CAPÍTULO 4
4. REPOSO DE DIOS Y OBRA DE LOS SEIS DÍAS (4/03-05).
1 y 2 en el cap. anterior
3 Porque nosotros, los creyentes, vamos entrando en el reposo, conforme a
lo que dijo: «Así que juré en mi ira: Jamás entrarán en mi reposo»; y eso que
las obras de Dios estaban terminadas ya desde la creación del mundo, 4 pues del
día séptimo la Escritura ha dicho así: «Y en el día séptimo descansó Dios de
todas sus obras» (Gén 2,2). 5 Y lo mismo en este pasaje: «Jamás entrarán en mi
reposo.»
El concepto de reposo (katapausis), en conexión con el salmo 95, hace pensar en la tierra de Canaán. Allí se habían asentado los israelitas, después de haber errado sin cesar por el desierto, allí habían de vivir en reposo y seguridad al abrigo de sus enemigos. El mismo Dios de la alianza, que había acompañado a su pueblo en la marcha por el desierto, no tenía ya necesidad de morar en una tienda, había hallado en el templo su «lugar de reposo» (cf. Is 66,1; Sal 131,14 ; Act 7,49). Evidentemente, la carta a los Hebreos trasladó estas imágenes veterotestamentarias a un más allá celestial. A la comunidad cristiana se le promete un nuevo Canaán supraterreno, donde un día podrá descansar de todas las fatigas y tribulaciones de la vida.
En este pasaje interviene todavía otro motivo: el del descanso de Dios el séptimo día de la creación. Como Dios, al cabo de seis días, descansó de todas sus obras, también los cristianos, los creyentes, descansarán una vez de sus obras (cf. Ap 14,13). Pero el texto quiere decir algo más: no se limita a una mera comparación. Se trata de la calidad misma del reposo al que se retiró Dios después de la creación y al que está llamado el pueblo de Dios que peregrina. A todas luces, la carta no se refiere a una participación en algún atributo o en algún estado de Dios, sino que alude a la misma realidad celestial que en otros lugares se designa como «mundo futuro», «verdadero santuario», «patria celestial» o «ciudad permanente». El lugar de reposo de Dios es por tanto como una tierra que está preparada desde el comienzo mismo del mundo. A nosotros, que conocemos la palabra «reposo» casi exclusivamente por la liturgia de difuntos y le asociamos la idea de un estado intermedio del alma separada del cuerpo (o incluso del cadáver que reposa en el camposanto), puede parecernos un tanto curioso el empleo del término «reposo» para designar la consumación de la salvación cristiana. No obstante, si tenemos en cuenta que nuestra vida, a fuerza de agitación, de desasosiego y de ajetreo, no llega nunca al reposo, también nosotros miraremos al reposo, a la katopausis celestial, como a una meta ardientemente deseable.
5. EXHORTACIÓN FINAL (4/06-11).
6 Y como todavía quedan algunos por entrar en el reposo, e incluso los primeros a quienes fue anunciado el Evangelio no entraron, por causa de su rebeldía, 7 vuelve a fijar un día determinado -hoy-, diciendo por boca de David después de tanto tiempo, conforme a lo ya dicho: «Hoy, si oís su voz, no endurezcáis vuestros corazones». 8 Efectivamente, si Josué los hubiera introducido en el reposo, la Escritura no hablaría ya de un día posterior a esto. 9 Así que aún le queda al pueblo de Dios un reposo sabático16. 10 Porque el que entra en el reposo de Dios, también él descansa de sus obras, como Dios de las suyas propias. 11 Esforcémonos, pues, por entrar en aquel reposo, para que nadie caiga en aquella misma rebeldía.
La homilía vuelve todavía a compendiar, como
conclusión, la idea fundamental y pone en guardia con el mayor empeño contra la
desobediencia, que a los mismos israelitas del tiempo del desierto les impidió
ya entrar en el reposo de Dios. Pero ni siquiera la toma de posesión de la
tierra por Josué condujo a la meta anhelada de las promesas. El autor demuestra
esta afirmación que a nosotros se nos antoja obvia con un argumento que se
encuentra también algunas veces en san Pablo (por ejemplo: Gál 3,17). Las
palabras del salmo 95 se pronunciaron mucho tiempo después de la toma de
posesión de la tierra de Canaán y por tanto deben referirse a otro
acontecimiento, a otro «hoy». Es posible que desde el punto de vista de una
exégesis científica sea insostenible esta argumentación; sin embargo, su
intención es digna de tenerse en cuenta. En realidad, el Antiguo Testamento
entendido en sentido cristiano no quiere informar sobre cosas pasadas, sino que
apunta a nuestro futuro, a fin de que nosotros afrontemos el presente, el
«hoy»>. Así la carta a los Hebreos nos instruye para que oigamos el Antiguo
Testamento como una palabra que va dirigida a nuestra misma vida y nos fuerza a
tomar una decisión.
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16.Ya en el Antiguo Testamento se
designa el sábado como «día de reposo» (Ex 35,2; 2M 15,1, y passim).
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6. HIMNO A LA PALABRA DE DIOS (4/12-13).
12 Porque la palabra de Dios es viva y operante, y más tajante que una espada de dos filos17: penetra hasta la división de alma y espíritu, de articulaciones y tuétanos, y discierne las intenciones y pensamientos del corazón. 13 Nada creado está oculto a su presencia: todo está desnudo y patente a los ojos de aquel a quien hemos de rendir cuentas.
