CAPÍTULO 2


3. SEGUNDO ARGUMENTO: LOS PRIMEROS APÓSTOLES RECONOCIERON LA PREDICACIÓN APOSTÓLICA DE PABLO (2,1-10).

a) Pablo expuso su Evangelio ante los primeros apóstoles (2/01-05).

1 Luego, al cabo de catorce años, subí otra vez a Jerusalén con Bernabé, llevando también conmigo a Tito.

Catorce años pasaron antes de que Pablo volviera a Jerusalén. Es un período largo. Durante esos años el misionero Pablo trabajó en su propio campo de misión entre los gentiles. Comienza hablando del gran número de años transcurridos para mostrar que su predicación permaneció independiente. En la conciencia de su vocación encuentra el misionero fuerza para un largo camino.

Su compañero en el viaje a Jerusalén fue Bernabé. Era descendiente de la diáspora judía de Chipre y su verdadero nombre era José. El sobrenombre significa «hijo de la profecía». Probablemente era uno de los profetas cristianos dotados del Espíritu. Los gálatas deben haber oído hablar de él como hombre importante. Había sido de los primeros en acudir a la comunidad primitiva de Jerusalén y fue enviado a la ciudad cosmopolita de Antioquía como hombre de confianza. Llevó hacia allá a Pablo y le acompañó en el primer viaje misionero18. Bernabé procedía, pues, del mismo medio que Pablo. Ambos, como judíos de la diáspora, estaban especialmente preparados, ya por su origen, para misionar entre los gentiles.

Como ayudante, Pablo lleva consigo a Tito. Tito era «griego», es decir: pagano de origen (2,36. Pablo le tomó consigo a pesar de que no había recibido la circuncisión (2,3). Tal vez le llevó a Jerusalén precisamente por esto: con vistas a la discusión esperada sobre el valor de la ley. El encuentro personal entre hombres puede ayudar a tender un puente sobre concepciones diversas.
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18. Cf., a este propósito, los datos contenidos en Hch 4,36s; 11,22.25s; cap. 13-14.
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2 Subí allá a consecuencia de una revelación y les expuse el Evangelio que predico entre los gentiles -pero privadamente a los que son tenidos en consideración-, no fuera que tal vez yo corriera o hubiera corrido en vano.

El viaje no se debió a iniciativa privada ni a inseguridad personal. Fue consecuencia de una revelación de Dios. No tiene interés el camino ni la forma en que ésta se produjo. Lo que importa es que el Apóstol se entrega confiadamente a la dirección de lo alto. También los Hechos de los apóstoles muestran cómo Pablo se deja dirigir en su actividad por el Espíritu Santo19. Dios mismo es quien impulsa la misión y conduce a la meta.

Pablo expuso su Evangelio a la comunidad de Jerusalén. Va allá para exponer a la comunidad primitiva su mensaje, tal como lo ha predicado por espacio de media vida de un hombre. Una indicación divina le ha movido a dejar que en Jerusalén den su opinión sobre el mensaje. La comunidad primitiva debe decidir sobre el mensaje de Pablo20. E1 Apóstol está convencido de que no hay más que un Evangelio y de que él lo ha predicado hasta ahora, pero sabe igualmente que en Jerusalén hay apóstoles. Por orden de Dios busca entrevistarse con ellos. Que la entrevista fue favorable a Pablo lo indica ya el Apóstol al escribir a los gálatas: sigue predicando a los gentiles el mismo mensaje que antes. La decisión está en manos de los que son tenidos en consideración. Se refiere a los apóstoles, como autoridades de la comunidad. A ellos ha sido enviado él por Dios, no ellos a él. Eran apóstoles antes que él. El principio de atender a los orígenes, en problemas de unidad. es un principio revelado por Dios.

Pablo está auténticamente preocupado. No es que estuviera inseguro de lo suyo. Su actividad la compara a una carrera sin descanso. «¿No sabéis que los que corren en el estadio, corren todos, pero uno solo se lleva el premio?» (ICor 9,24). A los cristianos de Filipos escribe Pablo: «Hacedlo todo sin murmuraciones y sin discusiones... llevando la palabra de vida, lo cual será para gloria mía en el día de Cristo, ya que no habré corrido en vano, ni habré trabajado en vano» (Flp 2,14-16). Si las comunidades no llegan a ser lo que deben, Pablo habría corrido en vano, habría perdido la corona que Cristo le ofrece. El apóstol no puede limitarse a trabajar según su propia «buena conciencia». Debe tener en cuenta toda la Iglesia de Dios y su futuro.
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19. Cf. Hch 16,6s; 19,21; 20,22s.
20. Pablo usa una palabra que en los documentos de la época significaba «poner algo ante uno para que dé su opinión o decida sobre ello».
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3 Pues bien, ni siquiera Tito, que estaba conmigo, con ser griego, fue obligado a circuncidarse.

La entrevista giró en torno al tema del valor de la ley. Pablo no menciona aquí las conversaciones fundamentales. Da sólo la conclusión práctica: Tito, el incircunciso, no fue obligado a circuncidarse. Los apóstoles no le ordenaron que se sometiera a la circuncisión judía. Tampoco necesita, pues, seguir la ley. Los cristianos están libres de la ley.

