CAPÍTULO 2


f) La comunidad, alegría del apóstol (2/01-02).

1 Porque esto es lo que me propuse: no haceros de nuevo una visita que fuera con tristeza. 2 Porque si yo os proporciono disgusto, ¿quién me va a alegrar a mí, sino el que recibe disgusto de mí?

Precisamente porque el apóstol debe ser servidor de la alegría, no quiso volver Pablo a Corinto. De hacerlo, hubiera tenido que causar tristeza a la comunidad, como ya había ocurrido en otra ocasión. Pablo alude, al parecer, a un viaje a Corinto, desconocido por nosotros, en el que tuvo lugar una discusión, muy dolorosa para el apóstol, entre él y algunos miembros de la comunidad 16.

Tener que causar tristeza a los corintios hubiera sido algo muy triste para el mismo Pablo. Y ésta era, también, una causa que le impedía volver, es decir, la consideración a sí mismo. Tampoco él quiere tristeza, sino alegría. Y si no la recibe de la comunidad, ¿de quién la habría de recibir? Lo mismo que a los corintios, también a las comunidades de Tesalónica (lTes 2,19s y Flp 4,1) les asegura, con palabras íntimas y cálidas, que ellos son y deben ser su gozo y su alegría.
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16. Es la llamada «visita intermedia» (cf. el comentario a 12,14 y 13,1 y la introducción, 1 ).
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3. UNA CARTA ANTERIOR (2,3-11).

Pablo prosigue su defensa frente a las objeciones de los corintios. Les recuerda cuál había sido la situación: las circunstancias eran tan desfavorables que no quiso ir. En lugar de ello, escribió una carta para zanjar un asunto que había molestado gravemente al apóstol. Ahora, por fin, la comunidad ha condenado y castigado al culpable, quien, además, está arrepentido de su falta. Pablo, por su parte, exhorta a que se dé paso ahora a la bondad y al perdón para con el culpable. El apóstol no describe estos hechos con detalle. Los corintios saben de qué se trata y de quién. Y el apóstol desea echar al olvido lo pasado. A nuestra actual interpretación le resulta difícil entender íntegramente y con exactitud las alusiones, debido a la obscuridad de la explicación.

a) En medio de muchas lágrimas (2/03-04).

3 Y esto precisamente os digo en mi carta: que al llegar ahí no debería yo recibir disgusto de aquellos que me deberían proporcionar alegría, y que confío en todos vosotros en que mi alegría es la de vosotros todos. 4 Por eso, llevado de mucha angustia y ansiedad de corazón, os escribí en medio de muchas lágrimas. Pero no para proporcionaros disgusto, sino para daros a conocer el amor desbordante que siento por vosotros.

Pablo esperaba que una carta, que ya era bastante dolorosa, le ahorraría una visita a Corinto que hubiera sido más dolorosa aún. Entre Pablo y su comunidad no debería haber más que alegría y paz por ambas partes. Tener que prescindir de esta alegría es, para el apóstol, un grave sufrimiento. Aquel trabajador incansable y duro luchador es, también, un hombre lleno de amor y sensibilidad 11.

Pablo no ha tenido jamás la intención o el deseo de dominar las comunidades. Aquella carta recriminatoria la escribió en medio de muchas lágrimas 18 y con mucha angustia de su parte. Si Pablo tuvo que entristecer a los corintios, él mismo experimentaba una grave tristeza. La verdad es que la carta ponía bien de manifiesto el amor constante de Pablo a los corintios. Su amor a la comunidad era lo que hacía tan grande su preocupación por ella.
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17. Los problemas a esta carta han sido ampliamente estudiados por la exégesis. Se trata de una «carta intermedia», escrita entre nuestra primera y nuestra segunda carta a los corintios (cf. Ia introducción, 1). No se encuentra en el Nuevo Testamento. Tampoco está contenida -contra lo que se ha pensado- en nuestra primera o segunda a los Corintios; evidentemente se ha perdido, cf. nota 69. La comunidad corintia no la conservó, acaso porque no contenía enseñanzas de valor permanente del Apóstol, o acaso también porque no era muy elogiosa para la comunidad.
18. Las costumbres antiguas no impedían que un hombre llorase en presencia de otras personas. Los héroes homéricos lloran. El rey Saúl (ISam 24,17) y el rey David (2Salll 1,12) lloran. Jesús llora ante la tumba de Lázaro (Jn 11,35). Pablo habla muchas veces de lágrimas (Flp 3,18; Hch 20,19.31). Todavía hoy perduran en el Misal romano oraciones para pedir el don de lágrimas.

