CAPÍTULO 4


Parte quinta

EXHORTACIONES Y DISPOSICIONES FINALES 4,2-20

En la parte final de esta carta se ha reunido toda una serie de cuestiones particulares: instrucciones a un dirigente de la comunidad para que tome su cuidado a dos mujeres: exhortaciones, dirigidas una vez más a toda la comunidad, y, finalmente, la gratitud del Apóstol por la ayuda, expresada con palabras excepcionalmente bellas.

1 EVODIA Y SINTIQUE (4/02-03).

2 Tanto a Evodia como a Síntique las exhorto a que tengan el mismo sentir en el Señor. 3 Y a ti te ruego, mi sincero Sízigo, que las ayudes, ya que ellas me asistieron en la lucha por el Evangelio, junto con Clemente y los demás colaboradores míos, cuyos nombres están en el libro de la vida.

La palabra de Pablo se hace ahora totalmente concreta. Hay en Filipos dos mujeres -así se lo han contado- que se han peleado entre sí. Dado que ambas desempeñaron en la vida comunitaria un papel destacado, su disputa produce gran daño a la comunidad. Al hacérseles esta llamada para que vuelvan a la armonía y unidad de sentimientos, esta exhortación debe verse en conexión con la paraclesis del comienzo del capítulo segundo. No es muy frecuente que las cartas de Pablo nos permitan una ojeada tan inmediata sobre la vida de la comunidad. El Apóstol ha conocido personalmente a estas dos mujeres, Evodia y Síntique. No se puede mantener la idea de que las comunidades primitivas hayan sido congregaciones de hombres ideales. El pecado las amenazaba como a cualquiera otra comunidad de hombres. En la corrección fraterna y en la disposición a aceptarla se encuentra el medio para restablecer el orden en la comunidad.

A un cierto Sízigo (nombre que significa «compañero»), que había demostrado ser verdaderamente «compañero» del Apóstol (2) y ahora desempeñaba probablemente una función rectora en Filipos, se le ruega que zanje el asunto de estas dos mujeres. Vemos que en los comienzos de la fundación de la comunidad ellas estuvieron presentes y prestaron ayuda a los misioneros. Entre los cristianos de la primera época de Filipos se encuentra también un Clemente y algunos otros. Dios los había escogido. Conocía sus nombres desde el principio (3).

2. GOZO Y PAZ (4/04-09).

4 Gozaos siempre en el Señor; os lo repito: gozaos. 5 Que vuestro mesurado comportamiento sea conocido de todos los hombres. El Señor está cerca. 6 No os afanéis por nada, sino que, en toda ocasión, en la oración y súplica, con acción de gracias, vuestras peticiones sean públicamente presentadas a Dios. 7 Y la paz de Dios, que está por encima de todo juicio, custodiará vuestros corazones y vuestros pensamientos en Cristo Jesús. 8 En fin, hermanos, todo lo que hay de verdadero, de noble, de justo, de puro, de amable, de honorable, si hay alguna virtud o algo digno de alabanza: tenedlo en cuenta. 9 Y las cosas que aprendisteis, recibisteis, oísteis y visteis en mí, llevadlas a la práctica; y el Dios de paz estará con vosotros.

De nuevo la marcha del pensamiento retorna al verdadero gozo. Aquí se ve con entera claridad que este gozo está más allá de la experiencia natural y también que debe ser uno de los sentimientos fundamentales del vivir de los cristianos, pues éstos deben estar siempre gozosos. La disposición interior, el sentimiento vital irrumpe en lo exterior. A la alegría y gozo en el Señor responde la bondad, la mansedumbre, que la comunidad debe irradiar en su mundo circundante: un punto de luz en el universo.

