HECHOS DE LOS APÓSTOLES
F. CASAL


Hch/LIBRO: La lectura de los Hechos en la liturgia eucarística del tiempo pascual se remonta, al menos, al siglo IV. Los Hechos no sólo guiaron y animaron la vida de los primeros cristianos, sino que en todas las épocas han alimentado el ideal de los que reconocían en la primera comunidad cristiana el modelo de la "vida apostólica".

El libro está dividido en dos partes fácilmente reconocibles. La primera (caps. 1 a 15.35) se presenta como un conjunto de elementos yuxtapuesto; la coloración es semítica, y el pensamiento pretendidamente arcaizante. La segunda (caps. 15, 36 a 28) está mejor organizada. El libro está compuesto de los recuerdos que las Iglesias conservaban celosamente de su fundación y de los primeros elementos de su historia, así como de recuerdos personales del autor.

El autor es un historiador creyente. No se contenta con informar de los hechos, sino que los relee a la luz de su fe. Para él, la historia de la humanidad es una historia de salvación: la historia de las diferentes etapas de la alianza establecida entre Dios y los hombres. El Antiguo Testamento es la primera etapa, la de la promesa. La encarnación de Jesús inaugura el tiempo de la realización, cuyo punto culminante es la Resurrección. Finalmente, y dado que la promesa hecha a Abraham concierne a todas las naciones, sólo se realizará plenamente cuando Dios haya remitido todas las cosas a Cristo. La Iglesia abre así un espacio y un tiempo en que la historia de la salvación continúa, pero desde el primer día de su historia la Palabra es anunciada a todos los pueblos (2, 9-11). En este contexto, no es extraño que la apertura a los gentiles (cap. 15) constituya el tema principal de la obra, ni que esta etapa concluya con la llegada de Pablo a Roma.

La historia de la salvación es obra del Espíritu, y Lucas lo había subrayado ya en su evangelio. Concebido por obra del Espíritu, Jesús era el único que podía actuar con el poder del Espíritu. Al describir el dinamismo de la Iglesia, los Hechos dan testimonio, a su vez, de la fuerza del Soplo de Dios.

Así pues, la lectura de los Hechos, particularmente en el tiempo de Pascua, nos propone una verdadera teología de la Iglesia. Se trata menos de asombrarse ante los milagros, o de seguir el rastro de los apóstoles, que de percibir por todas partes la obra del Espíritu. El es el protagonista de la Iglesia. El, que resucitó a Jesús devolviendo la vida a su cuerpo, continúa ahora "suscitando" a la Iglesia por medio de la palabra y los hechos de los apóstoles. Y ésta es una lección para nosotros. No es posible leer los Hechos sin sentirse incitado a trabajar fielmente por una Iglesia cada vez más joven.

(_DIOS-CADA-DIA/1.Pág. 116)


Hch/07/17-43 En esta segunda parte del discurso de Esteban ante el sanedrín aparece la figura de Moisés con las tres características mesiánicas que le definen como el mayor de los profetas, el caudillo de la libertad de Israel y el mediador entre Dios y el pueblo. Así, la primitiva comunidad cristiana consideró muy pronto a Moisés como imagen y figura de Cristo Jesús. De esta teología se hace eco el presente discurso de Esteban, sobre todo en tres pasajes, donde se percibe con más claridad esta comparación entre Moisés y Jesús. En primer lugar, el v 25, donde el autor nos da una nota personal sobre la incomprensión de Moisés por sus hermanos de raza: «Esperaba que sus hermanos comprendieran que Dios los iba a salvar por su medio, pero no lo comprendieron». Más adelante, en el v 36, Esteban comenta nuevamente la misión de Moisés y el rechazo por parte del pueblo: «A aquel mismo Moisés a quien habían rechazado diciéndole: ¿Quién te ha nombrado jefe y juez nuestro?, lo envió Dios como jefe y liberador». Se ve aquí una gran semejanza con el segundo discurso de Pedro, donde éste habla de Jesús en los términos siguientes: «Rechazasteis al Santo, al Justo..., disteis muerte al autor de la vida» (3,14-15). Finalmente, en el v 37 Esteban todavía dice a los judíos: «Fue Moisés quien dijo a los hijos de Israel: Dios suscitará entre vuestros hermanos un profeta como yo». También el segundo discurso de Pedro al pueblo alude a este texto de Dt 18,15.19, lo aplica a Jesús y prolonga la cita con las significativas palabras: «Escucharéis todo lo que os diga, y quien no escuche al profeta será excluido del pueblo» (3,23).

Según la interpretación cristiana de este texto, el mismo Moisés habría predicho la venida de un profeta futuro, Jesús, al que sería preciso escuchar. Pero aunque Moisés gozó de una comunicación excepcional con Dios, que le hablaba cara a cara, el pueblo no le obedecía y quería renunciar a la salvación del éxodo porque su corazón estaba en Egipto. Este rechazo de la salvación pascual es también una figura de lo que pasó con Jesús de Nazaret, constituido Hijo de Dios por su resurrección: «Vosotros rechazasteis al Santo, al Justo», «disteis muerte al autor de la vida».

(·COLOMER-O._BI-DIA-DIA.Pág. 186 s.)


Hch/10/01-33 Este pasaje abre la última sección de los Hechos la del anuncio del evangelio hasta los «confines de la tierra» (1,8). Tras habernos contado la vocación de Pablo, «instrumento elegido por mí para darme a conocer a los paganos» (9,15), y su incorporación a la Iglesia, Lucas inicia formalmente la historia de la misión a los gentiles. Pero para Lucas, quien la inaugura oficialmente es Pedro, no Pablo.

La perícopa consta de tres episodios: la visión de Cornelio en Cesarea (1-8), la visión de Pedro en Jope (9-23) y la ida de Pedro a casa de Cornelio en Cesarea (24-33). Su tema central es la inauguración de la misión a los gentiles, que sólo se explicita del todo en los párrafos de la lectura siguiente. Aun cuando parece que hay razones convincentes para pensar que la historia de Cornelio forma parte de la tradición recibida por Lucas, la exégesis actual se inclina a ver en este relato arreglos redaccionales de largo alcance. Por eso, más que la cáscara narrativa, lo que interesa es llegar al meollo.

