CAPÍTULO 1


Introducción

EL MISTERI0 DE CRIST0

1. El «misterio de Cristo» (Col 4,3) es el misterio del cristianismo. La intención de san Pablo al escribir su carta a la comunidad de Colosas es traer este misterio a la conciencia de los colosenses. Había un motivo apremiante para escribir esta carta: en la comunidad cristiana de dicha ciudad surgieron opiniones que amenazaban con oscurecer el misterio de Cristo. Había herejes que exigían la veneración de los «elementos del mundo» (2,8.20), unida con un raro «culto de los ángeles» (2,18) y la observancia de diversas prescripciones sobre el tiempo y la comida (2,16s). Era una curiosa mezcla de elementos cristianos con elementos judíos y paganos, que convertían la fe en superstición. Esto era posible porque los colosenses aún no poseían el suficiente conocimiento del misterio de Cristo. Por eso, el Apóstol se esfuerza por descubrirles tal misterio, en cuanto es posible hacerlo en una carta.

2. El contenido del Evangelio que había llegado a los colosenses por medio de Épafras (1,5-7), puede sintetizarse en esta frase: Jesucristo es el Señor de toda la creación y el único salvador del mundo. Pero por la intervención de los herejes se puso en duda esta categoría inigualada de Cristo en el mundo de la creación y de la redención.

a) Jesucristo es el Señor de toda la creación. En él, por medio de él y con miras a él fueron creadas todas las cosas, y todas las cosas tienen en él su consistencia (1,16s). Por eso, Jesús también es la cabeza de todo principado y potestad (2,10). Por eso no es necesario venerar también junto a él con culto especial los «elementos del mundo», ni suponer que detrás de las cosas de la creación hay fuerzas misteriosas y divinas, puesto que de ellas sólo dispone Cristo glorificado, porque en él reside toda la plenitud de la divinidad (2,9). Para el cristiano, el mundo está liberado de ídolos y la magia, solamente es una criatura que existe para glorificar a su Creador y para el servicio del hombre. Por eso, el cristiano no confunde el Creador con la creación. Pero esto también le capacita para el servicio adecuado y objetivo de la creación.

b) Jesucristo es el único salvador del mundo. Sólo él es el gran reconciliador del mundo con Dios, y con su sangre impone la paz del fin de los tiempos (1,20). Como «primogénito de entre los muertos» (1,18) él es el principio de la nueva humanidad que tiene su cuna en la pila bautismal (2,12s). Desde su resurrección de entre los muertos, Jesús posee la plenitud del poder divino y de la vida de Dios, por lo cual todos los que fueron resucitados juntamente con él en el bautismo, también están llenos (2,10) de su vida divina, y ya poseen la salvación que vence la muerte, de tal forma, que no necesitan esperar con ansia otros supuestos salvadores, que les ofrecen los herejes. El Evangelio anuncia a todos los pueblos que el Salvador del fin de los tiempos ya está con ellos, más aún «en» ellos, y ellos ya tienen en él la esperanza de la futura gloria (1,27). Y así, Cristo, de acuerdo con la voluntad de Dios, ha venido a ser el deseo y el objetivo de toda la historia.

3. Pero la salvación de Cristo no le viene a nadie a las manos, ni se adquiere con prácticas extravagantes como las que recomiendan los herejes. La muerte con Cristo en el bautismo (2,11s) reclama que caminemos en él (2,6), que nos despojemos de la vieja condición humana y que nos revistamos de la nueva (3,9s), que procuremos que Cristo sea el Señor de todas las decisiones de la vida (2,6), independientemente del estado propio de cada uno (3,11.18; 4,1) y que cambiemos la dirección de la visión interior, mirando hacia «arriba», donde Cristo está sentado a la derecha del Padre (3,1s). «El misterio de Cristo», sobre el que habla san Pablo tan encarecidamente en la carta a los colosenses, tiene que producir también sus frutos en la vida cotidiana, para que se forme el «hombre perfecto», que el Apóstol querría presentar a Cristo en el juicio venidero (1,28). Cuando llegue el día en que vuelva Cristo, saldrá a plena luz el «misterio de Cristo», ahora todavía oculto, y se manifestará su gloria radiante (3,4). Esta era entonces y ésta es hoy la esperanza de los cristianos, que no se debe perder (1,23).

ENCABEZAMIENTO 1/01-02 1.

REMITENTE (1,1).

1a Pablo, apóstol de Cristo Jesús por voluntad de Dios,...

Pablo no es un cualquiera. Es apóstol de Cristo Jesús. No actúa ni escribe en virtud de unos poderes propios, sino porque le ha enviado Jesucristo, a quien la comunidad cristiana reconoce como su Señor. Según el testimonio del mismo Apóstol, esta misión la recibió Pablo cerca de Damasco, cuando se le apareció el Cristo celestial y le constituyó en su «instrumento escogidos, que debe llevar su nombre «ante los gentiles y los reyes, y ante los hijos de Israel» (Act 9,15)1 Entonces, Pablo vino a ser apóstol por vocación o llamamiento divino (Rom 1,1).

Ésta era la voluntad de Dios2. Pablo, ya antes de su conversión, creía conocer exactamente como judío y como escriba la voluntad de Dios, por la ley que él había estudiado a fondo. «Aventajaba en el judaísmo más que muchos compatriotas coetáneos míos, siendo en extremo celoso de las tradiciones de mis padres» (Ga 1,14). Ahora, cerca de Damasco, experimenta la voluntad de Dios de una forma enteramente nueva, no ya sólo como expresión de lo que Dios santamente exige, sino como «luz del cielo» que le arroja al suelo (Act 4,3-4; 22,6; 26,13) y lo escoge «para el Evangelio de Dios» (Rom 1,1). Los profetas y los santos también han experimentado así la voluntad de Dios. Ellos fueron embargados formalmente por la voluntad de Dios. El cristiano también puede experimentar así la voluntad de Dios: como llamamiento sorprendente, categórico, a una tarea especial, que también puede echar al suelo la manera usual y querida de vivir, que el cristiano ha seguido hasta entonces. Pablo escribe como «apóstol de Cristo Jesús». Por tanto, su palabra como palabra del «enviado» vale tanto como la palabra del mismo Señor. Tiene fuerza autoritativa, obligatoria para las comunidades cristianas. Tiene que ser oída por nosotros. El mismo Jesucristo habla por medio de su apóstol 3.

1b... y Timoteo, el hermano...

Junto al Apóstol figura como segundo remitente Timoteo4, su especial «colaborador» (Rom 16,21) y estrechamente unido con el Apóstol, como «un hijo al lado de su padre» (Flp 2,22), como también se desprende de la conjunción «y», que enlaza los dos nombres. Tanto es hermano del Apóstol como de las comunidades. Pablo lo nombra como co-remitente y así lo hace participar en su poder apostólico; pero Timoteo ni es «apóstol de Cristo Jesús» ni escogido «por voluntad de Dios». Tiene una posición fraternal entre el Apóstol y las comunidades, está unido a los dos, encariñado con los dos. En esto se indica algo de la esencia del ministerio o servicio eclesiástico.
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1. Cf. también Gál 1,1.15.16; Hch 22,15; 26,17-18
2. Cf. también 1Co 1,1; 2Co 1,1; Ef 1,1; 2Tm 1,1; y especialmente Ga 1,1; además Rm 15,32; 2Co 8,5.
3. Cf. también 1Ts 2,13; 4,1; 2Ts 3,6; 1Co 1,10; 2Co 5,20, 13,2.
4. Cf. también 2Co 1,1; Flp 1,1; 1Ts 1,1; 2Ts 1,1; Flm 1.
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2. DESTINATARIOS (1,2a)

2a ... al pueblo que hay en Colosas, santos y fieles hermanos en Cristo.

La carta está dirigida a la comunidad de Colosas, ciudad situada en Frigia, a orillas del Lico, en su parte superior. El mismo Pablo no ha misionado allí, antes bien, la comunidad ha sido fundada por medio del colosense Épafras (1,7; 4,12). Por él, el Apóstol ha sido informado sobre la comunidad de Colosas y de su situación espiritual (1,8), y le escribe una carta.

San Pablo, en la salutación, llama a los colosenses «santos» y «fieles hermanos en Cristo». Tal denominación es muy importante para que la comunidad cristiana, entonces como ahora, llegue a comprenderse a sí misma. El título de santos 5 vincula la comunidad cristiana al «pueblo santo» del Antiguo Testamento 6, al cual Dios ordenó: «Sed santos, pues que yo soy santo» (Lev 11,44). El pueblo de Israel era «santo» y debe serlo, porque estando separado de los demás pueblos por misteriosa elección de Dios y perteneciéndole a él de una forma especial, era propiedad de Dios. Ahora, la Iglesia de Jesucristo es el pueblo santo de Dios 7, es «santificada por el Espíritu Santo» (Rom 15,16) 8 y con la sangre de Cristo (Heb 13,12). La Iglesia, pues, ha venido a ser propiedad de Dios (Tit 2,14). Por consiguiente, cuando el Apóstol da a los cristianos el tratamiento de santos, les recuerda la elección que Dios hizo de ellos, y que los obliga a vivir de acuerdo con la voluntad de Dios. Mediante esta elección divina, la comunidad cristiana tiene una situación incomparable entre todas las demás colectividades que hay en el mundo.