4 Por mor de los intrusos, falsos hermanos, que se habían introducido para espiar la libertad que nosotros poseemos en Cristo Jesús, y ello con el fin de reducirnos a esclavitud ...

En las comunidades se han introducido falsos hermanos. Se han infiltrado. Se trata de miembros de la comunidad que no merecen el nombre de hermanos. Lo que hacen no es corrección fraterna. Presumen de celosos. Lo más grave de todo es que actúan como espías. Crean confusión en la comunidad de los hermanos. Producen inseguridad en la comunidad. Respecto a Antioquía, los Hechos de los apóstoles transmiten el siguiente informe: «Algunos venidos de Judea andaban enseñando a los hermanos que si no se circuncidaban según el rito de Moisés no podían salvarse» (Act 15,1). Quien espía a su hermano no merece el nombre de hermano.

Los falsos hermanos quieren esclavizar a la comunidad. La intención de estos falsos hermanos es colocar a los cristianos bajo el yugo de la esclavitud. Claro está que eso no lo dicen abiertamente, pero ése es su objetivo. Es la consecuencia de la circuncisión. Pablo les abre los ojos a los gálatas: también entre ellos se han introducido ahora falsos hermanos; hablan de salvación por la ley, exigen la circuncisión. Quien les sigue, se entrega a la esclavitud, renuncia a la libertad.

Se trata de nuestra libertad. El estado de libre, de hombres emancipados, lo tenemos en Cristo. Esto significa, primero, que Cristo es quien nos ha dado esta libertad (5,1.13). Significa, además, que quien ha sido incorporado a Cristo por el bautismo (3,26-29) vive en el ámbito de la libertad, es hijo de Dios por la fe. ¿Quién quiere poner en duda esta libertad?

5 Ni por un instante tuvimos la deferencia de ceder ante ellos, con el fin de mantener entre vosotros la verdad del Evangelio.

Pablo no cedió. El menosprecio que Pablo siente hacia los falsos hermanos le lleva a mostrar insistentemente cuál es el papel de ellos. Ahora vuelve a coger el hilo del discurso. No cedió ante los falsos hermanos, ni siquiera un instante. Había hecho circuncidar a Timoteo antes de tomarle consigo para el primer viaje misionero (Act 16,3), pero en el caso de Tito permanece firme. Aquí, en Jerusalén, se trata de la verdad del Evangelio. En el caso de Timoteo no sucedía así. En Jerusalén se llegó a un acuerdo. Los falsos hermanos no convencieron. Los apóstoles no exigieron que Tito se circuncidara. Decidieron a favor de Pablo. Pablo defendió su convicción con tenacidad.

El resultado es que la verdad del Evangelio continúa firme entre los gálatas (y entre todos los etnicocristianos). Pablo, para llegar al acuerdo, no consultó sólo a su conciencia. Tenía también ante los ojos a sus comunidades. Debían quedar libres de la carga de la ley. Por eso no consiente que se falsifique el Evangelio de la libertad. Su Evangelio es la verdad (cf. 2,14; 5,17). Está amenazado por las exigencias de los falsos maestros gálatas. Pablo vela apasionadamente por el mensaje que Cristo le ha confiado. Es un mensaje de liberación: libera de la esclavitud de la ley.
 

b) Se reconoció su Evangelio y su apostolado (2/06-10).

Los versículos 6-10 forman un sólo período, largo y rico de contenido; sólo el último versículo esta algo fuera de lugar. Se trata aún de la reunión de Jerusalén. No se le impuso a Pablo ninguna carga adicional, a no ser la solicitud por la comunidad madre de Jerusalén, los «pobres» (2,10). Los primeros apóstoles, que marcan la pauta, reconocieron la gracia especial y la vocación de Pablo para los gentiles y reconocieron que era el mismo Señor quien se las había dado a él, como a Pedro. Hicieron un pacto con él, le «tendieron la mano» (2,9) y se repartieron el campo misional.

6 Por el contrario, por lo que respecta a los que son tenidos en consideración -lo que ellos habían sido en un tiempo no hace diferencia: en Dios no hay acepción de personas-, digo que aquellos venerables no me impusieron nada, ...

La decisión la tomaron los que eran tenidos en consideración. Se refiere a las autoridades de la Iglesia de Jerusalén. Todos, incluso Pablo, las consideraban y reconocían como tales.

Al ponerse a hablar de ellas observa Pablo -antes de pasar al tema propiamente dicho- que aquí no le interesa su «pasado». No se trata ahora de lo que hayan sido antes. Como predicadores del Evangelio, pueden referirse a su trato con el Jesús terreno y con el resucitado, pero estos rasgos de su personalidad no importan en el problema de que aquí se trata.

En Dios no hay acepción de personas. No tiene en cuenta el «aspecto», la calidad humana de una persona. En caso contrario, con certeza no habría llamado a Pablo. Dios acepta por igual a los judíos y a los gentiles. Jesús, en su actitud, sobre todo con los pecadores, reveló este Dios imparcial que a todos acepta y de todos se compadece. Al Evangelio de Pablo -esto interesa a los gálatas- no se le hizo ninguna añadidura. Dios exige a los hombres fe, no obras conformes a la ley. La circuncisión no es necesaria para la salvación. Así lo decidieron los primeros apóstoles en Jerusalén. Todo se reduce a lo que Pablo predicó, antes y ahora, como Evangelio.

