LA MORAL JOÁNEA:
UNA MORAL DE LA VERDAD


Ignace de la Potterie, S.J.


Sobre la moral joánea se ha escrito relativamente poco. De 1957 a 1970 se han publicado 
tres libros sobre el tema: uno, de un protestante, O. Prunet(1); los otros dos, escritos por 
católicos, eran tesis presentadas en Roma: la primera de un canadiense, Noël Lazure, 
preparada para la Academia Alfonsiana(2); la otra de un argentino, J.M. Casabó Suqué, 
sustentada en la Gregoriana(3).

Las tres obras no están lo suficientemente logradas, porque no han conseguido hacer ver 
el carácter específico, el alma profunda que constituye la unidad de la moral joánea. Años 
antes, sin embargo, aquella unidad profunda había sido bien descrita, y de modo sintético, 
por dos connotados especialistas de los escritos joáneos: J. Bonsirven y F.-M. Braun. El 
primero, como conclusión de su comentario a las Cartas de Juan, escribía ya en 1954: «(La 
gnosis cristiana que nos presenta Juan) es profundamente mística. En contraste con un 
moralismo natural o alguna estrecha forma de ascetismo, no se preocupa (...) por dar 
directivas prácticas para alcanzar una perfección humana; busca ante todo la comunión con 
Dios»(4). En el mismo año de 1954 F.-M. Braun, en un artículo sobre Moral y mística en San 
Juan, explicaba aún más claramente que, estrictamente hablando, Juan no nos ha dejado 
una moral en el sentido ordinario de la palabra, sino más bien una mística, que contiene 
implícita una moral. Sin embargo, agregaba inmediatamente, esta mística «contiene (una 
moral), elevándola a su nivel, para hacer de ella un camino en la Luz revelada, y una vida 
conforme a la dignidad de los hijos de Dios»(5).

Esta alusión a la vida filial de los cristianos en relación a la moral nos invita a ilustrar tal 
referencia a la mística joánea con un ejemplo concreto en el que se trata directamente de la 
vida moral: pensemos en los dos textos en los que San Juan —el único en hacerlo en el 
Nuevo Testamento— no teme decir que el hijo de Dios no puede ya pecar (1Jn 3,6-9; 5,18). 
Esta afirmación audaz ha desconcertado a casi toda la exégesis latina. Pero la tradición 
griega le ha dado espontáneamente una interpretación al mismo tiempo precisa, profunda y 
mística. Veámoslo para el texto de1Jn/05/18: «Todo el que ha nacido (gegennêmenos) de 
Dios no peca; pero el Engendrado (gennêtheis) de Dios (=el Hijo de Dios) le guarda», dice 
Juan; y he aquí el comentario de Ecumenio: «Cuando aquel que ha nacido de Dios se ha 
entregado completamente (heauton ekdous) al Cristo que habita en él mediante la filiación, 
queda fuera del alcance del pecado»(6). Como se ve, el autor parte aquí de la experiencia 
subjetiva, pasiva y mística de la vida del hijo de Dios, es decir de su crecimiento espiritual en 
Cristo, y de Cristo en él. Notemos que esta interpretación no es de ningún modo arbitraria: 
los elementos que la fundan se encuentran en el texto paralelo de /1Jn/03/09, como 
veremos. Interpretaciones semejantes, y aún más explícitas, son propuestas por otros 
Padres griegos, como Clemente Alejandrino, Severo de Antioquía, Gregorio de Nisa, Máximo 
el Confesor y Focio, Patriarca de Constantinopla en el siglo IX (7).

Pero para dar una base objetiva y sólida a nuestro argumento regresemos al nivel 
directamente exegético, y hagamos algunas observaciones preliminares, pero decisivas, 
sobre el vocabulario joáneo, es decir sobre el modo en el que Juan reinterpreta y transforma 
los términos y las expresiones que eran usadas en la tradición anterior para describir el 
variado comportamiento moral de los creyentes.

Primera observación: en su modo de hablar de las virtudes y de los pecados de los 
cristianos, Juan se concentra poderosamente en lo esencial. Mientras los Sinópticos y los 
autores de las Cartas del Nuevo Testamento hablaban de diversas virtudes —por ejemplo, 
en Gál 5,22: «caridad, alegría, paz, paciencia, bondad, benevolencia, confianza, 
mansedumbre, dominio de sí»— Juan parece conocer solamente dos virtudes: la fe y el 
amor. Una constatación complementaria se debe hacer para los vicios: se diría que existen 
solamente dos, que son precisamente lo contrario de las dos virtudes indicadas 
anteriormente: la incredulidad (que para Juan es el pecado fundamental, casi el único: es la 
iniquidad, el «pecado del mundo») y luego el odio a los hermanos (quien odia demuestra 
que verdaderamente camina en las tinieblas: también en él se encuentra la ausencia de la 
verdad, 1Jn 2,4-9). Por ello no sería excesivo afirmar que toda la moral joánea se 
compendia en dos palabras: «en la verdad y en el amor» (2Jn 4). Se podría también decir: 
«en la fe y en la caridad». Una confirmación nos viene del hecho de que toda la Primera 
Carta de Juan está construida sobre el desarrollo progresivo de estas dos virtudes, para 
concluir con el grito de triunfo: «Ésta es la victoria que ha vencido al mundo, nuestra fe...» 
(1Jn 5,4). También aquí se ve que el amor viene sólo en segundo lugar con respecto a la fe; 
es, por así decirlo, su fruto maduro.