Además, a los colosenses se les designa como «fieles hermanos en Cristo». Los «santos» son al mismo tiempo hermanos. Así se llamaban los cristianos, como ya hacían los judíos en la antigua alianza 9. En este conocimiento de la común fraternidad de los fieles, se revela una conciencia de una común pertenencia. Esta conciencia se funda en la comunidad, de los fieles en Cristo, el «primogénito entre muchos hermanos» (Rom 8,29), que «no se avergüenza de llamarlos hermanos» (Hebr 2,11) y quiso «ser asemejado en todo a sus hermanos» (2,17). Cristo fundó una nueva y gran fraternidad entre los hombres, y ésta se muestra ya y actúa en la Iglesia. La Iglesia en el tiempo futuro será sobre todo una Iglesia de fraternidad, en una medida aún mucho mayor que hasta ahora.

De esta manera, la Iglesia, como reunión y asamblea de «hermanos» se hace, en medida creciente, señal y promesa para los hombres.

La carta del Apóstol a la comunidad de Colosas fue dada a conocer cuando estaba reunida ésta para el culto divino, para celebrar el ágape del Señor (cf. 4,16). Este es el lugar preferido, en que se muestra la santa fraternidad de los fieles de Cristo, es el sitio en que esta fraternidad se nutre de la carne y de la sangre del Hijo del hombre. Aquí la Iglesia se muestra a sí misma como colectividad «en Cristo», el cual forma el centro oculto de la Iglesia, desde el cual y para el cual vive ella.
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5. Este titulo no sólo se encuentra en san Pablo, sino también en otros escritos del Nuevo Testamento. Cf. Heb 3,1; 6,10; 13,24; 1Pe 1,15s; Jds 3; Act 9,13.32.41; 26,10, y con frecuencia en el Apocalipsis.
6. Cf. también Sal 15,3; 23,10; 73,3; 84,4; Is 4,3; 62,12; Sab 18,9; Dan 7,18.21.27; 8.24; 1Mac 1,46; 10,39; Ex 19,6; Os 11,12; Jer 2,3.
7. Act 15,13-17; Rom 9,6-8; 9,24-28; Gál 6,16; Ef 2,11-22; Tt 2,13s; Heb 2,17; 8,10; 13,12; IPe 2,9s.
8. Cf. también Jn 17,17.19; Act 20,32; ICor 1,2; 6,11; Ef 5,26; Heb 2,11.
9. El nombre de hermanos también se lee fuera de las cartas de Pablo y, con frecuencia especial, en los Hechos de los Apóstoles, en la carta de Santiago, y en la primera carta de Juan. Este tratamiento correspondía al deseo del mismo Jesús (Mc 3,33ss; Mt 23,8; 25,40; 28,10; Jn 20,17; Lc 22,32).

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3. SALUDO (1,2b)

2b Gracia a vosotros y paz de parte de Dios, nuestro Padre.

Los griegos saludaban diciendo «gozo» (khara), los judíos en cambio decían «paz» (shalom). El Apóstol saluda a sus lectores diciendo gracia y paz. Este es un saludo cristianizado, que desea a los lectores el favor benigno y benevolente de Dios juntamente con la paz que el mundo no puede dar (Jn 14,27). La gracia y la paz se relacionan inseparablemente con la salvación, que Dios nos otorga en Cristo. Esta paz ya fue anunciada por los profetas de la antigua alianza para el futuro tiempo de la salvación 10 y de nuevo fue anunciada a los pastores de Belén (Lc 2,14). Jesucristo, el Mesías, vino y «anunció paz a vosotros los de lejos, y paz a los de cerca» (Ef 2,17). Con estas palabras se hace alusión a los judíos y a los paganos que en la Iglesia forman una colectividad reconciliada de hermanos, el único cuerpo de Cristo (Ef 2,14-16).

Esta obra salvadora de gracia y de paz, según Col 1,2, tiene su origen y causa en el Padre celestial, que ha hecho anunciar «el Evangelio de paz por medio de Jesucristo. Él es Señor de todos» (Act 10,36). El mensaje de paz del Nuevo Testamento incluye en sí el mensaje de Dios, Padre bondadoso, que es «nuestro Padre»; por medio de Cristo, el pacificador mesiánico, todos tienen el mismo «acceso» al Padre (Ef 2,18), todos los hombres experimentan también la fraternidad que hay entre ellos, y que se muestra sobre todo en el culto divino de la Iglesia.

Éste representa la asamblea de los hombres, que son hermanos, y debe facilitar la experiencia de que «todos vosotros sois hermanos» (Mt 23,8).
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10. Is 2,4; 9,6; 11,6-9; 26,3; 60,17; Mi 4,1-4; Zac 9.10.
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I EL MISTERIO DE CRISTO 1,3-2,23

INDICATIVO IMPERATIVO: Casi todas las cartas del Apóstol tienen dos partes: una parte teológica doctrinal y una parte ética. La parte teológica doctrinal precede siempre a la parte ética; presenta la cuestión de la acción salvadora de Dios, tal como se ha revelado en el acontecimiento de Cristo, y de este modo muestra los fundamentos del ser cristiano, el indicativo. De aquí resulta el deber, la urgencia moral, el obrar cristiano, el imperativo. Porque el cristianismo no ha de ser tan sólo una teoría, se trata de la realización de la palabra, lo cual también es una finalidad básica de la predicación de Jesús 11.

El cristiano, por medio del texto sagrado, debe lograr un mayor conocimiento de los grandes misterios de la salvación, «a fin de que conozcamos las gracias que Dios nos ha concedido» (1 Cor 2,12). Porque el Apóstol habla de estas cosas «no con palabras enseñadas por humana sabiduría, sino con palabras enseñadas por el Espíritu (Santo)» (lCor 2,13); con ellas, el Apóstol cautiva «todo entendimiento para la obediencia de Cristo» (2Cor 10,5). Del conocimiento fluyen la alegría y el arrepentimiento, tiene lugar el cambio en el modo de sentir y la acción cristiana. Además, Pablo también quiere guiar a los colosenses, y con ellos también a nosotros, a quienes también va dirigida la carta de Pablo, así como a aquella comunidad de Asia Menor.

El conocimiento que el Apóstol quiere facilitar, en la carta a los colosenses, tiende sobre todo al misterio de Cristo, a su lugar en el mundo de la creación y de la redención. Cristo es el centro de todo, alrededor del cual gira el pensamiento del Apóstol, y también el de sus lectores debe girar alrededor de él según el apremiante deseo de Pablo, para llegar a ser «firmes» y no deserten «de la esperanza del Evangelio» (1,23).
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11. Cf. por ejemplo, Mt 5,16.19; 7,17-21; 7,24.
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1. ACCIÓN DE GRACIAS DEL APÓSTOL (1/03-08).

3 Damos gracias al Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo, rogando constantemente por vosotros...

Pablo ora dando gracias y da gracias orando. Eso es lo que corresponde a aquella tradición de orar en el Antiguo Testamento que Pablo conoce y que encontramos especialmente en los salmos de acción de gracias 12:

Alabad al Señor, porque es bueno, porque es eterna su misericordia. Así dirán los rescatados del Señor, a los que él redimió del enemigo. A los que él congregó de tierras varias, del Oriente y ocaso, del aquilón y el austro. (Ps 106,1-3)

El Apóstol no exhorta sólo a ios colosenses a dar gracias a Dios (1,12; 3,17; 4,2), sino que da gracias constantemente y su oración de agradecimiento se hace con vistas a lo que Dios ha obrado en la comunidad. De la incesante acción de gracias de Pablo, resulta el conocimiento de que todas las fatigas misioneras de Pablo y de sus colaboradores solamente dieron fruto, porque Dios los ha bendecido e hizo que creciera la obra: «Lo que cuenta no es el que planta ni el que siega, sino el que da el crecimiento, Dios» (lCor 3,7). Por eso, el «Padre de nuestro Señor Jesucristo» merece que se le den gracias. Dios, por medio de Jesucristo, ha ofrecido la salvación de la que habla el mensaje de los misioneros cristianos. Este mensaje solamente facilita lo que es puro obsequio de la gracia de Dios. Eso tiene validez hasta hoy día y en todo tiempo.

La acción de gracias del Apóstol es asimismo oración por vosotros. Así pues, su agradecimiento es, al mismo tiempo, un recuerdo suplicante por la comunidad 13; con él, Pablo testimonia su unión íntima con ella. Pablo, como verdadero pastor de almas, al orar dando gracias conduce la comunidad delante de Dios Padre.
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12. Cf. PIUS DRIJVERS, Los salmos, Herder, Barcelona 2,1964, p. 105-128.
13. Con frecuencia dice explícitamente san Pablo que en sus oraciones hace «memoria de vosotros» (Rom 1,9; Ef 1,16; Flp 1,3; 1Tes 1,2; 2Tim 1,3; Flm 4).
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4 ... desde que oímos hablar de vuestra fe en Cristo Jesús y del amor que tenéis a todos los santos,...

Pablo tiene motivo para dar gracias ante la presencia de Dios. Por medio de Épafras le han llegado buenas noticias sobre la comunidad de Colosas (1,9). Una de ellas es la fe viva en Cristo Jesús. La existencia cristiana es ante todo existencia de fe. Pero, para Pablo, la fe «no es más que un conocimiento del estado de cosas, que está establecido por Dios en el nombre y en la obra de Cristo». La fe de la comunidad cristiana brota de la unión íntima con su Señor, se mueve en la esfera de Cristo. Así establece y califica Pablo una forma concreta de «estar en el mundo», la cual permanece oculta al incrédulo, para quien es un enigma, y en ciertos casos, un escándalo.

