EL N.T. Y SU MENSAJE
CARTA A LOS
HEBREOS
CAPÍTULO 2
FRANZ-JOSEPH SCHIERSE
5. EXHORTACIÓN A NO RECHAZAR LA SALVACIÓN
(2/01-04).
1 Por eso tenemos que prestar la mayor atención a lo que
hemos oído, para no extraviarnos. 2 Porque, si la palabra
pronunciada por medio de ángeles resultó válida, hasta el
punto de que toda transgresión y desobediencia recibió su
justo merecido, 3 ¿cómo podremos nosotros escaparnos, si
descuidamos una salvación tan grande? Esta salvación fue
inaugurada por la predicación del Señor; y los que la
escucharon nos la confirmaron a nosotros; 4 y el mismo Dios
abonaba el testimonio de éstos con señales, prodigios, toda
suerte de milagros y dones del Espíritu Santo, repartidos
según su voluntad 7.
Recordemos que la misteriosa representación de la entronización
de Cristo no era en el fondo sino una disgresión, una desviación,
que sencillamente interrumpía el pensamiento capital de la
revelación, al final de los tiempos, de la palabra de Dios en su Hijo.
La carta vuelve por tanto a su verdadero tema y le da su última
expresión al exhortar ahora a los lectores, u oyentes, a prestar más
atención al anuncio de la salvación. Aquí observamos y admiramos
por primera vez la técnica de la contraposición de la antigua y de la
nueva alianza. La «palabra pronunciada por medio de los ángeles»
-se entiende, la ley- se contrapone a la «salvación» inaugurada por
«la predicación del Señor»; la «transgresión y desobediencia» se
contrapone al no preocuparse, al descuidar la salvación. Desde el
punto de vista moral es posible que una transgresión de la ley sea
más grave que la indiferencia del cristiano con respecto al mensaje
de salvación. Precisamente entre los cristianos tibios y liberales se
dan también personas muy decentes y honradas que se guardan
muy cuidadosamente de toda transgresión burda de la ley moral.
Nuestra carta no lo niega, pero lo que afirma es que el hombre,
repudiando el Evangelio o desinteresándose por la fe se expone a
un peligro incomparablemente mayor de fallar la meta de su vida.
Puede ser llevado a la deriva, como un nadador que quiere cruzar
una corriente impetuosa y no logra llegar a la orilla salvadora. Pero
¿por qué hay necesariamente que llegar a la otra orilla? ¿No es
mejor dejarse sencillamente arrastrar por la corriente del destino?
Quien así pregunta tiene por ilusoria toda fe en la salvación, ve en
la muerte y en el pecado realidades inevitables con las que hay que
conformarse.
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7. Cf. 2Co 12,12; Rm 15,l9; Act 5,12; Mc
16,20. Una predicación que no se
acredita con hechos carismáticos está por lo regular condenada a quedar sin
efecto.
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II. TENGAMOS CONFIANZA (2,5-3,6).
1. DOMINIO SOBRE EL MUNDO FUTURO
(2/05-08).
5 Porque no fue a unos ángeles a los que sometió el
mundo futuro del que venimos hablando. 6 De esto hay un
testimonio que dice: «¿Qué es el hombre para que de él te
acuerdes; o el hijo de hombre, para que te preocupes de él?
7 Por un momento lo pusiste en nivel inferior al de los
ángeles, pero lo coronaste de gloria y honor: 8 todo lo
sometiste bajo sus pies» (Sal 8,5-7).
Ahora bien, al sometérselo todo, nada le dejó sin someter.
Por ahora, todavía no vemos que le esté sometido todo.
