EL N.T. Y SU MENSAJE
CARTA A LOS HEBREOS
CAPÍTULO 3-5
FRANZ-JOSEPH SCHIERSE
6. JESÚS, HIJO DE DIOS
(3/01-06).
1 Por lo tanto, hermanos del pueblo santo, que compartís
una vocación celestial, poned vuestro pensamiento en el
apóstol y sumo sacerdote, objeto de nuestra profesión de fe,
a Jesús, 2 que ha sido fiel al que lo constituyó, como a su
vez lo fue Moisés en la casa de Dios. 3 Porque él ha sido
considerado tanto más digno de gloria que Moisés, cuanto
mayor es el honor del propio constructor que la casa misma.
4 Toda casa tiene un constructor; pero el constructor del
universo es Dios. 5 Moisés fue fiel en toda la casa de Dios
en su calidad de mayordomo, para dar testimonio a cosas
que habrán de decirse más tarde. 6 Cristo, por el contrario,
en su calidad de Hijo, está al frente de su propia casa: casa
que somos nosotros, con tal que mantengamos firme hasta
el final la confianza y la gozosa satisfacción de la
esperanza.
CR/CASA-DE-D: La carta lleva adelante su exposición cristológica
no por ella misma, sino para poner un modelo ante los ojos de los
creyentes de ánimo decaído. Deben aprender a poner su
pensamiento en Jesús y a tener así participación en él (cf. 3,14) o
convertirnos en casa de Dios (usando la expresión utilizada en el
texto). «Casa de Dios» es un título honorífico del pueblo de Israel,
de la santa comunidad cultual de la antigua alianza. Ahora han
entrado los cristianos en posesión de la herencia del antiguo pueblo
de Dios, son la casa que Dios se ha preparado, caso que se
mantengan firmes en su vocación celestial con la misma fidelidad
que mostró Cristo para con Dios. Que el autor insista ahora tanto en
la fidelidad del «apóstol 10 y sumo sacerdote... Jesús» y le dedique
incluso una prueba de Escritura que nosotros no podemos seguir ya
en detalle, es cosa que se explica por la situación de la comunidad a
que se dirige.
La fidelidad comienza a flaquear, algunos descuidan ya el asistir a
las asambleas cultuales (cf. 10,25), de aquí a la apostasía de la fe
no hay sino un paso. A la vez no hay que olvidar que la apostasía
de la fe puede producirse de diversas maneras. No sólo mediante la
ruptura abierta con la comunidad de salvación, sino también con
oposición interior, con un comportamiento indigno de la vocación
celestial venida del cielo y que lleva al cielo.
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10. Aquí tenemos el único pasaje del Nuevo Testamento en que se llama
«apóstol» a Jesús. El título, apli cado a Jesús, significa «enviado de Dios» y
responde, por tanto, a los numerosos textos, especialmente del Evangelio de
san Juan que hablan de que el Hijo ha sido enviado por el Padre.
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III. NO ENDUREZCÁIS VUESTROS CORAZONES (3,7-4,13).
1. TEXTO DE SAL /Sal/095/07-11
(3/07-11).
7 Por eso, como dice el Espíritu Santo, «Hoy, si oís su voz,
8 no endurezcáis vuestros corazones como en la rebelión,
el día de la tentación en el desierto,
9 cuando vuestros padres me tentaron
y pusiéronme a prueba,
aunque vieron lo que yo había hecho
10 en cuarenta años.
Por eso me irrité contra esta generacíón;
y dije: Siempre andan desviados en sus corazones,
y no reconocieron mis caminos.
11 Así que juré en mi cólera:
jamás entrarán en mi reposo.»
Del Espíritu Santo proviene el texto que la carta toma como base
de su homilía amonestadora y -como pronto veremos- prometedora.
El mismo Espíritu Santo ha de descubrirnos el sentido de sus
palabras y reblandecer la dureza de nuestros corazones.
