CAPÍTULO 3
d) La comunidad, carta de recomendación del
apóstol (3/01-03).
1 ¿Comenzamos de nuevo a recomendarnos a nosotros mismos? ¿O quizás necesitamos, como algunos, de cartas de recomendación para vosotros o de parte de vosotros?
Pablo ha hablado de su labor apostólica de la palabra. Pero le asalta la preocupación de que podría ser mal interpretado, como si quisiera recomendarse a sí mismo, o insistir, todavía más en la propia recomendación. Pablo ha tenido que oír, de vez en cuando, observaciones inamistosas en este sentido (5,12). A la pregunta que él mismo se hace responde el apóstol con una nueva pregunta. Los adversarios de Pablo se introducen desde fuera en las comunidades a base de cartas de recomendación y toman consigo cartas de este género cuando van fuera 27. Pero nadie podrá decir de Pablo que se haya servido de tales medios. Pablo tiene muy poca necesidad de cartas de recomendación y se preocupa muy poco de recomendarse a sí mismo. Es incluso posible que los corintios se hayan dejado arrastrar contra Pablo por culpa de algunas cartas de recomendación que sus adversarios llevan consigo.
3 Nuestra carta sois vosotros: escrita en nuestros corazones, conocida y leída por todos los hombres.
Pablo no necesita cartas de recomendación de ninguna especie, porque tiene una carta de recomendación de una clase muy diferente y del más alto significado. Es la Iglesia de Corinto, de la que todos saben que Pablo es el fundador y pastor. Pablo acuña una frase expresiva y una imagen gráfica y sensible. Pero, como ocurre con frecuencia en él, no desarrolla la comparación de una forma precisa. Se le comprende con dificultad, porque sugiere, a medida que escribe, nuevos pensamientos y nuevos puntos de comparación. La idea central de la comparación está claramente expresada cuando Pablo dice: «Conocida y leída por todos los hombres.» La afirmación es altiva. Todo el mundo conoce la iglesia de Corinto y sabe que Pablo es su apóstol. Pero en esta línea metafórica no se inserta bien el giro «escrita en nuestros corazones». Si la carta está escrita en el corazón de Pablo, ya no es una prueba visible para los demás hombres. Y, a pesar de ello, la concisa frase tiene un valor inestimable para nosotros. Pablo da a conocer con ella cuán cara y valiosa es para él la Iglesia de Corinto. La lleva en su corazón.
3 Es evidente que sois una carta de Cristo, redactada por nosotros, escrita no con tinta, sino con el espíritu del Dios viviente, no en tablas de piedra, sino en tablas de corazones de carne.
La imagen continúa. No es Pablo el que ha escrito esta carta. Es una carta de Cristo, testimonio de su poder, porque es Cristo, no el apóstol, quien ha fundado la Iglesia de Corinto. Es Cristo quien ha elegido y llamado a los creyentes, quien ha santificado a los santos y quien los llevará a la plenitud. Pero no es menos cierto que esto aconteció y acontece en la Iglesia y mediante la cooperación del apóstol que, por lo mismo, puede decir de la carta que ha sido escrita mediante su trabajo y sus fatigas.
Una carta de esta clase se diferencia por completo de cualquier tipo de escrito humano. La diferencia radica en dos notas y circunstancias características. No ha sido escrita con tinta, sino con el espíritu del Dios viviente. Doquiera la Iglesia exista, existirá siempre en virtud de la gracia de Dios creadora, no en virtud de la voluntad humana. La Iglesia es siempre «la Iglesia del Dios viviente» (lTim 3,15).
Para describir la otra característica se acude a
reminiscencias veterotestamentarias. La carta no ha sido escrita en tablas de
piedra, sino en corazones humanos. Pablo piensa aquí en la contraposición entre
antigua y nueva alianza, que expondrá más adelante (3,6s). En el monte Sinaí el
dedo de Dios escribió los mandamientos en tablas de piedra (Ex 31,18). Pero ya
los profetas advierten que los mandamientos deben escribirse en los corazones.