Nuestra carta va a hablar del mundo futuro. Cierto que no lo
hace, como los apocalipsis judíos y más tarde los cristianos, por
curiosidad intempestiva, para escudriñar los misterios de Dios y de
su mundo del más allá. Lo que le importa es la fe activa de sus
oyentes, fatigados ya e invadidos por la duda. Por esto pueden
variar los nombres y las imágenes bajo los que aparece la meta de
la promesa: casa de Dios, reposo de Dios, santuario ideal, patria
celestial, ciudad futura- con tal que los creyentes sepan que en este
mundo no son vanos la fatiga, el sufrimiento y ni siquiera la muerte.
Lo que hace que la doctrina del futuro en
la carta a los Hebreos se distinga de otras representaciones
corrientes del más allá, es el carácter acentuadamente humano de
la salud que se espera. El mundo futuro no está concebido ni hecho
para ángeles, sino para hombres. Que nadie piense por tanto que lo
que promete la fe es un mundo lejano y extraño de espíritus, en el
que sólo puedan sentirse a gusto ángeles y santos. A todos
nosotros, pequeños e insignificantes habitantes de la tierra, que nos
sentimos como perdidos a la vista de las inmensidades del cosmos,
a nosotros se aplican las palabras de Dios en el salmo 8, ese himno
a la gloria del hombre. Si ya el salmista, con su limitado
conocimiento del mundo de la naturaleza, se asombraba
sinceramente de que Dios -que había creado sus obras de
admirable grandeza, que había colocado el sol, la luna y las
estrellas en la esfera celeste- se cuidara del hombre tan
insignificante, ¡cuánta más razón tenemos hoy nosotros de
reflexionar sobre la posición del hombre en el cosmos! Los éxitos
espaciales que frisan en lo fantástico han revelado en forma
espectacular la inminencia e inmanencia del hombre en el universo.
¿Dónde está el «mundo futuro», en el que todo está realmente
sometido al hombre? Todavía está por ver la salvación que promete
la palabra de Dios.
2. EN JESÚS SE HA CUMPLIDO LA PROMESA DEL SALMO 8
(2/09-10).
9 Pero a aquel que fue puesto por un momento en nivel
inferior al de los ángeles por los padecimientos de la muerte,
a Jesús, lo contemplamos coronado de gloria y honor, de
suerte que, por la gracia de Dios, experimentó la muerte en
beneficio de cada uno. 10 Porque convenía que aquel que
es origen y causa de todo, al conducir a la gloria la multitud
de los hijos, llevara al autor de la salvación de éstos hasta la
perfección por medio del sufrimiento.
La invisibilidad de la salvación no es absoluta. Para la fe, algo
está ya a la vista: la cruz y la exaltación de Jesús. El autor pudo ver
retratada en el salmo 8 la historia de Jesús, su camino que por la
humillación lo conduce a la gloria celestial 8, porque a la indicación
cualitativa del texto original («un poco inferior a los ángeles») le da
un sentido más bien temporal («por un momento»). Ahora bien, tal
interpretación presupone que en Jesús se ve al hombre por
antonomasia, al prototipo del hombre, cuya suerte es típica y
normativa para todos los demás hombres. Así pues, lo que sucedió
a Jesús no puede ser indiferente a nadie. Entre él y nosotros existe
una comunidad de ser y de destino, a la que nadie se puede
sustraer. Este mensaje entraña gran consuelo para los cristianos
amenazados de sufrimientos y persecuciones. Precisamente lo que
a ellos, desde un punto de vista terreno, los abrumaba y
atormentaba, les aseguraba la certeza de la futura salvación.
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8. Sal 8,7 se interpreta también en
lCor 15,27 en sentido de la soberanía de
Cristo al final de los tiempos.
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3. CRISTO Y SUS HERMANOS, UNA COMUNIDAD CULTUAL
(2/11-13).
11 Además, tanto el que santifica como los santificados
tienen todos el mismo origen; y por esto precisamente no se
avergüenza de llamarlos hermanos, 12 cuando dice:
«Anunciaré tu nombre a mis hermanos; en plena asamblea
te cantaré himnos» (Sal 22,23). 13 Y en otro pasaje: «Yo
pondré en él mi confianza» (Is 8,17) y también: «Aquí
estamos: yo y los hijos que Dios me dio» (Is 8,18).