La peregrinación del pueblo elegido por el desierto hacia la tierra
prometida, el lugar de reposo de Dios 11, parece haber sido en
fecha muy temprana tema preferido de la primitiva predicación
cristiana. A los corintios, que propendían a la lascivia y a la idolatría,
les había hecho ya presente san Pablo el escarmiento de la
generación del desierto (lCor 10,1-13). Pero, mientras el apóstol
alude directamente a las narraciones del Pentateuco, la carta a los
Hebreos elige la segunda parte del salmo 95 como base para su
homilía. La elección del salmo tiene importancia por cuanto en
conjunto ofrece el carácter de un cántico litúrgico procesional que
invita a entrar en el santuario: «¡Venid, cantemos jubilosamente a
Yahveh; cantemos gozosos a la roca de nuestra salvación!
Lleguémonos a Él con alabanzas, aclamémosle con cánticos. Venid,
postrémonos en tierra ante él; doblemos nuestra rodilla ante
Yahveh, nuestro hacedor» (Sal 95,1.2.6)12 En primer lugar llama la
atención el que esta invitación gozosa y solemne al culto divino esté
asociada con el recuerdo de las fatigas y extravíos del tiempo del
desierto. Pero en realidad las dos ideas no son tan diferentes como
pudiera parecer. En efecto, el acercamiento cultual a la presencia
de Dios sólo tiene valor de signo con respecto a lo que tiene lugar
en el plano profano de ia vida. El que el hombre entre realmente en
el lugar de reposo de Dios no depende precisamente de su
observancia litúrgica, sino de su obediencia a Dios en las pruebas
de la vida cotidiana.
El texto de los Setenta seguido por nuestra carta (como también
en los demás casos), tradujo los toponímicos hebreos de Meribá y
Massá conforme a su sentido etiológico 13. «Rebelión» y
«tentación» (en el sentido de tentar, de «poner a prueba» a Dios)
se convirtieron así como en etapas siempre actuales en la
peregrinación por el desierto de la vida humana.
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11. Cf. Dt 12,9; Is 66,1; 1R 8,56; Sal 134,14; Hch 7,49.
12. La Iglesia utiliza desde antiguo este salmo como «invitatorio» en el rezo
cotidiano de las horas.
13. Numerosas narraciones veterotestamentarias tratan de explicar cómo
surgió el nombre de un lugar. Por eso se designan estas historias como
etiológicas (del griego aitia = causa, motivo); cf. Ex 17,1-17.
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2. GUARDARSE DE LA INCREDULIDAD Y EL PECADO
(3/12-14).
12 Mirad, hermanos, que en ninguno de vosotros se halle
un corazón malvado e incrédulo que lo aparte del Dios vivo;
13 por el contrario, animaos mutuamente cada día, mientras
aquel hoy perdura, sin que ninguno de vosotros se
endurezca por el engaño del pecado. 14 Porque hemos sido
asociados a Cristo, a condición de que mantengamos firme
hasta el final la confianza del principio.
El autor se dirige aquí a la entera comunidad y no, como se podía
prever, a los cristianos que están en peligro de renunciar a su fe.
Como hermanos que son, tienen todos el deber de atender unos a
otros y de cuidarse especialmente de aquellos que no prestan ya
oídos a la voz de Dios. La responsabilidad pastoral incumbe no sólo
a los que «dirigen» (13,17); a todo cristiano se invita a tener los ojos
abiertos cuidando de que no se pierda el hermano, a todos se
confía -como se diría hoy- la función «sacerdotal» de apoyar y
consolar, la paraklesis 14. Una palabra de estímulo o de
amonestación puede actuar contra el endurecimiento del corazón,
ese endurecimiento del alma que vuelve a los hombres amargados,
descontentos y egoístas. El que se deja engañar por el pecado
acaba por perder su vínculo con el Dios viviente, renuncia a la
comunión con Cristo y se aparta de la comunidad de salvación, de
los llamados al reposo celestial de Dios. Aislamiento y soledad son
el destino del que no puede mantener firme la confianza que en un
principio le había dado la fe.
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14. La palabra paraklesis está materialmente relacionada con la función del
Paráclito, el Espíritu Santo «consolador».
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3. CONMINACIÓN A LOS DESOBEDIENTES
(3/15-04/02).