...7 sino que, al contrario, viendo que la evangelización de los incircuncisos se me había confiado a mí, como a Pedro la de los circuncisos...

Lo que Pablo y sus acompañantes dijeron, hizo que las autoridades de Jerusalén vieran. La comunidad escuchaba en silencio cuando Pablo y Bernabé contaban «cuántas señales y prodigios había obrado Dios ente los gentiles por medio de ellos» (Act 15,12). Las decisiones de la Iglesia se siguen, a menudo, de la consideración de la acción de Dios. La experiencia y la historia de la Iglesia pueden llevarnos a conocer la continuidad de la fe. No sólo se reconoce en Jerusalén que Pablo es apóstol y tiene el Evangelio, sino que también se cae en la cuenta de que le ha sido confiada la evangelización de los incircuncisos. Pablo refleja aquí, con expresiones judías, la forma de pensar de los judeocristianos. La expresión «incircunciso», para designar a los gentiles, tenía un sentido despectivo. Aunque Pablo la usa aquí, los gálatas saben muy bien que Dios no les mira despectivamente. No establece diferencias entre las personas. El nuevo pueblo de Dios, la Iglesia, ha sido convocado de entre judíos y gentiles.

A Pablo se le ha confiado el Evangelio para los gentiles. Dios se lo ha dado para que lo conserve fielmente. El Apóstol no puede tocarlo. No puede añadirle nada; debe predicarlo sin abreviarlo.

Igual que a Pedro, también a Pablo confió Dios el Evangelio. No hay diferencias en el contenido del mensaje: es el mismo en todos los apóstoles. Lo que es diverso es el campo de trabajo. La división no es radical, sin duda, así como tampoco la designación de ambos fue casual. Pedro, procedente de Palestina, ocupa ya en el primer pentecostés cristiano el centro de la comunidad de Jerusalén. Pablo, que proviene de la diáspora, fue destinado a evangelizar a los gentiles. Es consciente de haber sido enviado especialmente a los gentiles. Su éxito misionero se lo confirma. También las autoridades de la Iglesia de Jerusalén se dan ahora cuenta de esto. Pedro y Pablo predican el mismo Evangelio, pero cada uno en su forma y a hombres diversos. «¿Qué importa "ellos" o "yo"? Esto es lo que proclamamos y esto es lo que creéis» (lCor 1 5,1 1).

... 8 (pues el que impulsó a Pedro al apostolado de los circuncisos, me impulsó a mí para los gentiles)...

Dios impulsó a ambos apóstoles. Los éxitos conseguidos en la misión no pueden entenderse de otra forma. Los oyentes no acogieron la palabra de Dios «como palabra de hombre, sino -como es en realidad- como palabra de Dios», así escribe Pablo a los tesalonicenses. Y añade que ésta «ejerce su acción en vosotros los creyentes» (lTes 2,13). La palabra de Dios fue acompañada por signos del poder divino (Act 5,12). Así interviene Dios a favor de sus mensajeros. Los signos muestran la elección de aquellos en quienes se producen. «Cuando se proclamó el Evangelio entre vosotros, no hubo sólo palabras, sino además poder del Espíritu Santo» (lTes 1,5).

...9 y reconociendo la gracia que se me había dado, Santiago, Cefas y Juan, los reconocidos como columnas, nos tendieron la mano, a mí y a Bernabé, en señal de comunión, para que nosotros fuéramos a los gentiles y ellos a los circuncisos.

Los primeros apóstoles no sólo se dieron cuenta de que a Pablo le había sido confiado el Evangelio, sino que reconocieron, además, la gracia que le había sido concedida. Es la gracia que recibió con su misión de apóstol. Convierte al apóstol en tal: «Pero por la gracia de Dios soy lo que soy, y su gracia no se ha frustrado en mí; antes al contrario, he trabajado más que todos ellos, no precisamente yo, sino la gracia de Dios conmigo» (lCor 15,10). Con la tarea y con el cargo, da Dios la fuerza necesaria para desempeñarlos. Los tres reconocidos como columnas dieron la mano a Pablo y a su compañero de Antioquía. Se nombra a Santiago en primer lugar. Parece ser que gozaba de gran estima entre los enemigos de Pablo en Galacia. En la comunidad primitiva ocupaba una posición especial. También a Pedro y a Juan se les da gran importancia en la narración de lo ocurrido en Jerusalén que aparece en los Hechos 22. Los tres apóstoles principales confirman que Pablo participa del único apostolado de Cristo. La decisión va, pues, a favor de Pablo. Las tres columnas representan a toda la Iglesia. Igual que el nombre de Cefas, esta expresión presupone la imagen de la Iglesia como un edificio. La Iglesia reposa sobre las columnas; sin ellas, cae23. Pablo y su cargo de apóstol están de acuerdo con ellas. Los tres apóstoles tendieron la mano a Pablo y a su acompañante. Cerraron un trato. Aparece aquí claramente expresada la comunión de los apóstoles ente sí. El contenido del acuerdo amistoso es éste: Pablo, con Bernabé, evangelizará a los gentiles; los otros tres, evangelizarán a los judíos. Con esta decisión se reconoce que Pablo es apóstol. Se afirma además que está en comunión con los demás apóstoles. La decisión quiere ser algo más que una mera delimitación de campos de trabajo. Da la directriz fundamentaI para el trabajo del momento. No se busca una mera convivencia pacífica, sino una colaboración en la misma obra. La delimitación pastoral del campo de trabajo no debe crear una escisión, sino servir a la obra común.
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22. Cf. Hch 3,1; 4,13; 8,14.
23. Los textos rabínicos muestran que en el judaísmo se designaba a Abraham y a los maestros más significados de la ley con el titulo de «columnas».
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10 Solamente nos recomendaron que nos acordáramos de los pobres; cosa que he procurado cumplir con diligencia.