Es necesario, pues, captar las verdaderas intenciones de fondo. El motivo principal es legitimar la ruptura con el molde y las prácticas judías como única mediación religioso-cultural válida para vivir la fe cristiana. Es importante resaltar otros rasgos: el papel que desempeña Pedro, el primero de los Doce, en este paso trascendental y el protagonismo de Dios en esta opción misionera, dato que se refleja en el aspecto maravilloso de los relatos. La invitación de la visión divina constituye al principio un escándalo para Pedro, que nunca ha «comido nada manchado e impuro» (14), no obstante, Pedro se pone en camino, y sólo al llegar a la meta comprenderá el nuevo signo de los tiempos.

Hay aquí una lección misionera que nunca perderá su validez para la Iglesia a través del tiempo y del espacio. Sobre todo es importante ponerla de relieve cuando la Iglesia se encuentra en una de las encrucijadas culturales más profundas de su historia. La fe y la Iglesia únicamente llegan a nosotros a través de una mediación cultural. Sin embargo, fe y cultura son dos dimensiones muy diferentes, y la tendencia a confundirlas está muy lejos de ser una tentación imaginaria. Aun cuando a través de ella alcancemos de alguna manera la fe y el mensaje revelado, lo que llamamos teología cristiana, moral cristiana, espiritualidad cristiana, las estructuras ministeriales o sacramentales de la Iglesia en momentos concretos de tiempo y de espacio tienen una carga de contenidos culturales que va más allá de lo que se piensa. Como en los inicios del cristianismo, las mixtificaciones en este terreno pueden llegar a ser un grave estorbo para la misión. Como entonces, los nuevos signos de los tiempos que invitan a anunciar el evangelio desde nuevos espacios culturales pueden resultar para los dirigentes de la Iglesia una provocación escandalosa. Y, de ley ordinaria, como entonces, sólo se hace luz cuando se camina hacia las nuevas metas.

F. CASAL
LA BIBLIA DIA A DIA.Pág. 192 ss.


Hch/17/01-18 El fragmento de Hch 17,1-18 nos presenta tres nuevas etapas del segundo viaje misionero de Pablo: Tesalónica (1-9), Berea (10-15) y Atenas (16-18). Tanto en Tesalónica (1-4) como en Berea (10-12) y en Atenas (17), Pablo parece seguir la misma táctica aconsejada por la pedagogía de la misión, la teología de la fe y la dialéctica de los hechos: primero se dirige a los judíos y a las sinagogas, y solamente después a los paganos que a menudo son más numerosos en sus comunidades. Es la táctica acostumbrada que encontramos documentada y acaso estandardizada por todas partes de los Hechos: en Antioquía de Pisidia (13,46-49), en Corinto (18,6-7), en Efeso (19,8-10).

La persecución acompaña a Pablo en casi todos los lugares de misión: antes en Filipos (16,19-24), ahora en Tesalónica (5-9) y Berea (13-15). Aun cuando parecen protagonizarla las turbas paganas, Lucas ve tras ellas, como principales instigadores, a los envidiosos judíos (5.13). En Atenas, Pablo toma conciencia dramáticamente de que se halla en el corazón del mundo pagano (16), y todo preanuncia ya su programático discurso del Areópago.

Por más que sea un rasgo normal del libro de los Hechos en este pasaje es obligado prestar atención al incontenible impulso misionero de Pablo. Estratega genial de la misión cristiana, se dirige primero a las sinagogas y a las comunidades judías de la diáspora como punto de partida ideal; pero si es mal recibido y surgen tropiezos, pasa con decisión clarividente a misionar a los gentiles. Si la persecución le cierra las puertas en una ciudad y le obliga a huir, esto se convierte en ocasión para iniciar la tarea en otro lugar. En Atenas, Pablo llega a encontrarse en el corazón del paganismo cultural y religioso, que menosprecia al Apóstol como «un charlatán» (18), éste reacciona elaborando un nuevo lenguaje de la misión cristiana. Realmente, la misión no es aquí una función más de la Iglesia, sino que la misma Iglesia y sus estructuras son una función al servicio de la misión. Un modelo luminoso para nuestra Iglesia de hoy, donde la conciencia de tantas vías gastadas debería fomentar la creatividad y dar pie a nuevas iniciativas misioneras. ¿No era ésta la nueva psicología eclesial que quería contagiar a todos el Vaticano II para salir del callejón en que nos encontramos?

(·CASAL-F._BI-DIA-DIA.Pág. 206 s.)


Hch/17/19-34 El discurso de Pablo en el Areópago de Atenas (22-31) es el centro del relato, y el resto (19-21.32-34) constituye su marco. La sección inicial (19-21) -propiamente ya a partir del v 16- prepara el escenario del gran discurso: Atenas, insignificante entonces políticamente, pero todavía centro de la vida intelectual, símbolo de la erudición y piedad helenística era el lugar más adecuado para este anuncio paradigmático de ia fe cristiana a los gentiles. Ya dentro del discurso: a) los vv 22-23 constituyen la introducción, de hábil factura helenística; b) los vv 24-29 son su parte central, que proclama la fe en Dios armonizando motivos tomados del Antiguo Testamento y del helenismo, c) los vv 30-31 son la conclusión, con un anuncio específicamente cristiano que llega ex abrupto. La sección final (32-34) recoge la reacción, más bien negativa, y los pobres resultados, lo que está de acuerdo con las impresiones del propio Pablo (1 Cor 1,18-25).