15 Cuando la Escritura dice: «Hoy, si oís su voz, no
endurezcáis vuestros corazones como en la rebelión», 15
¿Quiénes fueron los que escucharon y se rebelaron? ¿No
fueron todos los que salieron de Egipto por la gestión de
Moisés? 17 ¿Y contra quiénes se irritó Dios durante
cuarenta años? ¿No fue contra los que pecaron, cuyos
cadáveres quedaron tirados por el desierto? 18 ¿Y a quiénes
juró que no entrarían en su reposo, sino a los rebeldes? 19 Y
en realidad vemos que, debido a su incredulidad, no
pudieron entrar. (4,1). Así pues, temamos, no sea que, aun
quedando en pie la promesa de entrar en el reposo de Dios,
alguno de vosotros se encuentre con que se ha quedado
atrás. 2 Porque también a nosotros, como a ellos, ha sido
anunciado el Evangelio; pero a ellos no les sirvió de nada la
palabra oída, por no estar, en los que la oyeron, unida con la
fe.
A los israelitas que habían salido de Egipto había jurado Dios que
no entrarían en su lugar de reposo, en la tierra prometida. La carta
a los Hebreos hubiera podido contentarse con sacar de este hecho
referido por la Escritura enseñanzas para la comunidad cristiana.
Pero para el autor no es la Escritura sólo una palabra de otro
tiempo y para otro tiempo, sino una interpelación dirigida
inmediatamente al hoy. Por eso su utilización homilética del texto se
extiende mucho más allá de su mera aplicación moral: quiere
convencer a los lectores, u oyentes, de la actualidad de lo que el
Espíritu Santo anunció anticipadamente. Ahora bien, si el mensaje
conminatorio del salmo 95 sigue estando en vigor, ¿en qué ha de
basar la comunidad cristiana su esperanza de poder entrar en el
descanso de Dios?
En primer lugar pone en claro el autor que la cólera de Dios sólo
se dirigió contra los pecadores, los desobedientes y los incrédulos.
De aquí se sigue que para los creyentes está despejado el camino
que lleva al reposo de Dios. El mensaje conminatorio se convierte
en un mensaje gozoso, en una buena nueva. Nosotros somos el
pueblo de Dios que peregrina, constantemente tentado a
querellarse con Dios, a perder de vista la meta de las promesas y a
no hacer caso de la voluntad de Dios. La auténtica fe, en cambio,
da prueba de sí en la obediencia y en la adhesión imperturbable a
la palabra de Dios. Más aún, la palabra de Dios debe entrar con
nosotros, los oyentes, en una especie de combinación 15 química,
pues, de lo contrario, nos aprovecharía tan poco como a los
israelitas de tiempos de Moisés.
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15. La palabra usada en el texto griego designa siempre un estado de
íntima fusión de dos cosas (por ejemplo: Dn 2,43, mezcla de hierro y barro; 2M
15,39, mezcla de agua y vino). El aglutinante es en nuestro pasaje la fe.
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4. REPOSO DE DIOS Y OBRA DE LOS SEIS DÍAS
(4/03-05).
3 Porque nosotros, los creyentes, vamos entrando en el
reposo, conforme a lo que dijo: «Así que juré en mi ira:
Jamás entrarán en mi reposo»; y eso que las obras de Dios
estaban terminadas ya desde la creación del mundo, 4 pues
del día séptimo la Escritura ha dicho así: «Y en el día
séptimo descansó Dios de todas sus obras» (Gén 2,2). 5 Y lo
mismo en este pasaje: «Jamás entrarán en mi reposo.»
El concepto de reposo (katapausis), en conexión con el salmo 95,
hace pensar en la tierra de Canaán. Allí se habían asentado los
israelitas, después de haber errado sin cesar por el desierto, allí
habían de vivir en reposo y seguridad al abrigo de sus enemigos. El
mismo Dios de la alianza, que había acompañado a su pueblo en la
marcha por el desierto, no tenía ya necesidad de morar en una
tienda, había hallado en el templo su «lugar de reposo» (cf. Is 66,1;
Sal 131,14 ; Act 7,49). Evidentemente, la carta a los Hebreos
trasladó estas imágenes veterotestamentarias a un más allá
celestial. A la comunidad cristiana se le promete un nuevo Canaán
supraterreno, donde un día podrá descansar de todas las fatigas y
tribulaciones de la vida.
