CAPÍTULO 15


2. LA VISIÓN DE LAS COPAS (15,1-16,21)

Tras el anuncio del juicio (14,6-12) y la mirada previa al mismo se desarrolla ahora en cuadros particulares lo que se había expresado fugazmente en la visión de conjunto: invitación a la conversión, caída de Babilonia, juicio sobre los impíos. Al último requerimiento a la conversión (14,6s) responde el desarrollo de aquella llamada a la penitencia en forma de una acción amonestadora de Dios (las plagas de las copas). De ello resulta que también la última serie de siete medios de correcci6n de Dios, al igual que las precedentes (plagas de los sellos y de las trompetas) -si bien todas ellas son también expresión de la ira de Dios por la perversión y malicia humana-, persiguen como fin último, no el castigo sino la conversión; son por tanto, según la intención de Dios, las últimas pruebas con vistas a la salvación. En los desarrollos relativos al transcurso de las calamidades se da a entender esto explícitamente con la triple anotación con que se indica que no se ha logrado este objetivo (16, 9.11.21).

1 Y vi otra señal grande y maravillosa en el cielo: siete ángeles que tenían siete plagas, las ultimas, porque con ellas se consumará la ira de Dios.

El primer versículo indica, a manera de epígrafe, el contenido de toda la sección 15,1-16,21. Además se explica que las plagas de las copas se trata de las últimas pruebas de Dios antes del juicio final y del fin del mundo. Con esto se relaciona la circunstancia de que tocante a estas plagas no se señala ya limitación alguna de cantidad y de espacio como en el caso de las plagas de los sellos y de las trompetas; éstas afectan al universo entero, y en la tierra van dirigidas las catástrofes especialmente contra el reino de la bestia.

Así pues, en estas hecatombes despeja ya Dios obstáculos que se oponen a su definitiva toma de posesión del reino. Dios descarga su contragolpe contra la tentativa del mundo de hacerse refractario al futuro absoluto de Dios. A un mundo que se encastilla contra Dios y se encierra en su arbitrariedad, se le derriban las barricadas, se le perturba e impide eficazmente su estructuración anticristiana.

Por lo que hace a los hombres estas duras medidas aquí descritas persiguen en primera linea, como ya se ha dicho, el objetivo de mover a los hombres a entrar dentro de sí mismos. Ahora bien, dado que ellos las sienten como grave correctivo, tienen éstas al mismo tiempo carácter de castigo y se les manifiestan como juicio de la ira de Dios. En cuanto que de esta manera se manifiesta provisionalmente la ira de Dios en el transcurso de la historia del mundo, y por tanto las intervenciones de Dios anuncian y aceleran el verdadero «día de la ira, cuando se revele el justo juicio de Dios» (Rom 2,5), también la historia del mundo se puede designar como un juicio final provisional, como el juicio final anticipado.

Juan contempla en esta visión un hecho («señal») de gran importancia que se desarrolla en el cielo (cf. 12,1.3); puesto que esta «señal» desborda el marco y la posibilidad de la naturaleza, la llama «grande y maravillosa»: siete ángeles están en la bóveda del cielo, prontos a desatar las últimas plagas

a) Preludio en el cielo (15,2-8)

2 Vi como un mar transparente, mezclado de fuego, y a los vencedores de la bestia, de su imagen y de la cifra de su nombre, de pie sobre el mar transparente, con cítaras de Dios. 3 Y cantan el cántico de Moisés, siervo de Dios, y el cántico del Cordero, diciendo: «Grandes y admirables son tus obras, Señor, Dios todopoderoso; justos y verdaderos tus caminos, rey de las naciones. 4 ¿Quién no temerá, Señor, y no glorificará tu nombre? Porque tú solo eres santo, porque todas las naciones vendrán y se postrarán ante ti, porque tus actos de justicia han quedado manifiestos.»

Antes de ver Juan a los siete ángeles en acción, se le muestra un espectáculo en el cielo, que se desarrolla en dos escenas. Ve primeramente en la gloria con Dios la muchedumbre bienaventurada de aquellos que en la lucha contra la bestia han dado buena prueba de sí y han muerto en el Señor (14,13).

El teatro de la visión es, conforme a esto, la sala del trono de Dios; su pavimento, la bóveda del cielo, se describe con la misma comparación que se había usado ya antes (cf. comentario a 4,6), aunque ahora con una indicación suplementaria: la superficie clara, esplendente, centellea como brasas de fuego; como el crepúsculo anuncia el fin de un día, así este esplendor anuncia ante el Señor del tiempo y de la eternidad (cf. 4,8: «el que era, el que es y el que ha de venir») el fin del mundo y el juicio inminente.