Aquí sólo aludimos a la opinión, cada día más común entre los exegetas, de que los numerosos discursos de los Hechos parecen más creaciones literario-teológicas de Lucas que reproducción de parlamentos reales. En nuestro caso, lo conformaría el fuerte contraste entre el tono positivo de Hch 17,24-29 y la actitud muy pesimista de su paralelo de Rom 1,18-32 con respecto a los resultados de una teología natural. De todas formas, y prescindiendo de esta cuestión, el discurso de Pablo en el Areópago (17,22-31) trae espontáneamente a la memoria el discurso de Antioquía de Pisidia (13,16-41). Este se nos presenta como el tipo de las predicaciones de Pablo ante un auditorio judío, y aquél lo es de su predicación a los gentiles. En un caso se podía hablar de una común fe bíblica en Dios y se invita al interlocutor a creer en Jesucristo, el Hijo de Dios resucitado de entre los muertos; en el otro, las necesidades de una predicación para los gentiles piden que pongan sucesivamente el acento sobre Dios y sobre el Cristo: se les invita a creer en un único Dios y en un solo Señor Jesucristo (cf. 1 Cor 8,6). El Apóstol era muy sensible a las exigencias de una estrategia misionera que le llevaba a hacerse «judío con los judíos para ganar judíos" y «con los que sea me hago lo que sea para ganar algunos como sea» (1 Cor 9,20.22). Nosotros vivimos en un mundo que ha acuñado la paradójica «teología de la muerte de Dios» y cuestiona el sentido fundamental de la fe y la existencia cristiana. Si queremos ser fieles a los presupuestos de una encarnación pastoral y constituir, como dice el Vaticano II, «una Iglesia en el mundo actual», la evangelización y la catequesis cristiana de hoy deberán despertar la fe en Dios y en Cristo y evitar una sobrecarga sacramental, que ha perdido su significado para muchos de nuestros interlocutores.

(·CASAL-F._BI-DIA-DIA.Pág. 206 s.)


Hch/19/21-40 El relato nos informa de los últimos acontecimientos que caracterizaron la estancia de Pablo en Efeso y precipitaron su partida. Contiene dos secciones. La primera (21-22), muy breve, nos da a conocer los nuevos proyectos de Pablo: es como una anticipación que permite entrever el resto de la historia de los Hechos. La segunda (23-40), muy larga, narra las diversas incidencias del motín de los plateros de Efeso: la última batalla que las religiones paganas presentan a Pablo en el libro de los Hechos.

El tumulto de los plateros no parece ser una ficción literaria de Lucas, y hay buenos motivos para aceptar su historicidad. Una toma de posición análoga podríamos hacer respecto a otros numerosos episodios de persecución a lo largo de los Hechos Pero, como en el caso de los evangelios, no olvidemos que la historiografía no constituye el objetivo primario de los Hechos. Sin excluir otros objetivos, parece que la obra de Lucas quiere ser una gran apología cristiana, y esta intención redaccional estiliza y determina numerosos retoques en las narraciones. Intentemos ilustrarlo brevemente y de manera concreta. Pese a las numerosas persecuciones de que son objeto, Pablo y los demás agentes de la misión cristiana son presentados como personas inocentes que no atentan contra el orden y el bien del Imperio: en el v 37, el secretario dice que estos hombres «ni son sacrílegos ni blasfemos contra nuestra diosa». Los perseguidores aparecen como los verdaderos sediciosos, que a menudo ideologizan y manipulan los hechos reales: el motín de los plateros obedece a razones económicas, pero explota los sentimientos religiosos del pueblo (23-27) Los Hechos y otros escritos del Nuevo Testamento presentan a los judíos, que fueron los primeros perseguidores decididos de los cristianos, de una forma muy negativa, y el antijudaísmo histórico se ha apoyado muchas veces en este malentendido En cambio, sistemáticamente aparece bajo un prisma favorable el orden imperial, las autoridades romanas, procónsules y magistrados, ya a partir de Poncio Pilato, el procurador que ordenó la muerte de Jesús: en nuestro relato, tanto los asiarcas (31) como el secretario (35-40) son presentados como amigos de Pablo y favorables a los misioneros cristianos, a los que tratan con mucho respeto. Una apología honesta no tergiversa los hechos, pero los sitúa en una perspectiva determinada. La ideología del antisemitismo y antijudaísmo, que ha hecho estragos a través de los siglos, se alimentó a veces de estos textos y es resultado de un malentendido sobre su género literario.

(·CASAL-F._BI-DIA-DIA.Pág. 210 s.)


Hch/20/01-16 El tercer viaje misionero de Pablo se aproxima a su fin, y los proyectos anunciados se ponen en marcha.

En los vv 1-6 nos informa Lucas del viaje de tres meses a Grecia a través de Macedonia antes de volver a Jerusalén, sin explicitar los motivos. Parece que fue una época muy activa de Pablo, sobre todo en el terreno literario-epistolar. Tras escribir 2 Cor llega a la ciudad para reconciliarse con aquella Iglesia que tantos desasosiegos le había ocasionado. Parece que desde allí escribió las otras dos grandes epístolas polémicas sobre el evangelio y la ley: la carta a los Romanos y la carta a los Gálatas. Un gran número de representantes de aquellas Iglesias acompañan a Pablo en su retorno: parece que tenían que entregar juntamente con él la gran colecta hecha para los pobres de Jerusalén. En medio de ]os combates contra los falsos hermanos judaizantes, Pablo manifiesta su espíritu de comunión con la Iglesia madre de Jerusalén haciendo una gran colecta. Si las inevitables tensiones y polarizaciones en la historia de la Iglesia estuviesen animadas de este espíritu, no crearían divisiones y cismas.

La perícopa siguiente (7-12) nos presenta a Pablo en Tróade, donde el primer día de la semana, en el marco de una reunión «para partir el pan», resucita a Eutiquio después de un accidente mortal. Un dato sacramental importante: parece que en las comunidades paulinas de la época, como en Corinto y Tróade (7), ya era normal la reunión eucarística de la fracción del pan, quizá el primer día de la semana o domingo. Lucas, que anteriormente había aludido al poder taumatúrgico de Pablo (19,11-12), nos lo presenta ahora realizando una resurrección milagrosa. El tenor del texto y del relato parecen evocar otros paralelos de la historia bíblica: la resurrección del hijo de la sunamita por Eliseo (2 Re 4,8-37), la de la hija de Jairo por Jesús (Lc 8,40-56) y la de Tabita por Pedro (Hch 9, 36-43). Como a ellos, Dios autentica a Pablo con grandes milagros.

