LOS
LIBROS CANÓNICOS
HISTORIA DEL CANON DE LAS SAGRADAS ESCRITURAS
III.
Historia del canon del Nuevo Testamento
Queremos
estudiar en este apartado cómo los Libros Sagrados del Nuevo Testamento
llegaron a formar una colección y cómo fueron aceptados por todos los
cristianos. En este estudio nos ayudarán los documentos históricos antiguos,
que casi en su totalidad pertenecen a escritores eclesiásticos de la primitiva
Iglesia.
a)
Ya hemos visto que Jesucristo, los apóstoles y la Iglesia cristiana
recibieron los escritos del Antiguo Testamento como sagrados e inspirados. Pero,
además, poco tiempo después de la muerte de Cristo comenzó a aparecer una
nueva literatura religiosa, o sea, la literatura cristiana, que trataba de la
VIda y doctrina de Cristo y de los apóstoles. Esta literatura en parte era histórica
(los cuatro evangelios y los Hechos) y en parte epistolar (cartas de San Pablo y
de otros apóstoles). La actividad literaria de los autores del Nuevo Testamento
se extiende por un período de unos sesenta años: entre los años 40 a 100,
d.C.
b)
Los primeros cristianos comenzaron muy pronto a venerar como escritos sagrados
los libros y las cartas escritas por los apóstoles y por sus colaboradores.
Este hecho no ha de extrañarnos si tenemos presente que Cristo les había prometido
el Espíritu Santo (Cf. Jn 14,26; 16,13s) y los había constituido dispensadores
de los misterios de Dios (1 Cor 4,1). Y, en efecto, los apóstoles fueron llenos
del Espíritu Santo el día de Pentecostés, comenzando desde entonces la
sublime misión -para la que habían sido preparados por el mismo Jesús- de
predicar la doctrina de Cristo a todo el mundo. En esta misión fueron
eficazmente ayudados por sus propios escritos dirigidos a diversas Iglesias y
comunidades cristianas.
La
veneración con que los primeros cristianos recibían todo lo que provenía de
los verdaderos apóstoles explica bien que los fieles se sintieran movidos a
conservar aquellos preciosos escritos y a comunicarlos a otras comunidades.
Esto mismo debió de llevar a los cristianos a hacer diversas copias de
aquellos escritos apostólicos y a ir formando pequeñas colecciones de
aquella nueva literatura. San Pablo ordena expresamente a los colosenses que
lean la epístola dirigida a los de Laodicea, y a los laodicenses les manda a su
vez que lean la carta enviada a los colosenses[1].
En
el Nuevo Testamento encontramos ya ciertos indicios que parecen demostrar que se
atribuía a los escritos de los apóstoles una autoridad divina. En la 1 Tim
5,18 tenemos el primer ejemplo de citación de las palabras de Jesús como Escritura
sagrada[2].
La 2 Pe 3, 15‑16 atribuye la misma autoridad a las epístolas de San Pablo
que a los escritos proféticos.
La
literatura cristiana de fines del siglo I y del siglo II atestigua lo mismo.
Según la Didajé 8,2, es el mismo Señor el que habla y ordena en el Evangelio.
San Clemente Romano afirma que San Pablo, divinamente inspirado, escribió a los
Corintios[3].
La Epístola de Bernabé también cita Mt 22,14 con la fórmula empleada
ordinariamente para citar el Antiguo Testamento: “gégraptai” = “está
escrito”[4].
Los escritos de los Padres apostólicos San Ignacio Mártir y San Policarpo
están llenos de citas y de alusiones tomadas de los evangelios y de las epístolas
paulinas, lo cual indica la gran veneración y reverencia que tenían de estos
escritos.
c)
Si las cartas de San Clemente Romano a los corintios y de San Ignacio Mártir
a los filipenses eran tenidas en tanta estima por los destinatarios, que hacían
copias para transmitirlas a otras Iglesias, mucho más estimados aún debían
de ser los escritos de los apóstoles. Así se explica fácilmente que ya desde
un principio los escritos apostólicos fueran coleccionados para leerlos públicamente
en el culto divino. De la 2 Pe 3, 15‑16, en que se habla de todas
las cartas (“en pásais epistoláis”) de San Pablo, se puede deducir que
ya en aquel tiempo debía de existir alguna colección de las epístolas del Apóstol.
