CAPÍTULO 2


6. LA LUCHA POR LAS COMUNIDADES (1/29-2/07).

1 Pues quiero que sepáis qué clAse de combate estoy librando por vosotros, y por los de Laodicea, y por cuantos no me han visto personalmente,...

El Apóstol escribe estas líneas pensando en el combate espiritual que libra por las comunidades: el combate de la oración (1,3.9) y de la advertencia apostólica (1,28), que lleva a cabo por ellas. Porque la oración es una lucha con Dios contra Satán en favor de las almas. El Apóstol combate para que las comunidades alcancen pleno conocimiento del misterio de Cristo.

b) para que lleguen al pleno conocimiento del misterio (2,2-3).

2 ... para que se consuelen sus corazones, caminando unidos en amor y tendiendo hacia toda la riqueza de la plenitud de la inteligencia, al profundo conocimiento del misterio de Dios, Cristo, 3 en quien se encuentran, escondidos, todos los tesoros de la sabiduría y del conocimiento.

Pablo pone a los colosenses en conocimiento de su lucha en la oración (2,1a) para que se consuelen sus corazones. Esto lo dice claramente en vista de las peligrosas herejías que se propagan en Colosas (2,8.16-23). Se requiere valor para oponerse a ellas y a sus defensores, porque la herejía se presenta con pretensiones de dominio, en la esperanza de que los antiguos creyentes se dejen intimidar. Para resistir a la herejía, los colosenses tienen que mantenerse unidos con firmeza, tienen que formar una estrecha solidaridad de vida. Porque solamente una comunidad unida con auténtico amor fraternal puede resistir a la herejía. En una comunidad en que no hay amor la puerta y la entrada están abiertas a los herejes y sectarios.

Puesto que en la herejía de Colosas se trataba sobre todo del misterio de salvación de Cristo, Pablo combate con su carta y sus oraciones para que los colosenses logren su profunda inteligencia y el conocimiento de este misterio divino, que es Cristo. Porque una fe débil e inmadura, que oscila entre la verdad y el error (cf. Ef 4,14), con demasiada facilidad y rapidez es víctima de la herejía, que quiere pasar por profunda sabiduría y conocimiento.

Para el Apóstol, Cristo es en términos absolutos «el misterio de Dios», porque en él «se encuentran, escondidos, todos los tesoros de la sabiduría y del conocimiento». Seguramente Pablo quiere que se recalque el adjetivo «todos»: Cristo es la plenitud de toda sabiduría y conocimiento. Eso tiene validez con respecto a la herejía (2, 4.8). «Por él fuisteis enriquecidos en todo: en toda clase de palabra y de conocimiento» (1Cor 1,5). El que realmente ha conocido a Cristo, ya no desea ninguna otra sabiduría ni otros tesoros. Porque el que lo ha conocido con la fe, conoce el misterio de Cristo en la creación y en la historia (1,15-20; 1,26s; Ef 1,10; 3,3-12) y también el supremo misterio del hombre, que se mostró en el «segundo Adán»: «Como hemos llevado la imagen del hombre terreno (Adán), llevaremos también la imagen del celestial» (ICor 15,49). Cristo es la solución de todos los enigmas del mundo. Los «tesoros» de la sabiduría y del conocimiento ahora todavía están «ocultos» en él; pero ya son accesibles al conocimiento del creyente, porque la fe hace comprender. Pero siguen ocultos para el mundo incrédulo. El corazón del Redentor es aquel lugar en que están escondidos para el creyente todos los tesoros de la sabiduría y de la ciencia... El Apóstol lucha además para preservar de los herejes las comunidades.

c) para preservar de los herejes las comunidades (2,4-5)

4 Esto os digo: que ninguno os engañe con discursos especiosos; 5 pues si estoy ausente corporalmente, en espíritu estoy presente entre vosotros, y con alegría veo vuestra disciplina y la solidez de vuestra fe en Cristo.

