos que suponer que los presentes sabían lo que había ocurrido. No es probable que sea conforme con la realidad que Pedro usando la palabra «Hacéldama» se refiera en Jerusalén a la «lengua propia» de los habitantes de esta ciudad, y traduzca dicha palabra al griego, siendo así que todos, incluso como galileos, estaban familiarizados con el dialecto arameo. Por tanto es mejor considerar esta notificación sobre el fin del traidor como noticia incidental (intercalada por el autor en el discurso de Pedro) que el autor tuvo que añadir para que los lectores de los Hechos de los apóstoles comprendieran el contexto. Porque san Lucas en su Evangelio no había notificado nada sobre el destino del traidor. Si se conciben estos versículos como una nota literaria, se juntan por sí solos más estrechamente los versículos 1,16 y 1,20, y por tanto la alusión y la cita de los dos textos de la Escritura.

La narración del fin del traidor parece proceder de una tradición distinta de la que da a conocer san Mateo (Mt 27,3ss). Sin embargo ambos relatos quieren decir que Judas tuvo un triste fin, y que el nombre «Hacéldama» -según la tradición situado en el valle de Hinnom, en las afueras de Jerusalén- permaneció como una advertencia del fin del apóstol «traidor» (Lc 6,16).

c) Elección de un nuevo apóstol (Hch/01/20-26).

20 »Ahora bien, escrito está en el libro de los salmos: Que se vuelva un desierto su morada, y no haya quien habite en ella (Sal 68,26). Y también: Que su cargo lo reciba otro (Sal 108,8).

A estas dos citas de los Salmos se alude con las palabras: «para que se cumpliera la frase de la Escritura» (1,16). En estas citas, Pedro ve predicha la situación motivada por el traidor: el sitio que ha quedado vacío en el grupo de los apóstoles, y la necesidad de nombrar otro apóstol para que ocupe este lugar. El que lee las dos citas y las compara con el texto del Antiguo Testamento, no solamente se da cuenta de que se les ha dado otro sentido, sino también del hecho que se ha cambiado el texto original del primer pasaje para que pudiera ser aplicado a la situación del Nuevo Testamento. El texto original dice así: «Queden sus casas devastadas, y no haya quien habite más sus tiendas.» La Iglesia guiada por el Espíritu se sentía autorizada para introducir tales cambios y nuevos sentidos en el texto del Antiguo Testamento, cuando basándose en el acontecimiento salvífico del Nuevo Testamento todo lo refería a Cristo. Recordamos lo que se ha dicho hace poco. El apóstol san Pablo, cuyas epístolas contienen numerosos ejemplos de interpretación bíblica de esta índole, explica esta modalidad cuando dice: «Todo lo que se escribió previamente, para nuestra enseñanza se escribió a fin de que, por la constancia y por el consuelo que nos dan las Escrituras, mantengamos la esperanza» (Rom 15,4). San Pablo habla del «velo» que cubre el Antiguo Testamento y debajo del cual Cristo está oculto (2Cor 3,13.16).

En la primera cita de los salmos se podría ver una indicación al «campo de sangre» no frecuentado por los hombres, sin embargo la metáfora parece referirse más propiamente al lugar (destinado al oficio de apóstol) que ha quedado vacío a causa de Judas. No se puede interpretar la segunda parte de la cita como si este lugar ya no pueda ser ocupado de nuevo. Solamente se trata de hacer lo más expresivo posible en la continuación de la metáfora el estado de abandono del sitio, para notificar sin demora en la segunda cita de los salmos la urgencia del nuevo nombramiento.

21 »Conviene, pues, que de entre los hombres que nos han acompañado todo el tiempo en que anduvo el Señor Jesús entre nosotros, 22 a partir del bautismo de Juan hasta el día en que nos fue arrebatado, uno de éstos sea constituido con nosotros testigo de su resurrección.»

