CAPÍTULO 5


Parte tercera

LIBERTAD CRISTIANA Y CAMINAR EN EL ESPÍRITU 5,1-6,10

Después de demostrar en la parte segunda de la carta, fundándose en la experiencia cristiana y en la Escritura, que la justicia no proviene de la práctica de las obras de la ley, sino de la fe, Pablo pasa en la parte tercera a aplicar a la vida de las comunidades los hechos establecidos. Por esa razón se puede hablar de una parte ética de su escrito, frente a las consideraciones autobiográficas, apologéticas (parte primera) y doctrinales (parte segunda). Pero para el Apóstol la ética no consiste simplemente en una serie de exhortaciones e indicaciones. La ética cristiana se funda en el ser cristiano. Por eso tuvo Pablo que poner unos cimientos tan amplios y profundos antes de construir sobre ellos el edificio de la vida ética cristiana.

Esta parte de la carta, dedicada a dar instrucciones concretas, muestra continuamente cómo lo que hay que hacer se funda en lo que se es. Empieza con una llamada que resume todo lo anterior. Recoge el tema del último argumento escriturístico: libertad en el Espíritu o esclavitud bajo la ley (5,1-12). Los llamados a la libertad no pueden confundir la libertad con el desenfreno. Cristo nos libera para que amemos al prójimo (5,13-15). Este amor, con sus diversas manifestaciones, es, a su vez, fruto del Espíritu (5,16-14). Por eso el caminar en el Espíritu puede describirse como servicio fraterno (5,25-6,6). Por último, se muestra que la auténtica perfección cristiana no crece sobre el suelo de la carne. La vida eterna del bautizado es la cosecha de lo que el hombre ha sembrado sobre el suelo del Espíritu, sobre el suelo que Dios mismo, por Cristo, ha preparado (6,7-10).

I. CRISTO NOS HA LIBERADO, PERO NO PARA UNA NUEVA ESCLAVITUD (5,1-12).

1. EL YUGO DE LA ESCLAVITUD (5/01-03).

1 Para la libertad nos ha liberado Cristo. Manteneos, pues, firmes y no os dejéis apresar de nuevo por el yugo de una esclavitud.

La libertad es un elemento constitutivo del estado cristiano. Esta fue la última palabra y el resultado del argumento escriturístico precedente. Con esta palabra empieza Pablo esta nueva sección de su carta. Cristo nos ha liberado para el estado de libertad. No se ha limitado a descargarnos por un momento el fardo de la esclavitud; nos ha colocado en estado de libertad. En ella estamos ahora. La «poseemos» en Cristo (2,4).

Cristo nos ha liberado para la libertad, en la que hemos sido constituidos por la muerte redentora de Cristo en la cruz; ahora estamos en ese estado, a merced de la libertad. Se trata de la libertad de la ley, a la que los gálatas querían renunciar sometiéndose a la circuncisión (5,3). Pero, puesto que Pablo usa aquí la palabra «libertad» en sentido amplio, incluye también la libertad del pecado. En el ámbito de la ley, ésta despliega y robustece el pecado. La ley es «la fuerza del pecado» (lCor 15,56). Quien ha escapado a ella ha escapado también al pecado. El que ha sido liberado por Cristo está también libre de la muerte, que es consecuencia del pecado (Rom 5,21) y de la que éste es aguijón (lCor 15,56).

Quien goza de esta libertad en virtud de Cristo debe mantenerse firme en ella; se quedará en ella. Querrá conservar su estado de libertad. Será consciente de su dignidad. Pero a quien se deje apresar por el yugo de la esclavitud le vacilarán las rodillas. Gemirá bajo la esclavitud de la ley, porque no será capaz de soportarla. Esto es lo que les sucederá a los gálatas si retornan a la legalidad en que vivían antaño (4,9). No deben volver a ella.

2 ¡Mirad! Soy yo, Pablo, el que os lo digo: si os hacéis circuncidar, Cristo no os servirá de nada. 3 Y otra vez lo repito solemnemente a todo el que se circuncida: que queda en situación de deudor con respecto al cumplimiento de toda la ley.

Pablo utiliza todo el peso de su autoridad apostó1ica para explicar a los gálatas, en concreto, lo que significaría buscar la circuncisión. ¡Mirad! Así les hace prestar atención al significado decisivo de sus palabras. Soy yo, Pablo, el que os lo digo; tras él está la responsabilidad apostólica y la autoridad del enviado de Cristo, que antes esperaba también la justificación de la ley.

Al que se circuncida, Cristo no servirá de nada. Si los gálatas eligen la circuncisión como camino para salvarse, se engañan. No progresan hacia un cristianismo pleno, sino que hacen que la obra salvadora de Cristo sea inútil para ellos. Los gálatas no han llegado aún a una decisión, pero, en caso de que se decidan por la circuncisión, la sentencia de Cristo en el juicio no será de justificación.

¿Por qué no puede ser Cristo quien traiga la salvación al cristiano no judío que se circuncide? Pablo testifica solemnemente a todo hombre que se circuncida, es decir, a todo étnicocristiano que, al circuncidarse, se coloca en el camino de la justificación por la ley, que está obligado a cumplir toda la ley. Para los judíos, la circuncisión es el principio de una vida que quiere llegar a la justificación por medio de la ley, cumpliéndola (5,4). Quien, sometiéndose a la circuncisión, se pasa al orden, ya caducado y superado, de la ley, debe cumplirla atendiendo a sus preceptos, debe cumplir toda la ley.