San Ignacio Mártir, en su epístola a los Efesios también parece suponer la
existencia de una colección de epístolas paulinas.
El
proceso de colección y de formación del canon del Nuevo Testamento debió de
ser bastante breve para la mayoría de los libros, por el hecho de que la
Tradición era clarísima y de todos bien conocida. Así sucedió con los cuatro
Evangelios y con casi todas las epístolas de San Pablo (exceptuando la epístola
a las Hebreos). Por el contrario, respecto de otros libros del Nuevo Testamento,
el proceso de “canonización” fue más lento, y se disputó durante
bastante tiempo sobre su canonicidad, porque la tradición apostólica no era
igualmente clara y evidente en todas las Iglesias. Hacia fines del siglo IV
se llegó a la unanimidad de la Iglesia católica en lo referente al canon del
Nuevo Testamento.
d)
Tres fueron las causas principales que
aceleraron la formación del canon del Nuevo Testamento: 1) La difusión de muchos apócrifos,
que eran rechazados por la Iglesia a causa de las doctrinas peligrosas que
contenían; 2) la herejía de Marción,
que seguía un canon propio. Rechazaba todo el Antiguo Testamento, y del Nuevo sólo
admitía el evangelio de San Lucas y diez epístolas de San Pablo; 3) la herejía
de los montanistas, que añadía nuevos libros al canon de la Iglesia y
afirmaba que había recibido nuevas revelaciones del Espíritu Santo.
1.
Formación del canon del Nuevo Testamento
hasta el año 150.‑ Los escritos
del Nuevo Testamento, por haber sido en su mayoría escritos dirigidos a
comunidades particulares, no fueron conocidos inmediatamente por toda la
Iglesia cristiana. Sin embargo, ya tenemos desde los primeros tiempos de la
Iglesia testimonios de gran valor que demuestran la existencia de estos
escritos sagrados. Las citas que nos han transmitido los Padres apostólicos
no suelen estar hechas literalmente, por lo cual resulta a veces difícil
determinar de qué libro del Nuevo Testamento han sido tomadas. Hacia finales
del siglo II encontramos ya testimonios explícitos, e incluso un catálogo de
Libros Sagrados del Nuevo Testamento, como veremos después.
a)
En el mismo Nuevo Testamento
encontramos indicios que nos permiten deducir la existencia de alguna colección
de San Pablo: 2 Pe 3,15‑16. Y como ya dejamos dicho, la 1 Tim 5, 18 es muy
posible que cite el evangelio de San Lucas (10,7), considerándolo como
Escritura sagrada.
b)
Los Padres apostólicos no suelen
citar los Libros Sagrados del Nuevo Testamento por los nombres de sus autores.
Pero sus escritos están plagados de citas y de alusiones al Nuevo Testamento,
de tal modo que sus testimonios son considerados como ciertísimos. En los
escritos de dichos Padres se encuentran citas de casi todos los Libros del N.
T., si exceptuamos las epístolas de Filemón y 3 Jn 14[5].
La
Didajé (hacia el año 90 d.C.) cita frecuentemente a Mt, y parece
conocer a Lc, 1 Tes, 1 Pe, Jds, y quizá Jn y Act 15.
San
Clemente Romano
(hacia 96) emplea Mt, 1‑2 Tim, Tit, Hebr, y probablemente Lc, Act, 1 Cor,
Rom, 1‑2 Pe, Sant.
Epístola
de Bernabé
(hacia 98) cita a Mt, Rom, Col, 2 Tim, Tit, 1 Pe, y probablemente también conocía
Jn.
San
Ignacio de Antioquia
(año 107) emplea en sus escritos Mt, Lc, Jn, Act, 1 Tes, Gál, 1 Cor, Rom, Col,
Ef, Hebr.
San
Policarpo
(hacia el año 108) alude en su carta a Mt, Mc, Lc, Jn, Act, 2 Tes, Gál,
1‑2 Cor, Rom, Col, Ef, Fil, 1‑2 Tim, Hebr, Sant, 1 Pe, 1 Jn.