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b) Una falta y un castigo (2/05-06).

5 Y si alguno ha causado un disgusto, no me lo ha causado a mí; sino, hasta cierto punto, por no exagerar, a todos vosotros.

Siguiendo el método de las alusiones, Pablo habla de algo sucedido en Corinto, que perturbó gravemente las relaciones entre el apóstol y la comunidad. Alguien, un miembro de la comunidad, perpetró una grave ofensa (7,12), que afectó y humilló personalmente a Pablo. Acaso la afrenta era algo que le afectaba a él directamente, o acaso directamente a algún colaborador, como por ejemplo Timoteo y, por tanto, indirectamente a Pablo. En todo caso, el apóstol recuerda que no se trataba sólo de su persona. La gloria y honor de Pablo son la gloria y honor de toda la comunidad. Y así, cuando un miembro de la comunidad falta y cae, todos sienten tristeza y congoja. Pero la comunidad no pidió cuentas al ofensor, como hubiera debido hacer, al menos en opinión de Pablo. De haber estado él presente, hubiera tenido que exigir y poder evitar estos extremos desagradables, amonestando y exhortando por carta, aquella misma carta que escribió en medio de muchas lágrimas.

6 Ya es bastante para él el castigo que le ha impuesto la mayoría...

La mayoría de la comunidad impuso al culpable un castigo 19. El castigo no debe llegar hasta el rigor ni la aplicación de la disciplina eclesiástica debe poner al culpable en peligro.

Estas líneas nos permiten echar una ojeada sobre la organización de la comunidad de la Iglesia apostólica. La mayoría ha pedido un castigo. Así pues, se produjo una deliberación sobre el caso en la asamblea de la comunidad y se votó una propuesta. La minoría la rechazó, pero se sometió a ella, tal como correspondía y corresponde al derecho de toda asamblea. No se dice si la minoría pedía un castigo menor o mayor. Ambas cosas son posibles. Así pues, Pablo no imparte órdenes, sin más, a sus comunidades, sino que las deja en libertad para que tomen sus propias decisiones.
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19. No se dice la clase de castigo. Otro caso de disciplina eclesiástica (ICor 5,11) permite suponer que también en 2,7 se exigía la exclusión temporal de las asambleas comunitarias y la pérdida de la comunión.
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c) Pero ahora el perdón (2/07-11).

7 ...de suerte que, por el contrario, más bien tenéis que perdonarlo y animarlo, no sea que ese tal se sienta abrumado por la excesiva tristeza. 8 Por eso os ruego que le ratifiquéis enteramente vuestro amor.

La condenación y el castigo han conseguido su finalidad, que es provocar el arrepentimiento y la conversión del culpable.

Su amor y su preocupación pastoral empujan ahora a Pablo a otras medidas. Exhorta a que se ceda paso al amor y a la reconciliación que estimula y consuela. El pecador no debe caer en una tristeza excesiva. Pablo sabe que un hombre puede sucumbir ante una tristeza abrumadora.

El objetivo de la disciplina de la Iglesia no es la expulsión definitiva de la asamblea, sino el perdón de la culpa y el restablecimiento de la comunión, en la que debe ser nuevamente recibido el culpable.

9 Pues para esto también os escribí: para hacer la prueba de que sois obedientes en todo. 10a A aquel a quien ratifiquéis enteramente vuestro amor.

La carta que Pablo escribió en medio de muchas lágrimas se proponía también, como meta final, servir a la comunión de amor. Aunque en ella se exigía el castigo del culpable, su intención última no era la de castigar, sino la de someter a prueba a los corintios, que debían dejar bien demostrada su entera obediencia al apóstol. Así ocurrió de hecho. Ahora, pues, sólo resta ejercitar el perdón y el amor. Esto vale tanto para Pablo como para la comunidad.

10b Pues lo que yo he perdonado, si algo tuve que perdonar, ha sido en atención a vosotros, en presencia de Cristo...