Cuanta más falta de comprensión, odio y vulgaridad existe, tanto más cuesta afrontarlo con amor, comprensión y amistad. Como lugar del amor mutuo, la comunidad cristiana puede ejercer su fuerza de atracción, puede ser punto de orientación. La falta de amor la convierte en una lámpara de luz mortecina. Uno de los hontanares de la alegría es la proximidad del Señor. La primitiva oración cristiana concluía con el grito de llamada: Maranatha!, ¡ven, Señor! (Cf. 1Co 16,22; Ap 22,20). También nosotros podemos hablar así, aunque ya no estamos poseídos del sentimiento de la espera próxima del final de todas las cosas. Pero sí nos es posible, conveniente y oportuno fijar la mirada en el Señor que llega, porque tenemos un futuro y nuestro futuro es él.

Con una bendición se invoca la paz de Dios sobre la comunidad. Paz es salvación. Viene de Dios y supera todas las humanas dimensiones y toda capacidad de compresión. Los riesgos de la fe son siempre agudos. También la incredulidad intenta anidar en el creyente. Suben del corazón pensamientos zozobrantes, preguntas que hacen cavilar, especialmente cuando la existencia terrena se ve amenazada, y más aún en la hora del peirasmos, de la tentación. Hace falta la protección divina, que tiene el poder de hacer perseverar y que está garantizada en el ámbito de Cristo Jesús.

También en el ámbito extracristiano existen virtudes indiscutibles, honestidad, amor, heroísmo. Sería temerario y falso limitar tales virtudes a la esfera cristiana. El Apóstol sabe que hay bondad en el mundo. No se avergüenza de recurrir para las instrucciones que da a sus comunidades a los códigos éticos, a los conceptos morales y a los catálogos de virtudes del mundo circundante, de los vecinos paganos. Existían en aquella época no pocos filósofos ambulantes, de ideología estoico-cínica, que enseñaban normas de vida. Pablo no cierra el oído a sus palabras. Cuando incita a la veracidad, a la honradez, a la justicia, a la probidad, etc., todo esto podía haberlo dicho también un estoico.

De aquí se deduce al menos que la comunidad cristiana no debe, en modo alguno, quedarse rezagada respecto de sus vecinos en cuanto a la autenticidad de la vida, ya que en este caso demostraría ser un mal testimonio. Pero, con todo, lo que la distingue de sus vecinos es la norma de la fe, que le fue transmitida por el Apóstol, una vez más en su palabra y en su ejemplo. Mientras tanto, han frecuentado la escuela cristiana y han estudiado su fe. Comienzan a crecer las tradiciones, que deben, a su vez, ser trasmitidas (Cf. 1Co 11,23; 15,3; 1Ts 4,1s; 2Ts 2,15; 3,6).

Así, la comunidad sigue siendo, en la diáspora, un recinto, cuyos límites y separación sólo pueden ser percibidos con el sentido de la fe. Los hombres que están en su interior, apenas se distinguen de los que se encuentran en el exterior. Se da la virtud en ambos lados. Pero la fe está de su parte. Resiste. Tienen la promesa de la paz divina.

3. GRATITUD DEL APÓSTOL (4/10-20).

10 Me he alegrado sobremanera en el Señor, de que ya por fin haya florecido vuestro interés por mí; porque teníais estas aspiraciones; pero os faltaba oportunidad. 11 Y no es que yo hable a impulsos de mi escasez; pues yo aprendí ya a bastarme a mí mismo en cualquier situación. 12 Sé vivir en pobreza, y sé vivir en abundancia. En todas y cada una de las circunstancias estoy entrenado: en tener hartura y en pasar hambre, en tener de sobra y en padecer escasez. 13 Todo lo puedo en aquel que me da fuerzas. 14 Sin embargo, hicisteis bien en tomar parte en mi tribulación. 15 Y también sabéis vosotros, filipenses, que en los comienzos del Evangelio, cuando salí de Macedonia, ninguna Iglesia abrió conmigo cuentas de gastos e ingresos, sino vosotros solos; 16 pues incluso a Tesalónica me enviasteis una y otra vez lo que me era necesario. 17 Y no es que yo busque donativos; sino lo que busco es el rédito que aumente vuestra cuenta. 18 De todo acuso recibo, y estoy en abundancia; lleno estoy, después de haber recibido de manos de Epafrodito lo que me habéis mandado: olor de suavidad, sacrificio acepto, agradable a Dios. 19 En correspondencia, mi Dios colmará todas vuestras necesidades según su riqueza, en la gloria, en Cristo Jesús. 20 A Dios, nuestro Padre, la gloria por los siglos de los siglos. Amén.