Papías
(hacia 110) es el primero que da los nombres de los autores de Mt, Mc, Jn, y
refiere algo acerca del origen de los evangelios. También conocía 1 Pe, 1 Jn,
Apoc.
El
Martyrium Polycarpi (hacia 150) se sirve de Mt, Jn, Act, Apoc y quizá
Jds.
El
Pastor de Hermas (hacia 140‑ 155) hace uso de Mt, Mc, Lc, Jn,
Act, 1 Tes, 2 Cor, Rom, Ef, Fil, Hebr, Sant, 1‑2 Pe, Apoc.
c)
Los apologistas todavía nos han
transmitido testimonios mucho más claros sobre los libros del Nuevo
Testamento. Al tener que defender las doctrinas cristianas contra los ataques
de los infieles y de los herejes, recurren con frecuencia a citaciones de los
escritos sagrados.
Arístides
Ateniense (hacia
140), en su Apología c. 15, narra la VIda de Jesús, y afirma que la venida de
Jesucristo puede ser conocida por los escritos evangélicos. También
cita Mt, Jn, Act, Rom, 1 Tim, Hebr, 1 Pe.
San
Justino
(año 150‑160) es el primer escritor antiguo que nos habla del uso litúrgico
del Nuevo Testamento en las reuniones de los cristianos. “Y en el día llamado
domingo ‑dice él‑, todos los que VIven en las ciudades o en el
campo se reúnen en un lugar, y ante ellos se leen las memorias de los apóstoles
o las escrituras de los profetas mientras el tiempo lo permite”[6].
Las “memorias de los apóstoles” son los Evangelios, según los demás
escritos de San Justino. Cita con frecuencia los evangelios de Mt y Jn. Habla
también explícitamente del Apocalipsis, atribuyéndolo a San Juan Apóstol.
Conoce igualmente Act y todas las epístolas de San Pablo, Sant, 1‑2 Pe,
1 Jn.
2.
El canon del Nuevo Testamento desde el siglo II hasta el siglo IV.‑
Los testimonios que poseemos de este
período en favor de los Libros Sagrados del Nuevo Testamento son clarísimos
y de gran importancia.
Taciano
Siro
(hacia el año 172), sirviéndose de
los cuatro evangelios, compuso una obra llamada Diatessaron. Era una armonía evangélica que se divulgó mucho.
Las Iglesias de Siria lo usaron hasta el siglo V. Taciano conoce también Act, 1
Cor, Rom, Hebr, Tit, Apoc.
Marción
(año 140‑170) es el testigo principal del siglo II en lo referente a la
historia del canon. En su obra Antitheses
rechaza todo el Antiguo Testamento, por provenir del Dios del temor, distinto
del Dios del amor del Nuevo Testamento. De los escritos del Nuevo Testamento
admite el evangelio de San Lucas, pero abreviado. Rechaza los dos primeros capítulos
de Lc por tener cierto sabor hebraico. Y también reconoce como canónicas diez
epístolas paulinas, exceptuando las pastorales y la de los Hebr. Los demás
libros del Nuevo Testamento no son considerados como canónicos por Marción.
No
fue Marción el primero que formó el canon del Nuevo Testamento, como afirman
algunos autores. Antes de él ya existían colecciones de escritos sagrados que
eran considerados por todos como inspirados. Esto se deduce de los testimonios
que poseemos de aquel tiempo. Además, el canon mutilado del mismo Marción
supone que ya existía en la Iglesia un canon, del cual se sirve a su manera.
Sin embargo, la Iglesia, con motivo del canon de Marción y para oponerse a
sus doctrinas erróneas, debió de poner más empeño y diligencia en
determinar el verdadero canon.
Epístola
de las iglesias Lugdunense y Vienense (hacia
177), que nos demuestra que en la Galia eran conocidos Lc, Jn, Act, Rom, Ef, Fil,
1 Tim, 1 Pe, 1 Jn, y muy probablemente Hebr, 2 Pe, 2 Jn. Es citado el Apoc como
“Escritura”.