Esto, seguramente, no se lo han dicho a los gálatas los adversarios de Pablo. No habrán presentado la ley como un yugo, sino que habrán ensalzado la circuncisión como camino para llegar a la auténtica filiación de Abraham y a la herencia del tiempo mesiánico. Pablo, en cambio, muestra a los gálatas que la ley es un yugo (cf. 4,9s) y que hay que cumplir todas sus exigencias (3,10). Ni siquiera los falsos maestros que, como judíos cristianos, ensalzan la ley como camino hacia la justificación, cumplen todo lo que la ley exige (6,13).

2. FE, QUE ES ACTIVA GRACIAS AL AMOR (5/04-06).

4 Habéis sido arrancados de la influencia de Cristo cuantos pretendéis ser justificados a base de la ley; habéis caído fuera de la gracia. 5 Pues nosotros, apoyados en el Espíritu y partiendo de la fe, conservamos pacientemente la esperanza de la justicia.

Quien, siendo cristiano, se pasa, circuncidándose, a] camino de la justificación mediante la ley, queda privado de la ayuda de Cristo y a merced de la maldición de la ley; queda arrancado a la influencia de Cristo. Está desligado de toda vinculación con Cristo, se ha apartado de Cristo, «en quien» estaba por su bautismo (3,27s). La palabra que Pablo usa para designar el «arrancarse» a la influencia de Cristo significa también perderse y aniquilarse. Quien quiere justificarse mediante la ley ha sellado su propia perdición. Ha caído fuera de la gracia. Está desgajado de aquel que le ha llamado a la gracia (1,6). Quien permanece en el Evangelio, se encuentra dentro del ámbito de la gracia divina; quien, en cambio, se pasa a un Evangelio falso, cae fuera de la gracia. El hombre tiene acceso a la gracia en virtud de la fe, y cuando se bautiza pasa a estar en estado de gracia. ¿Quién quiere pasar del reino de la bendición al de la maldición?

¿Cómo esperamos nosotros, los cristianos, la justificación? Lo primero que es digno de notar es que la esperamos. Proviene de Dios como un don, no de nosotros mismos, de nuestras obras. Es un patrimonio que esperamos. Ni siquiera el cristiano creyente y bautizado ha llegado ya a la justificación. El juicio final y la plenitud final no han llegado todavía. Pero el bautizado no espera sin más, no espera algo incierto. Tiene una esperanza fundada: si permanece en la gracia, si se mantiene en la libertad que Cristo nos ha traído, Dios consumará en él la justificación. La plenitud cristiana no es obra nuestra. Es un regalo que Dios nos hará al final, pero para eso hemos de permanecer en la libertad del Evangelio y en la gracia.

La fe es el punto de partida del camino hacia la justificación, camino que hemos de recorrer en el Espíritu. Por eso la vida y la ética cristianas consisten en vivir de la fe. La fe actúa a través del amor. La vida moral del bautizado consiste en vivir la fe y, por tanto, en vivir en el Espíritu, pues el Espíritu de Dios es quien da fuerza para vivirla y llegar así a la justificación.

6 En efecto, en Cristo Jesús no cuentan ni la circuncisión ni la incircuncisión; sino la fe, que actúa a través del amor.

Pablo da una vez más las razones de su afirmación. Muestra por qué nosotros, los cristianos, estamos en lo cierto cuando esperamos la justificación de la fe y por qué aquel que quiere ser justificado por la ley ha caído fuera de la gracia. En Cristo Jesús sólo hay una cosa que conduzca a la justificación: la fe. En el nuevo orden salvífico que ha comenzado con Cristo, la distinción entre circuncisión e incircuncisión ha perdido su fuerza; ya no significa nada en orden a la salvación del hombre. Esta distinción, que en el ámbito de la ley representaba una oposición infranqueable, ya no cuenta en Cristo.

Lo que cuenta es la fe, que actúa a través del amor. Quien cree que la fe es lo que justifica y lo que salva no queda por eso condenado a la inactividad. La fe actúa en el amor. Para el bautizado en Cristo la fe y el amor están íntimamente unidos. No se puede separar la fe del amor; es éste quien la hace activa, quien la traduce en algo real. Y tampoco es posible el amor sin fe, porque la fe es la fuerza inicial de la nueva vida del bautizado. La fe tiene fuerza justificadora 55.
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55. St 2,17 llama fe «muerta» a la que no se ejerce en obras. La fe, pues, de la que Pablo habla en Ga 5,6 puede calificarse, usando el vocabulario de la carta de Santiago, de fe «viva».
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3. SED SEGUIDORES DE LA VERDAD (5/07-12).

7 Corríais bien; ¿quién es el que os ha impedido ser seguidores de la verdad? 8 Esta sugerencia no proviene del que os ha llamado.

La descripción de la existencia cristiana ha hecho recordar al Apóstol, con dolor, que los gálatas, hasta la llegada de los judaizantes, corrían bien. Se esforzaban en llevar su fe a la práctica mediante el amor.

Es extraño que se hayan dejado frenar en esta carrera. Es difícil de entender cómo ha podido suceder eso. Pero ha sucedido. Se les impide ser seguidores de la verdad. Quieren abandonar la verdad del Evangelio. No quieren atenerse a lo que son en Cristo. Y no hay ninguna razón válida que justifique tal proceder.

La carrera inicial ha sido frenada por una sugerencia. Esa sugerencia no proviene de la voluntad de Dios. La llamada de Dios de hoy debe coincidir con la de ayer, cuando fueron llamados por primera vez. La llamada a la circuncisión y a la ley no proviene de Dios. Los mensajeros que la proclaman entre los gálatas no son, pues, mensajeros de Dios. El verdadero apóstol, en cambio, Pablo, vuelve a llamar a los hijos de su comunidad a la verdad del Evangelio que antes les predicó.