De nuevo Pablo se hace personal. Ahora expresa su gratitud por el donativo que los filipenses le hicieron llegar por medio de Epafrodito. A decir verdad, se habría esperado esta gratitud ya en un momento anterior, pero la urgente situación del Apóstol y de la comunidad misma ocupaban el primer plano. No escribe una carta privada, sino que escribe en el desempeño de su misión apostólica. De ahí la manera de agradecer que ha elegido y que pudiera desconcertar.

La primera impresión que podría obtenerse es que Pablo se muestra impaciente porque la ayuda de parte de los filipenses se retrasó demasiado. Que finalmente hayan podido volver a desplegar sus cuidados es motivo de gozo. Pero Pablo prescinde totalmente de su persona. Apenas le interesa la cosa en sí. Se pone en la situación de ellos, juzga enteramente desde esta situación y participa así de su alegría, que consiste en que desde hacía tiempo venían buscando una ocasión de ayudarle y, finalmente, la han encontrado. Por eso les defiende. Les reconoce su buena voluntad, existente ya de antes.

Debe excluirse toda mala inteligencia. Sus palabras no están dictadas por la necesidad. Que la sufre -prisionero en la cárcel- está fuera de duda. Pero en su profesión apostólica ha hecho un duro aprendizaje, cuya escala de sufrimientos enumera en otro pasaje. Incluye desde azotes, peligros de ladrones, hambre y sed, hasta lapidaciones y naufragios en alta mar (Cf. 2Co 11,23-33; 6,3-10). Con todo esto sabe habérselas Pablo.

El dominio de la vida se extiende en dos direcciones: la pobreza y la abundancia. Ciertamente, el dominio de la pobreza, de la indigencia, es el más difícil. Pablo exagera un poco cuando habla de abundancia refiriéndose a sí mismo. El infatigable peregrino no tuvo ninguna oportunidad de acumular ganancias. Sólo quiere dar a entender que sabe también de la tentación de la abundancia y que también ha aprendido a superarla. ¿Es Pablo un asceta? ¿Tiene tan magistral dominio de sí mismo? Ciertamente, era un hombre muy impulsivo, lleno de vitalidad y fuerza de carácter. Pero él saca de otra parte su auténtica fuerza. Otro le hace fuerte, Cristo. Sabe bien que la debilidad del Apóstol es el medio de que se sirve Cristo para manifestar su fuerza (Cf. 2Co 12,9s).

Desde el principio existían excelentes relaciones de confianza con los filipenses. Ya a las pocas semanas después de su partida de la ciudad habían comenzado a subvenir a sus necesidades económicas (4). Y siguieron haciéndolo también en adelante. Pablo aceptó con agrado este servicio, lo que significaba una distinción en favor de ellos, porque eran escasas las comunidades de las que aceptaba subvenciones. A este propósito, sabe que el trabajador merece su salario, que el misionero y el pastor de almas tienen derecho a ser mantenidos por la comunidad, pero no hace uso alguno de tal derecho, para que el Evangelio no pierda su fuerza ni se le pueda hacer a él mismo reproche alguno (Cf. 1Co 9,13-23). Filipos es la gran excepción. Pueden sentirse orgullosos de ella.

A Pablo no le interesa la ganancia material, sino el beneficio espiritual. Valora el donativo como demostración de sus buenos sentimientos, de su sentido de sacrificio y, por tanto, como señal de sus progresos en el ejercicio de la existencia cristiana. Hacer participar a los otros en los propios bienes por causa del Evangelio exige de parte de los que dan y de los que reciben una recta postura frente a la palabra. Aunque el Apóstol les extiende acuse de recibo, como un comerciante que firma una cuenta, para él la acción tiene un fondo esencial. Se servía a un hombre, pero con el servicio humano se alcanza a Dios. Llama la atención ver que Pablo pueda describir el donativo de los filipenses como un sacrificio hecho a Dios. «Sacrificio acepto, agradable a Dios» son expresiones conocidas por nosotros a través de la teología cultual vetero-testamentaria (Ex 29,18; Ez 20,41). Los verdaderos sacrificios son espirituales. Ante Dios no cuenta la sangre de machos cabríos y de novillos, sino el amor que se manifiesta en el servicio a los hombres y que brota de la fe.

