CAPÍTULO 6


2. LLEVAOS LAS CARGAS MUTUAMENTE (6/01-06).

1 Hermanos, aun en el caso de que alguno fuera cogido en algún desliz, vosotros, los espirituales, procurad reintegrarlo con espíritu de mansedumbre, no sea que tú también seas tentado.

Pablo trata a los destinatarios de la carta de hermanos. Es una exhortación importante que el Apóstol dirige directamente a sus lectores («procurad»). La exhortación se apoya en una doble base, que es a la vez motivo para ponerla en práctica: los cristianos poseen el Espíritu y todo individuo («no sea que tú...») está expuesto a la tentación.

Pablo pone sobre el tapete un acontecimiento importante de la vida comunitaria: un miembro de la comunidad es sorprendido en un desliz. Le sorprende un hermano. Por grave que sea el pecado, éste no tiene derecho a constituirse en juez; lo que tiene que hacer es portarse como deudor del Espíritu.

Tal vez la forma de hablar de Pablo encierre una alusión ligeramente irónica a un título de nobleza, mal entendido, que los gálatas se atribuían. Lo que quiere decirles es esto: Sí, es cierto que sois espirituales, pero eso no os capacita para consideraros superiores y mirar de arriba abajo a los que han caído; el Espíritu que poseéis os exige tratar con mansedumbre al hermano.

Cuando la reprensión no se hace con espíritu de mansedumbre, es una obra de la carne; lo único que consigue es que estalle la ira y, con ella, la discordia y las enemistades. Cuando, en cambio, se hace con propósitos pastorales, con amor y mansedumbre, la reprensión imita la suavidad con que Jesús salía al encuentro de los pecadores. Al reprender a su hermano, el cristiano debe mirarse a sí mismo. Mirándose a sí mismo, no olvidará que todo hombre comete faltas, porque todo hombre está expuesto a la tentación. También el cristiano espiritual camina por una pasarela estrecha, de la que puede caer. Si un hermano ha caído, debe reintegrarlo al buen camino. La fragilidad del cristiano es mayor cuando no es consciente de ella. «Quien se sienta seguro, procure no caer» (lCor 10,12).

2 Lleve cada uno las cargas de los otros, y así cumpliréis la ley de Cristo.

Los cristianos han de ayudarse a llevar sus cargas. Es cierto que ya no tienen que soportar la carga del yugo de la ley, pero la vida del cristiano comporta también una carga que a veces es demasiado pesada para uno solo. Por eso deben ayudarse a llevar su carga. No se refiere sólo a la carga que se deriva del hecho de hallarse expuestos a la tentación, sino a todos los lastres que imponen la debilidad y la maldad humanas. Condición indispensable para esta ayuda mutua es que «no vivamos para complacernos a nosotros mismos», sino «procurando dar gusto al prójimo en lo que es bueno y puede edificarle» (Rom ]5,1s). Esto es seguir a Cristo.

Ayudándose mutuamente se cumple la ley de Cristo. El Apóstol acuña aquí una expresión que se opone a la ley antigua, tanto judía como pagana. El mundo nuevo, que se ha iniciado con la muerte salvadora de Cristo, tiene también su ley: la ley de Cristo. El judaísmo esperaba del Mesías una nueva ley, que no había de sustituir a la antigua sino interpretarla nueva y plenamente 64. Pero Cristo trajo un modo de vida totalmente nuevo; Cristo es el fin de la ley (Rom 10,4). Esta nueva vida se vive en la fe y en el amor, que es activo mediante la fe; se vive, en definitiva, gracias a la actuación del Espíritu Santo. Así es como llega el cristiano a la justificación, y hereda el reino de Dios. El Apóstol puede decir al cristiano: «La ley del Espíritu de vida que está en Cristo Jesús, te ha liberado de la ley del pecado y de la muerte» (Rom 8,2). También la ley de Cristo tiene sus exigencias. Pide amor fraterno, que es fruto del Espíritu y lleva a la vida. La ley antigua, al contrario, pedía la justificación de sí misma y conducía al pecado y a la muerte.
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64. La expresión «ley del Mesías» sólo se encuentra una vez en el judaísmo, y también allí el Mesías se presenta como el que reinterpreta la ley antigua con la fuerza de Días.
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3 Pues si alguno cree que es algo, no siendo nada, se engaña a sí mismo miserablemente.