Al tratar el difícil caso de la falta de un miembro de la comunidad sólo habían aparecido hasta ahora, como partes interesadas, Pablo y los corintios, y sólo se habían mencionado, como motivos, consideraciones de tipo humano. Pero ahora se alza súbitamente el telón y se hace visible la perspectiva de fondo sobre la que se desarrolla todo cuanto acontece en la Iglesia. Todo acontece en presencia de Cristo. Él es el Señor y el juez sentado en su trono. Ante él se encuentran el apóstol y la Iglesia, y ante él deben todos poder mantenerse en pie.

Este Señor exige ciertamente justicia y orden. «Todo lo que atéis en la tierra, atado será en el cielo; y todo lo que desatéis en la tierra, desatado será en el cielo» (Mt 18,18). Pero su primer mandamiento es el del servicio y el amor en la comunidad de los discípulos. La vida y la doctrina de Cristo establecen en la Iglesia la ley del perdón y la reconciliación. «Soportaos mutuamente y perdonaos, si uno tiene una queja contra otro: como el mismo Señor os perdonó, así también vosotros» (Col 3,13). Este Señor es el mediador para el perdón de Dios: «Si alguno peca, abogado tenemos ante el Padre: a Jesucristo, el justo» (IJn 2,1). Cristo, en cuya presencia vive la Iglesia, pide que los hombres se perdonen entre sí. Y hace que este perdón tenga validez delante de Dios.

11 ...para no vernos engañados por Satán, pues no ignoramos sus designios.

Sobre el escenario en el que se desarrolla la historia, y la historia de la salvación, actúa también el antagonista de la Iglesia y del Señor, Satán. De sus intenciones y su actividad perturbadora y destructora se halla mucho en el Nuevo Testamento 20. Amenaza no sólo a un pecador culpable, sino al mismo Pablo y a toda la comunidad. Si dejara de haber amor en la Iglesia, esto permitiría a Satán introducirse subrepticiamente. Él es enemigo del amor y de la paz, y procura introducir la turbación y el odio. En el tiempo de espera de la Iglesia, él es el enemigo siempre al acecho. «Sed sobrios, velad. Vuestro enemigo, el diablo, como león rugiente, ronda buscando a quién devorar. Resistidle firmes en la fe» (IPe 5,8-9). Sólo al final de los tiempos, en la venida del Señor, será aniquilado el enemigo. «Entonces aparecerá el impío, a quien el Señor destruirá con un soplo de su boca y lo aniquilará con la manifestación de su venida» (2Tes 2,8).
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20. Cf. por ejemplo, 11,14; 12,7; Mt 13,39; Lc 22,31; Rm 16,20; Ef 6,16.
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4. VIAJES DE PABLO A TROADE Y MACEDONIA (2/12-13).

A lo largo de las obscuras circunstancias que se acaban de describir, la preocupación por la Iglesia de Corinto acompañaba y acosaba a Pablo en todos sus caminos misioneros. No podía descansar en parte alguna, hasta que finalmente Tito le alcanzó en Macedonia, con buenas noticias de Corinto.

12 Cuando llegué a Tróade para anunciar el evangelio de Cristo, aunque se me abrió una puerta en el Señor...

Pablo no quiso ir personalmente a Corinto para evitar enfrentamientos con los corintios (1,23). Es probable que la carta «en medio de muchas lágrimas» (2,4) haya sido escrita desde Éfeso (Act 19,1). Tito, el colaborador digno de todo crédito y repetidamente mencionado en las cartas de Pablo, debía llevar la carta a Corinto e informar después a Pablo de los resultados. Pablo había acordado reunirse con él en Tróade, la antigua ciudad de la costa occidental de Asia Menor. Durante el compás de espera Pablo se dedicó a los trabajos misionales. El apóstol describe el éxito obtenido con una imagen gráfica: se le abrió una puerta, cf. lCor 16,9, «(En Éfeso) una puerta grande y eficaz se me ha abierto.» Ante la aldabada del misionero, se le abre en la ciudad extraña una puerta. Encuentra algunos oyentes, encuentra hospitalidad y un sitio donde predicar y celebrar los divinos oficios.

