CAPÍTULO 13


18 Y se situó sobre la arena del mar.

13,1 Vi subir del mar una bestia que tenía diez cuernos y siete cabezas, y sobre sus cuernos, diez diademas, y sobre sus cabezas, nombres blasfemos. 2 La bestia que vi era semejante a una pantera, y sus patas eran como de oso y su boca como boca de león. Y el dragón le dio su poder, su trono y gran autoridad. 3a Vi que una de sus cabezas estaba como herida de muerte, pero su herida mortal se había curado.

El dragón, símbolo de Satán (12,3), presentado ya antes como monstruo marino que arrojaba agua por la boca (12,15), se suscita de su elemento, el mar -último resto del caos primordial (cf. Gén l,ls; 2Pe 3,5s; Ap 21,1- un auxiliar; como engendro del abismo (cf. 11,7) emerge de las aguas el coloso animal informe. Su parte superior se asemeja como una copia a la del dragón (12,3), sólo que aquí las coronas, símbolos del poder, se han elevado a diez, como señal de que Satán pone en él en juego todo su poder. Al vidente no le interesa tanto la descripción en sí como las insinuaciones que con los rasgos particulares quiere él hacer sobre la naturaleza y la acción de esta bestia. Gran inteligencia («siete cabezas»), gran fuerza («diez cuernos») y autoridad soberana («diez diademas») reúne en sí mismo, como su arquetipo Satán (cf. 12,3), que se manifiesta en él. Que la bestia representa al adversario de Dios resulta de los nombres que lleva en sus cabezas; son títulos de soberanía, con los que se arroga ser Dios él mismo.

De la ulterior descripción del monstruo se desprende que el vidente fundió en uno los cuatro animales que se había mostrado a Daniel en su visión (Dan 7,2-7); los cuatro animales simbolizan en Daniel cuatro poderes terrenales, cuatro reinos (Dan 7,17-25); en el cuarto destaca el profeta la heterogeneidad de su poder (Dan 7,24) y lo antidivino de su talante (Dan 7,25), como también se menciona expresamente dos veces su combate contra «los santos» (Dan 7,21.25; cf. Ap 13,7). El que Juan utilice en su descripción estas figuras simbólicas de cuatro reinos, tomadas de Daniel y las condense en una figura de animal, significa seguramente, en primer lugar, que él ve en el Anticristo un gobernante político que pone en juego todo su poder al objeto de eliminar el último resto de la soberanía de Dios sobre la tierra y de contribuir a que lo antidivino alcance absoluto dominio sobre el mundo y la humanidad.

Que el esfuerzo de la bestia culmina efectivamente en esto y que incluso es ésta la única razón de su existencia viene destacado expresamente mediante el acto de delegación con que Satán transmite sus poderes a la bestia.

Por lo demás, en este rasgo particular de la transmisión de poderes aparece con especial claridad la imitación y el paralelo con el Mesías de Dios (cf. Mt 28,18; Jn 17,2), tanto más cuanto que los límites del poder se extienden análogamente a como Cristo lo había afirmado de sí durante su vida (Jn 10,17s) y lo demostró con su resurrección (2,8). El que el Anticristo se halle en condiciones de representar la resurrección de Jesús, invirtiéndola satánicamente, es algo que produce sobre los hombres un efecto especialmente persuasivo, como más adelante se destaca todavía dos veces (13,12.14); la multitud sigue fascinada tras la bestia, como ante un prodigio tangible.

La bestia tiene una constante capacidad de regenerarse y reanimarse de sus heridas mortales. Con este símbolo parece darse a entender, ante todo y sobre todo, que el poder mundano del Anticristo, contrario a Dios, está constantemente presente en la historia después de Cristo; cuando se retira uno de sus titulares («herida de muerte»), ese poder no desaparece juntamente con él; en su presencia permanente da la sensación de ser invencible y simula eternidad.

3b Y la tierra entera, fascinada, seguía tras la bestia. 4 Adoraron al dragón porque había dado la autoridad a la bestia, y adoraron a la bestia, diciendo: «¿Quién como la bestia y quién puede hacer la guerra contra ella?»