Tal fe no puede estar muda. La fe tiene que «actuar por medio del amor» (Gál 5,6). El Apóstol ve esta fe en los colosenses, ya que oye hablar del amor que tenéis a todos los santos. Pablo debió tener noticia, por medio de Epafras, de diferentes muestras de amor de los colosenses a miembros de la comunidad propia y de otras comunidades: quizá participaran los colosenses en la gran colecta en favor de los pobres de la primitiva comunidad de Jerusalén, que tanto interesaba al Apóstol. Pablo ve en ello una actitud amorosa, que no excluye a ningún hermano en la fe. El verdadero amor de un cristiano es universal e ilimitado como el amor del Padre celestial y de Jesús. Participa con fervor en cualquier necesidad que surja en el mundo. Esto habla de sentimientos fraternales tomados en serio y de autenticidad de la existencia de fe. En nuestro tiempo crece la comprensión de los cristianos; de este modo, la fe de los cristianos se acredita en los débiles y en los que están fuera de la Iglesia.

5a... por causa de la esperanza que os está reservada en los cielos,...

Los colosenses tienen una razón importante para hacer que su fe sea eficaz en el amor. Es el tesoro de la esperanza que está preparado para ellos en el cielo, junto a Dios. Más tarde dirá el Apóstol en qué consiste este tesoro de esperanza: en el mismo Cristo (ensalzado a la derecha de Dios) en el que nuestra verdadera «vida» está aún oculta (3,3s). La esperanza de la comunidad cristiana no es una esperanza común, sino muy concreta, así como Cristo no es una quimera. La constante mirada a este tesoro de esperanza ilumina la fe de los colosenses, de tal forma que esta mirada se hace fructuosa en las obras del amor. No se ha de entender este tesoro de esperanza como recompensa, sino como fuerza que impele a actuar cristianamente con los hermanos. La mirada del cristiano hacia «arriba» (3,1s) no hace al cristiano inhábil para el mundo, sino hábil, lo hace sociable y clarividente para lo que hay que hacer ahora y en todo tiempo. Puede parecer muy paradójico, pero esta mirada nos hace adaptados a la época y activos. Da sentido de responsabilidad en el tiempo y para el tiempo.

Las tres estrellas que señalan y determinan la existencia cristiana, aparecen en estas frases del Apóstol: fe, esperanza y amorl5. En el sistema de coordenadas de estas tres virtudes teologales se hace efectiva la existencia cristiana; en este sistema, el yo del hombre se supera, a sí mismo: con la fe, el hombre penetra en el ámbito de Dios y de su salvación en Cristo; con la esperanza, tiende hacia el futuro cumplimiento de la salvación; con el amor, se desvía del propio yo y se vuelve al prójimo. Así, el hombre, con la fe, la esperanza y el amor adquiere una profunda dimensión en el tiempo y en la eternidad.
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15. Cf. también 1Ts 1,3; 1Co 13,13.
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5b ... de la cual habíais oído ya hablar en la palabra verdadera del Evangelio,...

«El Evangelio proclama que el hombre puede tener esperanza. Proclama que Dios se ha revelado en Cristo para salvar al hombre. «Hermanos, tenemos entera confianza para la entrada en el lugar santísimo, en virtud de la sangre de Jesús» (Heb 10,19). La muerte de Jesús por nosotros da esperanza al mundo. De esto también han oído hablar los colosenses, cuando en otro tiempo se les anunció el Evangelio. «Como a un ancla firme y segura de nuestra vida nos asimos a esta esperanza que va penetrando hasta detrás del velo» (Heb 6,19). De esto habla el Evangelio. Y su palabra es verdad; el Evangelio contiene la promesa de Dios, cuya palabra es verdadera y segura, y tiene poder para cumplir lo que ha prometido. No hay nada en el mundo que sea tan verdadero como la palabra del Evangelio.

6 ... que llegó hasta vosotros, como asimismo está fructificando y creciendo en todo el mundo, al igual que entre vosotros, desde el día en que oísteis y conocisteis, en su verdad, la gracia de Dios,...

Un día «llegó» también a los colosenses el Evangelio, y con él la palabra de verdad y de esperanza. Esta fue la hora estelar para los habitantes de la ciudad de Colosas. Ahora, el Evangelio es un valor eminente del que ya no se ha de prescindir en la comunidad de Colosas. Ahora, el Evangelio produce su efecto. El Apóstol habla del Evangelio como de una fuerza y poder misteriosos. Después, Pablo dirá por medio de quién vino el Evangelio a Colosas. El Evangelio es mayor y más poderoso que el misionero que lo trae; en el Evangelio el mismo Cristo está presente y se ofrece a los hombres como portador de la salvación. El Evangelio ha venido en lugar de él, «representa» al Señor y habla de la salvación.

Como el Evangelio llegó a Colosas y allí está ahora, así está también en todo el mundo. Así puede decirlo Pablo con razón, cuando escribe la carta a los Colosenses. Para Pablo, «todo el mundo» es el imperio romano, y en las partes fundamentales e importantes del mismo el Evangelio había sido dado a conocer por medio de Pablo, sobre todo en Asia Menor y en Grecia. Y Pablo puede comprobar con gozo y gratitud que el Evangelio fructifica y crece en todas partes. El Evangelio se parece al granito de mostaza de que habla Jesús en una de sus parábolas (Mc 4,30-32); el principio fue insignificante, pero ahora el árbol produce ya ricos frutos. Y sigue creciendo y todavía producirá más frutos. El Apóstol prescinde por completo de sus fatigas misioneras, por esto tampoco habla de los fracasos, contratiempos y persecuciones, que tuvo que sufrir al servicio del Evangelio. Pablo se pospone totalmente a la causa que defiende como apóstol. Las numerosas comunidades que Pablo y otros han fundado «en todo el mundo», atestiguan irrefutablemente la fuerza divina del Evangelio, cuyo fruto y prueba son todas las comunidades cristianas.

Eso también tiene validez en Colosas, también en esta ciudad ha hecho madurar ricos frutos el Evangelio «desde el día en que oísteis y conocisteis la gracia de Dios genuinamente». El contenido esencial del Evangelio, su substancia, es la gracia de Dios16, que se ha revelado en Cristo, en su muerte salvadora y en su resurrección de entre los muertos. El Evangelio lo da a conocer en todo el mundo. El prodigio consiste en que en el mundo puede oírse v conocerse, en su verdad, la gracia de Dios, como ha sucedido en Colosas. Desde entonces «todo el mundo» se ha hecho mayor, y todavía se efectúa este prodigio, por lo cual se deben dar gracias incesantemente a Dios en la Iglesia.

Oír no es lo mismo que conocer. En Colosas han tenido lugar las dos cosas. Aquí oír es escuchar atenta y cuidadosamente la nueva del Evangelio, conocer es penetrar con aceptación e inteligencia en su contenido. Entonces se adquiere el conocimiento de que en la cruz de Jesús, Dios ha procedido «en su verdad». Por la fe nos adherimos a la acción de Dios y aceptamos su nueva.
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16. Cf. también 2Co 6,1; 8,9; Hch 20,24; Ga 2,21.
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7 ... tal como aprendisteis de Épafras, nuestro querido consiervo, que es fiel servidor de Cristo en lugar nuestro...

Pablo tiene tan en cuenta la causa de Dios, el Evangelio, que en primer lugar tuvo que hablar de ella, y luego nombra el hombre por medio del cual hace ya tiempo fue dado a conocer el Evangelio a los colosenses: Épafras, natural de Colosas. Épafras es un querido consiervo del Apóstol, cuyo cautiverio comparte (Flm 23). Épafras ha misionado en Colosas, Laodicea y Hierápolis (4,12s), quizá por encargo del Apóstol, de tal forma que éste puede considerar los núcleos urbanos mencionados, como pertenecientes a su ámbito misional. Por eso, Pablo también tiene un derecho incuestionable a escribir cartas a Colosas y Laodicea (4,16).

Los colosenses han aprendido el Evangelio de labios de Épafras. Como en otro tiempo los apóstoles ingresaron en la escuela de Jesús, así también los colosenses ingresaron en la escuela del Evangelio por medio de Épafras. En esta escuela se logran conocer los caminos salvadores de Dios y en ellos al mismo Dios, se aprende a ser discípulo de Cristo y a llegar a ser un «hombre perfecto en Cristo» (1,28). Se puede «aprender a Cristo» (Ef 4,20) y esta escuela dura toda la vida.

Épafras es fiel servidor (diakonos) de Cristo en lugar nuestro. El misionero está al servicio inmediato del Señor como su fiel diácono, porque da a conocer en el mundo su obra de salvación y la recuerda entre los hombres.

Épafras no puede misionar por su propia iniciativa, sino solamente en unión con la Iglesia apostólica, que le envía a la misión en el nombre del Señor. Así pues, Épafras representa al Apóstol en el territorio de su misión; actúa «en lugar nuestro» (por nosotros) 17, es decir con una consciente e intencionada solidaridad y asociación con el Apóstol. Así se conserva la unión en la doctrina y la caridad, de las comunidades misionadas con las fuentes; así, la Iglesia sigue siendo apostólica. Esta característica pertenece a su esencia.
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17. En algunos manuscritos antiguos se lee «por vosotros», que también podría traducirse: «en favor vuestro», pero el contexto es favorable a lo que se lee en la mayoría de los otros manuscritos «por nosotros» («en lugar nuestro»).
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8 ... el cual también nos puso de manifiesto vuestro amor en el Espíritu.

En aquellos momentos, Épafras se encuentra con el Apóstol (4,12s) y le informa sobre la situación espiritual de sus comunidades; también esto es necesario para mantener en la Iglesia la unión que nunca debe perderse. Pablo tiene noticia del «amor en el Espíritu», que reina entre los colosenses. Con estas palabras no se alude al afecto que los colosenses tienen al Apóstol, sino a la nueva actitud fundamental, a la nueva conciencia comunitaria de solidaridad, que el Espíritu Santo produce en la Iglesia, donde uno está para el otro, y una comunidad para otra, y todos para el Señor. El obispo san Ignacio de Antioquía designará más tarde a la Iglesia de Roma como la que preside en el amor, y así indicará la esencia más profunda de la Iglesia 18.

