EL N.T. Y SU MENSAJE

CARTA A LOS HEBREOS
CAPÍTULO 3-5

FRANZ-JOSEPH SCHIERSE


6. JESÚS, HIJO DE DIOS 
(3/01-06).

1 Por lo tanto, hermanos del pueblo santo, que compartís 
una vocación celestial, poned vuestro pensamiento en el 
apóstol y sumo sacerdote, objeto de nuestra profesión de fe, 
a Jesús, 2 que ha sido fiel al que lo constituyó, como a su 
vez lo fue Moisés en la casa de Dios. 3 Porque él ha sido 
considerado tanto más digno de gloria que Moisés, cuanto 
mayor es el honor del propio constructor que la casa misma. 
4 Toda casa tiene un constructor; pero el constructor del 
universo es Dios. 5 Moisés fue fiel en toda la casa de Dios 
en su calidad de mayordomo, para dar testimonio a cosas 
que habrán de decirse más tarde. 6 Cristo, por el contrario, 
en su calidad de Hijo, está al frente de su propia casa: casa 
que somos nosotros, con tal que mantengamos firme hasta 
el final la confianza y la gozosa satisfacción de la 
esperanza.

CR/CASA-DE-D: La carta lleva adelante su exposición cristológica 
no por ella misma, sino para poner un modelo ante los ojos de los 
creyentes de ánimo decaído. Deben aprender a poner su 
pensamiento en Jesús y a tener así participación en él (cf. 3,14) o 
convertirnos en casa de Dios (usando la expresión utilizada en el 
texto). «Casa de Dios» es un título honorífico del pueblo de Israel, 
de la santa comunidad cultual de la antigua alianza. Ahora han 
entrado los cristianos en posesión de la herencia del antiguo pueblo 
de Dios, son la casa que Dios se ha preparado, caso que se 
mantengan firmes en su vocación celestial con la misma fidelidad 
que mostró Cristo para con Dios. Que el autor insista ahora tanto en 
la fidelidad del «apóstol 10 y sumo sacerdote... Jesús» y le dedique 
incluso una prueba de Escritura que nosotros no podemos seguir ya 
en detalle, es cosa que se explica por la situación de la comunidad a 
que se dirige.
La fidelidad comienza a flaquear, algunos descuidan ya el asistir a 
las asambleas cultuales (cf. 10,25), de aquí a la apostasía de la fe 
no hay sino un paso. A la vez no hay que olvidar que la apostasía 
de la fe puede producirse de diversas maneras. No sólo mediante la 
ruptura abierta con la comunidad de salvación, sino también con 
oposición interior, con un comportamiento indigno de la vocación 
celestial venida del cielo y que lleva al cielo.
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10. Aquí tenemos el único pasaje del Nuevo Testamento en que se llama 
«apóstol» a Jesús. El título, apli cado a Jesús, significa «enviado de Dios» y 
responde, por tanto, a los numerosos textos, especialmente del Evangelio de 
san Juan que hablan de que el Hijo ha sido enviado por el Padre.
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III. NO ENDUREZCÁIS VUESTROS CORAZONES (3,7-4,13).

1. TEXTO DE SAL /Sal/095/07-11 
(3/07-11).

7 Por eso, como dice el Espíritu Santo, «Hoy, si oís su voz, 
8 no endurezcáis vuestros corazones como en la rebelión, 
el día de la tentación en el desierto, 
9 cuando vuestros padres me tentaron 
y pusiéronme a prueba, 
aunque vieron lo que yo había hecho 
10 en cuarenta años. 
Por eso me irrité contra esta generacíón; 
y dije: Siempre andan desviados en sus corazones, 
y no reconocieron mis caminos.
11 Así que juré en mi cólera:
jamás entrarán en mi reposo.» 