Segunda serie de observaciones: veamos qué verbos y sustantivos estaban en uso en la 
tradición anterior para describir el actuar moral de los cristianos. Juan retoma usualmente 
estos términos, pero conectándolos con el tema de la verdad. He aquí los casos principales. 
Notemos primero el uso de los sustantivos.

a) La obra, la acción del hombre (ergon). Este término hace pensar inmediatamente en la 
dialéctica paulina entre la fe y las obras (hê pìstis/ta erga) en la justificación (ver Rom 3,27). 
También en 1Jn 3,18 es recordada la importancia de las obras en la vida cristiana; pero no 
se trata ya de dialéctica sino de profundización regular hasta la raíz última de las obras, la 
cual se encuentra precisamente en la verdad: «Debemos amar con las obras y en la 
verdad», es decir debemos también «ser de la verdad» (1Jn 3,19); esto equivale a decir que 
la verdad debe ser en nosotros la fuente de nuestras obras (1Jn 3,16).

b) La ley (nomos). Pablo había ya reprochado a los judíos el pensar que, en la ley 
mosaica, ellos poseían el paradigma de la ciencia y de la verdad (Rom 2,20). Juan acentúa 
el contraste: si la ley ha sido dada (edothê) por medio de Moisés, la gracia de la verdad ha 
acontecido (egeneto) sólo en Jesucristo (Jn 1,17). La nueva ley del cristiano, por tanto, ya 
no es la ley: es la verdad de Cristo, un evento que es una gracia del Padre. Estamos más 
allá del nivel de la moral.

c) El mandamiento (entolê). Para Juan, obviamente, los mandamientos se concentran en 
el del amor; pero aquel que pretende conocer a Dios y no observa los mandamientos, dice 
Juan, demuestra que «en él no está la verdad» (1Jn 2,4), permanece en las tinieblas (1Jn 
2,9); en cambio, «quien ama al hermano permanece en la luz» (1Jn 2,10); la raíz del 
mandamiento es la verdad.

d) Observaciones similares se pueden registrar para el uso de los verbos que describen 
el actuar moral de los hombres, por ejemplo «hacer» (poiein), «caminar» (hagiazein), 
«adorar» (proskynein). En el Nuevo Testamento, sólo Juan usa estos verbos en conexión 
formal con la verdad: «hacer la verdad» (Jn 3,21; 1Jn 1,6), «caminar en la verdad» (2Jn 4; 
3Jn 3,4), «santificar en la verdad» (Jn 17,17), «adorar en el Espíritu y en la verdad» (Jn 
4,23).

Una confirmación decisiva nos ha venido de los resultados alcanzados después de 
nuestro largo trabajo sobre el tema de La verdad en San Juan(8). El abundante material 
recogido ha sido organizado en 12 capítulos, que han sido luego distribuidos en tres 
grandes partes: Jesús y la verdad, el Espíritu y la verdad, el creyente y la verdad. Ahora 
bien —y es un hecho muy significativo— esta tercera parte, notablemente más larga que las 
otras dos juntas, llena ella sola todo el segundo volumen de la obra (más de 600 
páginas)(9). Es decir que los textos en los cuales Juan describe el significado concreto de la 
verdad para los creyentes son más abundantes que los que indican la relación de la verdad 
con Cristo y el Espíritu. La conclusión es obvia: esta tercera parte nos presenta la estructura 
fundamental de aquello que hemos llamado la moral joánea de la verdad. Es precisamente 
éste el tema que quisiéramos brevemente sintetizar aquí: para Juan toda la vida de los 
verdaderos cristianos debe ser un vivir «en la verdad».

Ahora bien, los seis capítulos de este segundo volumen han sido dispuestos en un orden 
genético y progresivo. Al principio se analiza la fórmula «hacer la verdad»: significa que la 
vida del hombre es un camino hacia la fe, una asimilación de la verdad (cap. VI). Luego se 
ve cómo aquella vida de fe se ahonda con la lenta penetración en nosotros de la verdad de 
Cristo (cap. VII: «conocer la verdad»; cap. VIII: «ser de la verdad»). Todo el comportamiento 
concreto del verdadero creyente, por tanto, consiste a fin de cuentas en un auténtico y 
variado modo de vivir y de actuar «en la verdad» (cap. IX). Dos capítulos complementarios 
explican además que el cristiano puede ser de este modo liberado por la verdad (cap. X), a 
condición evidentemente de que él se esfuerce siempre por cooperar con la verdad (cap. 
XI). Como se ve, el principio interno de todo este nuestro camino moral como creyentes es 
siempre «la verdad que permanece en nosotros» (ver 2Jn 2).

Frente a estas constataciones convergentes se comprende cuánto nos impresionó el 
título tan «joáneo» elegido por el Papa para la encíclica sobre la moral: Veritatis splendor. 
La idea global era que, para una auténtica vida moral, el cristiano debe intentar vivir «en el 
esplendor de la verdad». Semejante fórmula, sin duda inusual como título de una encíclica, 
nos sorprendió. Una investigación histórica nos ha permitido aceptar que un título de esa 
naturaleza estaba probablemente inspirado en la antigua tradición latina patrística y 
litúrgica, especialmente en los escritos de San Gregorio Magno. Pero cualquiera que sea la 
precisa proveniencia del título, permítasenos citar al menos dos textos que hacen ver muy a 
las claras su idea fundamental, es decir que la verdad interior del creyente debe siempre 
expresarse en una irradiación exterior, en su comportamiento moral. San Gregorio, por 
ejemplo, escribía que en el corazón de la Iglesia viven «almas radiantes por la luz de la 
verdad»(10). La misma metáfora se encuentra en una oración litúrgica aún actual, pero que 
proviene de un antiguo Sacramentario: «Oh, Dios, que con la gracia de la adopción has 
querido que fuéramos hijos de la luz, haz, (te) rogamos, que no seamos envueltos en las 
tinieblas de los errores, sino que permanezcamos siempre radiantes en el esplendor de la 
verdad»(11).