En la última sección de esta parte (13-16), Pablo bordea la costa de Asia y, evitando pasar por Efeso, se encamina a Mileto, donde pronuncia el gran discurso de adiós a los ancianos venidos de Efeso. En el v 16 se nos dice que Pablo se apresuraba para «estar en Jerusalén el día de Pentecostés».

Un conjunto de textos que jalonan toda la narración del retorno a Jerusalén (19,21; 20,16.22; etc.) dan a este hecho un énfasis que va más allá del interés histórico y adquiere una dimensión teológica. Parece que Lucas quiere presentar el viaje y la pasión de Pablo en Jerusalén en parangón con el viaje de Jesús a Jerusalén y su pasión (cf. la sección de Lc 9,51-19,28). La historia bíblica sabe hacer de los acontecimientos de la vida y del mundo una lectura teológica, una óptica que desgraciadamente ha perdido el hombre secular de hoy.

(·CASAL-F._BI-DIA-DIA.Pág. 211 s.)


Hch/21/01-26 En este relato hay que distinguir dos partes. La primera (1-16) narra el viaje de Pablo de Mileto a Jerusalén, jalonado casi por todas partes por misteriosos presagios de los sufrimientos que le esperan. En la segunda (17-26), Pablo, aconsejado por Santiago y los ancianos de Jerusalén, hace un voto ritual en el templo para disipar la sospecha de ruptura con las prácticas mosaicas de que era objeto.

El anuncio continuado de una especie de misteriosa pasión de Pablo en Jerusalén se revela como el rasgo que más sobresale durante el viaje a esta ciudad. Ya era como una música de fondo que nos acompañaba desde las narraciones precedentes (cf. 20,16.22-27); pero ahora se convierte en una nota que resuena con más fuerza y frecuencia (21,4.8-14). Estos oráculos nos recuerdan la insistencia con que el mismo Lucas subraya en su Evangelio el camino de Jesús hacia Jerusalén, hacia la Pasión (Lc 9,31.51.53, etc.) y todo hace pensar que el autor de los Hechos, de acuerdo con un recurso literario que le es característico, nos quiere presentar la pasión de Pablo como un paralelo de la de Jesús. En el mismo «Hágase la voluntad del Señor» (v 14) podemos ver un eco de la plegaria de aceptación de Jesús en Getsemaní (Lc 22,42). Aquí encontramos la teología del «plan de Dios», que Lucas vislumbra en la cruz de Jesús y en las que jalonan la vida de sus discípulos y de su Iglesia. Este discernir y acoger la voluntad de Dios en las cruces de la vida puede ser una verdadera teología del dolor. Sin embargo, una invocación indiscriminada de este principio puede deshistorizar el verdadero sentido de la cruz, robarle su dinámica libertadora y hacer de ella una estructura alienante.

El episodio del cumplimiento de un voto en el templo de Jerusalén merece algunas reflexiones aclaratorias. Los escritos de Pablo resaltan por todas partes la radical libertad y la desenvoltura de su comportamiento respecto de las prácticas mosaicas o judías: predica la justificación por la fe sin las obras de la ley, nunca hace referencia al compromiso de las llamadas cláusulas de Santiago, e intrépidamente rehúsa toda concesión mistificadora (cf. Gál 2,1-21) Parece entonces que pierde credibilidad histórica la estampa que nos presenta de Pablo este episodio al someterse cabalmente a la propuesta de Santiago y los ancianos de Jerusalén, la cual presenta un aire de mixtificación y podía hacer ambigua la línea fundamental de su actividad misionera. Por eso algunos exegetas acusan aquí a Lucas de falsear la verdadera imagen paulina. Por lo menos se podrá conceder que el conciliador Lucas ha procedido con gran libertad en su redacción. De todas maneras, no olvidemos que Pablo era un espíritu paradójico. «Me hago judío con los judíos para ganar judíos... Me hago todo lo que sea para ganar a algunos como sea» (1 Cor 9,20.22). Toda una lección de validez permanente y sin sombra de ideologías absolutizadoras.

(·CASAL-F._BI-DIA-DIA.Pág. 214 s.)


Hch/21/27-39 Los numerosos oráculos precedentes, que anunciaban la pasión de Pablo en Jerusalén, comienzan a cumplirse. El tema de esta perícopa es el alboroto de los judíos contra Pablo en el templo (27-30) y su detención por el tribuno de la cohorte romana, de guarnición en la torre Antonia, situada en el ángulo noroeste del templo (31-39). La descripción se hace con gran riqueza de detalles y con verosimilitud histórica, mas también resultan evidentes el énfasis retórico y los arreglos redaccionales que quieren preparar el escenario del próximo discurso de Pablo al pueblo de Jerusalén.

Continúa la presencia de rasgos que permiten ver en el relato de la pasión de Pablo un cierto paralelo literario de la de Jesús. Aunque descritas de manera muy coherente con el contexto las acusaciones contra Pablo (28) son sustancialmente las mismas alegadas por los judíos en el proceso contra Jesús según la tradición sinóptica, silenciada por Lc (Mc 14,57-58 y par), y que Hch detallan aquí y en el proceso contra Esteban (6.11-14). Como en el caso de la tradición evangélica (Mc 14 55-56 y par.), tampoco aquí los testimonios contra Pablo resultan coherentes (34). Con el grito de «muera» (36), el motín nos recuerda el clamor contra Jesús (Mc 15,13 y par.).

Igualmente, sobre todo en la obra de Lucas tanto la pasión de Pablo como la de Jesús se presentan en conexión con Jerusalén y el templo, y este simbolismo geográfico tenía una evidente significación teológica para la polémica entre judíos y cristianos a finales del siglo I. Debido al rechazo sistemático de la nueva fe por parte de los judíos, Jerusalén y el templo quedarían reprobados y nunca más serían el centro de gravitación de la historia de salvación.