El poder que se presenta como absoluto y total logra así el efecto perseguido sobre los hombres; se declaran partidarios de la bestia y de aquel que, como ser divino, le ha conferido tal poder. La aclamación religiosa «¿Quién como la bestia... ?» significa una apoteosis del poder y de sus representantes. El dragón es reconocido como verdadero y propio fundamento de este poder; ahora bien, dado que él, perteneciendo a un orden extramundano, permanece personalmente invisible, los honores divinos que se le reconocen se tributan a la bestia, trasunto de su ser, cuya asociación con el dragón se describe a ojos vistas por analogía con la relación entre Dios y Cristo, que en la Escritura está caracterizado como «reflejo de su gloria, impronta de su ser» (Heb 1,3). Así se funda una religión de la bestia, contrapuesta como su contrario a la religión de Cristo; en ella se reemplaza con imitación ridícula y blasfema la adoración de Dios y de su Ungido por el culto a Satán y a su emisario.

5 Y se le dio una boca que profería palabras orgullosas y blasfemas, y se le dio autoridad para actuar durante cuarenta y dos meses.

Antes de pasar a la descripción de la actividad de la bestia se habla del instrumento de que ella se sirve principalmente: su «boca». De ésta se dice en primer lugar que «se le dio»; como sujeto agente de este giro en voz pasiva tan frecuente en el Apocalipsis (por ejemplo: 6,2.4.8.11; 7,2, etc.) se sobrentiende siempre a Dios (cf. también Jn 19,11); en efecto, todo lo que existe, le debe sus recursos y su capacidad. Incluso cuando las criaturas emplean sus posibilidades contra el Creador, sólo pueden hacerlo porque él se lo permite; esto último viene subrayado expresamente, como anteriormente (11,2), con la indicación de una restricción temporal perfectamente definida de la posibilidad de acción de la bestia, a saber, con la medida del daño apocalíptico (cf. comentario a 11,2).

6 Y abrió su boca en blasfemias contra Dios, blasfemando de su nombre y de su morada, de los que moran en el cielo. 7a Y se le permitió hacer la guerra contra los santos y vencerlos.

La bestia sabe, como hábil orador, llamar la atención y hacer impresión con palabras altisonantes; sólo que su elocuencia fascinadora y embriagadora la emplea exclusivamente para proferir blasfemias. Los nombres blasfemos que lleva sobre la cabeza (13,1), con los que se quería caracterizar su ser. quedan ahora confirmados también con sus palabras; su discurso va dirigido contra Dios, contra todo lo que le pertenece y contra todos los que están de su parte en el cielo y en la tierra. No sólo con palabras, sino también con obras puede la bestia combatir a los que creen en Dios en la tierra; así pone en acción en la tierra una persecución de los «santos», del pueblo santo de Dios, es decir, de los fieles de Cristo, y tiene éxito con ella (cf. comentario a 12,17). Como los dos testigos, también los fieles sucumben ahora a la violencia externa. Dios permite que los que están de parte de él y de su Mesías tengan que pagar su fidelidad al más alto precio, esperando de ellos el testimonio de su sangre en la entrega de su vida terrena. Sin embargo, la Iglesia de Cristo y todos cuantos se reconocen como sus seguidores no están bajo la presión angustiosa del «breve tiempo» (12,12), que imprime el sello de lo pasajero a todas las victorias de Satán; los mártires cristianos saben que sus nombres están escritos indeleblemente en el libro de la vida (cf. comentario a 3,5); tienen con la Iglesia de Cristo el aliento de la eternidad (Mt 16,18).

7b Y se le dio autoridad sobre toda tribu, pueblo, lengua y nación. 8 Y lo adorarán todos los moradores de la tierra, aquellos cuyo nombre no está escrito, desde la creación del mundo, en el libro de la vida del Cordero degollado.