Así pues, el Apóstol tiene motivos para acordarse de la comunidad de Colosas ante la divina presencia y dar gracias por ello. Lo que el Apóstol ha dicho sobre esta comunidad en los párrafos precedentes de su carta, contiene una imagen auténtica de la comunidad cristiana. Cuando de una comunidad se puede decir que se distingue por la fe, la esperanza y el amor, merece la designación de cristiana. Pero la comunidad que sea cristiana en este sentido, tampoco puede nunca detenerse, tiene que seguir «dando frutos en toda obra buena y creciendo en el conocimiento de Dios» (1,10). En lo que el Apóstol expone a continuación se contiene el deseo de que esto suceda en la comunidad de Colosas.
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18. SAN IGNACIO DE ANTIOQUÍA, Carta a los romanos, proemio.
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2. ORACIÓN DE PABLO (1/09-13)

9a Por lo cual también nosotros, desde el día que esto oímos, no cesamos de rogar por vosotros y de pedir...

Para que la comunidad avance en la escuela del Evangelio, necesita oraciones, especialmente de sus pastores y responsables. Eso lo sabe el Apóstol, y así asegura repetidas veces a las comunidades que leen sus cartas, que sus preces apostólicas serán incesantes (Ef 1,16; Flp 1,3-5). De este modo también se enlaza fuertemente con Pablo una comunidad como la de Colosas, que es personalmente ajena al Apóstol. Se origina una solidaridad de oraciones, que ya no debe ser abolida; Pablo no quiere «cesar» en sus preces por la comunidad. Los dos verbos «rogar» y «pedir» dan a conocer la intensidad de las preces del Apóstol.

9b ... que lleguéis a la plenitud en el conocimiento de su voluntad con toda sabiduría e inteligencia espiritual, ...

El Apóstol procede del judaísmo y fue antes un piadoso fariseo20. Para el judío forman el conocimiento religioso y la acción religiosa una unidad. Lo que se ha conocido (en la ley) también tiene que ser realizado. Por eso el piadoso judío busca con fervor la voluntad de Dios 21. Pablo también se siente movido como cristiano por esta cuestión y convierte el deseo de conocer la voluntad de Dios en un tema de su oración por las comunidades: que sean llenas del conocimiento de la voluntad de Dios, para que en ellas también se consiga la unidad de la teoría y la práctica. Porque es la señal cierta de un cristianismo auténtico y fidedigno. La fe cristiana sin las obras buenas sería para Pablo algo absurdo, contrario a Dios.

Pero el conocimiento de la voluntad de Dios tiene que efectuarse con toda sabiduría e inteligencia espiritual. Este conocimiento también podría ser oscurecido de una forma farisaica, contra lo cual luchó Jesús fervientemente. El conocimiento cristiano de la voluntad de Dios no tiene lugar mediante una interpretación refinada y perfectamente casuística de la «letra», sino cuando se escucha con atención la palabra de Dios y la voz del Espíritu de Dios en nuestro espíritu 23 Esta comprensión operada por el Espíritu, facilita una acción según la voluntad de Dios con toda sabiduría. En esta comprensión se muestra un realismo viviente. Tenemos que pedirla sin cesar.
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20. Rm 11,1; 2Co 11,22; Flp 3,5-6.
21. Cf. por ejemplo, Sal 102,7; 142,10.
22. Cf. Rm 12,2; Ef 5.17: 6,6: Col 4,12; 1Ts 4,3; 5,18.
23. Cf. Rm 8,26s; 2Co 6,6; Gá l5,16-18; 5,25; Ef 4,23.
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10a ... para que caminéis según el Señor se merece, a plena satisfacción suya,...

La voluntad de Dios exige ser conocida y realizada en la conducta, es decir en toda la realización de la vida. Detrás del verbo «caminar» (comportarse) está la idea bíblica de que el hombre está en camino, su vida se asemeja a una peregrinación que conduce a la salvación o a la ruina 24. Toda la vida del cristiano, así lo pide el Apóstol, debe ser según el Señor se merece. El Señor es Jesucristo. ¿Cuándo camina el cristiano según el Señor se merece? La mejor respuesta a esta pregunta la dan aquellos textos de las cartas de san Pablo en los cuales se aclara más este concepto de «caminar»: «en el Espíritu» (Gál 5,16), «como hijos de la luz» (Ef 5,8), «en obras buenas» (Ef 2 10), «en una vida nueva» (Rom 6,4), «con sabia discreción» (Col 4,5), «en amor» (Ef 5,2). Entonces la peregrinación del cristiano es según se merece el Señor, que ha ido a la muerte por nosotros «dejándoos ejemplo, para que sigáis sus huellas» (lPe 2,21). El discípulo que ha empezado seriamente a seguir a Jesús, camina según su Maestro se merece.

Y camina a plena satisfacción suya. El cristiano no peregrina solo, con él peregrinan sus hermanos en la comunidad de la Iglesia, incluso los que son «débiles» en ella, y su peregrinación se efectúa delante de Dios y del mundo. Si el cristiano se comporta según el Señor se merece, entonces su conducta es satisfactoria para Dios y los hombres. El cristiano actúa de una forma misionera y acredita al cristianismo. «Alumbre así vuestra luz ante los hombres, para que vean vuestras buenas obras y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos» (Mt 5,16). «Caminad con sabia discreción por lo que respecta a los de fuera» (Col 4,5) 25. Y los «débiles» en la comunidad son vigorizados por la animosa peregrinación de los «fuertes».
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24. Cf. por ejemplo, 2Re 20,3 (andar con sinceridad), Prov 8,20 («caminar por las sendas de la justicia»); Col 3,7.
25. Esta importante advertencia también se encuentra en otras partes del Nuevo Testamento: 1Ts 4,12; 1Co 10, 32s; Flp 2,15; 1Tm 3,7; 1Pe 2,12.15; 3,16.
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10b ... dando frutos en toda obra buena y creciendo en el conocimiento de Dios,...

San Pablo expone a los colosenses todavía con más detalles cómo es la peregrinación según el Señor se merece: Pablo desea que los colosenses caminen dando frutos en toda obra buena, y así debe ser. El Apóstol deja a la discreción de la fantasía cristiana de sus lectores que determinen concretamente en qué consisten las buenas obras, en las cuales la vida debe dar fruto. Pero en la segunda parte de su carta citará bastantes ejemplos. La metáfora «dar fruto» guarda relación con la del «árbol», que Jesús emplea en el sermón de la montaña. El árbol puede ser bueno o malo, y da los frutos correspondientes (Mt 7,17-20). Entre los frutos buenos el lector cristiano piensa especialmente en el «fruto del Espíritu», que san Pablo nombra en la carta a los Gálatas: amor, alegría, paz, benignidad, bondad, fidelidad, mansedumbre, templanza (Gál 5,22s).

A continuación se habla de crecer en el conocimiento de Dios. Dios es de suyo «un Dios oculto» (Is 45,15). Pero en la creación ha descubierto «su eterno poder y su divinidad», para que el hombre los conociera (Rom 1,20). Su justicia que justifica al pecador, fue «revelada» en el Evangelio para la fe (Rom 1,17). La gloria de Dios resplandeció en la faz de Jesucristo (2Cor 4,6; Jn 14,9). El Hijo encarnado nos ha hecho conocer a Dios (Jn 1,18). Sin embargo, la naturaleza de Dios sigue siendo un misterio inagotable incluso para el cristiano, y la eternidad no será suficiente para agotarlo. Así pues, «crecer en el conocimiento de Dios», es un doble conocimiento: un conocimiento de que Dios es un profundísimo misterio, y un conocimiento de lo que Dios, por medio de su Espíritu, nos ha revelado y nos revela sobre este misterio; porque solamente el Espíritu conoce «lo que hay en Dios», «las profundidades de Dios» (lCor 2,10-12). Tal conocimiento de Dios es un contacto dichoso con su misterio; los cristianos deben crecer en este conocimiento. Por eso ora el Apóstol.

Nada hace más feliz y dichoso que el conocimiento de Dios... Por eso, según la doctrina de los grandes maestros del espíritu, la contemplación tiene primacía sobre la acción.

11a ... fortalecidos en toda fortaleza, según el poder de su gloria, con vista a toda constancia y comprensión,...

Los pensamientos del Apóstol están sobrecargados, sus frases y palabras se agolpan apiñadas, pero todas ellas son dignas de consideración.

Quien haya visto el conocimiento de Dios como el verdadero contenido de la vida del hombre, puede impacientarse. La existencia en el cuerpo y en el mundo parece que le separa del «objeto» de su conocimiento: «Aspiro a irme y estar con Cristo, lo que, sin duda, sería lo mejor» (Flp 1,23). El cristiano tiene que ejercitarse en la constancia y comprensión, que le hacen tener paciencia en el mundo de la muerte. Para eso, el cristiano necesita una especial fuerza de Dios.

11b ... y llenos de alegría, 12a deis gracias al Padre...

