CAPÍTULO 3
6. JESÚS, HIJO DE DIOS (3/01-06).
1 Por lo tanto, hermanos del pueblo santo, que compartís una vocación celestial, poned vuestro pensamiento en el apóstol y sumo sacerdote, objeto de nuestra profesión de fe, a Jesús, 2 que ha sido fiel al que lo constituyó, como a su vez lo fue Moisés en la casa de Dios. 3 Porque él ha sido considerado tanto más digno de gloria que Moisés, cuanto mayor es el honor del propio constructor que la casa misma. 4 Toda casa tiene un constructor; pero el constructor del universo es Dios. 5 Moisés fue fiel en toda la casa de Dios en su calidad de mayordomo, para dar testimonio a cosas que habrán de decirse más tarde. 6 Cristo, por el contrario, en su calidad de Hijo, está al frente de su propia casa: casa que somos nosotros, con tal que mantengamos firme hasta el final la confianza y la gozosa satisfacción de la esperanza.
La carta lleva adelante su exposición cristológica no por ella misma, sino para poner un modelo ante los ojos de los creyentes de ánimo decaído. Deben aprender a poner su pensamiento en Jesús y a tener así participación en él (cf. 3,14) o convertirnos en casa de Dios (usando la expresión utilizada en el texto). «Casa de Dios» es un título honorífico del pueblo de Israel, de la santa comunidad cultual de la antigua alianza. Ahora han entrado los cristianos en posesión de la herencia del antiguo pueblo de Dios, son la casa que Dios se ha preparado, caso que se mantengan firmes en su vocación celestial con la misma fidelidad que mostró Cristo para con Dios. Que el autor insista ahora tanto en la fidelidad del «apóstol 10 y sumo sacerdote... Jesús» y le dedique incluso una prueba de Escritura que nosotros no podemos seguir ya en detalle, es cosa que se explica por la situación de la comunidad a que se dirige.
La fidelidad comienza a flaquear, algunos
descuidan ya el asistir a las asambleas cultuales (cf. 10,25), de aquí a la
apostasía de la fe no hay sino un paso. A la vez no hay que olvidar que la
apostasía de la fe puede producirse de diversas maneras. No sólo mediante la
ruptura abierta con la comunidad de salvación, sino también con oposición
interior, con un comportamiento indigno de la vocación celestial venida del
cielo y que lleva al cielo.
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10. Aquí tenemos el único pasaje del
Nuevo Testamento en que se llama «apóstol» a Jesús. El título, apli cado a
Jesús, significa «enviado de Dios» y responde, por tanto, a los numerosos
textos, especialmente del Evangelio de san Juan que hablan de que el Hijo ha
sido enviado por el Padre.
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III. NO ENDUREZCÁIS VUESTROS CORAZONES (3,7-4,13).
1. TEXTO DE SAL /Sal/095/07-11 (3/07-11).
7 Por eso, como dice el Espíritu Santo, «Hoy, si oís su voz, 8 no endurezcáis vuestros corazones como en la rebelión, el día de la tentación en el desierto, 9 cuando vuestros padres me tentaron y pusiéronme a prueba, aunque vieron lo que yo había hecho 10 en cuarenta años. Por eso me irrité contra esta generacíón; y dije: Siempre andan desviados en sus corazones, y no reconocieron mis caminos. 11 Así que juré en mi cólera: jamás entrarán en mi reposo.»
Del Espíritu Santo proviene el texto que la carta
toma como base de su homilía amonestadora y -como pronto veremos- prometedora.
El mismo Espíritu Santo ha de descubrirnos el sentido de sus palabras y
reblandecer la dureza de nuestros corazones. La peregrinación del pueblo elegido
por el desierto hacia la tierra prometida, el lugar de reposo de Dios 11, parece
haber sido en fecha muy temprana tema preferido de la primitiva predicación
cristiana. A los corintios, que propendían a la lascivia y a la idolatría, les
había hecho ya presente san Pablo el escarmiento de la generación del desierto (lCor
10,1-13). Pero, mientras el apóstol alude directamente a las narraciones del
Pentateuco, la carta a los Hebreos elige la segunda parte del salmo 95 como base
para su homilía. La elección del salmo tiene importancia por cuanto en conjunto
ofrece el carácter de un cántico litúrgico procesional que invita a entrar en el
santuario: «¡Venid, cantemos jubilosamente a Yahveh; cantemos gozosos a la roca
de nuestra salvación! Lleguémonos a Él con alabanzas, aclamémosle con cánticos.
Venid, postrémonos en tierra ante él; doblemos nuestra rodilla ante Yahveh,
nuestro hacedor» (Sal 95,1.2.6)12 En primer lugar llama la atención el que esta
invitación gozosa y solemne al culto divino esté asociada con el recuerdo de las
fatigas y extravíos del tiempo del desierto. Pero en realidad las dos ideas no
son tan diferentes como pudiera parecer. En efecto, el acercamiento cultual a la
presencia de Dios sólo tiene valor de signo con respecto a lo que tiene lugar en
el plano profano de ia vida. El que el hombre entre realmente en el lugar de
reposo de Dios no depende precisamente de su observancia litúrgica, sino de su
obediencia a Dios en las pruebas de la vida cotidiana. El texto de los Setenta
seguido por nuestra carta (como también en los demás casos), tradujo los
toponímicos hebreos de Meribá y Massá conforme a su sentido etiológico 13.