Así, Jeremías dice de la nueva alianza: «Pondré mi ley en su interior y sobre
sus corazones la escribiré, y yo seré su Dios y ellos serán mi pueblo» (Jr
31[38],33). El Evangelio fue escrito en los corazones de los corintios, para
crearlos de nuevo. Por eso la Iglesia de Corinto, como nueva creación de Dios,
ha pasado a ser una carta de recomendación para los apóstoles. Una vez más
aparecen unidos Cristo, Espíritu y Dios, en la obra de la redención (véase el
comentario a 1,21s).
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27. Las cartas de recomendación eran tan
usadas en la antigüedad como en nuestros días. El mismo Nuevo Testamento alude a
esta costumbre repetidas veces. El perseguidor de los cristianos, Saulo, iba a
Damasco con cartas de recomendación del consejo supremo (Act 9,2; 22,5). Según
Act 15,23-29, Pablo y algunos otros discípulos recibieron cartas de
recomendación de Jerusalén para Antioquía. El mismo Pablo escribe cartas de
recomendación (la carta a Filemón es de este género) o, al menos, inserta en sus
cartas algunas líneas con recomendaciones (2Cor 8,16-24; Rom 16,1s; ICor 4,17;
16,3). Por tanto, el Apóstol no reprueba absolutamente la costumbre, pero sí el
modo y manera con que lo utilizan sus adversarios.
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2. LA ANTIGUA ALIANZA Y LA NUEVA (3/04-18).
En 3,3 se enuncia brevemente el motivo de la contraposición entre el Antiguo Testamento y el Nuevo. Ahora se amplía este pensamiento y se inserta en el tema central de la carta, que pone de relieve la gloriosa naturaleza del ministerio y del servicio neotestamentario comparándolo con el servicio y el ministerio veterotestamentario
a) La capacidad para el ministerio es un don de Dios (3,4-5).
4 Tal es la confianza que tenernos ante Dios por medio de Cristo. 5 Y no es que por nosotros mismos seamos capaces de poner a nuestra cuenta cosa alguna; por el contrario, nuestra capacidad procede de Dios...
La seguridad del apóstol de que su carta de recomendación es la Iglesia de Corinto no es seguridad nacida de la conciencia de su propia fuerza y de su capacidad humana, sino confianza en Dios.
Pablo se niega incluso a atribuirse la capacidad de idear y planear, y mucho más aún la posibilidad de llevar a cabo lo planeado. Toda capacidad procede de Dios y viene dada a través de Cristo. El mismo Cristo dice: «Sin mí, no podéis hacer nada» (Jn 15, 5).
b) La letra y el espíritu (3,6-8).
6...que incluso nos capacitó para ser servidores de la nueva alianza, no de letra, sino de espíritu; pues la letra mata, mientras que el espíritu da vida.
Dios ha hecho llegar, en Cristo, el tiempo de la salvación y ha fundado la nueva alianza. Esto es obra de Dios. Y Pablo es su servidor y colaborador, no por sus propias fuerzas, sino porque Dios le ha capacitado para ello.
ALIANZA NUEVA: La expresión nueva alianza procede de la profecía de Jeremías: «Mirad que vienen días -oráculo de Yahveh- en que yo pactaré con la casa de Israel y con la casa de Judá una nueva alianza... los padres rompieron mi alianza y yo hice escarmiento en ellos... Esta será la alianza que yo pacte con la casa de Israel: pondré mi ley en su interior y sobre su corazón la escribiré, y yo seré su Dios y ellos serán mi pueblo» (Jr 31[38],31-34). Este oráculo era mu y conocido justamente en la época neotestamentaria. En la teología judía de aquel tiempo se cita con frecuencia y se comenta en la escuela. El Nuevo Testamento acepta la afirmación del profeta de acuerdo con esta esperanza. El mismo Jesús se refiere a ella, cuando en la cena habla de su sangre derramada como de la «sangre de la alianza» (Mc 14,24). Pablo habla con absoluta claridad de la «nueva alianza» (lCor 11,25; como Lc 22,20). Sirviéndose del relato sobre Moisés (Ex 34,29-25) explica aquí Pablo la superioridad de la preeminencia de la gloria del nuevo ministerio apostólico frente al ministerio sacerdotal de la ley veterotestamentaria. Según el relato del Éxodo, Moisés recibió en el monte la ley de los diez mandamientos, escrita en tablas de piedra. Moisés descendió del monte con el rostro iluminado por un resplandor divino, de tal modo que los israelitas sintieran temor ante él. Por eso, Moisés tuvo que poner un velo sobre su rostro 28.