Como en el caso de Jesús en los evangelios, el relato de la pasión de Pablo tiene aquí un tono de apología. Se pone de relieve su inocencia: el motín que le acusa de enseñar por todas partes «contra el pueblo, contra la ley y contra este lugar» (28) contrasta con la presencia del Apóstol en el templo para cumplir un voto y así honrar al templo y a las prácticas mosaicas (26-27), y la acusación de introducir paganos en el templo se apoyaba en un malentendido (28-29). También lo era la sospecha de las autoridades romanas al detenerlo (37- 39). Otro rasgo que revela la intención política de esta apología es que a la hora de repartir las culpas, éstas se hacen recaer de manera muy diferente entre los judíos y las autoridades romanas: mientras los primeros serían los verdaderos culpables, la actuación de los segundos se presenta a menudo bien intencionada. El realismo histórico empujaba a los autores del NT a ganarse el favor del Imperio, de tanta importancia para el futuro de la misión cristiana. Eso quiere decir que tal vez no tenemos que ser demasiado puritanos a la hora de valorar ciertas actitudes pragmáticas de la política eclesiástica.

(·CASAL-F._BI-DIA-DIA.Pág. 215 s.)


Hch/22/01-21 Fuera del v 21,40, que lo introduce en una circunstancia tan dramática como inesperada, el tema del resto de la perícopa (22,1-21) es el discurso de defensa que Pablo dirige al pueblo de Israel. Las palabras «hermanos y padres» (v 1 ) con que se inicia, no demasiado adecuado a los oyentes del contexto, que no son otros que los judíos amotinados para matarle, hacen pensar que el verdadero destinatario literario de esta solemne apología es todo el pueblo de Israel

Podemos distinguir claramente tres partes: devoción y celo de Pablo por la ley antes de su conversión (1-5); conversión al cristianismo debido a una intervención expresa del cielo y a la mediación de Ananías, «varón piadoso según la ley" (6-16); orden de ir a predicar a los paganos, recibida en un éxtasis «orando en el templo» (17-21). Los versículos 1-16 nos presentan el segundo de los tres relatos de la conversión de Pablo que encontramos en los Hechos, y la mayoría de los detalles de la narración que ahora se hace en primera persona coinciden con los que se ofrecen en tercera persona en 9,1-9. La vocación al apostolado entre los paganos, que se le revela a través de Ananías (9,15- 22,15), viene ahora reforzada también por el episodio de una nueva visión en el mismo templo de Jerusalén (1 7-2 1). El discurso se nos presenta psicológicamente trabajado como una defensa de Pablo y de su ministerio dirigida a los judíos. Por eso se multiplican los rasgos que podían hacer simpática a sus ojos la figura de Pablo a pesar de su condición de Apóstol de los gentiles: les habla en su lengua, pone de relieve su condición de judío, educado en aquella misma ciudad a los pies de Gamaliel «según el rigor de la ley de nuestros padres», celador de Dios como ellos y perseguidor a muerte de esta doctrina, se trata de una vocación recibida inmediatamente de Dios y confirmada por medio de Ananías, piadoso y acreditado entre los judíos, una nueva visión, en el propio templo, le arranca de los judíos y le fuerza a ir a los paganos. Únicamente faltaba decir, como Pedro en una circunstancia parecida: «¿Quién era yo para poder impedírselo a Dios?» (11 17). No obstante este esfuerzo de sintonización que le hacía judío con los judíos para ganar a los judíos, súbdito de la ley con los súbditos de la ley para ganar a los que son súbditos de ella (cf. 1 Cor 9,20), todo sería misteriosamente vano y estallaría el escándalo y el rechazo a muerte contra él. También la Iglesia de hoy y de siempre, a semejanza de Pablo, ha de hacer esfuerzos sin tregua para ser «una Iglesia en el mundo actual», para sintonizar sus antenas con los nuevos signos de los tiempos, para insertarse en las culturas a través del tiempo y del espacio. Así tendría más fuerza de convocatoria su anuncio del evangelio o, por lo menos, se evitarían dificultades suplementarias para recibirlo.

(·CASAL-F._BI-DIA-DIA.Pág. 216 s.)


Hch/22/22-30 Hch/23/01-11 Esta perícopa, después de unos versículos que la entrelazan a la vez con la narración anterior y con las siguientes (vv 22-24), contiene estos tres episodios: Pablo, ciudadano romano (25-29); Pablo delante del sanedrín (22,30-23,10), y visión del Señor en sueños, que le anuncia su futuro viaje a Roma (11). De acuerdo con la intención apologética de los Hechos, la furia impotente de los judíos con que se inicia este pasaje se manifiesta por contraste con la protección que los romanos ofrecen a Pablo tal como se manifestará en los relatos siguientes.

Una vez más llaman la atención los paralelos entre la pasión de Jesús y la de su discípulo Pablo, evocación que muy probablemente es fruto de una intencionaIidad redaccional. El griterío rabioso de los judíos ya había decidido al tribuno a mandar azotar a Pablo (22,23-24 y Mt 27,24.26 y par ). La bofetada ante el sanedrín por un criado del propio sumo sacerdote y la interpelación de Pablo (23,2-5 y Jn 18,22-23). Si el llevar la cruz tras Jesús es un signo de sus discípulos (Lc 14, 27), este intencionado rosario de paralelos señalaría con énfasis a Pablo como figura del verdadero discípulo de Cristo. Y de esta manera recordaría implícitamente a la comunidad cristiana de todos los tiempos que la cruz romana es como piedra de toque, que permite conocer el verdadero grado de su seguimiento de Jesús.

En el pasaje sobresale también otro rasgo, que manifiesta la talla de la personalidad de Pablo y muestra que para él la cruz era un camino de servicio y no una ideología masoquista. Cuando ya lo habían sujetado con las correas para azotarlo, Pablo invocó su condición de ciudadano romano y con ello las leyes Valeria y Porcia que lo prohibían. Este derecho lo tenía por ser hijo de padres judíos residentes en la ciudad helenizada de Tarso, por privilegio otorgado por Marco Antonio y Augusto. Si bien en las cartas paulinas auténticas no se menciona este detalle, en los Hechos desempeña un papel de mucho relieve: fuera de este pasaje, ya se encuentra invocado en 16,37 ante los magistrados de Filipos para exigir una reparación de su prestigio de misionero después de ser detenido y azotado junto a Silas, y, en su virtud, en el v 25 apelará al César para conseguir así la protección romana y evitar la muerte maquinada por los judíos. Aunque de acuerdo con el espíritu evangélico (Mt 5,38-42), que Pablo vivió con profundidad. se nos recomienda un comportamiento con el prójimo que pide a menudo la renuncia a los propios derechos no hay ninguna duda que en muchas otras ocasiones se pueden y se deben invocar. La cruz es cristiana cuando es el resultado de una actitud de amor y servicio.