San
Teófilo Antioqueno (hacia
el año 180) considera a los evangelistas como inspirados, y cita a Mt y Lc.
También afirma que Juan, el “Pneumatóforo”, fue el autor del cuarto
Evangelio. Se sirve de casi todas las epístolas de San Pablo, y en algunos
lugares cita la epístola a los Rom y la 1 Tim con la fórmula: “la palabra
divina” (gr. “ho theios logos”).
San
Ireneo
(año 175‑195) enseña que los escritos del Nuevo Testamento son de origen
apostólico[7].
Los evangelios fueron escritos por San Mateo en hebreo, por San Marcos, el intérprete
de San Pedro; por San Lucas, el compañero de VIajes de San Pablo, y por San
Juan, el discípulo amado del Señor[8].
En sus escritos, San Ireneo cita o alude a todos los libros del Nuevo
Testamento, a excepción de la epístola a Filemón, la 2 Pe, la 3 Jn y la de
Jds.
Tertuliano
(año 16o‑240) combate a Marción, echándole en cara que, no siendo
cristiano, no tenía derecho alguno a hacer uso de las escrituras cristianas[9].
Afirma que hay cuatro evangelios, a los que llama “instrumento evangélico”.
Dos fueron escritos pos apóstoles, San Mateo y San Juan, y los otros dos por
hombres apostólicos, San Marcos y San Lucas[10].
También cita directamente los Act y trece epístolas paulinas[11].
La epístola a los Hebr la atribuye a Bernabé[12].
Aduce, además, la 1 Pe, la 1 Jn, Jds y el Apoc[13].
Es dudoso si hace referencia a la epístola de Sant[14].
No alude a la 2 Pe ni a la 2 y 3 Jn.
Fragmento
de Muratori (de
fines del s. II). Fue hallado en la Biblioteca Ambrosiana de Milán por L. A.
Muratori (+1750) y editado por el mismo en el año 1740[15].
Contiene el catálogo más antiguo, hasta hoy conocido, de los libros del Nuevo
Testamento. Al principio está mutilado, por lo cual se ha perdido la referencia
que hacía de los evangelios de Mt y Mc. En la forma actual habla de Lc, Jn, Act,
1‑2 Cor, Gál, Rom, Ef, Fil, Col, 1‑2 Tes, Flm, Tit, 1‑2 Tim,
Jds, 1‑2 Jn, Apoc, 1 Pe. No son nombradas las epístolas a los Hebr, Sant
y la 2 Pe. Se permite la lectura privada del Pastor,
de Hermas[16].
Hermas, el autor del Pastor, es
llamado hermano del obispo de Roma Pío (año 140‑155), y como también
afirma que el Pastor de Hermas fue
escrito “nuperrime temporibus nostris” (“en nuestros días”, “hace muy
poco”), se deduce que la composición del fragmento de Muratori hay que
colocarla hacia mediados del siglo II, en Roma o en las cercanías de la Urbe.
No se conoce su autor; pero es bastante probable que haya sido San Hipólito
Romano.
Desde
principios del siglo III hasta la primera mitad del siglo IV, los testimonios de
la Tradición, referentes al canon del Nuevo Testamento, son clarísimos y de
gran valor. La mayor parte de las dudas existentes anteriormente desaparecen.
Los escritores de este período tanto del Oriente como del Occidente se
muestran en general acordes sobre el canon de Libros Sagrados del Nuevo
Testamento.
Clemente
Alejandrino
(hacia el año 180‑202). Eusebio afirma, hablando de Clemente Alejandrino,
que “en los libros de las Hypotyposes teje
una compendiosa narración de todas las Escrituras de ambos Testamentos”[17].
De donde se puede deducir que conocía todos los libros del Nuevo Testamento,
incluso el Apocalipsis. Se duda si conocía las epístolas 2‑3 Jn y la 2
Pe. Hay que advertir, sin embargo, que, juntamente con los libros canónicos,
cita otros que no lo son. Lo cual parece suponer que no sabía distinguir bien
los libros canónicos de los apócrifos.