De acuerdo con este antiguo relato, Pablo describe el contraste entre la antigua alianza y la nueva primeramente como un contraste entre letra (escritura) y espíritu. Llama a la antigua alianza letra y escritura, aludiendo a que la ley entregada a Moisés estaba escrita en tablas. Estas tablas de piedra contienen, según PabIo, sólo algo escrito y prescrito, pero no la fuerza necesaria para hacer brotar una vida auténtica. Esto era la antigua alianza, con las exigencias de la ley. Contiene muchos preceptos, pero no da fuerzas para cumplirlos. La nueva alianza, en cambio, da también, como un don divino, el espíritu de Dios que, como el espíritu íntimo del hombre, es alegría y fuerza de acción.
Pablo compara el contraste entre la antigua
alianza y la nueva con el que existe entre la muerte y la vida. Nadie cumple la
ley y nadie puede cumplirla. Pero el que la quebranta es reo de pecado. Es,
incluso, reo de muerte ante la santidad y la justicia divina. En última
instancia, lo único que puede hacer, siempre, la ley dura y desnuda, es matar.
Así, la antigua alianza está siempre en la muerte. Por el contrario, el espíritu
que se envía en la nueva alianza, da la vida 29. Que la nueva alianza es fuerza
y vida, totalmente distinta de la alianza antigua y de la ley escrita, es algo
que supieron ya por propia experiencia los oyentes de Jesús, cuando, según el
Evangelio, advirtieron, en la actuación del Señor, que «enseñaba como quien
tiene autoridad y no como sus escribas» (Mt 7,29).
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28. Pablo practica este género de
exposición tal como le enseñaron a interpretar el Antiguo Testamento como rabino
en su escuela teológica. En el Nuevo Testamento hay algunas pruebas de su
sabiduría rabínica. Así, por mencionar sólo algunas de sus interpretaciones, Rom
4,1 25 y Gál 3,6-14, sobre la fe de Abraham; ICor 10,1-11, sobre la marcha de
Israel por el desierto como una exhortación para la Iglesia; Gál 4,21-31, sobre
Agar y Sara como imágenes o tipos de Israel y la Iglesia. Similarmente,
perícopas como Heb 3,7-11, sobre la marcha de Israel por el desierto como imagen
de la peregrinación del pueblo de Dios; Heb 6,20-7,28, sobre Melquisedec como
figura de Cristo. 29. Cf. 1Co 15,56; Ga 3,10; Rm 8,2.
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7 Pues si aquel servicio de la muerte, grabado con letras sobre piedras, fue glorioso, de suerte que los hijos de Israel no podían fijar la vista en el rostro de Moisés, a causa de la gloria de su rostro, a pesar de ser perecedera, 8 ¿cuánto más glorioso será el servicio del espíritu?
También la antigua alianza, la alianza de la ley,
tenía su gloria, como nos hace saber aquel antiguo relato. Los israelitas no
podían fijar la vista en el rostro glorioso y resplandeciente de Moisés. Con
todo, Pablo acentúa: aquella gloria era perecedera. Desapareció, al cabo de
algún tiempo, del rostro de Moisés. Cuando se habla de la gloria de Dios se
quiere expresar la soberana majestad de Dios. Dios manifestó su gloria en la
antigua alianza mediante acciones maravillosas en medio de su pueblo. El dominio
soberano de Dios al final de los tiempos manifestará su gloria ante el mundo
entero 30. El Nuevo Testamento dice que Cristo volverá de nuevo en su propia
gloria y en la del Padre, pero añade, además, que esta gloria se manifestó ya y
se manifiesta en Cristo 31. Si la antigua alianza contiene su gloria, ¡cuánto
más la contiene la nueva, que es alianza del espíritu y de la vida! El servicio
apostólico, que se prolongará en el servicio sacerdotal de la Iglesia, puede
contribuir a establecer esta gloria que, ya desde ahora revelada, sigue
avanzando y llegará, finalmente, a una plenitud eterna.