Del Espíritu Santo proviene el texto que la carta toma como base 
de su homilía amonestadora y -como pronto veremos- prometedora. 
El mismo Espíritu Santo ha de descubrirnos el sentido de sus 
palabras y reblandecer la dureza de nuestros corazones.
La peregrinación del pueblo elegido por el desierto hacia la tierra 
prometida, el lugar de reposo de Dios 11, parece haber sido en 
fecha muy temprana tema preferido de la primitiva predicación 
cristiana. A los corintios, que propendían a la lascivia y a la idolatría, 
les había hecho ya presente san Pablo el escarmiento de la 
generación del desierto (lCor 10,1-13). Pero, mientras el apóstol 
alude directamente a las narraciones del Pentateuco, la carta a los 
Hebreos elige la segunda parte del salmo 95 como base para su 
homilía. La elección del salmo tiene importancia por cuanto en 
conjunto ofrece el carácter de un cántico litúrgico procesional que 
invita a entrar en el santuario: «¡Venid, cantemos jubilosamente a 
Yahveh; cantemos gozosos a la roca de nuestra salvación! 
Lleguémonos a Él con alabanzas, aclamémosle con cánticos. Venid, 
postrémonos en tierra ante él; doblemos nuestra rodilla ante 
Yahveh, nuestro hacedor» (Sal 95,1.2.6)12 En primer lugar llama la 
atención el que esta invitación gozosa y solemne al culto divino esté 
asociada con el recuerdo de las fatigas y extravíos del tiempo del 
desierto. Pero en realidad las dos ideas no son tan diferentes como 
pudiera parecer. En efecto, el acercamiento cultual a la presencia 
de Dios sólo tiene valor de signo con respecto a lo que tiene lugar 
en el plano profano de ia vida. El que el hombre entre realmente en 
el lugar de reposo de Dios no depende precisamente de su 
observancia litúrgica, sino de su obediencia a Dios en las pruebas 
de la vida cotidiana.
El texto de los Setenta seguido por nuestra carta (como también 
en los demás casos), tradujo los toponímicos hebreos de Meribá y 
Massá conforme a su sentido etiológico 13. «Rebelión» y 
«tentación» (en el sentido de tentar, de «poner a prueba» a Dios) 
se convirtieron así como en etapas siempre actuales en la 
peregrinación por el desierto de la vida humana.
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11. Cf. Dt 12,9; Is 66,1; 1R 8,56; Sal 134,14; Hch 7,49.
12. La Iglesia utiliza desde antiguo este salmo como «invitatorio» en el rezo 
cotidiano de las horas.
13. Numerosas narraciones veterotestamentarias tratan de explicar cómo 
surgió el nombre de un lugar. Por eso se designan estas historias como 
etiológicas (del griego aitia = causa, motivo); cf. Ex 17,1-17.
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2. GUARDARSE DE LA INCREDULIDAD Y EL PECADO 
(3/12-14).

12 Mirad, hermanos, que en ninguno de vosotros se halle 
un corazón malvado e incrédulo que lo aparte del Dios vivo; 
13 por el contrario, animaos mutuamente cada día, mientras 
aquel hoy perdura, sin que ninguno de vosotros se 
endurezca por el engaño del pecado. 14 Porque hemos sido 
asociados a Cristo, a condición de que mantengamos firme 
hasta el final la confianza del principio.

El autor se dirige aquí a la entera comunidad y no, como se podía 
prever, a los cristianos que están en peligro de renunciar a su fe. 
Como hermanos que son, tienen todos el deber de atender unos a 
otros y de cuidarse especialmente de aquellos que no prestan ya 
oídos a la voz de Dios. La responsabilidad pastoral incumbe no sólo 
a los que «dirigen» (13,17); a todo cristiano se invita a tener los ojos 
abiertos cuidando de que no se pierda el hermano, a todos se 
confía -como se diría hoy- la función «sacerdotal» de apoyar y 
consolar, la paraklesis 14. Una palabra de estímulo o de 
amonestación puede actuar contra el endurecimiento del corazón, 
ese endurecimiento del alma que vuelve a los hombres amargados, 
descontentos y egoístas. El que se deja engañar por el pecado 
acaba por perder su vínculo con el Dios viviente, renuncia a la 
comunión con Cristo y se aparta de la comunidad de salvación, de 
los llamados al reposo celestial de Dios. Aislamiento y soledad son 
el destino del que no puede mantener firme la confianza que en un 
principio le había dado la fe.
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14. La palabra paraklesis está materialmente relacionada con la función del 
Paráclito, el Espíritu Santo «consolador».
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3. CONMINACIÓN A LOS DESOBEDIENTES 
(3/15-04/02).

