CAPÍTULO 5


2 TRANSMISIÓN DEL PODER (5,1-14)

1 Y vi en la mano derecha del que estaba sentado en el trono un libro, con las hojas escritas por ambas caras y sellado con siete sellos.

La segunda parte de la visión introduce movimiento en el cuadro sublime, que casi da la sensación de algo inaccesible, de la sala del trono del cielo, con su liturgia que se desarrolla en forma reverente y acompasada. Este cuadro se mantiene como un telón de fondo, y ante él se ejecuta ahora una acción de tan alto significado, que se llama especialmente la atención hacia ella mediante momentos de tensión que se le anteponen expresamente. Si atendemos a su objeto, en esta sección se representa gráficamente con una imagen arrebatadora este artículo de la fe: «Subió a los cielos y está sentado a la diestra de Dios Padre todopoderoso.»

El que reina sobre el trono tiene su mano derecha extendida, con el libro en actitud de ofrecerlo. El libro en cuestión es un opistógrafo, es decir, las hojas o tiras de pergamino o de papiro enrolladas están escritas por sus dos caras, la interior y la exterior, signo de la riqueza de su contenido (cf. Ez 2,9s). A fin de que se mantenga secreto lo que se contiene en el libro se halla éste sellado con siete sellos (siete es, como en 1,11, símbolo de la integridad). Su contenido es la historia universal en su entero transcurso en forma de historia de la salvación de Dios, es propiedad del soberano universal, pero él quiere entregarlo a otro. Ahora bien, en este cuadro gira ahora todo en torno a este libro y a aquel a quien se le entrega; en efecto, todo lo que en adelante refiere en el Apocalipsis está consignado en él, y es notificado y, al mismo tiempo, realizado por aquel que lo recibe en sus manos.

2 Y vi a un ángel poderoso que pregonaba con gran voz: «¿Quién es digno de abrir el libro y de soltar sus sellos?» 3 Y nadie en el cielo, ni en la tierra, ni debajo de la tierra podía abrir el libro ni examinarlo. 4 Yo lloraba mucho; porque nadie fue hallado digno de abrir el libro ni de examinarlo. 5 Y uno de los ancianos me dice: «Deja de llorar; que ha vencido el León de la tribu de Judá, la raíz de David, para abrir el libro y sus siete sellos.»

La tensión se obtiene por medio del artificio literario de la interrogación retórica, empleada también en el Antiguo Testamento (cf. lRe 22,19-21; Is 6,8). Además, de esta manera se recalca que el encargo de que aquí se trata supera las posibilidades de todas las criaturas de Dios sin excepción: no hay ángel, ni hombre, ni demonio que sea capaz de penetrar el designio secreto de Dios sobre el mundo, y mucho menos de realizarlo. Ninguna ciencia, ningún proceder por elevado que sea, ni la más perfecta dedicación con la mejor voluntad conducen al mundo a su meta. Esta convicción, que de hecho afecta no sólo a una realidad objetiva, sino también al hombre en su propia existencia, entristece profundamente al vidente; la vivencia de una impotencia tan absoluta no tiene ya otra salida que las lágrimas. Ahora bien, estas lágrimas tienen todavía una causa especial en el contexto general; Juan necesitaba, en efecto, saber algo del contenido si quería consolar eficazmente a la Iglesia atribulada y animarla a la constancia. Entonces, se interesa por él uno de aquellos que representan a la Iglesia en su consumación, uno de los testigos que conocen ya a Dios como él es, porque su fe se ha transformado ya en visión. Él notifica a Juan: Existe de hecho uno, concretamente un hombre, que se halla en condiciones de aceptar la oferta de Dios y es digno de hacerlo, el Mesías de Dios; su poder soberano y su fortaleza se habían preanunciado ya en el Antiguo Testamento en los dos títulos mesiánicos, aquí apuntados (Gén 49,9; Is 11,1), y él mismo, en su calidad de hombre, ha «vencido» ya con una acción única en la historia del mundo y así se ha acreditado como aquel al que se «ha dado todo poder en el cielo y en la tierra» ( Mt 28,18 ) .