Igual que antes (6,1), Pablo fundamenta aquí el servicio al prójimo echando un vistazo al propio yo. Debemos ayudarnos a llevar nuestras cargas porque ninguno de nosotros es nada. Lo que somos lo hemos recibido, y lo que hemos conseguido por nosotros mismos no es decisivo ante Dios. Envanecerse por el propio cristianismo o por la propia madurez, querer compararse con otro, sería engañarse miserablemente a sí mismo.

4 Examine cada uno su propia obra, y entonces podrá tener motivos de satisfacción, pero sólo con respecto a sí mismo, y no comparándose con los demás.

Para evitar ese engaño, cada uno debe examinarse a sí mismo y examinar su propia obra. Haciéndolo así, no juzgará su obra por lo que otro haya hecho o dejado de hacer, sino por lo que Dios le pide. ¿Podrá aún gloriarse? Sí, pero sólo porque sabe que Cristo es el fundamento y objetivo de su gloria, pues el Espíritu, que poseemos «en Cristo», ha producido su fruto en nosotros. Nuestras buenas obras son dones de Dios.

5 Pues cada uno ha de llevar su propia carga.

Esta frase de la propia carga, que cada uno ha de llevar, parece un proverbio. Es la razón de que cada uno tenga que examinar su propia obra. El cristiano tiene que hacerlo porque es responsable de su obra. Tiene que presentarla ante el tribunal de Dios, y allí no podrá comparar sus méritos con los de los demás y decir que son superiores. No tiene gloria propia. No puede salir airoso sin la acción del Espíritu de Dios, que es quien le permite realizar su obra. Cada uno es responsable de la obra de su vida, que se construye sobre los cimientos de los dones de la fe y de la fuerza del Espíritu, y tendrá que presentarla ante el juez divina.

6 El que recibe la enseñanza de la palabra, haga participar de toda clase de bienes al que le enseña.

De nuevo exhorta el Apóstol a la solidaridad. Se refiere esta vez a la que debe existir entre el que recibe la enseñanza de la palabra de Dios (catecúmeno) y el que le enseña (catequista). Alude Pablo a los maestros de las comunidades, que se encargaban, de ordinario, de la educación cristiana 65. Tal vez ya entonces empezaba a surgir en las comunidades una relación personal entre maestro y discípulos, semejante a la que sabemos existía en el judaísmo entre los escribas y sus alumnos.

El discípulo debe hacer partícipe a su maestro de toda clase de bienes. Se trata de una comunión mutua. El maestro hace partícipe al discípulo de los bienes de la doctrina y éste le da en cambio los bienes que el maestro necesita para mantenerse. Pablo presupone que la comunidad apoya con bienes terrenos al predicador del Evangelio 66. No habla aquí de la comunidad como tal, sino de la obligación personal del que recibe la doctrina. La conciencia de poseer el Espíritu ha inducido a los cristianos de Galacia a pasar por alto estos detalles simples de la vida cotidiana.
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65. Eso no autoriza a pensar aún en un catecumenado firmemente establecido.
66. Cf. 1Co 9,4-14.
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V. QUIEN SIEMBRA EN EL ESPÍRITU, COSECHARÁ VIDA ETERNA (6/07-10).

Pablo utiliza la parábola de la siembra y la cosecha La seguridad con que el labrador espera la cosecha muestra que cada uno cosechará lo que haya sembrado. La cosecha tiene lugar en el juicio de Dios. He aquí un nuevo motivo del obrar moral del cristiano: Dios remunerará al final. La remuneración será vida eterna o perdición eterna. Pero la remuneración depende de la decisión del hombre: a favor de la carne o a favor del Espíritu.

7 No os engañéis: de Dios no hay quien se burle; pues lo que el hombre sembrare, eso mismo cosechará.

Con una llamada a no engañarse o dejarse extraviar comienza Pablo el período final de la parte exhortativa de su epístola. Si uno, consciente de que posee el Espíritu, piensa que las pequeñeces cotidianas y ordinarias no pueden tener peso decisivo vistas sobre el fondo de la totalidad de la vida, se engaña miserablemente. Esas pequeñeces pueden decidir la vida eterna. No siempre saltan a la vista y, precisamente por eso, es fácil pasarlas por alto. El cristiano debe examinar su conciencia sobre ellas, debe probarse a sí mismo. De Dios no hay quien se burle. Se menosprecia a Dios cuando uno se gloría del Espíritu que Dios le ha dado, pero sin acomodar su vida a ese Espíritu. Quien se opone al Espíritu se cierra a Dios. La divinidad de Dios le obliga a no dejarse menospreciar. Tomará venganza del hombre que se comporte así. No se dejará menospreciar; Dios no está indefenso.