Según el deseo de la oración de san Pablo, los colosenses y todos los cristianos deben hacer lo que el mismo Apóstol hace: dar gracias al Padre celestial (1,3). ¿Dónde podría darse mejor que en ia acción de gracias por antonomasia, en la celebración de la eucaristía? Esta acción de gracias debemos darla llenos de alegría, como se refiere de los miembros de la primitiva comunidad de Jerusalén: «Partían el pan por las casas y tomaban el alimento con alegría y sencillez de corazón» (Act 2,46). Tal gratitud se funda en un conocimiento, en el conocimiento de las acciones salvadoras de Dios en Cristo, las cuales se proclaman y celebran en el culto divino. Los redimidos están iniciados y esto los incita a un alegre agradecimiento al Padre celestial, cuya bondad paterna se ha revelado en la redención 26. El agradecimiento de los redimidos es agradecimiento de los hijos al Padre. «Todo esto es por vosotros; a fin de que la gracia, multiplicándose al pasar por tantos, haga abundar la acción de gracias para la gloria de Dios» (2Co 4,15).
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26. Cf. también Dt 16,11.14; 28.47; ISam 4,20; Is 9,2; 11,3; 29,19s; 25,9; 41,16; Sal 68,4s; 126,1-3; ITes 3,9; 2Cor 4,15. «En la alegría que nace del agradecimiento por la bondad de Dios estriba el sentido de la vida humana» (L. KOHLER).
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12b ... que os capacitó para participar de la herencia del pueblo santo en la luz. 13 Él nos libertó del poder de las tinieblas y nos trasladó al reino del Hijo de su amor...

El Apóstol, con tres breves frases, indica en qué se ha mostrado la bondad paternal y redentora de Dios hacia nosotros. Él nos capacitó para participar de la herencia del pueblo santo en la luz. «Luz» es el dominio de Dios, que solemos llamar «cielo». Allí espera a los santos, es decir a los fieles, una herencia -el tesoro de esperanza de 1,5-, que Dios les ha preparado. Ha sido roto por Dios el anatema de muerte que determina toda la existencia terrenal; en el bautismo, Dios capacita al fiel para pasar del dominio de la muerte al de la vida (Jn 5,24), de las tinieblas de la muerte a la luz divina, a la gloria de Dios. San Pablo prosigue: «Él nos libertó del poder de las tinieblas». El Apóstol piensa de nuevo en el bautismo, en el que ve un acto liberador de Dios. «El poder de las tinieblas» es el poderío satánico, en cuyo horizonte aguarda la muerte con impaciencia. En la tercera frase una vez más dice san Pablo positivamente: «Nos trasladó al reino del Hijo de su amor». También lo repite en vista del bautismo.

San Pablo proclama con la primitiva Iglesia que Dios ha resucitado a Jesucristo de entre los muertos y le ha hecho sentar a su diestra en el cielo27. Pero también nos ha resucitado en el bautismo y ya desde ahora nos hace sentar sobre los cielos en Cristo (Ef 2,6), de tal forma que «compartimos la ciudadanía de los santos (de los que moran en el cielo) y somos de la familia de Dios» (Ef 2,19). Estas expresiones no son modismos piadosos y poéticos del Apóstol, sino frases tomadas en serio, que revelan el misterio de la existencia cristiana. Esta zona de dominio, de actividad y de amor de los que han sido ensalzados, es para san Pablo «el reino del Hijo de su amor (del Padre)», al cual Dios nos ha trasladado ya desde nuestro bautismo. En otras partes de sus cartas, san Pablo también designa brevemente este misterio como ser en Cristo. Un misterio de fe y de prueba... La razón del gozo agradecido del cristiano... La experiencia espiritual de un acto de culto debidamente celebrado... Misterio de la Iglesia...

Más tarde se verá por qué habla el apóstol de este «misterio de Cristo» de la existencia creyente y eclesial precisamente en la carta a los colosenses. Había motivo para ello. Con la referencia al Hijo ha dicho Pablo una palabra decisiva, que le lleva a exponer ya ahora la posición de Cristo en el mundo de la creación y de la redención a manera de himno y, al mismo tiempo, como fundamento, desde el que se pueden impugnar las opiniones de la «herejía colosense». Pero lo que dice el Apóstol tiene validez para todos los tiempos.
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27. Cf. Mt 26,64; Mc 16,19; Lc 22,69; Act 2,32-35; 5,31; Rom 8,34; Ef 1,20; Flp 2,9-11; Col 3,1; Heb 1,3.13; 8,1; 10,12; 12,2; IPe 3,22.
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3. HIMNO A CRISTO (1/14-20).

a) Redención en Cristo (1,14).

14 en quien tenemos la redención, el perdón de los pecados.

Con el pronombre «quien» se hace referencia al Hijo amado de Dios (1,13). Y la convicción (fundada en la fe) de que tenemos la redención, sólo tiene su fundamento en quien ha ido por nosotros a la muerte. El judío espera el día venidero de la redención. Pablo, como cristiano, sabe, con la comunidad de la Iglesia, que ya la «tenemos», porque el redentor ya ha venido en Jesucristo. Este verbo «tenemos» expresa la dichosa certeza de la fe.

A continuación se dice en qué consiste lo más importante de la redención en el perdón de los pecados, en su remisión. Dios nos condona nuestros pecados, es decir ya no los mira, los cubre, más aún, expía nuestra culpa, porque otro ha muerto por nosotros, que somos pecadores. El redentor es el crucificado, él ha anulado en la cruz la cédula de nuestra deuda, en que están escritos nuestros pecados (Col 2,14). Cuando se habla de la redención y del perdón de los pecados, el cristiano piensa en la cruz de Jesús.

b) Cristo, imagen del Dios invisible (1,15).

15 El es imagen del Dios invisible, primogénito de toda criatura.

Dios «habita en una luz inaccesible, a quien ningún hombre vio ni puede ver» (Tm 6,16). Pero Dios hizo brillar su claridad para los fieles en la faz de Cristo (2Cor 4,6), porque éste, como Hijo encarnado de Dios, es la imagen de Dios. Por tanto, la faz del Dios invisible se hizo patente en la faz de Cristo, de tal forma que cuando le vemos a él, vemos al Padre (Jn 14,9). Jesucristo revela al Padre, en él salió Dios de su reserva. E1 Apóstol aún quiere decir más. En el Antiguo Testamento la divina sabiduría se llama «resplandor de la luz eterna», «espejo de la majestad de Dios» e «imagen de la bondad de Dios» (Sab 7,26). La sabiduría estaba ya presente, cuando Dios creó el cielo y la tierra (Prov 8,22-31), y en Israel pudo poner su morada (Eclo 24,7). Ya en los primeros tiempos, aplicaban los cristianos a Jesucristo las declaraciones del Antiguo Testamento sobre la divina sabiduría, porque él es el Verbo eterno de Dios, por medio del que todo fue creado, y que puso su morada entre nosotros (Jn 1,1-14). Así pues, al pensar en Cristo como imagen de Dios invisible, pensamos también en el prodigio y la gloria de la creación y, al mismo tiempo, en el prodigio de la encarnación del Verbo eterno en Jesucristo. En él se ha hecho patente la sabiduría de Dios en persona, porque él es la «imagen» de Dios. Una imagen elaborada por un gran maestro puede significar mucho para el hombre, para él puede significar todo el mundo, más aún, un mundo mejor. En Cristo, que es la imagen del Dios invisible, el cristiano contempla el mundo de Dios.

En el Antiguo Testamento la sabiduría es considerada como la hija primogénita de Dios; ya estaba presente cuando Dios creó el mundo (Prov 8,22-31). La Iglesia, iluminada por el Espíritu Santo ha reconocido que Jesucristo, el Hijo encarnado de Dios y su imagen, es la sabiduría de que habla el Antiguo Testamento. El Apóstol, con la Iglesia, llama a Jesucristo el primogénito de la creación, no porque Cristo sea la primera criatura de Dios, sino para proclamar su dignidad soberana sobre toda la creación.

Lo que en el himno se dice de Cristo (1,15-20) son revelaciones sobre su naturaleza. Tal himno ha de rezarse y cantarse en voz alta (cf. 3,16); de este modo, estas expresiones de fe y de confesión se convierten en glorificación reverente de Dios. A ella tiene también que conducir la reflexión sobre el texto sagrado.

c ) Creación en Cristo (1,16).

16 Porque en él fueron creadas todas las cosas en los cielos y sobre la tierra, las visibles y las invisibles, ya tronos, ya dominaciones, ya principados, ya potestades: todas las cosas fueron creadas por medio de él y con miras a él.

La incomparable dignidad de Cristo en toda la creación, su superioridad soberana sobre ella, se fundan en que todo está creado en él, por medio de él y con miras a é];. En esto se centra el énfasis de la expresión y a ello debemos atender ante todo, es decir, a Cristo. Él es causa, mediador y objetivo de toda la creación.

También la piedad pagana se expresaba en fórmulas semejantes. Lo que el Apóstol dice, a diferencia de esta piedad, pero de acuerdo con el Antiguo Testamento y la fe de la Iglesia, es que todas las cosas no sólo están en él, sino que en él fueron creadas. Con estas palabras se insinúa una clara y evidente distancia entre el Creador y su obra. La creación es su obra libre y tiene un principio en el tiempo. Pero permanece en manos de Dios, está cercada por su poder, porque fue creada por Dios en Cristo. En este tiempo difícilmente podemos comprender lo que para la creación significa «ser creada en él», porque el misterio de Cristo se sustrae a nuestro modo terreno de ver y sólo puede entenderse con la fe. Pero con dicha expresión se puede reconocer que la creación es buena y un conjunto en que impera un sentido. En esto se funda la índole luminosa de la creación y su capacidad de ser conocida por el espíritu humano, que por medio de la creación puede y debe conocer al Creador, su eterno poder y su divinidad (Rom 1,20). La creación debe conducir al hombre a la adoración del Creador.