9 Un poco de levadura hace fermentar a la masa. 10 Yo tengo la íntima convicción, en el Señor, de que vosotros no pensaréis de otro modo. Pero el que cause entre vosotros la confusión, cargará con su condena, quienquiera que sea.

La imagen de la levadura expresa una experiencia humana cotidiana. Aplicada a la situación de los gálatas quiere decir que unos pocos agitadores pueden contagiar a todas las comunidades de Galacia. Les será fácil imponer sus principios a los cristianos, porque éstos buscan en la ley un cristianismo mejor. Hay que impedir que esto suceda. El Apóstol dice que tiene la íntima convicción en el Señor... Confía en que la opinión de los gálatas coincidirá con la suya. Verán con mayor claridad la verdad del Evangelio y, como Pablo, se atendrán a ella. Un voto de confianza que los hijos oyen en boca de su padre puede conseguir más que la exhortación o la amenaza. Y cuando, además, la confianza es en el Señor, éste se encargará de mantener en la verdad a los hijos que se hallan en peligro.

Quien cause la confusión en las comunidades cristianas cargará con la condena de Dios, pues Dios dejará caer la condenación sobre aquel que se dirige a las comunidades de Dios con un mensaje que se opone a su Evangelio. Y en este caso, con mayor razón, pues los agitadores predican su mensaje como si se tratara de otro Evangelio, de un mensaje de Dios (1,6s).

El castigo alcanzará a cada uno de ellos, quienquiera que sea. Entre los agitadores a que Pablo se refiere debía encontrarse alguna persona notable, pero el Apóstol no menciona el nombre de ninguno de sus adversarios. Probablemente no quiso concederles ese honor.

11 En cuanto a mí, hermanos, si todavía proclamo la circuncisión, ¿cómo es que soy perseguido? ¡Habría sido eliminado el escándalo de la cruz!

Pablo se vuelve contra una exposición falsa y perniciosa de su doctrina; tal vez la esparcían sus adversarios para crear confusión. Combatían, por una parte, el mensaje de Pablo diciendo que Pablo no era verdadero apóstol de Jesucristo (cf. 1,11s). Y por otra parte, parece ser que estos agitadores decían que, en el fondo, Pablo exigía también la circuncisión, proclamaba la circuncisión; que Pablo seguía siendo lo que había sido antes: un judío, y que incluso después de convertirse esperaba conseguir la justificación por el camino de la ley y, por tanto, mediante la circuncisión 56. Que éste no es el contenido de la predicación paulina lo demuestra Pablo con dos razones.

Aún se le persigue. Está expuesto a las insidias de sus adversarios desde que dejó de predicar la circuncisión, desde que fue llamado a ser apóstol (2,4). Y sigue estándolo, como lo demuestra la actividad de sus adversarios de Galacia.

Si fuera cierto lo que dicen, habría sido eliminado el escándalo de la cruz. Mientras sus adversarios predican la circuncisión, Pablo proclama a Cristo crucificado, que es un escándalo para los judíos (ICor 1,23). Se escandalizan, porque a sus ojos la cruz es el poste de la vergüenza, que aborrecen. Rechazan el escándalo que les sale al encuentro en la cruz. Persiguen al que pone la palabra de la cruz en el centro de su predicación (6,14). El hecho de que aún persista el escándalo de la cruz demuestra que Pablo, antes coma ahora, predica al crucificado y no la circuncisión (6,12).

La cruz es para Pablo el nuevo signo salvador, una vez que la circuncisión ha sido abolida. Es el medio que, en definitiva, conduce a la salvación. Mientras la circuncisión representa el compendio del cumplimiento de la ley como camino hacia la salvación, la cruz es el compendio de la gracia, que rechaza la sumisión a la ley y las prerrogativas adquiridas. Por eso el Apóstol no se gloría en la carne de los suyos, sino «en la cruz de nuestro señor Jesucristo» (6,13s).
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56. A esta deformación de la actitud de Pablo contribuyó probablemente el hecho de que el Apóstol, por piadosa atención a los judeocristianos, había hecho circuncidar a Timoteo (Act 16,3).
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12 ¡A la mutilación total deberían llegar los que os perturban!

La perícopa termina con un deseo sarcástico: ¡A castrarse deberían llegar los que perturban la unidad fraterna de las comunidades! Así, según su opinión, tendrían más motivo para gloriarse en la carne. Irían más Iejos en su piadoso deseo de cumplir la ley que los que «se limitan» a circuncidarse. Pero entonces -y como antiguos judíos lo verían con horror- se excluirían a sí mismos de la comunidad de Dios (cf. Dt 23,2).

Pablo pone la actividad de sus adversarios en relación con el paganismo, pues en el culto de los misterios, que tenía su sede central en la ciudad gálata de Pesinunte, los sacerdotes de Atis y Cibeles se castraban ellos mismos. Cuando Pablo pone la circuncisión en relación con esas aberraciones paganas, no lo hace para burlarse. Esa burla sonaría como una blasfemia a oídos judíos. Lo que quiere es mostrar cómo, en el fondo, coinciden los que ven en la ley judía el camino hacia la salvación y los paganos que, mediante una serie de prácticas, quieren tener favorables a los dioses. En definitiva, ambos siguen el mismo camino equivocado.

II. PRINCIPIO FUNDAMENTAL: SERVIRSE MUTUAMENTE EN AMOR (5/13-15).

Pablo rechaza decididamente todo compromiso entre la ley y la fe (5,1-12). Usa como argumento, una vez más, la vocación a la libertad que han recibido los gálatas. El apóstol quiere exponer a continuación algunas obligaciones concretas, pero antes menciona el principio fundamental de toda la ética cristiana: el amor (5,13b-15). El amor al prójimo debe llenar el hueco que la libertad ha creado en torno nuestro.