Para fundamentar el carácter decisivo de las acciones humanas aduce Pablo una especie de proverbio: lo que el hombre sembrare, eso mismo cosechará. En la mano del hombre está elegir una u otra semilla. Al elegir la simiente, predetermina la cosecha. Nótese que Pablo no acepta sin más ni más un proverbio de la filosofía contemporánea, en el versículo siguiente (6-8) interpreta la imagen en sentido cristiano. Es consciente de que, en el fondo, esa filosofía hace depender la cosecha de la vida humana exclusivamente de la elección de la semilla, es decir, del rendimiento de la vida humana.

8 El que siembra en su propia carne, de la carne cosechará corrupción; pero el que siembra en el Espíritu, del Espíritu cosechará vida eterna.

Al aplicar esta parábola de la siembra y la cosecha a la vida cristiana introduce en ella una modificación: lo decisivo no es la simiente, sino el suelo en que se siembra. Quien siembre en la carne, cosechará corrupción. Quien se entrega a su existencia terrena y confía en las obras de la carne y espera fruto de ella, cosechará corrupción, pues de la carne no pueden brotar más que obras de la carne; de ella no pueden brotar más que vicios, que conducen a la perdición. Lo que ahora crece ocultamente, aparecerá a la luz en el día de Jesucristo, cuando tendrá lugar la cosecha.

Quien, al contrario, siembra en el Espíritu, del Espíritu cosechará vida eternas. Quien elige el Espíritu como tierra para sus acciones, es decir, quien en su actuar se deja guiar por el Espíritu Santo, cosechará vida eterna sobre ese suelo divino. La vida eterna no es, pues, una mera recompensa a nuestras buenas acciones; no se nos da porque nuestras acciones merezcan por sí solas tal recompensa. La cosecha de la vida eterna se apoya en el Espíritu, que hace que nuestro obrar fructifique para la cosecha, pues el Espíritu de Dios da vida y produce fruto.

9 No nos cansemos, pues, de hacer el bien; que a su tiempo cosecharemos, si no desmayamos.

Sembrar en el Espíritu significa hacer el bien. El Espíritu es el que da a las acciones buenas su cualidad de tales. Las hacemos nosotros, pero el Espíritu es su fundamento. Las hacen los hombres, pero con la vista puesta en el Espíritu, guiándose por el Espíritu y por su voluntad. Obrando así, el hombre hace el bien.

Es fácil que al hacer el bien el cristiano llegue a sentirse desalentado. Pero nunca debe desmayar. Su caminar es una carrera que no admite altos. No podemos permitir que flaqueen nuestras fuerzas, influidos por aquellos que se limitan a juzgar carnalmente todo el obrar humano y a medirlo todo por su éxito externo. El bien que hacemos es fruto del Espíritu y tiene por esa razón fuerza interna. No debemos, pues, desmayar. Sólo los que no desmayan recogen la cosecha.

Cuando he obrado bien, quisiera que el tiempo de la cosecha estuviera cerca; pero la cosecha llega a su tiempo. Dios sabe cuando es el momento. Lo que tengo que hacer es obrar continuamente en el Espíritu. «Quien perseverare hasta el fin, se salvará» (Mt 10,22). Esto tiene especial aplicación en caso de persecución por los poderes terrenos y en la tribulación de los últimos días, en los que «el amor se enfriará en muchos» (Mt 24,12s).

10 Así pues, mientras tenemos tiempo, hagamos el bien para todos, y sobre todo para nuestros hermanos en la fe.

Como punto final de sus exhortaciones, Pablo insta a los gálatas a practicar el bien para con todos. No se puede excluir a ningún hombre, pero como no es posible relacionarse con todos los hombres, el amor debe demostrarse allí donde estamos: hay que ejercerlo haciendo el bien a nuestros hermanos en la fe, a los que habitan en la misma casa de Dios, la Iglesia. Nuestros hermanos en la fe son los que han sido colocados, por la gracia de Dios, en la misma familia a que yo pertenezco: la Iglesia.

Mientras tenemos oportunidad. El tiempo que falta para la cosecha, el tiempo de la siembra, es, según el Apóstol, nuestra gran oportunidad. Tenemos aún tiempo y posibilidad de practicar el bien; hemos de aprovechar este tiempo.

CONCLUSlÓN DE LA CARTA 6/11-18.

