Juan
Pablo II comenta el «Himno de los redimidos» del Apocalipsis
«Canto de amor a Cristo en su misterio pascual»
CIUDAD DEL VATICANO, miércoles, 3 noviembre 2004 (ZENIT.org).-
Publicamos la intervención de Juan Pablo II sobre el cántico tomado de los
capítulos cuarto y quinto del Apocalipsis, «Himno de los redimidos».
Eres digno, Señor, Dios nuestro,
de recibir la gloria, el honor y el poder,
porque tú has creado el universo;
porque por tu voluntad lo que no existía fue creado.
Eres digno de tomar el libro y abrir sus sellos,
porque fuiste degollado
y con tu sangre compraste para Dios
hombres de toda raza, lengua, pueblo y nación;
y has hecho de ellos para nuestro Dios
un reino de sacerdotes,
y reinan sobre la tierra.
Digno es el Cordero degollado
de recibir el poder, la riqueza, la sabiduría,
la fuerza, el honor, la gloria y la alabanza.
1. El cántico que nos acaban de proponer imprime en la Liturgia de las Vísperas
la sencillez e intensidad de una alabanza comunitaria. Pertenece a la solemne
visión de apertura del Apocalipsis, que presenta una especie de liturgia
celestial a la que también nosotros, peregrinos en la tierra, nos asociamos
durante nuestras celebraciones eclesiales.
El himno, compuesto por algunos versículos tomados del Apocalipsis, y unificados
para el uso litúrgico, se basa en dos elementos fundamentales. El primero,
esbozado brevemente, es la celebración de la obra del Señor: «Tú has creado el
universo; porque por tu voluntad lo que no existía fue creado» (4, 11). La
creación revela, de hecho, la inmensa potencia de Dios. Como dice el libro de la
Sabiduría, «de la grandeza y hermosura de las criaturas se llega, por analogía,
a contemplar a su autor» (13, 5). Del mismo modo, el apóstol Pablo observa: «
Porque lo invisible de Dios, desde la creación del mundo, se deja ver a la
inteligencia a través de sus obras» (Romanos 1, 20). Por este motivo, es un
deber elevar el cántico de alabanza al Creador para celebrar su gloria.
2. En este contexto, puede ser interesante recordar que el emperador Domiciano,
bajo cuyo gobierno fue compuesto el Apocalipsis, se hacía llamar con el título
de «Dominus et deus noster» [señor y dios nuestro, ndr.] y exigía que sólo se
dirigiera a él con estos apelativos (Cf. Suetonio, «Domiciano», XIII).
Obviamente los cristianos se oponían a dirigir semejantes títulos a una criatura
humana, por más potente que fuera, y sólo dedicaban sus aclamaciones de
adoración al verdadero «Señor y Dios nuestro», creador del universo (Cf.
Apocalipsis 4, 11) y aquél que es, con Dios, «el primero y el último» (Cf. 1,
17), y está sentado con Dios su Padre sobre el trono celestial (Cf. 3, 21):
Cristo muerto y resucitado, simbólicamente representado en esta ocasión como un
Cordero erguido a pesar de haber sido «degollado» (5, 6).
3. Éste es precisamente el segundo elemento ampliamente desarrollado por el
himno que estamos comentando: Cristo, Cordero inmolado. Los cuatro seres
vivientes y los veinticuatro ancianos lo aclaman con un canto que comienza con
esta aclamación: «Eres digno de tomar el libro y abrir sus sellos, porque fuiste
degollado» (5, 9).
En el centro de la alabanza está, por tanto, Cristo con su obra histórica de
redención. Por este motivo, es capaz de descifrar el sentido de la historia:
abre los «sellos» (ibídem) del libro secreto que contiene el proyecto querido
por Dios.
4. Pero no es sólo una obra de interpretación, sino también un acto de
cumplimiento y liberación. Dado que ha sido «degollado», ha podido «comprar» (ibídem)
a los hombres de todo origen.
El verbo griego utilizado no hace explícitamente referencia a la historia del
Éxodo, en la que nunca se habla de «comprar» israelitas; sin embargo, la
continuación de la frase contiene una alusión evidente a la famosa promesa hecha
por Dios a Israel en el Sinaí: «seréis para mí un reino de sacerdotes y una
nación santa» (Éxodo 19, 6).
5. Ahora esta promesa se ha hecho realidad: el Cordero ha constituido para Dios
«un reino de Sacerdotes, y reinan sobre la tierra» (Apocalipsis 5, 10), y este
reino está abierto a toda la humanidad, llamada a formar la comunidad de los
hijos de Dios, como recordará san Pedro: «vosotros sois linaje elegido,
sacerdocio real, nación santa, pueblo adquirido, para anunciar las alabanzas de
Aquél que os ha llamado de las tinieblas a su admirable luz» (I Pedro 2, 9).
El Concilio Vaticano II hace referencia explícita a estos textos de la Primera
Carta de Pedro y del libro del Apocalipsis, cuando, al presentar el «sacerdocio
común», que pertenece a todos los fieles, ilustra las modalidades con las que
éstos lo ejercen: «los fieles, en virtud del sacerdocio real, participan en la
oblación de la eucaristía, en la oración y acción de gracias, con el testimonio
de una vida santa, con la abnegación y caridad operante» (Lumen
gentium, n. 10).
6. El himno del libro del Apocalipsis que hoy meditamos concluye con una
aclamación final gritada por «miríadas de miríadas y millares de millares» de
ángeles (Cf. Apocalipsis 5, 11). Se refiere al «Cordero degollado», al que se le
atribuye la misma gloria de Dios Padre, pues «digno es» «de recibir el poder, la
riqueza, la sabiduría, la fuerza» (5,12). Es el momento de la contemplación
pura, de la alabanza gozosa, del canto de amor a Cristo en su misterio pascual.
Esta luminosa imagen de la gloria celestial es anticipada en la liturgia de la
Iglesia. De hecho, como recuerda el
Catecismo de la
Iglesia Católica, la liturgia es «acción» del «Cristo total» («Christus
totus»). Quienes aquí la celebran, viven ya en cierto sentido, más allá de los
signos, en la liturgia celeste, donde la celebración es enteramente comunión y
fiesta. En esta Liturgia eterna el Espíritu y la Iglesia nos hacen participar
cuando celebramos el Misterio de la salvación en los sacramentos (Cf. números
1136 y 1139).
[Traducción del original italiano realizada por Zenit. Al final de la
audiencia, uno de los colaboradores del Papa leyó esta síntesis de la catequesis
en castellano]
Queridos hermanos y hermanas:
1. El Cántico que hemos escuchado marca la liturgia de las Vísperas con la
sencillez y la intensidad de una alabanza coral. En el centro esta Cristo, el
Cordero que ha sido «inmolado» en la Cruz y que ahora reina glorioso.
En Cristo se realiza el proyecto querido por Dios desde la eternidad. Él nos ha
liberado del mal y ha hecho de nosotros «un reino de sacerdotes» (Apocalipsis 5,
10). La humanidad entera está llamada a formar parte de esta comunidad de los
hijos de Dios.
2. Este himno es, pues, una invitación a la alabanza gozosa y al canto de amor a
Cristo, contemplado en Su misterio pascual. En la liturgia de la Iglesia ya
vivimos de alguna manera esta liturgia del cielo, donde la celebración es
plenamente comunión y fiesta.