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30. Cf. Ex 33,185; 40,34-38; Sal 19,2;
Is 42,8; Sal 57,6; Is 40,5. 31. Cf. Mt 24,30; 16,27; Jn 1,14.
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c) Condenación y justificación (3,9-10).
9 Pues, si el servicio de la condenación fue gloria, ¡con cuanta más razón abundará en gloria el servicio de la justificación!
La antigua alianza y la nueva se contraponen, además, entre sí, en cuanto la una es servicio de la condenación y la otra de la justificación. La antigua alianza es alianza de la ley, que pone siempre al hombre frente a sus obligaciones y le obliga a declararse convicto de culpa, porque no alcanza a cumplir su deber. Y así, siempre acaba por condenar al hombre como culpable. Desde luego, tampoco en la nueva alianza puede el hombre justificarse ante Dios por sus propias fuerzas. Pero al hombre que se sabe pecador, le concede Dios la justificación por amor de Cristo, que ha muerto por la ley y el pecado. Ha hecho cuanto era necesario por nosotros y, como hermano nuestro, nos abre de nuevo a la gracia de Dios. Aquí sólo se insinúa la idea, que será desarrollada en todo su alcance y profundidad en la carta de Pablo a los Romanos (Rom 3,21-31). Consiguientemente, la nueva alianza es la alianza de la justificación. La conclusión, una vez más, es ésta: si ya aquella alianza de la condenación tenía su gloria, ¡cuánto más debe tenerla la nueva alianza de la justificación! Pues del mismo modo que se debe privar al pecador de la gloria de Dios, de ese mismo modo debe concederse ésta, como propia, al hombre justificado.
10 Porque lo que entonces [en la antigua alianza] fue glorificado, no quedó glorificado a este respecto, comparado con esta gloria tan extraordinaria [de la nueva alianza].
Pablo intercala una observación. Acaba de decir que también la antigua alianza tuvo su gloria. Pero ahora añade, limitando la afirmación, que, comparada con la extraordinaria gloria de la alianza nueva, no era, en realidad, una verdadera gloria. La antigua alianza queda obscurecida ante la nueva.
d) Lo perecedero y lo verdadero (3,11).
11 Y si lo que era perecedero se manifestó mediante gloria, ¡con cuánta más razón se manifestará en gloria lo que es permanente!
Desde otro punto de vista, la antigua y la nueva alianza aparecen como lo perecedero y lo permanente, como la verdad preliminar y la verdad definitiva. La antigua alianza llegó a su término en la nueva. La nueva permanecerá para siempre, hasta el final de los tiempos. Si, pues, también la alianza antigua, perecedera, tuvo su gloria, mucho más debe tener su gloria la alianza nueva y verdadera.
e) Ocultación y sinceridad (3,12-13).
12 Teniendo, pues, esta esperanza, actuamos con plena franqueza...
La nueva alianza contiene la gloria y la
justificación como bienes ya presentes. Es cierto que por ahora están todavía
ocultos y sólo son conocidos en la fe. Con todo, de la fe brota la esperanza de
que recibirá también la gloria futura y plena. Apoyado en esta seguridad, la
actuación del apóstol se desenvuelve con toda franqueza. Esta palabra indica una
abierta sinceridad, tanto ante los hombres como ante Dios. Consciente de ser
servidor de Dios, puede el cristiano, y también puede el apóstol, defender su
causa ante todos los hombres, con libertad y firmeza. El cristiano tiene el
derecho y la posibilidad de decirlo todo, también ante Dios. Como hijo de Dios,
se presenta ante él con la confianza de un hijo ante su padre. Puede y se le
permite decirlo todo (Ef 3,12; Heb 4,16). Ya desde ahora, y cada día, puede el
cristiano tener esta valentía ante Dios, y con esta misma seguridad de la fe
podrá presentarse un día ante el juicio divino 32. También Pablo tiene esta
sinceridad de poder decirlo todo. La tiene ante los hombres, a quienes anuncia
todo el Evangelio abiertamente y sin reservas. La tiene ante Dios, pues puede
esperar con confianza la justificación.