1. CONCLUSIÓN DE PUÑO Y LETRA DEL APÓSTOL (6,11).

11 Ved con qué letras tan grandes os escribo de mi puño y letra.

Si hasta aquí el Apóstol había dictado su carta a un secretario, ahora escribe de su puño y letra. En las cartas antiguas no era usual poner la firma. Sí era costumbre añadir de propio puño y letra algunas observaciones finales. Pablo se ajusta a esta costumbre. Escribe con letras especialmente grandes. También en esto se ajusta a su ambiente. Las frases que hoy subrayaríamos o haríamos resaltar imprimiéndolas en negrilla se escribían entonces en los documentos con caracteres mayores que los ordinarios. La intención del Apóstol es hacer resaltar una vez mas al final de su carta el objetivo esencial de ella. Lo que ahora escribe vale la pena subrayarlo. Escrito por el Apóstol, tiene carácter oficial. Pablo habla a los gálatas en virtud de su autoridad apostólica.

2. Los FALSOS MAESTROS, Al DESCUBIERTO (6,12-13).

12 Todos los que quieren hacer un buen papel en la carne son los que precisamente os empujan a la circuncisión, sólo para evitar la persecución por la cruz de Cristo.

Pablo da el golpe de gracia a sus adversarios descubriendo a los gálatas quiénes son realmente y qué es lo que quieren. Intentan implantar la circuncisión entre los gálatas. Esto ya lo saben los cristianos. Os empujan a la circuncisión. Les empujan, obligándoles casi, pero con todo, su éxito no está aún asegurado.

Para evitarlo, descubre Pablo los motivos secretos de sus adversarios. Quieren hacer un buen papel en la carne. Proponiéndose que los cristianos se circunciden en la carne quieren aparecer ante el mundo como predicadores con éxito; quieren gloriarse de la carne de los gálatas. El hecho de que quieran presentar la carne de los gálatas como testimonio del propio éxito hace patente la «carnalidad» de estos agitadores. Piensan según este mundo, que ha sido reducido a la nada por la cruz de Cristo. En sus esfuerzos no siguen al Espíritu.

Tras este deseo de los adversarios de Pablo yace aún otro motivo que manifiesta también su mentalidad «carnal», egoísta. No quieren padecer persecución por la cruz de Cristo. Si predicasen la cruz de Cristo con todas sus consecuencias y sin quitar nada, serían perseguidos por los judíos, pero si, en cambio, predican la circuncisión como camino hacia la salvación, los judíos no se opondrán a que hablen también de Cristo. Serían meros cabecillas de una tendencia especial judía, de una secta. El motivo, pues, que mueve a los falsos maestros de Galacia es muy egoísta. En el fondo, es cobardía. Su postura es totalmente opuesta a la del Apóstol, que predica la cruz con valentía y rechaza la circuncisión como medio que justifique, y sufre persecución precisamente por eso.

13 Pues los que tanto traen y llevan la circuncisión, después no observan la ley, sino que pretenden que vosotros os circuncidéis, para gloriarse en vuestra carne.

Los agitadores judeocristianos de Galacia no observan la ley. No pueden observarla, o no quieren. Para Pablo es importante el hecho de que los que, estando circuncidados, producen agitación entre los gálatas hablando a favor de la circuncisión, no cumplan los preceptos de la ley. En esto consiste la contradicción del camino judío hacia la salvación: por razón de la circuncisión uno está obligado a observar toda la ley, pero nunca llega a cumplirla totalmente. No es, sin embargo, a esta contradicción a la que aquí quiere aludir únicamente el Apóstol. Quiere hacer patente el motivo más profundo que está tras su deseo. En el fondo, no quieren cumplir la ley; lo que quieren es poder gloriarse en la carne de los gálatas. Si se preocupan por la circuncisión no es porque les preocupe también la obediencia a la ley; lo que les mueve es su deseo de gloria. Lo que buscan con la circuncisión de la carne de los gálatas no es dar satisfacción a la ley, sino satisfacer su propio deseo de honores. También en este punto su conducta es totalmente opuesta a la de Pablo.

3. PABLO SE GLORIA EN LA CRUZ DE CRISTO (6,14-16).

14 Pero a mí líbreme Dios de gloriarme en otra cosa que no sea la cruz de nuestro Señor Jesucristo, por la cual el mundo ha sido crucificado para mí, y yo para el mundo.