(·CASAL-F._BI-DIA-DIA.Pág. 219 s.)


Hch/23/12-35 Continúa el viacrucis de Pablo, de proceso en proceso y de prisión en prisión. El tema de la perícopa son tres episodios muy encadenados entre sí: el complot de más de cuarenta judíos para asesinarlo (12-15); la intervención de su sobrino, hijo de su hermana, ante el tribuno para salvarlo de esta conspiración (16-22), y el traslado de Pablo a Cesarea, con una carta del tribuno Claudio Lisias al gobernador Félix, que probablemente es una composición libre del autor de los Hechos (23-35).

Como se advierte casi por doquier, la especie de apología religioso-política a favor de los cristianos que se vislumbra en el trasfondo de los Hechos presenta actitudes muy diferentes respecto de los judíos y de los magistrados romanos, ambos responsables del cautiverio de Pablo. Y este pasaje se revela como un verdadero botón de muestra. De una parte, el texto supone la complicidad de un grupo de dirigentes judíos en un complot criminal de más de cuarenta fanáticos juramentados para matar a Pablo. Por el contrario, los magistrados romanos aparecen como responsables, imparciales y guardianes escrupulosos del orden imperial establecido: el motivo principal de enviar al Apóstol prisionero a Cesarea no parece otro que el de ofrecer seguridad a Pablo, al que debe añadirse cierta sabiduría política de mantenerse neutrales en «cuestiones de su ley" (29). En la segunda mitad del siglo, cuando se deterioran progresivamente las relaciones entre las autoridades romanas y los que ellos calificaban muy indistintamente como judíos, era conveniente deslindar las fronteras entre judíos v cristianos y conseguir una actitud favorable a estos últimos por parte de Roma: era casi un problema de supervivencia de la misión cristiana por todo el Imperio. Por otra parte la ruptura religioso-cultural con la sinagoga, implícita en la iniciativa misionera de Pablo entre los gentiles, se consumaría después de los años 70, y de ella se derivaría este enfrentamiento hostil y casi insuperable que se observa insistentemente en los escritos del NT. Es conveniente que en la lectura del mismo se tenga siempre presente su verdadero género literario, propicio a la intención apologética de muchos de esos relatos, motivado por la situación de la época que los inspira. Así se evitará deducir, tal vez con buena intención (aunque, sin duda, anticristiana), actitudes antisemíticas de la lectura de los escritos del NT, como ha ocurrido desgraciadamente más de una vez a lo largo de la historia del cristianismo.

También resulta evidente la habilidad y el ingenio diplomático desplegado por Pablo en los momentos difíciles de su cautiverio. En el caso que nos ocupa, la simple intervención de su sobrino ante el tribuno Claudio Lisias pudo evitar lo peor.

(·CASAL-F._BI-DIA-DIA.Pág. 220 s.)


Hch/24/01-27 El proceso de Pablo continúa ahora en Cesarea, sede del gobernador romano Félix. La perícopa nos presenta a Pablo delante de Félix en dos ocasiones diferentes: una pública y privada la otra. Rápidamente, justo al cabo de cinco días de su traslado a la capital de la administración imperial, asistimos a la vista pública de su causa (vv 1-23): se nos informa con detalle tanto del tenor de la acusación que formula el abogado Tértulo en nombre del sumo sacerdote Ananías y algunos ancianos llegados de Jerusalén (1-9) como de la defensa de Pablo (10-23). Algún tiempo después tiene lugar la entrevista privada de Pablo con el matrimonio Félix y Drusila (24-26). Por diversas razones, aludidas muy concretamente en el texto, el proceso de Pablo se alargó sin perspectivas de solución y todavía permanecía en prisión a la hora del cambio de gobernadores (27).

La intención evidente del relato sobre el proceso público es ir redondeando la apología de Pablo y de su ministerio, haciendo a la vez implícitamente una defensa del cristianismo frente al judaísmo, de gran necesidad en aquel momento. La acusación de los judíos especifica tres motivos: promoción de motines contra los judíos, ser cabecilla de la secta de los nazarenos y haber intentado profanar el templo. Pablo ofrece en su defensa razón satisfactoria de su conducta general y rebate de una manera muy detallada y convincente la triple acusación. Pablo ha procedido con conciencia irreprochable y está donde está en nombre de una mayor fidelidad al «Dios de los padres» (14). La Iglesia será siempre a través de los siglos una «Iglesia prisionera» y sometida a proceso, y será necesario que delante de los hombres pueda dar razón de sus opciones y de su comportamiento en cada época, avanzando por el camino de una seria conversión al evangelio. El Vaticano II (GS 19-21) en admirable postura pastoral, presenta a la Iglesia y a los creyentes enfrentados con el ateísmo moderno en sus diversas formas, siendo necesario que vuelvan a brillar como un signo de credibilidad y con la consiguiente fuerza de convocatoria que superen esta prueba de fuego. Será preciso que el modo de actuar de los cristianos manifieste que el evangelio es hoy una forma superior de fidelidad a todo lo humano.

El motivo de fondo de la entrevista privada de Pablo con Félix y Drusila parece otro. A pesar de las frases halagadoras en honor del gobernador, que con una captatio benevolentiae resuenan en los discursos de la vista pública, los Hechos no parecen ignorar que, como dice la historia profana, Félix se caracterizaba por su crueldad, rapacidad y vida disoluta. El «marido de tres reinas» vivía ahora con la judía Drusila, divorciada del rey de Emesa. Delante de ellos, como en otro tiempo el Bautista a propósito de Herodes Antipas, Pablo habla con valentía «sobre la honradez de conducta, la continencia y el juicio futuro» (25). La denuncia del pecado sin excepción de persona forma parte del ministerio profético de la Iglesia, hoy como en los días de los grandes profetas del AT y, sobre todo, desde Jesús y los apóstoles.