Es tiempo ya de tratar directamente de los textos de Juan. Lo haremos en dos etapas. En 
un primer momento, diremos sintéticamente lo que es para Juan la verdad en sus relaciones 
objetivas con Cristo y con el Espíritu. Luego nos detendremos más largamente sobre 
nuestro tema específico, con una presentación genética de lo que hemos llamado «la moral 
joánea de la verdad», esto es la relación entre la verdad y el creyente, de una parte, y el 
actuar cristiano, de otra.


I. La verdad en su relación con Jesús y con el Espíritu

El trasfondo literario con el que se enlaza el tema joáneo de la verdad es el judaísmo 
palestinense, especialmente la tradición apocalíptica y sapiencial, a la que se suman 
también los escritos de Qumrán. En esta tradición la verdad es la revelación del plan 
salvífico de Dios. «El libro de la verdad», mostrado por Daniel en sus peregrinaciones 
celestes (Dn 10,21), es el libro en el que permanecía escrito ese plan divino de salvación. 
Cuando el libro sea abierto, el plan de salvación será revelado (ver Ap 5,1-10). Observamos 
también que la expresión «el espíritu de la verdad», usada en el Nuevo Testamento sólo por 
Juan, existía ya en el judaísmo precristiano, pero su contenido será obviamente 
reinterpretado en los escritos joáneos. 

¿Qué encontramos luego en los escritos paulinos? El Apóstol describe su ministerio como 
«la manifestación de la verdad» (2Cor 4,2); él habla de la «verdad del Evangelio» (Gál 
2,5.14). Es más, según Ef 4,21, «la verdad está en Jesús». Este primer uso cristiano del 
tema prepara los desarrollos posteriores que encontramos en los escritos joáneos. Como ya 
se ha dicho, es fundamental aquí la distinción de las dos relaciones de la verdad con Jesús 
y con el Espíritu.

1. Jesús y la verdad
J/VERDAD: Para el aspecto cristológico es suficiente recordar dos pasajes esenciales del 
Cuarto Evangelio. 

El primero es el final del Prólogo: el Verbo que se ha hecho carne está «lleno de la gracia 
y de la verdad» (Jn 1,14), a lo que el evangelista añade luego: «La ley fue dada por medio 
de Moisés; la gracia de la verdad aconteció (egeneto) por medio de Jesucristo» (Jn 1,17). 
La verdad es, por tanto, un evento histórico, pero un evento revelador, salvífico. Es el 
evento escatológico de la revelación mesiánica. Se ha desarrollado en Jesucristo, un 
hombre que se ha manifestado en la historia como el Verbo venido de junto al Padre, como 
el Hijo unigénito de Dios. 

El otro pasaje a recordar es la gran declaración de Jesús en la Cena: «Yo soy el camino, 
la verdad y la vida» (Jn 14,6). El sentido de estas palabras encaja perfectamente con aquél 
del Prólogo: Jesús Verdad se presenta como la manifestación, la epifanía viviente del Padre, 
y precisamente por ello como el camino hacia el Padre (Jn 14,6b), como el hombre que nos 
comunica la vida del Padre. Algunos comentadores recurren aquí con acierto a la imagen de 
la transparencia: el hombre Jesús es para nosotros «la Verdad» porque, viviendo entre 
nosotros como Hijo de Dios y como Mesías, es totalmente transparente a la palabra y a la 
vida del Padre(12).


2. El Espíritu y la verdad
Para abordar la relación de la verdad con el Espíritu, citamos simplemente los dos textos 
fundamentales. 

Ante todo el versículo de 1Jn 5,6 que, después de lo dicho hasta aquí sobre Jesús, puede 
parecer una paradoja: «El Espíritu es la verdad». Pero el Espíritu no es la verdad en el 
sentido de que nos trae una nueva verdad, diferente de aquélla de Jesús. También la 
acción del Espíritu remite a la verdad de Cristo mismo, pero a un nivel que ya no es 
solamente el exterior del evento histórico. 

Así debe ser comprendida también la expresión «el Espíritu de la verdad», que 
encontramos en el Nuevo Testamento solamente en Juan (Jn 14,7; 15,26; 16,13; 1Jn 4,6), 
siempre en referencia a Cristo. Significa que no podemos verdaderamente conocer y 
comprender la verdad de Jesús sin el Espíritu: el Espíritu de la verdad nos hace recordar y 
comprender todo lo que Jesús ha dicho (Jn 14,26). Precisamente así Él nos introduce en la 
verdad completa (Jn 16,13), de esta manera nos develará el misterio de Jesús y del Padre.