Orígenes
(+254) era hombre muy versado en ciencias bíblicas y había recorrido todas las
Iglesias principales de aquella época: las de Roma, Alejandría, Antioquia,
Cesarea, Asia Menor, Atenas, Arabia. Por todo lo cual constituye un testimonio
de máxima importancia y autoridad. Admite todos los 27 libros del Nuevo
Testamento, considerándolos como canónicos[18]. Aunque conoce las dudas de algunos escritores de
aquella época acerca de la canonicidad de 2 Pe, de 2‑3 Jn y de Jds, sin
embargo, no hace caso de ellas y admite en su canon todas las epístolas. Por el
contrario, conociendo igualmente los apócrifos, no los recibe en el canon de
los Libros Sagrados[19].
San
Hipólito Romano (+hacia
258‑260). Tiene mucha importancia su testimonio por ser intérprete
excepcional de la Iglesia romana. En sus escritos, San Hipólito cita todos los
libros del Nuevo Testamento, exceptuando las epístolas de Flm, 2 y 3 Jn. El Fragmento
de Muratori, que diversos autores atribuyen a San Hipólito[20],
contiene todos los libros canónicos del Nuevo Testamento, menos la epístola a
los Hebr, Sant y 2 Pe.
Novaciano
(hacia
el año 250) fue un presbítero de la Iglesia de Roma
que posteriormente cayó en la herejía. En sus escritos se sirve de todos los
libros del Nuevo Testamento, a excepción de la epístola a los Hebreos.
San
Cipriano (+258),
obispo de Cartago, cita diez epístolas paulinas, la 1 Pe, la 1 Jn y el
Apocalipsis. No menciona la epístola de Flm y duda del origen de la epístola a
los Hebr.
Canon
Mommseniano, (de
hacia el año 259) proviene de la Iglesia de África, y menciona veinticuatro
libros del Nuevo Testamento. Omite las epístolas a los Hebr, la de Sant y la
Jds.
San
Dionisio de Alejandría (+264)
admite todos los libros del Nuevo Testamento, aunque no cita la 2 Pe y la de Jds.
Y con el fin de oponerse al error milenarista, que se apoyaba en Apoc 20,
negó que el autor del Apoc fuese el apóstol San Juan. Negaba, por consiguiente,
la autenticidad, pero no la canonicidad del Apocalipsis.
Por los testimonios que acabamos de citar, no resulta difícil observar que en el siglo III casi todos los libros del Nuevo Testamento eran recibidos en el canon. En Occidente se duda de la canonicidad de las epístolas de Sant, 2 Pe y Hebr, y por eso a veces son omitidas. En Oriente todavía hay bastantes escritores que dudan de las cinco epístolas católicas menores: Sant, 2 Pe, 2‑3 Jn y Jds.
3.
El canon del Nuevo Testamento en los siglos IV‑VI. En los
siglos IV y V se nota entre los escritores eclesiásticos una mayor unanimidad aún
acerca de los libros canónicos del Nuevo Testamento. Las dudas son de menor
importancia. Contrastando, sin embargo, con esto, encontramos las vacilaciones
que comienzan a surgir en Oriente sobre la autenticidad y canonicidad del
Apocalipsis, iniciadas por San Dionisio Alejandrino, como ya hemos VIsto.
Pero, con todo, la unanimidad llega a ser completa en Occidente a fines del
siglo IV y comienzos el V; y en Oriente se consigue esta unanimidad durante el
siglo VI.
a)
Los
escritores sirios manifiestan dudas
acerca de las epístolas católicas menores. La obra llamada Doctrina
Addai (s. IV) y Afraates (hacia el año 340) omiten todas las epístolas católicas
y el Apocalipsis. San Efrén (+373) cita la 1 Pe y la 1 Jn, y probablemente la
epístola de Sant. No parece haber utilizado la 2 y 3 Jn y la de Jds, porque
estas epístolas todavía no habían sido traducidas del griego en su tiempo, y
San Efrén no conocía el griego. También nos es conocido un Catálogo esticométrico de hacia el año 400, que no contiene las
epístolas católicas y el Apocalipsis. La versión Peshitta, tan difundida entre los sirios, contiene la 1 Pe, 1 Jn y
Sant, pero le faltan la 2 Pe, 2‑3 Jn, Jds, Apoc. Sin embargo, las
versiones posteriores: Filoxeniana (año 508) y Harclense (615‑616)
contienen los veintisiete libros del Nuevo Testamento.