13a Indudablemente vosotros, hermanos, habéis sido llamados a la libertad.

Los cristianos han sido llamados a la libertad. El Apóstol se dirige a ellos una vez más tratándoles de hermanos. La posibilidad de libertad que abrió para todos la acción redentora de Cristo (5,1) se hizo realidad entre los gálatas cuando Dios los llamó. Entonces, cuando Dios los llamó por medio de Pablo, los gálatas, como comunidad de Dios, como Iglesia, fueron sacados del mundo antiguo y constituidos en la libertad. Fueron transplantados de este mundo actual y malvado (1,4) a la nueva creación de Dios (6,15). Pero la vocación a la libertad no se reduce a eso. Los que han sido liberados deben permanecer del lado de la libertad y a favor de ella.

13b Sólo que esta libertad no dé pretexto para la carne, sino, al contrario, mediante el amor, poneos los unos al servicio de los otros.

En todas partes donde se predica la libertad, puede ser mal entendida. Habrá siempre hombres egoístas que confundan la libertad con la arbitrariedad. La libertad puede convertirse en pretexto para la carne. Los hombres egoístas pueden utilizarla como punto de partida para dedicarse a la carne. Fácilmente pueden llegar a sentirse dentro de esta nueva Iibertad como «señores» y entonces, siguiendo la forma «carnal» de obrar de los hijos de este mundo, intentar rehuir el servicio de Dios. Tales hombres no conocen otro deber que su deseo. Se lanzan unos contra otros como animales de presa, que se muerden e incluso se devoran mutuamente (5,15).

Parece que el peligro de tal abuso de libertad se cernía sobre los gálatas. Podemos estar seguros de que cuando Pablo llama la atención es porque no se trata sólo de una posibilidad. Puede confirmarlo el hecho de que Pablo se dirige a aquellos mismos a quienes previno de la recaída en la esclavitud de la ley (5,1). La tiniebla espiritual que resulta de la sumisión a la ley encuentra fácilmente razones para rehuir los deberes de la vida cotidiana. La frivolidad de esos innovadores «idealistas», que sólo buscan su gloria, puede hacer escuela entre los gálatas (5,26). Eso llevaría inevitablemente a discusiones mutuas y a envidia. La armonía fraterna de las comunidades se convertiría en una lucha de todos contra todos (5,12).

¡Poneos los unos al servicio de los otros, mediante el amor! El servicio a los hermanos es la forma de vida que está de acuerdo con la libertad en Cristo. La libertad en Cristo es libertad para el amor, porque el amor llena el hueco de la libertad. Es también libertad de amor, porque sólo el amor da al hombre la libertad de hacer lo que quiere 57. El amor es la ley de los cristianos, pero no es ley en cuanto conjunto de normas o preceptos particulares, sino como fundamento de la actividad cristiana.

Este servicio de amor es la esclavitud del cristiano El cristiano no sirve a la carne; es esclavo de su prójimo. Pero al servir así, conserva la libertad; el amor, como servicio, es la plenitud de la libertad en Cristo. El servicio y el sacrificio de Cristo son el prototipo de este servicio a los hermanos.
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57. SAN AGUSTÍN dice: «¡Ama y haz lo que quieras!» La razón que da es que de la raíz del amor no puede brotar más que bien (Tratado 7, 8 a propósito de la primera carta de Juan).
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14 Pues toda la ley queda cumplida en una sola palabra, o sea en aquello de «Amarás a tu prójimo como a ti mismo» (Lev 19,8).

Por contradictorio que pueda parecer, es cierto, para el cristiano, que si se entiende la libertad como libertad para el amor, en ella, que es al mismo tiempo libertad de la ley, queda cumplida toda la ley. Pablo cita una frase que nunca tuvo un lugar destacado en la ley ni fue especialmente significativa en la ética de la antigua alianza. Se refería al amor a los compatriotas, pero Jesús la amplió, haciéndola extensiva a todos los hombres. La obligación que Jesús impone de amar al prójimo encuentra, además, su más profundo fundamento en la obligación de amar a Dios sobre todas las cosas, que era también fundamental en la antigua alianza (Dt 6,5). Amor a Dios y amor al prójimo son las dos caras de un mismo principio fundamental, que Jesús constituyó en centro de toda la vida moral. No hay mandamiento mayor (Mc 12,28-34). Así se entiende que el amor deba extenderse incluso al enemigo (Mt 5,4348), pues el verdadero hijo del Padre celestial ama en Dios y por Dios a todos los hombres. Pablo, consecuente con las palabras de Jesús, afirma que el cumplimiento de este único mandamiento incluye el cumplimiento de toda la ley 58. A-D/A-H: ¿Qué es lo que pide el mandamiento del amor? Es sugerente el hecho de que Pablo no mencione el aspecto que se refiere a Dios, la obligación de amar a Dios. ¡Amarás a tu prójimo! Sólo así queda completo el amor. Es fácil espiritualizar el amor a Dios y prescindir del prójimo, pero quien cree amar a Dios y prescinde de sus semejantes, de los hombres que están a su lado, de sus vecinos, se engaña, pues el mandamiento del amor, a pesar de ser doble, es indivisible «Si alguien dice: "yo amo a Dios" y odia a su hermano, es un mentiroso» (1Jn 4,20). El amor debe demostrarse en el servicio a aquel que sale a nuestro encuentro necesitado de nuestra ayuda. El amor que uno se tiene a sí mismo puede ayudarnos a entender cómo hemos de amar al prójimo. Todo hombre, por naturaleza, se ama a sí mismo, busca su bien, desea para sí todo lo que es bueno. De igual modo debemos preocuparnos del bien de nuestro vecino, del que encontramos en nuestro camino, del que Cristo envía a nuestra puerta. Debemos amarle como amamos nuestro propio yo. Cristo exige a cada uno de los suyos que ame a su prójimo como a sí mismo. En el sermón de la montaña se comenta así el principio fundamental del amor al prójimo: «Todo cuanto deseéis que os hagan los otros, hacedlo igualmente vosotros con ellos» (Mt 7,12s). En estas palabras se dice más que en la forma negativa de entender la libertad de aquellos cuyo único objetivo es proteger al individuo de los desmanes de los demás, según el proverbio: No quieras para los demás qo que no quieras para ti.
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58.Cf. también Rm 13,8-10.
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15 Si, pues, os mordéis y os devoráis mutuamente, estad atentos a no destruiros a vosotros mismos.