Como consecuencia del acuerdo se impone a Pablo y a los etnicocristianos una deuda de gratitud: que se acuerden de los pobres. Lo único que se pidió a Pablo fue que pensara en los pobres de Jerusalén. ¿Quiénes son esos pobres? Son los pobres, especialmente numerosos, de la comunidad primitiva de Jerusalén. Pero no hay que olvidar que los miembros de esa comunidad primitiva se consideraban a sí mismos como los pobres, a quienes el Señor había prometido el reino de los cielos (Mt 5,3; Lc 6,20) 24. De hecho, Pablo nunca justifica sus colectas entre los etnicocristianos con la pobreza de Jerusalén, sino con el hecho de que la Iglesia proviene de Jerusalén. «Porque Macedonia y la Acaya han tenido a bien hacer una colecta para socorrer a los pobres que hay entre los santos de Jerusalén. Así les ha parecido, y obligación les tiene. Porque si a los gentiles se les hace participar en los bienes espirituales de los judíos, deben también aquéllos hacer participar a éstos en sus bienes temporales» (Rom 15,26s).

Con diligencia se ocupó Pablo de satisfacer esta deuda. Sabe que Jerusalén no le dio nada en lo relativo a su Evangelio. No está, pues, obligado a Jerusalén en el sentido de que desde allí se le haya dado el mensaje del Evangelio. Pero Jerusalén es la ciudad de la comunidad primitiva, es, considerada históricamente, el «centro rector» de la Iglesia, la Iglesia madre de todas las Iglesias. Los donativos de los etnicocristianos dan testimonio de su solidaridad agradecida con Jerusalén y, en el fondo, de la unidad de la Iglesia de Cristo.
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24. Parece ser que también en Qumrán «los pobres» era un título honorífico que la comunidad se atribuía. En la Regla de la guerra, de Qumrán (14,7) se encuentra también la expresión «pobres de espíritu» (cf. Mt 5,3).
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4. TERCER ARGUMENTO: PABLO HIZO VALER LA VERDAD DEL EVANGELIO FRENTE A PEDRO (2,11-21).

Después de que Pablo hizo valer la verdad de su Evangelio en el concilio apostólico de Jerusalén (2,1-10), se produjo aún una situación importante, que sirve a Pablo para mostrar cómo Pedro mismo tuvo en cuenta su Evangelio.

a) Pedro no fue consecuente en Antioquía (2/11-13).

11 Pero cuando vino Cefas a Antioquía, me opuse a él abiertamente, porque era culpable. 12 Pues antes de que vinieran algunos de los de Santiago, comía en compañía de los gentiles; pero cuando llegaron aquéllos, empezó a retraerse y separarse, por miedo a los circuncisos.

Pablo se dio cuenta de las consecuencias que podrían derivarse de la conducta de Pedro y le hizo frente. ¡Se opuso a él abiertamente! En Antioquía, pidió cuentas a Pedro. Sobre esta breve noticia aparece casi como un título el hecho de que Pedro era culpable. Su misma conducta le ha condenado, antes de que Pablo le pida cuentas. El hecho de que la conducta de uno esté en contradicción con lo que enseña, no condena su doctrina, pero sí le condena a él, porque sus palabras y sus obras no van de acuerdo.

¿En qué consistió la culpa de Pedro? Consistió en una inconsecuencia, peligrosa para la Iglesia. En Antioquía, Pedro compartía la mesa, incluso la mesa eucarística, con los etnicocristianos. De repente aparecen algunos judeocristianos, enviados por Santiago, y Pedro comienza a tener miedo. Por miedo a los judeocristianos se retrae poco a poco de los etnicocristianos. Se separa. Contradice así, prácticamente, el sentido profundo de la eucaristía, que une a todos los hombres en Cristo.

Pedro obra por miedo, no por convicción. Probablemente la convivencia con los etnicocristianos no le parecía algo tan fuera de dudas como les parecía a Pablo y a Bernabé; por eso, en su miedo, presta a los enviados de Jerusalén más atención de la que permite la verdad del Evangelio.

Los simples fieles tienden fácilmente a dar valor decisivo a la conducta de los dirigentes de la Iglesia, incluso cuando se trata de decisiones de política eclesiástica. Eso es lo que sucede en este caso. Pablo se da cuenta y se opone decididamente.

13 Y le imitaron en esta disimulación los demás judíos, de manera que hasta Bernabé fue arrastrado a disimular con ellos.