3. Síntesis
Esta doble conexión de la verdad, la una con Cristo y la otra con el Espíritu, nos sitúa ante 
un problema hermenéutico fundamental. Problema que ha sido poco observado hasta 
ahora, pero que será decisivo para lo que queda por decir en adelante sobre la moral 
joánea de la verdad: Querer tener en cuenta solamente la dimensión cristológica de la 
verdad —ya sea aquélla de la persona de Jesús, ya sea aquélla de sus palabras— 
significaría reducir la verdad del Evangelio a la verdad histórica de Jesús o a la de sus 
preceptos, exponiéndonos a una peligrosa reducción de tipo historicista o de tipo moralista. 
Al contrario, tomar en consideración sólo la relación de la verdad con el Espíritu pondría en 
peligro la verdad como evento real, el de la revelación histórica y mesiánica que se ha 
cumplido solamente una vez en la historia, es decir en el hombre Jesús.

Lo ha expresado magníficamente H. de Lubac a propósito de Joaquín de Fiore: «Existen 
dos modos de separar a Cristo de su Espíritu: el soñar con un Reino del Espíritu que 
llevaría más allá del Cristo, y el imaginar un Cristo que remitiría siempre más acá del 
Espíritu»(13). Esta advertencia resulta muy preciosa para nosotros. Seguidamente, al tratar 
del lugar de la verdad en la vida de los creyentes, veremos justamente que Juan nos 
propone una moral equilibrada, que hace precisamente la síntesis de las dos dimensiones 
de la verdad que acabamos de indicar. Debemos, pues, vivir en la verdad de Cristo, pero 
esta verdad de Cristo puede ser entendida sólo en el Espíritu de Cristo. 


II. La moral joánea de la verdad

Después de haber visto el vocabulario joáneo sobre la moral y la «verdad» en sus 
relaciones objetivas con Cristo y con el Espíritu, afrontemos ahora el tema del puesto de la 
verdad en la vida del creyente.

Antes debemos aclarar un equívoco, precisamente respecto de la única dimensión 
formalmente cristológica de la verdad: por una parte, el hombre Jesús es la verdad como 
evento revelador; pero por otra parte, hay ya una estrechísima relación entre su palabra y la 
verdad(14). 

Justamente por ello es necesario hacer todavía una distinción más: aquello que ya otras 
veces hemos llamado «los dos niveles de la interioridad».

El primer nivel es el de la fe(15), es decir de la interiorización de la palabra de Cristo: 
aquella palabra interiorizada que es llamada metafóricamente por Juan «el agua viva» (Jn 
4,14). Aquella agua que el discípulo sediento debe «beber» (Jn 7,37) para que esté en él 
(Jn 4,14), más aún, para que pueda convertirse en él en una fuente de vida(16). Aquella 
palabra de Cristo es presentada en otra parte como una «semilla» que permanece en 
nosotros (1Jn 3,9), o bien como un «crisma», un óleo de unción que hemos recibido de Él, 
pero que debe permanecer en nosotros (1Jn 2,27)(17). 

Sin embargo, estamos todavía y solamente en el primer nivel de interioridad: el de la 
permanencia interior de la palabra reveladora, la cual es sin duda ya la verdad, si bien aún 
de modo incoado. Pero esta palabra debe ser interiorizada. Jesús, en efecto, reprocha a los 
judíos: «Mi palabra no encuentra lugar en vosotros» (Jn 8,37; ver 15,7). En nombre de sus 
cristianos, Juan, en cambio, puede decir: «(Amemos) en la verdad (...), por la verdad que 
habita en nosotros» (2Jn 2).

En todo caso, todo esto es solamente una introducción, una preparación para el segundo 
nivel de interioridad: el de la verdad como misterio de la comunión realizada, es decir de la 
comunión con Cristo, que es Él mismo la verdad, y por tanto el camino de acceso al Padre, 
más aún, la puerta del Padre. Este segundo nivel es el de la comunión con el Padre y con 
su Hijo, Jesucristo (1Jn 1,3). El esquema implícitamente presente aquí es el clásico de la 
nueva Alianza, anunciada por Jeremías (Jer 31,31-34)(18). Esta comunión profunda es 
expresada en la oración de Jesús al Padre: «Que ellos sean uno en nosotros...; yo en 
ellos...; yo en ellos» (Jn 17,21.23.26). El creyente debe permanecer en Cristo (1Jn 2,27). 
Ésta es la más profunda, la auténtica interioridad cristiana. Con Pablo, se podría decir: 
«Cristo en vosotros, la esperanza de la gloria» (Col 1,27). Para Juan, la vida cristiana «ya 
no es más que la presencia de Jesús en el alma del creyente» (D. Barsotti).

Todo esto, sin embargo, parece alejarnos mucho de nuestro tema específico: el de la 
moral joánea. Pero esto sólo en apariencia, porque, después de haber insistido tanto sobre 
la idea de la interioridad de la verdad —a un doble nivel, como hemos visto— Juan invierte 
completamente la orientación de su reflexión: como un nadador que después de un salto 
profundo emerge nuevamente del agua, así el evangelista, después de haber insistido 
sobre el doble nivel de la interioridad, alcanza nuevamente la superficie de la exterioridad, 
de las obras concretas de los creyentes, de su conducta en la comunidad, que es 
precisamente el nivel de la moral cristiana. Por tanto, esta moral se presenta ya como una 
moral de la verdad, pero de la verdad asimilada, de la verdad que se ha hecho nuestra.