Pero en ese suceso externo se realiza el acontecimiento interno, en el que los oídos y los corazones se abren a la palabra de Dios. No es el apóstol el que abre la puerta; es la puerta la que se abre al apóstol. El misionero sabe que no es su propia capacidad la que consigue el éxito. Es Cristo, el Señor, quien actúa allí donde el Evangelio es escuchado. Todo acontece en el Señor.

13...no tuve sosiego para mi espíritu, por no haber encontrado a Tito, mi hermano, y entonces, despidiéndome de ellos, salí para Macedonia.

Pero Pablo no tenía sosiego alguno para dedicarse a las tareas de la misión de Tróade. Esperaba con demasiada impaciencia la llegada de Tito y las noticias que debía traer de Corinto. Debatiéndose entre el nuevo trabajo de Tróade y la preocupación por la antigua comunidad de Corinto, prevaleció finalmente esta última. Pablo abandonó Tróade, atravesó el Bósforo y llegó a Macedonia, para salir, un espacio de camino, al encuentro de Tito, que venía de Corinto. Pablo aguardaba a su colaborador en una de las comunidades de Macedonia, acaso en Filipos. Así pues, aunque retrasó el viaje a Corinto, la preocupación de Pablo por aquella comunidad era muy grande.

Estas pocas palabras nos permiten conocer la tensión que se producía entre la preocupación pastoral por las comunidades ligadas a un lugar y la misión, que empujaba a seguir más adelante y que, lo mismo que en esta ocasión, se planteaba con frecuencia al temperamento impulsivo y fogoso del apóstol san Pablo.

Era de esperar que, llegado aquí, Pablo relataría su encuentro con Tito en Macedonia y cómo las buenas noticias que le traía de Corinto mudaron su preocupación en alegría. Pero este punto se toca mucho más adelante (7,5-16). Antes la carta se ocupa extensamente del significado y del cometido del ministerio apostólico.

Parte tercera

EL MINISTERIO APOSTÓLICO 2,14-6,10

Toda la perícopa 2,14-6,10 es una larga intercalación dentro de la discusión de las relaciones con la iglesia de Corinto, y significa, por tanto, un extenso paréntesis dentro del tema central del diálogo de Pablo con los corintios. Pablo prorrumpe en acciones de gracias por su ministerio apostólico (2,14) y, a partir de aquí, se ve empujado de palabra en palabra, de frase en frase, de idea en idea, de tal modo que el resultado final es esta perícopa de la carta, que engloba en sí, a su vez, múltiples y diversas aclaraciones y enseñanzas. Por 2,13, y también por 7,6, donde se continúa el relato y se describe el encuentro anhelado de Pablo y Tito, sabemos cuán honda era la congoja interna de Pablo aquellos días, en Tróade y en Macedonia. La exclamación de gratitud (2,14) puede explicarse suponiendo que Pablo tenía ya antes (2,13) en la mente el feliz suceso del que nos informará en 7,6s. A partir, pues, de esta acción de gracias se desarrolla toda la perícopa 2,14-6,10 (21.
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21. Para otro intento de explicación, según el cual 2,14-7,4 sería una sección añadida posteriormente, cf. la nota 57.
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1. CARÁCTER PUBLICO DEL MINISTERIO (2,14-3,3).

Una primera serie de sentencias puede sintetizarse como afirmación de que el ministerio apostólico es público, visible y eficaz ante todo el mundo. Hay comunidades cristianas en algunas de las grandes ciudades del imperio romano. Cierto que se trata de pequeños grupos, cuya existencia sólo es conocida por unos pocos. Los poderosos y dotados de autoridad de este mundo desconocen la predicación de Cristo. Y cuando oyen hablar de ella, no la toman en serio. Pero el apóstol anuncia una poderosa certeza: el Evangelio triunfa sobre el mundo. Al aceptarle o rechazarle se decide entre la vida y la muerte.

a) El camino triunfal de Cristo en el mundo (2/14).

14 Pero gracias sean dadas a Dios, que, en Cristo, nos lleva siempre en su triunfo y que por medio de nosotros manifiesta la fragancia de su conocimiento por todas partes.

Hasta ahora Pablo ha hablado de cómo, a lo largo de sus viajes misioneros, se ha sentido guiado por Dios y ayudado por él en el desempeño de su servicio. Pero podría hablar también de la angustia y el peso, de Ia preocupación y la tristeza que tuvo que soportar. Con todo, cuando lo recuerda sube del corazón a los labios del Apóstol la alabanza divina: ¡Gracias sean dadas a Dios!