La conducta de Pedro se extiende a los demás judeocristianos. Le imitaron en esta disimulación. Se refiere a los judeocristianos de la comunidad de Antioquía. De los enviados de Santiago se supone, sin más, que se separaban de los etnicocristianos. El ejemplo de Pedro hace escuela. Todos están pendientes de aquel que ha de trazar la norma de conducta. El ejemplo de un hombre influye más que la verdad fundamental de una doctrina.

Incluso Bernabé, habituado a tratar con los etnicocristianos, es arrastrado por la ola del disimulo. La unidad de la comunidad está seriamente amenazada. Se estaba produciendo en Antioquía el mismo proceso que se produce ahora entre los gálatas. Agitadores judeocristianos amenazan la existencia de la comunidad; amenazan incluso la verdad del Evangelio.

b) Pablo pidió cuentas a Pedro (2/14).

Si en Antioquía bastó reprender la inconsecuencia de la conducta de Pedro (2,14), al dirigirse a los gálatas el Apóstol debe someter a examen los principios fundamenta]es que allí resultan afectados (2,15-21).

14 Pero cuando vi que no andaban derechamente según la verdad del Evangelio, le dije a Cefas delante de todos: Si tú, siendo como eres judío, vives como gentil y no como judío, ¿por qué obligas a los gentiles a judaizar?

Pablo vio claramente lo que pasaba. Los judaizantes no andaban derechamente según la verdad del Evangelio. No se puede disculpar su actitud indicando que, con todo, Pedro predicaba, en lo esencial, el mismo Evangelio que Pablo. En la práctica, Pedro ha negado el Evangelio. Ha caminado vacilando, no derecho y firme. Ha negado prácticamente la unidad de judíos y gentiles, a la que Cristo ha conducido los hombres. Cristo «de dos pueblos ha hecho uno solo, y ha destruido el muro de separación. la enemistad; en su carne ha abolido la ley de los mandamientos formulados en ordenanzas» (Ef 2,14s). La nueva humanidad ya no está dividida por la ley: es la Iglesia constituida por judíos y gentiles.

Pablo muestra a Pedro la doblez que hay en su conducta. Aunque es judío, no vive como judío; no obra por convicción. Como apóstol de Cristo, como «hombre nuevo», no está ligado a la ley. También Pedro lo sabe. Cuando en Antioquía se apartó de esta actitud vital cristiana se contradijo a sí mismo. Obligaba a los etnicocristianos a seguir las costumbres judías. Si querían tener de nuevo comunión de mesa con Pedro debían tomar sobre sí la circuncisión y toda la ley. ¿Cómo puedes hacer eso, Pedro? ¿Cómo puedes tener tan cortos alcances? ¿Cómo puedes lastrar y extraviar así a los cristianos procedentes de la gentilidad?

Estas preguntas no las hizo Pablo en una conversación privada. Las hace delante de todos, ante la comunidad reunida. Puesto que Pedro había dado escándalo públicamente, había que ponerlo en claro también públicamente ante la Iglesia. Ninguna falsa consideración debía impedirlo. Pablo tuvo la valentía de plantear la aclaración ante todos.

c) No nos justifica la ley (2/15-21). Los versículos 15-21 aparecen, a primera vista, como discurso que Pablo dirigiera a Pedro en Antioquía «delante de todos» 25. Pero, ante todo, quieren ser una exposición de la verdad fundamental que se negaba prácticamente en Antioquía. Entre los gálatas, los falsos maestros se oponían públicamente -y radicalmente- a la verdad del Evangelio (1,6s.9). El discurso que aquí tenemos ante nosotros no es una reproducción literal del que Pablo pronunció en Antioquía 26. Pero expone los principios que estaban amenazados en Antioquía, ya que esos mismos principios, son los que están amenazados en las comunidades de Galacia. En último término, también los lectores de hoy deben tenerlos en cuenta.
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25. Los versículos 2,15-21 están en íntima relación con 2,14. «Nosotros (v. 15) se refiere, por un lado, a Pablo y, por otro, a Pedro y a los judaizantes. Si se entendiera referido a los gálatas, no tendría sentido, ya que ellos procedían del mundo gentil.
26. Esta observación es muy importante para decidir sobre el valor histórico de la perícopa 1,11-2,21. Los versículos 1,11-2,14 están escritos con fines defensivos. Tampoco lo que los Hechos narran de estos acontecimientos está escrito con intención histórica. Así se explican las «discrepancias» entre Gál 1-2 y los Hechos de los apóstoles.
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15 Nosotros somos judíos de nacimiento y no pecadores de entre los gentiles. 16a Sin embargo, sabiendo que el hombre no se justifica por las obras de la ley, sino solamente por las fe en Jesucristo...

Para entender bien lo que sigue, y toda la carta, debemos conocer el significado exacto de las palabras «justificación» y «justificar». Estas palabras no nos son familiares en el uso religioso; suscitan, ante todo, imágenes jurídicas. Para el judaísmo del tiempo de Jesús, justificación era la idea central en la relación del hombre pecador con Dios santo. La pregunta fundamental sonaba así: ¿Cómo podré presentarme como justo ante Dios en el juicio y ser justificado (es decir, proclamado justo) por Él? ¿Cómo puedo presentarme, siendo pecador, ante Dios? Pablo recoge estas expresiones, pero las llena con nuevo contenido. Ante todo, no piensa sólo en el juicio final, sino en la vida actual en la tierra y enseña que ya ahora el hombre es justificado (es decir, hecho justo) por Dios por medio de la muerte de Jesús.