El «si» con que Pablo inicia la frase no se refiere a un caso meramente posible; habla de lo que en ese momento sucede entre los gálatas. Se lanzan unos contra otros como animales salvajes, que se muerden y se devoran. El celo por la ley, en el que cada uno quiere superar a los demás, y la posesión del Espíritu, entendida falsamente, que desemboca en la falta de consideración y en la vanidad, conducen a la enemistad personal y a la envidia (6,1).

Pablo advierte con amarga ironía adónde conducirá tal forma animal de comportarse: las comunidades que el Apóstol ha edificado se destruirán ellas mismas. Los miembros de la comunidad se destruirán unos a otros, se devorarán mutuamente. A eso es a lo que conduce el fanatismo por la ley. La atención agradecida a la gracia, al contrario, conduce, como demuestra la experiencia, al amor fraterno y a una vida comunitaria floreciente.


III. EL AMOR ES EL PRIMER FRUTO DEL ESPÍRITU (5,16-24).

Pablo pasa ahora a mostrar lo que hay que hacer para permanecer en la libertad del amor. Habla de «caminar en el Espíritu» (5,16), es decir, de vivir la vida guiados por la fuerza y la inspiración del Espíritu de Dios, que ha sido dado a todos los cristianos en virtud de la promesa. Aunque experimenten las «tendencias de la carne» (5,16-18), deben tener confianza en medio de esta lucha, pues al pasar a pertenecer a Cristo «han crucificado la carne con sus pasiones y sus tendencias» (5,24).

En el marco de esta exposición introduce Pablo un catálogo de vicios y otro de virtudes (5,19-21; 22-23). Estos son los ejércitos que se enfrentan en el campo de batalla de la vida. Por un lado está el ejército, ya vencido, de las obras de la carne. No es que el Apóstol crea seriamente que los vicios que aquí enumera se encuentren uno por uno en los gálatas; se los pone ante los ojos a modo de aviso, para que vean adónde puede llevarles la esclavitud de la ley: a quedar excluidos de la herencia del reino.

El primer fruto del Espíritu que Pablo nombra es el amor. Pero el fruto del Espíritu, los dones que puede aportar, son múltiples. Frente a tales dones no hay ley; donde reina el Espíritu está la libertad, y el poder de la ley ha llegado a su fin.

1. LA CARNE TIENE TENDENCIAS CONTRARIAS AL ESPÍRITU (5/16-18).

16 Esto, pues, es lo que os digo: Caminad en el Espíritu y no llevéis a cabo las tendencias de la carne.

Pablo se extiende ahora sobre los conceptos que había indicado antes. Había dicho que no se debía permitir que la libertad fuera pretexto para la carne, que lo que hay que hacer es ponerse unos al servicio de los otros mediante el amor y que los miembros de la comunidad corren el peligro de lanzarse unos contra otros para devorarse. Ahora pasa a exponer el aspecto positivo que le interesa, introduciendo una idea que debía despertar recuerdos aún vivos en las comunidades. Dice: Caminad en el Espíritu. Al hacerse cristianos, los gálatas recibieron el Espíritu de Dios. En el Espíritu ha empezado su camino de cristianos: ¿van a terminarlo en la carne? Han experimentado la acción del Espíritu de Dios en la vida comunitaria. Deben seguir caminando en el Espíritu, avanzar, vivir la vida guiados por la fuerza de ese Espíritu; él es quien les marca la pauta. Deben dejarse guiar por el Espíritu. Utilizar la libertad para el amor, equivale a dejarse guiar por el Espíritu Santo. Esto lo hace el cristiano cuando escucha al Espíritu y le obedece.

Si obra así, no lleva a cabo las tendencias de la carne. No es posible que un cristiano, que vive su vida en el Espíritu, se entregue a las tendencias de la carne. Pablo saca esta certeza del hecho de que los objetivos que persiguen ambos poderes, la carne y el Espíritu, son antagónicos.

Por esta razón el Espíritu, que es Espíritu de Dios, puede acabar con el poder de la carne. Igual que al hablar del Espíritu Pablo no se refiere al espíritu del hombre, tampoco «carne» (sarx) se refiere meramente a nuestra carne. El Apóstol considera la (sarx) como una fuerza personal que extiende su poder sobre todos nosotros. Tiene sus tendencias propias e intenta someter a ellas nuestra voluntad. Pero, puesto que la carne se opone al Espíritu de Dios, no llevaremos a cabo sus tendencias.

