A. R. SASTRE
BIBLIA DIA A DIA
El ministerio de la palabra compromete siempre y, con frecuencia, representa para quien lo acepta una carga difícil de llevar a cabo, ya que desde un principio se prevén las dificultades. Tendríamos que recordar las dudas y las excusas de muchos profetas cuando eran escogidos y enviados por Dios: Moisés (Ex 6,30), Isaías (Is 6,5), Jeremías (Jr 1,6), Amós (Am 3,8). Pablo ha experimentado también pruebas y dificultades por su fidelidad al evangelio. Ha conocido la persecución y la burla, la prisión y la indiferencia. A veces, una alocución, preparada teniendo en cuenta las circunstancias del auditorio, era un fracaso como lo fue el discurso en el Areópago de Atenas (Hch i7,22-32); otras, en cambio, el evangelio de Cristo se abría paso sin él casi intentarlo, como en el caso de Tróade. Poco a poco, Pablo ha aprendido que, fundamentalmente, es Dios el que actúa a través de sus escogidos y enviados (3,5).
A pesar de su debilidad, Pablo no ha necesitado nunca cartas de recomendación para predicar el evangelio. Sabe muy bien que la eficacia de su predicación sobrepasa sus posibilidades (4,7) y que el único criterio que puede utilizar para discernir la autenticidad de su ministerio es el criterio evangélico: «Por sus frutos los conoceréis~ (Mt 7,20). En vez de cartas de recomendación -que al parecer utilizaban sus oponentes-, Pablo invita a los corintios a que reflexionen sobre su propia realidad comunitaria, porque en ella encontrarán el sello de la obra que Dios ha realizado por su ministerio (3,3).
Esta comprensión honda de la realidad de su ministerio hace que Pablo no tenga ningún escrúpulo en emplear expresiones atrevidas: él es «el buen olor de Cristo" (2,15), si bien los efectos son realmente distintos para aquellos que creen en el evangelio y para los que no creen. En realidad, en torno al ministerio de la palabra se repite el drama que rodea la encarnación del Verbo de Dios: el hombre que lo acoge tiene el poder de llegar a ser hijo de Dios (Jn 1,12); el que lo rechaza permanece en las tinieblas y, por este motivo, también queda juzgado (Jn 3,19). Pablo ha aceptado el misterio de su servicio. Para muchos acaba siendo más fácil comerciar con la palabra de Dios. Por lo menos, siempre es más sencillo decir lo que ya espera todo el mundo.
(Pág. 242 s.)
Esta perícopa no necesita ningún comentario. Es un texto en el que el corazón de Pablo se abre y el amor profundo hacia los corintios se manifiesta plenamente. Pero vale la pena hacer una serie de reflexiones sobre la actitud fundamental a adoptar en la forma de ejercer el ministerio apostólico. Todos tenemos experiencia de cómo una misma palabra puede ser acogida o rechazada según la actitud y la forma de expresarla que adopta la persona que la transmite. Y todos sabemos que hay también personas a las que se le aceptan cosas que, hechas por otra persona, no se dejarían pasar. Esta misma segunda carta de san Pablo a los de Corinto es un ejemplo de lo que decimos. Por ella nos damos cuenta de que las relaciones entre el Apóstol y la comunidad han pasado por momentos críticos y de gran tensión, pero él no ha cesado en su empeño. Les ha suplicado, les ha advertido, les ha reñido, les ha amenazado. A veces su tono ha sido polémico y violento, otras, hiriente e irónico. Hay momentos en que su actitud se hace autoritaria y rígida. ¿Es posible que un hombre así acabe siendo aceptado como efectivamente lo fue, según nos dice el texto de hoy? La lectura que hoy hacemos nos da la razón y la explicación.
Pablo es, ante todo, un hombre que siente gran estima por todos aquellos a quienes anuncia el evangelio. Su amor echa raíces, ciertamente, en la vivencia del misterio que lo ha transformado. Pero, al mismo tiempo, no deja de poseer todo el calor y el apasionamiento de su corazón humano. «Dentro de nuestro corazón estamos unidos para vida y para muerte» (3). Pablo no conoce en absoluto un "tomar distancias" que, en nombre de un problemático ascetismo, lo colocase en posición de poder sobre la comunidad. Si hace valer su autoridad, lo hace sólo a título de haber engendrado a los fieles a la fe y por haber recibido de Dios su misión. Pero ésta es una autoridad que puede conjugarse con el uso de expresiones como "hijos amados" (6,13) y «hermanos» (8,1), sin recurso ninguno a oratoria vacía. Porque ama, ha llegado a crear una auténtica comunión de sentimientos con sus fieles. Ejerce su ministerio con fuerza y energía, llegando incluso a darles un disgusto; pero, sólo porque ama, este disgusto puede llegar a ser «según Dios»
(Pág. 247 s.)
Termina la carta de Pablo haciendo algunas consideraciones a los corintios, para que las tengan presentes y reflexionen sobre ellas antes de su tercera visita. Una vez más, su lenguaje se torna firme y decidido, anunciando que actuará con rigor con todos aquellos que persistan en el mal. La enumeración de vicios que hace nos recuerda la lista de la carta a los Gálatas (5,20) y a los Romanos (1,29), haciéndonos comprender la persistencia del paganismo entre algunos miembros de la comunidad. Pero es claro también,que las palabras y las exhortaciones severas del Apóstol reposan en la confianza de un sincero arrepentimiento de los pecadores y de una readmisión de ellos en la comunidad. La autoridad ministerial de Pablo no es para destruir, sino para construir (13,10), para edificar (13,19), buscando siempre la recuperación de la comunidad (13,9), más allá de toda satisfacción personal por un éxito obtenido.
El misterio personal de Cristo ilumina el pensamiento de Pablo. Posiblemente había en la comunidad quien no creía que el Apóstol tuviese nunca el coraje de enfrentarse a ellos. Eso les hacía «arrogantes» (12,20). Es cierto también que Pablo no excluye la posibilidad de ser humillado una vez más en medio de la comunidad (12,21), pero esta posibilidad, en caso de llegar, no contradiría en nada la fuerza de su ministerio.
También Cristo, por su encarnación, se manifestó con flaqueza en medio de los hombres. No solo fue rechazado, sino también, porque era débil, murió vergonzosamente en la cruz. Pero, a pesar de todo, en su pobre realidad humana se manifestó gloriosamente la fuerza de Dios. De modo semejante, la vida de los apóstoles, a pesar de estar expuesta a «peligros de muerte», a pesar de que su obra misionera no vea respuesta (12,l5), a pesar de su flaqueza personal, ni ellos ni su ministerio pueden relegarse al olvido. Si participan de la debilidad de Cristo, también se manifestará en ellos la fuerza de Dios (13,4). Como siempre, el misterio del abajamiento y de la muerte acaba siendo fuente de vida y de gloria para muchos.
(Pág. 253 s.)