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32. Cf. Rm 8,33s; 1Jn 2,1.
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13 Y no como Moisés, que se ponía un velo sobre el rostro para que los hijos de Israel no fijaran la vista en el final de una cosa perecedera.
El contraste entre la antigua alianza y la nueva es, en fin, el contraste entre ocultación y sinceridad. Esto se deduce, según Pablo, del relato del Éxodo, que narra una vez más que Moisés se puso un velo sobre el rostro. La sinceridad del apóstol se hace bien patente comparándole con Moisés. Según el relato, Moisés ocultó su rostro ante el pueblo. Pablo deduce de aquí algo que la Biblia veterotestamentaria no dice, a saber, que Moisés quiso ocultar ante el pueblo la desaparición del resplandor pasajero de su rostro. Lo cual demuestra, en opinión de Pablo, el carácter caduco y transitorio de toda la alianza antigua, tomada en bloque.
Pablo, en cambio, no tiene necesidad de ninguna clase de ocultación. No tiene temor a que desaparezca la gloria del ministerio apostólico, pues permanece para siempre. El apóstol puede hablar, pues, con toda libertad, a cara descubierta, con la cabeza bien alta.
f) Israel y la Iglesia (3,14-18).
14 Pero sus inteligencias fueron embotadas. Porque hasta el día de hoy, en la lectura del Antiguo Testamento, sigue sin descorrerse el mismo velo, porque éste sólo en Cristo queda destruido.
Pablo encuentra que aquel relato revela más cosas todavía. Los israelitas no vieron ni advirtieron que el resplandor del rostro de Moisés era pasajero. Israel estaba y está ciego. No conoció, ni conoce en la actualidad, que toda la gloria de la alianza antigua era transitoria y ha pasado. Desde Moisés hasta el día de hoy -el día de Cristo- Israel sigue padeciendo la misma ceguera. Del mismo modo que entonces había un velo sobre el rostro de Moisés, también ahora hay un velo sobre la Biblia de Israel, sobre el libro del Antiguo Testamento, cuando se Ie lee. Este velo oculta a Israel el conocimiento verdadero de la Biblia. No sabe que la ley veterotestamentaria, como tal, ha pasado. No sabe que el Antiguo Testamento alude a Jesús como Mesías, que lleva a Cristo y encuentra su final en Cristo. El velo encubridor no se alza, a pesar de todo el celo de Israel por la ley, pues sólo se descorre en Cristo.
15 Hasta hay, pues, cuantas veces se lee a Moisés, permanece el velo sobre sus corazones.
Pablo tiene conocimiento de una verdad aún más profunda. Ve el velo primero sobre el rostro de Moisés, luego sobre el Antiguo Testamento, cuando se le lee, y ahora, finalmente, sobre los corazones de los judíos cuando leen a Moisés, de tal modo que no llegan a conocer la verdad. El apóstol recalca siempre lo mismo: que entre Dios y los israelitas se interpone un velo, de suerte que no ven ni entienden.
16 Pero «cuantas veces uno se vuelve al Señor, se quita el velo» (Éx 34,34).
Existe una posibilidad de que se descorra el velo y desaparezca el impedimento. También esto lo encuentra expresado Pablo en la historia de Moisés. De Moisés se dice que cuantas veces hablaba con Dios, se quitaba el velo. Esto significa, para Pablo, que Israel debe convertirse a su Señor con ánimo entero, sincero y creyente. Entonces acabará su ceguera. Se apartará el velo de sus ojos y de su corazón, cuando se vuelva a Cristo. La historia de la salvación se comprende a la luz de la fe.