b)
Padres griegos: Eusebio
(+340) divide los libros del Nuevo
Testamento en tres clases: I) homologúmena,
o sea los libros “que, según la tradición eclesiástica, son verdaderos
y genuinos y han sido recibidos por todos sin oposición”. Son los cuatro
evangelios, Act, 14 epístolas de San Pablo, 1 Jn, 1 Pe y el Apocalipsis, con
la salvaguardia: “si es considerado verdadero”; 2) antilegómena, cuya genuinidad es discutida por algunos: Sant, 2 Pe,
2‑3 Jn, Jds; 3) espurios, o “adulterados”: los Hechos de Pablo, el Pastor,
el Apocalipsis de Pedro, la epístola de Bernabé, la Didajé,
y, “si así agrada, el Apocalipsis de Juan”[21].
Eusebio, bajo el influjo de San Dionisio, se muestra indeciso sobre la colocación
del Apoc. Distingue entre Juan el apóstol, al que atribuye el evangelio y la
primera epístola, y Juan el presbítero, que sería el autor del Apoc y de
2‑3 Jn.
San
Cirilo de Jerusalén (+386),
en su Catechesis 4,33-36, escrita
hacia el año 348, nos ofrece el canon completo del Nuevo Testamento, con la
única omisión del Apocalipsis de San Juan.
San
Atanasio (año
367) admite los 27 libros del Nuevo Testamento como sagrados y canónicos[22]. Y lo mismo hace San
Epifanio (+403)[23].
San
Basilio
(+379) acepta todos los libros del Nuevo Testamento, aunque no cita explícitamente
las epístolas 2‑3 Jn y Jds[24].
San
Gregorio Nacianceno (328‑389),
en su poema titulado De veris libris
Scripturae divinitus inspiratae, da la lista de todos los libros del Nuevo
Testamento, menos del Apocalipsis. El P. Lagrange piensa que el no mencionar el
Apoc es debido a que San Gregorio estaba atado a causa del metro poético. Y por
eso, en lugar de mencionarlo, hace una alusión general a él, diciendo:
“Juan, el universal y gran heraldo, que recorre los cielos”. Sin embargo, en
otros lugares de sus obras cita expresamente el Apoc, como cuando escribe:
“Juan en el Apocalipsis me enseña”[25].
Además, lo cita en unión de varios textos del evangelio de San Juan.
San
Gregorio Niseno
(335‑394), hermano de San Basilio, cita la epístola a los Hebr y el Apoc.
De los demás no nos habla.
San
Anfiloquio (340‑403)
ofrece un canon completo del Nuevo Testamento, aunque a propósito del Apoc se
ve que sufrió el influjo de los Padres antioquenos, pues afirma que muchos lo
rechazan. Algunos también dudan, según él, de la 2 Pe, 2‑3 Jn y Jds.
A
estos testimonios podemos añadir los códices unciales principales: el Sinaítico,
de principios del siglo IV, que contiene todo el Nuevo Testamento; el Vaticano
(B), de comienzos también del siglo IV, que tiene todos los libros del Nuevo
Testamento, hasta la epístola a los Heb; y el Alejandrino, de principios del
siglo v, que presenta todos los libros neotestamentarios[26].
c)
Padres antioquenos.- Entre éstos son
dignos de mención San Juan Crisóstomo
(+407), que cita con mucha frecuencia la epístola a los Hebr y la de Sant, pero
nunca alega la 2 Pe, la 2-3 Jn y el Apoc, lo cual parece indicar que las excluía
del canon. Otro tanto podemos decir de Teodoreto
Cirense (+458), que tampoco cita las epístolas católicas menores y el
Apoc. Teodoro de Mopsuestia (+428)
todavía va más lejos, pues incluso rechaza las epístolas católicas mayores:
Sant, 1 Pe, 1 Jn.
d)
Padres latinos.‑ Casi todos los
escritores eclesiásticos latinos de esta época admiten el canon íntegro del
Nuevo Testamento. La discusión y las dudas se centran sobre todo en la epístola
a los Hebreos, que en el Occidente, hasta la mitad del siglo IV, es pasada en
silencio por muchos autores. En Oriente, en cambio, nunca se dudó de su
canonicidad. En el siglo IV se disputó mucho en Occidente acerca de su
autenticidad. Posiblemente por este motivo no se encuentra en el canon Claromontano
(s. IV), en donde también faltan Fil y 1‑2 Tes, probablemente a causa
de un descuido del copista.