Ahora bien, un hecho muy significativo es que las dos direcciones opuestas que 
acabamos de describir (primero hacia abajo, luego hacia arriba) correspondan a los dos 
movimientos contrastantes según los cuales está construido todo el segundo volumen de 
nuestra obra sobre La verdad en San Juan. En efecto, en el orden genético, los seis 
capítulos de este volumen describen sucesivamente dos movimientos complementarios: ab 
extra ad intra, luego ab intra ad extra. El primer movimiento es el de la interiorización 
progresiva de la verdad; el segundo, en cambio, se remonta de nuevo hacia la exterioridad, 
hacia arriba, es decir hacia las relaciones con los hermanos y hacia la vida comunitaria. 
Éstas son las dos etapas que intentaremos ahora describir sintéticamente. La idea 
fundamental que brotará de este análisis es clara: la fuente profunda y escondida de la 
exterioridad cristiana puede ser solamente la interioridad del creyente, su comunión 
profunda con la verdad de Cristo que está en él. La moral cristiana para él será entonces 
necesariamente «el esplendor (exterior) de la (su) verdad (interior)», según el título de la 
encíclica de Juan Pablo II.


1. «Ab extra ad intra»: descubrimiento y asimilación de la verdad
El redescubrimiento, y por tanto una nueva valoración, de la verdad en los escritos 
joáneos se hace hoy en un contexto epistemológico particularmente favorable. Diversos 
autores modernos y contemporáneos se muestran nuevamente sensibles a una gran 
intuición que se remonta a San Agustín: «Noli foras ire; in teipsum redi; in interiore homine 
habitat veritas»(19) («No quieras derramarte fuera; entra dentro de ti mismo, porque en el 
hombre interior reside la verdad»). Esta intuición será luego retomada y acentuada por San 
Gregorio Magno. Para la época moderna, recordamos las estimulantes reflexiones de 
filósofos como B. Pascal(20), A. Rosmini, M. Blondel, G. Marcel, M.F. Sciacca y, 
especialmente, A. Forest(21); pero también de teólogos como Newman, Laberthonnière, 
Evdokimov y G.Ph. Widmer. Éste último escribía, hace aproximadamente veinte años: 
«L’intériorité est le lieu de la vérité (...). Ainsi la vérité est inséparable de son 
appropriation»(22) («La interioridad es el lugar de la verdad [...]. Así, la verdad es 
inseparable de su apropiación»). 

Es precisamente en este sentido que nos orienta el mismo San Juan. Después de haber 
insistido tanto en dos aspectos cristológicos, por tanto todavía exteriores, históricos y 
objetivos de la verdad —es decir en que la palabra de Jesús es la verdad, como también en 
que Jesús mismo es la verdad—, él exige igualmente recordar la acción del Espíritu de la 
verdad, es decir la interiorización de la verdad de Cristo, esto es su asimilación subjetiva. Y 
esto precisamente en relación inmediata con el actuar cristiano, con la vida moral. Nos lo 
recuerda formalmente San Juan con dos expresiones que son exclusivamente suyas en el 
Nuevo Testamento: «hacer la verdad» y «conocer la verdad».

a) «Hacer la verdad» (Jn/03/21; 1Jn/01/06)
No por casualidad es precisamente ésta la misma expresión usada por Juan tanto en el 
Evangelio (después del Prólogo) como en la Primera Carta, para hablar de la verdad. 
Ciertamente la fórmula «hacer la verdad» existía ya en la tradición anterior, pero ahora es 
radicalmente reinterpretada por San Juan. Ella no describe ya una conducta exterior del 
hombre conforme a la verdad ya conocida (ver la «ortopraxis» de hoy). No se trata, como 
querían los judíos, de hacer «las obras de Dios» (Jn 6,28). La obra de Dios (en singular) 
responde Jesús, consiste en el «creer» en aquel que Dios ha enviado (Jn 6,29). «Hacer la 
verdad» significa por tanto hacer propia la verdad de Cristo, apropiarse progresivamente de 
su verdad, creer. Lo han explicado magníficamente los Scholia vetera in Ioannem: «Hacer la 
verdad» quiere decir «apresurarse hacia el cristianismo»(23). Por tanto, la fórmula describe 
el camino hacia la fe y en la fe, precisamente para «venir a la luz» (Jn 3,21). Un camino, sin 
embargo, que el cristiano también debe recorrer continuamente. Por ello, según la Primera 
Carta, pueden ser consideradas como equivalentes las expresiones «hacer la verdad», «la 
verdad que está en nosotros» y «su palabra que está en nosotros» (1Jn 1,6.8.10). «Hacer 
la verdad», hacerla penetrar y crecer en nosotros, nos purifica de los pecados y realiza 
progresivamente la koinônia entre los hermanos (1Jn 1,7)(24).

b) «Conocer la verdad» (Jn/08/32; /2Jn/01)
También esta expresión se encuentra en el Nuevo Testamento solamente en Juan. Ella 
señala, para aquellos que ya han «hecho la verdad», una etapa posterior en la apropiación 
de la verdad. Jesús hace observar a los judíos que ya han respondido a sus palabras con la 
fe (Jn 8,31) que deben permanecer en su palabra para hacerse verdaderamente sus 
discípulos: sólo así podrán «conocer la verdad» (Jn 8,32). Juan llama a estos verdaderos 
discípulos de Jesús en 2Jn 1 «aquellos que poseen el conocimiento (...) de la verdad». De 
estos auténticos cristianos la tradición patrística dirá que, después de la etapa de su fe 
inicial, han alcanzado el nivel de la verdadera «gnosis», del auténtico «conocimiento». La 
verdad que ellos «conocen» es la revelación del misterio de la filiación de Cristo, de su 
relación con el Padre. Así se explica que aquí se presente la equivalencia entre «la verdad 
os hará libres» (Jn 8,31) y «el Hijo os liberará» (Jn 8,36; ver Jn 8,35).