La interpretación que hace Pablo de la historia de Moisés difiere de nuestra interpretación actual. Pero ¿es que por ser diferente debe ya ser falsa? ¿No puede ocurrir que, a través de lo desacostumbrado, lleguemos también nosotros a un nuevo descubrimiento? Es posible que Pablo parta de lo que veía y oía siempre que entraba en una sinagoga. Por reverencia al sagrado libro los hombres piadosos ponían la Biblia sobre un tapiz y ellos mismos se tapaban la cabeza y el rostro y se cubrían con preciosos mantos para la oración cuando leían los textos sagrados (tal como lo hacen los judíos en la actualidad). Pablo ve aquí una dolorosa realidad: el libro sagrado está encubierto para Israel y el mismo corazón de Israel está velado. ¡Cuántas fatigas se ha impuesto el Apóstol para adoctrinar a Israel y para demostrarle que su esperado Mesías ha llegado ya en Cristo Jesús! Pero toda su fatiga ha sido en vano. Con profundo desengaño y tristeza reconoce Pablo la tragedia del judaísmo. Israel aprecia los escritos sagrados del Antiguo Testamento sinceramente y por encima de todas las cosas. Lee sin cesar el libro sagrado. Se lo explican sin descanso en los servicios litúrgicos. Pero no conoce el verdadero sentido de este libro. Los judías veneran a Moisés como fundador de la antigua alianza, pero no reconocen que Moisés da testimonio de que el Mesías ha llegado en Jesucristo y que es el mismo Moisés el que procura llevar a una alianza nueva. Se niegan a reconocer a aquel que puede quitarle la venda de los ojos y que les llevaría a una gloria mucho mayor que la que tuvieron Moisés y toda la alianza antigua.
Con tenue, pero clara esperanza, que en otras ocasiones expresa con mayor firmeza, prevé aquí Pablo, a pesar de todo, el fin de la ceguera de Israel y su conversión. Existe la posibilidad de que este pueblo cambie. También para Israel existe el reconocimiento de la verdad y la conversión a su Señor, Cristo. De este futuro -acaso lejano- habla la carta a los romanos: «El encallecimiento ha sobrevenido a Israel parcialmente, hasta que la totalidad de los gentiles haya entrado (en la Iglesia). Y entonces todo Israel será salvo» (Rm 11,25-26). ¿Cuándo sucederá esto? Nadie lo sabe. Es derecho exclusivo de Dios alzar el velo y curar la ceguera de Israel, cuando conozca que ha llegado el tiempo de ello.
17 El Señor es el Espíritu, y donde está el Espíritu del Señor, hay libertad.
Israel debe convertirse al Señor Cristo. Aquí añade Pablo una observación. Este Cristo no es tan sólo una persona de la historia pasada, sino una realidad actualmente viviente. Tiene poder para actuar sobre aquel que se dirige a él y a él se adhiere. En efecto, Cristo está presente en la Iglesia y en el mundo como el Espíritu que crea la nueva alianza. Volverse al Señor significa, pues, experimentar este Espíritu viviente y darle espacio. Esto es, pues, lo que Israel debe hacer. Debe recibir a este Cristo como al Espíritu. Pero Espíritu significa tiempo nuevo y, por lo mismo, también liberación del yugo de la ley antigua 33.
Cristo no está presente sólo porque se le recuerda, a la manera como están presentes los antepasados en la memoria, llena de admiración y gratitud, de los hombres. Cristo no está presente tampoco porque sus palabras siguen enseñando, o a causa de su ejemplo heroico o santo de fe y de obediencia a Dios, al modo como están presentes en nuestras tradiciones espirituales las grandes figuras de la humanidad. Cristo está presente en todas las épocas como el Espíritu poderoso, real y operante. Y así, él es ahora la justificación, la vida y la plenitud de la Iglesia.
Por eso mismo, Cristo significa también la
libertad de la Iglesia y de todos los creyentes que hay en ella. Cristo es la
liberación frente a la ley antigua, frente al pecado y frente a la muerte. Es
libertad para todo cristiano también como libertad respecto de la letra. Es
libertad asimismo frente a cualquier intento de someter a un dominio humano la
inmediatez de la fe en Dios y ante Dios. Pero, en la Iglesia, la palabra
libertad no debe ser mal entendida. Libertad no es libertinaje. Ya la
predicación de la libertad de Pablo fue mal interpretada en este sentido. Su
respuesta fue: la libertad no es libertad frente a la ley de Dios, sino libertad
para Dios y para el servicio del prójimo (Rom 6,1,15.22). No puede omitirse en
la Iglesia la predicación de la libertad. Hay una virtud de la libertad, a la
que se debe arriesgar la fe. Lo decisivo aquí no es la prescripción eterna sino
la entrega interna. Aquí no vige ya el servicio de los labios, sino la oración
del corazón. No la confianza en las obras propias, sino la seguridad en el amor
dadivoso de Dios.