15 Cuando la Escritura dice: «Hoy, si oís su voz, no 
endurezcáis vuestros corazones como en la rebelión», 15 
¿Quiénes fueron los que escucharon y se rebelaron? ¿No 
fueron todos los que salieron de Egipto por la gestión de 
Moisés? 17 ¿Y contra quiénes se irritó Dios durante 
cuarenta años? ¿No fue contra los que pecaron, cuyos 
cadáveres quedaron tirados por el desierto? 18 ¿Y a quiénes 
juró que no entrarían en su reposo, sino a los rebeldes? 19 Y 
en realidad vemos que, debido a su incredulidad, no 
pudieron entrar. (4,1). Así pues, temamos, no sea que, aun 
quedando en pie la promesa de entrar en el reposo de Dios, 
alguno de vosotros se encuentre con que se ha quedado 
atrás. 2 Porque también a nosotros, como a ellos, ha sido 
anunciado el Evangelio; pero a ellos no les sirvió de nada la 
palabra oída, por no estar, en los que la oyeron, unida con la 
fe.

A los israelitas que habían salido de Egipto había jurado Dios que 
no entrarían en su lugar de reposo, en la tierra prometida. La carta 
a los Hebreos hubiera podido contentarse con sacar de este hecho 
referido por la Escritura enseñanzas para la comunidad cristiana. 
Pero para el autor no es la Escritura sólo una palabra de otro 
tiempo y para otro tiempo, sino una interpelación dirigida 
inmediatamente al hoy. Por eso su utilización homilética del texto se 
extiende mucho más allá de su mera aplicación moral: quiere 
convencer a los lectores, u oyentes, de la actualidad de lo que el 
Espíritu Santo anunció anticipadamente. Ahora bien, si el mensaje 
conminatorio del salmo 95 sigue estando en vigor, ¿en qué ha de 
basar la comunidad cristiana su esperanza de poder entrar en el 
descanso de Dios? 
En primer lugar pone en claro el autor que la cólera de Dios sólo 
se dirigió contra los pecadores, los desobedientes y los incrédulos. 
De aquí se sigue que para los creyentes está despejado el camino 
que lleva al reposo de Dios. El mensaje conminatorio se convierte 
en un mensaje gozoso, en una buena nueva. Nosotros somos el 
pueblo de Dios que peregrina, constantemente tentado a 
querellarse con Dios, a perder de vista la meta de las promesas y a 
no hacer caso de la voluntad de Dios. La auténtica fe, en cambio, 
da prueba de sí en la obediencia y en la adhesión imperturbable a 
la palabra de Dios. Más aún, la palabra de Dios debe entrar con 
nosotros, los oyentes, en una especie de combinación 15 química, 
pues, de lo contrario, nos aprovecharía tan poco como a los 
israelitas de tiempos de Moisés.
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15. La palabra usada en el texto griego designa siempre un estado de 
íntima fusión de dos cosas (por ejemplo: Dn 2,43, mezcla de hierro y barro; 2M 
15,39, mezcla de agua y vino). El aglutinante es en nuestro pasaje la fe.
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4. REPOSO DE DIOS Y OBRA DE LOS SEIS DÍAS 
(4/03-05).

3 Porque nosotros, los creyentes, vamos entrando en el 
reposo, conforme a lo que dijo: «Así que juré en mi ira: 
Jamás entrarán en mi reposo»; y eso que las obras de Dios 
estaban terminadas ya desde la creación del mundo, 4 pues 
del día séptimo la Escritura ha dicho así: «Y en el día 
séptimo descansó Dios de todas sus obras» (Gén 2,2). 5 Y lo 
mismo en este pasaje: «Jamás entrarán en mi reposo.» 