En este pasaje interviene todavía otro motivo: el del descanso de
Dios el séptimo día de la creación. Como Dios, al cabo de seis días,
descansó de todas sus obras, también los cristianos, los creyentes,
descansarán una vez de sus obras (cf. Ap 14,13). Pero el texto
quiere decir algo más: no se limita a una mera comparación. Se
trata de la calidad misma del reposo al que se retiró Dios después
de la creación y al que está llamado el pueblo de Dios que
peregrina. A todas luces, la carta no se refiere a una participación
en algún atributo o en algún estado de Dios, sino que alude a la
misma realidad celestial que en otros lugares se designa como
«mundo futuro», «verdadero santuario», «patria celestial» o «ciudad
permanente». El lugar de reposo de Dios es por tanto como una
tierra que está preparada desde el comienzo mismo del mundo. A
nosotros, que conocemos la palabra «reposo» casi exclusivamente
por la liturgia de difuntos y le asociamos la idea de un estado
intermedio del alma separada del cuerpo (o incluso del cadáver que
reposa en el camposanto), puede parecernos un tanto curioso el
empleo del término «reposo» para designar la consumación de la
salvación cristiana. No obstante, si tenemos en cuenta que nuestra
vida, a fuerza de agitación, de desasosiego y de ajetreo, no llega
nunca al reposo, también nosotros miraremos al reposo, a la
katopausis celestial, como a una meta ardientemente deseable.
5. EXHORTACIÓN FINAL
(4/06-11).
6 Y como todavía quedan algunos por entrar en el reposo,
e incluso los primeros a quienes fue anunciado el Evangelio
no entraron, por causa de su rebeldía, 7 vuelve a fijar un día
determinado -hoy-, diciendo por boca de David después de
tanto tiempo, conforme a lo ya dicho: «Hoy, si oís su voz, no
endurezcáis vuestros corazones». 8 Efectivamente, si Josué
los hubiera introducido en el reposo, la Escritura no hablaría
ya de un día posterior a esto. 9 Así que aún le queda al
pueblo de Dios un reposo sabático16. 10 Porque el que
entra en el reposo de Dios, también él descansa de sus
obras, como Dios de las suyas propias. 11 Esforcémonos,
pues, por entrar en aquel reposo, para que nadie caiga en
aquella misma rebeldía.
La homilía vuelve todavía a compendiar, como conclusión, la idea
fundamental y pone en guardia con el mayor empeño contra la
desobediencia, que a los mismos israelitas del tiempo del desierto
les impidió ya entrar en el reposo de Dios. Pero ni siquiera la toma
de posesión de la tierra por Josué condujo a la meta anhelada de
las promesas. El autor demuestra esta afirmación que a nosotros se
nos antoja obvia con un argumento que se encuentra también
algunas veces en san Pablo (por ejemplo: Gál 3,17). Las palabras
del salmo 95 se pronunciaron mucho tiempo después de la toma de
posesión de la tierra de Canaán y por tanto deben referirse a otro
acontecimiento, a otro «hoy». Es posible que desde el punto de
vista de una exégesis científica sea insostenible esta
argumentación; sin embargo, su intención es digna de tenerse en
cuenta. En realidad, el Antiguo Testamento AT/SENTIDO entendido
en sentido cristiano no quiere informar sobre cosas pasadas, sino
que apunta a nuestro futuro, a fin de que nosotros afrontemos el
presente, el «hoy»>. Así la carta a los Hebreos nos instruye para
que oigamos el Antiguo Testamento como una palabra que va
dirigida a nuestra misma vida y nos fuerza a tomar una decisión.
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16.Ya en el Antiguo Testamento se designa el sábado como «día de
reposo» (Ex 35,2; 2M 15,1, y passim).
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6. HIMNO A LA PALABRA DE DIOS
(4/12-13).
12 Porque la palabra de Dios es viva y operante, y más
tajante que una espada de dos filos17: penetra hasta la
división de alma y espíritu, de articulaciones y tuétanos, y
discierne las intenciones y pensamientos del corazón. 13
Nada creado está oculto a su presencia: todo está desnudo y
patente a los ojos de aquel a quien hemos de rendir
cuentas.