El Apóstol recusa enérgicamente esa gloria en la carne, que quieren imputarle los adversarios. La expresión «pero a mí líbreme Dios» es a un tiempo reconocimiento sin titubeos y súplica. Para el Apóstol, que ha logrado ver el alcance y el significado que tiene la muerte de Cristo en la cruz, que está adscrito a ella, no es posible ya la gloria que estriba en los méritos del hombre. Está convencido de que la gracia de Dios justifica y enaltece con la cruz. Pero en la medida en que, para Pablo, cabe hablar todavía de gloria, esta gloria sólo persigue un objeto: la cruz de Cristo. El Apóstol se gloría en la cruz de nuestro Señor Jesucristo. Justamente lo que parece a sus adversarios vergonzosa ignominia, es para Pablo motivo de orgullo. La cruz es lo único de lo que él se gloría. Y esta gloria no es el resultado de las honrosas empresas consumadas por él, pues, en realidad, dimana de la empresa divina de nuestra redención, llevada a cabo por Cristo. De este modo, el hombre es merecedor de gloria y honor, por cuanto aparece justificado a los ojos de Dios por la cruz de Cristo. Pero esta gloria conseguida por la cruz dignifica, en último término, no al hombre, sino a la cruz y a través de ella al mismo Dios.

Pablo apoya su negativa a buscar su propia gloria en el hecho fundamental que su fe le presenta ante los ojos: por la cruz de Cristo está el mundo crucificado para el cristiano; pero, en justa correspondencia, también el yo del hombre está crucificado para el mundo. La cruz es el instrumento de que Dios se sirvió para crucificar al mundo y al hombre viejo. El haber muerto Cristo en la cruz significa que el mundo ha sido entregado a la muerte y con él todo lo que pretende reivindicar del hombre. Este mundo no puede ya contar con un hombre, que ha sido «crucificado con Cristo», en el bautismo (2,19). Pues en realidad este hombre ha desaparecido para el mundo. Dios ha dictaminado sentencia de muerte contra el viejo mundo de leyes y pecado, por medio de la cruz de su Hijo, pero lo mismo ha hecho con el hombre viejo, el que se enorgullece, egoísta, de sus méritos ante la ley. De esta forma ha fulminado la gloria del mundo y del hombre carnal, y sobreencumbrado la gloria de aquel a quien compete la gloria y el honor. La cruz de Cristo, no tiene, por tanto, exclusiva proyección sobre el hombre que la acepta en su fe, como senda de salvación. Su alcance es realmente de proporciones cósmicas, por cuanto quita su razón de ser al viejo mundo y allana el camino para una nueva creación.

15 Pues lo decisivo no es circuncisión ni incircuncisión, sino la criatura nueva.

Visto el aspecto negativo, he aquí lo que caracteriza al mundo nuevo: lo decisivo no es circuncisión ni incircuncisión. La cruz de Cristo no sólo ha privado a la circuncisión y a la incircuncisión de su fuerza, sino incluso de su existencia real. Es cierto que a los ojos del mundo siguen existiendo, pero ante Dios y para Dios no constituyen formas esenciales de existir. Ante Dios y en relación con la salvación no cuentan nada, simplemente. Ni el circuncidado, por el hecho de serlo, es justo ante Dios, ni el incircunciso, por no serlo, deja de estar justificado.

El aspecto de la cruz que repercute en nosotros es la nueva criatura, que con la resurrección del Señor se hizo realidad para los suyos. Cristo es la primicia de los que duermen. Los que han sido crucificados con Cristo en el bautismo han sido también resucitados con él (Rom 6,4s). Son, «en Cristo», hombres de esta nueva creación: «Cualquier cristiano es una nueva creación; lo viejo ya pasó y ha empezado lo nuevo» (2Cor 5,17). Ser un hombre de la nueva creación significa, pues, ser «en Cristo», lo que, a su vez, significa, en la vida práctica, fe y amor. En Cristo se ha restaurado, en un plano superior, la unidad de la humanidad: ya no hay judíos ni paganos, no hay circuncisos ni incircuncisos: sólo hay hijos de Dios.

Por esa razón se gloría Pablo en la cruz. La gloria del cristiano incluye alegría auténtica y conciencia clara de sí mismo. Es cierto que el cristiano rehuye la propia glorificación, peculiar de los hijos del mundo, y que la gloria de la cruz la remite, en último término, a Dios, pero está contento de ser un hijo de Dios de la nueva creación, siente el legítimo orgullo de pertenecer a la familia de Dios en Cristo. Es hijo entusiasta de la comunidad, que representa el nuevo pueblo de Dios: la Iglesia.