El concepto de reposo (katapausis), en conexión con el salmo 95, 
hace pensar en la tierra de Canaán. Allí se habían asentado los 
israelitas, después de haber errado sin cesar por el desierto, allí 
habían de vivir en reposo y seguridad al abrigo de sus enemigos. El 
mismo Dios de la alianza, que había acompañado a su pueblo en la 
marcha por el desierto, no tenía ya necesidad de morar en una 
tienda, había hallado en el templo su «lugar de reposo» (cf. Is 66,1; 
Sal 131,14 ; Act 7,49). Evidentemente, la carta a los Hebreos 
trasladó estas imágenes veterotestamentarias a un más allá 
celestial. A la comunidad cristiana se le promete un nuevo Canaán 
supraterreno, donde un día podrá descansar de todas las fatigas y 
tribulaciones de la vida.
En este pasaje interviene todavía otro motivo: el del descanso de 
Dios el séptimo día de la creación. Como Dios, al cabo de seis días, 
descansó de todas sus obras, también los cristianos, los creyentes, 
descansarán una vez de sus obras (cf. Ap 14,13). Pero el texto 
quiere decir algo más: no se limita a una mera comparación. Se 
trata de la calidad misma del reposo al que se retiró Dios después 
de la creación y al que está llamado el pueblo de Dios que 
peregrina. A todas luces, la carta no se refiere a una participación 
en algún atributo o en algún estado de Dios, sino que alude a la 
misma realidad celestial que en otros lugares se designa como 
«mundo futuro», «verdadero santuario», «patria celestial» o «ciudad 
permanente». El lugar de reposo de Dios es por tanto como una 
tierra que está preparada desde el comienzo mismo del mundo. A 
nosotros, que conocemos la palabra «reposo» casi exclusivamente 
por la liturgia de difuntos y le asociamos la idea de un estado 
intermedio del alma separada del cuerpo (o incluso del cadáver que 
reposa en el camposanto), puede parecernos un tanto curioso el 
empleo del término «reposo» para designar la consumación de la 
salvación cristiana. No obstante, si tenemos en cuenta que nuestra 
vida, a fuerza de agitación, de desasosiego y de ajetreo, no llega 
nunca al reposo, también nosotros miraremos al reposo, a la 
katopausis celestial, como a una meta ardientemente deseable.

5. EXHORTACIÓN FINAL 
(4/06-11).

6 Y como todavía quedan algunos por entrar en el reposo, 
e incluso los primeros a quienes fue anunciado el Evangelio 
no entraron, por causa de su rebeldía, 7 vuelve a fijar un día 
determinado -hoy-, diciendo por boca de David después de 
tanto tiempo, conforme a lo ya dicho: «Hoy, si oís su voz, no 
endurezcáis vuestros corazones». 8 Efectivamente, si Josué 
los hubiera introducido en el reposo, la Escritura no hablaría 
ya de un día posterior a esto. 9 Así que aún le queda al 
pueblo de Dios un reposo sabático16. 10 Porque el que 
entra en el reposo de Dios, también él descansa de sus 
obras, como Dios de las suyas propias. 11 Esforcémonos, 
pues, por entrar en aquel reposo, para que nadie caiga en 
aquella misma rebeldía.

La homilía vuelve todavía a compendiar, como conclusión, la idea 
fundamental y pone en guardia con el mayor empeño contra la 
desobediencia, que a los mismos israelitas del tiempo del desierto 
les impidió ya entrar en el reposo de Dios. Pero ni siquiera la toma 
de posesión de la tierra por Josué condujo a la meta anhelada de 
las promesas. El autor demuestra esta afirmación que a nosotros se 
nos antoja obvia con un argumento que se encuentra también 
algunas veces en san Pablo (por ejemplo: Gál 3,17). Las palabras 
del salmo 95 se pronunciaron mucho tiempo después de la toma de 
posesión de la tierra de Canaán y por tanto deben referirse a otro 
acontecimiento, a otro «hoy». Es posible que desde el punto de 
vista de una exégesis científica sea insostenible esta 
argumentación; sin embargo, su intención es digna de tenerse en 
cuenta. En realidad, el Antiguo Testamento AT/SENTIDO entendido 
en sentido cristiano no quiere informar sobre cosas pasadas, sino 
que apunta a nuestro futuro, a fin de que nosotros afrontemos el 
presente, el «hoy»>. Así la carta a los Hebreos nos instruye para 
que oigamos el Antiguo Testamento como una palabra que va 
dirigida a nuestra misma vida y nos fuerza a tomar una decisión.
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16.Ya en el Antiguo Testamento se designa el sábado como «día de 
reposo» (Ex 35,2; 2M 15,1, y passim). 
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6. HIMNO A LA PALABRA DE DIOS 
(4/12-13).

12 Porque la palabra de Dios es viva y operante, y más 
tajante que una espada de dos filos17: penetra hasta la 
división de alma y espíritu, de articulaciones y tuétanos, y 
discierne las intenciones y pensamientos del corazón. 13 
Nada creado está oculto a su presencia: todo está desnudo y 
patente a los ojos de aquel a quien hemos de rendir 
cuentas.