La bestia, poniendo en juego el poder diabólico, llevará a cabo la obra maestra -constantemente anhelada en la historia del mundo, y que como tal debe enjuiciarse positivamente- de aunar políticamente a los pueblos de la tierra y de reunirlos en una organización mundial. En esta forma de unificar el mundo ve sin embargo latente el Apocalipsis «el poder de las tinieblas» (Lc 22,53); esta obra la lleva a cabo gracias al poder que el dragón transfiere a la bestia, con el cual persigue un objetivo muy particular. Con este poderío se ofrece ya desde ahora a la bestia la posibilidad de establecer en todas partes la adoración divina de sí misma y del dragón. «Los moradores de la tierra» -fórmula estereotipada del Apocalipsis (cf. comentario a 6,10), que aquí se define en contraposición con los elegidos («aquellos cuyo nombre no está escrito, desde la creación del mundo...»)-, los hombres del mundo, se adaptan de buen grado a esta exigencia, pues para ellos lo de la tierra es también lo que cuenta en definitiva. Los elegidos, sin embargo, no doblan la rodilla, se mantienen fieles a su elección eterna aun en medio de tal gravamen exterior y recusan a la bestia la sumisión y el reconocimiento en la certidumbre de fe de que, con la segunda venida de su Señor al final de los tiempos, compartirán con él para siempre la verdadera soberanía universal.

9 Quien tenga oídos, oiga. 10 Quien va destinado a cautividad, a cautividad vaya. Quien es muerto por la espada, por la espada sea muerto. Así son la constancia y la fe de los santos.

Se han deslindado frentes bien definidos, que excluyen toda posibilidad de entendimiento. Los que quieren permanecer fieles a Dios y a Cristo, quedan separados del resto de la comunidad. Ello resulta, a la postre, de lo que se ha puesto de manifiesto y se formula como las palabras sobre el vencedor puestas al final de cada una de las siete cartas, se subraya exigiendo prestar especial atención (cf. 2,7 y passim).

La exhortación se apoya, sin duda, en dos textos de Jeremías (Jer 15,2; 43,11) y significa materialmente y en concreto lo mismo que allí: la suerte del vencido es la deportación o la muerte; para ello hay que estar, pues, preparados 39.