La comunidad entre Jesús, «santo», y los hombres pecadores
necesitados de santificación, se basa en el origen común de Dios. El
Hijo y los hijos son hermanos desde la eternidad 9. Bajo las
palabras que suenan como algo misterioso aparece visible la idea
fundamental de la carta entera: la comunidad cultual de los
creyentes que se acerca al trono de Dios, guiada por su sumo
sacerdote, Jesús. Es conveniente saber que el que nos quita el
pecado y nos libra del temor de la muerte es nuestro hermano. Y
aunque no le faltaría razón de avergonzarse de nosotros, nos
presenta a Dios como sus hermanos. El sentido de la cita tomada de
Is 8,17, no resulta muy claro. Quizá quería el autor recordarnos la
confianza en Dios que mostró Jesús en sus sufrimientos en la cruz,
como modelo para los cristianos, que en vista de las tentaciones y
sufrimientos, están en peligro de vacilar.
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9. Según la concepción de la carta a
los Hebreos, el Hijo eterno de Dios no
viene a ser precisamente por la encarnación hermano de todos los hombres,
que Dios le «dio» (cf. Jn 17,6). Por el contrario, el Hijo toma más bien
carne y
sangre porque sus hermanos han caído en la esclavitud del demonio y de la
muerte.
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4. EL HlJO DE DIOS TOMA SOBRE SI LA CONDICIÓN
DEL
HOMBRE
(2/14-15).
14 Y como los hijos comparten la sangre y la carne, de
igual modo él participó de ambas, para que así, por la
muerte, destruyera al que tenía el dominio de la muerte, o
sea, al diablo, 15 y liberara a los que, por miedo a la muerte,
estaban de por vida sometidos a esclavitud.
La carne y la sangre son los distintivos de la existencia terrestre,
son las esferas de la muerte. Nuestra carta considera la muerte
como un hecho antinatural, contrario a Dios, como prueba de que el
mundo está bajo el dominio del diablo. La certeza ineludible de la
muerte produce temor y no permite que surja en el hombre el
sentimiento de verdadera libertad. No sin razón se ha dicho que
esta descripción de la situación humana responde a una concepción
existencial de la vida. Sin embargo, se da también con frecuencia
otra actitud frente a la muerte: el vivir y morir con la mayor
inconsciencia, el renunciar a la ligera a asegurarse el futuro. A este
peligro está expuesta sobre todo una fe cristiana en el más allá
convertida en pura fórmula.
5. JESÚS, SUMO SACERDOTE MISERICORDIOSO Y FIEL
(2/16-18).
16 Y en efecto, no viene en ayuda de los ángeles, sino de
la descendencia de Abraham. 17 De aquí que tuviera que
ser asemejado en todo a sus hermanos, para llegar a ser
sumo sacerdote misericordioso y fiel en las relaciones con
Dios, a fin de expiar los pecados del pueblo. 18 Porque en la
medida en que él mismo ha sufrido la prueba, puede ayudar
a los que ahora son tentados.
La carta ha llegado a su auténtico tema. En el Hijo de Dios, que tomó carne
y sangre y se hizo semejante a nosotros en todos los aspectos, se
nos ha dado un sumo sacerdote, en cuya misericordia Y fidelidad
podemos apoyarnos. Él mismo sufrió (cosa que nosotros tememos);
él fue tentado (y superó la tentación, cosa que nosotros no
podemos decir siempre de nosotros mismos); tiene poder para
ayudarnos cuando nadie puede ayudarnos, en la soledad del
pecado y de la muerte. Y otra cosa que no debemos tampoco
olvidar: la tentación en sentido bíblico no amenaza sólo cuando nos
atrae algo prohibido, sino también -y esto es con frecuencia todavía
peor-, cuando el hombre se ve asaltado por el desaliento y por la
sensación abrumadora de vacío total.