PD/FUERZA: El himno se halla al final de la primera parte de la 
carta y nos hace volver con el pensamiento al comienzo de la 
misma. Dios habló antes por los profetas, ahora ha hablado por su 
Hijo. Que nadie tenga en poco su palabra considerándola como 
mera palabra y no como obra. ¿A un mundo que, por cierto, no 
puede quejarse por falta de palabras -incluso, y sobre todo, de 
palabras hermosas, buenas, elevadas y devotas-, no tiene Dios otra 
cosa que ofrecerle que su palabra? Cierto que Dios no se ha 
contentado sólo con hablar: calló en la muerte de su propio Hijo, 
pero este callar sangriento «habla más elocuentemente que la 
sangre de Abel» (12,24), y así se nos remite de nuevo a la palabra, 
flaca e impotente desde el punto de vista humano. Sólo la fe sabe 
qué fuerza, qué vida reside en la palabra de Dios, y sabe que esta 
palabra es el poder decisivo de este mundo. Aunque mil veces sea 
desoída, ignorada, no se le haga el menor caso y se cometan 
acciones que la dejen en mal lugar, alguna vez llega para cada cual 
la hora de la verdad, cuando la palabra humillada y despreciada 
viene a pedirle cuentas.
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17. También Ef 6,17 compara la «palabra de Dios» con una «espada del 
Espíritu». Cf. también la espada de dos filos que sale de la boca del Hijo del 
hombre en el cielo (Ap 1,16).
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Parte segunda 

EL SUMO SACERDOCIO DE JESÚS 
4,14-10,31 

La gran pieza central de la carta está encerrada entre dos 
paréntesis (4,14-16 y 10,19-31), que sustancialmente suenan lo 
mismo y que nos dan a conocer las intenciones que persigue el 
autor con sus reflexiones, en parte bastante difíciles: en la 
convicción de que tenemos «un gran sumo sacerdote que ha 
atravesado los cielos» (4,14), que con su sangre nos facilitó la 
entrada al verdadero «lugar santísimo» (10,19-21), debemos 
«mantener firme nuestra profesión (de la esperanza» (4,14; 10,23), 
y «acercarnos con confianza al trono de la gracia» (4,16; cf. 10,22). 
Se trata, por tanto, de nuevo de la firmeza y fidelidad en la fe, de la 
actuación gozosa en el culto (10,25) y en la corrección fraterna, 
encaminada al amor y a las buenas obras (10,24).

I JESÚS; NUESTRO SUMO SACERDOTE (4,14-5,10) 

1. TENEMOS UN SUMO SACERDOTE QUE SIENTE CON 
NOSOTROS 
(4, 14-5, 3).

14 Teniendo, pues, un gran sumo sacerdote que ha 
atravesado los cielos, Jesús, el Hijo de Dios, mantengamos 
firme nuestra profesión. 15 Porque no tenemos un sumo 
sacerdote incapaz de compartir el peso de nuestras 
debilidades, sino al contrario: tentado en todo, como 
semejante nuestro que es, pero sin pecado. 16 
Acerquémonos, pues, con confianza al trono de la gracia, 
para que obtengamos misericordia y hallemos gracia para 
ser socorridos en el momento oportuno. 5,1 Porque todo 
sumo sacerdote, tomado de entre los hombres, está puesto 
para representar a los hombres en los relaciones con Dios, 
para ofrecer dones y sacrificios por los pecados. 2 Él puede 
sentir indulgente compasión hacia los ignorantes y 
extraviados, ya que él mismo está envuelto en debilidades. 3 
A causa de ellas, tiene que ofrecer sacrificios por sus propios 
pecados, como por los del pueblo.