La misión es la marcha triunfal de Cristo en el mundo, y en ella está incluido el apóstol. En la marcha triunfal marchan juntos, en pos del caudillo, tanto los adversarios vencidos como los vencedores. Ambas cosas tienen un sentido posible, referidas a Pablo. Cristo ha vencido a su antiguo adversario y le lleva consigo como siervo elegido para el Evangelio. Así se llama Pablo a sí mismo con frecuencia (por ejemplo, en Rom 1,1). Por esto quiere aquí el apóstol dar gracias a Cristo y alabarle por sus grandes obras.

En este sentido debe interpretarse la afirmación gráfica de que Dios triunfa con Pablo y Pablo con Dios. Los apóstoles, colaboradores de Dios (1,24), son incluidos en la marcha triunfal como heraldos que proclaman la victoria, o como soldados que, así como tomaron parte en la batalla, participan ahora en la victoria y son ensalzados junto con el vencedor. El vencedor es Dios en Cristo. Cristo alcanzó la victoria por Dios y para Dios. En él se revela Dios al mundo y actúa en el mundo. «Habiendo despojado a los principados y potestades, los exhibió en público espectáculo incorporándolos al cortejo triunfal de Cristo» (Col,15).

A esta imagen poderosa y bella añade Pablo otra, sumamente extraña para nosotros. Por medio de los apóstoles se expande la fragancia del conocimiento de Dios 22. El Antiguo Testamento compara las noticias buenas y agradables con un buen perfume. «Escuchadme, hijos míos, y creced, como rosa que brota junto a corrientes de agua. Como incienso derramad buen olor, abríos en flor como el lirio, exhalad perfume, cantad un cantar, bendecid al Señor por todas sus obras» (Eclo 39,13s). Es posible que esta metáfora aproveche la idea de que se considera el perfume como un fluido material, como una fuerza vivificante, algo así como lo es el agua, por ejemplo 23. Cuando la fragancia es saludable, las plantas y los animales pueden vivir de ella; pero mueren cuando es mortalmente venenosa. Así, del conocimiento de Dios en Cristo brota un perfume vivificante. Esta fragancia vivifica primero al Apóstol, y, a través de él, se extiende con sólida eficacia. El Apóstol participa del conocimiento de Dios y lo expande en el mundo mediante el anuncio del Evangelio.
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22. Para nosotros no existe ninguna conexión visible entre ambas imágenes, Pero acaso para la mentalidad antigua resultara más fácil pasar de la una a la otra, porque en los desfiles triunfales se colocaban a lo largo de las calles braserillos de incienso, de tal modo que el cortejo triunfal avanzaba envuelto en una nube aromática. Nuestro uso litúrgico del incienso deriva de esta antigua costumbre.
23. Esta concepción está confirmada por las ciencias de la naturaleza de los antiguos griegos y también, por ejemplo, en Job 14,8-9; «(El árbol) incluso con raíces en tierra envejecida... en cuanto siente el agua reflorece y echa ramaje, como una planta joven».
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b) El aroma de Cristo en el mundo (2/15-16).

15 Porque aroma de Cristo somos para Dios, tanto en los que se salvan como en los que se pierden: 16a en éstos, fragancia que lleva de muerte a muerte; en aquéllos, fragancia que lleva de vida a vida.

Cuando se quema un perfume, el ambiente lo percibe, lo acepta o lo rechaza. Tampoco el Evangelio puede permanecer oculto en el mundo. Cuando el apóstol derrama su mensaje como aroma de Cristo en el mundo, los efectos que produce son enteramente opuestos. Los hombres deciden entre la muerte y la vida y se diferencian entre sí por su postura frente al Evangelio. A aquellos que oyen y aceptan el Evangelio, les redunda en vida. Para aquellos que le rechazan es condenación y muerte. El mundo se diferencia por su postura ante la palabra y la gracia salvífica de Dios. «La palabra de la cruz es una necedad para los que están en vías de perdición; mas para los que están en vías de salvación, para nosotros, es poder de Dios» (lCor 1,18).