17 Pues la carne tiene tendencias contrarias al Espíritu; y las del Espíritu, a su vez, van en contra de la carne. Hay entre ellos un antagonismo irreductible, de suerte que no lográis hacer las cosas que quisierais.

La lucha que se produce en el hombre entre el Espíritu y la carne no hay que entenderla como una rivalidad entre el yo espiritual y el cuerpo del hombre. El hombre cristiano, en su totalidad, es escenario de la batalla entre la carne y el Espíritu. El poder de la carne se alza contra la presencia de Cristo en nosotros. Las tendencias de la carne son expresión de su enemistad hacia Cristo. Pero también el Espíritu va contra ese poder que quiere arrastrar a los hombres tras él. Ambas potencias tienen sus tendencias propias y antagónicas.

No logramos hacer lo que queremos. La carne intenta apartar la voluntad del hombre de aquello a que le guía el Espíritu de Cristo. El Espíritu, a su vez, intenta impedirnos obrar carnalmente, dejándonos arrastrar por las tendencias de la carne.

18 Pero si os dejáis guiar por el Espíritu, es que ya no estáis bajo la ley.

Todo se reduce a que el cristiano se deje llevar por el Espíritu, comprenda cuáles son las intenciones del Espíritu de Dios, se deje guiar por el Espíritu de Cristo. Guiado así por Dios, cumplirá la ley, practicando el amor; vivirá la libertad a la que ha sido llamada, sin erigirse una justicia suya (Flp 3,9).

Es realmente libre, pues ya no está bajo la ley. El Espíritu somete los afanes carnales del hombre, que le llevan a enorgullecerse de haber cumplido la ley o a obrar contra la ley.

2. LAS OBRAS DE LA CARNE CARNE/OBRAS (5/19-21).

19a Ahora bien, las obras de la carne están patentes...

La lucha inexorable entre carne y Espíritu la experimenta el hombre en su corazón, al caer en la cuenta del antagonismo que existe entre las tendencias de ambos. Se hace patente con mayor claridad si observamos la diversidad que existe entre los objetivos que ambos poderes persiguen. Esa diversidad de objetivos está patente cuando las tendencias pasan a ser realidades en la vida humana. Pablo, al exponer ante los gálatas unos cuantos vicios concretos, se refiere a realidades que deben infundir a los cristianos un santo temor. No se limita a pedir a priori que se evite este o aquel vicio. Muestra adónde conducirá la carne al hombre que se confíe a ella.

Lo que Pablo va a exponer a continuación, enumerando quince vicios uno por uno, lo resume en esta expresión: obras de la carne. Al hablar en plural -habla, en cambio, sólo del fruto del Espíritu (5,22)- quiere mostrar la multiplicidad de las obras de la carne: las obras de la carne forman un montón confuso. Los vicios se mencionan uno tras otro, sin orden: unos, en singular; otros, en plural. Tal es el caos que produce la carne, en oposición al Espíritu de Dios.

No está aún agotado el significado de la palabra obras en el texto paulino. Pablo llama «fruto» a lo que el Espíritu produce en los hombres; la carne, al contrario, produce «obras». La carne produce hechos, de los que el hombre puede gloriarse como propios, pero que, precisamente porque son obras de la carne, terminan en la confusión del vicio. El Espíritu, por el contrario, produce «fruto». En el Espíritu, el hombre actúa dando gracias a Dios por el bien recibido. El cristiano obra guiado por la fuerza del Espíritu de Dios, y así su obrar termina en una maravillosa armonía de dones de Dios, que el amor circunda. El Dios creador crea un mundo de orden y de paz.

19b ...a saber: fornicación, impureza, libertinaje, 20 idolatría, magia, enemistades, discordia, celos, animosidades, rivalidades, partidos, sectas; 21a envidias, borracheras, orgías y cosas semejantes a éstas.

Empieza mencionando como obras de la carne tres ejemplos de desorden sexual: fornicación, impureza, libertinaje. La primera palabra se refiere a la convivencia sexual fuera del matrimonio. La segunda, a la «impureza» moral, que puede derivarse del extravío sexual; el significado exacto de la palabra es más amplio, ya que abarca también los pensamientos impuros. La tercera palabra designa el desenfreno sensual, que casi siempre incluye también el desenfreno sexual. Tal desenfreno era característico del paganismo 60. Las tendencias de la carne no traen consigo sólo desorden sexual, sino también idolatría. También éste es un error típicamente pagano. El error de los paganos consiste en que «trocaron la gloria del Dios inmortal por una imagen que representa un hombre corruptible, aves, cuadrúpedos y reptiles» (Rom 1,23). Mediante el culto a los ídolos, el hombre pagano quiere tener a su disposición lo divino; según Pablo, ésta es otra manifestación de las tendencias de la carne. De esa misma raíz procede la magia. En la magia, el pagano atribuye a las cosas y a las acciones una fuerza divina que no pueden tener en realidad. Sabiendo manipular esas cosas cree poder determinar el obrar de Dios.