Pablo va orientando su discurso cada vez más claramente a la finalidad concreta que persigue con su carta a los Colosenses. Es evidente que en su comunidad hay algunos que engendran la confusión mediante «discursos especiosos». El Apóstol está muy preocupado por estos sucesos. Aunque con el cuerpo ha de estar ausente, pero con el espíritu está allí38, y con su autoridad y su amor apostólicos puede ver si todo está en orden. Su palabra, oral o escrita, es una palabra competente para la comunidad, y mientras ésta viva vinculada al Apóstol, puede asegurarse la posición de su fe. Se supone que Pablo fue puesto en antecedentes por Épafras. El Apóstol puede comprobar «con alegría» que la fe de los colosenses en Cristo está dotada de orden y firmeza. Esto tiene un aspecto casi militar: todavía no se ha roto el frente de batalla de los fieles, la fe apostólica todavía es una muralla firme.
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38.Cf. también 1Co 5,3; 1Ts 2,17.
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d) Exhortación a vivir en Cristo (2,6-7).

6 Así pues, tal como habéis recibido a Cristo Jesús, el Señor, caminad en él,...

La fe en Cristo no es para Pablo el producto de «espíritus libres», sino el contenido de la tradición apostólica, que los colosenses también han conocido y acertado en la predicación misional 39. El verdadero contenido de la tradición apostólica es el mismo Jesucristo; con la fe han recibido a Cristo (cf. también Ef 3,17), sobre todo como su «Señor», a cuyo servicio están ahora y que les hace participar en su gloria y sabiduría.

Por eso deben los colosenses caminar también en él, orientar hacia él toda su vida religiosa y moral. Así pues, hay un determinado estilo de vida cristiana que tiene su origen en el mismo Evangelio y que en las comunidades cristianas es transmitido con la fe de generación en generación. Este estilo les preserva de falsas concesiones al respectivo espíritu del tiempo.
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39. Cf. también Lc 1,2; Rom 6,17; 1Co 11,2.23; 15,1.3; Flp 4,9; 1Ts 4,1; 2Ts 2,15; 3,6; 2P 2,21; Jds 3; 1Tm 6,20; 2Tm 1,12.14.
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7a ... arraigados y sobreedificados en él...

La raíz tiene que penetrar profundamente en la tierra, para poder dar sostén y alimento al árbol. El terreno de la comunidad cristiana es Cristo, en él arraigó la comunidad como en su suelo vital. También está sobreedificada en él como un «templo santo en el Señor» (Ef 2,21). Este fundamento está puesto para siempre, no puede ponerse ya ningún otro (1 Cor 3,11).

7b ... y asidos en la fe, según se os enseñó,...

Los colosenses tienen que estar asidos en la fe, para que ésta pueda resistir a los herejes; pero la fe se mantendrá firme en los colosenses, si perseveran en ella, según se les «enseñó». Objeto de la enseñanza es la tradición.

Se desarrolla la tradición en la enseñanza, y se la muestra en sus consecuencias para la vida cristiana (1,28; Ef 4,20s). Quien ha aceptado dócil y razonablemente la enseñanza, está asido en la fe e inmune contra la herejía.

7c ... prodigando la acción de gracias.

La fe verdadera y auténtica tiene que perfeccionarse en la acción de gracias, y prodigarla sin reserva. Porque la fe incluye en sí la inteligencia, que según el contexto directo de la carta es inteligencia del misterio salvífico de Cristo. El creyente sabe que ha sido salvado (Rom 8,24; Ef 2,5.8), y por eso nunca cesa de dar gracias (1,11s). ¿Dónde podría hacerlo mejor que en la celebración de la eucaristía?

7. PRIMERA ADVERTENCIA CONTRA LA HEREJÍA (2/08).

Una vez que Pablo ha preparado suficientemente a los colosenses, habla de su verdadero objetivo: de la herejía que se difunde entre ellos. Seguramente ha sido informado de ello por Épafras. Ahora Pablo da una primera y breve advertencia contra la herejía.

8 Cuidad de que no haya nadie que haga de vosotros fácil presa por medio de la filosofía y de vanos enredos según la tradición de los hombres, según los elementos del mundo, y no según Cristo.