En los últimos decenios
del siglo IV casi todos los Padres latinos admiten unánimemente la autenticidad
de la epístola a los Hebreos. De este modo se llega a la unanimidad completa,
con la admisión de los 27 libros del
Nuevo Testamento. Esto se ve claramente recorriendo las obras de los principales
Padres de este período.
San
Jerónimo
(+410), que pasó gran parte de su VIda en Oriente, admite todos los libros del
Nuevo Testamento. Por lo que se refiere a los deuterocanónicos del Antiguo
Testamento, fue hostil y no los consideró como canónicos; en cambio, respecto
de los deuterocanónicos del Nuevo Testamento, adopta la “veterum auctoritas”
(“autoridad de los –padres- antiguos”) y los recibe como canónicos,
incluso conociendo las dudas que sobre alguno de ellos existían tanto en
Oriente como en Occidente[27]. Refiriéndose a las epístolas de Santiago y Judas
afirma que han obtenido “autoridad” canónica “paulatim procedente
tempore” (“poco a poco, con el paso del tiempo”)[28]. Pero él las coloca sin vacilación alguna entre los
libros canónicos[29].
Rufino
(+410)
también admite los 27 libros del Nuevo Testamento como inspirados y canónicos.
San
Agustín (+430),
en su libro De doctrina christiana (año
397), nos ofrece una lista completa de todos los libros del Nuevo Testamento,
idéntica a la que más tarde aceptará el concilio Tridentino. Fue bajo su
influencia que el concilio provincial de Hipona, o sea, el concilio plenario de
toda el África, celebrado en Hipona el 8 de octubre de 393, y los concilios III
y IV de Cartago, de los años 397 y 419, recibieron este mismo canon[30].
San
Ambrosio
(+397) hizo uso de todos los libros
del Nuevo Testamento. Los únicos sobre los cuales hay alguna duda son las epístolas
2‑3 Jn. La epístola a los Hebreos la atribuye a San Pablo y el
Apocalipsis a San Juan.
San
Hilario De Poitiers (+368)
no nos da una lista de los libros del Nuevo Testamento, pero admitió
indudablemente los protocanónicos. De los deuterocanónicos del N. T. recibió
la epístola a los Hebreos, que consideraba como de San Pablo, y usó la epístola
de Santiago, la 2 Pe y el Apoc. Para San Hilario, el autor del Apoc era San
Juan. No tiene referencias a las epístolas 2‑3 Jn y Jds.
Prisciliano (hacia el año 380), obispo de Ávila en España, reconoce como inspirados y canónicos todos los libros del Nuevo Testamento. El único que no menciona es la epístola 3 Jn.
[1] Cf. Col 4, 16. Hay bastantes autores que sostienen que la epístola a los Laodicenses es la que desde finales del siglo II ha sido llamada epístola a los Efesios.
[2]
San Pablo cita
como Escritura sagrada Deut 25,4 y las palabras de Jesús, que leemos en Lc
10,7. Disputan los autores si el Apóstol cita el Evangelio escrito o las
palabras del Señor recibidas por tradición. Como 1 Tim es posterior al
evangelio de San Lucas, es muy posible que se refiera a dicho evangelio.
[4] Epíst. Bernabé 4,14; cf. F. Funk, Patres Apostolici I (Tubinga 1901) p. 49.
[5] Todas las citas y alusiones a los libros del N. T. que se encuentran en los Padres apostólicos han sido recogidas por F. X. Funk, Patres apostolici (Tubinga 1901). Cf. J. B. Lightfoot, The Apostolic Fathers (Londres 1890, primera parte; 1889, segunda parte); B. Steidle, Patrologia seu historia antiquae litteraturae ecclesiasticae (Friburgo 1937); B. Altaner, Patrologie (Friburgo 1950). También se puede consultar la obra The N. T. in the Apostolic Fathers, editada por un comité de la Oxford Society de Teología histórica (Oxford 1905).