Sin orden determinado expone a continuación los vicios que amenazan la vida social. Se trata de pecados que brotan del egoísmo, cuando los hombres sólo se tienen en cuenta a sí mismos. Las enemistades ocasionan la discordia o proceden de ella. A veces proceden de los celos. «Estáis aún en el puro plano humano. Realmente, mientras que entre vosotros haya celos y discordia, no habéis pasado la raya de lo humano y vuestra conducta es puramente humana» (lCor 3,3); así escribe Pablo a la comunidad de Corinto. Las animosidades y las rivalidades son manifestaciones concretas de enemistad. La indignación contenida tiende a salir al exterior continuamente, en estallidos; la enemistad empuja a buscar aliados para planear intrigas. Así, la enemistad es causa de que surjan partidos y sectas. Las obras de la carne culminan en escisión de la comunidad, a causa de los intereses de grupo. Convierten el orden de Dios en un montón de escombros. Con los últimos tres vicios, cuya fuente común es la falta de dominio de sí mismo, vuelve Pablo a tratar de las formas más groseras de libertinaje. La envidia, más exactamente, pues la palabra está en plural, las diversas manifestaciones y formas de la envidia, conducen a aquellos pecados que se cometen en los banquetes: embriaguez y orgías de todo tipo. El catálogo de vicios termina con un giro formulario: «y cosas semejantes a éstas». Significa que a los vicios mencionados se puede añadir aún muchos más. ¡Tan numerosas son, y tan demoledoras, las obras de la carne!
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60. Cf.a este propósito, el texto de Rm 1,24; 1Ts 4,3-5; 2Co 12,21.
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21b Acerca de estos vicios os digo que quienes los practican no heredarán el reino de Dios.

Llamando la atención sobre las secuelas inevitables de una vida carnal, el Apóstol espera apartar a los gálatas de las obras de la carne. Por eso se las ha enumerado: para que vean adónde puede llegar un cristiano si se entrega de nuevo a las tendencias de la carne; los que obran así, no heredarán el reino de Dios. Las obras de la carne excluyen del reino de Dios. Quien las practique no será heredero de la salvación plena que se nos dará cuando venga Cristo, pues Cristo no le salvará del juicio de la ira 61.

Pablo les predice esto a los cristianos de Galacia. Ya se lo había predicho cuando aún eran paganos. La palabra de juicio forma también parte del mensaje del Evangelio, sobre todo cuando va dirigido a oyentes paganos. El Apóstol se lo recuerda también a los cristianos para avisarlos. Igual que es cierto que ya han conseguido la justicia por la fe en Jesucristo, lo es también que al final el cristiano será juzgado por sus obras. El que esté o no en estado de justicia será decisivo para su salvación o condenación definitivas. El reino de Dios y la justicia no se consiguen por las obras. Son herencia de los hijos de Dios. Son un regalo de Dios Padre. Así como en los discursos de Jesús la idea de «reino» o de «señorío de Dios» contiene esencialmente el poder de Dios, la idea paulina de «justicia de Dios» está sólidamente anclada en la idea de juicio de Dios sobre los hombres. El reino de Dios y la justicia de Dios son dones, pero son también tareas que se nos imponen.
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61. Cf. 1Co 6,9s; 15,50-53.
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3. EL FRUTO DEL ESPÍRITU (5/22-24).

22 Por el contrario, he aquí el fruto del Espíritu: amor, alegría, paz, comprensión, benignidad, bondad, lealtad, 23 mansedumbre, templanza.

La oposición que existe entre las obras de la carne y el fruto del Espíritu es igual a la que existe entre tinieblas y luz, entre caos y orden, entre multiplicidad y unidad. El orden del mundo moral que el Espíritu de Dios crea aparece expresado en el ritmo ternario de la enumeración. Tres tríadas de virtudes constituyen el fruto del Espíritu. La unidad queda clara por el hecho de que el Apóstol dice «fruto», en singular, y no habla de frutos. La vida moral del cristiano es, en realidad, muy sencilla: servir por amor. En el amor al prójimo es donde primero sale a luz y madura la acción del Espíritu. Mientras en la comunidad son los efectos extraordinarios del Espíritu, los carismas, los que testimonian la acción del Espíritu (3,5), en el individuo, que posee el Espíritu por el bautismo, el fruto de esta posesión aparece como amor. En el Espíritu, el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones. En el amor, la fe pasa a la acción. El amor cristiano se dirige ante todo a Dios, pero Pablo atiende aquí sobre todo al amor al prójimo, por ser un fruto prácticamente visible. Toda obra de un cristiano, en la medida en que no es una obra «carnal», contiene este amor, como fruto del Espíritu.

En segundo lugar nombra el Apóstol la alegría. Se trata de una alegría causada y comunicada por el Espíritu Santo. Su fundamento más profundo lo constituye la esperanza en la proximidad del Señor, esperanza que proviene de la buena nueva del Evangelio. Supera a la alegría natural, porque se alegra de la fe del hermano. Se mantiene en medio de las dificultades y en la aflicción, porque es algo más que un puro sentimiento; es semejante a la alegría del Señor y de su Apóstol 62.

En tercer lugar está la paz. El Espíritu tiende a la paz, a la salvación del hombre, mientras el objetivo final de la carne es la muerte. La paz es un elemento constitutivo del reino de Dios; «no consiste en comer y beber, sino en justicia y paz, y alegría en el Espíritu Santo» (Rom 14,17). La paz, a la que Dios ha llamado a los cristianos y que ha establecido por medio de Cristo, puede, por ser «paz de Dios», «custodiar nuestros corazones y nuestros pensamientos en Cristo Jesús» (Flp 4,7) 63.

La comprensión, la benignidad y la bondad son las virtudes que en el contacto entre los hombres mantienen la alegría y la paz. Quien es comprensivo soporta a los demás, incluso cuando tiene tentaciones de ira. Se domina a sí mismo con paciencia constante. Es generoso con todos. El ejemplo de Dios, que refrena graciosamente su ira justa, es el que impone a los cristianos la exigencia de una comprensión generosa. La benignidad y la bondad implican un dirigirse positivamente a los hombres, un servirles amistosamente y un salirles al encuentro con benevolencia.