Nuestra carta no está compuesta como un artículo científico, que 
va exponiendo una idea tras otra con rigurosa sucesión lógica. La 
carta se asemeja más bien a una sinfonía, en la que los temas y 
motivos están entrelazados con maestría. Así, el motivo del sumo 
sacerdote misericordioso se dejó ya oír brevemente al principio 
(2,17), luego desapareció, y ahora vuelve a desarrollarse 
ampliamente como primera motivación del marco parenético en que 
está encerrada la gran pieza central. Debemos mantener 
firmemente nuestra profesión y, con confianza, es decir, sin temor, 
con la seguridad de ser escuchados, acercarnos al trono de la 
gracia, porque nuestro sumo sacerdote, no obstante su elevación 
celestial, tiene un corazón que siente con nosotros.
Repetidas veces se ha observado que el autor de la carta a los 
Hebreos no manifiesta esa entrañable familiaridad con Cristo que 
distingue tan señaladamente las cartas del apóstol Pablo. La 
imagen de Cristo de nuestra carta es como un icono: tiene rasgos 
solemnes, cultuales, parece proceder más de una especulación 
erudita sobre la Escritura, que de experiencia viva de la fe. Tales 
observaciones son sin duda alguna exactas, y todavía tendremos 
ocasión de confirmarlas más de una vez. Sin embargo, es posible 
que el autor mismo se hiciera cargo de esta deficiencia suya y 
tratara de remediarla insistiendo con especial ahínco en la 
misericordia compasiva de Cristo. Mientras que el apóstol Pablo 
había experimentado en forma muy concreta en el camino de 
Damasco el amor redentor del Hijo de Dios, el autor de la carta a los 
Hebreos tuvo que tomar de la tradición su saber acerca de Cristo y 
reforzarlo con motivos de razón o con pruebas de la Escritura. Por 
consiguiente, aunque sus consideraciones nos hagan de cuando en 
cuando la impresión de algo académico, de nosotros depende el 
actualizarlas.
Entre hombres no sabemos nunca con seguridad cómo enjuician 
nuestras debilidades, si nos reprueban y condenan severamente o 
si lo dejan pasar todo con indiferencia. De Jesús sabemos cuál es 
su posición frente al pecado, pero también sabemos que no rehúsa 
su ayuda a ningún pecador que se dirija a él.

2. NUESTRO SUMO SACERDOTE FUE LLAMADO E INSTITUIDO 
POR DIOS 
(5,4-10).

4 Y nadie recibe este honor por sí mismo, sino llamado por 
Dios, justamente como en el caso de Aarón. 5 Tampoco 
Cristo se confirió a sí mismo la dignidad de sumo sacerdote, 
sino que se la confirió aquel que le dijo: «Hijo mío eres tú, 
hoy te he engendrado yo» (Sal 2,7). O como dice en otro 
pasaje: «Tú eres sacerdote para siempre según el orden de 
Melquisedec» (Sal 110,4). 7 Cristo, en los días de su vida 
mortal, presentó, con gritos y lágrimas, oraciones y súplicas 
al que podía salvarlo de la muerte, y fue escuchado en 
atención a su piedad reverencial. 8 Y aun siendo Hijo, 
aprendió, por lo que padeció, la obediencia, 9 y llevado o la 
consumación, se convirtió, para los que le obedecen, en 
causa, de salvación eterna, proclamado por Dios sumo 
sacerdote según el orden de Melquisedec.

En el Antiguo Testamento hay numerosas historias de vocación o 
llamamiento de Dios18, pero ninguna de ellas habla de vocación al 
sacerdocio. En Israel se era sacerdote por nacimiento, por 
descendencia de una de las familias que desde antiguo habían 
cuidado del culto divino. Evidentemente, se creía que los antiguos 
cabezas de dichas familias habían sido originariamente instituidos 
por Dios en su función, pero una vocación, un llamamiento 
inmediato por parte de Dios no se refiere ni siquiera en el caso de 
Aarón (Ex 28,1). No se puede decir lo mismo de los profetas. A 
éstos se dirigió la palabra de Dios de repente y en forma imprevista. 
Dios los llamó a su servicio cuando, donde y como bien le plugo. 
¿Por qué, pues, el autor de la carta a los Hebreos no se refirió a 
Moisés, Isaías, Jeremías o Ezequiel, los relatos de cuyas vocaciones 
ocupan tan destacado lugar en el Antiguo Testamento, y en cambio 
se fija en la figura tan pálida de Aarón? La respuesta es sencilla. 
Porque «el Cristo» fue investido de hecho de su ministerio celestial 
a la manera de los sacerdotes y no a la manera de los profetas. Lo 
heredó en cierta manera de Dios, que lo engendró como Hijo suyo 
(cf. 1,4.5).
Sin embargo, en la vocación de Jesús como sumo sacerdote no 
falta tampoco el elemento psicológico o, si se prefiere, carismático. 
El Hijo debía todavía llegar a ser en los días de su vida mortal lo que 
de suyo era ya desde la eternidad. La escena del huerto de los 
Olivos, en la que, según la tradición de los sinópticos, llama Jesús a 
Dios Abba y como Hijo se entrega a la voluntad de su Padre19, se 
convierte aquí en símbolo de su entera vida terrena. Tampoco esto 
se dice sin referencia a la situación de la comunidad. En efecto, los 
«gritos y lágrimas» no hacen pensar tanto en las historias de la 
pasión en los Evangelios, como a la ansiedad y desesperación de 
los cristianos que ven en perspectiva una persecución sangrienta. A 
ellos y a nosotros quiere decirnos la carta que sólo la obediencia y 
el temor de Dios (cf. 12,28). despejan el camino para la 
consumación celestial. Ahora bien, caso que la palabra eulabeia 
hubiera de traducirse por «angustia», como lo hacen diferentes 
comentaristas, entonces el difícil versículo habría de entenderse 
así: Dios «escucha», es decir libra, «de la angustia», pero no nos 
dispensa de las amarguras de la muerte.
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18. Por ejemplo, la vocación de Moisés (Ex 3), de Gedeón (Jc 6,11-24), del 
profeta Isaías (Is 6) y de Jeremías (Jr 1,4-10). 
19. Cf. Mc 14,32-42; Mt 26,26-46; Lc 22,40-46.
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II. PIEZA INTERMEDIA: EL ESTADO DE LA COMUNIDAD 
(5,11-6,20).