6 Y vi en medio del trono y de los cuatro seres vivientes, y en medio de los ancianos, a un Cordero en pie, como degollado, que tenía siete cuernos y siete ojos, que son los siete espíritus de Dios enviados por toda la tierra. 7 Y vino y tomó el libro de la mano del que estaba sentado en el trono.

Ya ve Juan al vencedor que está en pie en el círculo de la corte celestial directamente delante del trono. Anunciado como «León», aparece como «un Cordero... como degollado» 26. No se puede decir con más brevedad y propiedad cuándo y cómo se reportó la victoria que se acaba de mencionar; como un cordero, víctima preferida del Antiguo Testamento, este león se hizo así mismo víctima expiatoria por los pecados de todos (cf. 1,5); por eso el Apocalipsis prefiere especialmente el titulo de Cordero para designar al Redentor (veintiocho veces; cf. también Jn 1,29). Ahora bien, él demostró la fortaleza del león, resucitando a la vida eterna (cf. 1,18), de modo que se le designa simplemente como «el que vive», (1,18). En adelante lleva el Cordero todavía la herida de muerte sanada, como signo de la victoria; además tiene «siete cuernos» como símbolo de su poder sin restricción (el cuerno es símbolo de fortaleza; cf., por ejemplo, Dt 33,17; lSam 2,1.10; Jer 48,25; Lc 1, 69); sus «siete ojos» simbolizan el espíritu de Dios que le es propio y que, enviado por él, actúa con todo poder en el mundo entero (cf. Jn 15,26; 16,7-15). Este «Cordero» es, por tanto, capaz y digno de que le sea confiada para su ejecución la disposición de Dios sobre el mundo y sobre los hombres. «Vino y tomó el libro...» expresa la elevación al trono del Cordero, al que el soberano universal le transmite el poder que él mismo posee. El destino de todos y de todas las cosas está así hasta el final en manos del mismo Jesús que había dado de si: «Me da compasión de este pueblo» (Mc 8,1), y en el que sigue latiendo el corazón, que una vez se había él dejado atravesar por amor a los hombres (cf. 1,7). Para quienquiera que entre la ascensión al cielo y la segunda venida del Señor experimente como cristiano la historia de este mundo, o incluso la sufra, esto significa una confianza con seguridad sobrehumana y certeza incondicional.
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26. El Apocalipsis subraya, como el Evangelio de Juan, el hecho de que en el cuerpo del Resucitado quedaron visibles las llagas como señal de su victoria definitiva sobre la muerte, así como de su eterno amor redentor (Ap 5,6,12; Jn 20,20; 21,25.27; Ap 1,7; Jn 19,34-37).
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8 Y cuando tomó el rollo, los cuatro seres vivientes y los veinticuatro ancianos cayeron ante el Cordero, teniendo cada uno una cítara y copas de oro, llenas de incienso, que son las oraciones de los santos.

Ya en el cuadro precedente se había interpretado lo contemplado, terminando con un himno; lo mismo sucede ahora (v. 9-10.12.13), como por lo regular en el Apocalipsis, con un cántico de alabanza; es un himno trimembre a Dios Salvador. La primera estrofa la canta el círculo más próximo al trono, los cuatro seres vivientes; los veinticuatro ancianos hacen también otro tanto; ambos grupos reunidos prestan ante el Cordero el mismo homenaje que ante Dios (4,9s). Subyace a la descripción la representación del culto del templo en Jerusalén; mientras los sacerdotes ofrecían el sacrificio del incienso, los levitas entonaban salmos con acompañamiento de instrumentos de cuerda (cf. Sal 33 [32] 2; 71 [70] 22). Así como el incienso que se elevaba en el templo era considerado como símbolo de las oraciones de todo el pueblo, así también aquí se interpreta esta ceremonia como símbolo de las «oraciones de los santos», es decir, de la Iglesia entera; la interpretación de los ancianos como los representantes de la Iglesia junto al trono de Dios (cf. comentario a 4,4) recibe nuevo apoyo de esta idea; están ante Dios, desempeñando un papel de mediadores en representación del entero pueblo de la salvación.