El hereje en las comunidades pretende robar en cierto modo, intenta adquirir un botín. A este fin, los herejes de Colosas propagan sus opiniones como «filosofía». Esto impresionaba a determinadas personas, porque llevaba en sí el aroma de una alta sabiduría y conocimiento. Y así como Pablo y sus colaboradores se remiten a la tradición apostólica de la primitiva Iglesia (2,6), así también los herejes se remiten a la tradición, que el Apóstol desenmascara como «tradición de los hombres», porque no está respaldada por ninguna autoridad divina ni apostólica. Por eso toda la llamada «filosofía» de los herejes, según el competente juicio de Pablo son «vanos enredos», por los que las comunidades no deberían dejarse engañar.

El Apóstol caracteriza luego con mucha brevedad el contenido de la herejía como adoración de los elementos del mundo. Aunque ya no podamos reconocer con mucha precisión en qué consistían estos elementos, en cualquier caso esta adoración condujo a negar la posición predominante de Cristo como cabeza de todos los seres creados y redimidos. No en vano ha insistido tanto el Apóstol, en el «himno a Cristo» de 1,15-20, en que todas las cosas fueron creadas y redimidas por medio de Cristo, sin que haya ninguna excepción. La salvación del mundo proviene solamente de él. Evidentemente no creen los herejes tal cosa, sino que otorgan a los «elementos del mundo» (que en todo caso son elementos de la creación) una misión salvadora, con lo cual se menoscaba gravemente la posición de Cristo en el mundo de la creación y de la redención. Esto no es «según Cristo», como Pablo hace constar brevemente, y una vez más lo apoya luego con razones más directas.

El modo de ver de la herejía colosense, en último término resulta de la tentación permanente de ceder ante la gran impresión que causa la potencia del mundo, de su imponente grandeza, visibilidad y aparente eternidad. Por eso, la advertencia del Apóstol a los colosenses es válida para todos los tiempos.


8. SOLO CRISTO PUEDE REDIMIRNOS Y SALVARNOS (2/09-15).

Pablo, en la carta a los Colosenses, hace resaltar con tanta fuerza la posición de Cristo, porque los herejes de Colosas negaban la destacada posición de Cristo, y reclamaban que se adorasen los «elementos deI mundo». Ya lo había recalcado Pablo en el «himno a Cristo» de 1, 15-20, Y ahora lo hace una vez más en 2,9-15 presentando nuevos argumentos.

a) Cristo, plenitud de la divinidad (2,9).

9 Porque en él reside toda la plenitud de la divinidad corporalmente,...

Si hay que tributar a los «elementos del mundo» una adoración religiosa, como reclaman los herejes, detrás de esta exigencia está la idea de que dichos elementos participan de la naturaleza divina, de la «plenitud» de Dios, y por eso tienen para el mundo una importancia ineludible en orden a la salvación. Pablo rechaza esta idea con toda decisión, haciendo hincapié en que toda la plenitud de la divinidad reside en Cristo «corporalmente», es decir efectiva y esencialmente. Cristo no tiene que compartir su divina plenitud con los elementos del mundo, como afirman los herejes. El mundo sólo es creación y como tal no tiene una naturaleza divina, sino profana. Por eso, la adoración religiosa de tales elementos o es una exaltación o una idolatría, que puede tomar formas muy diferentes.

b) «Colmados» en él (2,10).

10 ... y vosotros habéis sido colmados en él, que es la cabeza de todo principado y potestad.

Pablo puede escribir que también los colosenses han sido «colmados en él (Cristo)», porque la comunidad cristiana en Colosas y en todas partes forma parte de la Iglesia, pero ésta según Ef 1,23 es el «cuerpo» de Cristo, y en ella halla «la plenitud» aquel «que lo lleva todo en todo». Los colosenses, sobre todo por medio de los santos sacramentos, participan provechosamente de la plenitud de la vida divina de su Señor celestial. Desde el bautismo han formado una unión de vida con Cristo (Ef 2,5); él es la cabeza, «de la cual todo el cuerpo, bien provisto y unido... obtiene el crecimiento de Dios» (Col 2, 19). Así, los colosenses están en condiciones, en Cristo y por medio de él, de sustraerse a la fatalidad de la muerte, que pesa sobre todo el mundo.