Los colosenses propendían a no tomar enteramente en serio el dominio de Cristo sobre la creación. Era y es grande la tentación de sustraer determinadas partes de la creación al dominio de Cristo, y de ver tras ellas lo demónico (cf. 2,8.16-23). Por eso, insiste tanto el Apóstol en que todas las cosas fueron creadas en Cristo, todas sin excepción28, «en los cielos y sobre la tierra, las visibles y las invisibles». De las cosas invisibles forman parte, sobre todo, los seres celestiales, los ángeles, de los que san Pablo nombra algunas categorías. Hoy, quizás nombra san Pablo otras cosas y sectores de la creación, que al hombre le podrían parecer demónico y que, sin embargo, también están creados «en Cristo»: tal vez las profundidades de los espacios o las profundidades del alma, tal como las va descubriendo la moderna ciencia. A Cristo también le están sometidos los poderes de la historia. La fe en Cristo glorificado es el fundamento de la confianza en la creación y en las relaciones espontáneas con sus fuerzas. Solamente son hostiles a la creación Satán (Ap 12,12) y sus cómplices «que destruían la tierra» (Ap 11,18).

CREACION/META: «Todas las cosas fueron creadas por medio de él y con miras a él»: ésta es una declaración independiente de la época, que además revela un nuevo misterio de la creación. El principio y la duración de las cosas creadas están fijados por Cristo, porque la creación es obra de Dios por medio del Verbo (Jn 1,3). La creación no va corriendo hacia la noche de la nada y de la falta de sentido, sino hacia el Cristo eterno y su gloria, porque está creada con miras a él. Dios ha puesto en la creación la esperanza de que, a su tiempo, «se verá liberada de la esclavitud de la corrupción, para entrar en la libertad gloriosa de los hijos de Dios», aunque «hasta ahora toda la creación está gimiendo y sufriendo dolores de parto», y la noche y la muerte la amenazan (Rom 8,21-22). Cristo es el SalVador de toda la creación. La Iglesia expresa esta fe y esta esperanza incluyendo en la liturgia el uso de muchas cosas de la naturaleza, como la luz, la cera, el fuego, el incienso, el agua, la sal, el aceite, la ceniza, el aire y el aliento, la saliva, la tierra, el pan, el vino y el mismo hombre 29. El retorno de la creación ha empezado ya en la santa liturgia.
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28.Cf. también Jn 1,3.10; 1Co 8,6; Hb 1,2s.
29.Sobre este particular remitimos a R. GUARDINI, Los signos sagrados, ELE, Barcelona 1957.
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d) Preeminencia de Cristo sobre todas las cosas (1,17).

17 y él es ante todo, y todas las cosas tienen en èl su consistencia.

J/PREEMINENCIA: Suena casi como una fórmula de la revelación que subraya en la cúspide de este texto hímnico la permanente referencia a Cristo: «Y él es ante todo.» Esta afirmación hay que entenderla primeramente en sentido temporal, pero también se ha de referir al rango de Cristo: ya que en el orden temporal Cristo es ante todo, también es inmensamente superior a todo, no tan sólo al principio, sino para siempre: él es... Hoy día es más importante que nunca conocer esta preeminencia de Cristo, porque el mundo y su extensión crecen sin cesar en la conciencia del hombre moderno, aunque solamente fuera por la progresiva comprensión del enorme desenvolvimiento del universo y por su conquista científica. Cristo siempre lleva ventaja al hombre moderno y le es superior.

Y todas las cosas tienen en él su consistencia, se mantienen más y coherentes por medio de Cristo en lo más íntimo de su ser. Para la realidad de toda la creación, Cristo es la última causa: un misterio santo que no podemos comprender en este tiempo. «Por mucho que digamos, nos quedará mucho que decir; mas la suma de cuanto se puede decir es que él mismo está en todas las cosas» (Eclo 43,29).

e) Cabeza del cuerpo y primogénito de entre los muertos (1,18).

18 y él es la cabeza del cuerpo, de la Iglesia; él, que es principio, es primogénito de entre los muertos, para que así tenga él primacía en todo:

El Apóstol, en las frases precedentes del himno, ha hecho que nuestra mirada se fijara en el misterio de Cristo en la creación, y ahora la dirige al misterio de la Iglesia. Porque como san Pablo expone, el cuerpo es la Iglesia y su cabeza es Cristo. La imagen de la Iglesia, considerada como el cuerpo de Cristo, nos hace penetrar profundamente en su misterio. Por esta imagen se reconoce la indisoluble y necesaria unión de la Iglesia con Cristo, su cabeza. Esta unión es de una índole muy íntima. Cristo como cabeza es el Señor de la Iglesia, la cual está amorosamente sujeta a Cristo (Ef 5,23-24), que también es el terreno fecundo, en el que tiene lugar todo su crecimiento sobrenatural. Porque de él «todo el cuerpo recibe unidad y cohesión» (Ef 4,16); él lo «sustenta y cuida» (Ef 5,29) con los santos sacramentos, especialmente con el bautismo y la eucaristía 30. En la común participación de los fieles en el santo banquete de la eucaristía, este misterio del «cuerpo» de la Iglesia experimentará claramente lo que dice san Pablo: «Porque es un solo pan, somos, aunque muchos, un solo cuerpo, puesto que todos participamos de un solo pan» (lCor 10,17). Así pues, la índole de la Iglesia se patentiza sobre todo en la mesa del Señor, en el culto divino.

Jesucristo, la cabeza de la Iglesia, fue resucitado por Dios de entre los muertos. Llegará un día en que también los miembros de su cuerpo, los creyentes, serán resucitados de entre los muertos, más aún, ya han sido «resucitados» en su bautismo (2,12; Ef 2,6), porque ya han recibido en el bautismo la vida divina de Cristo resucitado (Ef 2,5). El Apóstol puede confesar, pues, que Cristo es comienzo y primogénito de entre los muertos. Con Cristo empieza una nueva humanidad, que es congregada en su «cuerpo». Cristo es el segundo Adán, el del fin de los tiempos, el Adán de la vida (cf. lCor, 15,45-48). Como primogénito de entre los muertos, inicia una nueva serie, el nuevo linaje de los que han sido resucitados con él, de tal forma que él es además el «primogénito entre muchos hermanos» (Rom 8,29), que por principio están ya sustraídos al dominio de la muerte. En el cuerpo de Cristo, el «ámbito de vida» de Dios penetra ya en este mundo, el «cielo» está ya presente (cf. 1,13; Ef 2,6).

En lengua hebrea la palabra que corresponde a «cabeza» (rosh) significa también comienzo o «principio». Cuando se designa a Cristo como comienzo (de la nueva creación), se hace resaltar al tiempo que Cristo, como tal, es también cabeza suprema de sus hermanos. Esto adrede lo expresa así el Apóstol: Cristo «que es principio, es primogénito de entre los muertos, para que así tenga él primacía en todo». San Pablo piensa aquí en la exaltación de Cristo al trono celestial de Dios, como corresponde a aquel en quien en otro tiempo fueron creadas todas las cosas. En la creación y en la nueva creación, Cristo es Señor y principio de vida, pero en la nueva creación también es el hombre enaltecido, que es nuestro hermano. De esto no eran bastante conscientes los colosenses, como tampoco lo son hoy día muchos cristianos.
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30.Cf. 1Co 10,17;12,13.
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j) La «plenitud» (1,19).

19 pues (Dios) tuvo a bien que en él residiera toda la plenitud,...

Tiene su fundamento en una resolución de Dios que el Señor exaltado tenga primacía en todo y esté por encima de todas las cosas: Dios quiso que en él residiera toda la plenitud de la divinidad (cf. también 2,9). Quizá los colosenses hubieran buscado en otra parte esta «plenitud» de las fuerzas divinas de salvación y de felicidad, en los «elementos del mundo» (2,8.20), en la misteriosa contextura e índole de la naturaleza y de sus fuerzas, donde también hoy día buscan muchos esta plenitud. Por eso dice el Apóstol a los colosenses que la ilimitada plenitud de Dios reside en el Señor encarnado y enaltecido, y a causa de ello la verdadera y eterna salvación del hombre procede solamente de Cristo.

g) Reconciliación universal por Cristo (1,20).

20 ... y por él reconciliar todas las cosas consigo, pacificando por la sangre de su cruz, ya las cosas de sobre la tierra, ya las que están en los cielos.

Cuando se habla de reconciliación, en seguida pensamos en el pecado, pero no es así como piensa el Apóstol. La reconciliación debe llevarse a término donde hasta el momento ha dominado la enemistad, de tal forma que entonces haya paz. Los hombres, «en sus malas obras» (1,21), tienen la tendencia a ver en Dios a su enemigo31. Pero Dios no piensa en ser el enemigo de los hombres, antes bien el Apóstol ruega en nombre de Cristo: «Reconciliaos con Dios» (2Cor 5,20), es decir, abandonad la idea pagana de que Dios es vuestro enemigo. La cruz de Cristo demuestra de un modo convincente que Dios es y quiere ser el amigo de los hombres. «La verdad es que apenas hay quien muera por un justo, y eso que por un hombre de bien quizás haya alguien que se atreva a morir. Pero prueba del amor que Dios nos tiene es que, siendo nosotros aún pecadores, Cristo murió por nosotros... Porque, si cuando éramos enemigos fuimos reconciliados con Dios mediante la muerte de su Hijo, con mucha más razón, una vez reconciliados, seremos salvados por su vida» (Rom 5,7-10). «Si Dios está por nosotros, ¿quién contra nosotros? El que ni siquiera escatimó darnos su propio Hijo, sino que por todos nosotros lo entregó» (Rom 8,31b-32a). Dios nunca fue enemigo del hombre, en cambio, el hombre fue ciertamente el enemigo de Dios.

«Por» Cristo quiere Dios «reconciliar todas las cosas» (1,20). Las palabras «todas las cosas» dan a entender que no se piensa solamente en la relación de Dios con el hombre. Hay enemistades de la más distinta y múltiple índole, por ejemplo, en las religiones y los pueblos, y especialmente en el reino del Espíritu y de los espíritus. Así nos lo enseña todos los días la experiencia de la historia.