Cuando el Apóstol manifiesta la palabra de Dios al mundo -que se ve empujado así a una decisión-, esta decisión se toma de acuerdo con la libre elección de los hombres. Pero en esta decisión tiene ya lugar también una diferenciación causada por Dios. Los unos se salvan, los otros se pierden. «Tiene misericordia de quien quiere y endurece a quien quiere» (Rom 9,18). Pero, en todo caso, es clara la afirmación de Pablo, y del Nuevo Testamento, de que nunca cae la decisión eterna de Dios sobre un hombre sin que este hombre se haya también decidido por su parte 24.
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24. Cf. 5,10; Rm 2,6-10.
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16 Y para esto, ¿quién está capacitado?

La predicación del Evangelio entraña, para el mundo, una decisión entre la vida y la muerte. Frente a esto surge la pregunta: ¿quién tiene capacidad y aptitud para llevar a cabo este servicio, tan extremadamente responsable, de la predicación?

c) La palabra de Dios en el mundo (2/17).

17 Porque nosotros no somos como tantos que adulteran la palabra de Dios; sino que, con toda sinceridad, como enviados de Dios, hablamos ante Dios en Cristo.

A la pregunta «¿quién está capacitado?» responde Pablo hablando, acto seguido, de cómo se ha esforzado por desempeñar el ministerio apostólico. Se compara con todos aquellos que tratan la predicación de la palabra de Dios como quien vende baratijas 25. Pablo se diferencia de los falsos misioneros que son codiciosos propagandistas de su mensaje. En las calles y plazas de las ciudades podían encontrarse en aquel tiempo diversos predicadores ambulantes, griegos y judíos, que se hacían pagar sus discursos y su sabiduría con dinero. Visto de lejos, Pablo podría ser confundido con ellos, aun siendo completamente diferente. Con todo, es indudable que Pablo más que a éstos alude a ciertos predicadores cristianos, de los que quiere diferenciarse. Con mucha frecuencia tiene que contraponerse a ellos en sus cartas. También los adversarios combatidos en los capítulos 10-13 pertenecen a este grupo.

Pablo objeta a estos falsos predicadores dos cosas fundamentales: primero, que venden las palabras de Dios, cuando se procuran ganancias con ellas, o buscan dinero, poder o estimación. Causa vergüenza comprobar que ya en el Nuevo Testamento se haya hecho preciso amonestar a los ancianos (sacerdotes) a que apacienten la grey «no por sórdida ganancia, sino con generosidad» (1P 5,2). Para salir al paso de la acusación de que pretendía enriquecerse con el Evangelio, Pablo no quiso ser mantenido por la comunidad, aunque sabía muy bien que como misionero, tenía derecho a ello. Se ganaba el sustento trabajando con sus propias manos en la fabricación de tiendas 26. Así, puede decir: «Nunca procedimos ... con pretexto de codicia» (I Tes 2,5).

La segunda acusación que Pablo hace a los falsos misioneros es que «adulteran» el Evangelio, como los comerciantes sin escrúpulos, que engañan con mercancías falsificadas y de baja calidad.

En oposición a este falseamiento, el ministerio apostólico, tal como Pablo y los verdaderos misioneros lo ejercen, está caracterizado por cuatro notas que Pablo enumera con palabras breves y concisas: con sinceridad, como enviado de Dios, ante Dios, en Cristo. Pablo puede afirmar de sí mismo que habla con sinceridad, es decir, sin disimulos, sin fraudulencia, sin egoísmos. Como enviado de Dios, es decir, que ejecuta la palabra de Dios de acuerdo con el encargo divino; ante Dios, con la conciencia y la responsabilidad de estar ante el juicio de Dios, que prueba y confirma; en Cristo, es decir, en comunión con Cristo.
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25. Parece que en esta imagen Pablo utiliza un lenguaje tradicional. Ya Platón (Protágoras, 313 CD El Sofista, 231 D) reprocha a los sofistas que comercian con la sabiduría y la venden por dinero. La expresión fue usada por los griegos y, más tarde, también por el judaísmo del área de influencia helenista. Partiendo de esta tradición, y probablemente sin tener conocimiento de la segunda carta a los Corintios, la Doctrina de los doce apóstoles -que debe situarse hacia el año 100- describe (12,5) a los falsos misioneros como «traficantes con Cristo». 26. Hch 20,34; véase en 11,7.