2. «Ab intra ad extra»: hacia la moral de la verdad
Es precisamente en este punto de nuestro análisis del vocabulario joáneo de la moral de 
la verdad que podemos descubrir el total cambio de orientación del cual hemos hablado. Lo 
hemos indicado en el título de esta segunda sección: «Ab intra ad extra». El cambio radical 
aparece de modo clarísimo en la fórmula particularmente sugerente que examinaremos a 
continuación: «ser de la verdad». Ésta abre la perspectiva hacia la exterioridad.

a) «Ser de la verdad» (1Jn/02/21; Jn/03/18-19; Jn/18/37)
Esta expresión joánea, única en toda la Biblia, ha sido ciertamente acuñada por el 
evangelista. Es muy característica por su estilo, porque Juan utiliza con predilección 
construcciones con la formula «ser de» (einai ek)(25). ¿Cómo comprenderla 
filológicamente? «Ser de» expresa dos ideas: describe de una cierta manera «ser» de 
alguien; pero, para explicar su comportamiento, se añade la preposición «de». Ésta indica 
de dónde proviene tal comportamiento. «Ser de», por tanto, describe la pertenencia 
espiritual de alguien a una realidad, de la cual él recibe un influjo secreto: una pertenencia 
que explica precisamente su modo de ser exterior. 

Tomemos como ejemplo /Jn/08/47, que presenta dos miembros con una bella 
construcción en quiasmo: «Quien es de Dios (=ho ôn ek tou theou) escucha las palabras de 
Dios (=ab intra ad extra); por esto ustedes no escuchan, porque no son de Dios (=ab extra 
ad intra)». La actitud exterior de alguien que escucha la palabra de Dios se explica por el 
hecho de que él recibe interiormente el influjo de Dios. El caso es muy similar al de «ser de 
la verdad» en Jn 18,37: «Todo aquel que es de la verdad escucha mi voz», dice Jesús a 
Pilato. Es decir que la sumisión exterior del discípulo a la voz de Cristo se debe al hecho de 
que él, interiormente, «es de la verdad».

Por tanto, «ser de la verdad» describe el modo constante de «ser» de alguien, pero bajo 
el influjo adquirido e interior que le viene «de la verdad». Con O. Prunet, se puede afirmar 
que para ese hombre la verdad se ha convertido interiormente en «la fuente de un modo de 
vida»(26). Vive habitualmente bajo el influjo de la verdad que está en él. La verdad 
impregna su manera de «ser», de actuar exteriormente, es decir su docilidad a la voz de 
Jesús (Jn 18,37; ver Jn 10,16), pero también su amor eficaz hacia sus hermanos (1Jn 
3,18-19).

b) Vivir «en la verdad»
En cierto sentido se puede decir que hemos llegado al aspecto central de nuestro análisis 
de la moral joánea de la verdad. De todas las expresiones en las que Juan usa el sustantivo 
alêtheia(27), la fórmula en têi alêtheiai(28) es por mucho la más frecuente (11 casos, con 
diversos verbos). Pero es importante observar que la preposición en, en todos estos textos 
—solamente en escritos joáneos— nunca tiene un valor instrumental, sino siempre un 
sentido local, espacial. La expresión, por tanto, debe ser siempre traducida: «en la verdad». 
Es decir, la verdad es considerada como el espacio sagrado de la revelación en el que viven 
los creyentes, la atmósfera espiritual en la que éstos deben realizar toda su acción. No está 
fuera de lugar citar aquí una frase del p. Mollat: «Podríamos llamar místico este (...) aspecto 
del espacio joáneo, porque recubre el misterio cristiano en aquello que tiene de más interior 
y espiritual»(29). Él agregaba que este misterio cristiano es «tanto el misterio de Cristo, 
como el misterio del creyente»(30).

Este modo concreto de vivir y de actuar «en la verdad» es luego especificado por Juan 
con el uso de diversos verbos: caminar, amar, adorar, santificarse, que son como una 
síntesis de la moral joánea. Pero, repitámoslo, este modo preciso de actuar concretamente 
«en la verdad» presupone siempre un doble nivel de interiorización de la verdad, de la cual 
aquél es al mismo tiempo la expresión exterior.

«Caminar en la verdad» (2Jn 4; 3Jn 3.4) significa conducir una existencia cristiana en la 
luz de la verdad. «Amar en la verdad» (2Jn 1; 3Jn 1) es la praxis del amor propiamente 
cristiano, es decir del amor iluminado e inspirado por la revelación del amor de Dios que ha 
sido hecha en Cristo. Lo mismo vale para la fórmula que describe más concretamente el 
amor fraterno: «Amar según las obras y en la verdad» (1Jn 3,18). 

Las otras dos fórmulas tienen un carácter más personal: describen las relaciones del 
creyente con Dios. 

La primera se encuentra en el diálogo con la Samaritana, sobre el «lugar» del culto 
mesiánico: «Adorar al Padre en el Espíritu y en la Verdad» (Jn 4,23-24). Aquí también la 
preposición en mantiene todo su sentido local: Jesús-Verdad es el nuevo templo en el cual, 
en el Espíritu, se practica la adoración del Padre. 

La última fórmula pertenece a la gran oración de Jesús al Padre: «Ser santificados en la 
verdad» (/Jn/17/17-19). Ésta es usada paradójicamente tanto para el mismo Jesús como 
para los discípulos. El hombre Jesús «se ha santificado en la verdad» (ver Jn 17,19) en 
cuanto que ha vivido integralmente en la perfecta obediencia al Padre y en el amor filial 
hacia Él. Esta santificación de Cristo debe ser el modelo de la nuestra. 