Bajo la soberanía del Anticristo, que será absoluta en extensión y en intensidad, no existe ya posibilidad de evadir la última decisión huyendo y retirándose a la obscuridad. La Iglesia, en virtud de esta visión anticipada que le dio Cristo para que la acompañase en su camino a lo largo de la historia, es siempre una Iglesia sin ilusiones; conoce su suerte en la tierra, análoga a la de su Señor y Maestro, y acepta su destino sin rebelión al exterior, con la resistencia interna de una fe paciente. Con esta convicción y con esta mirada a lo futuro que queda, por encima de lo presente que pasa, va el cristiano incluso al martirio, que acepta en seguimiento de «Jesucristo, el testigo fiel» (1,4)40.
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39. La exigencia del v. 10, formulada muy concisamente en forma de mandato, fue entendido mal por el copista -como lo muestra una lectura variante atestiguada ya en fecha temprana- y completada y reinterpretada de esta forma: «Quien lleva a prisión, va a prisión; quien mata a espada, debe morir a espada.» Así, el llamamiento que lo exige todo a cada uno se convierte en palabras de consolación para los perseguidos. Que este texto no puede tenerse por original resulta de sus dos pasajes de referencia en el Antiguo Testamento (Jer 15,2; 43,11), así como del entero contexto, y en particular de la exhortación a la constancia que sigue inmediatamente.
40. Para una caracterización más concreta del Anticristo se hallan los siguientes puntos de apoyo en los rasgos fundamentales de su figura descritos en el Apocalipsis: 1) La interpretación en sentido exclusivamente de historia del tiempo se basa sobre todo en los dos hechos siguientes: Los cuatro animales de la visión de Dan 7 están reunidos en el diseño de la primera bestia apocalíptica. Ahora bien, el cuarto animal de Daniel era interpretado como el imperio romano por el judaísmo de la época en que se escribió el Apocalipsis. Así parece natural conjeturar que también Juan se refiriera a la potencia mundial que representaba Roma, tanto más que él presenta a la primera bestia surgiendo del mar, o sea, visto desde Asia Menor, al oeste, en la dirección de Roma. Los nombres blasfemos sobre la cabeza de la bestia podrían también casar con esta interpretación; serían la referencia al culto del emperador, que por lo menos desde el reinado de Domiciano atribuía al emperador predicados de soberanía divina. Sobre esto hay que decir: No cabe duda de que Juan se basa en su descripción en figuras y experiencias de su contorno histórico. Es igualmente exacto que quería señalar caminos a los cristianos de su tiempo, a los que amenazaban situaciones peligrosas. Era de prever que la divinización de los soberanos romanos en el culto del emperador, los cuales se aplicaban a sí mismos la reivindicación de totalidad de Dios y de Cristo, debía conducir a un choque entre los cristianos y el poder del Estado romano. Esta es en realidad la perspectiva de historia temporal del Apocalipsis; de ahí la justificación de una interpretación en sentido de la historia del tiempo. 2) Ahora bien, aun cuando el carácter de la primera bestia está representado más o menos concretamente en manifestaciones históricas, como el culto al emperador romano, sin embargo, no se expresa exhaustivamente en este fenómeno histórico único, habido lugar una sola vez. La primera bestia aparece al mismo tiempo en la descripción del Apocalipsis como un poder presente en todo el tiempo final posterior a Cristo (cf. 12,4.13.17s; 13,1ss). Así pues, como entonces en el culto del emperador, también en el tiempo subsiguiente estará constantemente representado en manifestaciones históricas cada vez nuevas y será en cierto modo simultáneo a todo el tiempo posterior a Cristo. Por consiguiente, el imperio romano en su actitud frente al cristianismo tendrá en este libro profético el valor de tipo de todos los poderes hostiles a Dios y a Cristo que se manifiesten en el transcurso de la historia. Así pues, la perspectiva profética se extiende más allá del punto fijo de mera historia de la época. 3) Sin embargo, los datos del capítulo 13, por encima de la concepción del Anticristo como fenómeno general de la historia del tiempo final, parecen apuntar a una manifestación o fisura concreta y única antes del fin de los tiempos; en esta figura no aparece ya el Anticristo en la personificación de algo colectivo, sino como individuo. Prescindiendo de que sólo con esta dimensión de la interpretación se toman en consideración exhaustivamente todos los rasgos particulares de la imagen, la observación conclusiva del capítulo del Anticristo (13,18) subraya expresamente que la cifra secreta allí mencionada se refiere a un individuo. La misma concepción del Anticristo profesan Pablo (cf. 2Ts 2,3-12) y Juan (cf. yen 2,18); ambos saben que el Anticristo, antes de su plena manifestación al final, ya anteriormente actúa en realizaciones parciales y está ya en acción en su tiempo (cf. 2Ts 2,7; 1Jn 2,18). Cf. sobre esta cuestión, H. HAAG, A. VAN DEN BORN, S. DE AUSEJO y otros autores, Diccionario de la Biblia, Herder, Barcelona 5,1970; 107-108.
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b) La segunda bestia, el profeta del Anticristo (13,11-18)

11 Vi subir de la tierra otra bestia que tenía dos cuernos semejantes a los de un cordero y hablaba como dragón.

En la visión de la primera bestia se intercala, para completarla, otra visión de una segunda bestia. Si se atiende al aspecto exterior, aparece primeramente del todo inofensiva, a saber, en la figura de un cordero inocente y pacífico. De todos modos, sus cuernos indican ya que, a pesar de todo, tiene algo que ver con el poder; aunque sólo son dos en número, sin embargo, junto con los diez de la primera bestia -cuyo funcionario parece ser.-, forman el número pleno de doce; así pues, con la aparición de la segunda bestia se redondea el poder de la primera. Faltan las diademas, signo de la soberanía; en efecto, esta bestia está totalmente al servicio de la primera; su oficio consiste en consolidar y extender el poder de ésta.

El vidente ve a la segunda bestia surgir de la tierra. La ve desde Patmos, por tanto, en Asia Menor, en cuyos centros culturales aparecía también especialmente condensado el falso espíritu de aquella época, comprendidas sus formas de expresión religiosa (culto al emperador) 41.

Que su aspecto anodino no es más que un disfraz habilidoso se echa de ver cuando habla la bestia; habla la lengua del dragón, con lo cual revela de qué espíritu es hijo y a quién pertenece. Es el «teólogo del Anticristo» (E. Peterson), luego se la llama expresamente «el falso profeta» (16,13; 19,20; 20,10); por lo demás aparece en un atavío que el Señor mismo había anunciado como típico de los falsos profetas (Mt 7,15). La pintura de la segunda bestia añade a la descripción del Anticristo una nueva circunstancia que caracteriza su ser: aparte de su figura política, es por añadidura también una personalidad intelectual.