PD/FUERZA: El himno se halla al final de la primera parte de la
carta y nos hace volver con el pensamiento al comienzo de la
misma. Dios habló antes por los profetas, ahora ha hablado por su
Hijo. Que nadie tenga en poco su palabra considerándola como
mera palabra y no como obra. ¿A un mundo que, por cierto, no
puede quejarse por falta de palabras -incluso, y sobre todo, de
palabras hermosas, buenas, elevadas y devotas-, no tiene Dios otra
cosa que ofrecerle que su palabra? Cierto que Dios no se ha
contentado sólo con hablar: calló en la muerte de su propio Hijo,
pero este callar sangriento «habla más elocuentemente que la
sangre de Abel» (12,24), y así se nos remite de nuevo a la palabra,
flaca e impotente desde el punto de vista humano. Sólo la fe sabe
qué fuerza, qué vida reside en la palabra de Dios, y sabe que esta
palabra es el poder decisivo de este mundo. Aunque mil veces sea
desoída, ignorada, no se le haga el menor caso y se cometan
acciones que la dejen en mal lugar, alguna vez llega para cada cual
la hora de la verdad, cuando la palabra humillada y despreciada
viene a pedirle cuentas.
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17. También Ef 6,17 compara la «palabra de Dios» con una «espada del
Espíritu». Cf. también la espada de dos filos que sale de la boca del Hijo del
hombre en el cielo (Ap 1,16).
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Parte segunda
EL SUMO SACERDOCIO DE JESÚS
4,14-10,31
La gran pieza central de la carta está encerrada entre dos
paréntesis (4,14-16 y 10,19-31), que sustancialmente suenan lo
mismo y que nos dan a conocer las intenciones que persigue el
autor con sus reflexiones, en parte bastante difíciles: en la
convicción de que tenemos «un gran sumo sacerdote que ha
atravesado los cielos» (4,14), que con su sangre nos facilitó la
entrada al verdadero «lugar santísimo» (10,19-21), debemos
«mantener firme nuestra profesión (de la esperanza» (4,14; 10,23),
y «acercarnos con confianza al trono de la gracia» (4,16; cf. 10,22).
Se trata, por tanto, de nuevo de la firmeza y fidelidad en la fe, de la
actuación gozosa en el culto (10,25) y en la corrección fraterna,
encaminada al amor y a las buenas obras (10,24).
I JESÚS; NUESTRO SUMO SACERDOTE (4,14-5,10)
1. TENEMOS UN SUMO SACERDOTE QUE SIENTE CON
NOSOTROS
(4, 14-5, 3).
14 Teniendo, pues, un gran sumo sacerdote que ha
atravesado los cielos, Jesús, el Hijo de Dios, mantengamos
firme nuestra profesión. 15 Porque no tenemos un sumo
sacerdote incapaz de compartir el peso de nuestras
debilidades, sino al contrario: tentado en todo, como
semejante nuestro que es, pero sin pecado. 16
Acerquémonos, pues, con confianza al trono de la gracia,
para que obtengamos misericordia y hallemos gracia para
ser socorridos en el momento oportuno. 5,1 Porque todo
sumo sacerdote, tomado de entre los hombres, está puesto
para representar a los hombres en los relaciones con Dios,
para ofrecer dones y sacrificios por los pecados. 2 Él puede
sentir indulgente compasión hacia los ignorantes y
extraviados, ya que él mismo está envuelto en debilidades. 3
A causa de ellas, tiene que ofrecer sacrificios por sus propios
pecados, como por los del pueblo.
Nuestra carta no está compuesta como un artículo científico, que
va exponiendo una idea tras otra con rigurosa sucesión lógica. La
carta se asemeja más bien a una sinfonía, en la que los temas y
motivos están entrelazados con maestría. Así, el motivo del sumo
sacerdote misericordioso se dejó ya oír brevemente al principio
(2,17), luego desapareció, y ahora vuelve a desarrollarse
ampliamente como primera motivación del marco parenético en que
está encerrada la gran pieza central. Debemos mantener
firmemente nuestra profesión y, con confianza, es decir, sin temor,
con la seguridad de ser escuchados, acercarnos al trono de la
gracia, porque nuestro sumo sacerdote, no obstante su elevación
celestial, tiene un corazón que siente con nosotros.