Dios premia los buenos donativos. La alusión a Dios en estos contextos puede sonar fácilmente como increíble. Pero Dios y su riqueza no son pensados como una especie de tapaagujeros que deba saltar a la brecha en defensa de la pobreza humana. En Dios se remedia toda humana necesidad, la de Pablo y la de los filipenses. Considerada desde Dios, la vida humana es necesariamente algo relativo, referido a otra cosa.

Los creyentes están llamados a participar en la plenitud de la gloria divina. Esta llamada está tendida hacia el futuro del tiempo final. Dios se da a sí mismo, deja que se participe de lo que le es propio, sobre todo por parte de aquellos que están dispuestos a dar a su vez lo suyo.

Al final hay una pequeña alabanza. El Apóstol cierra la carta del mismo modo que la comenzó: orando.

Conclusión

SALUDO Y BENDICIÓN 4/21-23

21 Saludad a todos los santos en Cristo Jesús. Os saludan los hermanos que están conmigo. 22 Os saludan todos los santos, principalmente los de la casa del César. 23 La gracia del Señor Jesucristo sea con vuestro espíritu.

Usualmente las cartas acaban con saludos. La costumbre sigue en vigor en nuestros días. Pero, una vez más, puede verse en este pasaje que las cartas del Apóstol tienen un sello peculiar, son expresión de su cargo apostólico, aunque también del sentido fraterno que unía indisolublemente a las comunidades entre sí. Los santos de Éfeso saludan a los santos de Filipos. Se tienen mutuo afecto, no porque les unan los vínculos de la sangre, la amistad o la inclinación personal, sino la fe común, que crea la conciencia solidaria, el querer de unos a otros y con otros.

Hay un grupo en la comunidad efesina que merece una mención especial: los de la casa del César (5). Se trata de los esclavos imperiales que desempeñaban acaso sus trabajos en el pretorio, en los lugares en que se administraba justicia, de suerte que Pablo pudo tener posibilidad de verles y hablarles. Algunos de ellos eran cristianos.

Tanto la comunidad efesina como la filipense son fundaciones del Apóstol. Por eso las une también la persona misma de Pablo. A los saludos de los santos antepone los saludos de los hermanos, de los colaboradores que están en contacto con él, y los suyos propios. Saluda a todos ellos, a «todos los santos en Cristo Jesús». Se ponen de manifiesto, por última vez, las excelentes relaciones entre el Apóstol y los filipenses.

Lo último que ha de darles es el saludo de bendición. Es indudable que las cartas se solían leer en las asambleas de la comunidad. La bendición los abarca a todos en el espíritu. Un mismo espíritu anima a toda la comunidad. Y esto es expresión, garantía, manifestación visible del Espíritu divino, que creó e hizo posible la existencia y la comunidad cristianas.
...............
1. El predicado soter se encuentra, en el corpus paulino, preferentemente en las cartas pastorales; fuera de ellas, sólo en Ef 5,23. El soter Jesucristo es característico de la 2P.
2. Se hace un juego de palabras con el nombre de Sizigo.
3. La idea del libro de la vida aparece ya en el Antiguo Testamento: cf. Éx 32,32s; Sal 69,29; Dan 12,1.
4. Tesalónica, donde los filipenses enviaron su primer socorro, fue, después de Filipos, la segunda estación en el segundo viaje misionero: 1Ts 2,2; Hch 17,1ss.
5. Sólo en este pasaje se menciona al César en Pablo. Cf. también Mc 12,13-17 par; Lc 2,1; 3,1, 23,2; Act 25,8-12.