La justificación es ya ahora un hecho real y efectivo, de forma que el pecador se transforma en justo, los pecados se borran de hecho y se da la gracia; el hombre viejo se transforma en hombre nuevo. Con esto aparece claramente que el problema de la justificación ha de ser el problema central del Apóstol, en el que se separan la antigua alianza y la nueva. Toda nuestra vida se decide con la respuesta a esta pregunta: ¿Estoy ya justificado? Y, si es así, ¿cómo debo vivir?

Pablo sabe que coincide con Pedro y con los demás judeocristianos en ser judío de nacimiento. Esto solo es ya un título. Los judíos tienen la ventaja de poseer muchas cosas que otros no poseen: «la adopción de hijos, la presencia de Dios, los pactos, la ley, el culto y las promesas» y, por último, «los padres», «de quienes desciende Cristo según la carne» (Rom 9,4s).

Los gentiles, al contrario, son pecadores. Pablo no habla con ironía al usar aquí una expresión que corresponde al modo judío de pensar. Los gentiles no sólo no cumplen la ley; ni siquiera la conocen. El judío era consciente de que entre gentiles no podía existir celo por la ley. Estaba orgulloso de su posesión espiritual.

Frente a esta ventaja del judío existe un pero: el hombre no se justifica por las obras de la ley. «Todos pecaron y están privados de la gloria de Dios. Son justificados gratuitamente por su gracia, en virtud de la redención en Cristo Jesús» (Rom 3,23s). Las obras que pide la ley no tienen fuerza para justificar al hombre delante de Dios, de tal forma que pueda presentarse con la cabeza alta ante el tribunal de Dios.

El hombre se justifica por la fe en Cristo Jesús. Esta fe, que recibe su fuerza de la acción redentora de Cristo, es el medio de la justificación. La justificación no proviene de las obras de la ley, sino de la fe. Esta fe consiste en hacer profesión de Cristo Jesús; es nuestra respuesta afirmativa al Mesías Jesús, a su persona, a su obra, a su palabra. Jesús es el mediador de la salvación enviado por Dios, con el que llegó la fe como poder (3,23-25). Con su llegada ha terminado el camino judío hacia la salvación, se ha suprimido la ley como camino de salvación.

... 16bc nosotros también hemos creído en Cristo Jesús, para ser justificados por la fe en Cristo y no por las obras de la ley, ya que por la práctica de la ley ninguna carne será justificada.

Ahora llega Pablo al punto culminante. Nosotros -aunque somos judíos- hemos creído. En el bautismo hemos hecho profesión de fe en el Mesías Jesús y la hacemos desde entonces. Hemos recibido en el bautismo el estado de cristianos y vivimos en él. La fe es, a la vez, la decisión de fe tomada una vez en el pasado y la actitud creyente que llena nuestro presente. Hemos entrado en el camino de salvación de la fe y caminamos hacia nuestra justificación.

La finalidad de la fe es la justificación. Cuando los judíos, en el bautismo, se hicieron cristianos, perseguían la justificación en Cristo por la fe. Ya sabían entonces que no se podía alcanzar ese objetivo por la práctica de las obras de la ley. Y renunciaron a su judaísmo.

El libro de los salmos indicaba ya a los judíos que ningún hombre es justo ante Dios. Pablo usa libremente esta cita de la Escritura (Sal 143,2)27. Subraya la pecaminosidad de todos los hombres con la fuerte expresión «ninguna carne». Pero añade también las palabras siguientes, decisivas en nuestro contexto: «por la práctica de la ley». Es cierto que la humanidad vivía de las obras de la ley. Judíos y gentiles querían ser justificados ante Dios por sus obras (véase más adelante 4,10). Pero en el momento en que los judíos pasaron a ser cristianos rechazaron este esfuerzo por justificarse ellos mismos y se entregaron al camino de la fe. Pablo sigue estando en ese camino. Los judeocristianos deben atenerse también a su decisión por el cristianismo.
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27. En el texto hebreo, el versículo del salmo dice así: «¡No entables pleito con tu siervo! ¡Ningún viviente es justo ante ti!» La traducción griega (los Setenta) dice, en cambio, en la segunda parte del versículo: «¡Ningún viviente será justificado ante ti!» Se identifica el juicio con el juicio final futuro, en el que tendrá lugar la justificación del hombre. Esto es lo que aparece en Pablo.
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17 Si, pues, procurando ser justificados en Cristo, resulta que somos aún pecadores, entonces ¿quiere decir que Cristo ha sido un ministro del pecado? ¡De ningún modo!