16 Y sobre los que se ajustan a esta regla, misericordia y paz de Dios, incluso sobre Israel.

El Apóstol bendice a los que se ajustan a esta regla. Su deseo sería dejar caer la bendición de Dios sobre todos, pero es consciente de que los gálatas están en peligro de no ajustarse a esta regla fundamental de la vida cristiana. Por eso la fórmula de la bendición incluye una amonestación oculta a no situarse fuera del ámbito de la bendición. El cristiano debe tener en cuenta, siempre y en todo, que la nueva creación ya ha comenzado. Por ella debe guiarse. Si atiende a las normas del mundo antiguo, que ha sido condenado a muerte, si considera la circuncisión como algo necesario para alcanzar la salvación, la bendición de Dios no cae sobre él.

Dios derrama paz y misericordia sobre aquellos que son verdaderos hijos suyos en la nueva creación, sobre los que de la gracia de Dios esperan la salvación. Se les concede el don que anhelan. Viven en paz con Dios; en el mundo nuevo y tienen la salvación. Serán tratados con misericordia en el juicio de Dios, pues Dios les ha justificado ya. En ellos, la voluntad de nuestro Padre celestial alcanza su objetivo: arrancarnos de este mundo actual y malvado (1,4).

Al principio de su bendición se refería Pablo a los gálatas, de quienes esperaba que se ajustaran a la norma de la nueva creación; al final, se dirige a todos los cristianos. Ellos forman el nuevo Israel. La Iglesia es el pueblo de Dios del mundo nuevo, que ha sido creado por la muerte de Cristo en la cruz. Ellos son los destinatarios de las promesas de Dios. Están en oposición al «Israel según la carne» (lCor 10,18). Su gloria y su agradecimiento radican en que Dios los ha elegido para formar su pueblo.

4. EXHORTACIÓN FINAL Y DESEO DE BENDICIÓN (6,17-18).

17 De aquí en adelante, que nadie venga a añadirme molestias, pues llevo en mi cuerpo las marcas de Jesús.

El Apóstol concluye con energía, pidiendo que nadie venga a añadirle molestias en el futuro. En adelante, nadie debe molestarle: ni sus adversarios con sus pretensiones, ni los gálatas con su transigencia. La forma escueta que usa expresa el deseo y la firme esperanza de Pablo de haber puesto fin al asunto con su escrito apostólico. En apoyo de su demanda recurre a su autoridad apostólica.

Lleva las marcas de Jesús en su cuerpo. Las cicatrices de las heridas recibidas como apóstol al servicio de su Señor le hacen semejante a éste. Por esa razón, las cicatrices de Pablo son marcas de Jesús en doble sentido. Pero estas palabras sugerían, además, al lector contemporáneo, una tercera relación: le traían a la mente la marca del esclavo como propiedad de su señor, y caían en la cuenta de que Pablo se sentía esclavo de Cristo (1,10), protegido por la marca de su Señor. Los gálatas no se atreverán a oponerse al servidor de Cristo.

18 La gracia de nuestro señor Jesucristo esté con vuestro espíritu, hermanos. Amén.

La última palabra que dirige a los gálatas es de bendición. Es como si hubiera vuelto a ganar ya a los gálatas. A diferencia de otras cartas, en ésta no envía saludos de tipo personal. Envía a las comunidades la gracia de nuestro señor Jesucristo. Aunque también en otras cartas del Apóstol aparece esta forma de saludar con una bendición, aquí, dirigida a los gálatas, tiene un acento especial: la benevolencia y el imperio de gracia de Dios les llegan por Jesucristo.

Antes del «amén» se dirige a ellos con el termino hermanos, que no aparece en la bendición final de las demás cartas de Pablo. Al dirigirse a los gálatas, Pablo recurre conscientemente a su comunión fraterna con ellos. Esta forma de dirigirse a ellos debe contribuir a rehacer la unidad fraterna, que está amenazada. El escrito polémico del Apóstol termina con un cordial aliento fraterno.

La carta concluye con la respuesta de la comunidad en los actos cultuales: Amen. Al final de su bendición de despedida pone Pablo la respuesta con que la Iglesia solía concluir, asintiendo, la oración y las bendiciones. Ese «amén» se refiere a toda la carta. Debería leerse en los actos de culto de las comunidades y, entonces, las comunidades cristianas darán su «amén»: seguirán al Apóstol en el camino de la gracia y de la fe, de la libertad y el amor.