No es necesario examinar más atentamente las otras dos fórmulas que Juan utiliza, 
también en conexión con la verdad: «La verdad os hará libres» (Jn 8,32) y «hacerse 
cooperadores de la verdad» (3Jn 8), porque, después de todo lo dicho anteriormente, su 
sentido global ya está bastante claro. 

Conclusión
Los análisis precedentes han mostrado suficientemente —esperamos— que la moral 
joánea se presenta como una moral de la verdad, en el sentido de que para este 
evangelista todo el actuar del creyente debe ser inspirado, guiado, e iluminado desde 
dentro de la verdad cristiana, es decir desde la revelación de Cristo. Sin embargo —para 
usar una expresión de Laberthonnière— ésta presupone siempre como condición previa 
«l'intussusception de la vérité» («el camino de internalización de la verdad»)(31), es decir 
presupone que la verdad haya sido acogida en nosotros. Para los verdaderos creyentes, 
entonces, la verdad se convertirá en «el agua viva» que como una fuente en primavera 
«irriga» su existencia(32). Será para ellos un verdadero alimento para el sustento de toda 
su vida (pabulum veritatis, epulae veritatis)(33), será la lumen veritatis(34) que los guiará 
por todas partes. Por tanto, cuando estos cristianos, en la plenitud de su fe, se esfuercen en 
decir abiertamente algo de Dios —explica San Gregorio—, ellos se presentarán siempre 
ante los hombres como «instrumentos de la verdad (organa veritatis)»(35).
IGNACIO DE LA POTTERIE

