1. Este himno de victoria (cf.
Ex 15, 1-18), propuesto en las Laudes del sábado de la primera semana,
nos remite a un momento clave de la historia de la salvación: al acontecimiento
del Éxodo, cuando Israel fue salvado por Dios en una situación humanamente
desesperada. Los hechos son conocidos: después de la larga esclavitud en
Egipto, ya en camino hacia la tierra prometida, los hebreos habían sido
alcanzados por el ejército del faraón, y nada los habría salvado de la
aniquilación si el Señor no hubiera intervenido con su mano poderosa. El himno
describe con detalle la insolencia de los planes del enemigo armado:
"perseguiré, alcanzaré, repartiré el botín..." (Ex 15, 9).
Pero, ¿qué puede hacer incluso
un gran ejército frente a la omnipotencia divina? Dios ordena al mar que abra
un espacio para el pueblo agredido y que se cierre al paso de los agresores:
"Sopló tu aliento y los cubrió el mar, se hundieron como plomo en las
aguas formidables" (Ex 15, 10).
Son imágenes fuertes, que
quieren expresar la medida de la grandeza de Dios, mientras manifiestan el
estupor de un pueblo que casi no cree a sus propios ojos, y entona al unísono
un cántico conmovido: "Mi fuerza y mi poder es el Señor, él fue mi
salvación. Él es mi Dios: yo lo alabaré; el Dios de mis padres:
yo lo ensalzaré" (Ex 15, 2).
2. El cántico no habla sólo
de la liberación obtenida; indica también su finalidad positiva, la cual no es
más que el ingreso en la morada de Dios, para vivir en comunión con él:
"Guiaste con misericordia a tu pueblo rescatado; los llevaste con tu poder
hasta tu santa morada" (Ex 15, 3). Así comprendido, este
acontecimiento no sólo estuvo en la base de la alianza entre Dios y su pueblo,
sino que se convirtió también en un "símbolo" de toda la historia
de la salvación. Muchas otras veces Israel experimentará situaciones análogas,
y el Éxodo se volverá a actualizar puntualmente. De modo especial aquel
acontecimiento prefigura la gran liberación que Cristo realizará con su muerte
y resurrección.
Por eso, nuestro himno resuena de
un modo especial en la liturgia de la Vigilia pascual, para destacar con la
intensidad de sus imágenes lo que se ha realizado en Cristo. En él hemos sido
salvados, no de un opresor humano, sino de la esclavitud de Satanás y del
pecado, que desde los orígenes pesa sobre el destino de la humanidad. Con él
la humanidad vuelve a entrar en el camino, en el sendero que lleva a la casa del
Padre.
3. Esta liberación, ya
realizada en el misterio y presente en el bautismo como una semilla de vida
destinada a crecer, llegará a su plenitud al final de los tiempos, cuando
Cristo vuelva glorioso y "entregue el reino a Dios Padre" (1 Co
15, 24). Precisamente a este horizonte final, escatológico, la Liturgia de
las Horas nos invita a mirar, introduciendo nuestro cántico con una cita
del Apocalipsis: "Los que habían vencido a la bestia cantaban el cántico
de Moisés, el siervo de Dios" (Ap 15, 2-3).
Al final de los tiempos se
realizará plenamente para todos los salvados lo que el acontecimiento del Éxodo
prefigura y la Pascua de Cristo ha llevado a cabo de modo definitivo, pero
abierto al futuro. En efecto, nuestra salvación es real y profunda, pero está
entre el "ya" y el "todavía no" de la condición terrena,
como nos recuerda el apóstol san Pablo: "Porque nuestra salvación
es en esperanza" (Rm 8, 24).
4. "Cantaré al Señor,
sublime es su vitoria" (Ex 15, 1). Al poner en nuestros labios estas
palabras del antiguo himno, la Liturgia de las Laudes nos invita a situar
nuestra jornada en el gran horizonte de la historia de la salvación. Este es el
modo cristiano de percibir el paso del tiempo. En los días que se acumulan unos
tras otros no hay una fatalidad que nos oprime, sino un designio que se va
desarrollando, y que nuestros ojos deben aprender a leer como en filigrana.
Los Padres de la Iglesia eran
particularmente sensibles a esta perspectiva histórico-salvífica, pues solían
leer los hechos más destacados del Antiguo Testamento -el diluvio del tiempo de
Noé, la llamada de Abraham, la liberación del Éxodo, el regreso de los
hebreos después del destierro de Babilonia, ...- como
"prefiguraciones" de eventos futuros, reconociendo que esos hechos tenían
un valor de "arquetipos": en ellos se anunciaban las características
fundamentales que se repetirían, de algún modo, a lo largo de todo el decurso
de la historia humana.
5. Por lo demás, ya los
profetas habían releído los acontecimientos de la historia de la salvación,
mostrando su sentido siempre actual y señalando la realización plena en el
futuro. Así, meditando en el misterio de la alianza sellada por Dios con
Israel, llegan a hablar de una "nueva alianza" (Jr 31, 31; cf. Ez
36, 26-27), en la que la ley de Dios sería escrita en el corazón mismo del
hombre. No es difícil ver en esta profecía la nueva alianza sellada con la
sangre de Cristo y realizada por el don del Espíritu. Al rezar este himno de
victoria del antiguo Éxodo a la luz del Éxodo pascual, los fieles pueden vivir
la alegría de sentirse Iglesia peregrina en el tiempo, hacia la Jerusalén
celestial.
6. Así pues, se trata de
contemplar con estupor siempre nuevo todo lo que Dios ha dispuesto para su
pueblo: "Lo introduces y lo plantas en el monte de tu heredad, lugar
del que hiciste tu trono, Señor; santuario, Señor, que fundaron tus
manos" (Ex 15, 17). El himno de victoria no expresa el triunfo del
hombre, sino el triunfo de Dios. No es un canto de guerra, sino un canto de
amor.
Haciendo que nuestras jornadas
estén impregnadas de este sentimiento de alabanza de los antiguos hebreos,
caminamos por las sendas del mundo, llenas de insidias, peligros y sufrimientos,
con la certeza de que nos envuelve la mirada misericordiosa de Dios: nada
puede resistir al poder de su amor.