Repetidas veces se ha observado que el autor de la carta a los
Hebreos no manifiesta esa entrañable familiaridad con Cristo que
distingue tan señaladamente las cartas del apóstol Pablo. La
imagen de Cristo de nuestra carta es como un icono: tiene rasgos
solemnes, cultuales, parece proceder más de una especulación
erudita sobre la Escritura, que de experiencia viva de la fe. Tales
observaciones son sin duda alguna exactas, y todavía tendremos
ocasión de confirmarlas más de una vez. Sin embargo, es posible
que el autor mismo se hiciera cargo de esta deficiencia suya y
tratara de remediarla insistiendo con especial ahínco en la
misericordia compasiva de Cristo. Mientras que el apóstol Pablo
había experimentado en forma muy concreta en el camino de
Damasco el amor redentor del Hijo de Dios, el autor de la carta a los
Hebreos tuvo que tomar de la tradición su saber acerca de Cristo y
reforzarlo con motivos de razón o con pruebas de la Escritura. Por
consiguiente, aunque sus consideraciones nos hagan de cuando en
cuando la impresión de algo académico, de nosotros depende el
actualizarlas.
Entre hombres no sabemos nunca con seguridad cómo enjuician
nuestras debilidades, si nos reprueban y condenan severamente o
si lo dejan pasar todo con indiferencia. De Jesús sabemos cuál es
su posición frente al pecado, pero también sabemos que no rehúsa
su ayuda a ningún pecador que se dirija a él.
2. NUESTRO SUMO SACERDOTE FUE LLAMADO E INSTITUIDO
POR DIOS
(5,4-10).
4 Y nadie recibe este honor por sí mismo, sino llamado por
Dios, justamente como en el caso de Aarón. 5 Tampoco
Cristo se confirió a sí mismo la dignidad de sumo sacerdote,
sino que se la confirió aquel que le dijo: «Hijo mío eres tú,
hoy te he engendrado yo» (Sal 2,7). O como dice en otro
pasaje: «Tú eres sacerdote para siempre según el orden de
Melquisedec» (Sal 110,4). 7 Cristo, en los días de su vida
mortal, presentó, con gritos y lágrimas, oraciones y súplicas
al que podía salvarlo de la muerte, y fue escuchado en
atención a su piedad reverencial. 8 Y aun siendo Hijo,
aprendió, por lo que padeció, la obediencia, 9 y llevado o la
consumación, se convirtió, para los que le obedecen, en
causa, de salvación eterna, proclamado por Dios sumo
sacerdote según el orden de Melquisedec.
En el Antiguo Testamento hay numerosas historias de vocación o
llamamiento de Dios18, pero ninguna de ellas habla de vocación al
sacerdocio. En Israel se era sacerdote por nacimiento, por
descendencia de una de las familias que desde antiguo habían
cuidado del culto divino. Evidentemente, se creía que los antiguos
cabezas de dichas familias habían sido originariamente instituidos
por Dios en su función, pero una vocación, un llamamiento
inmediato por parte de Dios no se refiere ni siquiera en el caso de
Aarón (Ex 28,1). No se puede decir lo mismo de los profetas. A
éstos se dirigió la palabra de Dios de repente y en forma imprevista.
Dios los llamó a su servicio cuando, donde y como bien le plugo.
¿Por qué, pues, el autor de la carta a los Hebreos no se refirió a
Moisés, Isaías, Jeremías o Ezequiel, los relatos de cuyas vocaciones
ocupan tan destacado lugar en el Antiguo Testamento, y en cambio
se fija en la figura tan pálida de Aarón? La respuesta es sencilla.
Porque «el Cristo» fue investido de hecho de su ministerio celestial
a la manera de los sacerdotes y no a la manera de los profetas. Lo
heredó en cierta manera de Dios, que lo engendró como Hijo suyo
(cf. 1,4.5).
Sin embargo, en la vocación de Jesús como sumo sacerdote no
falta tampoco el elemento psicológico o, si se prefiere, carismático.