Pablo se encuentra en el centro de la discusión teológica. He aquí la objeción que se le presenta: sería inconcebible, sería incluso una blasfemia afirmar que, según lo dicho, Cristo es ministro del pecado. Ahora bien, la justificación por la fe hace de Cristo un ministro del pecado; esta dificultad se presenta como una objeción piadosa, concebida para velar por el honor del Mesías. Una cosa es cierta: para poder afirmar que tanto judíos como gentiles son justificados por Cristo, es necesario que, en el momento en que vienen a la fe, sean pecadores. Cristo, pues -ésta es la objeción- exigió los pecados. Luego está a su servicio y no al servicio de la justicia. Es la misma forma de pensar de aquellas personas piadosas que criticaban el trato de Jesús con los pecadores. «Los escribas y fariseos, al ver que comía con publicanos y pecadores, decían a sus discípulos: "¿Cómo es que vuestro maestro come y bebe con publicanos y pecadores?" Habiéndolo oído Jesús, les dijo: "No son los sanos quienes necesitan al médico, sino los enfermos; no he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores"» (Mc 2,16s) 28.

Pablo rechaza decididamente la objeción que mueve la piedad. ¡No, en modo alguno! El Apóstol ha entendido exactamente y en su esencia la voluntad del Mesías. No se limita a afirmarlo; intenta dar a continuación una fundamentación teológica.
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28. Cf. Lc 15,1s y la parábola del propietario de la viña, Mt 20,1-15.
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18 En efecto, si lo que antes derribé, ahora lo reedifico, estoy con ello demostrando que fui un transgresor.

Pablo responde a la objeción de los piadosos. Da la razón de su no. Empieza calificando de transgresión lo que hacen los que rechazan la justificación por Cristo. Cuando usa aquí la primera persona no se refiere a sí mismo; habla en el estilo directo y vivo de los judeocristianos. Lo mismo vale para los versículos 19-20.

Pablo pone el caso de un judío que ha derribado la ley y la reedifica. Al hacerse creyente y bautizarse se ha desentendido de la ley, sus exigencias y sus obras. Ha echado abajo el obrar según la ley como camino hacia la salvación. Pero ahora hace lo que nadie habría esperado: implanta de nuevo la ley. Quiere constituirla de nuevo en camino eficaz hacia la justificación.

Tal atrevimiento no es sólo una inconsecuencia. Quien obra así demuestra que es un transgresor. No es Cristo quien es servidor del pecado, sino aquel que implanta de nuevo la validez de la ley. Por la cruz de Cristo ha sido crucificado y evacuado este mundo con su principio legal (6,14). Quien resucita de nuevo ese principio para sí, es transgresor, porque infringe los requisitos de cuyo cumplimiento espera la salvación.

Esta motivación de la negativa paulina está hecha sobre todo con vistas a Pedro. Él y los judeocristianos que le siguen están en vías de convertirse en transgresores. También los gálatas, aunque etnicocristianos, están muy cerca de elevar las obras a camino de salvación (4,8-10). Todo cristiano está en peligro de entrar de nuevo por el camino de las obras de la ley. Si lo hace, no es justificado por Dios, sino que demuestra ser un transgresor.

19 Pues yo, por le ley, morí para la ley a fin de vivir para Dios. He sido crucificado con Cristo.

El segundo motivo, positivo, de la negativa de Pablo radica en lo que acontece en el yo humano en el bautismo. Quien piense en ello se dará cuenta de que Cristo no es ministro del pecado. El cristiano ha muerto para la ley. Antes era un objeto viviente sobre el que actuaba el poder poco tranquilizador de la ley. Ahora ya no está a disposición de la ley. Respecto a la ley y sus exigencias es como un muerto. La ley ya no puede contar con él.

El cristiano vive para Dios. Dios es ahora el poder bajo el que está su vida, a quien sirve su vida, hacia quien él la ha dirigido. Ya no presta atención a la ley, sino a Dios. Cristo murió al pecado una vez para siempre, y el cristiano, igual que él, ha muerto al pecado. El Resucitado vive para Dios; también vive para Dios aquel que en el bautismo ha sido crucificado con Cristo. «Considerad que estáis muertos al pecado y que vivís ya para Dios en Cristo Jesús» (Rom 6,11). La nueva vida del bautizado le marca una nueva dirección vital. Se dirige sólo e inmediatamente a Dios.

¿Cómo hay que entender las palabras de Pablo de que el bautizado ha muerto por la ley? ¿Nos ha matado la ley? De hecho, la ley es la causante de nuestra muerte. Igual que podemos decir que Cristo murió en la cruz por los pecados y venció a esos pecados en su muerte, puede decir Pablo: «Cristo nos ha adquirido, sacándonos de la maldición de la ley, haciéndose él mismo maldición» (3,13). Fue crucificado por el poder de la ley. Es cierto que el poder de la ley mató a Cristo por voluntad de Dios, pero, con todo, le mató injustamente. La cruz no arrancó sólo a Cristo de este mundo, de la esfera del poder de la ley; arrancó también a los creyentes, que fueron crucificados con Cristo.

La eficacia de la muerte de Cristo en la cruz se le comunica al hombre en el bautismo. Ha sido crucificado con Cristo. «Ha sido injertado con Cristo por medio de la representación de su muerte» (Rom 6,5). Ha sido sepultado. Este «ser consepultado» tiene como fin que «así como Cristo fue resucitado de entre los muertos», «así también procedamos nosotros con nuevo tenor de vida» (Rom 6,4).