[6] Cf. Apología I 67,3s: MG 6,429. En esta Apol. I 66 advierte que con la expresión “memorias” quiere designar los evangelios y afirma que estas “memorias” fueron escritas por los apóstoles y por los discípulos de los mismos (Diál. con Trif. 103: MG 6,717).
[7] Cf. Adv. Haer. 3, Praef.
[8] Cf. Adv. Haer. 3,1; 3,11,8; W. Sanday ‑ C. H. Turner ‑ A. Souter, novun testamentum s. Irenaei episcopi lugdunensis: old‑latin biblical texts 7 (oxford 1923); w. L. Duliére, Le Canon néotestamentaire et les écrits chrétiens approuvés par Irénée: La Nouvelle Clio 9 (1954) 199‑229.
[9] Cf. De praescr. 37.
[10] Cf. Contra Marcionem 4,2 y 5.
[11] Cf. De ieiunio 2 y 10; Contra Marc. 4,5; 5,19.
[12] Cf. De pudic. 20.
[13] Cf. De oratione 20; De pudic. 19.20; De cultu fem. 1,3; De praescr. 33.
[14] Cf. Scorpiace 12.
[15] Cf. L. A. Muratori, Antiquitates Italicae Medii Aevi III (Milán 1740) 851‑854; H. Lietzmann, Das muratorische Fragment und die Monarchianischen Prologe zu den Evangelien (Borm 1908) p. 3‑11; T. Zahn, Miscellanea II. Hippolytus der Verfasser des Muratorischen Kanons: Neue kirchliche Zeitschrift 33 (1922) 417‑436.
[16] Se puede ver el texto del Fragmento de Muratori en el Enchiridion Biblicum (Roma 1961) n. 1‑7. Cf. J. Campos, Epoca del fragmento Muratoriano: Helmántica II (1960) 485-96.
[17] Hist. Ecc. 6,14.
[18] Cf. A. Merk, Origenes und der Kanon des A. T.: Bi 6 (1925) 200‑205.
[19] Cf. Comm. in Mt t. 17,30: MG 13, 1569‑1572; In Lc hom. 1, MG 13, 1802s.
[20] Cf. J. B. Lightfoot. en The Academy 2 (1889) 186‑188.205; TH. H. Robinson, The Authorship of the Muratorian Canon: The Expositor 7,1 (1906) 481‑495; Th. Zahn, Hippolitus der Verfasser des Muratorischen Kanons: Neue kirchliche Zeitschrift 33 (1922) 417‑436; S. Ritter, Il frammento Muratoriano: Rivista de Archeologia Cristiana 3 (1926) 215‑263; M. J. Lagrange, Histoire ancienne du Canon du N. T. p.66‑84.
[21] Cf. Hist. Eccl. 3,25.
[22] Epist. Festalis 39.
[23] Haer. 30,25.
[24] Adv. Eunom. 4,5.
[25] Cf. Or. 42,9; 29,17.
[26] También son importantes para el canon del N. T. los papiros encontrados principalmente en Egipto. La colección Chester Beatty contiene el P45 de principios del siglo III, que tiene fragmentos de los cuatro evangelios y de los Act; el P46, también de principios del siglo III, que contenía originariamente la epístola a los Rom, 1‑2 Cor, Ef, Gál, Fil, Col, 1‑2 Tes; el P47, del siglo III, con fragmentos del Apoc. El P20, también del siglo III, y el P23 contienen la epístola de Sant; el P13 y P17, del siglo IV, tienen la epístola a los Hebr; el P18, del siglo III-IV, y el P24, del siglo IV, que presentan el Apocalipsis.
[27] Cf. Epist. 129 ad Dardanum, 3.
[28] Cf. De VIris illustr. 2,4.
[29] Cf. Epist. 53 ad Paulinum, 8.
[30] Cf. De doctr. christ. 2,8,13.