9 Y cantan un cántico nuevo, diciendo: «Digno eres de tomar el libro y de abrir sus sellos, porque fuiste degollado, y rescataste para Dios con tu sangre a hombres de toda tribu, lengua, pueblo y nación. 10 Y los hiciste para nuestro Dios reino y sacerdotes, que reinarán sobre la tierra.»

El «cántico nuevo», que en el Antiguo Testamento se componía y se cantaba con ocasión de una gran gesta nueva de Dios experimentada por Israel (cf. Sal 96[95]1; 149,1; Is 42,10), toma en consideración la pregunta del ángel (5,2) sobre quién es digno 27 y le da respuesta. Glorifica a Cristo, Salvador del mundo, que con su muerte nos liberó de la esclavitud de los poderes del mal, y a los redimidos de la humanidad entera (cuatro substantivos para expresarla) los constituyó en la santa comunidad de Dios, al que ellos tienen acceso como los sacerdotes en el servicio del templo en Jerusalén, e incluso los hace participar de su soberanía (cf. comentario a 1,6); todo esto ha venido a ser realidad para todos los redimidos, con la elevación del Cordero al trono, por lo cual ellos cantan un «cántico nuevo». Por lo demás, con la circunstancia de que son precisamente los cuatro seres vivientes, representantes del cosmos, los que entonan el cántico, se subraya especialmente la acción salvadora de Cristo en su extensión cósmica más allá de la humanidad (cf. Rom 8,20-23).
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27. La aclamación «Digno eres...» se aplica tanto al Cordero como al Omnipotente (4,11). En efecto, el Cristo exaltado vino a sentarse en el trono de Dios (3,21) una vez que con su victoria sentó el presupuesto necesario para que Dios pudiera asumir de nuevo públicamente en la historia la soberanía sobre su creación. Por esto el Cordero tiene también el derecho «de tomar el libro y de abrir sus sellos», es decir, de poner en marcha el proceso final de la historia, en cuyo transcurso asume Dios su soberanía. Este proceso comienza con medidas judiciales (plagas de los sellos, de las trompetas, de las copas) y termina con la nueva creación (21,9-22,5), que se insinúa ya en el himno al Cordero (5,10).
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11 Y miré, y oí la voz de muchos ángeles alrededor del trono, de los seres vivientes y de los ancianos. Y era su número miríadas de miríadas y millares de millares, 12 que decían con gran voz: «Digno es el Cordero que fue degollado de recibir el poder, la riqueza, la sabiduría, la fortaleza, el honor, la gloria y la bendición.» 13 Y todos los seres creados que están en el cielo y sobre la tierra y debajo de la tierra y en el mar, y todo cuanto en éstos hay, oí que decían: «Al que está sentado en el trono y al Cordero, la bendición, el honor, la gloria y la fortaleza por los siglos de los siglos.» 14 Y los cuatro seres vivientes decían: «Amén»; y los ancianos se postraron y adoraron.

En el canto de alabanza de los que asisten al trono entra también ahora la innumerable multitud de los ángeles, como también lo entona sin excepción la entera creación terrestre en su gran variedad; los cuatro seres vivientes pronuncian el amén, y los ancianos concluyen esta liturgia verdaderamente cósmica con el culto de la adoración. Así el conjunto se presenta como una visión prospectiva de la consumación, que es la meta del proceso turbulento, cuya descripción comienza tras esta introducción. En función de tal visión en profundidad se resuelven todos los enigmas de la historia de la misma manera como sólo en función de la elevación del Cordero al trono resultan claras y comprensivas la pasión y muerte de Jesús.