La segunda bestia presenta al mundo a la primera, da a conocer su naturaleza y revela su poder. La analogía que hay entre la relación de los dos animales y la relación entre Jesucristo y el Espíritu Santo, no es ciertamente casual. La imagen antitética del verdadero Dios queda ya completa con la segunda bestia; el dragón forma juntamente con las dos bestias una «trinidad satánica» (Jung-Stilling).
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41. Cf. el comentario a las siete cartas
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12 Ejerce toda la autoridad de la primera bestia en presencia de ella; hace que la tierra y sus moradores adoren a la primera bestia, a aquella cuya herida mortal fue curada.

Las diligencias de la segunda bestia van encaminadas a procurar a la primera una toma del poder sin restricciones; a este objeto ha sido designada y equipada por ella; ha de llevar a los hombres a reconocer lo que ella pretende ser, a saber, Dios mismo. A esto apunta toda su propaganda con palabras y con obras; no trata de ganar adeptos para una ideología filosófica, sino que actúa en favor de una fe religiosa. Se trata de transfigurar religiosamente el poder mundano del Anticristo y de inducir a los hombres a tributar a éste una adoración cultual. Con ello la figura del «falso profeta» asume también rasgos sacerdotales.

13 Obra grandes prodigios, hasta hacer bajar fuego del cielo a la tierra en presencia de los hombres. 14 Seduce a los moradores de la tierra con los prodigios que le fue dado obrar en presencia de la bestia, diciéndoles que hagan una imagen en honor de la bestia que tiene la herida de la espada y revivió. 15 Se le concedió infundir espíritu en la imagen de la bestia para que incluso hablara la imagen e hiciera que fuesen muertos cuantos no la adoraran. 16 Y hace que a todos, pequeños y grandes, ricos y pobres, libres y esclavos, se les ponga una marca en la mano derecha o en la frente, 17 y que nadie pueda comprar ni vender, sino el que tenga la marca, el nombre de la bestia o la cifra de su nombre.

Aquí se nos informa de los recursos y medidas con que trata de lograr su meta el delegado especial para la propaganda del Anticristo.

Mientras que el verdadero Mesías se niega explícitamente a probar con signos maravillosos su misión divina (Mt 6,1-4 par), el falso profeta -como se había predicho ya en otros pasajes apocalípticos del Nuevo Testamento (Mt 24,24 par; cf. también 2Tes 2,9s)- realiza milagros espectaculares que logran su efecto en los hombres; así no le falla ni siquiera el milagro de Elías, con el que éste se acreditó como profeta del verdadero Dios (lRe 18,38). Semejantes cosas no necesitan ser absolutamente hechos extranaturales para llevar a los hombres a admirarse y a admirar a los que tienen tal poder; se puede pensar que hoy día también «milagros» de la ciencia y de la técnica, realizaciones nada comunes para el bien de la comunidad humana (los «milagros» sociales) hagan la misma impresión y logren el mismo objetivo.

Una vez que de esta forma se ha suscitado la fe en el Anticristo, «los moradores de la tierra» son inducidos con su fascinante elocuencia a tributarle también el culto correspondiente. El poder político, elevado al grado de lo divino mediante un manejo deliberado de la opinión, se convierte así en el ídolo ante el que hay que quemar incienso. En el culto al emperador romano se tributaban de esta manera honores divinos al jefe del Estado ante una efigie del emperador, porque en ella se expresaba simbólicamente el sagrado poder de Roma, presente en la entera Ecumene; de manera análoga la imagen de la bestia, aparentemente inmortal, mantiene permanentemente su omnipotencia terrena en la conciencia de todos y los retiene en su servidumbre.