Por esta causa, pueden prescindir ellos de los «elementos del mundo», con los cuales en realidad no se logra superar la muerte. Los colosenses viven unidos con aquel sobre quien la muerte no tiene dominio (Rom 6,9), antes bien él es Señor de la muerte 40, más aún, es la cabeza de todo principado y potestad, como el Apóstol escribe a los colosenses. Como cabeza, Cristo es el Señor de todos los principados, ya que desde su exaltación al trono celestial de Dios está colocado «por encima de todo principado, y potestad, y virtud, y dominación» (Ef 1,21-22). Los bautizados ya no han de temer a los poderes demónicos y por esta causa tampoco tienen que adorarlos. El temor de los démones es pagano. El cristiano está protegido contra ellos por Cristo, con tal que esté asido al que es su «cabeza» (v. 19).
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40.Rom 8,2; 1Co 15,26; Ap 1,18.
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c) «Circuncidados» en él (2,11).

11 En él también fuisteis circuncidados con una circuncisión no hecha a mano por despojo del cuerpo carnal, por la circuncisión de Cristo,...

Según Gén 17,11-13, Abraham recibió de Dios la siguiente orden: «Circuncidaréis la carne de vuestro prepucio, es señal de la alianza contraída entre mí y vosotros. Todos vuestros varones, a los ocho días de nacidos, serán circuncidados de generación en generación..., y mi pacto estará en vuestra carne, para alianza perpetua». En la nueva alianza, que fue establecida en la sangre de Cristo (Lc 22,20; lCor 11,25) la circuncisión interior espiritual de Cristo, que se efectúa en el bautismo, sustituye a la circuncisión exterior en la carne. En el bautismo, se despoja el cuerpo carnal, es decir, «nuestro hombre viejo» es «crucificado junto con Cristo, a fin de que fuera destruido el cuerpo del pecado, para que no seamos esclavos del pecado nunca más» (Rom 6,6). Así pues, en el bautismo nace un «hombre nuevos (Col 3,10; Ef 2,15), que pertenece por completo a Cristo y a su dominio.

d) Sepultados y resucitados con él (2,12-13).

12a ... sepultados juntamente con él en el bautismo,...

Según la doctrina del Apóstol, el bautismo, en primer lugar, es una muerte, pero no una muerte solitaria, privada, sino «juntamente con él», es decir con Cristo. «¿O es que ignoráis que cuantos fuimos sumergidos por el bautismo en Cristo Jesús, fue en su muerte donde fuimos sumergidos?» (Rom 6,3s). Así pues, en el bautismo participa el creyente de una manera misteriosa en el destino de muerte de Jesús, en cierto modo es colocado en el sepulcro juntamente con él. Así lo entiende Pablo con respecto a «nuestro hombre viejo», que era víctima del pecado y de la muerte (Rom 6,6). Por eso, los poderes que causan la muerte ya no tienen dominio sobre el bautizado, si éste no se les entrega de nuevo voluntariamente por medio del pecado.

Esta doctrina sobre el bautismo, como bautismo relacionado con la muerte del Señor, hace comprender de una forma completamente nueva la vida y el destino del hombre. La verdadera muerte acaece poco después de empezar la vida terrena, tiene lugar en el bautismo. Todos los padecimientos y dolores de la vida y especialmente la muerte física, al fin de la vida, solamente son la realización personal de aquel acontecimiento destructor del comienzo de la vida. La vida del cristiano es una muerte continua en Cristo. De este modo, los padecimientos en la vida del creyente pierden la apariencia de lo absurdo, y sobre todo la muerte física, al fin de la vida, pierde la apariencia de una catástrofe. La muerte del creyente no es una catástrofe, antes bien, cuando se acepta con resignación, es el último consentimiento del cristiano a lo que ya sucedió fundamentalmente en el bautismo. Esto ofrece una visión enteramente nueva de la vida humana... «Pues para mí, el vivir es Cristo, y el morir, una ganancia» (/Flp/01/21). «Como si fuéramos moribundos, aunque seguimos viviendo» (2Cor 6,9). Así puede hablar el Apóstol porque no solamente hemos muerto con Cristo, sino porque también fuimos resucitados.