(·CASAL-F._BI-DIA-DIA.Pág. 221 s.)


Hch/26/01-32 Este pasaje tiene como tema el último discurso de defensa de Pablo, ahora delante del rey Agripa II. Además de la introducción, que busca captar retóricamente la gracia del presidente del acto (vv 2-3), podemos distinguir en él tres partes: su pasado como fariseo activo, su situación de procesado por creer en la promesa de la resurrección hecha a los padres del pueblo judío (4-8) y el tercer relato de su conversión y vocación que ya hemos encontrado en 9,3-18 y 22,6-21 (9-18), y una especie de discurso misionero que hace un resumen de su predicación y presenta al cristianismo como el cumplimiento de la Escritura. La perícopa termina registrando las reacciones de dos principales oyentes del discurso (24-32). El procurador y el rey reconocen la inocencia del prisionero, que hubiera podldo quedar en libertad; pero por la fatalidad de la apelación, la causa habrá de seguir su curso en Roma.

El tercer relato de la conversión de Pablo, que es probablemente el que más se aproxima al paralelo paulino de Gál 1, 11-16, subraya fuertemente su vocación al apostolado y lo describe con alusiones implícitas al ministerio profético del Antiguo Testamento, y lo presenta como una comunicación inmediata de Dios sin recurrir a la mediación de Ananías como se hace en las dos primeras relaciones (9,15 y 22,14-15). Como en la visión de Ezequiel, se le invita a ponerse de pie (Ez 2, 1-2); como a Jeremías, se le promete que se le librará del «pueblo y de las naciones» a que se le envía (Jr 1,7-8), y su tarea, como la del siervo de Isaías II, será la de abrir los ojos. Además se le hace «ministro» y «testigo» de lo que ha visto y verá (cf. Lc 1,2). Si bien Lucas sólo incidentalmente da a Pablo el título de Apóstol (14,4.14) y acuña una noción restrictiva del mismo que la reserva a los Doce (1,21-26), podemos pensar que aquí implícitamente quiere hacer de Pablo uno igual a los otros apóstoles: como a ellos se le presenta en el papel de testigo en Jerusalén, Judea y hasta el extremo de la tierra (1,8), y en el de testigo de la resurrección (1,22). La exégesis actual conoce bien que la noción restrictiva de apóstol presente en todos los escritos de Lucas es un recurso de su teología redaccional, y apoyarse en ello para privar a Pablo de este honor estaría en contra de su intención real de otros escritos del NT.

En este pasaje llama fuertemente la atención la reacción negativa de Festo y Agripa al discurso de Pablo, y más concretamente a su testimonio sobre la resurrección de Jesús. Ante la fe cristiana estalla un escándalo casi insuperable. Festo lo considera un delirio de Pablo (v 24), y la ironía de Agripa (28) acaso demuestra todavía una insensibilidad peor que el escándalo. Todo nos hace recordar la reacción al discurso del Areópago (17,32) y también el paralelo paulino (1 Cor 1,23). Es el escándalo que de nuevo resuena a menudo en nuestro mundo secular y ateo.

(·CASAL-F._BI-DIA-DIA.Pág. 223 s.)


Hch/27/01-20 Con este pasaje se inicia el viaje, largo y lleno de peligros, que llevaría a Pablo desde la ciudad palestina de Cesarea a Roma (28,14). Podemos distinguir dos partes en esta perícopa: la travesía relativamente normal, aunque ya en medio de condiciones poco favorables, hasta Puerto Bueno en la isla de Creta (1-8), y la descripción de la tempestad, que, al querer cambiar de puerto para pasar el invierno, contra el parecer de Pablo, se abatió sobre la nave y los mantuvo durante catorce días a la deriva hasta perder toda esperanza de salvación (9-20). El viaje parece descrito con gran precisión técnica y con gran riqueza de detalles, lo que sería indicio de la participación de Lucas en la travesía, como puede apoyar la presencia de la palabra «nosotros» en diversas secciones de los Hechos.

Pero no parece que el esfuerzo hecho para crear esta pieza literaria esté aliado a la intencionalidad religiosa y teológica de la obra. Si para el común de la gente Roma era el final geográfico de una travesía penosa y el destino de una expedición de prisioneros -¡una entre tantas!-, para Lucas y el lector creyente Roma surge como la meta épica de una historia de salvación. En el pórtico de los Hechos, y como programando las fases sucesivas de esta imponente gesta misionera, se nos dice que los apóstoles recibirán el Espíritu Santo para ser testigos del resucitado en Jerusalén (2,14-8,3), por toda Judea y Samaría (8,4-9,43) y hasta el extremo de la tierra (10,1-28 31). Y ahora, cuando el instrumento escogido por Dios para llevar su «nombre a los paganos y a los reyes" (9,15) se encamina hacia Roma, capital del Imperio y por eso mismo centro del paganismo y de la gentilidad, está a punto de culminar la última de aquellas etapas. El arte literario narrativo, que en la Biblia suele estar al servicio de su finalidad religiosa, adquiere una solemnidad especial para poner de relieve la importancia de este acontecimiento.

Roma era ciertamente una meta largamente ambicionada por Pablo como lo demuestran sus escritos (Rom 1,13; 15,22) y la principal de sus cartas dirigida a aquella comunidad que él no había evangelizado. Esta perspectiva se resalta en los Hechos, donde los elementos geográficos forman parte decisiva de su teología redaccional y que el especial género literario de la obra destaca con énfasis. Primero se nos informa del plan de Pablo de ir a Roma (19,21), luego, ya prisionero en Jerusalén, una visión le anuncia que dará testimonio en Roma (23,11), Y, finalmente, la misma apelación al César (25,13) queda enmarcada dentro de este plan sobrenatural. Así se comprende el sentido de las numerosas intervenciones de Pablo que jalonan el relato de la travesía y la encuadran perfectamente dentro de la finalidad global de los Hechos.