La gran obra de la reconciliación de Dios se efectúa por medio de Cristo y con miras a él. Así como el mundo fue creado con miras a él (1,16b), así también la eliminación de toda clase de enemistades se dirige en último término a él, que es la paz en persona (Ef 2,14a) y que «pacificó por la sangre de su cruz», que fue derramada por todos, sean quienes fueran, y cualquiera que sea el pueblo y la religión a que pertenezcan. Cristo «derribó el muro medianero de la separación, la enemistad... Y viniendo, anunció paz, a vosotros, los de lejos, y paz a los de cerca» (Ef 2,14.17). Cristo es el gran instaurador de la paz en el mundo, su cruz es la base de la paz y el llamamiento a la paz. Su sangre es la garantía de la paz. También esto se nos anuncia en toda celebración de la eucaristía, en la que todos, sea cual fuere la posición social y la nación a que pertenezcan, tienen el mismo «acceso al Padre» (Ef 2,18).

El Apóstol añade de manera misteriosa que la obra pacificadora de Cristo es eficaz incluso en los cielos. ¿Piensa san Pablo, al hacer esta afirmación, en los «principados y potestades», en «los seres espirituales de la maldad que están en las alturas» (Ef 6,12), en el poder de Satán, que ya ha sufrido la derrota decisiva por la muerte de Cristo en la cruz? En cualquier caso, este texto ofrece una grandiosa visión de la gran paz que Cristo nos trae y que abarca todos los espacios y tiempos. El eco de este don de Cristo solamente puede ser nuestro propio y decidido deseo de la paz.
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31. «El anhelo de la carne es enemistad para con Dios (Rom 8,7)
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4 LOS COLOSENSES, PARTICIPES DE ESTE MISTERIO (1/21-23).

21 Y a vosotros, que erais antes extraños y estabais animados de disposiciones hostiles en vuestras malas obras, 22 ahora ya os ha reconciliado por su cuerpo de carne mediante la muerte, para presentaros santos, sin tacha e irreprochables ante él, ...

El Apóstol tiene que decir especialmente a los colosenses que ellos tampoco están excluidos de la amplia obra de reconciliación de Cristo: y a vosotros... ahora ya os ha reconciliado. «Antes», cuando aún no habían sido bautizados, no solamente vivían con angustia y temor de los demonios y de un destino inescrutable, sino que de hecho eran «extraños» al verdadero Dios, a quien por su manera pagana de pensar consideraban como su enemigo, al que se oponían con sentimientos hostiles. Las malas obras de los colosenses crearon en ellos una mala conciencia, y así pensaban que tenían que captarse la benevolencia del ser divino mediante diversas prácticas paganas de índole mágica y supersticiosa. «Ahora» ha cambiado la situación, porque han oído (1,6) el Evangelio de su liberación por medio de Cristo, que ha ido a la muerte por ellos, y ahora están reconciliados con Dios por medio de Cristo. Este mensaje del Evangelio puede sonar a los oídos de los paganos como algo increíble, y los colosenses no podían comprenderlo enteramente en todo su significado, como lo demuestran determinadas opiniones erróneas en su comunidad (2,8.16-23). Por eso les dice explícitamente san Pablo, que el Evangelio de la reconciliación también tiene validez para ellos, al igual que la tiene para nosotros. Se requiere valor para creer de veras en el increíble mensaje del Evangelio.

La reconciliación por medio de Cristo no es tan sólo una buena nueva; también tiene un fin moral: la santificación de los hombres para que Cristo pueda conducirlos ante el trono del divino juez como los que han sido santificados por su acción 32. El Evangelio es siempre un llamamiento a la realización y a la confirmación moral. También es ley, pero «ley del Espíritu» (Rom 8,2).
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32.Cf. también 2 Co 11,2; Ef 1,4; 5,27,
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23 ... si es que permanecéis bien cimentados y firmes en la fe, y sin dejaros apartar de la esperanza del Evangelio que oísteis, el cual ha sido proclamado a toda criatura bajo el cielo, y del cual yo, Pablo, fui constituido servidor.

El Apóstol ha elogiado ya la fe de los colosenses (1,9). Sin embargo, se ve inducido a advertirles que perseveren en la fe. Esta perseverancia está sobre todo relacionada con la fe en que los colosenses están realmente reconciliados por medio de Cristo. La fe puede llegar a ser lánguida y débil, como lo demuestra todos los días la experiencia de cualquier comunidad cristiana y de nosotros mismos. La comunidad cristiana está «cimentada y firme», porque está «edificada sobre el cimiento de los apóstoles y profetas, y la piedra angular es Cristo Jesús» (Ef 2,20). No obstante, es una permanente tarea de la comunidad cristiana estar cada vez más «cimentada y firme» en la fe y por medio de la fe, para que «ya no seamos niños, sacudidos por las olas y llevados de acá para allá por todo viento de doctrina hasta caer en la trampa de los hombres, en la astucia que urde las artimañas del error» (Ef 4,14). El cristiano también tiene que pedir constantemente a Dios el don de la firmeza en la fe.

Solamente el que ha llegado a estar «firme» en la fe, no desertará de la esperanza del Evangelio, ni siquiera en las mayores calamidades y tentaciones. El Evangelio que los colosenses y nosotros hemos oído, proclama la esperanza (1,5), y por eso es en sí mismo esperanza para el mundo y para toda la creación (Rom 8,19ss). Pablo dice, con una audacia sorprendente, que el Evangelio «fue proclamado a toda criatura bajo el cielo». Puede hablar así, porque desde su cautividad tiene ante sus ojos una extensa obra misionera, que le llevó a él o a sus misioneros casi por todo el mundo que entonces se conocía (cf. también 1,6). Además, san Pablo está convencido de que con la proclamación del Evangelio se ha iniciado en todo el mundo un acontecimiento que seguirá su curso, que ya ningún poder conseguirá detener o lograr que retroceda. «La palabra de Dios no está encadenada» (2Tim 2,9b), tiene que «seguir su carrera y ser glorificada» (2Ts 3,1). Pablo fue constituido «servidor» de la palabra. Pues, aunque es apóstol de Jesucristo por vocación, no es señor del Evangelio, sino su «servidor». El señor de Pablo es el Evangelio, a cuyo servicio le ha puesto Cristo. La Iglesia tampoco es señora del Evangelio, sino su servidora.


5. EL APÓSTOL, PREGONERO DEL MISTERIO (1/24-28).

a) El Apóstol se alegra de sus padecimientos (1,24).

24 Ahora me alegro de mis padecimientos por vosotros, y voy completando en mi carne lo que falta a los tribulaciones de Cristo en pro de su cuerpo, que es la Iglesia.

El servicio de un apóstol y misionero del Evangelio está cargado de padecimientos. Esto lo sabe Pablo por propia experiencia, y de ella habla repetidas veces en sus cartas. En 2Cor 11,23b-33 describe el Apóstol con especial detención sus trabajos apostólicos 33. «Por lo que veo Dios nos señaló a nosotros, los apóstoles, el último lugar, como a condenados a muerte» (lCor 4,9a). «Yo llevo en mi cuerpo las marcas de Jesús» (Gál 6,17b). Las cicatrices en el cuerpo del Apóstol son los testigos visibles de sus padecimientos apostólicos, ya que son padecimientos «por vosotros», y motivo de bendiciones para sus comunidades y lectores. «Lleno estoy de consuelo y me desbordo de alegría en toda clase de tribulación nuestra» (2Cor 7,4b). «Y si, además, soy derramado en libación sobre el sacrificio y el ministerio sagrado de nuestra fe, me alegro y me congratulo con todos vosotros» (Flp 2,17).

«Los sufrimientos de Cristo rebosan» en el Apóstol, cuando padece sus propios sufrimientos (2Cor 1,5a). Por eso ve en ellos una participación beneficiosa en los sufrimientos de Cristo, y así puede escribir a los colosenses que con los padecimientos de su carne «va completando» en pro de la Iglesia «lo que falta a las tribulaciones de Cristo». Cristo sigue padeciendo en los miembros de su «cuerpo», que es la Iglesia, y san Pablo con sus padecimientos puede reemplazar en forma vicaria a la Iglesia, y lo hace con alegría.

Aquí se muestra una conexión misteriosa de padecimientos entre Cristo, su representante (que es el Apóstol) y la Iglesia. Esta conexión es, sin duda, una especial fuente de gracias y bendiciones para la Iglesia y para toda la humanidad. Los padecimientos y tribulaciones de los cristianos no son de índole privada, sino social: redundan en provecho de todos. No se padece en vano. Por eso, «alegraos también vosotros y congratulaos conmigo» (Flp 2,18).
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33.Cf. además 2Co 4,8-13; 2Cor 1,5.8-10; 4,8-11; Ef 3,1.13; Flp 9, 11-13; 2Tm 2,95; 3,10s.
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b) La predicación apostólica, descubrimiento de un misterio (1,25-26).

25 De ella fui constituido servidor según la economía de Dios que me ha sido dada con miras a vosotros: dar pleno cumplimiento a la palabra de Dios,...