20 Y ya no vivo yo, sino que es Cristo el que vive en mí. Y lo que ahora vivo en la carne, lo vivo en la fe en el Hijo de Dios, que me ha amado y se ha entregado por mi.

Pablo sigue razonando su negativa al reproche que se le hace de que pone a Cristo como ministro del pecado. Considera ahora la vida que vive el bautizado.

Cristo vive en mí. Esto puede decirlo el bautizado. Esta vida de Cristo en él es tan fuerte que la dirección de la vida ya no puede atribuirse al propio yo. Ya no vivo yo. Ya no pasa como sucedía antes: que el hombre «dirigía» su propia vida mediante sus obras. La vida del cristiano está determinada por Cristo, que actúa e impera en él. Cristo vive en los cristianos por el Espíritu. «No vivís según la carne, sino según el Espíritu, si es que el Espíritu de Dios habita en vosotros. Si alguno no tiene el Espíritu de Dios, ése no es de Jesucristo (Rom 8,9). La justificación en Cristo no sólo produce la muerte del hombre viejo; crea uno nuevo, cuyo yo es lugar donde se desarrolla la vida de Cristo. Por eso puede decir el Apóstol: «Para mí, el vivir es Cristo» (F1p 1,21).

Pero Pablo sabe bien que vive aún «en la carne». El cristiano no ha abandonado aún su cuerpo carnal, terrestre. Su vida humana terrena no ha sido aún abolida. Pero «si andamos según la carne, no por eso combatimos según la carne: pues las armas de nuestro combate no son carnales» (2Cor 10,3s). En eso se funda la situación de lucha de la vida cristiana: en que el bautizado pertenece ya al nuevo eón, es nueva criatura, pero vive aún en la carne, que pertenece al mundo viejo que ha incurrido en la muerte. Para Pablo, carne no designa en primer lugar lo material del cuerpo. sino la miseria esencial del mundo viejo, crucificado con la muerte de Cristo.

La vida terrena del cristiano se vive en la fe en el Hijo de Dios. Esa es la nueva forma de ser que corresponde a la nueva vida. La fe no sólo conduce a la nueva vida; la envuelve, la acompaña y la sustenta. La nueva vida no puede experimentarse inmediatamente. Está escondida. «Habéis muerto, y vuestra vida está oculta, juntamente con Cristo, en Dios. Cuando se manifieste Cristo, vida nuestra, entonces también vosotros seréis manifestados juntamente con él, en gloria» (Col 3,3s).

Esta fe del bautizado no es una confianza genérica en la misericordia de Dios. Es fe en el Hijo de Dios que, en su obrar, hace visible a Dios, su Padre. Este obrar del Hijo es una prueba de su amor a mí y de la donación de sí mismo por mí. Si la miro con fe, mi vida se me aparece como un regalo del amor de Cristo, como una gracia que me ha sido concedida gracias a la entrega de sí mismo que hizo el Hijo de Dios; no la veo como una vida que hay que planear arbitrariamente y vivir guiándose por la propia subjetividad 29.

Quien se hace cargo de esto y lo convierte en realidad, no hace a Cristo ministro del pecado. Sabe que Cristo sirve al honor del Padre. Cuando Cristo justifica al pecador, recibe éste su vida, nueva, de la mano de Dios.

21 Yo no anulo la gracia de Dios; pues si por la ley viniese la justificación, Cristo habría muerto en vano.

Pablo termina la primera parte de la carta con una afirmación, que se apoya en el hecho (que los contradictores del Apóstol no pueden negar) de que Cristo no puede haber muerto en vano. Si hubiera sido posible alcanzar la justicia por la ley, Cristo no habría tenido que morir. Su muerte no habría tenido razón de ser. La entrega de sí mismo a la muerte realizada por el Hijo de Dios no puede haber sido un acontecimiento inútil.

El hecho de que Pablo afirme, con tanta fuerza, que él no anula la gracia, permite sospechar que se defiende contra una acusación. Esta acusación podría provenir de los judaizantes que rodeaban a Pedro y a Santiago, pero también podría proceder de los contradictores de Galacia. Para ellos, «gracia» significa los privilegios especiales del pueblo de Israel, tal como el apóstol los enumera en otros lugares 30. Pablo no descarta la gracia de Dios. Pero bajo esa palabra no entiende él la ley y la justicia esperada de ella, sino la vida nueva que proviene sólo de la muerte de Cristo (2,20b).

Los gálatas están a punto de caer fuera de esta gracia, al querer ser justificados por la ley (5,4)31. Pero si se aniquila la gracia de Cristo, si se la priva de significado, Cristo habría muerto en vano. Y esto no puede ser. Si eso es imposible, también lo es la justificación por las obras de la ley.
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29. Cf. Sant 4,13-16.
30. Por ejemplo, Rom 9,4s. Cf., a este propósito, una frase del libro de Baruc (sirio), libro que no pertenece a la Biblia y data de los años posteriores a la destrucción del templo. Promete la herencia del mundo futuro a «los que no se aparten de la gracia y hayan observado la verdad de la ley» (44,14). Aquí, el judaísmo entiende en el mismo sentido la ley y la gracia.
31. Cf. Rom 5,17.