12b ... y por su acción fuisteis con él resucitados por medio de la fe en la acción de Dios que lo resucitó de entre los muertos.

La muerte verdadera y esencial ocurre al comienzo de la vida creyente; pero al mismo tiempo esta muerte engendra la verdadera vida. Porque el bautismo significa también una misteriosa resurrección de entre los muertos juntamente con Cristo (cf. también 3,1; Ef 2,6). Pero sabemos que «Cristo, una vez resucitado de entre los muertos, ya no muere más: la muerte ya no tiene dominio sobre él» (Rom 6,9). Desde el bautismo, los fieles participan ya en esta vida indestructible de su Señor celestial, y así, el mundo futuro de la vida de Dios, el «cielo», penetra ya en la vida terrena de los bautizados; también esta idea ilumina con luz enteramente nueva la vida terrena del cristiano.

Cristo ha venido a ser la verdadera realidad del cristiano. Todo sucede en Cristo y juntamente con Cristo. Pablo tiene preferencia por expresar con estas fórmulas el misterio de la existencia cristiana: «y ya no vivo yo; es Cristo quien vive en mí» (Gál 2,20). «Si alguno está en Cristo, nueva criatura es. Lo viejo pasó. Ha empezado lo nuevo» (/2Co/05/17). Ahora bien: la nueva vida, que se da al cristiano en el bautismo, de momento está todavía «oculta, juntamente con Cristo, en Dios» (/Col/03/03b). Pero la fe conoce la realidad de la nueva vida y el prodigio del poder divino, que acaece en el bautismo, aunque nuestro cuerpo terreno sea aún víctima de la muerte física. La fe sobrepasa la frontera de la muerte porque conoce y reconoce como realidad la maravillosa acción de Dios en el bautismo. «Por lo tanto, si hemos muerto con Cristo, tenemos fe de que también viviremos con él» (Rom 6,8).

13 Y a vosotros, que estabais muertos en vuestros pecados y en vuestra carne incircuncisa, os vivificó juntamente con él, después de perdonarnos todas las faltas.

Para que los colosenses tengan plena conciencia de que en el bautismo realmente han sido resucitados de entre los muertos, el Apóstol les dice una vez más, aunque presentándolo con mayor claridad, en qué consistía su anterior estado de muerte: estabais muertos por causa de vuestros pecados. «Porque la paga del pecado es muerte» (Rom 6,23), incluso la temporal (cf. Rom 5,12.15.17). Pero el Apóstol piensa sobre todo en la verdadera muerte, que fue causada por medio del pecado: la separación de Dios y de su vida indestructible. Los colosenses, cuando todavía eran paganos, eran víctimas de esta muerte. Pero en el bautismo Dios les ha compensado la incircuncisión de su carne y los «vivificó», y así han sido resucitados de entre los muertos (Rom 6,13), porque ahora participan en la vida divina de Jesús resucitado.

Pero la condición para el otorgamiento de la vida era el perdón de los pecados, que Dios en su bondad concedió en atención a la muerte de Cristo en la cruz. De este modo, se eliminó la causa de que el hombre estuviera bajo el poder de la muerte. El hombre podía ser acogido en el ámbito de la vida de Dios.

e) Anulación de nuestra deuda (2,14).

14 Borró la nota de nuestra deuda escrita en las ordenanzas, la cual era desfavorable a nosotros; la anuló al clavarla en la cruz.