Ignace de la Potterie, S.J., sacerdote belga, es profesor emérito del Pontificio Instituto 
Bíblico de Roma. Es un reconocido especialista en Sagrada Escritura y autor de numerosos 
estudios especializados y trabajos de divulgación. Participó como perito en el Concilio 
Vaticano II. Entre sus obras traducidas al castellano se cuentan La verdad de Jesús; María 
en el Misterio de la Alianza; La Sagrada Escritura y el Vaticano II; entre otras. 
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1 O. Prunet, La morale chrétienne d'après les écrits johanniques (Evangile et épîtres), París 
1957.
2 N. Lazure, Les valeurs morales de la thélogie johannique (Evangile et Épîtres), París 1965.
3 J.M. Casabó Suqué, La teología moral en San Juan, Actualidad Bíblica 14, Fax, Madrid 1970.
4 J. Bonsirven, Épîtres de Saint Jean, París 1954, pp. 57-58 (las cursivas son nuestras).
5 F.-M. Braun, Morale et mystique à l’école de Saint Jean, en Morale et requêtes 
contemporaines, París 1954, p. 82 (ver pp. 71-84). Una observación análoga se encuentra en 
O. Prunet, ob. cit., V: «L'éthique jaillit de la mystique» («La ética brota de la mística»).
6 Ver nuestro artículo L'impeccabilità del cristiano secondo 1 Gv 3,6-9, en I. de la Potterie - S. 
Lyonnet, La vita secondo lo Spirito, condizione del cristiano, Roma 1992, pp. 234-258 (el texto 
de Ecumenio está citado en la p. 236, nota 4).
7 Ver allí mismo, p. 236, nota 3 y p. 255, nota 43; para Focio y Clemente Alejandrino, ver 
nuestra obra La vérité dans Saint Jean, t. II, Analecta Bíblica 74, Biblical Institute Press, Roma 
1977, p. 610 y p. 1001, nota 278.
8 Ver la nota precedente.
9 Ver los títulos: tome II (troisième partie): «Le croyant et la vérité» (tomo II [tercera parte]: «El 
creyente y la verdad»), pp. 479-1128.
10 Moralia, 19,10,17 (CC 143 A, 968). El texto latino es el siguiente: «veritatis luce resplendentes 
animas».
11 Esta oración se lee también el XIII Domingo del Tiempo Ordinario (en nuestra traducción, sin 
embargo, seguimos de cerca el original latino y no la versión oficial del Misal: «ut in splendore 
veritatis semper maneamus conspicui»). Otros textos antiguos, tanto patrísticos 
(especialmente de San Gregorio) como litúrgicos, sobre la relación entre la verdad cristiana y 
la vida moral del creyente, se pueden encontrar en La vérité dans Saint Jean, t. II, ob. cit., pp. 
1033-1046. Queremos citar por lo menos otra oración litúrgica, muy semejante a aquélla 
transcrita anteriormente y que se remonta probablemente al mismo Papa Gelasio (492-496) 
(ver La vérité dans Saint Jean, t. II, ob. cit., pp. 1039-1040, incluidas las notas): «Oh Dios que 
manifiestas la luz de tu verdad a quienes andan errantes para que puedan regresar al camino 
recto, concede a todos los que se profesan cristianos rechazar aquello que es contrario a este 
nombre y seguir aquello que le es conforme» (Lunes de la III Semana del Tiempo Pascual). 
Subrayamos algunos detalles: la verdad que viene de Dios es una luz para los hombres, una 
revelación (veritatis tuae lumen) que se ha manifestado también a los que andan errantes; los 
que se profesan cristianos deben intentar seguir aquello que se conforma a este nombre; en 
otros términos, la fe de los cristianos debe, por una parte, ser profesada; por otra parte debe 
funcionar también como norma en el seguimiento, es decir en el actuar cristiano; para los que 
andan errantes, en cambio, aquella luz de la verdad de Dios debe ser una invitación a 
«regresar al recto camino».
12 Ver algunos textos citados en La vérité dans Saint Jean, t. I, ob. cit., pp. 276-277.
13 H. de Lubac, Exégèse médiévale, II, 1, Coll. Théologie 42, París 1961, p. 558.
14 Ver La vérité dans Saint Jean, t. I, ob. cit., pp. 39-78, cap. 1: «Parole et vérité» («Palabras y 
verdad»).
15 Remitimos aquí a nuestro trabajo L’ascolto e l’interiorizzazione della Parola secondo S. 
Giovanni, en «Parola, Spirito e vita», 1 (1980), pp. 120-140.
16 La vérité dans Saint Jean, t. II, ob. cit., pp. 684-696: «L'eau vive et l'adoration des temps 
messianiques» («El agua viva y la adoración de los tiempos mesiánicos»).
17 Ver L'unzione del cristiano con la fede, en I. de la Potterie - S. Lyonnet, La vita secondo lo 
Spirito, condizione del cristiano, ob. cit., cap. V, pp. 125-199 (para San Juan ver pp. 148-171); 
Struttura letteraria (Atti del IV Simposio di Efeso, 1993), pp. 85-86.
18 Ver La vérité dans Saint Jean, t. II, ob. cit., p. 1000, nota 275.
19 De vera religione, 39 (PL 34, 154). Sobre este principio, ver La vérité dans Saint Jean, t. II, ob. 
cit., p. 954 y nota 132.
20 Para Pascal ver el bello trabajo de A. Forest, Pascal ou l’intériorité révélante, París 1971. En la 
p. 73, precisamente en relación a la idea de verdad, cita un texto de evidente inspiración 
agustiniana, un texto que era muy preciado para Pascal y que le había venido de los 
ambientes de Port-Royal: «Le coeur est le lieu naturel de la vérité» («El corazón es el lugar 
natural de la verdad»). 
21 Aimé Forest es quizás el más importante de estos autores. Ha escrito varias veces sobre el 
tema de la interioridad. Además del libro citado en la nota anterior, ver también Vérité et 
intériorité selon Michele Federico Sciacca, en M.T. Antonelli - M. Schiavone (dirs.), Studi in 
onore di M.F. Sciacca, Milán 1959, pp. 135-149.
22 G.-Ph. Widmer, La conception théologique de la vérité et le retournement épistémologique, en 
«Istina», 18 (1973), p. 36 (ver pp. 24-43). En nuestra obra La vérité dans Saint Jean, t. II, ob. 
cit., p. 1014, nota 5, hemos citado un texto de P. Evdokimov, quien también insiste en la 
necesidad de «(une) intériorisation fondamentale de la vérité chrétienne» («una interiorización 
fundamental de la verdad cristiana»).
Otro autor también se ha expresado de modo particularmente significativo: R. Habachi, 
Promozione dell’interiorità, en «Studium», 72 (1976), pp. 471-489. Allí escribe: «...el umbral al 
que ha llegado la humanidad, este muro del crecimiento cuantitativo contra el cual ésta se 
tropieza, no podría ser derrumbado sino por una transformación cualitativa que sostenga su 
trascendencia horizontal con una trascendencia vertical. La humanidad debe hacer un salto en 
sí misma, en su propia interioridad (...); (es necesario) hacer que el progreso pase del exterior 
al interior, de la cantidad a la calidad, de la horizontalidad a la verticalidad» (pp. 418-419). La 
urgencia de esta «promoción de la interioridad» ha sido subrayada en términos incisivos por J. 
Green, según el cual «nosotros vivimos hoy una conspiración contra la interioridad».
23 Scholia vetera in Ioannem, en h.1 (PG 100, 1229 B).
24 Ver La vérité dans Saint Jean, t. II, ob. cit., p. 518, nota 76 y p. 535, nota 105, donde citamos 
algunos textos de L. Laberthonnière, uno de los autores modernos que mejor ha evidenciado 
«le besoin d’intérioriser la vérité» («la necesidad de interiorizar la verdad»). Él afirma también: 
«Nous avons à faire progressivement la vérité en nous»; «la vérité du Christ (...) a toujours 
besoin de grandir en nous» («Debemos hacer progresivamente la verdad en nosotros»; «la 
verdad de Cristo [...] siempre tiene necesidad de crecer en nosotros»).
25 En todos los escritos paulinos einai ek se encuentra solamente 11 veces, pero está 52 veces 
en los escritos joáneos.
26 O. Prunet, ob. cit., p. 7.
27 Es decir «verdad» (n. del t.).
28 Es decir «en la verdad» (n. del t.).
29 D. Mollat, Remarques sur le vocabulaire spatial du quatrième évangile, en «Studia Evangelica», 
TU 73 (1959), p. 325 (ver pp. 321-328).
30 Allí mismo, p. 321.
31 Citado en La vérité dans Saint Jean, t. II, ob. cit., p. 1059.
32 Ver el texto de Clemente Alejandrino citado en la primera página de La vérité dans Saint Jean, 
t. II, ob. cit., p. 471.
33 Ver diversos ejemplos citados en La vérité dans Saint Jean, t. II, ob. cit., p. 1036, nota 73.
34 Allí mismo, p. 1036, nota 72.
35 Moralia, 30,81 (PL 76, 569 C).
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