La gloriosa multitud de héroes sobre el suelo incandescente canta el canto de victoria ante el trono de aquel que los ha salvado. La triple enumeración («de la bestia, de su imagen y de la cifra de su nombre») menciona al enemigo sobre el que ellos triunfan; al mismo tiempo trae con énfasis una vez más a la memoria su situación de otrora, totalmente desesperada en razón de las circunstancias externas. Por eso cantan ellos su canto de victoria como canto de acción de gracias a aquel que está sentado en el trono: él los ha salvado. En cuanto a su tenor, se basa constantemente en alabanzas contenidas en el Antiguo Testamento, y con textos venerandos del primer pueblo de la alianza ensalza la excelsitud y santidad del Creador del mundo, así como la justicia y omnipotencia del que tiene en sus manos las riendas de la historia.

La doble designación («cántico de Moisés», «cántico del Cordero») pone aquella acción salvífica del Antiguo Testamento expresamente en relación con la que se celebra ahora. Sobre todo se destaca aquí la forma especial como Dios llevó a cabo la salvación las dos veces. Entonces se efectuó por medio del guía enviado a su pueblo, Moisés, ahora por su Hijo enviado a este objeto al pueblo y cuya muerte sacrificial vicaria operó la redención («el Cordero»). La primera acción salvadora de Dios proyecta anticipadamente su luz, como prefiguración, sobre la segunda y definitiva. Como Moisés después del paso del mar Rojo entonó el cántico de acción de gracias en medio de los salvados y en nombre de ellos (Ex 15,1-18), así ahora también el Cordero en medio de la tropa gloriosa de combatientes, que ha alcanzado la victoria gracias a él (cf. 14,1-5).

En esta escena se anticipa por segunda vez, como presente, la victoria de Cristo todavía futura, que ha de decidirlo todo (cf. comentario a 14,1-5); de esta manera los fieles de Cristo vienen confirmados con certeza profética en la esperanza de la salvación definitiva totalmente cierta, antes de ser introducidos juntamente con los incrédulos en el difícil período del último juicio de Dios que les amenaza.

5 Después de esto miré, y se abrió el santuario del tabernáculo del testimonio en el cielo. 6 Y salieron del santuario los siete ángeles que tenían las siete plagas, vestidos de lino resplandeciente y puro, y ceñidos alrededor del pecho con ceñidores de oro. 7 Y uno de los cuatro seres vivientes dio a los siete ángeles siete copas de oro, llenas de la ira del Dios que vive por los siglos de los siglos.

La segunda escena informa sobre el marco solemne en que se efectúa el equipamiento de los siete ángeles. Se abre el portal del templo celestial (cf. 11,19) y Juan ve el arquetipo conforme al cual Moisés, en otro tiempo, había erigido por orden de Dios la tienda de la alianza (Ex 25,9.40; Heb 8,5), porque Dios quería durante la marcha por el desierto hacerse presente a su pueblo mediante revelaciones y prodigios.

De este templo ve Juan salir a los siete ángeles en atavío sacerdotal (cf. comentario a 1,13); vienen del servicio sacerdotal ante el Santísimo para continuarlo en el cumplimiento de su encargo acerca de la tierra (cf. 8,2-5), para lo cual llevan siete plagas. Vienen por tanto de Dios y hacen su servicio para el «Rey de las naciones», santo en su ser y justo en su gobierno (cf. 15,3s).

Uno de los cuatro seres vivientes que están en especial relación con la creación (cf. comentario a 4,7) los equipa para su misión (cf. 6,1-8); se les entregan siete recipientes celestiales («de oro») para que viertan su contenido, que es la ira de Dios y que, al verterse las copas, herirá a la humanidad con juicio y castigo.

8 El santuario se llenó del humo procedente de la gloria de Dios y de su poder, y nadie podía entrar en el santuario hasta que se consumaran las siete plagas de los siete ángeles.

Como signo exterior de la presencia de la gloria y del poder del Altísimo ve el vidente cómo el templo se llena de humo 51; éste impide entrar a los hombres 52. Mientras se llevan a cabo las plagas de las copas, es Dios inaccesible; no hay intercesión o mediación que pueda desviar sus castigos.
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51. Cf. Ex 19,18-20; 24,15-18; Is 6,4.
52. Cf. Ex 40,34s;1R 8,10s.
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