Pablo emplea una metáfora: los pecados de los hombres en cierto modo han sido anotados en una cuenta de deudas, que hablaba contra nosotros. Pero Dios ha clavado esta cédula de deuda en la cruz de Jesús, así como se podía leer en un letrero la culpa de los condenados al suplicio de la cruz (cf. Jn 19,19-22). Jesús, como cordero de Dios, que soporta la culpa de todo el mundo, tomó sobre sí nuestros pecados en la cruz y fue a la muerte en lugar de nosotros. Dios «al que no conoció pecado lo hizo pecado por nosotros» (2Cor 5,21). La cédula que contenía nuestros pecados fue anulada por medio de Cristo en su cruz. «Este es el cordero de Dios, el que quita el pecado del mundo».

f) Despojo de los principados y potestades (2,15).

15 Habiendo despojado a los principados y potestades, los exhibió en público espectáculo, incorporándolos a su cortejo triunfal.

La muerte de Jesús en la cruz tiene consecuencias universales. No solamente anula los pecados de los hombres, sino que los principados y potestades también fueron despojados por medio de Cristo. De este modo, el Apóstol vuelve otra vez a su verdadera finalidad. A los 2,16-23colosenses todavía les daban miedo, como cuando eran paganos, las potestades demónicas en el mundo, aunque Cristo ya es «la cabeza de todo principado y potestad» (2,10). Todavía no lo han comprendido del todo; de lo contrario no se dejarían engañar por los herejes.

En realidad, las potestades y principados han sido «exhibidos en público espectáculo»; su impotencia se ha mostrado cuando Jesús crucificado resucitó de entre los muertos. Así fue cómo Dios triunfó en Cristo sobre las potestades de Satán. Desde entonces, la cruz es la gran señal de la victoria de Dios en el mundo.

9. SEGUNDA ADVERTENCIA CONTRA LA HEREJÍA (2,16-23).

Ya en 2,8 hizo el Apóstol una primera advertencia contra la herejía, y la mayor parte de sus anteriores declaraciones las había escrito con la mirada puesta en la herejía, especialmente las que se referían a la posición de Cristo en el mundo de la creación y de la redención, pero también las que se referían a la salvación que ha sido otorgada por Dios a los colosenses. Ahora habla detenidamente de la herejía que amenaza a la comunidad. Épafras debió informar del peligro al Apóstol y también le debió comunicar pormenores de la herejía. Porque Pablo, en 2,16-23, hace indicaciones que nos permiten reconocer algunos rasgos de la herejía, aunque otros muchos quedan en la oscuridad. En todo caso, la herejía parece haber sido una extraña mezcla de elementos judíos y paganos, con lo que el mensaje cristiano era despojado de sus características y de su fuerza.

Pertenece al oficio de vigilancia que ejerce la Iglesia, custodiar en las comunidades cristianas la verdad del Evangelio y preservarla de las herejías.

a) Prácticas supersticiosas de los herejes (2,16-17).

16 Así pues, que nadie os juzgue en asuntos de comida o bebida, o a propósito de una fiesta, de una luna nueva o de un sábado.

El Apóstol empieza ya la polémica directa contra la herejía. Indica algunas de sus exigencias. En primer lugar se refieren a comida o bebida. Es probable que los herejes declararan impuros algunos manjares, siendo así que Cristo los declara todos puros (Mc 7,18s) y ha enseñado que «nada hay externo al hombre que, al entrar en el, pueda contaminarlo; son las cosas que salen del interior del hombre las que lo contaminan», como son «las malas intenciones, fornicaciones, robos, homicidios, adulterios, codicias, maldades, engaño, lujuria, envidia, injuria, soberbia, desatino» (Mc 7,15.21s).

Además, los herejes prescriben la observancia de determinados días y tiempos, tal vez en relación con la adoración de los «elementos del mundo». Quizás habían dividido supersticiosamente los días en saludables y funestos, como hacen muchos incluso hoy día; porque la superstición no se extingue. La presunción de los herejes radica especialmente en que «juzgan» a los miembros de la comunidad que no comparten sus opiniones. El hereje siempre actúa con arrogancia.