«Rebelión» y «tentación» (en el sentido de tentar, de «poner a prueba» a Dios)
se convirtieron así como en etapas siempre actuales en la peregrinación por el
desierto de la vida humana.
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11. Cf. Dt 12,9; Is 66,1; 1R 8,56; Sal
134,14; Hch 7,49.
12. La Iglesia utiliza desde antiguo este salmo como «invitatorio» en el rezo
cotidiano de las horas.
13. Numerosas narraciones veterotestamentarias tratan de explicar cómo surgió el
nombre de un lugar. Por eso se designan estas historias como etiológicas (del
griego aitia = causa, motivo); cf. Ex 17,1-17.
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2. GUARDARSE DE LA INCREDULIDAD Y EL PECADO (3/12-14).
12 Mirad, hermanos, que en ninguno de vosotros se halle un corazón malvado e incrédulo que lo aparte del Dios vivo; 13 por el contrario, animaos mutuamente cada día, mientras aquel hoy perdura, sin que ninguno de vosotros se endurezca por el engaño del pecado. 14 Porque hemos sido asociados a Cristo, a condición de que mantengamos firme hasta el final la confianza del principio.
El autor se dirige aquí a la entera comunidad y
no, como se podía prever, a los cristianos que están en peligro de renunciar a
su fe. Como hermanos que son, tienen todos el deber de atender unos a otros y de
cuidarse especialmente de aquellos que no prestan ya oídos a la voz de Dios. La
responsabilidad pastoral incumbe no sólo a los que «dirigen» (13,17); a todo
cristiano se invita a tener los ojos abiertos cuidando de que no se pierda el
hermano, a todos se confía -como se diría hoy- la función «sacerdotal» de apoyar
y consolar, la paraklesis 14. Una palabra de estímulo o de amonestación puede
actuar contra el endurecimiento del corazón, ese endurecimiento del alma que
vuelve a los hombres amargados, descontentos y egoístas. El que se deja engañar
por el pecado acaba por perder su vínculo con el Dios viviente, renuncia a la
comunión con Cristo y se aparta de la comunidad de salvación, de los llamados al
reposo celestial de Dios. Aislamiento y soledad son el destino del que no puede
mantener firme la confianza que en un principio le había dado la fe.
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14. La palabra paraklesis está
materialmente relacionada con la función del Paráclito, el Espíritu Santo
«consolador».
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3. CONMINACIÓN A LOS DESOBEDIENTES (3/15-04/02).
15 Cuando la Escritura dice: «Hoy, si oís su voz, no endurezcáis vuestros corazones como en la rebelión», 15 ¿Quiénes fueron los que escucharon y se rebelaron? ¿No fueron todos los que salieron de Egipto por la gestión de Moisés? 17 ¿Y contra quiénes se irritó Dios durante cuarenta años? ¿No fue contra los que pecaron, cuyos cadáveres quedaron tirados por el desierto? 18 ¿Y a quiénes juró que no entrarían en su reposo, sino a los rebeldes? 19 Y en realidad vemos que, debido a su incredulidad, no pudieron entrar.
(4,1). Así pues, temamos, no sea que, aun quedando en pie la promesa de entrar en el reposo de Dios, alguno de vosotros se encuentre con que se ha quedado atrás. 2 Porque también a nosotros, como a ellos, ha sido anunciado el Evangelio; pero a ellos no les sirvió de nada la palabra oída, por no estar, en los que la oyeron, unida con la fe.
A los israelitas que habían salido de Egipto había
jurado Dios que no entrarían en su lugar de reposo, en la tierra prometida. La
carta a los Hebreos hubiera podido contentarse con sacar de este hecho referido
por la Escritura enseñanzas para la comunidad cristiana. Pero para el autor no
es la Escritura sólo una palabra de otro tiempo y para otro tiempo, sino una
interpelación dirigida inmediatamente al hoy. Por eso su utilización homilética
del texto se extiende mucho más allá de su mera aplicación moral: quiere
convencer a los lectores, u oyentes, de la actualidad de lo que el Espíritu
Santo anunció anticipadamente. Ahora bien, si el mensaje conminatorio del salmo
95 sigue estando en vigor, ¿en qué ha de basar la comunidad cristiana su
esperanza de poder entrar en el descanso de Dios? En primer lugar pone en claro
el autor que la cólera de Dios sólo se dirigió contra los pecadores, los
desobedientes y los incrédulos. De aquí se sigue que para los creyentes está
despejado el camino que lleva al reposo de Dios. El mensaje conminatorio se
convierte en un mensaje gozoso, en una buena nueva. Nosotros somos el pueblo de
Dios que peregrina, constantemente tentado a querellarse con Dios, a perder de
vista la meta de las promesas y a no hacer caso de la voluntad de Dios. La
auténtica fe, en cambio, da prueba de sí en la obediencia y en la adhesión
imperturbable a la palabra de Dios. Más aún, la palabra de Dios debe entrar con
nosotros, los oyentes, en una especie de combinación 15 química, pues, de lo
contrario, nos aprovecharía tan poco como a los israelitas de tiempos de Moisés.
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15. La palabra usada en el texto griego
designa siempre un estado de íntima fusión de dos cosas (por ejemplo: Dn 2,43,
mezcla de hierro y barro; 2M 15,39, mezcla de agua y vino). El aglutinante es en
nuestro pasaje la fe.