La comunidad está convencida de la necesidad del nombramiento de un nuevo apóstol. El grupo de los doce de nuevo tiene que estar completo. La cita del salmo debe fortalecer este convencimiento. Son significativas las condiciones que se exigen al que hay que elegir. Debe ser «testigo» en el sentido de la última orden del Señor. En particular debe ser testigo de la resurrección. Este es el hecho decisivo de la salvación. De ella dice san Pablo: «Si Cristo no ha sido resucitado, vacía es entonces nuestra proclamación, y vacía también nuestra fe» (lCor 15, 14). Pero quien quiere dar testimonio de la resurrección, también ha de estar familiarizado por experiencia personal con lo que precede a la resurrección, o sea con el tiempo en que el Señor Jesús estuvo con los hombres como el Salvador acreditado por Dios. Se considera el bautismo de Juan como el principio de este tiempo. Dicho bautismo es más que un término externo. Es la primera revelación del misterio que rodea a Jesús (Lc 3,21s). Entre ella y la resurrección tiene lugar la actuación salvadora del Señor. Es la actuación narrada en el Evangelio. Cuanto refieren los cuatro Evangelios está comprendido entre estos dos hechos. A quien ha de hacerse cargo válidamente del oficio de apóstol, se le exige que pueda atestiguar sobre dicha actuación. Desde un principio la Iglesia estuvo atenta a que su testimonio fuera fidedigno y seguro.

23 Y presentaron a dos: José, de apellido Barsabás, por sobrenombre Justo, y Matías. 24 y puestos en oración dijeron: «Tú, Señor, conocedor de los corazones de todos, indícanos a quién de estos dos has elegido 25 para ocupar el puesto de este ministerio y apostolado, del cual desertó Judas para irse al lugar que le correspondía.» 26 Les echaron suertes, y cayó la suerte sobre Matías, que fue agregado a los once apóstoles.

El relato nos da sintomáticos golpes de vista sobre la manera de ser de la Iglesia. Nos muestra la cooperación de la actividad humana con la acción divina, que en último término es la única decisiva. Dos candidatos son presentados a una elección más restringida. Se supone que también otros hubiesen podido cumplir las condiciones puestas por Pedro. Por la Escritura no llegamos a saber nada en particular de los dos. Se podría pensar que el primer candidato (con los tres nombres que parecen indicar un rango superior) haya tenido una mayor probabilidad. Sin embargo fue elegido el segundo, del cual sólo sabemos el simple nombre, es decir, Matías.

La Iglesia sabe del gobierno divino. Deja en manos de Dios la decisión. La suerte ha de dar a conocer la voluntad de Dios. Debido al culto del templo, para la Iglesia era santa la costumbre de hacer hablar a Dios mediante la decisión de la suerte. En la plegaria que aquí tenemos ante nosotros como primera oración de la Iglesia, ésta denota la fe en el gobierno divino: ¿Se dirige la oración a Dios o de una forma especial a Cristo? El texto original permite ambas soluciones. Además, del tratamiento de «Señor» está también en favor de una oración a Cristo la súplica de que el Señor quiera indicar a quién ha «elegido». Ya al principio de este libro se dice que Jesús «había elegido» a los apóstoles (1,2). Pero quien lee las palabras de Pedro en Hch 15,7 podría sentirse inclinado a considerar nuestra oración como dirigida a Dios según el modo de orar del Antiguo Testamento. Esto también podría sugerirlo la oración comunitaria (4,24ss). En la plegaria que como todas las oraciones litúrgicas está compuesta de un reconocimiento y de la súplica que en él se funda, se revela la fe en que Dios ya ha hecho su elección, y en que puede manifestar esta su elección en lo que decida la suerte.

Una vez más aparece en la oración la grandeza y la responsabilidad del oficio de apóstol, de nuevo caracterizado como diakonia, como servicio o ministerio. Y una vez más se hace visible la sombría acción de Judas, cuando de él se dice que desertó del puesto que le estaba reservado «para irse al lugar que le correspondía». «EI hijo del hombre sigue su camino conforme a lo que está determinado; pero ¡ay de ese hombre por quien va a ser entregado!» (Lc 22,22).

La suerte ha decidido. La tablilla que llevaba el nombre de «Matías» fue la primera que saltó fuera al sacudir la vasija. La comunidad lo toma como señal de la voluntad divina. De nuevo está completo el grupo de los doce. Doce apóstoles se mantienen dispuestos a recibir la fuerza del Espíritu prometido y a marcharse para dar el testimonio que les ha sido encargado.