«No hago más que desempeñar un encargo» (lCor 9,17). Así concibe Pablo su cargo apostólico: como una administración que le ha sido confiada por Dios, ya que la palabra usada por Pablo (oikonomia) tiene este sentido. Este cargo le constituye en servidor de la Iglesia, no en soberano de la misma. Así pues, el Apóstol se considera en el desempeño de su cargo como constituido para el servicio de dos: el servicio de Dios y también el servicio de la Iglesia. Por tanto, su cargo no es más que un servicio... y él mismo es solamente un «servidor» (cf. también lCor 3,5). Así tiene que concebirse cualquier cargo en la Iglesia; siempre se da «con miras a vosotros». El encargo de servicio apostólico tiene un alto objetivo: «dar pleno cumplimiento a la palabra de Dios». Es sorprendente que Pablo hable con respecto a su cargo de un pleno cumplimiento de la palabra de Dios. Sin embargo, esta expresión da a entender que para Pablo el Evangelio -ya que a él alude el Apóstol, cuando dice «la palabra de Dios»- es para los colosenses y para todos los que lo escuchan34 una promesa sobre todo, que el Apóstol y la Iglesia cumplen prestando los servicios de su cargo. Pero cumplir una promesa significa hacer que llegue a ser una realidad. El cumplimiento de una promesa no se contentan con las palabras. Estas pasan a ser la salvación ya ahora y en todas partes donde se proclama el Evangelio.
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34.Cf. una vez más, 1,5.
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26 ... el misterio escondido desde siglos y generaciones pero que ahora ha sido manifestado a sus santos,...

La palabra de Dios contiene un misterio, que antes estaba oculto «en Dios» (Ef 3,9b). Dios lo hace manifiesto «ahora» «por medio de la Iglesia» (Ef 3,10), aunque Dios lo «conocía» -hablando a lo humano- desde toda la eternidad. Eso significa que para los pueblos se trata del misterio salvador (1,27), de que la «salvación» en sí no es algo que Dios haya añadido a la creación, no es un suplemento de la misma, sino que ya «antes de la creación del mundo» estaba previsto en el plan de Dios (cf. Ef 1, 4-5). Desde ahora en adelante, la creación está ordenada a la salvación, ha sido creada con vistas a la salvación.

Los «santos», es decir los fieles cristianos (1,2), conocen el misterio contenido en el Evangelio, porque el Apóstol se lo comunica en el ejercicio de su cargo apostólico35. Porque «ahora», de acuerdo con la voluntad de Dios, el misterio debe manifestarse; por ello este tiempo presente es también el tiempo final, porque el contenido más inmediato del misterio es Cristo (1,27), que el Apóstol anuncia entre los gentiles. El cristiano ha llegado a conocer por medio del Evangelio los últimos misterios de la historia.
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35. Cuando Pablo dice «los santos», también se podría pensar en los ángeles (Ef 2,19), a quienes Dios permite ver ahora en el plan definitivo de salvación que ha dispuesto para la creación.
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c) El misterio es «Cristo entre vosotros» (1,27).

27 ... a los que Dios ha querido dar a conocer cuál es la riqueza de la gloria de este misterio entre las naciones, que es Cristo entre vosotros, la esperanza de la gloria;...

El misterio del plan salvador de Dios para el fin de los tiempos, llega a «las naciones» (así se llama en el Antiguo Testamento a los gentiles a diferencia de Israel). Y el Apóstol dice con palabras concisas, pero muy cargadas de sentido, en qué consiste este misterio: es Cristo entre vosotros. El texto griego de la carta queda indeciso intencionadamente. ¿Se quiere decir: Cristo «entre» vosotros o « en» vosotros? Probablemente se piense en las dos cosas: Cristo «entre vosotros» como el Señor de las naciones al fin de los tiempos, y «en vosotros» mediante su profunda unión íntima con su comunidad por medio de la fe y del bautismo. En la misión cristiana, las naciones del mundo están incluidas en la soberanía de Cristo, de tal forma que «son coherederos, miembros del mismo cuerpo y partícipes de la misma promesa en Cristo Jesús por medio del Evangelio» (Ef 3,6). Esto significa la participación actual de las naciones en la riqueza celestial y en la gloria oculta de Cristo; en esta riqueza tienen puesta la esperanza de la plena gloria venidera que un día se manifestará cuando Cristo se manifieste (3,4). Su riqueza y su gloria se muestran ya ahora con la clara luz, que irradia del Evangelio sobre las naciones (sobre los gentiles), y de la vida divina, que se les da en los sacramentos de Cristo. La eternidad de Dios en la persona de Cristo penetra ya en el tiempo transitorio de este mundo, y el espacio vital de Dios penetra ya en el espacio mortal del mundo. Cristo es nuestra «esperanza de la gloria», y así la historia y nuestra vida están preservadas de la falta de sentido. El mundo tiene esperanza en Cristo.

d) «Hacer avanzar a Cristo» (1,28).

28 ... a quien nosotros anunciamos, advirtiendo a todo hombre y enseñando a todo hombre en toda sabiduría, para que podamos presentar a todo hombre perfecto en Cristo.

Cristo es anunciado por el Apóstol a los gentiles. Esta es una proclamación «oficial», que tiene lugar en la vida pública del mundo, y en la que se pregona a Cristo como Señor del mismo y como su salvador. Pero la advertencia apostólica también forma parte de esta proclamación. Porque Cristo también debe ser Señor de los corazones y de las decisiones de los hombres. Por eso, según san Pablo, también forma parte de la acción de «hacer avanzar a Cristo» (·Lutero-M) la advertencia apostólica con que se enseña «para presentar a todo hombre perfecto en Cristo». El propio Cristo es el objetivo del perfeccionamiento de los fieles. En ellos debe formarse Cristo «en» el cual los fieles ya viven de una forma misteriosa. El Apóstol siempre procura que se armonicen el ser y el acto, el conocimiento y la acción. La proclamación del Evangelio es siempre un llamamiento a la conversión, como lo era en la predicación de Jesús (Mc 1,15).

En Col 1,28 también se nota la conciencia de la gran responsabilidad del Apóstol por sus comunidades. Porque el presentar a los fieles perfectos en Cristo equivale a una presentación de los mismos ante el juez divino (cf. 2Cor 11,2). El Apóstol tiene que presentarlos un día a Cristo, y querría no haberse de avergonzar de ellos ante el Señor. «¿Cuál es nuestra esperanza, o la corona, o alegría de gloria con que sentirnos orgullosos ante nuestro Señor Jesús en su manifestación, sino vosotros mismos? Sí, vosotros sois nuestra gloria y nuestra alegría» (1Tes 2,19-20) 36, Por eso insiste Pablo en la realización del Evangelio en las comunidades. Un cristianismo puramente teórico, un mero cristianismo de fe es para Pablo algo horrible, como también para Jesús, que dijo: «No todo el que me dice: ¡Señor, Señor!, entrará en el reino de los cielos, sino el que cumple la voluntad de mi Padre que está en los cielos» (Mt 7,21).

Así pues, el Apóstol ve tres tareas principales en el cargo que Dios le ha otorgado: anunciar a los hombres el Evangelio, que les revela un grandioso misterio de salvación; estimular a las comunidades a llevar una vida cristiana; padecer por ellas y en sustitución de ellas. Pablo lucha sin cesar por sus comunidades, como dice a continuación.
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36.Cf. también 1Co 9,15.18; Flp 2,16.
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6. LA LUCHA POR LAS COMUNIDADES (1/29-2/07).

a) El combate apostólico (1,29-2,1).

29 Para ello, precisamente, estoy yo trabajando y luchando según la acción con que él actúa en mí poderosamente.

Para conseguir el fin de presentar a los fieles «perfectos en Cristo», Pablo no repara en ninguna fatiga. Con frecuencia en sus cartas habla de estas fatigas al prestar el servicio que importa su cargo. Entre estas fatigas cuenta su honrado trabajo manual como tejedor de tiendas: «Recordad, si no, hermanos, nuestros esfuerzos y fatigas: trabajando día y noche, a fin de no ser una carga para ninguno de vosotros, proclamamos entre vosotros el Evangelio de Dios» (1Tes 2,9) 37. Pero también forman parte de estas fatigas sus padecimientos apostólicos en el servicio de la misión (1,24). A estas fatigas también está vinculado una constante lucha en todas las posibles contrariedades exteriores e interiores, a las que se ve expuesto Pablo, pero que también soporta animosamente poniendo su confianza en el poder de Dios, que en él es eficaz. Por eso, en este combate, Pablo tiene la sensación de ser «buen soldado de Cristo Jesús» (2Tim 2,3), que no combate con las armas terrenas: «Las armas de nuestra milicia no son carnales, sino divinamente poderosas para derrocar fortalezas: derribamos sofismas y toda altanería que se alza contra el conocimiento de Dios, y apresamos cualquier pensamiento para someterlo a Cristo» (2Cor 10,4s).

ORA/LUCHA: Pablo ve a sus colaboradores como sus compañeros en la lucha. Evodia y Síntique «me asistieron en la lucha por el Evangelio, junto con... los demás colaboradores míos» (Flp 4,3). Las comunidades deben sostener al Apóstol con su oración: «Pero os ruego, hermanos, por Jesucristo nuestro Señor y por amor del Espíritu, que luchéis juntamente conmigo, dirigiendo a Dios oraciones por mí...» (Rom 15,30). No es una pelea «contra carne y sangre», contra los poderes terrenales, «sino contra los principados (demónicos), contra las potestades, contra los dominadores de este mundo de tinieblas, contra los seres espirituales de la maldad que están en las alturas» (Ef 6,12). Al fin de su vida el Apóstol puede decir de sí: «He combatido el buen combate, he realizado plenamente la carrera, he guardado la fe» (2Tm 4,7).

El cristianismo no es un idilio piadoso, sino un combate perpetuo, que constantemente reclama de los fieles nuevas renuncias: «Todo atleta se domina en todo: ellos para llevarse una corona que se marchita; nosotros, una que no se marchita» (/1Co/09/25).
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37.Cf. también 2Tes 3,8; ICor 4,12; 15,10; 2Cor 11,23; Gál 4,11; Flp 2,10.