17 Estas cosas son sombra de las futuras; pero el cuerpo pertenece a Cristo.

Todo lo que es pasajero y transitorio, como la comida y la bebida, no es lo futuro, lo que ha de suceder más tarde. Para Pablo, lo venidero por antonomasia es Cristo (cf. 3,9). A él pertenece también el cuerpo del cristiano (cf. lCor 6,15), en cambio la comida y la bebida están solamente destinadas a la alimentación del hombre (lCor 6,13), pero no tienen ningún significado para la salvación venidera. Lo mismo puede aplicarse a los días y tiempos que los herejes relacionan supersticiosamente con la salvación o la desgracia del hombre. «Estas cosas son sombra», no son la realidad de la salvación que está vinculada por completo a Cristo.

b) Carácter mistérico del culto practicado por los herejes (2,18).

18 Que nadie os anule el premio apelando a la mortificación y al culto a los ángeles, intentando penetrar en las cosas que cree haber visto, tontamente hinchado por el pensamiento de lo que realiza en su carne,...

Pablo se limita nuevamente a algunas indicaciones sobre las opiniones de los herejes. Pero de ellas se puede deducir que se trata de una clase de culto mistérico, que entonces estaba muy difundido en las formas más diversas. Los adictos a esta herejía estaban iniciados en este culto mistérico y creían que con él se alcanzaban superiores conocimientos sobre los seres y cosas celestiales. No cabe duda de que en la modalidad colosense era muy importante la consigna de la «mortificación», sin que lleguemos a conocer con precisión a qué se hacía referencia con esta palabra. También ocupaba una posición relevante un exagerado y singular «culto a los ángeles», en el que se supone que se tributaba a los ángeles un honor más alto que a Cristo. Los herejes se remitían, como pasa con frecuencia en tales casos, a supuestas visiones, en las cuales habrían adquirido el conocimiento superior.

El Apóstol no aprueba estas opiniones; solamente ve en ellas una hinchazón provocada por el pensamiento de lo que el hereje realiza en su carne (la «mortificación»). Esta soberbia no quiere contentarse con el evangelio usual. El Evangelio no es una doctrina oculta, antes bien es proclamada al mundo en público: «Lo que os digo en la oscuridad, decidlo a plena luz; lo que escucháis al oído, proclamadlo desde las terrazas» (Mt 10,27). Y además es un asunto que se ha de tratar todos los días, en ellos se ha de acreditar, especialmente en el servicio al prójimo. No puede ser confiado a los visionarios, estetas, fanáticos esotéricos o gente parecida.

c) Separados de la «cabezas (2,19).

19 ... y no asiéndose a la cabeza, de la cual todo el cuerpo, bien provisto y unido de articulaciones y ligamentos, obtiene el crecimiento de Dios.

La doctrina del Evangelio nos enseña que la salvación proviene única y exclusivamente de Cristo. Esto lo niegan los herejes de Colosas, porque hacen depender la salvación del hombre de prácticas ilusorias. No se asen a la «cabeza», Cristo, que es el único del que fluyen al cuerpo de la Iglesia, las fuerzas celestiales que causan el crecimiento 41. Todo el cuerpo lo provee Cristo. Por eso, no es necesario buscar otros manantiales de fuerzas salvadoras que en realidad no existen o, en caso de existir, viven por Cristo, como los ángeles.
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41.Cf. también Ef 2,21; 4,16; 5,29.
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d) «Ordenanzas» de los herejes (2,20-21).

20 Si con Cristo habéis muerto a los elementos del mundo, ¿cómo es que, cual si vivierais en este mundo, os dejáis imponer ordenanzas? 21 «No tomes, no gustes, no toques...»

Los herejes de Colosas imponen a sus seguidores ordenanzas minuciosas, reglas estrictas. Pablo nombra algunas de ellas, y se nota su tono irónico: «No tomes, no gustes, no toques...». Con estos verbos se alude claramente a determinados manjares (2,16a), pero además, en general, a una relación mágica o supersticiosa con determinadas materias («no toques...»), quizá también en el terreno de la sexualidad. Se supone que en tales contactos se temen «contaminaciones» o influencias y «hechicerías» demónicas.