La lealtad, la mansedumbre y la templanza cierran la enumeración, que, por descontado, no pretende ser exhaustiva. La lealtad debe constituir el fundamento de la confianza en la comunidad; la falta de lealtad origina desconfianza, que destruye la comunidad.

Mansedumbre significa suavidad, moderación: lo contrario de altanería. Esa mansedumbre debe ser una de las características de los cristianos; no han de amonestar a sus hermanos con ira ni con acritud arrogante. El cristiano tiene en Cristo un ejemplo de mansedumbre. En último lugar está la templanza, que es algo más que continencia. Se opone, sin duda, a los vicios del desenfreno sensual y del libertinaje desenfrenado. La templanza es fruto del Espíritu, pero hay que adquirirla en la lucha y mediante el ejercicio.
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62. Sobre la alegría, cf. Rm 14,17; 16,19; Flp 1,6; 4,5.
63. Sobre la paz, cf. también Rm 8,6; 1Co 7,15; Ef 2,13s.
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23b Contra tales cosas nada tiene que decir la ley. 24 Y los que son de Cristo Jesús han crucificado la carne con sus pasiones y sus tendencias.

Contra este fruto del Espíritu no puede haber ninguna ley. Vivir la vida obedeciendo al Espíritu es cumplir la ley (5,14) y, por eso, frente a esta forma de vivir no hay ninguna ley. Donde reina el Espíritu, el poder de la ley ha llegado a su fin. Con esto, Pablo subraya lo que ya antes había dicho: Si os dejáis guiar por el Espíritu ya no estáis bajo la ley (5,18). Quien se deja guiar por el Espíritu de Dios no puede ser llamado quebrantador de la ley. Los cristianos han tomado ya en lo esencial su decisión: a favor del Espíritu y contra la carne. Han decidido a favor de Cristo y del Espíritu, han crucificado la carne. Han votado contra la carne. Esto les capacita ya para iniciar la vida en eI Espíritu. Esto es lo que aconteció en el bautismo. En él fueron incorporados sacramentalmente a Cristo y revestidos de él (3,27s). Pertenecen a Cristo por el bautismo (3,29). Pero lo que en el bautismo aconteció una vez para siempre, hay que vivirlo.

Los bautizados han crucificado la carne. La han aniquilado, para que no pueda cumplir en ellos su obra destructora. Antes, el Apóstol había descrito esto como acción de Dios en el bautizado (2,19). Aquí, la llama obra del hombre. Es porque piensa en la decisión que el mismo bautizado ha tomado y a la que debe atenerse. Al someterse al bautismo, el hombre ha crucificado la carne, cuyas obras se acaban de enumerar, con sus pasiones y sus tendencias. Se ha entregado a Cristo Jesús y, mediante él, al Espíritu: pertenece al mundo de la nueva creación. «En Cristo» es «una nueva criatura» (2Cor 5,17).

IV. CAMINAR EN EL ESPÍRITU ES SERVIR A LOS HERMANOS (5,25-6,6).

Si bien el Apóstol, al mostrar las obras de la carne y, sobre todo, al hacer patente cuál es el fruto del Espíritu, ha puesto ya en claro todo lo necesario, quiere, sin embargo, señalar a continuación algunas particularidades. Quiere mostrar cómo ha de llevar a cabo el caminar en el Espíritu.

1. CAMINAR EN EL ESPÍRlTU (5/25-26).

25 Si, pues, vivimos en el Espíritu, caminemos también en el Espíritu.

Vivimos en el Espíritu. Este es el punto de partida de nuestra vida moral. Hemos recibido nuestra vida por virtud del Espíritu. Se refiere a la vida que ha empezado para nosotros en el bautismo. Cristo vive en nosotros (2,20). Estamos penetrados del Espíritu.

De ahí se sigue que debemos tender hacia el Espíritu. Si no caminamos en el Espíritu, no viviremos de acuerdo con nuestra esencia íntima de cristianos. Pablo designa aquí el caminar con una palabra más precisa que antes (5,16). Allí hablaba simplemente de «caminar» en el Espíritu; aquí, usa una palabra que proviene del lenguaje militar, cuyo significado primitivo es «ponerse en fila, marchar en fila, alinearse». Esta palabra vuelve a repetirse después (6,16), pero allí tiene el significado preciso de «ajustarse» (a una regla, a una medida). El cristiano, como persona que vive en el Espíritu, está llamado a ajustarse a ese Espíritu, a tender hacia ese Espíritu.

26 No nos convirtamos en buscadores de triunfos hueros, provocándonos recíprocamente y envidiándonos unos a otros.

El Apóstol inicia su serie de exhortaciones con una expresión benigna: No nos convirtamos. Su intención no es sólo mostrar que también él va incluido en la exhortación, quiere indicar, además, que los gálatas han de coincidir en este punto con él y gloriarse sólo en la cruz de Cristo. Los alborotadores de Galacia: en cambio, se glorían de sí mismos y buscan hacer un buen papel (6,12s).

El cristiano no busca triunfos hueros. Es cierto que es objeto del amor y que sus hermanos le aprecian como hermano, pero no buscan una gloria vana, vacía, sin fundamento. No quiere que los demás le alaben con vanas lisonjas. No anda buscando gloria y honor, como el hombre carnal.

Quien obra movido por la ambición, provoca a los demás, excita en ellos la misma ansia de gloria. Se llega así a una situación en la que cada uno intenta colocarse por encima de los demás, buscando una gloria que no corresponde a lo que es en realidad.

Por fin, surge la envidia. Se envidian unos a otros por las cosas buenas que cada uno tiene o parece tener. En el Espíritu, en cambio, nadie envidia lo que otro tiene, porque sabe que todo es gracia de Dios.