PD/FUERZA:
El himno se halla al final de la primera parte de la carta y nos hace volver con
el pensamiento al comienzo de la misma. Dios habló antes por los profetas, ahora
ha hablado por su Hijo. Que nadie tenga en poco su palabra considerándola como
mera palabra y no como obra. ¿A un mundo que, por cierto, no puede quejarse por
falta de palabras -incluso, y sobre todo, de palabras hermosas, buenas, elevadas
y devotas-, no tiene Dios otra cosa que ofrecerle que su palabra? Cierto que
Dios no se ha contentado sólo con hablar: calló en la muerte de su propio Hijo,
pero este callar sangriento «habla más elocuentemente que la sangre de Abel»
(12,24), y así se nos remite de nuevo a la palabra, flaca e impotente desde el
punto de vista humano. Sólo la fe sabe qué fuerza, qué vida reside en la palabra
de Dios, y sabe que esta palabra es el poder decisivo de este mundo. Aunque mil
veces sea desoída, ignorada, no se le haga el menor caso y se cometan acciones
que la dejen en mal lugar, alguna vez llega para cada cual la hora de la verdad,
cuando la palabra humillada y despreciada viene a pedirle cuentas.
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17. También Ef 6,17 compara la «palabra
de Dios» con una «espada del Espíritu». Cf. también la espada de dos filos que
sale de la boca del Hijo del hombre en el cielo (Ap 1,16).
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Parte segunda
EL SUMO SACERDOCIO DE JESÚS 4,14-10,31
La gran pieza central de la carta está encerrada entre dos paréntesis (4,14-16 y 10,19-31), que sustancialmente suenan lo mismo y que nos dan a conocer las intenciones que persigue el autor con sus reflexiones, en parte bastante difíciles: en la convicción de que tenemos «un gran sumo sacerdote que ha atravesado los cielos» (4,14), que con su sangre nos facilitó la entrada al verdadero «lugar santísimo» (10,19-21), debemos «mantener firme nuestra profesión (de la esperanza» (4,14; 10,23), y «acercarnos con confianza al trono de la gracia» (4,16; cf. 10,22). Se trata, por tanto, de nuevo de la firmeza y fidelidad en la fe, de la actuación gozosa en el culto (10,25) y en la corrección fraterna, encaminada al amor y a las buenas obras (10,24).
I JESÚS; NUESTRO SUMO SACERDOTE (4,14-5,10)
1. TENEMOS UN SUMO SACERDOTE QUE SIENTE CON NOSOTROS (4, 14-5, 3).
14 Teniendo, pues, un gran sumo sacerdote que ha atravesado los cielos, Jesús, el Hijo de Dios, mantengamos firme nuestra profesión. 15 Porque no tenemos un sumo sacerdote incapaz de compartir el peso de nuestras debilidades, sino al contrario: tentado en todo, como semejante nuestro que es, pero sin pecado. 16 Acerquémonos, pues, con confianza al trono de la gracia, para que obtengamos misericordia y hallemos gracia para ser socorridos en el momento oportuno.
5,1 Porque todo sumo sacerdote, tomado de entre los hombres, está puesto para representar a los hombres en los relaciones con Dios, para ofrecer dones y sacrificios por los pecados. 2 Él puede sentir indulgente compasión hacia los ignorantes y extraviados, ya que él mismo está envuelto en debilidades. 3 A causa de ellas, tiene que ofrecer sacrificios por sus propios pecados, como por los del pueblo.
Nuestra carta no está compuesta como un artículo científico, que va exponiendo una idea tras otra con rigurosa sucesión lógica. La carta se asemeja más bien a una sinfonía, en la que los temas y motivos están entrelazados con maestría. Así, el motivo del sumo sacerdote misericordioso se dejó ya oír brevemente al principio (2,17), luego desapareció, y ahora vuelve a desarrollarse ampliamente como primera motivación del marco parenético en que está encerrada la gran pieza central. Debemos mantener firmemente nuestra profesión y, con confianza, es decir, sin temor, con la seguridad de ser escuchados, acercarnos al trono de la gracia, porque nuestro sumo sacerdote, no obstante su elevación celestial, tiene un corazón que siente con nosotros.
Repetidas veces se ha observado que el autor de la carta a los Hebreos no manifiesta esa entrañable familiaridad con Cristo que distingue tan señaladamente las cartas del apóstol Pablo. La imagen de Cristo de nuestra carta es como un icono: tiene rasgos solemnes, cultuales, parece proceder más de una especulación erudita sobre la Escritura, que de experiencia viva de la fe. Tales observaciones son sin duda alguna exactas, y todavía tendremos ocasión de confirmarlas más de una vez. Sin embargo, es posible que el autor mismo se hiciera cargo de esta deficiencia suya y tratara de remediarla insistiendo con especial ahínco en la misericordia compasiva de Cristo. Mientras que el apóstol Pablo había experimentado en forma muy concreta en el camino de Damasco el amor redentor del Hijo de Dios, el autor de la carta a los Hebreos tuvo que tomar de la tradición su saber acerca de Cristo y reforzarlo con motivos de razón o con pruebas de la Escritura. Por consiguiente, aunque sus consideraciones nos hagan de cuando en cuando la impresión de algo académico, de nosotros depende el actualizarlas.
Entre hombres no sabemos nunca con seguridad cómo enjuician nuestras debilidades, si nos reprueban y condenan severamente o si lo dejan pasar todo con indiferencia. De Jesús sabemos cuál es su posición frente al pecado, pero también sabemos que no rehúsa su ayuda a ningún pecador que se dirija a él.