De esta manera la imagen, como un ser vivo, crea la convicción y la mentalidad, conquista la inteligencia y el corazón de los hombres para la persona que en ella se representa; domina el modo de pensar y el juicio, estimula a los filósofos e inspira a los poetas. Así se desarrolla en la sociedad una actitud fundamental que está condicionada y saturada por el espíritu de la bestia; la entera opinión pública acaba finalmente por identificarse con ella; para quien se niega no hay ya puesto en la comunidad del mundo; él mismo pronuncia su propia sentencia de muerte. Con la elevación del símbolo político a la categoría de objeto cultual es como se facilita la clara separación entre amigo y enemigo, y se tiene un pretexto justificado religiosamente para quitar de delante al adversario. Con el fin de poner en práctica el programa totalitario del Anticristo e imponer sin excepciones la toma de partido unitario en su favor, sugiere la segunda bestia una última medida que fuerza a todos a quitarse la máscara. Quienquiera que reconozca a la primera bestia como su Dios y su señor, debe darlo a conocer visiblemente al exterior mediante un distintivo marcado en las partes del cuerpo que no pueden menos de verse ni se pueden ocultar, a saber, en la mano derecha o en la frente. En aquella época se marcaban a fuego los animales y los esclavos como propiedad de su dueño; así quien lleva este distintivo de la bestia confiesa su absoluta dependencia de ésta. De hecho, la vida depende de que se lleve o no el distintivo; en efecto, a quienquiera que lo rechaza se le retiran mediante boicoteo económico las bases de la mera existencia; tiene necesariamente que morir de hambre.

También esta última disposición, concebida como medida segura de coerción, se desarrolla en forma de burda imitación: de los elegidos se dice que llevan en la frente el sello de su Dios (7,2s; 14,1; 22,4), lo cual significa que con el bautismo han sido sellados invisiblemente como hijos de Dios.

18 ¡Aquí se requiere sabiduría! El que tenga inteligencia calcule la cifra de la bestia. Es cifra de un hombre. Su cifra es seiscientos sesenta y seis.

Sobre el distintivo del demonio se halla el nombre de la bestia, encubierto a veces bajo una cifra. La penetración de fe logrará descifrarla cuando quiera y donde quiera que la bestia se presente en la figura de un hombre histórico. En efecto, el anticristo se manifestará en cada caso como hombre; esto por lo menos se da a entender cuando a la cifra enigmática, de suyo obscura, se añade la aclaración de que se trata de la «cifra de un hombre». Los nombres se podían escribir también con números, porque en la antigüedad no se conocían cifras propiamente dichas, sino que las letras del alfabeto se utilizaban también como números. El desciframiento de tal código secreto resultaba difícil por el hecho de que cada número se puede dividir a discreción en cantidad de sumandos, lo cual permite también una no menos variada multiplicidad de combinaciones de letras; sin la indicación suplementaria de la clave de repartición de los sumandos era prácticamente imposible dar con el nombre.

Así pues, a los destinatarios primigenios del libro se les habría dado alguna referencia a este respecto, para que pudieran reconocer de quién se trataba; en todo caso, sólo una generación después no se sabía ya qué hacer concretamente con este número, por lo cual Ireneo de Lyón 42 juzga vanas todas las tentativas de adivinarlo. En lugar de esto busca bajo el número una simbólica escatológica general: 6 es la mitad del número 12, símbolo de perfección celestial (cf. 12,14: la mitad del número sagrado 7, como número simbólico del mal), y también el número sagrado 7 menos 1, puesto tres veces, con lo cual se añade el simbolismo del número 3 como expresión de la medida plena 43; en el número 666 se podía ver expresada, según la opinión de Ireneo, la esencia del Anticristo como colmo de la impiedad y malicia de todos los tiempos. Por lo demás -así lo insinúa en todo caso Ireneo-, los fieles de Cristo pueden estar seguros de que en cada caso se les otorgará sobrenaturalmente la sabiduría necesaria para reconocer al anticristo 44.
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42. Adv. haer. 50,30,3.
43. Cf. Is 6,3; ,ler 7,4; Ez 21,32.
44. En algunos manuscritos el número que se indica es el 616. Esta lectura era ya conocida por san Ireneo de Lyón (t 202); él la considera como falta de algún copista (cf. Adv. haer. 5,30,1). El número 616 se podría resolver como Kaisar-Theos (emperador-Dios).
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