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33. El texto 3,17 no se refiere a la
tercera Persona de la Trinidad, con todo, véase el comentario a 1,22.
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18 Y nosotros todos, con el rostro descubierto, reflejando como en un espejo la gloria del Señor, su imagen misma, nos vamos transfigurando de gloria en gloria como por la acción del Señor, que es Espíritu.
Al cerrar Pablo la línea de sus pensamientos los amplifica y los corona. Expone lo que aconteció y sigue aconteciendo en la Iglesia, en contraposición al endurecimiento de Israel. La Iglesia no oculta su rostro, sino que puede estar ante el resplandor de Dios con el rostro descubierto. La gloria de Dios se descubre ante ella, y ella la puede soportar sin quedar ciega como los israelitas. Dios está lleno de gracia para ella. Con todo, sigue siendo verdad que Dios es el misterioso, también para sus elegidos. La Iglesia no puede conocerle en su vida y su esencia más íntima. Sólo puede captar su imagen como en espejo y verle en espejo. Dios es el invisible y sólo se le puede ver y conocer a base de imágenes y semejanzas.
El conocimiento de Dios no es una mera aceptación de ideas sobre Dios recibidas de los hombres. Es el mismo Dios viviente el que actúa en el conocimiento. Así, la Iglesia se va transformando y asemejando a la imagen de Dios que está ante ella, no, desde luego, de una vez, sino gradualmente, y tendiendo a esa meta final. Los rasgos del pecado y de la muerte se van borrando. De la filiación divina de Jesús dimana la filiación divina de los creyentes. Todo esto lo lleva a cabo Cristo, que está presente en la Iglesia y el mundo, como Espíritu viviente. Y todo llegará a la plenitud cuando -esto es lo que Pablo quiere decir- en la nueva venida de Cristo, los vivos y los muertos se transformen en la resurrección general y sean recibidos en la gloria de Dios.
Pablo utiliza repetidas veces expresiones como
éstas, o parecidas, para describir el futuro, que él creía. Así, por ejemplo:
«Nuestra patria está en los cielos, de donde aguardamos que venga como Salvador
al Señor, Jesucristo, que transfigurará el cuerpo de esta humilde condición
nuestra, conformándolo al cuerpo de su condición gloriosa, según la eficacia de
su poder para someter a su dominio todas las cosas» (Flp 3,20-21). O también: «Y
como hemos llevado la imagen del hombre terreno, llevaremos también la del
celestial... No todos moriremos, pero todos seremos transformados» (lCor
15,49.51) 34.
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34. Para comprender bien las palabras y las imágenes utilizadas por Pablo
debería recordarse que el apóstol se acomoda a las ideas de los judíos de su
tiempo, referentes al futuro. Así, en el libro de Daniel 12,3 se dice que en la
plenitud de los últimos tiempos «los doctos brillarán como el fulgor del
firmamento, y los que enseñaron a muchos la justicia, como las estrellas, por
toda la eternidad». También en el libro de Henoc (que no forma parte del canon
veterotestamentario) se dice en 38,4 y 10 que en la resurrección y la plenitud
«el Señor de los espíritus hará brillar su luz sobre el rostro de los santos,
los justos, los elegidos... Serán transformados de belleza en magnificencia, y
de luz en resplandor de la gloria». La diferencia entre la esperanza judía y la
esperanza de Pablo está en que Pablo no espera la gloriosa renovación sólo como
algo futuro, reservado al tiempo de la resurrección y del juicio final. Para él,
la plenitud de los últimos tiempos ha comenzado ya y se ha iniciado la
transformación, a pesar de todas las deficiencias del ser y el estado cristiano
en el mundo. Esto es posible por la fuerza del Espíritu, que ya ha sido dado con
abundante plenitud. Y lo que ha comenzado, sea ciertamente llevado a su
perfección.