1. LOS OYENTES SON COMO NIÑOS PEQUEÑOS 
(5/11-14).

11 De esto nos queda mucho por decir y de difícil 
explicación, ya que os habéis hecho torpes de oído. 12 Pues 
realmente, debiendo ser maestros por el tiempo ya pasado, 
os encontráis de nuevo en la necesidad de que os enseñen 
lo elemental de los oráculos divinos, y os habéis vuelto tales, 
que necesitáis leche, no comida sólida. 13 Y todo el que se 
alimenta de leche no tiene experiencia de la doctrina de la 
justicia, porque todavía es niño. 14 La comida sólida es 
propia de adultos, o sea, de los que, a fuerza de practicar, 
tienen desarrollada la sensibilidad para discernir entre lo 
bueno y lo malo.

Jesús es sacerdote según el orden de Melquisedec. El autor, 
antes de explicar a sus lectores lo que significa este título 
misterioso, inserta una larga exhortación para elevar la tensión y 
justificar su intento. Entre los problemas todavía no resueltos de la 
carta a los Hebreos se cuenta éste: ¿Hasta qué punto estaban los 
lectores preparados para seguir el difícil curso de las ideas de la 
carta? En general se supone que el autor quería comunicarles los 
frutos de sus propios estudios sobre la Escritura. En tal caso era 
tanto más necesario despertar el interés y decir a los oyentes 
cuánto les importaba escuchar con atención. De todos modos no 
cabe la menor duda de que los destinatarios de la carta estaban 
mucho más familiarizados que nosotros con algunos conceptos, 
imágenes y representaciones de la misma, que los métodos 
exegéticos del autor no les resultarían tan extraños como a nosotros 
y que, sobre todo, conocían el tenor de la «profesión» que la carta, 
como se echa de ver, se había propuesto interpretar.
Cierto que un problema religioso y moral más importante que la 
circunstancia de la capacidad de comprender era y es la voluntad 
de comprender, es decir, la buena disposición para escuchar y 
aceptar la palabra de la Sagrada Escritura.
En este sentido no da el autor un testimonio muy favorable de la 
comunidad. Si bien la conversión y el bautismo habían quedado ya 
muy atrás, no se puede hablar de madurez y mayoría de edad 
cristiana. Prácticamente había que volver a comenzar desde el 
principio e instruir a los cristianos en los conceptos básicos de su fe. 
Mejor que la comida sólida les sentaba la leche. Como lo muestran 
otros pasajes del Antiguo Testamento (lCor 3,1.2; Pe 2,2), utiliza la 
carta una imagen corriente en la antigüedad y de suyo muy 
comprensible. La dificultad comienza precisamente cuando se 
quiere indicar en concreto qué se entiende en sentido cristiano por 
«leche» y por «comida sólida». Precisamente las verdades 
aparentemente más sencillas y fundamentales se revelan con 
frecuencia como las más difíciles. Y además: cuando falta la 
atención, cuando se ha vuelto uno «torpe de oído», ni siquiera 
aprovechará gran cosa el alimento de los niños de pecho.