II. LAS VISIONES DE LOS SELLOS (6,1-8,1 )

La visión introductoria (4,1-5,14), aunque está antepuesta a la primera serie de calamidades, fue concebida como referida también a todas las siguientes, y debía fijar el punto de referencia y delimitar el ángulo visual bajo el que tienen que considerarse los sucesos venideros descritos simbólicamente, si se han de entender como es debido: no hay además de Dios otros poderes que hagan historia por su cuenta; todos los poderes y figuras que aparecen en la historia y parecen determinarla a su propio arbitrio, están sujetos al poder de libre disposición de Dios y de su Ungido, el cual, sentado a la derecha del Padre, guía con su omnipotencia y conduce a buen término la realización del designio de Dios sobre el mundo, como designio de salvación para su creación.

Así pues, propiamente y en definitiva sólo Dios hace historia, porque hasta las contradicciones y catástrofes causadas por otros poderes libres en sí, pero circunscritos por la libertad absoluta de Dios, están infaliblemente en su mano: Dios les pone límites en el tiempo y en el espacio y puede cargar de sentido y finalidad positiva estos mismos errores y extravíos. El sentido de épocas catastróficas en el transcurso de la historia es el de hacer que a través de todo el hacer y acontecer de los hombres, pero sobre todo a través de todas las manifestaciones del poder del mal, se tenga presente el juicio definitivo del que todos éstos son signos precursores; la finalidad de estas catástrofes consiste en despejar los obstáculos que contra el avance del reino de Dios trata de levantar mediata o inmediatamente el adversario, y así contribuir a la consumación final de dicho reino. Para salir al paso a posibles falsas interpretaciones en las visiones de calamidades, no hay que olvidar que todas las descripciones del Apocalipsis son imágenes simbólicas; por tanto, no predicen acontecimientos tal como tendrán lugar concretamente en el futuro. En particular, para la inteligencia de las visiones de los sellos hay que tener en cuenta que no sólo el libro juntamente con los sellos constituye un símbolo, sino que incluso cada sello de suyo tiene un significado simbólico. De las imágenes apocalípticas se puede decir en general que no se pueden comparar precisamente con representaciones naturalistas -estáticas, como diapositivas, o movidas, como películas- sino más bien con cuadros oníricos, que en su transcurso pueden desarrollarse hasta tal punto, que al final cambie totalmente su contenido inicial.

En rigor, incluso una lectura parcial requiere levantar los siete sellos, lo cual implicaría la relación de la totalidad del plan de Dios respecto al mundo; ahora bien, en la concepción apocalíptica «descubierto» significa a su vez, como veremos después, lo mismo que realizado, «cumplido»; en otras palabras: «totalmente descubierto» significaría que el curso de la historia había llegado a su fin. Ahora bien, si, contrariamente a una idea técnicamente correcta, con la apertura de cada sello se pone ya en marcha un proceso, esto da a entender que sólo nos hallamos con acontecimientos preparatorios que están ordenados al cumplimiento de la última voluntad de Dios, el reino de Dios consumado, pero esta consumación no se realiza gradualmente. También el apocalipsis sinóptico (Mt 24,4-44 y par.) traza análogos cuadros de catástrofes y añade esta explicación: «Todo esto será el comienzo del doloroso alumbramiento» (Mt 24,8; Mc 13,8). Este principio de interpretación se aplica a las tres series de calamidades 28 del Apocalipsis de Juan (sellos, trompetas y copas), que se despliegan unas de otras a modo de una espiral de ímpetu creciente se encaminan a un centro, la segunda venida del Señor, que anuncian como dolores de parto y la preparan.
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28. Propiamente huelga hacer notar que una exposición apocalíptica que no afirma la realidad de las imágenes tomadas como símbolos, no ofrece por consiguiente ningún orden cronológico en sentido estricto. Por lo demás, la homogeneidad esquemática con que las plagas de las trompetas y de las copas están descritas, según un modelo del Antiguo Testamento -en ambos casos, el de las plagas de Egipto-, muestra suficientemente que al autor le interesa en primera linea la aserción general: cuanto más cercano está el fin, tanto más apremiantes son los medios con que Dios trata de hacer que la humanidad entre dentro de sí misma. La sucesión de las imágenes en el Apocalipsis está ordenada conforme a una lógica interna.