Para el cristiano, el mundo está libre de ídolos y magias, porque lo ve tal como es en realidad: creación de Dios, en la cual no hay nada impuro. «Y vio Dios todas las cosas que había hecho; y eran en gran manera buenas» (Gén 1,31) 42. Además, todas las cosas fueron creadas por medio de Cristo y con miras a él, como el Apóstol advirtió ya a los colosenses (1,16). Cristo es Señor de todas las cosas. Pablo recuerda a los colosenses que en el bautismo «han muerto con Cristo a las elementos del mundos, de los cuales esperaban la salvación, cuando aún eran paganos. Ahora su Señor y Salvador sólo es Cristo, en el cual reside substancialmente toda la plenitud de la divinidad. Si ahora se dejan imponer las «ordenanzas» de los herejes, vuelven al terreno del que se han apartado en su bautismo. Dejan entrar de nuevo al paganismo por la puerta trasera, y así frustran el Evangelio y niegan la fuerza del bautismo.

El Evangelio atribuye al mundo un carácter profano, porque Dios y el mundo no pueden mezclarse.
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42.Cf. también Eclo 39,16.21.33; Sal 104,24-30,
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e) Sólo son preceptos de los hombres (2,22-23).

22a Todas estas cosas están destinadas a la destrucción por el uso.

Los dones de la creación no son de naturaleza demónica; no son sospechosos, sino buenos, y están a disposición del hombre: «Ved que os he dado todas las hierbas que producen simiente sobre la faz de la tierra, y todos los árboles que producen simiente de su especie, para que os sirvan de alimento» (Gén 1,29). «¿No comprendéis que nada de lo externo que entra en el hombre puede contaminarlo, porque no entra en el interior de su corazón, sino que pasa al vientre y luego va a parar a la cloaca?:* (Mc 7,18s). Así es de sobrio el pensamiento de Jesús, y con la misma sobriedad debe pensar también el cristiano.

22b Son preceptos y enseñanzas de los hombres. 23 Tales cosas, sin valor alguno, poseen cierta apariencia de sabiduría por lo que tienen de piedad afectada de mortificación y de represión del cuerpo, pero miran a la satisfacción de la carne.

Los preceptos y enseñanzas de los herejes, aunque sin valor alguno, quieren pasar por singular sabiduría -los herejes creen que siguen la verdadera pista de los enigmas del universo-, y sobre todo, difunden alrededor de sí el olor de una gran piedad. Tanto ellos como sus secuaces, practicaban evidentemente una exagerada mortificación en lo que concierne al cuerpo, y esto siempre causa la impresión de una gran piedad 43. De este modo, la herejía resultaba más seductora para determinada gente de Colosas. Pero al Apóstol no le impresiona. Al contrario, designa las opiniones y reglas de los herejes como preceptos y enseñanzas de hombres a quienes falta toda clase de autoridad divina semejante a la que el Apóstol puede reivindicar para sus instrucciones. Por eso, los preceptos y enseñanzas de los herejes son cosas sin valor alguno y, al fin y al cabo, se apoyan en una piadosa ilusión; porque en realidad solamente «miran a la satisfacción de la carne», es decir, de la tendencia terrena y pagana. No tienen nada que ver con el Evangelio.

Hay una gran diferencia entre piedad y piedad auténtica, y la ilusión religiosa también es un peligro permanente del cristianismo. Aunque la herejía, tal como se mostró antiguamente en Colosas en el Asia Menor, pertenezca al tiempo pasado, sin embargo, contiene los elementos que en una u otra forma pueden aparecer siempre en el cristianismo, y pueden poner en peligro la verdad del Evangelio. Tiene una importancia permanente para la Iglesia lo que el Apóstol escribe sobre esta herejía y el combate que traba contra ella. Pablo dirige resueltamente la mirada de la Iglesia hacia Cristo, que es el único Salvador y la única esperanza del mundo.
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43. Compárese también la manera cómo Jesús caracteriza la piedad farisaica en Mt 23 y 1Cor 13,3: «Y si entrego mi cuerpo a las llamas, pero no tengo caridad, de nada me sirve».