(·CASAL-F._BI-DIA-DIA.Pág. 225 s.)


 Hch/27/21-44 Esta segunda sección del viaje de Pablo hacia Roma continúa la descripción de la gran tempestad con la nave completamente a la deriva; finalmente, el naufragio y, a pesar de todo, la arribada de toda la tripulación a las costas de la que resultó ser la isla de Malta. Uno de los rasgos más llamativos de todo este relato, y especialmente de la presente perícopa, es la manera como se alternan en él los pasajes narrativos (vv 1-8; 13-20; 27-30; 32 39-44) y las intervenciones de Pablo (9-12; 21-26; 31; 33-38). Este dato nos puede proporcionar, sin duda, pistas para conocer la clave de la lectura espiritual y teológica de estos textos. Debido a esta estrategia literaria, mientras se cuenta aquella odisea marítima con toda la complejidad de elementos y de situaciones humanas, va surgiendo un segundo plano en el cual, a veces sin mixtificaciones y casi sin solución de continuidad, toma relieve el sentido teológico que la intervención de Pablo da a los acontecimientos. Cualquiera que fuera el rostro que para un espectador profano presentase esta gesta, lo cierto es que en la versión lucana Pablo, nombrado a cada paso (vv 1.3.9.11.21.24.31.33.43), surge como el verdadero protagonista del viaje y casi viene a ser como el auténtico capitán de la nave. Da consejos para la buena marcha de la travesía, presentados a menudo como de origen sobrenatural, consiguiendo así cada vez una mayor audiencia. Se inspira en su mundo espiritual para crear en la numerosa tripulación un clima de esperanza, de coraje y de solidaridad humana, y tiene éxito en medio de aquel cúmulo de peripecias en la creación, al menos, de una atmósfera preevangelizadora. La invitación a los compañeros de travesía a tomar alimentos, después de catorce días y otras tantas noches de lucha con las fuerzas del mar, tiene acaso una estudiada polivalencia, que si bien puede aludir a un ágape normal con acción de gracias según la costumbre judía, también es cierto que para el lector cristiano evoca casi inevitablemente el recuerdo del banquete eucarístico. Aunque referida siempre al plano de las realidades materiales, la palabra «salvación» parece jugar un papel significativo a lo largo del relato y a través de sus continuas repeticiones (vv 20.31.39.43): un signo de la otra salvación, la sobrenatural, que la misión cristiana protagoniza.

En resumen, Pablo, que fue el gran misionero a lo largo de sus viajes apostólicos, que dio testimonio de Jesús con valentía durante su proceso en Jerusalén y en Cesarea, evangeliza ahora durante las peripecias del viaje, y lo hará cuando llegue cautivo a Roma. Realmente, bajo la apariencia material de un prisionero que es conducido al César, el viaje toma, sin embargo, todo el relieve de la misión cristiana y de la evangelización que se encamina al corazón del mundo gentil.

(·CASAL-F._BI-DIA-DIA.Pág. 226 s.)


Hch/28/01-14 Nos encontramos en la última etapa del viaje de Pablo a Roma. La situación ha cambiado profundamente y los grandes contratiempos de la travesía quedan atrás. Dos episodios forman parte de este pasaje: el invierno en Malta durante más de tres meses, donde los habitantes de la isla y el mismo magistrado o "primus Melitensium" se mostraron muy acogedores con los náufragos (vv 1-10), y la última parte de la travesía desde Malta a Roma a través de Regio, Pozzuoli el Foro de Apio y Tres Tabernas donde ya les habían salido al encuentro los hermanos de la comunidad cristiana (11-14). No sabemos si, como un símbolo de esta capital del mundo pagano adonde llega Pablo, el autor de los Hechos nos informa que la nave en que hacían el último tramo del viaje «llevaba por insignia los Dióscoros» (11), los gemelos Cástor y Pólux, dioses protectores de los navegantes. Durante la estancia en la isla ocurren algunos hechos especialmente notables.

Sobresale, ante todo, la figura taumatúrgica de Pablo, que así queda marcado como un signo de la presencia salvífica de Dios, y que de alguna manera ofrece oportunidades de evangelización entre los nativos que más tarde la leyenda concretaría por su cuenta. La víbora agarrada a la mano de Pablo cuando echaba un brazado de leña al fuego y que resulta inofensiva, engendra en aquella gente, víctimas de una religiosidad naturalista y fatalista, sentimientos que evolucionan rápidamente en un sentido contradictorio: el perseguido implacablemente por la justicia divina se convierte en un dios. El hecho evoca la reacción análoga de los licaonios de Listra, después de un milagro realizado por Pablo y Bernabé (14,11-13). Más adelante Pablo impondría las manos al padre de Publio, principal personaje de la isla, y le curaría la fiebre y la disentería. Actos similares los realizaría con otros muchos enfermos.

También hoy la evangelización y la tarea misionera de la Iglesia necesita «signos» para tener fuerza de convocatoria y para que los hombres presten atención a sus llamadas. Pero la inteligibilidad y la eficacia de estos signos está en conexión con los hombres y las épocas. Mientras que para el hombre de tiempos pasados, marcado por una religiosidad sacral y con visión para las maravillas de Dios en el mundo y en la historia, tenían un gran relieve las profecías y los milagros, el hombre de hoy les otorga una atención muy escasa cuando no encuentra en ellos una piedra de escándalo. Por el contrario, valora muy positivamente una Iglesia que sea un testimonio viviente del evangelio y una fuerza de liberación entre los hombres.

Nos parece un segundo hecho de relieve el contraste entre la acogida positiva dispensada a Pablo por los nativos de la isla, que el texto original llama «bárbaros», acaso por la lengua que hablaban (vv 2.4), y las reacciones decididamente negativas del procurador Festo y el rey Agripa II al último discurso de Pablo antes de salir de Cesarea (26,24-29). Realmente, por su grado de receptividad y apertura, muy a menudo los últimos pasan a ser los primeros, mientras que los primeros se quedan los últimos.