El Hijo debía todavía llegar a ser en los días de su vida mortal lo que
de suyo era ya desde la eternidad. La escena del huerto de los
Olivos, en la que, según la tradición de los sinópticos, llama Jesús a
Dios Abba y como Hijo se entrega a la voluntad de su Padre19, se
convierte aquí en símbolo de su entera vida terrena. Tampoco esto
se dice sin referencia a la situación de la comunidad. En efecto, los
«gritos y lágrimas» no hacen pensar tanto en las historias de la
pasión en los Evangelios, como a la ansiedad y desesperación de
los cristianos que ven en perspectiva una persecución sangrienta. A
ellos y a nosotros quiere decirnos la carta que sólo la obediencia y
el temor de Dios (cf. 12,28). despejan el camino para la
consumación celestial. Ahora bien, caso que la palabra eulabeia
hubiera de traducirse por «angustia», como lo hacen diferentes
comentaristas, entonces el difícil versículo habría de entenderse
así: Dios «escucha», es decir libra, «de la angustia», pero no nos
dispensa de las amarguras de la muerte.
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18. Por ejemplo, la vocación de Moisés (Ex 3), de Gedeón (Jc 6,11-24), del
profeta Isaías (Is 6) y de Jeremías (Jr 1,4-10).
19. Cf. Mc 14,32-42; Mt 26,26-46; Lc 22,40-46.
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II. PIEZA INTERMEDIA: EL ESTADO DE LA COMUNIDAD
(5,11-6,20).
1. LOS OYENTES SON COMO NIÑOS PEQUEÑOS
(5/11-14).
11 De esto nos queda mucho por decir y de difícil
explicación, ya que os habéis hecho torpes de oído. 12 Pues
realmente, debiendo ser maestros por el tiempo ya pasado,
os encontráis de nuevo en la necesidad de que os enseñen
lo elemental de los oráculos divinos, y os habéis vuelto tales,
que necesitáis leche, no comida sólida. 13 Y todo el que se
alimenta de leche no tiene experiencia de la doctrina de la
justicia, porque todavía es niño. 14 La comida sólida es
propia de adultos, o sea, de los que, a fuerza de practicar,
tienen desarrollada la sensibilidad para discernir entre lo
bueno y lo malo.
Jesús es sacerdote según el orden de Melquisedec. El autor,
antes de explicar a sus lectores lo que significa este título
misterioso, inserta una larga exhortación para elevar la tensión y
justificar su intento. Entre los problemas todavía no resueltos de la
carta a los Hebreos se cuenta éste: ¿Hasta qué punto estaban los
lectores preparados para seguir el difícil curso de las ideas de la
carta? En general se supone que el autor quería comunicarles los
frutos de sus propios estudios sobre la Escritura. En tal caso era
tanto más necesario despertar el interés y decir a los oyentes
cuánto les importaba escuchar con atención. De todos modos no
cabe la menor duda de que los destinatarios de la carta estaban
mucho más familiarizados que nosotros con algunos conceptos,
imágenes y representaciones de la misma, que los métodos
exegéticos del autor no les resultarían tan extraños como a nosotros
y que, sobre todo, conocían el tenor de la «profesión» que la carta,
como se echa de ver, se había propuesto interpretar.
Cierto que un problema religioso y moral más importante que la
circunstancia de la capacidad de comprender era y es la voluntad
de comprender, es decir, la buena disposición para escuchar y
aceptar la palabra de la Sagrada Escritura.
En este sentido no da el autor un testimonio muy favorable de la
comunidad. Si bien la conversión y el bautismo habían quedado ya
muy atrás, no se puede hablar de madurez y mayoría de edad
cristiana. Prácticamente había que volver a comenzar desde el
principio e instruir a los cristianos en los conceptos básicos de su fe.
Mejor que la comida sólida les sentaba la leche. Como lo muestran
otros pasajes del Antiguo Testamento (lCor 3,1.2; Pe 2,2), utiliza la
carta una imagen corriente en la antigüedad y de suyo muy
comprensible. La dificultad comienza precisamente cuando se
quiere indicar en concreto qué se entiende en sentido cristiano por
«leche» y por «comida sólida». Precisamente las verdades
aparentemente más sencillas y fundamentales se revelan con
frecuencia como las más difíciles. Y además: cuando falta la
atención, cuando se ha vuelto uno «torpe de oído», ni siquiera
aprovechará gran cosa el alimento de los niños de pecho.